Jesús maestro interior 1

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Jesús maestro interior 1
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PRESENTACIÓN GENERAL DEL PROYECTO

Voy a presentar el proyecto de esta obra indicando los principales objetivos que me propongo: recuperar a Jesús como Maestro interior, contribuir a la renovación interior del cristianismo actual y reavivar la verdadera espiritualidad de Jesús.


1. Recuperar a Jesús como Maestro interior


En un escrito cristiano que se difundió hacia el año 67 podemos leer una exhortación que se diría dirigida a los cristianos de nuestros tiempos: «Corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe» (Hebreos 12,1-2). Así hemos de vivir en estos tiempos difíciles: con los ojos fijos en Jesús. Es él quien también hoy «inicia y consuma nuestra fe», enseñándonos a vivir con una confianza absolutamente nueva y singular en Dios como Padre (Abbá), que busca introducir en el mundo de hoy su proyecto humanizador para dar pasos hacia una humanidad más justa, digna y fraterna para todos.

El primer objetivo de esta obra es contribuir a recuperar a Jesús como «Maestro interior». Hay un hecho que ha de preocuparnos a todos: el descrédito o falta de credibilidad del magisterio de la Iglesia. De manera masiva, los cristianos, incluso practicantes, orientan su vida ignorando el magisterio eclesiástico. De poco servirá en el futuro insistir en su importancia si los cristianos –jerarquía y fieles– seguimos viviendo sin escuchar la voz interior de Jesús resucitado, «Maestro interior» que con la fuerza de su Espíritu y su Evangelio alienta, llama, interpela y guía a quienes le siguen.

Desde hace siglos, cuando se habla del magisterio en la Iglesia, solo se piensa en el magisterio de la jerarquía, ignorando casi siempre el magisterio interior de Jesucristo resucitado. Sin duda, la fe cristiana necesita también hoy de la orientación responsable de la jerarquía, pero un cristianismo olvidado de Jesús y guiado solo «desde fuera», ¿no seguirá llevando a sus miembros a la incredulidad, a la indiferencia o al infantilismo?

En este trabajo oriento mi propósito de recuperar a Jesús como Maestro interior a promover otros dos objetivos concretos, que se enriquecen y complementan mutuamente: la renovación interior del cristianismo, tal como es vivido de ordinario en nuestros días, y la necesidad de reavivar en estos momentos la verdadera espiritualidad de Jesús.


2. Hacia la renovación interior del cristianismo actual


El vacío interior del cristianismo actual es deplorable. A partir, sobre todo, de la Contrarreforma, y por diversos factores, la fe se ha ido reduciendo en buena parte al asentimiento de un conjunto de doctrinas. Muchos cristianos piensan todavía hoy que la fe consiste sencillamente en creer «cosas difíciles de entender», pero que hemos de aceptarlas para poder ser cristianos y salvarnos. Este modo de entender y vivir la fe está arruinando la vida cristiana de muchos, vaciándola de toda experiencia interior de Dios.

Esta es la fe que se está perdiendo en nuestros días. Sin experiencia interior de Dios, la fe queda reducida a algo tan infantil y superficial que no podrá subsistir en el futuro. Los hombres y mujeres de nuestros días, y tal vez los de siempre, terminan creyendo solo en aquello que experimentan que les hace bien interiormente: lo que, de alguna manera, da sentido a su vida, les da fuerzas para vivir e introduce esperanza en su existencia.

De hecho, la relación interior con Dios va quedando en muchos «reprimida» y «atrofiada» (Viktor Frankl). En nuestra sociedad, Dios se va convirtiendo poco a poco en una palabra sin contenido, una abstracción, tal vez un mal recuerdo destinado a ser olvidado para siempre. Es la hora de la verdad, la hora de reaccionar. Lo primero que hemos de introducir y contagiar en nuestras comunidades y parroquias es esta buena noticia: todo ser humano puede descubrir en su interior el misterio de amor insondable que los creyentes llamamos Dios. Toda persona puede conocer, vivir y gozar de manera sencilla, pero real, la experiencia interior de un Dios en el que podemos confiar. Solo desde esa experiencia se puede despertar en nosotros la atracción hacia Dios como origen último del que proviene nuestro ser, realidad hacia la que apuntan nuestras preguntas más radicales y meta hacia la que se dirige nuestro anhelo más profundo de vida.


3. Reavivar la verdadera espiritualidad de Jesús


El gran converso francés Marcel Légaut consideraba que la conversión que necesita hoy la Iglesia pide «un segundo nacimiento digno del primero». No basta con conocer algo más a Jesús. Tampoco es suficiente seguirle, acentuando exclusivamente la dimensión moral. En estos tiempos hemos de seguirle también para conocer y vivir la experiencia de Dios vivida por él. Hemos de reavivar el seguimiento a Jesús como camino espiritual. La renovación interior de nuestra fe cristiana solo es posible si conocemos y vivimos la verdadera espiritualidad vivida por Jesús.

El actual interés por las cuestiones del espíritu no tiene precedentes. Nunca se había escrito tanto sobre espiritualidad como en estos tiempos. Sin embargo, quiero subrayar un hecho que me viene sorprendiendo durante estos últimos años. Buena parte de lo que se escribe sobre espiritualidad tiende a marginar e incluso rechazar a Jesús como irrelevante. Estoy de acuerdo con Albert Nolan cuando dice: «Me atrevería a decir que la espiritualidad de Jesús podría ser más relevante en nuestro tiempo que en cualquiera de las épocas anteriores». Yo añadiría algo más: la espiritualidad revolucionaria de Jesús posee una fuerza humanizadora y un potencial de luz para abordar precisamente los problemas humanos del mundo posmoderno que difícilmente se podrán encontrar por otros caminos espirituales.

En el capítulo 6 describiré detenidamente los rasgos que caracterizan la espiritualidad de Jesús. Por eso aquí me limito a indicar muy brevemente solo los rasgos que trataré de cuidar a lo largo de mi trabajo, pues la hacen relevante precisamente en nuestros tiempos.


a) Espiritualidad vivida como relación personal con Dios


Jesús vive su experiencia de Dios dirigiéndose a él como un «tú». Todos hemos de saber que los nombres y las palabras que se emplean sobre Dios en las diferentes culturas religiosas no explican ni describen su misterio. Pero, a los seguidores de Jesús, invocar a Dios como un «tú» nos permite expresar y vivir nuestra relación con él como un encuentro personal. Así se expresa Juan Martín Velasco: «Sigo plenamente convencido de que el encuentro interpersonal constituye la realidad humana y mundana menos inadecuada para simbolizar la originalísima relación con Dios».

Esta relación personal con el misterio Dios hace posible la oración como experiencia privilegiada para alimentar y alentar en nosotros la fe en Dios. Bajo sus diferentes formas de petición, alabanza, acción de gracias…, esta oración hace que la relación con Dios de muchas personas no quede atrofiada. Más aún. Esta es la oración que hace más llevadera y humana la vida de millones y millones de personas de todas las religiones y de todos los tiempos. Dios no es propiedad de espíritus selectos. Es también de estas gentes sencillas a las que nadie ha iniciado en el silencio interior ni en la contemplación.


b) Espiritualidad marcada por la confianza absoluta en un Dios Padre de todos


Unos de los rasgos de la espiritualidad de Jesús que quiero subrayar de manera especial en nuestros días es su confianza absoluta en un Dios Padre de todos. Por una parte, esta confianza de Jesús es clave en su espiritualidad. Por otra, son muchos los que se han ido alejando de la fe cristiana, sobre todo porque han sido educados desde niños en el miedo a Dios. Sé que, si conocieran a Jesús, se despertaría en ellos una confianza nueva en Dios, conocerían la paz interior y vivirían alentados por la esperanza.

Al mismo tiempo, el misterio de Dios vivido como Padre de todos nos urge a comprometernos por un mundo donde sea posible la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos. La convivencia humana no se fundamenta solo en nuestra pertenencia a la misma especie, sino que es exigencia profunda que nos llega desde el misterio de Dios. Esta espiritualidad de Jesús nos compromete a sus seguidores a trabajar por una sociedad más libre, igual y fraterna en medio de la cultura nihilista, en la que corremos el riesgo de seguir dando pasos hacia un futuro de hombres y mujeres sometidos a un bienestar deshumanizador; de individuos privados de conciencia comunitaria y solidaria que pretenden construir una falsa «aldea global», abriendo en la familia humana desigualdades cada vez más crueles.


c) Espiritualidad alentada por un Dios Padre-Madre


Otro rasgo de la espiritualidad de Jesús que considero de suma relevancia para nuestros tiempos es descubrir que la actuación profética de Jesús no está inspirada por un Padre autoritario y dominador, sino por un Padre que actúa con sus hijos con entrañas de Madre. Basta con profundizar en la acogida de Jesús a los pequeños y en su actividad curadora aliviando el sufrimiento a enfermos y desvalidos. Como ejemplo y paradigma podemos recordar la actuación maternal del padre con sus dos hijos en la parábola del padre bueno (Lucas 15,11-32).

Quiero cuidar en estos tiempos esta dimensión de la espiritualidad de Jesús actualizando su crítica a la sociedad patriarcal de su tiempo y su acogida a mujeres y varones en un discipulado de iguales, buscando siempre una humanidad sin dominación masculina. Ha llegado quizá el momento de ir introduciendo en nuestro lenguaje la expresión «Dios Padre-Madre» para hablar de ese Dios que no ha creado al varón para dominar a la mujer ni a la mujer para ser dominada por el varón.

 

d) Espiritualidad centrada en abrir caminos al proyecto humanizador del Padre


En cualquier espiritualidad es importante saber con qué vinculamos el misterio de Dios, sea de modo explícito y consciente, sea de manera sutil y casi inconsciente. Xabier Pikaza resume así la novedad de Jesús: «Su verdad consistirá en insistir en Dios como Padre y en vincularlo a la llegada del Reino, que él ofrece ante todo a los pobres y excluidos de la sociedad». Es cierto. Jesús ha vinculado el misterio de Dios a su proyecto de hacer la vida de sus hijos –hombres y mujeres– siempre más humana.

Por eso veremos que Jesús vive a Dios no desde un silencio que lo aísla de la vida de los demás, sino desde una experiencia interior que le conduce a vivir abriendo caminos al proyecto humanizador del Padre, que él llamaba el «reino de Dios», según el lenguaje de la tradición de Israel. Esta es la clave de la espiritualidad de Jesús y la pasión de su vida. Una espiritualidad que vive de manera radical, identificándose ante todo con la causa de los pobres, los últimos, los más olvidados, los que viven sin «estructura social protectora».

Este proyecto del reino de Dios no es una religión. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Es una experiencia nueva de Dios, que lo resitúa todo de manera nueva. Podemos decir que la espiritualidad de Jesús, centrada en abrir caminos al reino de Dios, nos orienta e impulsa a dar pasos hacia una vida tal como la quiere construir Dios, Padre-Madre de todos. Cuidaremos de manera especial algunos rasgos, todos ellos de relevancia para hacer más humana la sociedad posmoderna de nuestros días: un mundo en el que se busque la justicia y la dignidad para todo ser humano, empezando por los últimos; una sociedad en la que se acoja a todos sin excluir a nadie por razón de raza, sexo, religión, nacionalidad…; una convivencia en la que se promueva la igualdad y dignidad de la mujer para construir un mundo sin dominación masculina; una religión que viva al servicio de las personas, ante todo de las más olvidadas y marginadas.


4. Lectura orante del Evangelio


¿Dónde encontrar en nuestras parroquias y comunidades cristianas el camino para promover la renovación interior que necesita nuestro cristianismo? ¿Cómo reavivar entre nosotros la espiritualidad revolucionaria de Jesús, tan relevante para nuestros tiempos? Es importante, sin duda, la aportación de los teólogos, que siguen publicando obras que orientan nuestro pensamiento y estimulan la renovación de nuestra fe, escuchando los signos de nuestro tiempo. Es igualmente importante la reflexión de los pastoralistas, que sugieren caminos prácticos para responder a los retos a los que se enfrenta hoy la acción pastoral y evangelizadora. Creo, sin embargo, que en estos tiempos de crisis y en esta sociedad donde casi todo se vive de manera tan acelerada y pasajera, necesitamos también promover procesos de conversión y renovación permanente. Al menos esta es la razón que me ha movido a proponer este proceso de «lectura orante del Evangelio».

Cuando tenía ya bastante avanzado mi proyecto, me encontré con un artículo de Juan Antonio Estrada, escrito el año 2005, en el que analiza lo que algunos llaman la «sociedad poscristiana» y donde dice algo que considero de interés señalar aquí:


Habría que enseñar a orar en una sociedad secularizada y ofrecer una espiritualidad, una metodología y una pedagogía de cómo abrirse a la trascendencia. Los grandes cambios socioculturales encontraron respuesta en espiritualidades cristianas [...] que correspondían a los cambios socioculturales de la época y ofrecían vías alternativas. Pero esto no lo tenemos hoy. Habría que redefinir el carisma y la espiritualidad, actualizarlos y adaptarlos al nuevo contexto sociológico. Como esto no ocurre, proliferan las espiritualidades salvajes, sincretistas y desubicadas, ya que subsisten las necesidades humanas.


Con mi proyecto quiero contribuir de alguna manera a responder modestamente a esta necesidad.


a) Rasgos de esta propuesta de lectura orante del Evangelio


En el capítulo 10 expongo detenidamente en qué consiste mi propuesta para practicar la lectura orante del Evangelio. Aquí señalo solo algunos rasgos para que los lectores tengan una primera idea:

Mi propuesta no está orientada a escuchar la Palabra de Dios en toda la Biblia, sino solo a escuchar el Evangelio de Jesús recogido en los cuatro evangelios. No sigo la costumbre de hacer la lectura siguiendo los textos de los domingos ni pasando de un texto a otro de manera aleatoria. Propongo un recorrido ordenado de temas seleccionados y orientados hacia los objetivos arriba señalados. Lo hago por razones pedagógicas y para que los lectores puedan vivir más fácilmente un proceso interior.

Presento los temas agrupados en capítulos. Cada capítulo comienza con una especie de introducción, donde sitúo la lectura en el contexto de la Iglesia actual y de la sociedad posmoderna. No podemos escuchar el Evangelio aislándonos del mundo en que vivimos. También Jesús vivió su espiritualidad leyendo los signos de su tiempo.

La lectura del Evangelio nos lleva siempre a la vida concreta para abrir caminos al proyecto humanizador del Padre (el reino de Dios). Por eso, a los cuatro momentos de la lectio divina de la tradición –lectura, meditación, oración, contemplación– añado siempre un quinto momento para concretar o revisar nuestro compromiso.


b) La práctica concreta de la lectura orante del Evangelio


Al concretar el modo de practicar la lectura orante, lo hago buscando dos objetivos prácticos de carácter pastoral. El primero y más importante es poner el Evangelio en manos de los seglares, miembros de la comunidad cristiana. La inmensa mayoría solo conoce el texto evangélico «de segunda mano». Viven su fe o la abandonan privados de la experiencia elemental de leer personalmente y de manera directa el evangelio. Este hecho resulta inexplicable en la sociedad culta de nuestros días. El Vaticano II, movido por la voluntad de renovar y reavivar la fe cristiana para tiempos modernos, nos recordó a todos que «el Evangelio es en toda época el principio de toda su vida para la Iglesia» (Lumen gentium 20). Ha llegado el momento de entender y organizar la comunidad cristiana de nuestros días como un espacio que, en medio de la increencia, cuida que la primera experiencia de cada cristiano sea conocer y acoger personalmente el Evangelio de Jesús.

Con mi propuesta busco también un segundo objetivo: contribuir a consolidar y facilitar la acción pastoral de las parroquias que han comenzado a promover, con diversos nombres, «Encuentros de silencio y oración». Por mi parte, sugiero un procedimiento que podría tener dos momentos. Durante un tiempo (una o dos semanas), los participantes que han respondido a la convocatoria de la parroquia podrían practicar la lectura orante del texto evangélico señalado por los responsables. Luego, en el día indicado, se reúnen todos en la parroquia en un «Encuentro de silencio, oración y lectura del Evangelio», donde se ahonda y reafirma la experiencia vivida en el hogar. Todavía hoy las parroquias son un lugar donde se cuida y promueve, sobre todo, la celebración litúrgica, la acción catequética y los servicios de caridad. Es probable que, en un futuro no muy lejano, mientras languidecen la celebración litúrgica y la acción catequética, cobren fuerza los encuentros de oración, silencio y lectura del Evangelio como referente de unas comunidades que caminan hacia una renovación interior de la vida cristiana en medio de la increencia posmoderna.

También busco que esta propuesta de lectura orante del Evangelio sirva de instrumento de evangelización con personas creyentes o no creyentes que buscan silencio y paz en los monasterios de vida contemplativa o cristianos que se acercan a encuentros y jornadas de espiritualidad en los que echan en falta a Jesús. Esta propuesta podría servir de apoyo a las comunidades de vida contemplativa y casas de espiritualidad para que puedan llevar a cabo una acción evangelizadora muy importante en estos tiempos, organizando sesiones de lectura orante del Evangelio en un clima favorecido por su testimonio de oración contemplativa, su escucha y su orientación a las personas que se les acercan.


5. Formato de la obra


Irá apareciendo en pequeños volúmenes. El primero tiene un carácter introductorio, pues en él expongo algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia.

A partir del segundo volumen comienza el recorrido de la lectura orante. Quienes no estén haciendo el recorrido ordenado de los temas encontrarán en los índices el texto evangélico que les interese meditar.

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EN MEDIO DE UNA CRISIS SIN PRECEDENTES

No es posible exponer aquí, ni siquiera de manera resumida, los análisis que se están publicando sobre la sociedad contemporánea occidental. No es fácil analizar lo que está sucediendo. Incluso se emplean distintos términos para designar estos tiempos: «modernidad en crisis», «modernidad tardía», «hipermodernidad», «posmodernidad» y otros. Hay un acuerdo bastante generalizado en afirmar que lo que está sucediendo en estos comienzos del siglo XXI está marcando profundamente la vida humana. Muchos piensan que no estamos viviendo solo una época de cambios: estamos asistiendo a un cambio de época.

El momento actual es complejo y está lleno de tensiones, contradicciones e incertidumbres. No todos hacen la misma lectura, pero casi siempre se pronuncia una palabra: «crisis». Es cierto. La crisis es un fenómeno que se ha extendido a todos los dominios de la existencia y a todos los sectores de la sociedad: hay crisis metafísica, cultural, religiosa, económica, política, ecológica. Están en crisis la familia, la educación, las tradiciones y las instituciones de otros tiempos. Han caído en buena parte los mitos de la Razón, la Ciencia y el Progreso: la razón no nos está conduciendo a una vida más digna; la ciencia no nos dice ni cómo ni hacia dónde hemos de orientar la historia; el progreso no es sinónimo de bienestar para todos. Algunos hablan de «omnicrisis» o de crisis total. Yo me limitaré aquí a tomar nota de algunos datos básicos que me parece necesario tener en cuenta para el objetivo de mi trabajo, que es promover la renovación interior de nuestra fe cristiana aprendiendo a vivir la espiritualidad de Jesús precisamente en estos tiempos de crisis.


1. La locura del consumismo


La historia de la humanidad se encuentra en estos momentos atrapada por un sistema económico-financiero generado básicamente por el capitalismo neoliberal. La dinámica que impone este sistema es irracional e inhumana. Por una parte, arrastra a los pueblos más poderosos a acumular bienestar, y, por otra, genera hambre, pobreza y muerte en los países más necesitados de la Tierra. De este modo, está condicionando decisivamente el futuro de la humanidad.

Este sistema nos ha hecho esclavos del ansia de acumular. Todo es poco para sentirnos satisfechos. Necesitamos más productividad, más bienestar, más tecnología, más competitividad, más poder sobre los demás. Así hemos llegado en los países más desarrollados a la locura del consumismo. La consigna que rige en estas sociedades es clara: «Si quieres ser feliz, has de consumir». El consumismo se propone como un fin en sí mismo. Los demás fines que pueda tener la persona se van debilitando o atrofiando. En pocos años ha crecido de manera increíble la oferta de productos, servicios y experiencias. Continuamente estamos recibiendo propuestas que llegan a nuestros sentidos por la publicidad y por otros medios sutiles y ocultos que despliega la sociedad de consumo para atraernos.

Se habla ya de una «cultura del asedio». Se nos proponen todo tipo de ofertas: viajes, vacaciones con descuentos tentadores, restaurantes con diferentes estilos de gastronomía, los últimos modelos de ropa de las diferentes marcas, los móviles más sofisticados del año, ordenadores, tabletas, smartphones, coches… Pero se comercializan también ideas, experiencias novedosas, sentimientos, relaciones amorosas…

 

El consumismo sigue creciendo. No parece tener límites. Hemos de probarlo todo, experimentarlo todo. Cada vez es más difícil elegir: lo mejor es ir acumulando productos, uno tras otro. Hay que consumir todo lo que se pueda, y cuanto antes, mejor. Todo está a nuestro alcance. Hay que seguir consumiendo, desarrollar cada vez más nuestra capacidad de consumir, buscar experiencias más novedosas y placenteras.

Este modo de vivir atraídos por el consumismo está teniendo un impacto cada vez más profundo. Muchas personas terminan viviendo solo para satisfacer su sed de nuevas ofertas de consumo. Sin embargo, en su interior puede ir creciendo el hartazgo de tantas propuestas. La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer ha definido bien las consecuencias de esta sociedad asediada por las corrientes de la moda, la publicidad y las tendencias: «El riesgo es descubrirse con una identidad nebulosa, sin vínculos afectivos firmes, sin puntos de referencia sólidos, sin alternativa de elección y de pertenencia, sin capacidad para tomar decisiones sobre la propia vida».

La vida de la persona se reduce a dejarse arrastrar por las distintas corrientes que la llevarán en distintas direcciones. Seguirá alimentando su existencia de necesidades muchas veces artificiales creadas hábilmente por la sociedad de consumo. Necesidades que provienen del exterior y no responden ni a sus necesidades reales ni a los anhelos que brotan desde el interior del ser humano. La autonomía propia de cada uno, que tanto se ha anhelado desde los inicios de la modernidad, está terminando asfixiada por una cultura de consumismo que no nos deja ser nosotros mismos.

Vivimos en una «sociedad de sensaciones» donde muchos se quedan sin capacidad para abrirse a experiencias más profundas. Este modo de vivir forma ya parte de su interioridad. Ya no hay espacio ni tiempo para la reflexión personal, para tomar decisiones propias sobre la vida ni para buscar otro sentido más profundo a la existencia. La identidad de las personas queda viciada. Su conducta se hace cada vez más difusa y compulsiva. Por eso, el reconocido sociólogo y filósofo polaco recientemente fallecido, Zygmunt Bauman, ha hablado tanto de «modernidad líquida», «vida líquida», «amor líquido».


2. La huida hacia el ruido


No es fácil vivir el vacío que crea el consumismo y la superficialidad de nuestra sociedad. Es normal entonces que se busquen experiencias que llenen el vacío interior o al menos lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de huida es el ruido: ya hemos generado una sociedad ruidosa y superficial. Vivimos en la «civilización del ruido» (M. de Smedt).

Los medios de comunicación han invadido la sociedad. Hoy vivimos saturados de información, reportajes, noticias, publicidad y reclamos. Nuestra conciencia queda captada por todo y por nada: excitada por toda clase de impresiones y, a la vez, indiferente a casi todo. Los medios nos ofrecen una visión fragmentada, discontinua, detallada y puntual de la realidad que hace muy difícil la posibilidad de una síntesis. Este tipo de información tiende a disolver la fuerza interior de las convicciones, atrayendo a las personas a vivir hacia fuera.

Hemos de destacar, sobre todo, el impacto de la televisión. Ella dicta hoy las convicciones, los centros de interés, los gustos, las conversaciones y las expectativas de las gentes. Lo hace de modo sencillo: produce imágenes y arrincona conceptos, desarrolla el acto de mirar, pero atrofia nuestra capacidad de reflexión, da primacía a lo sensacionalista sobre lo real. Cada vez más la televisión actual busca distraer, impactar y aumentar siempre la audiencia. Introduce en nuestra conciencia información, imágenes y reclamos, anulando nuestra atención a lo interior e impidiéndonos cada vez más vivir nuestra existencia desde sus raíces.

Por otra parte, el desarrollo de la telefonía móvil y de la comunicación informática nos ha introducido de manera acelerada en una nueva cultura donde se impone lo virtual y la multiplicidad de contactos. Desde la perspectiva de mi reflexión, solo apuntaré que el mal uso del acceso a lo virtual y la interacción están creando dependencias cada vez más graves. No son pocas las personas que se van aislando de su entorno real, dispersando su atención en los mil atractivos del mundo virtual. Como es evidente, quien queda absorbido por la dependencia de lo virtual fácilmente descuida la atención a otras dimensiones del ser humano, como la relación amorosa, la vida interior, la responsabilidad o la búsqueda de sentido.

Por último, hemos de hablar directamente del ruido. Poco a poco, el ruido se ha apoderado de las calles y los hogares, de los ambientes y las conciencias. Este es un ruido exterior que contamina el espacio urbano, generando estrés, tensión y nerviosismo: un ruido que es parte integrante de la vida actual, cada vez más alejada del entorno sereno de la naturaleza. Pero hay, además, otro ruido que se busca. La persona superficial no soporta el vacío. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío: palabras, imágenes, música, bullicio… De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior: estar ocupado en algo para no encontrarse con uno mismo.

El ruido está hoy dentro de las personas: en la agitación y la confusión que reinan en su interior, en las prisas y la ansiedad que dominan su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de conflictos, vacíos y contradicciones que no han sido resueltos en el silencio de la conciencia interior. Lejos de buscar ese silencio sanador, lo que hoy se busca es un ruido suave, un sonido agradable que permita vivir sin escuchar el silencio. Es significativo el fenómeno de la «explosión musical» en la sociedad actual. La música se ha convertido en el entorno permanente de no pocos. Se oye música en el trabajo y en el restaurante, en el coche, el autobús o el avión. Mientras se lee, se pasea o se hace deporte. Parece como si el hombre de nuestros días sintiera la necesidad secreta de permanecer fuera de sí mismo, con la conciencia agradablemente anestesiada.


3. Algunos rasgos de la crisis de las personas de hoy


No pretendo hacer un análisis sociológico. Solo tomo nota de algunos rasgos tras los cuales no es difícil percibir la necesidad que no pocos hombres y mujeres de hoy tienen de silencio interior, meditación y espiritualidad.


a) Sin interioridad


El ruido disuelve la interioridad; la superficialidad la anula. Privada de silencio, la persona vive desde fuera, en la corteza de sí misma. Toda su vida se va haciendo exterior. Sin contacto con lo esencial de sí mismo, conectado en todo momento con ese mundo exterior en el que se encuentra instalado, el individuo se resiste a toda llamada interior. Prefiere seguir viviendo una existencia intrascendente donde lo importante es vivir entretenido, funcionar sin alma, continuar anestesiado por dentro.


b) Sin núcleo unificador


El consumismo, el ruido, la superficialidad, las prisas… impiden vivir desde un núcleo interior. La existencia se hace cada vez más inestable y agitada. No es posible la consistencia interior. El individuo no tiene ya metas ni referencias básicas. Su vida se va convirtiendo en un laberinto. Ocupado en mil atractivos que lo arrastran, se mueve y agita sin cesar, pero ignora adónde va. Ya no encuentra un hilo conductor que oriente su vida, una razón profunda que sostenga y dé aliento a su existencia.


c) Indiferente a las grandes cuestiones de la existencia


La sociedad posmoderna tiene cada vez más poder sobre sus miembros. Absorbe a las personas mediante ocupaciones, proyectos y expectativas, pero casi nunca es para elevarlas a una vida más noble y digna. Por lo general, el estilo de vida impuesto socialmente aparta a las personas de lo esencial. El hombre o la mujer de hoy no se interesa por las grandes cuestiones de la existencia. No tiene certezas firmes ni convicciones profundas. Lo importante es organizarse la vida de la manera más placentera posible: disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo. No hay prohibiciones ni terrenos vedados. Todo lo más, no hacer daño a nadie. Por lo demás, es bueno lo que me apetece y malo lo que me disgusta. Eso es todo. No hacen falta objetivos ni ideales más nobles. Lo decisivo es pasarlo bien.

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