Loe raamatut: «Cuando mi corazón calma», lehekülg 3

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2.3.1 La capacidad parental para vincular con las crías depende de la historia temprana de apego

Una de las capacidades que conforman la competencia parental es nuestra historia de apego temprana16. En especial, si durante la infancia desarrollamos un apego suficientemente seguro hacia nuestros cuidadores, es decir, si estos fueron sensibles con nosotros y nos otorgaron una experiencia de seguridad, calma y confort cuando nos desregulábamos emocionalmente o sufríamos adversidades, o cuando necesitábamos conexión y contacto afectivo-emocional. ¿Nos lo brindaron suficientemente? ¿Satisficieron suficientemente nuestros padres o nuestros cuidadores nuestras necesidades de afecto, seguridad y conexión emocional? ¿Fueron lo suficientemente empáticos con nosotros? ¿Sufrimos malos tratos en la infancia? ¿Fuimos separados de nuestros padres de manera traumática, o vivimos situaciones de negligencia?

Como padres conviene que reflexionemos sobre esto, pues va a influir inconscientemente en la manera de vincular con nuestra pareja e hijos. Como adultos tenemos que alcanzar, en palabras de Ogden y Fisher (2016)17, un «apego imperfecto, aunque todavía seguro», si es que tuvimos en nuestra infancia unos padres o cuidadores «suficientemente buenos», como diría Winnicott (2009)18. En el caso contrario, el apego se puede «ganar a la seguridad»19, si hemos elaborado y modificado psicológicamente (mediante experiencias reparadoras como pueden ser una terapia y/o una relación con un adulto significativo) el modelo mental de la relación20 que tenemos registrado en nuestra memoria. Por ejemplo, si hemos reflexionado sobre la narración de los recuerdos acerca de cómo nos cuidaron y en qué medida nuestras necesidades de vinculación afectiva fueron satisfechas, reparando y haciendo un duelo saludable de lo que quisimos y no pudimos tener. De este modo, podremos proporcionar a los niños (de una manera gratificante, sintiéndonos unidos a ellos, además) lo que nuestra mente ha sido capaz de elaborar y lo que sabemos que necesitan: cuidados físicos y afectivos, calma cuando están ansiosos o alterados, jugar con ellos, enseñarles a modular el deseo y controlar los impulsos, confortarlos, darles seguridad en los malos momentos, comunicarnos con ellos, ayudarlos en lo que necesiten, saber contenerlos, reparar nuestras acciones negativas, poner límites de manera respetuosa… Para ello es vital ver a los niños como personas que tienen mente propia con pensamientos, deseos, sentimientos, intenciones, motivaciones… y tratar de aproximarnos a este mundo interno para comprenderlo (Malberg, 2018)21.

El modo que cada persona tiene de vincular, la mayor seguridad o inseguridad característica de cada uno, es importante porque nuestra representación mental con respecto a cómo nos vinculamos (que es inconsciente y solo se hace consciente mediante la reflexión) se activa ante el suceso estresante del divorcio y nos conducirá a comportarnos con nuestra pareja y nuestros hijos de diferentes maneras en función del estilo de apego que desarrollamos en la infancia (ver tabla 2.2). Así, nos mostraremos más seguros o inseguros con nuestros hijos (evitativos o ambivalentes) o desorganizados (no resuelto)22 en función de nuestras experiencias pasadas con las figuras adultas con las que nos apegamos de niños (usualmente los padres) (Wallin, 2012)23.

Tabla 2.2 El apego.

Bowlby (1989)24 fue uno de los pioneros de la teoría del apego. Sus descubrimientos fueron asombrosamente simples, a la vez que trascendentes: los bebés nacen con un equipamiento conductual programado biológicamente para vincularse con un adulto, pues ello les garantiza la supervivencia. Si el adulto le proporciona al niño cuidados y es sensible en captar sus necesidades, satisfaciéndolas adecuadamente, el infante crecerá, con alta probabilidad, sanamente. Por el contrario, unos cuidadores insensibles, negligentes, inconstantes o incoherentes, que no satisfacen apropiadamente las necesidades del bebé y no le ofrecen una experiencia de seguridad, traen como consecuencia un niño que no crecerá de manera saludable (Siegel, 2007)25

Como podemos ver, el apego es un imperativo biológico. Si nada más nacer no nos apegamos a un cuidador disponible que satisfaga nuestras necesidades, no podemos sobrevivir. Como decía Bowlby (1989),26 «de la cuna a la tumba» necesitamos vincularnos con personas para poder encontrar seguridad y confort afectivo. Desde el minuto cero, el bebé emite una serie de conductas de apego conducentes a atraer a un adulto hacia él porque eso garantiza su supervivencia y, por lo tanto, tiene valor de adaptación. Por eso nacemos programados psicobiológicamente para apegarnos al adulto que tengamos al lado: llorar, pedir brazos, oler, seguimiento visual… «Apégate o muere» es el lema del ser humano, pues somos una especie que nace inmadura y debe completar su crecimiento y desarrollo fuera del útero materno durante muchos años.

Todas estas demandas que el bebé hace deben ser atendidas porque son necesidades de apego para encontrar confort y regulación emocional a través del contacto con la madre o figura de apego. Cuando un bebé llora es necesario aliviar lo que internamente puede sentir (miedo, incomodidad, ansiedad, hambre, sueño, necesidad de confort afectivo…), porque no dispone de ninguna herramienta cognitivo-emocional para calmarse ni comprender lo que pasa. No puede decirse: «tranquilo, cálmate, que tus padres se van de fiesta, pero luego vienen y están contigo, no llores». Necesita la presencia y el contacto de los padres para lograrlo. Si el bebé entra en un estado prolongado de necesidad y de llanto, y está por un largo periodo estresado, segrega la hormona cortisol —que se ha demostrado que en grandes cantidades puede inundar el cerebro del niño y resultar tóxica (Gerhardt, 2016)27—. Por eso, cuando un bebé es tranquilizado mediante el contacto (las palabras suaves, los brazos, el mecimiento…) sus niveles de estrés se reducen y se regulará emocionalmente. Así, entra en un estado de calma y tranquilidad necesario como «primera fotografía», que le deja la experiencia y la expectativa de que sus demandas y necesidades serán atendidas, desarrollando así una confianza y una seguridad en el mundo humano y en el entorno. Aprenderá, de esta manera, con el tiempo y las experiencias de confort y seguridad repetidas a lo largo de muchas interacciones con sus padres, a adquirir herramientas de autocalma. Irá desde la corregulación con un adulto a regularse solo. Desde la dependencia a la autonomía progresiva.

Además, el apego no solo cumple esta función de proporcionar confort y seguridad al bebé cuando hay estímulos amenazantes o se siente incómodo, sino que las interacciones verbales y lúdicas cara a cara son fundamentales. Así, un autor llamado Trevarthen (1979)28 sostiene que a los cuatro meses aparecen las primeras regulaciones emocionales directas persona a persona (con la figura de apego). Las primeras conversaciones van seguidas de juegos musicales estructurados rítmicamente: primero, juegos de persona a persona que manifiestan las ganas de jugar. A este fenómeno este autor lo llama intersubjetividad primaria (lo que existe entre la mente de los dos sujetos son ganas de jugar y comunicar entre ambos; existe un interés común entre sujetos). Posteriormente, a los nueve meses, Trevarthen sostiene que emerge el fenómeno de la intersubjetividad secundaria: ahora el bebé empieza a interesarse en el modo en que sus compañeros usan los objetos. Es decir, entre el mundo del otro y el mío hay un objeto compartido y me interesa el modo en que el otro lo usa, y al otro le interesa el modo en que yo lo uso. Esto es básico para la construcción de significados y para que el ser humano pueda colaborar en acciones intersubjetivas y comunes a futuro.

Por lo tanto, la figura de apego ha de implicarse en estas comunicaciones e interacciones lúdicas si quiere que el bebé se desarrolle sanamente. La cuestión fundamental es que un bebé no estimulado en este sentido sufre carencias neuroafectivas; en casos extremos se puede llegar a la negligencia afectiva, pues se pierde una experiencia imprescindible para poder aprender sobre su mundo interno y el del otro. Es necesario pasar por la vivencia de experimentar que has sido experimentado, mediante comunicación lúdica, en conexión emocional con la figura de apego. En este sentido, otra autora, Jennings (2011), considera que sin juego temprano bebé-cuidador principal la experiencia de apego seguro es insuficiente. Ella lo denomina juego neurodramático: «el apego temprano sensorial entre la madre y el infante tiene un marcado componente físico, rítmico y dramático29 mediante el juego pleno (playfulness, el equivalente a mindfulness, la madre juega con el niño plenamente presente con él) y el cambio de roles. Incluso durante el embarazo la madre crea una relación dramática con su bebé».30

Además, es asombroso que el bebé, en el primer año de vida y en función de lo que ha interiorizado en las experiencias de relación interpersonal con su cuidador principal, ya tenga una primera representación en su mente acerca de cuánta seguridad le merece este. El objetivo principal del vínculo de apego entre el bebé y el cuidador es otorgarle al primero una experiencia de seguridad.

El niño necesita al cuidador, por lo tanto, como base segura sobre la cual poder cimentar su desarrollo y crecimiento. Bowlby es el autor de este concepto y tiene un libro, En busca de la base segura, que me parece precioso. Porque todos necesitamos de una base segura a lo largo de la vida en la que apoyarnos en momentos críticos.

Además, esto es trascendente porque —insistimos en ello— en la relación de apego con el cuidador principal aprendemos a regularnos emocionalmente y, como corolario, nuestros sistemas psicofisiológico y neuroquímico se configurarán adecuadamente. De este modo, podremos modularnos ante el estrés y las exigencias de la vida y tendremos, por tanto, menos probabilidades de sufrir alteraciones en dicho sistema. Si nos fijamos, los menores con apego inseguro sufren de problemas más o menos duraderos de regulación emocional y conductual.

El apego pasa por unas fases en las que se va desarrollando. El periodo más sensible en el cual una separación de la madre o cuidador principal es más negativa —porque en esta etapa el bebé se siente estrechamente unido a la madre— es entre los seis y los veinticuatro meses. Como Bowlby (2014)31 afirmaba, «un niño de 1 año y 3 meses a 2 años y 6 meses de edad, con una relación materna razonablemente segura y que no haya sido previamente apartado de ella, mostrará por lo general una secuencia predecible de comportamientos. Tal secuencia se puede dividir en tres fases, de acuerdo con la actitud que predomine con respecto a la madre. Las hemos definido como fases de protesta, de desesperación y de apartamiento (desapego). Al principio solicita, llorando y furioso, que vuelva su madre y parece esperar que tendrá éxito su petición. Esta es la fase de protesta, que puede persistir durante varios días. Más adelante se tranquiliza, pero para una mirada avezada resulta evidente que se halla tan preocupado como antes por la ausencia materna y que sigue anhelando que vuelva; pero sus esperanzas se han marchitado y se halla en la fase de desesperación. Con frecuencia alternan ambas fases: la esperanza se torna en desesperación, y esta en renovada esperanza. Sin embargo, finalmente tiene lugar un cambio más importante. El niño parece olvidar a su madre, de modo que cuando vuelve a buscarle se muestra curiosamente desinteresado por ella e incluso puede aparentar que no la reconoce. Esta es la tercera fase, la de desapego. En cada una de estas fases, el niño incurre fácilmente en rabietas y episodios de comportamiento destructivo que con frecuencia son de una inquietante violencia.

»Cuando no ha sido visitado —prosigue Bowlby (2014)32— durante unas cuantas semanas o meses, habiendo alcanzado de este modo los primeros estadios del desapego, es posible que su ausencia de respuestas persista entre una hora y un día o más. Cuando cede por fin dicho estado, se pone de manifiesto la intensa ambivalencia de sentimientos hacia su madre […]. Sin embargo, si ha permanecido apartada [la madre] de su hijo durante un periodo de más de 6 meses o cuando las separaciones han sido repetidas, de modo que el niño haya llegado a un avanzado estadio de desapego, existe el riesgo de que siga apartado afectivamente de sus padres de un modo continuado y no recupere ya jamás el cariño por ellos».

Los niños desarrollan diferentes tipos de apego —aunque existirá uno que predomine en una representación jerárquica— porque se relacionan con dos o tres personas con las que mantienen una relación preferencial; y si hay un sustituto competente, este puede ayudar al niño a encontrar una experiencia de confort (ante el estrés de sentirse desvalido) y seguridad. Pero las figuras de apego que comprenden y regulan al bebé (porque cuidan de él y saben lo que necesita), y con quienes este mantiene un estrecho lazo afectivo, no pueden ser aquellas que sean desconocidas, porque el apego debe centrarse y reducirse a pocos adultos (los padres y los abuelos que le cuidan, si pasa mucho tiempo con ellos, por ejemplo). Si está en un centro de educación o jardín infantil para bebés, hay que asegurarse de que tienen personal competente, cualificado y formado en teoría del apego, para que no existan muchos cambios de personas que cuidan del bebé o del niño.

Aunque este papel en nuestra sociedad recae principalmente en la mujer —sobre todo durante los primeros años de vida—, no debería ser así y ambos padres tienen que ser figura de apego de sus hijos, pues los dos deben contribuir positivamente en su desarrollo y construir un lazo afectivo duradero. Una figura de apego es un adulto competente que se vincula con el niño, hacia quien este se apega y que se convierte en su base de seguridad. La característica más importante del cuidador para ser figura de apego segura para el bebé es la capacidad empática, pues esto le permite representarse el estado interno del bebé, su necesidad, y satisfacerla con sensibilidad, rapidez y eficacia. Los hombres pueden y deben desempeñar este papel. Estoy de acuerdo con Jorge Barudy33 cuando dice que «poco a poco los hombres se están rebelando al papel atribuido por la ideología patriarcal. Hay hombres que se despiertan a la emoción, a la ternura, a la afectividad y a los cuidados a los niños. Corresponden a la manada de hombres buenos».

Si el bebé durante los dos primeros años de vida cambia constantemente de figuras de apego, de unos adultos a otros (desconocidos), la ruptura del lazo estrecho que se estaba formando con ese cuidador preferencial (pérdida) puede tener consecuencias a largo plazo y habrá cierta probabilidad de desarrollar un trastorno del apego. Como bien afirma Marrone (2009)34, experto en la materia y quien se formó con Bowlby, «la importancia de los primeros modelos reside en que muy posiblemente determinan la forma en la que el niño experimenta después el mundo. Por lo tanto, estos primeros modelos pueden influir en la construcción de modelos posteriores».

Del mismo modo, el vínculo de apego puede verse perturbado si el niño es maltratado física y psicológicamente por los padres o cuidadores.

Mary Ainsworth y sus colaboradores (1978)35 avanzaron notablemente en el estudio del apego en sus numerosas investigaciones con bebés. Se preguntaron si las diferencias en la calidad de los cuidados y la relación con el bebé que el adulto establece podrían dar lugar a representaciones mentales y estilos de apegarse distintos. Diseñaron el denominado «procedimiento de la situación extraña» y, tras varios años de investigación, descubrieron tres modelos de vinculación característicos (o estrategias de proximidad) cuando la madre abandonaba la habitación. Más adelante, otros autores, Main y Solomon (1986)36, detectaron un cuarto modelo: el desorganizado.

Durante este test diseñado, simple e ingenioso, la madre y el niño —entre uno y tres años— son introducidos en una sala de juego. La madre deja la habitación dos veces durante tres minutos a lo largo del test y se observan las reacciones del niño cuando la madre sale de la habitación y cuando regresa. Estos modelos —y he aquí el dato sorprendente— persisten hasta la edad adulta en el 70 % de los niños y parece que se traspasan de una generación a otra a través del comportamiento de apego de quienes cuidan del niño. Lo verdaderamente asombroso es que para este primer año de vida el niño ya ha creado un modelo interno mental que le permite representarse la calidad de la relación de apego con respecto al cuidador principal. Este modelo interno lo abstrae a partir de las experiencias relacionales que ha mantenido con su principal figura de apego durante ese tiempo.

Los tres tipos de apego son (Ainsworth y colaboradores, 1978)37:

Apego seguro-autónomo: el niño reacciona cuando la madre sale de la habitación. Su conducta exploratoria disminuye y se muestra claramente afectado; el regreso le alegra claramente y se acerca a ella buscando el contacto físico durante unos instantes para luego continuar su conducta exploratoria. Hay una alegría íntima y mutua en el contacto entre la madre y el bebé.

Apego inseguro-evitativo: el niño aparentemente no reacciona ante la ausencia de la madre y continúa explorando e inspeccionando los juguetes. Cuando la madre regresa, esta también dirige su interés más hacia los juguetes que hacia el niño. Los estudios demuestran que el niño en verdad está muy estresado por la ausencia de su madre y que este estrés persiste durante más tiempo que en el niño seguro. Es como si el niño supiese que si muestra los sentimientos apropiados de la separación surge el rechazo, y por eso controla la expresión de estos sentimientos. Se utiliza una gran cantidad de energía para suprimir las reacciones de un apego natural.

Apego inseguro-ambivalente: el niño se muestra muy preocupado por el paradero de su madre y apenas explora los juguetes. Muestra angustia y un comportamiento de control aun antes de que la madre salga de la habitación, y no retoma la actividad del juego tras el regreso de su madre. El niño vacila entre la irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de contacto. Parece querer reasegurar una proximidad de la que se siente inseguro.

Posteriormente, Mary Main y Judith Solomon (1986) descubrieron otro tipo de apego al que llamaron desorganizado, el cual se da con una probabilidad del 80 % en muestras de niños víctimas de malos tratos (Barudy y Dantagnan, 2005)38.

Apego desorganizado-desorientado: el comportamiento del niño contiene elementos de uno de los modelos anteriores, pero el niño no reacciona ni a la separación ni a la reunión en la «situación extraña» con ningún modelo coherente. Parece «congelado», en una posición rígida, aferrado a su madre, pero sin mirarla, volviendo la cara. Este modelo parece estar relacionado con futuros trastornos de la personalidad y otros problemas. Aproximadamente el 15 % de los niños de un año muestra el modelo desorganizado.

Este tipo de apego se correlaciona (pero no es exclusivo) con los niños y jóvenes que han estado expuestos a malos tratos, cuyos cuidadores han infundido una experiencia de terror en los niños. Se manifiesta en la primera infancia en conductas contradictorias simultáneas del infante hacia el progenitor, y está relacionado con el hecho de que este sufre duelos y traumas no elaborados; o bien estados mentales dramáticos. Se puede comportar hostilmente con el menor y este se sitúa en una «paradoja irresoluble» porque no puede ni aproximarse ni retirarse (Liotti, 2012)39.

La acumulación de traumas en el niño es también una causa de la persistente activación del sistema de defensa (Liotti, 2012)40.

Esto es típico del desarrollo del trauma complejo durante la infancia, en el que la figura de apego o bien no protege al niño frente a las experiencias traumáticas (negligencia) o bien es el victimario de abusos repetidos. El trauma complejo es el cuadro que se produce como consecuencia de este contexto extremadamente complicado para el desarrollo de la personalidad.

Al igual que sucede en la génesis del trauma complejo, la contradictoria y persistente activación de los sistemas de apego y de defensa es el signo distintivo de la desorganización de los apegos (Liotti, 2012)41.

Como ya hemos dicho, se pueden tener diferentes modelos mentales de apego con las diferentes personas que forman el universo afectivo del niño. Se puede desarrollar un modelo con la madre y otro con el padre (o con quienes el niño desarrolle un vínculo de apego, al ser figuras centrales y con las que el infante se relaciona e interactúa durante muchas horas al día). Existe una tendencia dominante entre los distintos teóricos del apego que apunta a que pueden existir varias figuras de apego en la mente del niño, pero con unas jerarquías definidas por la mayor o menor disponibilidad de las personas existentes como figuras de apego. Las figuras de apego no son la copia física exacta en la mente del niño de las personas concretas (como una foto), sino una representación simbólica (Marrone, 2009)42.

Lo importante es, como afirmó Bowlby (1973)43, que «cada individuo construye en su interior modelos operativos del mundo y de sí mismo, y con su ayuda percibe los acontecimientos, pronostica el futuro y construye sus planes. En el modelo operativo del mundo que cualquiera construye, una característica clave es su idea de quiénes son sus figuras de apego, dónde puede encontrarlas».

Muchas personas preguntan qué ocurre si se tiene un modelo de apego desorganizado con un progenitor y seguro con el otro (por ejemplo, desorganizado con el padre y seguro con la madre). En mi opinión, tendríamos que valorar la incidencia del apego desorganizado en ese niño y evaluar en qué contextos y con qué personas se activa este modelo operativo interno y el grado de perturbación que le genera. A veces, el modelo solo se activa cuando el niño entra en relación con la persona que perturbó el vínculo (por ejemplo, el padre); otras veces, se generaliza a otras relaciones interpersonales del infante y la incidencia del trastorno del vínculo es más severa.


Figura 2.1 Los dibujos de los niños con rasgos de apego desorganizado suelen ser símbolos omnipotentes, como este coche, hecho por un niño de 12 años, poderoso con grandes ruedas y echando fuego por enormes tubos de escape.

Los padres que tienen un apego seguro o ganado a la seguridad tienen, en un proceso de separación de su pareja, muchas más probabilidades de mantenerse afectivamente cercanos a sus hijos, darles sostén y seguridad, regularlos emocionalmente de manera adecuada, ayudarlos con sus problemas y vida cotidiana, resolver los conflictos de una manera negociada y no abandonarlos a lo largo del tiempo. En la tabla 2.4 sugerimos unas preguntas en relación a su historia de apego temprano para ayudarlos en la reflexión personal.

Sin embargo, parece que esto no es lo más frecuente en nuestra sociedad donde, en general44, los valores de la autonomía, la autosuficiencia y el individualismo marcan el estilo vincular de una sociedad donde las personas pueden interactuar por redes sociales, pero luego presentan marcadas dificultades para establecer vínculos afectivos íntimos. Así, una reciente investigación sobre divorcio y apego de los padres llevada a cabo por García Calero (2018)45 refiere en las conclusiones que «la hipótesis predecía que los padres y las madres que mantuvieran contacto con los hijos [la autora se refiere a después de la separación de la pareja] tendrían un apego de tipo seguro; sin embargo, tanto los primeros como los segundos han revelado tener un apego de tipo alejado [evitativo]». Como indican Melero y Cantero (2008)46, el estilo alejado se caracteriza por una gran necesidad de individualidad, dando más prioridad a su autosuficiencia que al establecimiento de lazos afectivos. Estos padres evitan el compromiso emocional; sin embargo, no muestran problemas de inseguridad o autoestima47. Que todos los padres y las madres de la muestra resulten tener un apego de tipo alejado podría justificarse, según Melero y Cantero (2008), «por los modelos de socialización de la actualidad, ya que existe una sobrevalorización de la individualidad y la autosuficiencia en cuanto a establecer relaciones íntimas [la negrita es mía]. Que todos los sujetos de la investigación cuenten con un apego alejado podría estar relacionado con el hecho de que todos sean divorciados. El estudio está basado en una muestra de 75 personas de las cuales 30 no mantenían contacto con sus hijos». Es una muestra pequeña, pero el hecho de que el estilo predominante de apego de los padres que se divorcian sea evitativo, con las consecuencias que esto puede tener para sus hijos, da que pensar.

Desde luego, el apego se revela fundamental en un proceso de divorcio de los padres. Esto es lo que tenemos que preguntarnos: ¿pueden los niños disponer de al menos una figura de apego suficientemente segura durante y después de ese proceso e ir reconstruyendo en su interior representaciones de aquellos y de ellos mismos seguras a pesar de la separación? Porque cada niño responderá ante la separación de los padres con las estrategias propias de su estilo de apego predominante (ver tabla 2.3). Por ello, el divorcio de los padres es un desafío para los niños porque es una amenaza para el apego de la que los padres deben ser conscientes, para resolverla lo mejor posible. En consecuencia, el trabajo psicológico de estos, reflexionando ellos mismos sobre sus modelos relacionales y sobre la manera en la que vinculan con sus hijos, es determinante (ver tablas 2.2 y 2.3), pues influye poderosamente en el tipo de apego que los niños desarrollan hacia sus progenitores (ver tabla 2.4).

Tabla 2.3 Apego infantil y divorcio de los padres.

Los modelos relacionales son estables en el tiempo y persisten, aunque tienen potencial para ser modificados por la experiencia gracias a la reflexión y a nuevas experiencias vinculares, en la vida posterior, con otros adultos. Marrone (2009)48 dice que «los modelos no son estructuras estáticas. Son muy estables, pero pueden cambiar y ser activados o desactivados en cualquier situación particular […]. No son plantillas fijas ni fotografías de otras personas». Son representaciones simbólicas mediante las cuales operamos y nos representamos a nosotros mismos, la calidad de las relaciones y el mundo que nos rodea. Estas representaciones mentales, estos modelos relacionales, se crean a partir de las experiencias reales que vivimos desde que nacemos.

Ya nos habremos dado cuenta de que el divorcio de los padres activa el sistema de apego de las personas, como también lo hacen las rupturas, las despedidas, la pérdida de seres queridos… Ante situaciones de este tipo, cada persona responde con mayor o menor seguridad, pues el modelo mental se activa y las estrategias de vinculación interiorizadas aparecen. El divorcio de los padres activará los modelos relacionales que el niño haya desarrollado en función de si su representación mental es de apego seguro, inseguro (ansioso-ambivalente o evitativa) o desorganizado. Veamos cada una de ellas en relación al divorcio de los padres.

Niños con rasgos de apego seguro antes del divorcio de los padres

• Los niños que han vivido una experiencia de apego suficientemente seguro en su infancia temprana (de los cero a los dos años) ante el divorcio de los padres expresarán sus emociones y buscarán la proximidad con estos (especialmente con el progenitor con el cual el niño haya desarrollado la expectativa de que se mostrará disponible, sensible y empático). Tendrá confianza en que sus padres, a pesar de la separación, no le abandonarán. Le generará dolor emocional, pero sus padres serán efectivos calmándole y dándole seguridad.

• Es un niño que habrá aprendido, como legado de un apego seguro temprano, a regularse emocionalmente, con lo cual no le costará demasiado entrar en estados de calma. Puede vivir experiencias de ansiedad, miedo, temor… ante el cambio que supone en su vida y el dolor de la separación, e incluso pasar un periodo de alteraciones emocionales y de conducta, con bajada en el rendimiento académico u otros indicadores psicológicos. Pero, aunque se insegurice temporalmente, si los padres se mantienen competentes (seguros, sensibles y pueden contener al niño), este superará esta etapa y disminuirá la probabilidad de que le queden secuelas duraderas, pues desarrollará recursos gracias a los adultos que le apoyan. Puede necesitar ayuda profesional y beneficiarse de la misma, al igual que los padres, que colaborarán y apoyarán el trabajo de los profesionales.

Niños con rasgos de apego inseguro evitativo antes del divorcio de los padres

• En cambio, si en el niño existe una experiencia previa al divorcio en la que predominan modelos mentales compatibles con un apego inseguro evitativo, la separación de los padres activará este modelo y el niño responderá de acuerdo al mismo.

• En el estilo evitativo, el niño se desconecta de las necesidades de apego. Puede actuar incluso con distancia afectiva, porque las aparta de su mente, las excluye, pues la expectativa es que generan dolor y la separación de los padres es una confirmación de ello. Dado que es un niño que minimiza las necesidades emocionales, puede dar la impresión de que no necesita tanto a los padres a este nivel (aprendió a ser prematuramente autónomo y autosuficiente) e, incluso, puede parecer que ante el divorcio «no pasa nada». Buscará regularse por sí mismo, usando videojuegos, televisión o Internet. En este estilo de apego, el niño se defiende así de la activación de unas representaciones inconscientes que contienen un esquema mental que estima que no necesita depender de los adultos para obtener confort y seguridad. En su corta vida, las figuras de apego ignoraron, rechazaron e incluso ridiculizaron sus necesidades de conexión, cercanía afectiva e intimidad emocional; por ello, niega y/o actúa de tal modo que parece no necesitarlas. Dado que está en desarrollo y es un niño, se está a tiempo de influir en estas representaciones mediante relaciones de proximidad e intimidad emocional progresivas49.