Loe raamatut: «En la lucha - Posturas de la reintegración laboral en una fábrica de Cali»

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En la lucha. Posturas de la reintegración laboral en una fábrica de Cali© Juan David Mesa

Cali: Universidad Icesi; Bogotá: Universidad del Rosario, 2020

210 pp., 15.5 x 22.5 cm.

ISBN 978-958-5590-16-8 / 978-958-5590-17-5 (PDF) / 978-958-5590-18-2 (ePub)

DOI: https://doi.org/10.18046/EUI/ee.2.2020

Palabras claves: 1. Reintegración 2. Luchas sociales 3. Trabajo y trabajadores 4. Derecho al trabajo 5. Cali (Valle del Cauca--Colombia).

Clasificación Dewey: 303.69 - ddc 21

© Universidad Icesi; Universidad del Rosario

Mayo de 2020, primera edición.

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Revisión de estilo

Leonardo Holguín Rincón

Imágen de la portada

Fotografía tomada por Juan David Mesa.

Diseño y diagramación

Ladelasvioletas - ladelasvioletas@gmail.com

La publicación de este libro se aprobó luego de superar un proceso de evaluación doble ciego por dos pares expertos.

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Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Preludio

Tras bastidor: una fábrica de reintegración

La epifanía (o la gran apuesta teórica)

Crisis: los anteriores y los actuales (Un año atrás y metodología)

Volver (Un año después)

En la lucha, en la administración: diez mil ganchos, veinte mil amarras

Seguridad (“En sus cubiertas”)

La gestión (La lucha en la administración)

En la lucha, en la producción: se entrega la orden y se liquida

La calidad (La lucha con las tecnologías y el mercado en la producción)

El trabajo en equipo (La lucha en la convivencia)

Epílogo.La vida es una constante lucha

Referencias

Documentos emitidos por instituciones

Documentos audiovisuales

Sobre el autor

Para quienes luchan día a día

Agradecimientos

Aprovecho estas breves líneas para agradecer a todas las personas especiales y maravillosas que hicieron parte de este caótico, peculiar y mágico proceso que solemos llamar, en medio del estrés y la desesperación, “tesis de maestría”, el primer paso que recorrí para hacer posible esta publicación. En dicho proceso, mediado por litros de café, pocas horas de sueño, epifanías, frustraciones, confusiones y divagaciones, tuve la oportunidad, la hermosa experiencia, de seguir formándome no solo como investigador social, sino también como docente. Si algo puedo asegurar es que mi postura, con respecto a la de hace dos años, hoy es otra. Ahora, además de Juan David, soy el profe.

Agradezco a los socios de Ganchos y Amarras (a quienes llamo así por su extinto vínculo contractual como dueños de la fábrica y sobre todo por el vínculo que logramos configurar en el trabajo de campo y después). Gracias a Jaime, mi interlocutor principal, por acercarme a su lucha en la administración, por abrirme las puertas de la fábrica y por su apoyo como jurado en uno de mis cursos (en los que, precisamente, reflexionamos en torno a la reintegración). Gracias a Manuel por acercarme a su lucha en la producción, por abrirme las puertas del área de manufactura, por su enérgica actitud y su apoyo en todas las actividades. Gracias a Harold y a Yeison por acercarme a su lucha en la producción, por sus historias, por su arduo trabajo y su inmensa colaboración. Gracias muchachos, gracias socios.

Agradezco también a la Universidad Icesi, la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, al Departamento de Estudios Sociales, al Departamento de Estudios Políticos y a todas las personas que integran cada una de esas extraordinarias instancias y que me apoyaron en mi proceso de formación en investigación y docencia. Gracias a Daniella Castellanos con quien he tenido la fortuna de compartir este proceso en pregrado, en posgrado y ahora en la vida más allá de la academia. Gracias a la Universidad del Rosario por creer en este proyecto y apoyarlo en la coedición con la Universidad Icesi.

A todas, a todos, gracias. Seguimos en la lucha.

Prólogo

A tres años y un poco más de haber firmado el acuerdo de paz con las Farc y a catorce años de la desmovilización de los paramiliatares, en medio de una coyuntura como la que atravesamos hoy, encerrados en casa, con miles de vidas que luchan contra el Covid-19, otras contra el hambre y la pobreza, otras contra el estigma y el odio, otras por el reconocimiento y la dignidad, y el mal llamado distanciamiento social se nos implanta como un imperativo para la supervivencia, el título y espíritu de este libro, En la Lucha, resuena más que nunca. Un retrato experiencial de 4 excombatientes en una fábrica en Cali, captado en un momento en que la incertidumbre le gana espacio a la esperanza representada en sueños que se desmoronan tras el fin anunciado de “Ganchos y Amarres”, cuya promesa de seguridad para sus cubiertas, como reza su eslogan, no arropó así la existencia de sus personajes. En una escritura etnográfica que se abre entre notas de campo, reflexiones personales, autores, paisajes sonoros puestos en palabras que mezclan voces de trabajadores, pero también de máquinas y materiales, diálogos, e imágenes en blanco y negro y a color, recorremos un camino de saltos temporales o de “desorden cronológico” y “desorden espacial” (pp. 18-19).

Utilizando el “desorden” como una estrategia de escritura, se despliega una narrativa cinematográfica, cuya escritura visual (no solo por las imágenes que crea, sino también por las distintas tipografías usadas), evocativa y deliberadamente “caótica”, con fotos y letras que tienen la misma fuerza, nos va adentrando en un universo rico y complejo, plagado de detalles de cuerpos en movimiento, laboriosos y marcados por la guerra. Este libro experimental, que retrata a su vez el experimento de la reintegración de puertas para adentro de una fábrica, es sin duda una importante contribución a los estudios sobre ´post-conflicto´, desde las experiencias de aquellos cuyas vidas han atravesado cambios drásticos para volver a la legalidad.

Creado en el 2011 pero oficialmente inaugurado en 2012, en el marco de las políticas de reintegración laboral y con el apoyo de empresarios vallecaucanos, más que un proyecto productivo, Juan David Mesa retrata los vaivenes del esfuerzo de un grupo inicial de 11 socios, que al momento de la primera llegada del investigador, de tipo exploratoria en 2016, se habían reducido a 8 miembros, tres de los cuales eran exguerrilleros y un exparamilitar, todos en proceso de reintegración. En el ir y venir de un año, y en su segunda primera llegada en 2017, ya para quedarse y con 2 socios menos, el autor vivencia cómo esta apuesta pierde impulso hasta agonizar ante dificultades técnicas, administrativas, logísticas, humanas y económicas. La lucha de los socios no dio fruto, pese al cambio de gerente, las innovaciones productivas, nuevos pedidos, en fin, a los diversos intentos por revivirla. Seguramente el autor del libro hubiera querido escribir otro final para esta historia. Así mismo, nosotros los lectores, quisiéramos leer un final más esperanzador. En cambio, el paradójico momento en que la fábrica obtiene un contrato cuantioso es también la estocada final, un quiebre en la vida de los socios y así mismo para los lectores empáticos que nos ilusionamos también con sus sueños. Estas tensiones, solo posibles por la escritura bien lograda y rítmica de Mesa, es el hilo que nos lleva por la caída libre de quienes venidos del campo, buscando una oportunidad, esta vez no en la guerra, sino en la fábrica, pusieron de sí para cambiar sus vidas.

En medio de estos cambios, del “monte” por la ciudad, de los fusiles por troqueladoras, vulcanizadoras, inyectoras, computadores y facturas, del camuflado por el overol, Mesa explora las sincronías y conflictos entre las trayectorias de vida de sus interlocutores y sus otroras luchas armadas, al trajín de la producción, venta y despacho a intermediarios, en las luchas de una fábrica. Como nos mostrará, la fábrica es un microcosmos con cuerpos. Allí se dan ritmos que los sujetos asumen desde posturas y con disposiciones adquiridas en su diferentes vidas y en los espacios que han habitado antes de su llegada a la fábrica. Son cuerpos humanos disciplinados, resilientes y vueltos combativos en diferentes régimenes de poder. Pero esta vez, le hacen frente a la adversidad con sus armas que son máquinas, inventarios, productos, estrategias de venta, cuerpos trabajando. La lucha no se detiene. Aquí se combinan y reajustan disposiciones forjadas por su pasado, y reinterpretadas en el presente de nuevos aprendizajes, una maraña de técnicas y tecnologías a través de las que se concreta esta lucha. Para otros cuerpos, no humanos, también hay cabida. Me refiero por ejemplo a la troqueladora o “mocha dedos”, máquina también protagonista (más bien antagonista) y resabiada, y que pese al buen trato, un día de mucha presión y estrés, dejó tirados a los socios.

Los cambios no solo comprometen a los observados, sino también a quien ha encajado las partes de este montaje-película vuelta texto. Como nos dice Mesa en su preludio, las muestras de cambio en su postura hacen parte importante de su estrategia metodológica, esto es en la realización de la investigación y en la apuesta narrativa, que otra vez apelando al “desorden”, salta de la primera persona del singular, cuando es el autor quien nos habla, a la tercera persona cuando es descriptivo y reflexivo, y un cuerpo más luchando con otros en la fábrica, y a veces a la segunda persona, cuando nos hace partícipes de las conversaciones y diálogos con sus interlocutores. Otros de sus cambios los he podido observar y acompañar yo en calidad de profesora. De estudiante a profesional y colega, del pregrado al posgrado, de escritor de ensayos y tesis, a autor de su primer libro.

Volviendo a la fábrica, con todo y sus tormentas, esta es paradójicamente un lugar seguro para los socios. Allí, contrario a lo que se podría pensar al ser el espacio de trabajo de personas que alguna vez estuvieron en bandos enfrentados, es más fácil estar y convivir que afuera en sus barrios y junto a sus vecinos. Afuera, están expuestos al estigma de haber pertenecido a un grupo ilegal. Adentro, no tienen que dar explicaciones al respecto y sus luchas son por otro tipo de reconocimiento. Pese al cierre de este hogar intermedio y transitorio donde se fabrica la reintegración, las múltiples luchas de los protagonistas siguen, tal como nos muestra el final del libro. Mesa ofrece una instantánea de este período de sus vidas bajo este fascinante experimento social y político de fabricación ‘protegida’ para ‘la reintegración’, que no logra establecerse como autosostenible y no resiste las fuerzas y presiones del sistema capitalista colombiano de producción económica, algo para lo cual, como nos muestra el autor, no fueron capacitados los socios. En este sentido, el libro espera marcar nuestros ojos e imaginación mientras nos transporta a los mundos y ritmos cotidianos de los trabajadores de la fábrica a través de esta atrevida crónica etnográfica multisensorial.

¿Qué postura(s) demanda de nosotros los lectores un libro como este? ¿Cuáles son las pretensiones de quien ha ensamblado esta máquina, qué como otras de la fábrica, produce en nosotros marcas? Ante las expectativas más bien modestas del autor frente a sus lectores (que contrastan con otros aspectos en donde se muestra más ambicioso), los efectos de esta puesta en escena en quien la observa, no han sido suficientemente anticipados. Siendo una pieza narrativa y también artística, las reacciones del público lector, completan la obra. Y dado el carácter experimental en muchos sentidos de este trabajo, este no es un tema menor. Incluso, su lectura puede ser también un asunto de nuestros cuerpos, no sólo de nuestros ojos, así pienso que lo quisiera Mesa, con toda la historia que ellos traen sedimentada, lo que a su vez nos dispondrá de mejor o peor modo a acompañar estas luchas. Que ruede entonces la película, pero través de páginas y fotogramas, mientras nosotros los lectores le damos otro aliento a las experiencias que están allí consignadas, y hacemos nuestras en mayor o menor medida, las imágenes de su autor.

Daniella Castellanos Montes

Universidad Icesi

Cali, Mayo 2020.

Preludio

En este libro reflexiono etnográficamente en torno a la experiencia de reintegración laboral de cuatro desmovilizados que decidieron crear su propia empresa en Cali en el 2011. La empresa —cuya misión se inscribía en la fabricación de piezas metálicas (ganchos y amarras) para la fijación de tejas— fue creada en un principio por once desmovilizados, tanto de grupos guerrilleros como paramilitares, con el apoyo de la Agencia para la Reintegración y grupos empresariales vallecaucanos que aportaron el capital inicial y las capacitaciones empresariales. Por complicaciones propias de la experiencia de reintegración, laboral que son las que describiré, seis de los once socios iniciales renunciaron a la empresa y a su proyecto de emprendimiento a lo largo de estos seis años (uno más falleció recién inaugurada).

Hasta mayo de 2018 la empresa estaba conformada por cuatro socios que ya habían culminado su proceso de reintegración: un operador de manufactura, una auxiliar contable y administrativa, y una contadora y profesional en salud ocupacional: estas dos últimas ocasionales. De los cuatro socios que conformaban la empresa, tres son desmovilizados de las FARC y solo uno de las AUC, todos tienen entre 30 y 40 años: uno de ellos se reconoce como mestizo y los otros tres como afrocolombianos. Uno de estos desmovilizados, que perteneció a las FARC, pasó a ocupar el cargo de gerente a mediados de 2016 debido a la renuncia del anterior socio: antes de ocupar este cargo era asistente de ventas y operador de manufactura. Los otros tres desmovilizados se desempeñaban como operadores de manufactura junto con un cuarto operador no desmovilizado que contrataron para apoyar la producción.

Este negocio, por haber estado conformado por una plantilla directa de solo seis empleados, se caracterizaba, desde una perspectiva organizacional, como una microempresa (menos de diez empleados) si se consideran los estándares y las tipologías comerciales. En sus inicios, conformado por más de diez empleados, este negocio se caracterizó por ser una empresa pequeña (más de diez empleados) lo que quiere decir que disminuyó de tamaño entre 2011 y 2018. Esto es relevante porque, de acuerdo con el tamaño de la empresa, hay unos lineamientos que se deben seguir en términos de obligaciones fiscales (impuestos): algo clave que, como veremos, marcaría el destino de la empresa.

En esa dinámica de renuncias que antes mencionaba —no solo de desmovilizados sino también de otros empleados— y de múltiples cambios en los cargos, la empresa tuvo que afrontar periodos de inestabilidad en la productividad: algunos meses del año eran “llenos de camello” y otros eran “más bien tranquilos”, como dirían los socios. Pero, eso sí, “todo es una lucha”. Esta lógica de mercado inestable responde a la ya normalizada incertidumbre por la que pasan los pequeños empresarios que no tienen poder de negociación y deben acudir a múltiples intermediarios para que su producto final pueda ser vendido al consumidor (Mesa, 2015; Venutolo, 2009; Zevallos, 2006).

En este caso específico, los ganchos y las amarras que se producían en la empresa dependían de los pedidos que hicieran los intermediarios, que por lo general eran pequeñas ferreterías, las que a su vez vendían el producto final a intermediarios más grandes y estos finalmente a las constructoras. Esta empresa solo contaba con un cliente directo, productor de tejas, que de todos modos estaba sujeto a la demanda proveniente del sector de la construcción.

La dinámica de lucha contra las adversidades propias de un ejercicio de mercado lleno de incertidumbres traía consigo una multiplicidad de crisis, de “camellos”, de “bororós”, de problemas que debían ser resueltos, luchando. Problemas que debían ser resueltos considerando, además, la escasez de capitales (económico, social y cultural) (Bourdieu, 2000) que ha caracterizado la trayectoria y el proceso de reintegración laboral de estos sujetos, la estigmatización, y las capacidades técnicas y conocimientos prácticos que los empleados de la empresa, socios y no socios, han tenido que incorporar por sí mismos. Estos problemas respondían a dinámicas muy localizadas en el escenario de la empresa misma o deslocalizadas a otros escenarios: desde un daño en una máquina, problemas de convivencia entre socios, y dificultades para vender, hasta contingencias con los clientes por cuestiones de calidad, precio, entre otros.

Este asunto es de suma importancia, considerando que la reintegración laboral en Colombia, por la incidencia de la política de DDR (desarme, desmovilización y reintegración), asume que el elemento central en el que se debe enfocar el proceso consiste en ofrecer capacitaciones orientadas al oficio: de desmovilizado a artesano; de desmovilizado a carpintero; de desmovilizado a operador de fábrica. En esa medida, el desmovilizado aprende a hacer artesanías, a tallar en madera y a operar una máquina, por mencionar casos comunes (como lo señalo en Mesa, 2017). Esto es, incorpora la técnica orientada al oficio mismo y las tecnologías básicas para llevarlo a cabo (Ingold, 2002).

Sin embargo, por mis observaciones en campo y mi revisión bibliográfica al respecto, desde el proceso no se concibe al oficio como una actividad que está inscrita en una economía de mercado en la que no basta con producir en condiciones ceteris paribus: es necesario incorporar otras técnicas, con sus respectivas tecnologías, para vender, negociar, prestar buen servicio al cliente, mantener buenas relaciones de trabajo, trabajar en equipo, etc. Se concibe el oficio como una actividad que no implica problemas, conflictos, cambio social: que está aislada completamente. No se sensibiliza, pues, al desmovilizado frente a la importancia de luchar en el mercado (esto es algo que, de todos modos, no se puede transmitir a través de capacitaciones: es algo que solo se incorpora en la experiencia).

Todo lo anterior me llevó a reflexionar etnográficamente en torno a qué tanto aportaron la trayectoria de estos sujetos y su proceso de reintegración en la incorporación de dichos conocimientos para su lucha en la resolución de problemas y/o qué tanto aportó la experiencia situacional misma, la capacidad de estos desmovilizados de agenciar por sí mismos con lo que tenían y tienen a disposición, “a la mano”. Es decir, ¿se debe comprender la reintegración laboral como un proceso estructural-constructivista de transmisión de conocimiento que debe ser replicado y/o como la capacidad práctica que los desmovilizados tienen de resolver sus problemas en la experiencia misma, con lo que tienen a disposición, en escenarios de escasez de capitales y estigmatización?

Teniendo en cuenta este trazado general del problema de investigación, es importante mencionar que este trabajo se inscribe de forma teórica y metodológica en esa doble instancia epistémica que se complementa entre sí: por un lado, desde una apuesta estructural-constructivista para esbozar la incidencia de la trayectoria y el proceso de reintegración de los desmovilizados como puntos clave para comprender sus capacidades para desenvolverse en su vida laboral y cotidiana (véase Bourdieu, 2000 y 2007, entre otros); por otro lado, desde una apuesta pragmatista y fenomenológica estructurante para esbozar la incidencia de la experiencia misma en la resolución de problemas puntuales también como puntos clave para comprender sus capacidades de desenvolverse en la vida laboral y cotidiana (véase Joas, 2013; Ingold, 2002 y 2013, entre otros).

Teóricamente, retomando y reinterpretando conceptos de algunos autores, concibo la empresa (y otros pocos espacios deslocalizados que hacen parte de este trabajo en la descripción) como un escenario (ya sea administrativo o productivo en el sentido de manufacturación) que a través del tiempo involucra múltiples ritmos, en términos de economías morales a los que los agentes deben responder luchando para resolver los problemas que surjan y no “morir en el intento” (Goffman, 2004; Thompson, 2014; Scott, 1976).

Gracias al trabajo etnográfico logré identificar cuatro ritmos propios de la dinámica laboral de la fábrica y del mercado, determinantes a la hora de poner a prueba a los desmovilizados en su proceso de reintegración laboral (en su capacidad de desenvolverse): seguridad (ritmo del mercado), gestión (ritmo del área administrativa de la fábrica), calidad (ritmo del mercado) y trabajo en equipo (ritmo del área de manufactura de la fábrica).

Más determinante aún es la categoría etnográfica central de este análisis: la lucha. Como categoría etnográfica evidente en el trabajo de campo, la lucha aparecía como algo recurrente en la experiencia cotidiana y en las narrativas de los desmovilizados para referirse a su trabajo en la fábrica. “¿Cómo están muchachos? En la lucha profe”. La lucha, como postura de cada desmovilizado en el área administrativa o de manufactura es una acumulación de conocimiento incorporado (conocimiento del cuerpo-subjetividad) y una construcción en la experiencia situada (la lucha como postura estructurada y estructurante). Hay problemas que se resuelven gracias a ese conocimiento acumulado (Bourdieu, 2000). Hay también —teniendo en cuenta que los escenarios son cambiantes— problemas que solo se resuelven por la acción creativa (Joas, 2013): luchando con lo que se tiene a la mano.

De este modo, concibo el cuerpo y su capacidad consciente de decidir, percibir, sentir (subjetividad) como la entidad inalienable para la resolución de problemas. La resolución de problemas implica una capacidad de desenvolvimiento en los escenarios laborales, la lucha, en la medida en que los implicados resolvían lo que se les presentara con lo que tenían a la mano: precisamente por la escasez de capitales y porque fueron estigmatizados durante el proceso de reintegración laboral en su vida cotidiana (Joas, 2013). Reinterpretando un concepto poco difundido en Giddens (1995), concibo la postura de los agentes como la disposición de su cuerpo-subjetividad en un momento dado para responder al problema mediante la incorporación y el uso práctico de ciertas técnicas y tecnologías específicas que la situación requiera (Ingold, 2002).

Las posturas de lucha de los desmovilizados en la reintegración laboral consisten en no “vararse” en contextos cambiantes, coyunturales, llenos de incertidumbre. Fue la incapacidad de adaptar las posturas a esos escenarios cambiantes (especialmente al ritmo del trabajo en equipo) lo que llevó a esa dinámica conflictiva de renuncias y pasos al costado por parte de los seis socios de Ganchos y Amarras que mencioné al principio de este preludio.

Desde el punto de vista metodológico, retomo datos del trabajo de campo que realicé entre abril de 2017 y enero de 2018: datos etnográficos a partir de diferentes técnicas como la revisión documental, entrevistas en profundidad, diario de campo, diálogos informales, cartografías sociales, y toda una reflexión en torno a la objetivación participante y lo que implica “comprender” en ese sentido (Bourdieu, 2008 y 2010). Todo esto, comprendiendo a profundidad lo que implica la reintegración laboral desde la postura de los implicados: identificando en sus relatos y trabajos cómo se ha dado este proceso. Identificando, en últimas, cómo la postura se va moldeando a través del tiempo y el espacio según el “camello”, el “bororó”, el “maní” que haya que resolver.

Ahora bien, por el ritmo propio de la dinámica de reintegración laboral de las posturas de mis interlocutores como la observé, objetivé, registré y comprendí, la escritura de este trabajo presenta varios recursos que rompen, o por lo menos buscan romper, con la linealidad narrativa causa-efecto con la que se ha comprendido la reintegración desde lo institucional (la famosa “ruta de la reintegración” que transitan los desmovilizados para poder reintegrarse). Resolver camellos en estos escenarios implicaba “moverse mijo, nada de andar tieso: vaya y venga”. Dado que las posturas estaban sujetas a múltiples secuencias que reflejan movimiento, en diversos momentos y escenarios que manifestaban variados problemas que debían ser resueltos simultáneamente, propongo un tipo de anacronía en la narración que se caracteriza por dos asuntos significativos.

Por un lado, implica un desorden cronológico, en los sucesos narrados en la etnografía, propio de la forma como los interlocutores recuerdan eventos del pasado, y propio del caos y las crisis en las que se mantuvo la fábrica a lo largo de los años. Esto se manifiesta a través de múltiples temporalidades que “van y vienen” en la narración: presente, pasado, futuro: atrás, adelante. Por otro lado, implica un desorden espacial propio de la simultaneidad con la que ocurrían los eventos problemáticos en la empresa y sus respectivas soluciones por parte de los implicados. Esto se manifiesta en múltiples espacialidades que “están y dejan de estar” de forma a veces abrupta en la narración, desde diferentes “encuadres” que proyectan generalidades, especificidades o detalles del escenario, los ritmos, las técnicas, las tecnologías, y las posturas en la fábrica: área de manufactura, gerente, máquina troqueladora, estrés, computador, sonrisa, operador, herida, tristeza, área administrativa.

Esta apuesta etnográfica con anacronías narrativas es un guiño al lenguaje cinematográfico, en la medida en que busca ir y venir, moverse en el tiempo y el espacio de acuerdo con la forma en que ocurren los eventos que son relevantes para toda trama: de acuerdo a cómo los actores afrontan su puesta en escena (Martínez, 2006; Rollet, 2014). Limitarme a presentar una narración lineal implicaría no responder a esa “forma”, en este caso, cómo los interlocutores recuerdan, dialogan, actúan y afrontan sus problemas, con sus posturas de lucha.

Es por esto que mi rol dentro de la narrativa no se limita a una suerte de “voz en off” ausente de lo que acontece. Dado que mi apuesta etnográfica pasó no solo por observar y registrar sino también por comprender-objetivando, los cambios en mi propia postura son clave en lo que acontece: mi postura pasa por ser “el investigador”, “el profe”, “el jefe” y, finalmente, Juan. Sobre este asunto, Gardner (1999) argumenta que en la etnografía no basta solo con ubicar a un autor continuo e invariable en sus concepciones y posicionamientos en lo que se narra; es relevante, para los fines de la comprensión-objetivación, ubicar a un autor en términos de varias de sus características intelectuales y corporales a partir de las cuales se objetiva la observación. Asimismo, la narración no debe limitarse a mostrar las transformaciones de las posturas de los interlocutores: las transformaciones de las que primero puede dar cuenta un autor son las suyas propias.

De ahí que el lector se encuentre también con un “desorden” narrativo desde mi postura como narrador, pasando por: a) la narración de mi postura en primera persona (sobre todo para explicar y ser explícito como lo manda la academia, como en el caso de esta sección, en este tipo de fuente tipográfica de este preludio); b) la narración de mis posturas y las de mis interlocutores, en la lucha, en tercera persona (que es la que más predomina en las descripciones y la reflexión, en un tipo de fuente tipográfica que se suele utilizar en los guiones cinematográficos, hagan de cuenta una máquina de escribir); y c) la narración de mis posturas y las de mis interlocutores, en la lucha, en segunda persona (en los diálogos que cito, también en tipo de fuente tipográfica que se suele utilizar en los guiones cinematográficos).

De esta apuesta narrativa se despliega una justicia reivindicativa con el lenguaje y las formas cinematográficas que tiene que ver con que utilizo, por un lado, diferentes fuentes tipográficas para cada una de esas posturas como narrador. Así que, como forma, como estructura general, este texto es una metonimia visual al guion cinematográfico: desde sus fuentes tipográficas hasta sus formas de citar algunos diálogos para dejar explícita la postura de los implicados en la experiencia que se cita (Hunt, Marland y Richards, 2010).