Prietas las filas

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PRIETAS LAS FILAS

LAS FALANGES JUVENILES DE FRANCO

PRIETAS LAS FILAS

LAS FALANGES JUVENILES DE FRANCO

José Ignacio Cruz

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© De los textos, el autor, 2012

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2012

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Ilustración de la cubierta: Campamentos de las Falanges Juveniles, 1951

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

ISBN: 978-84-370-9218-8

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

LA GUARDIA DEL MAÑANA

Falange y los jóvenes

A la búsqueda de un modelo

La Hitlerjugend

El nuevo orden europeo

El resultado

EL BALUARTE MÁS SÓLIDO DE LA REVOLUCIÓN

Los mejores camaradas

La revolución

Movilización

Sin retirada posible

¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!

El estilo falangista

Estilo, exigencia y autoridad

Directo, ardiente y combativo

LOS CAMINOS ABIERTOS ESTÁN

Encuadramiento y actividades

La autodirección y los mandos menores

Cursos y campamentos

Algunos problemas

Campañas de agitación y apostolado falangista

Las marchas por etapas

Afloran las contradicciones

EL FINAL DE LAS FALANGES JUVENILES DE FRANCO

La documentación

El contexto político

Contra el elitismo

La alternativa

Despolitización y desmovilización

Resistencias y apoyos

INTRODUCCIÓN

El Frente de Juventudes fue el principal instrumento de actuación de la política de juventud del franquismo. Estuvo en activo desde su creación en los primeros días de diciembre de 1940 hasta su desmantelamiento en el otoño de 1977, cuando comenzaba a discutirse en las Cortes el proyecto de constitución democrática que se aprobó por referéndum el 6 de diciembre de 1978, curiosamente el mismo día que, treinta y ocho años antes, se había aprobado la ley fundacional del Frente de Juventudes. Es por ello que el influjo de esa plataforma política en la juventud española no puede ser negado. De muy diversas maneras –con intervenciones en todos los niveles del sistema educativo a través de las asignaturas de Formación del Espíritu Nacional y de Educación Física, por medio del deporte escolar o a través de las actividades de la propia organización juvenil gubernamental– sus iniciativas llegaron a todos los rincones y fueron muy escasos los jóvenes que escaparon de su influencia. Pero, pese a que sus iniciativas estuvieron vigentes durante casi cuatro décadas y que su objetivo principal fue nada menos que la socialización política de toda la juventud española, el Frente de Juventudes ha sido escasamente estudiado.

Teniendo en cuenta las anteriores premisas, hace algo más de una década, en 2001, publiqué una primera aproximación a esta temática bajo el título El yunque azul. Frente de Juventudes y sistema educativo. Razones de un fracaso.1 El texto se centraba fundamentalmente en las iniciativas de esa organización directamente relacionadas con el sistema educativo. Una vez adentrado en esa temática, constaté que sería interesante continuar analizando y estudiando otros aspectos de la política de juventud del franquismo. De entre todas las posibilidades que se me presentaban, una resultaba especialmente atractiva. Se trataba de otro de sus grandes ámbitos de actuación, el relacionado con la organización política juvenil directamente vinculada al régimen, la cual estaba llamada a formar los futuros cuadros del franquismo. Esta se estructuró en 1942, aunque hubo destacados antecedentes, y se denominó Falanges Juveniles de Franco. La organización estuvo en funcionamiento hasta 1960 en que fue sustituida por la Organización Juvenil Española (OJE), que aún hoy en día, trasformada en una entidad juvenil más –sin los vínculos directos que la relacionaban con la Administración como ocurría anteriormente– se encuentra presente en la realidad asociativa de los jóvenes de nuestro país.

Una vez delimitado el objeto de estudio en el que se centra este trabajo y las razones que me han llevado a ello, debo señalar algunas cuestiones especialmente significativas, al menos en mi opinión, en cuanto al tratamiento que he seguido. Realizar esta investigación sobre las Falanges Juveniles de Franco ha sido un reto especialmente interesante, pero también bastante complicado. En primer término debo situar la cuestión ideológica. Resulta difícil –quizá el término imposible sería más adecuado– aproximarse al análisis de una realidad tan marcada políticamente, pretendiendo situarse por encima de los prejuicios y apriorismos que genera su ideario. Es más que evidente que en todo lo relacionado con cualquier tipo de estudio o análisis de lo que fueron las Falanges Juveniles de Franco, los planteamientos ideológicos del especialista juegan su papel.

Una muestra especialmente significativa de lo anterior, y por partida doble, la encontramos en un texto publicado en 2002. El autor, Antonio Alcoba, señala desde el inicio que el objetivo de esa monografía es, por encima de cualquier otra consideración, la reivindicación de lo que fue el Frente de Juventudes como expresión de la política de juventud del franquismo y, dentro de esta parcela, del papel especialmente destacado que desempeñaron las Falanges Juveniles de Franco. El autor llega a señalar textualmente que su meta no es otra que: «salir al paso de tanta calumnia vertida en pseudoinvestigaciones».2

Ahora bien, este planteamiento, en el que la orientación ideológica resulta evidente, no es el único que encontramos en la obra. También podemos leer los juicios de valor vertidos por el prologuista, que no es otro que el sacerdote Mariano Gamo. El conocido padre Gamo fue durante un tiempo, allá al principio de la década de 1950, capellán provincial del Frente de Juventudes de Madrid. Después evolucionó hacia la militancia antifranquista, por lo que en años posteriores fue multado, procesado y encarcelado en repetidas ocasiones. En el prólogo, el padre Gamo también se muestra tajante. En su opinión, «el Frente de Juventudes tuvo un grave vicio de origen su condición de criatura de la dictadura franquista».3

Resulta curioso encontrar dos valoraciones tan diametralmente opuestas, basadas en planteamientos ideológicos completamente antagónicos, bajo un mismo título, separadas solo por unas pocas hojas. La intencionalidad y la valoración de la política juvenil del franquismo se nos muestran radicalmente distintas. De una parte, el autor pretende reivindicarla, mientras que el prologuista la condena sin remisión en razón de su origen. Quizá sea una buena muestra de lo que viene sucediendo en las publicaciones sobre esta temática, que no es otra cosa que la presencia de diferentes elaboraciones históricas influenciadas por las referencias ideológicas del autor.

 

Este ejemplo resulta también de interés para contemplar algunos de los tipos de enfoque con que algunos autores se enfrentan a la realidad de lo que fue el Frente de Juventudes. De una parte estaría un enfoque memorialístico relativamente estricto, en el que el peso de los recuerdos, positivos o negativos, desempeña un papel relevante. De otra, tenemos el ejemplo del padre Gamo que, sin renunciar a sus vivencias –más bien partiendo de ellas–las complementa ampliando el horizonte de su reflexión y sitúa al Frente de Juventudes en el contexto más amplio de la política de juventud y de la situación política y general del régimen que entonces imperaba.

Desde una perspectiva crítica que pretenda situar las iniciativas y las prácticas que caracterizaron a esta organización juvenil falangista, como hace el padre Gamo, resulta imprescindible situar todas las iniciativas del Frente de Juventudes en su contexto histórico y político y constatar con mucha exactitud qué funciones cumplieron, a quiénes iban dirigidas y cuáles fueron las finalidades que persiguieron sus dirigentes. Y esa constatación se debe realizar empleando las herramientas habituales en el ámbito histórico en general y en el histórico educativo en particular. Esto es, analizando, revisando y contrastando las más amplias y diversas fuentes documentales bibliográficas, hemerográficas o de cualquier otro tipo, que se puedan localizar. Ese ha sido el punto de partida del trabajo que el lector tiene en sus manos. Es por ello que he optado por ofrecer un análisis ampliamente razonado sobre lo que fueron las Falanges Juveniles de Franco, otorgando un amplio protagonismo a los documentos de todo tipo en los que me he basado para elaborar las interpretaciones y las conclusiones incluidas en el texto.

La tarea de reconstruir la trayectoria de las Falanges Juveniles de Franco tropieza con dos problemas de entidad. La primera y más señalada es la dificultad de localizar fuentes documentales primarias. El investigador que se adentra en la tarea se encuentra con que le resulta muy complicado consultar tanto documentación, como las publicaciones y revistas de la organización, por la simple razón de que no se encuentran en las instituciones oficiales responsables de conservar y custodiar nuestro patrimonio cultural. Se trata de una historia conocida entre los especialistas, pero conviene repetirla por si al lector le viene de nuevas. En 1977, el gobierno de la Unión de Centro Democrático presidido por Adolfo Suárez procedió al desmantelamiento de la Secretaria General del Movimiento, en donde estaba integrada la Delegación Nacional de la Juventud, la dependencia gubernamental responsable de la política juvenil. Mientras las infraestructuras materiales y las plantillas de personal encontraron acomodo sin demasiados problemas en otras instancias de la Administración, no pasó lo mismo con la documentación perteneciente a esa Delegación Nacional que desapareció en su inmensa mayoría, tanto la que se conservaba en las dependencias centrales de Madrid, como en las diversas delegaciones provinciales. Todo hace pensar que se trató de una iniciativa coordinada.

Solo se salvó por diversas causas una reducida parte de la documentación, alguna de ella de singular interés, como la que he podido emplear para reconstruir el proceso de debate que llevó a la desaparición de las Falanges Juveniles de Franco y su sustitución por la OJE. Pero por norma general al especialista no le queda otra opción que recurrir, en más ocasiones de las que le hubiera gustado, a textos doctrinales, organizativos y testimoniales que se fueron publicando a lo largo de los años en los portavoces oficiales de la entidad. Pese a ello, generalmente se trata de fuentes de indudable validez ya que no se sitúan en el ámbito de la opinión más o menos subjetiva, sino que marcaban la opinión oficial de la entidad.

Así mismo, he trabajado todos los estudios de índole académica, centrados en diversos ámbitos territoriales y temáticos, que he podido localizar. En todos los casos se trata de estudios valiosos, con aportaciones bien documentadas y conclusiones rigurosas. También he tenido en cuenta los textos memorialísticos que se han ido publicando desde hace un tiempo, los cuales presentan las virtualidades y las limitaciones propias de ese tipo de escritos, como ha quedado bien patente con anterioridad. La lectura de todos ellos me ha sido de utilidad, unos más que otros, y todos los que he podido localizar han sido empleados en la investigación que aquí se presenta. Aunque se trata de escritos muy diferentes –los estudios académicos y los volúmenes de memorias– debe señalarse que no resultan demasiado abundantes. Cabría pensar que un aspecto tan notable y de tanta trascendencia social como la política de juventud del franquismo merecería un número mayor de publicaciones.

En lo que se refiere a la estructura del libro, he tenido como referencia básica el marco cronológico, aunque me he centrado en describir y analizar algunos aspectos que considero especialmente significativos. Aunque las Falanges Juveniles de Franco pasaron por diversas etapas durante su trayectoria, he creído más oportuno destacar algunos de los rasgos principales, atendiendo a las cuestiones que considero de mayor importancia. En mi opinión, esos elementos permiten caracterizar más cabalmente lo que fue la organización, aún a sabiendas de que no se aplicaron por igual a lo largo del tiempo. Y que, incluso, pese a la rígida jerarquización y a la estructura paramilitar que caracterizó a esta entidad juvenil, existieron diversas dinámicas de ámbito local que concretaron y particularizaron esos elementos de maneras y modos bastante diferentes. He considerado que era mejor subrayar la categoría, antes que describir los casos más concretos que pudieron darse en tal o cual momento o en uno u otro lugar.

Siguiendo esa pauta, el primer capítulo está dedicado a analizar el proceso seguido por los responsables falangistas para buscar un modelo de referencia para poner en pie la política de juventud del régimen. En este aspecto, frente a otras interpretaciones, pienso que el influjo del modelo alemán de la Hitlerjugend resultó determinante, aunque no se realizó una aplicación mimética. El capítulo segundo se centra en describir algunos de los puntos más destacados de la doctrina ideológica que los responsables de las Falanges Juveniles de Franco inculcaban a los jóvenes que se acercaban a sus filas. Tópicos de gran resonancia en la doctrina nacionalsindicalista –como revolución, movilización, estilo, etc.–, junto a otros como el culto a la personalidad del jefe del estado, ocuparon un lugar destacadísimo en el discurso oficial de la organización juvenil falangista.

En el siguiente capítulo se tratan los mecanismos de actuación más relevantes que se emplearon para llevar a cabo sus objetivos. Entre otros, se estudian aspectos de índole más interna, como el modelo de encuadramiento o el papel que jugaron los denominados mandos menores. Pero sin olvidar otros más vinculados a la acción externa, como los cursos de formación, los campamentos o las denominadas campañas de agitación. Al respecto, también se dedica un espacio a los problemas que surgieron en diversos momentos debido al incumplimiento de las normas dictadas. Mi intención ha sido mostrar, no solo los planteamientos oficiales, sino la realidad más cotidiana, para añadir matices y profundidad al estudio.

El cuarto y último capítulo está dedicado a la descripción y al análisis del proceso que llevó a la disolución de las Falanges Juveniles de Franco y su sustitución por la Organización Juvenil Española. Si en los capítulos anteriores las fuentes de documentación en las que me he basado han tenido que ser en parte forzosamente secundarias, en este caso he podido trabajar con fuentes primarias de la mayor solvencia. Me refiero a las actas de las reuniones de los máximos dirigentes de la organización en las que se trataron muy ampliamente los problemas que atenazaban a las Falanges Juveniles de Franco y sus posibles soluciones. Entre otros materiales he podido contar con la transcripción literal de la grabación de algunas reuniones que duraron bastantes horas, en las que los asistentes hablaron con mucha claridad y que contaron con la presencia del ministro secretario general del Movimiento.

La intención que ha guiado en todo momento la realización de este trabajo ha sido elaborar un relato lo más contrastado posible y basado en una amplia y sólida documentación. Un relato, en suma, que aporte análisis y explicaciones, pero que no excluya en modo alguno el diálogo con otras posibles interpretaciones.

1 J. I. Cruz: El yunque azul. Frente de Juventudes y sistema educativo. Razones de un fracaso, Madrid, Alianza, 2004.

2 A. Alcoba: Auge y ocaso de El Frente de Juventudes, Madrid, ed. San Martín, 2002, p. 17.

3 Ibíd., p. 11.

LA GUARDIA DEL MAÑANA

Somos flechas, la guardia del mañana

que en los luceros su puesto tienen ya.

Los camaradas caídos nos esperan

y el santo y seña Falange nos lo da.

Estrofa de la canción «La guardia del mañana»

Del cancionero de las Falanges Juveniles de Franco

Pese a lo que pudiera parecer por la responsabilidad que asumieron durante todo el franquismo, la atención a la juventud no fue uno de los objetivos de la primitiva Falange Española en los años previos a la Guerra Civil. Incluso puede afirmarse sin temor a cometer ninguna apreciación errónea, que no preocupó, ni poco ni mucho, a sus dirigentes y militantes. Desde su fundación en 1933, y durante toda la II República, la Falange fue un partido con escasos afiliados, cuyas principales actividades se centraron en las iniciativas de proselitismo, las tareas de propaganda y los actos de defensa y ataque frente a los grupos de izquierda que intentaban impedir por todos los medios la consolidación de núcleos de ideología fascista. En ese periodo de la historia falangista protagonizado por los «camisas viejas», no se conoce ninguna iniciativa específica hacia los niños o los jóvenes como tales. Con posterioridad, una vez finalizada la Guerra, existió la tentación de crear una cierta leyenda en torno a la figura del «flecha» Jesús Hernández Rodríguez, estudiante de bachillerato muerto por un disparo el 27 de marzo de 1934 en un enfrentamiento con militantes socialistas, cuando contaba quince años de edad. Pero como demostró en su momento Sáez, Jesús Hernández no era un flecha en el sentido estricto del término –de hecho, en 1934 ni siquiera existía tal categoría en la organización, ni en el vocabulario, ni en el imaginario falangista– sino un militante de la Falange, muy joven, pero militante con todas las consecuencias, que acompañaba a otros falangistas en una de las acciones de propaganda y castigo tan característica de aquellos días.1

FALANGE Y LOS JÓVENES

Por tanto, la creación y consolidación de intervenciones específicas destinadas a la juventud no surgieron en las filas falangistas durante los años de la II República, sino en plena Guerra Civil. Se trató de un elemento sustancial de la política de juventud, que se fue gestando casi al mismo tiempo que el propio franquismo iba dando sus primeros pasos como régimen político. Esta fue plasmándose en cuanto el conglomerado de fuerzas –políticas, sociales, militares, religiosas, etc.– que habían apoyado la sublevación contra la República, se vieron forzadas a dotarse de una estructura político-administrativa para hacer frente a las necesidades que a medio y largo plazo planteaba la prolongación de la Guerra y la consiguiente necesidad de organizar un «nuevo estado» opuesto al republicano. Desde la perspectiva cronológica, puede considerarse un primer punto de partida el proceso de unificación llevado a cabo en abril de 1937, el cual situó a la Falange en un lugar privilegiado de la estructura política del régimen. En tal momento, y no antes –aunque pudieran existir iniciativas previas de ámbito local o regional–, es cuando algunos responsables falangistas comenzaron a plantearse con cierta intensidad lo que significaba organizar una plataforma amplia de encuadramiento infantil y juvenil con implantación en todo el territorio sublevado, y empezaron a preocuparse por dotarla de los mecanismos de todo tipo que una organización de tal envergadura precisaba.2

 

Curiosamente, si Falange llegó al proceso de unificación política del 1937 sin casi experiencia en el terreno de las iniciativas específicamente juveniles, no sucedió lo mismo con otros grupos y partidos afectados por tal medida. Así, por ejemplo, la Comunión Tradicionalista contaba desde antiguo con un sistema integral de encuadramiento, en el cual la infancia y la juventud tenían su propio espacio. Si los hombres del carlismo constituían los requetés y las mujeres se organizaban como «margaritas», los niños y jóvenes, a su vez, formaban unidades de «pelayos». Como tales, contaban con uniformes, himnos, programa de actividades, e incluso con alguna publicación periódica especialmente destinada a ellos. Elementos todos ellos que conformaban un espacio específico dentro de la estructura organizativa, las redes de socialización y el universo simbólico del carlismo.3

Además de la organización infantil tradicionalista, la Confederación Española de las Derechas Autónomas (CEDA), otra de las organizaciones políticas con fuerte implantación en los años de la República y una cierta continuidad en el franquismo, también tuvo estrechos vínculos con otra organización juvenil. Me estoy refiriendo a los Scouts Hispanos, asociación de orientación católica creada en 1934 en Madrid por el sacerdote Jesús Martínez y que llegó a contar con seguidores en otras ciudades.4 Así mismo, la CEDA contaba en su estructura de partido con su propia organización juvenil, las Juventudes de Acción Popular (JAP), e incluso con unas secciones infantiles constituidas por niños a los que se denominaba «rayos».

Independientemente de esas consideraciones en relación con las organizaciones juveniles existentes entre las fuerzas que apoyaron la sublevación, el hecho que resulta de mayor relevancia es que, dentro del peculiar reparto de las diversas parcelas político-administrativas del naciente estado franquista, la política juvenil recayó en manos falangistas. Y estos acometieron la tarea bastante ayunos de experiencias sobre todo lo que significaba el universo juvenil. Lo que, en mi opinión, no ha sido suficientemente subrayado, pese a que tuvo destacadas consecuencias, como se comprobará en las páginas siguientes.

Si apenas contaban con experiencia previa, ni tampoco aportaban una organización más o menos sólida, y además existían otras alternativas que sí podían presentar alguno de esos avales, la cuestión surge de inmediato. ¿Cuáles fueron las razones que llevaron a otorgar a la Falange el protagonismo fundamental de la política de juventud frente a las restantes opciones? Se trata de una cuestión esencial que, si se responde con cierto detalle, permite comprender más cabalmente tanto señalados factores externos que la condicionaron con intensidad como importantes elementos internos. Una referencia más que anima a contemplar con detalle ese proceso fundacional es que no se trató de una decisión con escaso recorrido. Todo lo contrario, no debe olvidarse que durante casi cuatro décadas –toda la duración del régimen franquista– la política de juventud estuvo siempre bajo la responsabilidad de los grupos falangistas.

Volviendo al inicial planteamiento sobre las razones por las que estos asumieron esa parcela en concreto, un primer factor que hay que contemplar nos lleva a la situación política interna. Más concretamente, a la correlación de intereses entre las fuerzas franquistas. A pesar de que al comienzo de la Guerra sumaban escasos militantes, los falangistas se habían destacado en los primeros meses de la contienda, promoviendo numerosas iniciativas de movilización en pro de la «causa nacional». Tanto en el frente de batalla como en retaguardia, muchos hombres y bastantes mujeres encuadrados en la militancia falangista apoyaban el esfuerzo bélico de muy diferentes maneras. Milicias, servicios de apoyo en el frente y en la retaguardia, actividades de propaganda y movilización, organizadas todas ellas por la Falange, se multiplicaban por doquier. No cabe la menor duda de que su contribución destacaba entre los distintos grupos que integraban la «España nacional», hasta llegar a constituir un elemento identitario de primer orden.

Desde una perspectiva más institucional, tal movilización se correspondía con la política que el general Franco y Serrano Suñer, su principal consejero en esa etapa, impulsaban desde inicios de 1937. Esta se orientaba claramente hacia los modelos fascista italiano y nacionalsocialista alemán y, en consecuencia, otorgaba una destacada preferencia al ideario nacionalsindicalista de la Falange. Precisamente, un resultado directo de esos planteamientos fue el decreto de unificación de abril de 1937, cuya aplicación supuso para esta situarse en una posición de ventaja en el aparato políticoadministrativo que se estaba construyendo.

Aunque no debe perderse de vista que dicha posición estuvo condicionada por dos factores de importancia. En primer término, el general Franco se reservó la supervisión última de las iniciativas de mayor trascendencia y nunca dejó de desempeñar tal función. Y en segundo lugar, otro dato destacado es que este no otorgó a la Falange, ni siquiera en esa primera etapa, el control total de la acción política. Por el contrario, permitió que el resto de las fuerzas que habían apoyado la sublevación conservaran significativas parcelas de influencia. El resultado final fue que, a diferencia de lo que ocurrió en Italia con el fascismo o en Alemania con el nazismo, aquí no existió un auténtico partido que monopolizara por completo el discurso político y la dinámica gubernamental. Junto a la Falange siempre existieron otros grupos que tuvieron su correspondiente parcela de poder, la cual fue variando de acuerdo con la coyuntura política nacional e internacional. Por ello los especialistas, y conviene subrayarlo, señalan que la España nacional se organizó más como un régimen político «fascistizado», que como uno realmente fascista; más como un estado autoritario que totalitario.5

Desde el punto de vista ideológico, también debe tenerse en cuenta otro elemento bien destacado. La Falange como partido político se situaba en la estela ideológica y organizativa del fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. Todos ellos habían sido fundados pocos años antes y sus respectivos discursos ideológicos insistían mucho en que sus planteamientos suponían una auténtica ruptura con las tradicionales corrientes sociales y políticas decimonónicas. Sus ideologías presentaban en aquellas fechas aires de «modernidad» y de «novedad», tanto en lo que respecta a sus planteamientos formales como a su fundamentación teórica. Linz, uno de los principales especialistas en la materia, plantea la cuestión en los términos siguientes. Tras señalar que se trata de algo difícil de describir, ya que, según sus propias palabras, nos encontramos ante «más bien una cuestión de estilo o de retórica, de acción más que de ideas», afirma al respecto que el atractivo especial de los movimientos fascistas se basaba en gran medida en que ofrecían un «nuevo estilo en la política; nuevos símbolos, nueva retórica, nuevas formas de acción, nuevas pautas de relaciones sociales».6

Pero no solo se trataba de modernidad y de ruptura frente a otros discursos, programas y estéticas mucho más tradicionales. La crítica generacional y la insistencia en la idea de la juventud como innovadora categoría social, y del joven como protagonista político, constituyeron elementos muy destacados en la acción política de todos ellos. Los dirigentes de esos partidos hicieron mucho hincapié en la novedad de esos conceptos, frente a otros planteamientos ideológicos mucho más antiguos y, en opinión de los líderes nazis, fascistas y falangistas, caducos. Se llegó incluso a lo que algunos especialistas han denominado «culto a la juventud», considerando a esta como una nueva clase social. Con toda esa argumentación se pretendía superar el tradicional criterio de división en clases sociales basado en la relación con el trabajo y los medios de producción. Ahora, la nueva clase revolucionaria iba a ser la juventud, quien tendría la responsabilidad de establecer un nuevo orden social, el cual superaría las anteriores divisiones y los consiguientes enfrentamientos sociales y políticos. El joven se vinculaba con lo nuevo; con el nuevo hombre que se estaba creando; con la nueva sociedad que estaba surgiendo.7

No en vano, como indica Linz, uno de los himnos fascistas más populares era «Giovenzza» o uno de los primeros llamamientos realizados en España por Ramiro Ledesma llevó por título Discurso a las juventudes de España. Así mismo, tanto el fascismo como el nazismo –y en menor medida los grupos falangistas–emplearon abundantemente la figura del joven en intensas campañas de propaganda, hasta el punto, como señala Malvano, que el concepto de juventud adquirió una dimensión simbólica bien patente. Carteles, esculturas, murales, pinturas, bajorrelieves, reprodujeron figuras de jóvenes y generalizaron la asociación de los conceptos de juventud, hombre nuevo y ruptura social.8

Un buen ejemplo de la importancia de todas esas nuevas consideraciones en torno a la juventud en el caso español se localiza en el propio Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937. En este, se caracteriza expresamente a la Falange como la «fuerza nueva», mientras que la otra gran entidad sometida a la unificación, los Requetés de la Comunión Tradicionalista, era considerada «la fuerza tradicional», cuyo rasgo fundamental consistía en ser «el sagrado depósito de la tradición española». Si estos aportaban a la «sola entidad política nacional, enlace entre el Estado y la Sociedad» que se creaba mediante esa norma los elementos inmutables del pasado, la Falange integraba rasgos bastante más modernos como «masas juveniles, propagandas con un nuevo estilo, una forma política y heroica del tiempo presente y una plenitud española», además de su programa.9