Loe raamatut: «Cuando mi corazón calma», lehekülg 4

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• A pesar de lo que pueda parecer, esto no quiere decir que el niño no necesite a los padres. Este tipo de niños son valorados como que pueden con las cosas porque son autosuficientes y saben arreglárselas solos —corren el riesgo de ser parentificados50— y a menudo los progenitores se despreocupan de sus necesidades y entienden la distancia emocional que ellos ponen y la autonomía excesiva que muestran como que «son muy maduros para su edad». Este tipo de niños pueden no dar síntomas y gustan al adulto, pues en un momento de crisis no parecen demandar demasiado, ya que funcionan solos en una sociedad que premia el «búscate la vida».

• Es importante aprender a acercarse y a comunicar con ellos dentro de la distancia emocional que toleren y mostrarnos disponibles y dispuestos a ayudarlos en lo que necesiten. Dan la impresión de desapegados51, pero esto no existe, porque es imposible no apegarse (apegarse o morir), sino que realmente lo que les pasa es que se desconectan y mantienen una evitación emocional, maximizando lo funcional, práctico y lógico. En algunos casos, como Yárnoz (2008)52 afirma, puede ser una adaptación saludable ante un divorcio en algunas situaciones. No es conveniente esperar —ni forzar—, como también refiere la misma autora, un «duelo dramático» o expresión emocional intensa en estos niños pensando que tienen que «sacar lo que tienen dentro» o presionarlos a expresar emociones. No es conveniente tratar de eliminar esta defensa evitativa, sobre todo sin antes preguntarnos el valor que tiene para el niño en su contexto de vida. El trabajo para abrirse al mundo emocional debe ser progresivo y con técnicas adaptadas al niño, como lo son el dibujo, el juego y/o la técnica de la caja de arena.

Niños con rasgos de apego inseguro ansioso-ambivalente antes del divorcio de los padres

• El niño que ha desarrollado un modelo relacional con rasgos ansioso-ambivalentes previo al divorcio de los padres muestra características opuestas al anterior. Este tipo de niños, ante el divorcio de los padres, siente una gran angustia de abandono, lo cual le lleva a hiperactivar las conductas de apego y aferrarse, probablemente de manera ansiosa, a los cuidadores, en especial con el que haya desarrollado el vínculo predominante.

• Los niños que presentan estos rasgos tempranamente dudaron de la disponibilidad de la figura de apego. La misma figura que los desregulaba emocionalmente no lograba tampoco calmarlos (por la inconsistencia emocional de esta en sus interacciones), porque no les podía dar la seguridad que necesitaban. Por lo tanto, no lograron aprender las herramientas de autorregulación emocional. Una gran rabia hacia el cuidador, hacia quien se siente ambivalencia, se expresa sobre todo en forma de rabietas y tormentas emocionales.

• Por ello, la comunicación de la noticia del divorcio a niños con este tipo de rasgos es una experiencia dramática y emocionalmente intensa para ellos, pues en su interior desarrollaron tempranamente una gran duda de si serían lo suficientemente queridos al no conseguir seguridad y calma suficientes. Es necesario comprender a los niños que presentan todas o algunas características de este tipo. Una gran sensación de desamor y desamparo los invadirá durante un tiempo, con lo cual hemos de empatizar con ellos.

• Los padres competentes deberán tener paciencia, permanencia y reasegurar al niño. Contener sus emociones de manera respetuosa, pues durante un tiempo es posible que desarrollen alteraciones emocionales y de conducta, así como reacciones impulsivas e inestabilidad emocional general. Puede darse un retroceso en algunas áreas del desarrollo, que pueden recuperarse cuando se reasegure.

Como veremos en el apartado dedicado a la guía, para todos los niños será muy importante que la separación no suponga una pérdida real de sus progenitores y que puedan mantener las rutinas, actividades, amigos y escuela, así como las costumbres que les dan tranquilidad y seguridad.

Niños con rasgos de apego desorganizado antes del divorcio de los padres

• Como ya hemos referido, el niño que ha desarrollado un apego desorganizado previo al divorcio de sus padres (con uno o con los dos progenitores) vive en una «paradoja irresoluble»53, pues las mismas personas a las que debe apegarse para sobrevivir son las que le maltratan o abandonan (Siegel, 2007)54.

• El divorcio de los padres puede ser un alivio para estos niños porque con ello termina la situación de malos tratos y desprotección que pueden sufrir55. Es lo que ocurre con los niños víctimas de violencia de género, que presentan trauma complejo al padecer experiencias terribles en su corta vida: presenciar el maltrato a su madre (que es igual de traumático que si los maltrataran a ellos) y sufrir ellos mismos agresiones físicas y psicológicas. En casos más dramáticos aún, han podido ser víctimas del asesinato de su madre y el suicidio de su padre, como a menudo tenemos noticia, desgraciadamente, en los medios de comunicación. A veces, son niños de madres que conocemos porque somos profesionales que trabajamos con ellas y nos sentimos fuertemente afectados por estos hechos. Puede ser traumático para los profesionales esta y otras experiencias con las que a menudo convivimos, porque estamos vinculados con nuestras pacientes y empatizamos con ellas (Rothschild y Aldekoa, 2009)56.

• Después de la separación, al ser protegidos, comienza no obstante el proceso de elaboración de su traumática historia de vida (que conlleva un largo y duro proceso judicial y, a veces, tener que soportar visitas y contactos con la persona maltratadora, con la que pueden haber desarrollado un vínculo de apego desorganizado) y una psicoterapia que ha de ayudarlos a sanar de las secuelas psicológicas que experiencias como el maltrato y el abandono dejan en las personas menores de edad (el trauma, como bien afirma Van der Kolk, 201757, se queda grabado en el sistema nervioso de los niños).

• El niño con rasgos de apego desorganizado vivirá de manera contradictoria el divorcio de los padres. En algunos momentos, los odiará y querrá castigarlos por el daño sufrido; en otros momentos, sentirá fuertes deseos de estar con uno ellos y sentirá dolor por la pérdida. E, incluso, en otros, puede sentir que la situación no va con él y que no le importa. Esto es así porque el niño no ha podido desarrollar una representación estable ni coherente de sí mismo ni del mundo que le rodea. El apego desorganizado contiene elementos de los otros dos, pero de un modo incoherente; no hay una estrategia organizada (Siegel, 2007)58.

• El abandono y/o negligencia emocional que puede darse en algunos divorcios también puede favorecer la aparición de un apego desorganizado —o agravarlo, si este tipo de apego preexistía con anterioridad al divorcio con alguno de los dos progenitores—, pues un padre (o unos padres) no respondiente ni atento a las necesidades del niño, totalmente desconectado de las funciones de su parentalidad, como si estuviera «congelado» (podemos imaginarnos el rostro de alguien como hipnotizado delante del infante), es pernicioso para este. Estos padres suelen presentar «traumas no resueltos»59 que hacen que se desconecten emocionalmente del niño de un modo grave y que no respondan —o que lo rechacen—, pues tienen tendencia a disociarse de la persona menor de edad. El niño puede igualar estos estados con los de los progenitores y desarrollar un bloqueo disociativo, propio también de los apegos desorganizados (Silberg, 2019)60.

• El apego desorganizado también puede darse en el niño cuando los padres no solo generan terror por los malos tratos o una angustia por la negligencia que los lleva a disociarse, sino cuando los propios padres se atemorizan del infante y no le regulan emocionalmente ni le ponen límites, permitiéndole tomar el control, siendo indulgentes e instaurando un laissez faire. Esta forma de negligencia (no poner normas y límites razonables a los niños ni ejercer una autoridad calmada) es muy negativa y afecta al desarrollo de la persona menor de edad, pues para compensar la inseguridad que siente usará el control punitivo (la agresión y el dominio a los padres) como mecanismo de adaptación. Lo que se denomina equivocadamente el «pequeño dictador» —poniendo el foco del problema solo en el niño, y haciéndole solamente responsable a él de esta situación— puede ser, desde nuestra perspectiva, un tipo de apego desorganizado generado ante el temor y la inseguridad que al niño le produce vivir sin límites. Esta actitud le otorga satisfacción inmediata a sus deseos de gratificación. Ante el divorcio de los padres, el niño puede afianzar y reforzar, para sobrevivir, estas defensas, pues la angustia y el caos de la separación pueden maximizar esta necesidad de control preexistente.

• Las estrategias que un bebé o el niño con rasgos de apego desorganizado puede desarrollar en un entorno con figuras de apego maltratantes y/o negligentes para sobrevivir son limitadas, ya que al no poder huir ni luchar lo único que le queda es disociarse —desconectarse de sus procesos mentales y de su cuerpo para no sufrir—. Una gran desregulación emocional y conductual caracterizará a este tipo de chicos.

• Este tipo de apego suele darse con progenitores que presentan «traumas no resueltos»61. Estos padres tienen, por lo tanto, una historia, a su vez, de apego desorganizado. Pueden consumir sustancias y llevar vidas caóticas y desestructuradas, así como presentar trastornos de personalidad. Los progenitores suelen maltratar, abusar y/o mostrarse negligentes con sus hijos, con lo cual esta situación se considera grave. Estos niños desarrollan problemas severos de regulación emocional, con cambios bruscos, alteraciones de conducta y tendencia a disociarse, y mantienen un conflicto entre aproximarse versus alejarse de las personas. Desconfían y se muestran inseguros, recelosos y controladores de los demás (una manera de defenderse ante las imprevisibles relaciones de apego). Su mente y, en consecuencia, su conducta suelen ser incoherentes y sus cambios de estado mental son muy abruptos (Siegel, 2007)62.

En el caso de que los padres presenten incompetencias parentales severas, será preciso trabajar a nivel profesional con estos padres desde el sistema de protección de menores para evaluar en qué medida pueden mejorar como para hacerse cargo de sus hijos, siempre bajo la supervisión de los técnicos de protección a la infancia. El acogimiento familiar (en familia extensa si un familiar puede hacerse cargo responsablemente de los niños; y si no, en familia ajena), en el caso de valoración de incompetencia parental no recuperable, es una gran alternativa para estos niños, siempre y cuando los acogedores y el niño sean apoyados profesionalmente, pues son chicos cuyos traumas tempranos convierten la crianza en todo un desafío educativo.

En las separaciones de progenitores en casos de violencia intrafamiliar y/o de género, el niño puede haber desarrollado un apego desorganizado con el padre maltratador y otro seguro con la madre. Pero también es posible que haya podido desarrollar un apego inseguro con la madre, pues el estado psicológico de esta no le ha permitido estar disponible, regular emocionalmente y dar suficiente seguridad al niño. Puede trabajarse la reparación del vínculo de apego del niño con la madre en una terapia y la elaboración del trauma de los malos tratos que ha sufrido por parte de su padre. El sistema judicial obliga muchas veces, porque predomina el derecho de los padres, a visitas y contactos con progenitores con los que el niño tiene una historia de apego desorganizado relacionado con una historia de malos tratos (abuso sexual, abandono, maltrato físico y/o emocional). Esto es una victimización secundaria y puede retraumatizar a los niños y hacer que queden indefensos. La perspectiva del apego y la trascendencia que este tiene para el desarrollo del niño y como garante del bienestar y de la salud no es contemplada en la mayoría de las decisiones judiciales, pues no suele valorarse ni tenerse en cuenta. La labor de los profesionales pasa también por psicoeducar a los jueces en temas de trauma relacional y apego.


Figura 2.2 Un niño de siete años representa el divorcio de sus padres en esta caja de arena como dos bandos enfrentados entre sí.

Tabla 2.4 Preguntas sobre tu historia de apego temprana para ayudarte en la reflexión como padre o madre en el ejercicio de tu parentalidad.

Los investigadores George, Kaplan y Main (1985)63 se preguntaron si existiría una correspondencia entre los tipos de apego descritos por Mary Ainsworth y las representaciones de apego de los adultos. Es decir, un niño que es catalogado en la «situación extraña»64 como evitativo ¿mantiene este patrón en la vida adulta? Y si es así, ¿en qué medida?

Para ello, las autoras desarrollaron un instrumento denominado «la entrevista de apego adulto» (George, Kaplan y Main, 1985)65. Mediante una serie de preguntas, se invita a la persona a evocar los recuerdos que tiene de su infancia y cómo fueron las relaciones que estableció con cada uno de sus progenitores. Además, se le formulan una serie de preguntas con el fin de que reflexione acerca de cómo han afectado a su vida adulta y a sus relaciones dichas experiencias. Para los que pueden ser padres o están en vías de serlo, hay unas cuestiones referidas a cómo la persona piensa que afectarían sus relaciones de apego tempranas al modo de relacionarse con su futuro hijo.

La entrevista mide rasgos del adulto derivados fundamentalmente de las experiencias individuales. Lo que importa es cómo el sujeto recuerda sus experiencias (o cómo las ha elaborado). Por eso, lo trascendente no es haber sufrido traumas en la vida, sino el haberlos elaborado psicológicamente.

Las autoras revolucionaron la teoría del apego y aportaron «un protocolo de estructura flexible, aparentemente sencillo, denominado Entrevista de Apego Adulto (AAI, por sus siglas en inglés Adult Attachment Interview), en el que se pedía a los padres que formaban parte de un estudio que recopilaran la historia de su relación con sus propios padres y reflexionaran sobre ella, incluyendo las experiencias de pérdida, rechazo y separación» (Wallin, 2012)66. Es una herramienta que ha demostrado poder evaluar el apego en la vida adulta.

Por ello, lo que más nos interesa —lo que esto nos aporta— es que como padres puedan hacerse estas preguntas y reflexionar sobre cómo influyeron las experiencias tempranas con sus cuidadores principales y otras figuras importantes en su estado mental con respecto al apego de adultos67. Y cómo les afecta esto en su manera de ejercer la parentalidad; sobre todo, en el momento de afrontar el divorcio tanto a nivel personal como en la relación con la expareja y los hijos.

Reflexionen sobre estas cuestiones de «la entrevista de apego adulto»68:

«¿Cuál es la primera vez que recuerda haber estado separado de sus padres? ¿Cómo respondieron ellos? ¿Y usted? ¿Recuerda algunas separaciones que se quedaron en su mente?

»¿Se sintió alguna vez rechazado cuando era niño? Por supuesto, mirando desde el presente se puede dar cuenta realmente de que no era un rechazo, pero lo que estoy tratando de preguntar aquí es si recuerda haberse sentido rechazado en la niñez.

»¿Alguna vez le amenazaron sus padres de algún modo? Ya sea para disciplinarle o quizá solo como una broma o jugando.

»¿Cómo cree que estas experiencias con sus padres han afectado a su personalidad adulta? ¿Hay algunos aspectos de sus experiencias tempranas que sienta que se quedaron atrasados en su desarrollo?

»¿Por qué cree que sus padres se comportaron así durante su infancia?

»¿Hubo otros adultos con quienes se sintió cerca cuando niño, o cualquier otro adulto que fuera especialmente importante para usted?

»¿Vivió la pérdida de un padre o alguien querido cercano mientras fue niño?

»¿Ha habido muchos cambios en su relación con sus padres desde que era niño? Desde la niñez hasta ahora.

»¿Qué relación tiene actualmente con sus padres?

»¿Cómo responde usted, en términos de sentimientos, cuando se separa de su niño?

»Si tuviese tres deseos para su niño en 20 años más desde ahora, ¿cuáles serían?

»Piense en el tipo de futuro que le gustaría para su hijo.

»¿Hay alguna cosa particular con la cual sintió que aprendió de sus experiencias de niño?»

2.3.2 La empatía, una capacidad parental fundamental

La capacidad de empatía, íntimamente ligada a una experiencia de apego seguro, es una capacidad parental fundamental (Barudy y Dantagnan, 2010)69. Sin ella, los padres no pueden representarse ni reflexionar sobre el mundo interno de sus hijos. Usando una metáfora, entenderían la letra pero no la música que sus hijos les transmiten. Ponerse en su piel y aproximarse a lo que pueden sentir, sin confundirlo con lo propio, es un requisito indispensable para el ejercicio de una parentalidad responsable. Para poder ser empáticos con los hijos, es necesario que lo hayan sido con nosotros en la infancia, que es cuando los circuitos de la empatía son mucho más sensibles y se desarrollan (Moya, 2014)70. Para que reflexionemos sobre nuestra capacidad de empatía, en la tabla 2.5 proponemos una definición de empatía y los niveles de empatía.

Tabla 2.5 ¿Qué nivel de empatía tienes? Empatía, divorcio de los padres y competencia parental.

¿Por qué un terrorista puede entrar en una discoteca parisina y cometer una masacre? ¿Por qué un hombre mata a su mujer delante de su hijo? ¿Por qué los nazis eran capaces de aplicar la solución final y luego ir a sus casas y ser aparentemente hombres afables con sus mujeres y sus hijos? ¿Por qué los padres o cuidadores pueden ser maltratadores, negligentes, abusadores o abandonar a sus hijos?

Hay muchas explicaciones para todos estos dolorosos hechos (que nos recuerdan que vivimos entre «tanto horror», como dice el cantautor Luis Eduardo Aute). Pero una podría ser el denominador común a todos: los perpetradores, bien de forma transitoria o de manera permanente, tienen los circuitos cerebrales de la empatía desconectados.

Esta es la propuesta de uno de los investigadores más relevantes en empatía: Simon Baron-Cohen71.

Este autor sostiene que «para mostrar empatía o para ser empáticos debemos identificar lo que la otra persona siente o piensa y responder ante sus pensamientos y sentimientos con una emoción adecuada».

Ambos componentes son necesarios para que se dé empatía: reconocimiento y respuesta. Porque si se tiene la primera sin la última, no se empatizará en absoluto. Si un psicópata sintiera una punzada de lástima al violar a una mujer, no lo haría en absoluto. Probablemente pueda identificar los pensamientos de la víctima, pero no puede responder con una emoción adecuada ante los mismos. Porque para el psicópata el otro es un ello (objeto) y no un tú (sujeto).

A continuación, veremos los niveles de empatía, medidos por el «Cuestionario de Empatía para Adultos»72 de Baron-Cohen (2012). Ahora que va a emprender el divorcio de su pareja o está inmerso en el mismo, ¿cómo se autoevalúa? ¿Cree que tiene suficiente capacidad de empatía?

«Cero grados de empatía: una persona que se encuentra en este nivel no tiene empatía en absoluto. En este nivel las personas son capaces de cometer delitos, entre los que se incluyen asaltos, asesinatos, torturas y violaciones. Cuando se les indica que han hecho daño a otros, esto no significa nada para ellos. No pueden experimentar remordimiento o culpa, porque simplemente no entienden qué siente la otra persona». Para Baron-Cohen es el extremo máximo: lo que él denomina «cero grados de empatía».

«Nivel 1 de empatía: en este nivel una persona puede hacer daño a los demás, pero puede reflexionar hasta cierto punto sobre lo que ha hecho y mostrar su arrepentimiento. Lo que ocurre es que, llegado el momento, no puede detenerse. No hay respuesta emocional adecuada y, por tanto, carece de autocontrol.

»Aquí se pueden incluir muchas personas que maltratan a los demás: pueden reconocer que está mal, pero no pueden integrarlo en su mente para no pasar al acto. En determinadas circunstancias pueden activar la empatía, pero les puede su temperamento violento.

»Aquí podríamos incluir a los padres o cuidadores que en entrevista te dicen que sí, que no deben maltratar a su hijo, pero ante una conducta de este que valoran como intolerable le pegan una paliza.

»Nivel 2 de empatía: en este nivel la persona dispone de suficiente empatía para vislumbrar cómo se siente la otra persona, lo cual hará que evite cualquier tipo de agresión física. Sin embargo, puede gritar y decir cosas dañinas a los demás. Necesita de otro que se lo haga notar y le diga que se ha excedido y que ha dicho cosas que han podido herir.

»Son personas que se meten constantemente en problemas debido a sus salidas de tono, ya sea en el trabajo o en casa. A todos nos vienen a la mente nombres de personas que conocemos. Les cuesta, a pesar de los problemas que surgen, comprender qué es lo que han hecho mal.

»Nivel 3 de empatía: estas personas, en este nivel, son conscientes de que tienen problemas de empatía y es posible que lo intenten ocultar. Es un esfuerzo por fingir normalidad que puede ser agotador y estresante. Las interacciones sociales les resultan complicadas porque no entienden las bromas de los demás, no comprenden bien las expresiones faciales de los otros y no están seguras sobre lo que se espera de ellas. Lo único que desean es estar solas y ser ellas mismas.

»Nivel 4 de empatía: son personas cuya empatía se halla un tanto embotada. Tienen un promedio bajo de empatía. Prefieren conversaciones que se ciñan a temas que no incluyan emociones. En este nivel se sitúan más hombres que mujeres; son aquellos que prefieren arreglar un coche a sostener conversaciones sobre sentimientos. Las amistades se basan más en actividades e intereses compartidos que en una intimidad emocional.

»Las personas con disposición al apego evitativo podrían situarse aquí.

»Nivel 5 de empatía: las personas que se sitúan en este nivel poseen un nivel de empatía ligeramente superior. En este nivel se incluyen más mujeres que hombres. Aquí las amistades se basan en la intimidad emocional, en compartir confidencias, brindarse apoyo mutuo, palabras de comprensión… Hay sintonía y conexión emocional, propias del apego seguro. Son personas cuidadosas en la forma de interactuar con los demás y se tienen en cuenta los sentimientos de los otros. Se dejan asesorar por los otros y sus puntos de vista en la toma de decisiones.

»Nivel 6 de empatía: aquí se sitúan personas con una empatía extraordinaria. Se centran continuamente en los sentimientos de la otra persona. No escatiman esfuerzos para captar cómo se sienten y ofrecerles ayuda. Disponen de un talento natural y extraordinario para sintonizar, conectar y resonar emocionalmente con las personas. Quien está con este tipo de personas superdotadas para la empatía siente rápido que son capaces de captar su mundo interior, lo cual le generará confianza y seguridad para poder abrirse».

Los adultos que maltratan a los niños (les pegan, lesionan, a veces con mucha crueldad, o les insultan y vejan psicológicamente, machacando su autoestima), se muestran negligentes (por ejemplo, salen de juerga y al día siguiente no se levantan hasta las cinco de la tarde, dejando a su hijo sin la atención y la debida satisfacción de sus necesidades físicas y psicológicas durante horas) o abandonan (un padre que abandona el hogar familiar o la relación con su hijo sin darle ninguna explicación coherente al niño, dejándolo sumido en el dolor y en la desorientación) son personas que se sitúan como mucho entre el nivel 0 y el 2. Lo más probable es que estén entre el 0 y el 1.

Es necesario determinar si el déficit de empatía causante de la incapacidad parental es permanente o transitorio (quizá determinadas condiciones de vida han desconectado temporalmente los circuitos de la empatía, pero cuando estas condiciones adversas se restauran ese padre o madre puede funcionar con niveles de empatía más altos).

Para Barudy y Dantagnan (2010)73, «la empatía es un conjunto de constructos cuya finalidad es comprender la emoción del otro, comprender la respuesta emocional en uno mismo y tener en cuenta las características de la situación para, finalmente, tomar decisiones para una acción adecuada».

Barudy y Dantagnan contemplan los siguientes niveles de empatía:

«Ausencia de empatía: son padres y madres que no pueden acceder al mundo emocional y a las necesidades de sus hijos. En este sentido, no hay capacidad reflexiva. Los padres no pueden ver a sus hijos como sujetos con ideas, intenciones o deseos propios.

»Trastorno de la empatía: los padres y las madres malinterpretan las señales con las que sus hijos manifiestan sus necesidades. Tienden a proyectar sus propias vivencias o sentimientos en los niños.

»Habilidad empática deficiente: los padres y las madres tienen pocas habilidades sociales y comunicativas para expresar o transmitir lo que sienten a sus hijos. Pueden ponerse en su lugar y llegar a sentir como ellos, pero no saben cómo transmitir esas vivencias.

»Dificultad para la expresión de la empatía: los padres y las madres no pueden expresar lo que sienten a sus hijos debido a contextos sociales estresantes. Por ejemplo: víctimas de pobreza, exclusión social, enfermedad, crisis económica, problemas de pareja, duelos no elaborados…».

Combinando las aportaciones de Baron-Cohen y Barudy y Dantagnan, los niveles 0, 1 y 2 de empatía de Baron-Cohen se corresponderían con la «ausencia de empatía» y el «trastorno de la empatía» en la clasificación de Barudy y Dantagnan. Aquí los padres o cuidadores del niño presentan una incompetencia parental severa y probablemente crónica. Son situaciones muy preocupantes de crianza y pueden requerir la intervención de los servicios sociales. Los padres pueden presentar patologías como personalidades narcisistas, límite o psicopáticas. Estos padres no pueden tener la custodia de sus hijos.

Los niveles 3 y 4 de la clasificación de Baron-Cohen se corresponden con las categorías «habilidad empática deficiente» y «dificultad para la expresión de la empatía» de Barudy y Dantagnan. Los padres pueden conservar competencia parental mínima y parcial, ya que pueden reflexionar sobre sí mismos y sobre el impacto de sus actuaciones sobre sus hijos, aunque con dificultades en la empatía. Pueden beneficiarse de las intervenciones familiares y de las terapias psicológicas, pero necesitan apoyos para poder lograrlo. Las situaciones en las que los niños viven pueden ser preocupantes.

Las personas con niveles 5 y 6 en la escala de Baron-Cohen son padres con competencia parental suficiente e incluso alta; presentan capacidades de apego y empatía y modelos de crianza democráticos y respetuosos. Son familias con una dinámica afectiva y cohesiva que pueden afrontar la separación preocupándose de sus hijos, atendiéndolos adecuadamente, involucrándose en sus vidas y manteniendo los vínculos y sus responsabilidades, aunque la pareja haya terminado su relación. Pueden necesitar ayuda profesional, y colaboran y se dejan asesorar por los profesionales. Pueden llegar a un acuerdo de mediación o judicial, y ponen a sus hijos por encima de todo. No se apropian de los hijos y son conscientes de la necesidad que el niño tiene de convivir y mantener el vínculo con el otro progenitor.

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