Jesús, Maestro interior 6

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Jesús, Maestro interior 6
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OBSERVACIONES ÚTILES
PARA PRACTICAR LA LECTURA ORANTE
DEL EVANGELIO

1. Nota. Conviene que todos los que desean practicar la «lectura orante del Evangelio» lean detenidamente la presentación que hago de esta práctica en el volumen 1 de esta obra, capítulo 10 (pp. 121-135). Esto les ayudará a entender y practicar desde el comienzo la lectura orante del Evangelio, inspirada en la tradición de la lectio divina.

2. Advertencia importante. Quien realiza la lectura orante del Evangelio no ha de olvidar nunca que todas las orientaciones y sugerencias que encuentre en este libro no han de sustituir o suplantar su propia actividad personal. Esto quiere decir que cada persona ha de decidir cuánto tiempo le dedicará a cada texto evangélico y a cada momento (lectura, oración…). Será también cada cual quien vea qué sugerencias le ayudan o cuáles deja de lado a la hora de meditar, orar… Esta responsabilidad personal es decisiva para una lectura eficaz del Evangelio.

3. Ritmo semanal. Dado el estilo de vida actual y las dificultades que tenemos para encontrar un tiempo de recogimiento y silencio, esta propuesta está pensada para dedicar a cada texto evangélico una semana, de tal manera que cada persona pueda encontrar los días y los momentos más adecuados para hacer su lectura orante.

4. Antes de iniciar la sesión. Al comenzar la sesión y antes de iniciar la lectura del Evangelio, cada cual se preocupará de recogerse. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… despacio… sin forzar. Vamos acallando nuestro ruido interior. Tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: «Voy a escuchar a Jesús; Dios me va a hablar por medio de él, ¿qué escucharé en estos momentos de mi vida?». Podemos repetir dos o más veces alguna invocación: «Jesús está en mí», «Tú me miras con amor», «Tus palabras son espíritu y vida», «Señor, muéstrame al Padre»… Es bueno que cada cual aprenda a recogerse y a hacer silencio de manera personal y creativa. Esta breve pausa para disponer nuestro corazón puede cambiar profundamente nuestro acercamiento al Evangelio.

5. Lectura del texto evangélico señalado. Si es necesario, lo podemos leer más de una vez. Leemos el texto muy despacio. No tenemos prisa alguna. Lo importante es captar bien lo que el texto nos quiere comunicar. Si lo leemos despacio, muchas palabras que hemos escuchado tantas veces de forma rutinaria empezarán a tocar nuestro corazón. Después de leer el texto, se puede también leer el comentario que ofrezco para captar mejor lo que dice el autor.

En cualquier caso, hemos de fijarnos en las «palabras» que más nos llaman la atención. Pero, sobre todo, centramos nuestra atención en Jesús. Tenemos que captar bien qué es lo que dice y qué es lo que hace. Hemos de grabar en nosotros sus palabras y sus gestos. Poco a poco iremos descubriendo el estilo de vivir de Jesús. Y poco a poco iremos aprendiendo de él a vivir como él.

6. La meditación. No basta con entender bien el texto escrito por el evangelista. Esa lectura es todavía algo exterior que puede quedar solo en nuestra mente. Ahora, en la meditación, nos disponemos a escuchar interiormente el mensaje que nos llega de Jesús, nuestro Maestro interior. Lo hacemos repitiendo y saboreando las palabras y los gestos de Jesús; escucharemos de él llamadas, verdades que nos dan luz, caminos nuevos que nos atraen hacia él…

En el libro se ofrecen diversas sugerencias para escuchar interiormente el mensaje que nos llega de sus palabras o sus gestos. Cada cual puede seleccionar las que le ayuden a escuchar mejor lo que Jesús le comunica a él personalmente.

7. La oración. Hasta ahora hemos estado escuchando el Evangelio y acogiendo y meditando el mensaje de Jesús, nuestro Maestro interior. En este momento le respondemos. Lo hacemos desde nuestro corazón. Nuestro agradecimiento despertará en nosotros un diálogo sencillo con Jesús. Esta oración puede ser de gran variedad: agradecimiento por la luz que hemos recibido, invocación para que reavive nuestra fe, deseo sincero de caminar por los caminos concretos que se nos van abriendo, decisión de seguir liberándonos de nuestro falso ego…

En el libro se ofrecen sugerencias para despertar esta oración dirigida a Jesús, pero cada persona ha de ver si le ayudan a mantener con Jesús un diálogo sincero, auténtico, nacido desde su propio corazón.

8. La contemplación. De esta oración agradecida vamos pasando de forma casi natural a lo que la tradición llama «contemplación», es decir, una oración de quietud y descanso solo en Dios. A esta contemplación nos vamos acercando cuando vamos acallando todos nuestros ruidos y permanecemos en silencio interior, descansando en el misterio del amor insondable de Dios.

Esta contemplación no es algo reservado a personas selectas. No hemos de preocuparnos de si hemos llegado o no a una oración realmente contemplativa. Si nos distraemos, volvemos con paciencia a recogernos. En el libro se ofrecen algunas breves invocaciones, tomadas de los salmos, para disponer nuestro corazón a un silencio contemplativo.

9. El compromiso. La lectura orante del Evangelio no termina en la contemplación, sino en nuestra vida concreta de cada día, pues el verdadero criterio de nuestro encuentro con Jesús, nuestro Maestro interior, y con Dios es la conversión práctica. A lo largo de nuestro recorrido, la lectura orante del Evangelio nos invitará de manera permanente a tomar decisiones para renovar interiormente diversos aspectos de nuestra vida cristiana.

Esta renovación interior se concretará, sobre todo, en una doble dirección: aprender a vivir específicamente la espiritualidad de Jesús en estos tiempos de crisis y, en consecuencia, aprender a vivir abriendo caminos concretos al proyecto humanizador del Padre: lo que Jesús llamaba el «reino de Dios». Las sugerencias que ofrece este libro solo tienen la finalidad de recordarnos a todos la invitación a concretar y revisar nuestros compromisos personales. Así evitaremos practicar una lectura del Evangelio vacía de verdadera conversión.

10. Las sugerencias que aparecen al final de cada tema sobre plegarias para pronunciar juntos o información de cantos, aunque pueden servir para todos, son para ser utilizadas más precisamente en las sesiones que se realizan en grupo en parroquias, monasterios o casas de ejercicios.

ENCUENTRO EN GRUPO

1. Antes del encuentro

1. Preparar y cuidar el lugar

– Oratorio

– Capilla en algunas parroquias

– Monasterio

2. Ambientar con algún signo, si parece oportuno

– Biblia

– Icono

– Cirio encendido

3. Música suave, si parece oportuno

4. Asientos cómodos

5. Entrar y sentarse en silencio


2. Rasgos del encuentro

1. Conducido por un guía

2. Duración: en torno a una hora

3. Texto evangélico: trabajado en el propio hogar

4. En silencio: solo interrumpido para cantar o pronunciar alguna oración


3. Guion del encuentro

1. Preparación inicial

– Canto de entrada

– Invitación (guía)

– Breve silencio

2. Proclamación del Evangelio (el tiempo oportuno)

– Breve invitación (guía)

– Proclamación del texto por un participante

– Silencio: los participantes pueden leer el texto en su libro

– Canto

3. Meditación del Evangelio y diálogo con Jesús (15 minutos)

– Invitación (guía)

– Silencio

4. Compartir la experiencia que hemos vivido al hacer la lectura orante del texto (el tiempo oportuno)

5. Despedida

– Canto o plegaria

– Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)

– Abrazo de paz

SUGERENCIAS PARA EL GUÍA

Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.


1. Sugerencias para el inicio del encuentro

1. Primeras palabras:

– Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.

– Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.

– Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.

2. Repetir:

– Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).

– Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).

3. Repetir estas u otras frases:

– Jesús, tú me miras con amor.

– Me quieres como soy.

– Me amas con ternura.

– Te siento cerca.

– Necesito tu ayuda.

– Me das paz.


2. Al proclamar el Evangelio:

– Tus palabras son espíritu y vida.

– Tú tienes palabras de vida eterna.

– Maestro, ¿dónde vives?

– Señor, que se me abra mi corazón.


3. Al iniciar la meditación del Evangelio:

– Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.

– Hágase en mí según tu palabra.

– Señor, si quieres, puedes limpiarme.

– Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.

– Maestro, que vuelva a ver.

– Ten compasión de mí, que soy pecador.

 

– Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.


4. Acción de gracias al final del encuentro:

– Es bueno dar gracias al Señor.

– Dios mío, te daré gracias por siempre.

– Damos gracias al Señor, porque es bueno.

– Te damos gracias, porque nos has escuchado.

– Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.

– El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.

PRESENTACIÓN

En el volumen quinto hemos centrado nuestra lectura orante en el proyecto humanizador del reino de Dios. Este proyecto es de gran importancia para tomar conciencia de nuestra tarea humanizadora en la sociedad posmoderna de nuestros días. Antes que nada, hemos escuchado a Jesús, que nos anuncia también a los cristianos de hoy la Buena Noticia de que el reino de Dios está llegando; a continuación hemos considerado algunos rasgos importantes del reino de Dios y hemos profundizado en la oración que Jesús nos dejó en herencia para pedir al Padre «venga a nosotros tu reino» (capítulo 12). Luego hemos escuchado la «parábola del sembrador» en la que Jesús nos enseña a acoger el reino de Dios y también a sembrarlo como él; finalmente, hemos escuchado la llamada de Jesús a colaborar con él en esa tarea con disponibilidad total y sin reservas (capítulo 13).

En este volumen sexto, titulado «Entrar en la dinámica del reino de Dios», vamos a considerar diversos aspectos concretos para aprender a entrar prácticamente en la dinámica del proyecto humanizador del reino de Dios. Abordaremos, en primer lugar, la importancia de «construir una nueva familia humana» (capítulo 14). Para ello ahondaremos en el amor como eje decisivo en esa familia humana, aprendiendo a amar, no de cualquier manera, sino como amaba Jesús (capítulo 15). Luego subrayaremos la importancia de los pequeños en el proyecto del reino de Dios. Terminaremos este capítulo con un texto de gran importancia en el que Jesús afirma que el criterio que decidirá nuestra entrada en el reino de Dios es practicar la misericordia atendiendo a los necesitados que viven sufriendo (capítulo 16).

CAPÍTULO 14

CAMINAR HACIA UNA NUEVA FAMILIA HUMANA
SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO:
EL CORONAVIRUS DESPIERTA EN NOSOTROS LO HUMANO

El brasileño Leonardo Boff, reconocido teólogo de la liberación, se ha convertido en nuestros días en un experto en ecología, un profeta incansable en la lucha contra el cambio climático y un impulsor del cuidado de la Tierra como «casa común» de la familia humana. En un escrito reciente ha trazado con clarividencia las líneas básicas que el coronavirus puede despertar en nosotros para construir una familia más humana.

Antes que nada, el coronavirus nos descubre que somos seres relacionados y, por tanto, todos dependemos unos de otros. «El individualismo, alma de la cultura del capitalismo, es falso y antihumano». Hemos de reaccionar cuanto antes para convertir esta mutua dependencia en una solidaridad cada vez mayor.

El coronavirus nos hace ver también que «somos seres esencialmente de cuidados». Sin cuidarnos unos a otros no podremos sobrevivir. Hemos de cuidar también la naturaleza; de lo contrario, se volverá contra nosotros. Boff nos alerta del riesgo que corremos: «Hemos de cuidar la Madre Tierra para que continúe dándonos todo lo que necesitamos para vivir y para que todavía nos quiera sobre su suelo, a pesar de que, durante siglos, la hemos agredido sin piedad».

Todo esto exige que despertemos en cada uno de nosotros la responsabilidad. Boff insiste en que el coronavirus nos descubre que todos hemos de ser corresponsables, es decir, conscientes de las consecuencias benéficas o dañosas de nuestros actos. La vida y la muerte están en nuestras manos: tanto la vida social como la económica y cultural.

El teólogo brasileño no olvida que el ser humano es espiritual. De ahí la importancia de cultivar una espiritualidad que nos conduzca a hacernos las preguntas últimas sobre el sentido de nuestra vida y nos permita relacionarnos con esa «Energía amorosa y poderosa que impregna todo, el cielo estrellado y nuestra propia vida». Boff afirma que, «cultivando este mundo espiritual, nos sentimos más fuertes, más cuidadores, más amorosos, en fin, más humanos».

Esta reflexión tan sencilla, profunda y actual nos puede ayudar a quienes vivimos la espiritualidad de Jesús a contribuir con responsabilidad a construir una familia más humana, más solidaria y más cuidadosa. Es en lo que ahondaremos en el próximo capítulo, titulado «Caminar hacia una nueva familia humana». En los próximos años tendremos que enfrentarnos a las graves consecuencias que la pandemia dejará entre nosotros. Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a contribuir para encaminarnos todos hacia un mundo más humano. Como nos invita el papa Francisco en su encíclica Laudato si’, «hemos de proteger al hombre de la destrucción de sí mismo».

43

UN NACIMIENTO NUEVO PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS


Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos pausadamente… acallamos el ruido dentro de nosotros… Voy a escuchar a Jesús, mi Maestro interior… Jesús, confío en ti…

Juan 3,1-8

1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. 2 Fue este a Jesús de noche y le dijo:

–Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él.


3 Jesús le respondió:

–En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios.


4 Le dice Nicodemo:

–¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?


5 Respondió Jesús:

–En verdad, en verdad te digo: el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

6 Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu. 7 No te asombres de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo». 8 El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.


Comenzamos este volumen sexto, que se titula «Entrar en la dinámica del reino de Dios», escuchando a Jesús, que nos dice que para entrar en el reino de Dios es necesario un nuevo nacimiento.

LEEMOS

El texto que vamos a leer es parte de un diálogo entre Nicodemo y Jesús. Podemos ordenarlo de este modo: 1) presentación de Nicodemo, un fariseo, miembro del Sanedrín, que busca de noche encontrarse con Jesús; 2) al saludo de Nicodemo, Jesús responde: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios»; 3) Nicodemo responde a Jesús con ironía, haciéndole dos preguntas maliciosas; 4) Jesús insiste: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios»; luego añade algunas explicaciones.

1. Presentación de Nicodemo, un fariseo, miembro del Sanedrín, que busca de noche encontrarse con Jesús (vv. 1-2)

El evangelista comienza su relato haciéndonos la presentación de Nicodemo. Se trata de un hombre que pertenece al sector de los fariseos. Este grupo se distinguía por su adhesión y fidelidad a la Ley de Moisés y a la tradición que se había ido formando entre sus intérpretes. Los fariseos tenían un gran influjo sobre el pueblo por su fama de observantes de la Ley y cumplidores de las obligaciones religiosas. Esperaban y deseaban que llegara cuanto antes el reino de Dios y creían que el cumplimiento fiel de la Ley aceleraría la llegada del Mesías y, con él, el reino de Dios.

Se nos dice que este fariseo es «magistrado judío», es decir, miembro del Sanedrín o Gran Consejo, que, durante la dominación romana, fue la autoridad suprema de los judíos. Al Sanedrín pertenecían los sumos sacerdotes y algunos fariseos como Nicodemo. Al parecer, el grupo fariseo era el más influyente y dominaba a los demás miembros. Nicodemo es, por tanto, un fariseo influyente que pertenece al órgano supremo del gobierno judío. En el diálogo, Nicodemo habla en plural (3,2: «Sabemos»), como si estuviera con Jesús encarnando a los representantes de la Ley.

Nicodemo acude a Jesús de noche. No sabemos bien por qué. Puede ser que algunos maestros de la Ley se acercaran de noche a Jesús para no ser descubiertos, o que el narrador esté aludiendo a la costumbre de estudiar la Ley durante la noche. En cualquier caso, la figura de Nicodemo se nos presenta a los lectores como un hombre que, en medio de las tinieblas, busca la luz en Jesús.

Así se entienden las palabras de Nicodemo, que comienza el diálogo con una especie de saludo muy elogioso para Jesús: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro». Se dirige a Jesús con el título de «Rabbí», que se daba de ordinario a los doctores de la Ley: hemos de saber que los fariseos veían en el Mesías a un maestro y legislador como Moisés. Le habla a Jesús en plural, en nombre de su grupo, y le expone la idea que se han hecho de él: «Sabemos que has venido de Dios como maestro». Nicodemo ve en Jesús un maestro excepcional, pues los fariseos llamaban así al que mostraba el camino hacia Dios. Añade además la razón por la que cree que ha venido de Dios: «Pues nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él». Nicodemo reconoce que la misión excepcional de Jesús como maestro viene de Dios, pero además ve que Dios lo está acompañando en su actuación, pues los «signos» que Jesús realiza nadie puede hacerlos si Dios no está con él.

2. Al saludo de Nicodemo responde Jesús:

«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios» (v. 3)

Jesús responde al saludo de Nicodemo planteando el tema del que quiere hablar con él. Lo hace dando a sus palabras un carácter rotundo y solemne: «En verdad, en verdad te digo». Es lo que corresponde a la autoridad de «maestro» que le ha atribuido Nicodemo. Jesús le dice: «El que no nazca de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios». El reino de Dios no es tan fácil de percibir. El que no haya nacido de nuevo no puede hacerse una idea de lo que es. Es necesario comenzar una experiencia nueva de la vida. Un nuevo comienzo. No es suficiente la «conversión», término que no emplea el evangelista por considerarlo inadecuado.

El término «vislumbrar» significa entrever, atisbar. Si uno no vive un cambio por el que deja atrás su pasado, no se hará una idea de lo que es y significa realmente el reino de Dios. No percibirá en qué consiste la verdadera realidad de ese proyecto humanizador del Padre que Jesús llamaba «reino de Dios». Nacer de nuevo significa nuevo comienzo, superación del pasado, experiencia nueva de la vida.

El término griego que emplea el evangelista para hablar de ese nacimiento significa, al mismo tiempo, «de nuevo» y «de arriba». Al parecer, es algo intencionado. Los fariseos entendían y vivían la espera del reino de Dios partiendo del cumplimiento perfecto y estricto de la Ley. Pero la Ley es «de abajo», de la tierra, esfuerzo de los hombres: no es fuente de vida nueva. La Ley por sí sola no conduce al conocimiento del reino de Dios ni es un medio para alcanzarlo. Según Jesús, la esperanza de entrar en la dinámica del reino de Dios apoyándonos en el cumplimiento de la Ley no es correcta. El reino de Dios viene «de arriba», de Dios, y es fruto de la acción del Espíritu, como dirá Jesús enseguida.

3. Nicodemo responde a Jesús con ironía, haciéndole dos preguntas maliciosas: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?, ¿puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (v. 4)

Nicodemo responde a Jesús mostrando su escepticismo ante lo que acaba de decir. De los dos sentidos que puede tener el término griego, Nicodemo lo entiende como «nacer de nuevo», no «nacer de arriba». Por eso hace a Jesús dos preguntas. En la primera afirma que lo que Jesús dice no es posible. ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? Es ilusorio pretender comenzar de nuevo la vida. Nicodemo excluye así la posibilidad del cambio radical. En la segunda pregunta propone con ironía una solución absurda: habría que volver al seno materno para nacer de nuevo, y esto es absolutamente imposible. La discrepancia es evidente. Nicodemo concibe el cambio propuesto por Jesús como resultado de su propio esfuerzo. Jesús, por el contrario, entiende el nuevo nacimiento no como resultado del esfuerzo humano, sino como una acción de Dios.

 

4. Jesús insiste: «En verdad, en verdad te digo:

el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios». Luego sigue dando más explicaciones (vv. 5-8)

«El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (v. 5). Ante el rechazo de Nicodemo, Jesús hace una segunda declaración para reforzar lo que ha dicho y añadir algunas explicaciones. Pero esta vez no habla de «nacer de nuevo», sino que emplea otra expresión: «nacer del agua y del Espíritu». Sin embargo, en adelante solo hablará de «nacer del Espíritu», sin mencionar ya el agua. Algunos autores piensan que la palabra «agua» fue añadida posteriormente, pero no se ha encontrado ningún manuscrito que apoye esa tesis. Otros hablan del «agua del bautismo», pero es muy difícil pensar que Jesús hablara a Nicodemo del bautismo cristiano. Es más probable que el evangelista esté pensando en la profecía de Ezequiel, que pone en boca de Dios estas palabras: «Derramaré sobre vosotros un agua pura y quedaréis purificados […] infundiré en vosotros un espíritu nuevo, arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros» (Ezequiel 36,25-27).

Es el Espíritu de Dios el que nos hace nacer a una vida nueva, y solo el que ha nacido de ese Espíritu puede entrar en el reino de Dios. No basta con la observancia escrupulosa de la Ley. Hace falta un nuevo principio de vida, y esto lo recibiremos de Dios, que actúa en nosotros por su Espíritu. Juan ya había hablado en el prólogo de su evangelio de «nacer de Dios» (Juan 1,13) y había hecho ver la diferencia entre Moisés y Jesús: «La Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos ha llegado por Jesucristo» (Juan 1,17).

Jesús ya no habla de «vislumbrar el reino de Dios». Dice que el reino de Dios es un ámbito en el que hay que «entrar». Este nuevo nacimiento por la acción del Espíritu en nosotros es un cambio radical, una nueva identidad, el camino que nos permite «entrar en el reino de Dios». Esto significa adherirnos y vincularnos de modo estable a Jesús, en quien Dios se hace presente para llevar a cabo su proyecto humanizador hasta su plenitud. «El reino, como piensa Jesús, se hace presente en la historia y es visible en la nueva comunidad humana creada por el dinamismo del Espíritu, fuerza vital que se recibe de Jesús y participación del amor del Padre» (Juan Mateos y Juan Barreto).

«Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu» (v. 6). Jesús continúa explicando de manera sencilla el sentido de su frase. Hay dos principios de vida que son diferentes: la carne y el Espíritu. Cada uno transmite la vida que posee. La carne transmite carne, es decir, el ser humano débil, inacabado, mortal. El Espíritu transmite la fuerza vital de Dios, el hombre acabado. Los seres humanos, nacidos de la carne, hemos de renacer del Espíritu para alcanzar la plenitud. Por tanto, tenemos dos posibilidades. Si nacemos del Espíritu, podremos vivir la espiritualidad de Jesús, entrar en la dinámica del reino de Dios y realizar su proyecto humanizador. Por el contrario, si no escuchamos la invitación de Jesús y no nacemos del Espíritu de Dios, quedaremos encerrados en nuestra carne, es decir, en una existencia inacabada, sin entrar en la dinámica del reino de Dios.

«No te sorprenda que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”» (v. 7). Jesús no quiere ayudar solo a Nicodemo, sino al grupo de fariseos al que parece representar. Por eso le habla en plural: «Tenéis que nacer de nuevo y de arriba». Los fariseos tienen que aprender que no es suficiente el cumplimiento de la Ley para entrar en la dinámica del reino de Dios. Es necesario un cambio radical. Nacer de nuevo y nacer de arriba. Nacer del Espíritu de Dios.

«El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (v. 8). Jesús explica a Nicodemo que el Espíritu de Dios, que actúa para que los seres humanos entren en la dinámica del reino de Dios, no conoce fronteras. Es «un viento que sopla donde quiere». El Espíritu de Dios no se limita a actuar solo en un lugar como Israel, en un pueblo como el judío o en una tradición como la del grupo fariseo. El Espíritu de Dios es libre, no está ligado a nada. Diferentes intérpretes creen que en estas frases de Jesús se reflejan las tensiones y polémicas de las comunidades cristianas con las sinagogas en el tiempo en que Juan está escribiendo su evangelio.

MEDITAMOS

Hemos leído el diálogo entre Jesús y Nicodemo, que nos invita a nacer de nuevo y dejar que el Espíritu de Dios nos conduzca a entrar en la dinámica del proyecto humanizador del reino de Dios. Vamos a meditar ahora este diálogo para escuchar lo que Jesús, nuestro Maestro interior, nos quiere comunicar a cada uno de nosotros.

1. Presentación de Nicodemo, un fariseo, miembro del Sanedrín, que busca de noche encontrarse con Jesús (vv. 1-2)

Observo despacio la actuación de Nicodemo, que busca de noche encontrarse con Jesús…

– ¿Me he encontrado con Jesús…? ¿Hay todavía en mi interior oscuridad… dudas… resistencias…?

– ¿Estoy buscando con sinceridad encontrarme con Jesús…? ¿Busco conocerlo mejor… dejarme atraer por él… vivir con su espíritu…?

2. Jesús responde a Nicodemo: «El que no nazca de nuevo no puede vislumbrar el reino de Dios» (v. 3)

Repito… escucho… y acojo en mi interior estas palabras que ahora Jesús me dirige a mí con amor…

– ¿Necesito un «nacimiento nuevo»… un nuevo comienzo… una experiencia nueva?

– ¿Deseo conocer bien el proyecto del reino de Dios… y el cambio radical que significaría en mi vida…?

3. Nicodemo responde a Jesús con escepticismo: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?» (v. 4)

Escucho bien las palabras de Nicodemo… y tomo conciencia de su escepticismo…

– ¿Pienso que es posible un cambio radical en mi vida…? ¿Creo que es tarde para cambiar…?

– ¿Quiero vivir siempre como vivo actualmente…? ¿Sin cambiar ningún aspecto de mi vida…?

4. Jesús responde a Nicodemo: «El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (v. 5)

Escucho estas palabras de Jesús… y las dejo penetrar en mi interior…

– ¿Quiero entrar en la dinámica del reino de Dios…? ¿Quiero colaborar… en el proyecto humanizador del Padre…?

– ¿Estoy atento a las llamadas que me llegan de diversas maneras… del Espíritu de Dios?…

ORAMOS

Hemos meditado el diálogo de Jesús con Nicodemo escuchando las llamadas que Jesús nos hace a cada uno. Nos disponemos ahora a dialogar con él: ¿qué brota de mi corazón? Algunas sugerencias para quienes deseen un punto de partida.

– Jesús, no sé si yo estoy buscando de verdad encontrarme contigo… pero siento que tú sí me estás buscando a mí… Jesús, no sé cómo agradecerte…

– Jesús, tú me conoces como soy… Siento que necesito un cambio grande en mi vida… un nuevo comienzo… Pero no soy capaz de tomar una decisión firme… Jesús, aumenta mi confianza en ti…

– Jesús, a veces creo que es tarde para que yo cambie mucho… Son tantos años sin vivir desde dentro… sin escucharte… sin hablar contigo… Jesús, te necesito más que nunca…

– Jesús, me siento triste cuando pienso que ya no cambiaré mucho… Aunque no nazca de nuevo nunca… atráeme hacia el reino de Dios… Jesús, ten misericordia de mí…

– Jesús, tú sabes que siempre he querido hacer el bien a todos… Aunque no nazca de nuevo… ayúdame a hacer el bien allí donde me haga presente…

CONTEMPLAMOS

Hemos escuchado la llamada de Jesús, que nos invita a nacer de nuevo del Espíritu de Dios. Vamos a permanecer en silencio acogiendo a Dios, que puede ir transformando nuestra vida. Algunas palabras tomadas de los Salmos para preparar nuestro corazón.

– El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo 26,1).

– Dios mío, tú alumbras mis tinieblas (Salmo 17,29).

– Tú no abandonas a los que te buscan (Salmo 9,11).

COMPROMISO

– Concreto mi compromiso para toda la semana.

– Tomo una decisión para un tiempo definido.

– Reviso el compromiso tomado con anterioridad.

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