Loe raamatut: «El manual de convivencia y la prevención del bullying», lehekülg 2

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De igual manera, hace parte de esta categoría de los problemas de convivencia la violencia pasiva, un tipo de agresión en la que si bien no hay acción directa ni probablemente física para dañar al otro o al medio, sí existe una forma más bien larvada o soterrada de manipular, amenazar, someter, intimidar o atacar, que generalmente va acompañada de una posición pasiva e involucra generalmente una manipulación emocional.

Estas son algunas de las formas de agresión que afectan la convivencia escolar y deterioran el clima escolar, tanto en el aula de clase como en la institución en general, y que deben ser atendidas en los procesos de gestión de la convivencia para minimizar el daño que causan.

Otras formas de disrupción o indisciplina en el ámbito escolar

Existen asimismo otras formas de daño de la convivencia que afectan el clima escolar. Dichas formas son:

— El bullying o la intimidación escolar, consiste en una forma de agresión repetida y sostenida en el tiempo que ejerce un estudiante (el agresor) sobre otro (la víctima) ante la mirada de sus compañeros (los espectadores), con el fin de someterlo y ejercer poder sobre él, impidiendo que la víctima genere estrategias o acciones que le permitan liberarse de dicho sometimiento. Este tipo de agresión puede ir desde el daño físico hasta el psicológico. Dada la relevancia y gravedad de esta forma de violencia y su incidencia en el deterioro del clima escolar, además de la intencionalidad del presente texto, esta será abordada en un capítulo independiente.

— Los daños materiales y físicos que generalmente rayan con el vandalismo y la destrucción del medio, ya sea escolar, de la ciudad misma o de las personas, y que consisten, entre otras cosas, en: ruptura de objetos o destrucción de la propiedad pública o privada, realización de “pintas” o grafitis en las paredes y los muros, el robo de enseres o partes del mobiliario, ya sea de la institución educativa o de la ciudad, y en general, todo tipo de acciones destructivas que atentan contra lo material.

— La violencia física, un tipo de agresión de alta intensidad que involucra golpes, riñas, daño a la integridad física del otro, ya sea con golpes o con algún tipo de objeto o de arma, conflictos entre grupos o pandillas, enfrentamientos y todo tipo de acciones en las que se hace uso inadecuado de la fuerza para generar violencia. Este tipo de acciones generalmente se inscriben en la categoría de los delitos en el ámbito jurídico.

— El consumo de sustancias prohibidas o dañinas para el ser humano, tales como las psicoactivas, las medicinas controladas, el alcohol, el cigarrillo o cualquier otro tipo de sustancia que atente contra la integridad y la salud del ser humano.

La violencia institucionalizada en la escuela

Cuando se habla de violencia en la escuela casi siempre se hace referencia a las agresiones y actos violentos que se suscitan entre los estudiantes y sus compañeros, y si bien es uno de los problemas más serios de la convivencia, también hay otro tipo de violencia o agresión que se da entre la institución o sus profesores, y los estudiantes. Este es un tipo de violencia del cual casi no se hacen estudios o indagaciones, porque parece estar legitimado o normalizado por el sistema mismo. Se podría hablar entonces de un tipo de violencia institucionalizada.

Es evidente que la violencia institucionalizada no existe por deliberación y perversa decisión de los directivos, los profesores o de cualquier otra instancia o estamento de la institución. Existe porque ella está asociada, entre otras cosas, a las maneras de ser y proceder de los directivos y profesores, o a criterios y patrones de comportamiento que previamente se han determinado como fundamentales en los procesos formativos, o porque se tiene un concepto de autoridad que raya en el autoritarismo y la represión contra toda forma de proceder y actuar de los estudiantes.

En las instituciones educativas se generan procesos y procedimientos de actuación que en sí son violentos o agresivos para los estudiantes, ya que buscan amedrentarlos y someterlos a las formas de proceder con anterioridad definidas. En ocasiones estas formas larvadas de agresión o violencia adquieren el tinte conocido como de violencia pasiva o violencia soterrada, que termina por aceptarse como “normal” o como una manera adecuada de proceder. Generalmente este tipo de violencias es generado por parte del personal directivo, de los profesores o del personal de apoyo contra los estudiantes y, en algunos casos, contra los padres de familia. Algunas de las manifestaciones más comunes de ella son:

— La agresión pasiva. Se configura cuando quien detenta un poder en el aula o en la institución escolar emplea un lenguaje irónico, descalificador, manipulador de los sentimientos y emociones de los otros, hace chantaje emocional, o en últimas, manipula al otro mediante expresiones intimidatorias, buscando su sometimiento u obediencia. Este tipo de violencia es casi siempre verbal, no emplea la agresión física, y se queda generalmente en el plano de las expresiones.

Dicho comportamiento es violencia, porque somete, intimida y paraliza al otro, coartando su libertad y autonomía, llevándolo a la pérdida de la autodeterminación y haciendo que actúe más por miedo y coerción que por libre determinación. Emplea como motor de manipulación la fuerza psicológica o la emocional, que utiliza para coartar y someter al otro.

— Las sanciones evaluativas. Este tipo de violencia larvada tiene que ver con las actuaciones de un docente que utiliza los quices, las previas, las tareas y los exámenes sorpresa como medio de control, sometimiento o manejo de la disciplina y que buscan intimidar y mantener al estudiante “bajo control”. Se presenta generalmente cuando el docente es incapaz de controlar al grupo o tener un manejo adecuado de él.

Este tipo de violencia generalmente se sustenta en argumentos cercanos a la exigencia académica, a la necesidad de mantener el control, y generalmente, a todo tipo de argumentos de orden académico, pero en definitiva ocultan un docente poco diestro en el manejo de los estudiantes, temeroso, intimidado por estos, con necesidad de mantener el orden y la compostura en el grupo, que lo lleva a agredirlos y someterlos con la herramienta de la cual dispone de manera inmediata, pero además cobijada con una “buena causa”: la exigencia académica.

— El autoritarismo. Muchos directivos o profesores de las instituciones educativas piensan que frente a los niños o a los adolescentes se debe actuar con autoridad, de tal manera que consideran que la mejor manera de proceder es siendo impositivo, exigente, no negociando, y sobre todo, definiendo todo desde las estructuras más centrales de la institución, sin dar cabida al debate, al disenso o a la controversia.

Suele suceder que los profesores confundan detentar una legítima autoridad con autoritarismo, en tanto siempre están prevenidos ante los posibles “retos” que los estudiantes o adolescentes les plantean y que, a juicio suyo, minan su autoridad. Ante esta situación, muchos docentes o directivos optan por asumir posiciones dogmáticas, no permiten que se cuestionen sus decisiones, no admiten ningún tipo de controversia y todo lo definen, todo lo controlan.

Rápidamente el autoritarismo empieza a ser un tipo de violencia pasiva, la que si bien no golpea físicamente, sí maltrata la autoestima de los estudiantes, les impide autoconstruirse, los paraliza en la acción y les impide que encuentren maneras propias y adecuadas de solución de los problemas y de las situaciones que diariamente acontecen en el trajinar de la vida escolar.

— Ignorar los problemas de convivencia. En un gran número de instituciones educativas los directivos, pero especialmente los profesores, ignoran deliberadamente los casos de agresividad, violencia no física, intimidación y demás problemas de convivencia. Generalmente esto ocurre porque los profesores tienden a minimizar los comportamientos disruptivos que ocurren en la cotidianidad, ya sea porque los consideran banales y juzgan que no son situaciones graves, o porque quieren ahorrarse problemas o no desgastarse con los estudiantes interviniendo en cada situación problemática.

Este tipo de comportamientos de los directivos o de los profesores rápidamente genera un ambiente de permisividad en la institución y los estudiantes aprenden también, muy rápido, qué tipo de cosas son ignoradas por los directivos y profesores, y por lo mismo, que se pueden hacer sin temor a recibir una reconvención o sanción.

Es un tipo de violencia institucionalizada porque los estudiantes aprenden que la institución permite comportamientos que pueden ir en contra de los estudiantes por ser violentos emocionalmente, y en definitiva, llegar a ser de un nivel de agresividad alto.

— Las decisiones arbitrarias. Este tipo de violencia generalmente va de la mano del autoritarismo y tiene que ver con las decisiones que los directivos o los profesores toman frente a sus estudiantes sin tener un soporte normativo ni de hechos reales, y que tienden a someter la rebeldía de los estudiantes; no hay razones ni argumentos que las justifiquen y únicamente se sustentan en la autoridad que se detenta.

Generalmente los estudiantes, especialmente los adolescentes, quieren saber las razones de una decisión. Nada hay más agresivo para aquellos que responderles “porque yo lo he decidido así”, puesto que es inherente a su condición el cuestionar, saber las razones, participar en la toma de decisiones, ser escuchados, disentir.

Es un comportamiento violento puesto que busca lo mismo que el autoritarismo: sojuzgar al estudiante, impedir su disenso, coartar su libre expresión, y en últimas, imponer el sometimiento revestido de respeto a la autoridad.

— El castigo. Es una estrategia de control que, como muchas de las enunciadas en este apartado, busca la sujeción del estudiante al control y la decisión de los adultos por medio de una estrategia totalmente punitiva, que busca intimidar y obtener la obediencia del castigado.

Como se verá en otro apartado de este texto, una cosa es sancionar o dejar que las consecuencias naturales de las acciones de los estudiantes sigan su curso normal, y otra es castigar para abatir y minar la autoestima de los estudiantes. Claramente el castigo se inscribe en esta segunda línea y genera en los estudiantes consecuencias devastadoras, asociadas con la humillación, la rabia, el resentimiento y la impotencia que experimentan frente a lo que deciden los adultos que los forman.

— Las presiones académicas. Si bien el sentido de una institución educativa es justamente la formación, en muchas instituciones lo académico tiende a convertirse en un fin en sí mismo, especialmente cuando se apuesta por ocupar los primeros lugares en los rankings de colegios. Tal propósito genera presiones muy fuertes para que los estudiantes obtengan buenos resultados, además de que en muchas ocasiones se los somete a entrenamientos en pruebas objetivas y simulacros, llegando a descalificar, hacer sentir mal y hasta excluir de la institución a quienes obtienen los resultados más bajos.

Este es un tipo de violencia porque, con un fin altruista como lo es la obtención de buenos resultados, se atropella a los estudiantes, se los somete a extenuantes jornadas de entrenamiento, se les aumenta la presión y se genera un clima de zozobra y de incertidumbre que se revierte en estrés y fobia escolar.

— Las actitudes psicológicas. En ocasiones los profesores o directivos de las instituciones educativas asumen posiciones de orden psicológico que se traducen en discriminación hacia los estudiantes, ya sea porque estos poseen habilidades especiales, porque tienen comportamientos distintos a los normales de los estudiantes de su edad, o porque carecen de las habilidades que el promedio de los estudiantes despliegan.

Este tipo de actitudes se constituyen en violencia institucionalizada en tanto son detentadas por los profesores o los directivos pero de todas maneras se dirigen en contra de los alumnos, quienes generalmente se hallan en estado de indefensión frente a las autoridades escolares. Por el daño que estas actitudes causan en la autoestima de los menores, en ocasiones terminan lesionando gravemente su integridad emocional.

— La negligencia académica del profesor. Es evidente que los profesores son modelos de excelencia académica para sus estudiantes. En este sentido, cuando un docente es negligente, es decir, no se actualiza permanentemente en su campo de experticia, no prepara sus clases, no enseña con calidad, no enseña todo lo que debe enseñar, deja temas o aspectos curriculares importantes sin abordar en sus clases, realiza sesiones de clase de muy baja calidad o repetitivas, sin tener en cuenta las necesidades, expectativas y búsquedas de sus estudiantes, entre otros muchos aspectos, genera un tipo de violencia pasiva contra sus estudiantes.

Es violencia ya que engaña y lastima los procesos académicos y formativos de los estudiantes, de tal manera que no pueden desarrollar su potencial, son engañados y en últimas, desde lo institucional, desde lo estructural, se deja pasar esta situación y no se toman las medidas o las estrategias para remediarla.

Si bien, estas son algunas de las manifestaciones que adquiere la violencia institucionalizada, y no se abarca ni se explora todo lo que podría caer bajo esta categoría, de todas maneras el enunciarlas y saber que existen, pero no darles solución, se constituye en un “caldo de cultivo” para otros tipos de problemas de convivencia, tales como el bullying.

No es el propósito de este texto abordar dicha problemática en toda su complejidad, pero bien vale la pena hacer este breve enunciado que llame la atención sobre elementos y aspectos que crean condiciones y modifican la cultura institucional al punto de hacer posible, e incluso, incentivar el bullying.

2. La gestión de convivencia

La gestión de la convivencia es una de las responsabilidades del directivo en una institución educativa. Normalmente se habla de otro tipo de gestiones, tales como la directiva, la de calidad, la académica, pero no de la de convivencia. Esta gestión requiere de una disposición, unas habilidades y unas competencias especiales por parte del directivo, que en la perspectiva de lo planteado en este texto, requiere de un abordaje especial.

Definición e implicaciones de la gestión de convivencia

Uno de los principios básicos de la gestión de la convivencia es el reconocimiento del valor de las personas en la organización. De acuerdo con ello, el tema central de la gestión, según Casassus (2000), “es la comprensión e interpretación de los procesos de la acción humana en una organización”, de ahí que el esfuerzo de los directivos se oriente a la movilización de las personas hacia el logro de los objetivos misionales.

La gestión es considerada como el conjunto de servicios que prestan las personas dentro de las organizaciones, situación que lleva al reconocimiento de los sujetos y a diferenciar las actividades eminentemente humanas del resto de actividades, donde el componente humano no tiene esa connotación de importancia. Lo anterior permite inferir que el modelo de gestión retoma y resignifica el papel del sujeto en las organizaciones, proporciona una perspectiva social y cultural de la administración mediante el establecimiento de compromisos de participación del colectivo y de construcción de metas comunes, lo cual exige al directivo docente responsabilidad, compromiso y liderazgo en su acción.

La gestión de convivencia busca, fundamentalmente, disponer todos los elementos con los cuales una institución educativa cuenta para organizar y ejecutar las tareas propias que aseguren la formación de los estudiantes en el ámbito de la convivencia, incluyendo la prevención de comportamientos y conductas disruptivas, a la par que busca la ejecución de los procedimientos contenidos en el PEI y en el Manual de Convivencia para la formación ética y moral, la formación ciudadana, la convivencia pacífica, la resolución pacífica de los conflictos, la prevención de la violencia y la maduración e integración afectiva de los estudiantes, entre otros aspectos.

Entendida la gestión de convivencia de esta manera, de ella se deduce una serie de implicaciones para su comprensión que bien vale la pena explicitar.

La primera acción que ella implica es justamente disponer los elementos de una institución educativa. Esta acción supone que el directivo conoce con propiedad esos elementos, los maneja y sabe organizarlos convenientemente para que funcionen integradamente en la organización escolar. Pero además, es preciso tener en cuenta que cuando se habla de elementos se hace referencia a procedimientos, procesos, instancias, niveles de la estructura organizacional y aun los directivos que se encargan de la convivencia.

La segunda acción es organizar y ejecutar las tareas para la formación de los estudiantes, lo cual implica disponer todos los procedimientos para poder llevar a la práctica, de manera eficiente y efectiva, la formación de los estudiantes en determinados aspectos que previamente se hayan definido, ya sea en las políticas públicas o en los lineamientos y el horizonte institucional propio de cada organización escolar.

La meta fundamental de la gestión de la convivencia es la creación y ejecución de estrategias y procedimientos que hagan posible la formación de los estudiantes en la convivencia para la prevención de los comportamientos y conductas disruptivas, además del manejo adecuado de la disciplina y la aplicación de las normas y procedimientos contenidos en el Manual de Convivencia para hacer posible la vida en comunidad. En síntesis, todo lo que tiene que ver con los procesos, los procedimientos y las estrategias necesarias y pertinentes para hacer posible no solo la vida en comunidad, sino la formación ciudadana, social, ética y política de los estudiantes.

Como ya se ha afirmado, los procesos educacionales y de desarrollo cognitivo y académico ocurren convenientemente si hay un ambiente que los haga posibles. La gestión de la convivencia busca que dicho desarrollo cognitivo y académico, así como el humano, ocurran adecuadamente.

La gestión de la convivencia “echa mano” de, o trabaja con, una serie de procedimientos contenidos en el PEI y el Manual de Convivencia. En efecto, los principios y lineamientos formativos consignados en el horizonte institucional que contiene el PEI, así como los principios, procedimientos y criterios derivados de dichos lineamientos y principios, que están consignados en el Manual de Convivencia, son el referente obligado de todas las actuaciones de un gestor de convivencia, puesto que es justamente en ellos en los que apoya sus decisiones para llevarlos a la práctica, hacerlos visibles en el día a día de la institución.

La gestión de la convivencia solo tiene sentido en el contexto de los procesos formativos que la institución educativa busca, cuyo principal aspectos o elemento formativo pretendido es la formación ética y moral de los estudiantes, supuesto de todo el proceso de formación en la convivencia y que debe ser su intencionalidad para que todo aquello que se haga en la institución educativa bajo la perspectiva de la norma, su asunción y cumplimiento, por parte de los estudiantes, vaya más allá del mero cumplimiento por el cumplimiento, y encuentre un sustento real y efectivo en estos procesos, que buscan un adecuado desarrollo moral, así como una maduración de la conciencia moral y de la capacidad de tomar decisiones responsables y libres, racionalmente sustentadas.

La formación ciudadana tiene que ver con la construcción de la ciudadanía y la formación de los estudiantes como sujetos activos en la sociedad civil, de modo que sean partícipes de la construcción política de esta y con las competencias y habilidades sociales necesarias para la interacción y la participación en los asuntos que conciernen al bien común. Muchos de los procedimientos y las actuaciones que se hacen desde la perspectiva de la gestión de la convivencia están encaminados a lograr que los estudiantes se eduquen progresiva y paulatinamente para adquirir una adecuada formación ciudadana que les permita posteriormente ser auténticos ciudadanos, con la disposición y capacidad para la participación política, conscientes de sus derechos y deberes.

La convivencia pacífica está directamente relacionada con la capacidad que se debe formar en las personas para que convivan con otros seres humanos, en los distintos grupos que ellos conforman, de una manera en la que se acepta la diferencia, se respeta al otro y se es capaz de convivir con el otro, en un ambiente pacífico. Esta es una de las metas de la gestión de convivencia: lograr que los estudiantes convivan pacíficamente en la institución educativa, a la par que desarrollan habilidades y competencias para su posterior vivencia en la vida cotidiana, fuera de la institución y en su vida adulta y profesional.

La resolución pacífica de los conflictos tiene que ver con la capacidad que posee una persona para enfrentar, de una forma no violenta ni agresiva, los conflictos que se le presentan a diario. El conflicto es una realidad inherente a la vida de los seres humanos, que se presenta en todo momento y que hace parte de la vida en comunidad. Sin embargo, este se puede constituir rápidamente en una fuente de confrontación, que si se escala, puede afectar la convivencia del grupo humano en el cual se presenta, hasta llegar a niveles de daño, en algunos casos irreversible, para las personas. Aprender a resolver pacíficamente los conflictos es una de las metas de una adecuada gestión de la convivencia, pero no solo para solucionar los que se presentan en el día a día de la institución educativa, sino para formar a los estudiantes en las habilidades y las competencias necesarias para que en la vida futura, la profesional y la adulta, estas funcionen adecuadamente y permitan la construcción de la ciudadanía y la participación democrática y tolerante.

La prevención de la violencia escolar está directamente relacionada con la puesta en práctica de estrategias que eviten todo tipo de violencia, desde la física hasta la psicológica, en el ámbito de la convivencia escolar. Esta meta es sumamente importante, puesto que la prevención de la violencia incluye todas las estrategias que se deben realizar para erradicar el bullying o intimidación escolar, tal vez uno de las principales tipos de violencia escolar. La gestión de la convivencia implica que quienes son responsables de ella generen todo tipo de estrategias, desde las disuasivas hasta las correctivas, para prevenir y evitar la violencia escolar.

La maduración e integración afectiva de los estudiantes tienen relación con los procesos de formación en la afectividad, lo cual implica la construcción del autoconcepto, el manejo de las emociones, el desarrollo y maduración de la sexualidad, la construcción de la identidad de género, entre otros aspectos. La gestión de la convivencia implica el trabajo mancomunado con los profesionales especializados y encargados de la formación en la afectividad para el desarrollo de actividades formativas que les brinden a los estudiantes un adecuado proceso de maduración de su vida afectiva, de tal manera que se los forme en habilidades para la vida y, por supuesto, para la convivencia pacífica. Es preciso tener en cuenta que muchos de los problemas de convivencia involucran aspectos y elementos de la vida afectiva de los estudiantes.

Como se puede ver, la gestión de la convivencia tiene implicaciones importantes en los procesos formativos que una institución educativa emprende.

Pero la gestión de la convivencia no se la puede comprender sin que se aborde lo concerniente a la disciplina, dado que este es tal vez uno de los aspectos en los que se centra dicha gestión.

El planteamiento que se ha hecho en este apartado va en dirección de la comprensión que se hace desde la perspectiva del cuerpo directivo de una institución educativa y de las tareas que se pueden llevar a la práctica. Sin embargo, se deja de lado lo que concierne a la gestión de la convivencia en el aula de clase1, lo que no es menos importante que los aspectos institucionales. De todas maneras, este aspecto, la gestión de la convivencia en el aula de clase, también se debe tener en cuenta en el ámbito de una adecuada gestión de la convivencia en las instituciones educativas.

El diagnóstico del estado de la convivencia

Uno de los aspectos más importantes para mejorar la gestión de la convivencia es no dar por sentado nada o suponerlo, sino siempre recabar datos y evidencias que soporten las decisiones que se toman y disponer de información pertinente para poder encauzar las decisiones atinentes a la convivencia escolar.

La mejor estrategia para una adecuada gestión de la convivencia escolar es realizar un diagnóstico inicial del estado de la convivencia en la institución educativa, de tal manera que este se constituya en el punto de partida desde el cual se organice el trabajo de gestión, pero sobre todo, que permita identificar cuáles son los problemas más graves de convivencia y cómo los estudiantes los perciben.

Generalmente esto no se suele hacer, sino que se supone cuál debe ser el punto de partida y desde la visión de los directivos y profesores se define en qué perspectiva se puede y debe avanzar para mejorar la convivencia. Nada más adecuado para hacer esta tarea que la realización de un diagnóstico desagregado por género (si el colegio es mixto), por curso, por grado, por sección (primaria, bachillerato bajo y bachillerato alto) que permita tipificar y definir cuáles son los principales problemas que subyacen en cada uno de estos niveles y cuáles son aquellos que los estudiante perciben como los más graves.

Adelantar este proceso de diagnóstico no siempre es fácil o no siempre se hace, porque habitualmente se tiende a generalizar o a suponer, e incluso, lo que es más grave, a ignorar que hay problemas, y por lo mismo, no se los atiende2.

Hay que realizar procesos de diagnóstico sobre el estado de la convivencia que involucren a los estudiantes, a los profesores, al personal administrativo y de apoyo, al personal directivo, a los padres de familia y aun a la comunidad circundante de la institución.

Con este diagnóstico se tendrá un punto de partida más claro y específico desde el cual partir en las estrategias de trabajo que se planteen y que permitan no solo una adecuada gestión de la convivencia, sino por supuesto, una mejora significativa de ella.

La disciplina positiva

En las nuevas tendencias formativas de la convivencia, y más exactamente cuando se habla de disciplina, existe el enfoque denominado disciplina positiva, que se erige como una alternativa o forma diferente de enfocar este problema.

La disciplina positiva se define como un programa o conjunto de actividades soportados por aquellas actitudes de los educadores (profesores y padres) que se orientan a guiar al estudiante en la mejor consecución de los objetivos de su formación tanto académica como personal y social. Por tanto, es una dimensión positiva, que contrasta con la dimensión negativa y sancionadora de la disciplina tradicional (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

Puede entenderse también como proceso de creación de oportunidades para que los individuos vayan alcanzando, progresiva y sucesivamente, las metas en cada uno de los momentos de la vida académica (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

El sistema tradicional de disciplina entiende al individuo como el problema y trata de eliminar rápidamente la conducta perturbadora. La disciplina positiva se basa en el apoyo de la conducta positiva y considera los sistemas, los ambientes y la falta de habilidades como parte del problema. Por consecuencia, trata de producir un cambio en todos los componentes. Por esta razón al enfoque de disciplina positiva lo caracteriza un conjunto de estrategias a largo plazo, cuya finalidad es reducir la frecuencia de aparición de la conducta inadecuada y enseñar maneras adecuadas de comportarse y proporcionar apoyos de todo tipo que garanticen obtener resultados de éxito.

La disciplina tradicional puede interpretarse como violenta debido a que:

Se lleva a cabo en función de una autoridad que convierte al profesor en un “poderoso” frente al estudiante, bajo la justificación de querer redimirlo o formarlo.

Además de sancionar, promueve el sentimiento de culpa del individuo sobre el que se aplica, generando en él la sensación de pérdida de control ligada a la sensación de indefensión, sin ofrecerle al estudiante oportunidad alguna para defenderse o justificar su actuación.

Genera la dinámica del castigo, que refuerza la heteronomía de los estudiantes y, sobre todo, el resentimiento.

Frente a la disciplina tradicional, la disciplina positiva surge como planteamiento y modo de actuar cuya finalidad es la construcción de formas adecuadas de comportamiento, pero a diferencia de la tradicional, no pretende conseguir resultados inmediatos a corto plazo, sino que planifica sus acciones a largo plazo, con la convicción de que el proceso de cambio auténtico en las personas no es una cuestión ligada a un refuerzo negativo, a un castigo o incluso a un refuerzo positivo, sino que es un proceso constructivista que apunta en la dirección del cambio de actitudes y de cultura de las personas (pensamientos, emociones, conductas, creencias, etc.) y por lo tanto no puede perseguir resultados instantáneos o en un corto tiempo (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001). Se puede, entonces, decir que la disciplina positiva: