Loe raamatut: «¡Todo debe cambiar!»

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¡Todo debe cambiar!

CICLOGÉNESIS 13 | RAYO VERDE


¡Todo debe cambiar!

El mundo después de la Covid-19

Editado por Renata Ávila y Srećko Horvat


Primera edición, 1200 ejemplares: marzo 2021

Título original: Everything Must Change! The World After Covid-19

Publicada en Estados Unidos por OR Books LLC, Nueva York.

© 2020 Renata Ávila y Srećko Horvat

© de cada ensayo, su respectivo colaborador

La edición en español publicada por Rayo Verde Editorial ha sido acordada a través de Oh! Books Literary Agency.

© de esta edición, Rayo Verde Editorial, 2021

© de la traducción del inglés, Juan-Francisco Silvente Muñoz

Diseño de la cubierta: Tono Cristòfol

Maquetación: Noemí Giner

Corrección: Gisela Baños

Producción editorial: Xantal Aubareda y Sandra Balagué

Publicado por Rayo Verde Editorial

Gran Via de les Corts Catalanes 514, 1º 7ª, 08015 Barcelona

www.rayoverde.es

@Rayo_Verde RayoVerdeEditorial

ISBN ePub: 978-84-17925-61-1

THEMA: JB, JBF, JBFF, GTQ

Una vez leído el libro, si no lo quieres conservar, lo puedes dejar al acceso de otros, pasárselo a un compañero de trabajo o a un amigo al que le pueda interesar.

La editorial expresa el derecho del lector a la reproducción total o parcial de esta obra para su uso personal.

Índice

1  Introducción: Todo debe cambiar para que nada siga igual

2  El coste de la Covid-19 no debe empobrecer a las personas

3  Esperanza y humor en tiempos de coronavirus

4  Covid-19: ¿Qué está en juego?

5  Las llamas de la verdad: Julian Assange

6  ¿Es este el inicio de una posibilidad?

7  El amor en tiempos de coronavirus

8  Coronavirus y neofascismo: una combinación letal

9  Por qué debemos salvar a Julian Assange

10  Comunismo o barbarie, es así de sencillo

11  El colonialismo digital y la Covid-19

12  El declive del hombre público 2020

13  El internacionalismo en tiempos de pandemia

14  Reflexiones sobre nuestro mundo posvirus

15  Capitalismo, Covid-19 y las elecciones estadounidenses

16  La tecnología en tiempos de pandemia

17  El capitalismo deprime el alma, no solo la economía

18  Deudas, trabajos de mierda y autorganización política

19  La Covid-1984 y el capitalismo de vigilancia

20  ¿Remedio milagroso o socialismo?

21  La urgente necesidad global de delatores

22  Las lucrativas mentiras que sustentan el dinero y la creación de deuda

23  Cielos visibles encima, un tsunami de banalidades debajo

24  El lenguaje es un virus: sobre la vanguardia y el archivo de documentos

25  Epílogo

26  Editores y colaboradores

Introducción: Todo debe cambiar para que nada siga igual

Srećko Horvat

«Si ejércitos entre los que se interponen miles de leguas logran darse alcance, los amigos han de demostrar que para ellos la distancia no constituye un obstáculo mayor que para los enemigos. Así que continuemos disparando nuestros proyectiles de la amistad, y demostremos a quienes solo emplean su ingenio para destruir, que nosotros también somos capaces de eliminar distancias».

Günther Anders a Claude Eatherly, 1959

En la famosa novela de mediados del siglo XX El gatopardo Giuseppe Tomasi di Lampedusa relata la lucha que mantiene la aristocracia siciliana para sobrevivir a la guerra civil y la revolución, el período conocido como Risorgimento. Una de las frases más famosas —posteriormente pronunciada por Alain Delon en la película que Luchino Visconti adaptó del libro— es la siguiente: «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». De modo similar, forzada por la crisis de la Covid-19, nuestra clase dirigente actual es muy consciente de que hay en marcha una profunda transformación y de que la única forma de que todo siga igual depende del establecimiento de un nuevo orden social y político que les permita perpetuarse en el poder. ¿Acaso se necesitan más pruebas de las profundas tensiones que azotan al capitalismo que el incremento de la fortuna de Jeff Bezos en trece mil millones de dólares en un solo día del mes de julio de 2020,1 mientras la crisis de la Covid-19 prioriza la libre circulación de mercancías por encima de la libre circulación de personas, cuando, al mismo tiempo, los trabajadores de Amazon están muriendo de Covid-19 y protestando contra sus inhumanas condiciones laborales? ¿Qué mayor prueba que Elon Musk, la personificación del sueño expansionista del capitalismo, quien, cuando se le acusó de haber propiciado el golpe de Estado estadounidense contra Evo Morales para beneficiarse del litio boliviano, respondió sin más: «¡Derrocaremos a quien queramos! Haceos a la idea».2 Y no es la primera vez que la clase dirigente proclama sin tapujos que en la actualidad existe una guerra de clases. No hay más que recordar a Warren Buffet, otro multimillonario, quien dijo la célebre frase: «Cierto, hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando». Nunca ha sido tan tangible este brutal enfrentamiento social como con la crisis de la Covid-19, que está exacerbando las desigualdades e incrementando la acumulación de riqueza precisamente para aquellos que están conduciendo al planeta hacia una extinción masiva. Y, una vez más, están intentando ganar.

«Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie» vuelve a proclamar la clase dirigente, aferrándose a la esperanza de que conseguirá permanecer en el poder y mantener el círculo vicioso de la explotación, la extracción y la expansión —las tres es del sistema mundial llamado «capitalismo»—. En lugar de invertir en hospitales y escuelas que ya fueron víctimas de décadas de austeridad y de la subfinanciación, persisten en rescatar las empresas responsables de la crisis climática y la injusticia social. En lugar de proteger los derechos de los trabajadores y emplear la tecnología para abolir la explotación, el sufrimiento de los llamados trabajadores «esenciales» —o «de primera línea»— no ha hecho más que aumentar con la crisis de la Covid-19, mientras que se está aprovechando la situación para facilitar la expansión y la aceleración del «capitalismo de vigilancia». En lugar de proteger el clima, la continua extracción de recursos naturales y destrucción de hábitats nos está llevando a una era de pandemias, con virus incluso más letales que el de la Covid-19 que nos están esperando a la vuelta de la esquina. En lugar de reducir la financiación de la policía, en casi todos los sitios este cuerpo de seguridad ha respondido ante la Covid-19 como en una guerra, transformándose en ejército. Como afirmaba un reciente anuncio de la Guardia Nacional de Estados Unidos: «A veces, el enemigo está en casa». Parece que el famoso grito de la Weather Underground —«¡Traed la guerra a casa!»— se haya hecho realidad de pronto, con la salvedad de que la causa no es un movimiento social ni un partido revolucionario clandestino, sino un virus. Desde Mineápolis hasta Portland, desde Budapest hasta Estambul, desde Santiago hasta Belgrado, la guerra capitalista se acaba de convertir en una guerra civil, sin lugar a dudas. «No puedo respirar» —repetido una y otra vez por Eric Garner, George Floyd y tantas otras víctimas del racismo estructural— ha pasado a ser la sensación predominante de aquellos que sufren y mueren ahogados por la brutalidad policial, la contaminación atmosférica, los virus, la depresión, la ansiedad, el miedo y la miríada de síntomas de la expansión del capital que se incrustan en la naturaleza, los animales, los pulmones, las mentes y las almas.

Mientras los virus del capitalismo y el racismo asolan el mundo, este libro es el producto de otro tipo de virus. No solo no habría visto la luz sin el que provoca la Covid-19, sino que es una consecuencia de «los virus» de la cooperación y el internacionalismo que van dirigidos precisamente contra otro patógeno, el de un sistema mundial que nos está arrastrando a la extinción. La plétora de voces críticas que han aflorado desde el confinamiento es una prueba —¡adiós Maggie Thatcher!— de que existe esa cosa llamada «sociedad», aunque solemos vernos forzados a comportarnos y morir como individuos. El proyecto para documentar algunas de esas voces, primero en conversaciones grabadas en vídeo y después en este libro, comenzó en una habitación de Viena en la que me vi confinado a mediados de marzo de 2020, justo cuando Europa se convertía en el epicentro de la pandemia de Covid-19 y antes de que esta afectara seriamente a Estados Unidos, Brasil, México y otros países. Al principio, los Estados europeos declararon el «estado de excepción», con unas restricciones sin precedentes sobre la movilidad, y no pude regresar a mi país, Croacia, durante dos meses. La única forma de evitar volverme loco y hundirme en la más absoluta desesperación consistió en salir de mi confinamiento mediante la creación de lo que denominamos «DiEM25 TV: El mundo después del coronavirus». Para quienes somos miembros de Democracy in Europe Movement 2025, acostumbrados a viajar sin descanso por todo el mundo, a conocer gente y tomar decisiones in situ, el confinamiento era una situación nueva, como lo era para todo auténtico internacionalista. De pronto, todo lo que nos quedaba era lo digital. E incluso eso pronto se convertiría en lo que Naomi Klein llamó el «nuevo negocio de la pantalla»: la penetración del capitalismo de vigilancia en nuestras mentes y nuestras almas, una mayor explotación de los trabajadores intelectuales y la extracción de nuestros afectos e incluso de nuestro inconsciente.3

Aun así, durante un corto espacio de tiempo entre mediados de marzo y julio de 2020, ya parece que haga siglos, conseguimos colarnos por una rendija del «nuevo negocio de la pantalla» y lanzamos un canal «televisivo» digital desde nuestros salones y lugares de confinamiento. Fue mucho más que una mera televisión, fue la creación de un espacio común, gratuito, creado por centenares de activistas e intelectuales de todo el mundo. Rara vez ha habido tanta gente conectada por un único acontecimiento como en el caso de la pandemia de Covid-19, con miles de millones de personas en todo el mundo confinadas en algún tipo de cuarentena. Rara vez la gente de este planeta se ha involucrado tanto en la comunicación, y eso a pesar del «distanciamiento social» generalizado —pues, mientras hubo distanciamiento físico, lo social rebrotó como nunca antes lo había hecho—. Hemos asistido a lo peor y a lo mejor de estos tiempos: por un lado, a una situación completamente nueva nacida de una crisis sanitaria sin precedentes y, por otro lado, a la necesidad de conectar y construir un mundo más allá de la destructiva noción de «progreso» que domina la modernidad capitalista. Si el eslogan del Foro Social Mundial era «Otro mundo es posible», el nuestro es el que dejó algún grafitero en Mineápolis tras el brutal asesinato de George Floyd: «Otro fin del mundo es posible». Durante el transcurso del año 2020 ha quedado claro (incluso para los primeros negacionistas) que el fin del mundo tal y como lo conocemos está por todas partes. La gente se está asfixiando no solo a manos de un virus, sino también de la brutalidad policial y de un sistema mundial basado en la extracción, la expansión y la explotación. La crisis climática, la amenaza nuclear, las pandemias y el racismo: estos son los cuatro jinetes del capitalismo global y su violencia estructural contra la naturaleza, los seres humanos y el mismísimo futuro. Si queremos que todo esto cambie, nada puede seguir igual.

Este libro pretende ser un mensaje colectivo sobre, ya no la posibilidad, sino la necesidad de una cooperación y una resistencia transnacionales, precisamente por ser tiempos de confinamiento global y Estados policiales. La lista de agradecimientos a los colaboradores, tanto aquellos de quienes se publicaron las conversaciones como de quienes no —debido a una apretada agenda y contratiempos en la edición—, es larga e incompleta. Si hay una persona sin quien DiEM25 TV no hubiera sido factible, esa es Davide Castro: un brillante compañero portugués que hizo posible que nuestro programa se emitiera en vivo y en directo durante los primeros meses de cuarentena. Junto a él, se encuentran las máquinas humanas Yanis Varoufakis y Renata Ávila quienes, con su enorme energía y razonamiento crítico, lideraron y organizaron muchas de las conversaciones; Judith Meyer, auténtica fuerza impulsora en la sombra, y nuestros compañeros y compañeras de armas de DiEM25 TV: Ivana Nenadović, Erik Edman, Luis Martín, Mehran Khalili, Sissy Velissariou, Johannes Fehr, Simona Ferlini, Pawel Wargan, David Adler, Claudia Trapp y Jordi Ayala Roqueta. Un agradecimiento enorme también a los numerosos voluntarios de DiEM25: Andrea Chavez, Max Gede, Dilek Guncag, Esmé Flinders, Ioannis Theocharis, Jerome Bertrand, Julie Hamilton, Micah Jayne, Michael Giardino, Pim Schulte, Rodrigo Fiallega, Niels Wennekes, Matias Mulet y muchos más.

Por último, pero no menos importante, en un mundo donde la educación y el periodismo, el razonamiento crítico y la publicación, se convierten más que en un privilegio, en actos subversivos en sí mismos, son los valientes editores —¡y lectores!— quienes participan en una carrera contrarreloj, tanto preservando un documento para un futuro en el que la extinción masiva se está perfilando como nuestro único horizonte, como diseminando las herramientas para una lucha común hacia un mundo más allá de la incesante expansión del capitalismo y el fascismo. Gracias a nuestro querido editor Colin Robinson y a nuestra diligente editora Catherine Cumming, estas conversaciones conforman una especie de diario colectivo de las primeras semanas y primeros meses de la Covid-19, una empresa común que algún día podría servir para documentar que, incluso en tiempos sombríos, parafraseando a Bertolt Brecht, hubo cantos. Y los cantos no eran solo sobre los tiempos sombríos, sino sobre la amistad y el amor, la solidaridad y el igualitarismo, la ayuda mutua y la resistencia contra el antiguo mundo que está muriendo y secuestrando nuestro futuro. Todo debe cambiar para que nada siga igual.

No debe quedar nada del antiguo sistema, pero toda la belleza, la humildad y la determinación de nuestra lucha común —parece tan heterogénea y ambigua por momentos— deben albergarse como algo que el viejo paradigma nunca será capaz de comprender. Deben entenderse como unos de los ingredientes claves que tumbarán este sistema. Otros ingredientes comprenden, como esperamos que muestre este libro, grandes cantidades de organización e introspección al mismo tiempo; menos trabajo, más amor; menos monólogo, más diálogo; menos ego, más compasión —y, una vez más, ¡grandes cantidades de organización! Si ellos disponen de misiles que pueden destruir países enteros a miles de kilómetros de distancia, nosotros, parafraseando al gran Günther Anders, nunca dejaremos de disparar nuestros misiles de larga distancia repletos de amistad los unos hacia los otros, para mostrarles a quienes inventan solo para destruir que no estamos determinados a aniquilar el espacio como ellos —a diferencia de ellos, somos capaces de crear nuevos espacios y reinventar un futuro por el que merezca la pena vivir—.

El coste de la Covid-19 no debe empobrecer a las personas

Vijay Prashad y Srećko Horvat

Srećko: A día de hoy, la India y el Reino Unido están confinados. Los Juegos Olímpicos que deberían haberse celebrado en Tokio se han pospuesto hasta el próximo año. Hemos visto cómo llegaban médicos cubanos a Italia y médicos chinos a Serbia para combatir la Covid-19. Además de suponer un bello gesto de solidaridad, este hecho también plantea preguntas sobre el futuro de la geopolítica, algunas de las cuales espero poder abordar con usted en esta conversación, Vijay.

Vijay: Como dice, el Gobierno de la India les ha pedido a mil cuatrocientos millones de personas que se confinen, y es posible que mil millones no puedan hacerlo. Esta es una de las paradojas de estos tiempos. Los que no viven en barrios pobres pueden sentir claustrofobia al entrar en su casa y cerrar la puerta, pero la mayoría del planeta lo habitan jornaleros, personas que dependen de un sueldo diario y, a menos que cambiemos el sistema, acabarán aniquiladas, no solo por este virus, sino por los muchos virus que añaden presión en sus vidas.

Srećko: Cuando miro Twitter, veo a mucha gente en Europa que se queja del confinamiento, pero desde la perspectiva de la gente que vive en la India, en Asia, en Sudamérica, esto es un auténtico lujo y un privilegio. Cuando las autoridades dan las instrucciones a la población para que se confine, no hablan de vivienda ni de las medidas que se deben implementar antes de que alguien pueda confinarse.

Vijay: Sí, pero tampoco exageremos el privilegio de los europeos o los estadounidenses. El año pasado, la Reserva Federal de Estados Unidos hizo un estudio sobre las familias y resultó que el 40 % de las familias estadounidenses no puede hacer frente a una contingencia de cuatrocientos dólares o más.4 Eurostat cuenta con un estudio similar que muestra que uno de cada tres europeos no puede hacer frente a gastos imprevistos.5 Es evidente que este confinamiento es una emergencia económica. La gente no tiene dinero para pagar el alquiler o la hipoteca, para pagar las pruebas del virus o para comer unos pocos días o semanas, dependiendo del tamaño de la familia. Estamos en medio de una crisis provocada por el capitalismo —su coyuntura viene marcada por la Covid-19—. En cierto sentido, este virus ha derribado un sistema que está enfermo desde hace mucho tiempo. Y creo que esto ha sorprendido a mucha gente. A muchos les ha impactado la incapacidad de sus Gobiernos para cuidar de ellos en tiempos de crisis y comienzan a cuestionarse sus promesas, las de los medios de comunicación corporativos y las de instituciones docentes. Todas parecen ahora vacías.

Srećko: En muchos países europeos, una década de austeridad ha arruinado la infraestructura pública tan necesaria en esta situación de crisis. Sin embargo, en vez de limitarnos a analizar la situación y resaltar lo que tiene de malo, también debemos ofrecer propuestas concretas sobre lo que se puede hacer. Usted, Vijay, ha trabajado en este tema, junto con sus colegas y diferentes organizaciones, y al final ha presentado dieciséis puntos muy concretos que sirven de guía sobre lo que se puede hacer en esta pandemia global. ¿Podría dar más detalles?

Vijay: Para ponerle en contexto, la Asamblea Internacional de los Pueblos es una plataforma compuesta por unas setecientas organizaciones de más de ochenta países. Y desde el Instituto Tricontinental de Investigación Social hemos trabajado en colaboración con la Asamblea para aportar lo que creemos que es un plan muy racional.6 En parte, la intención de elaborar esta agenda era demostrar que no podemos hacer las cosas de manera fragmentada, un confinamiento aquí, otra cosa allá. A nadie le inspira confianza ver a personajes estrafalarios como Boris Johnson diciendo un día una cosa y otro día otra. Por eso quisimos articular este plan de dieciséis puntos. La segunda consideración que quiero hacer antes de entrar en materia es que una de las mayores victorias del neoliberalismo, esa filosofía que el capitalismo ha estado fomentando durante casi un siglo, es sugerir que el Estado y las instituciones estatales son autoritarias o problemáticas, y que es el sector privado, y no el Estado, quien debe actuar, y si el Estado está involucrado de alguna manera, entonces el sector privado debe acompañarlo. La austeridad que venimos experimentando es en realidad el resultado de un vacío ideológico que ha intentado destruir no solo las instituciones estatales, sino también el concepto de Estado. Según esto, está bien tener una fuerza policial y militar, pero no está tan bien disponer de un sistema de salud público. En Camino de servidumbre, lo que Friedrich Hayek argumenta, básicamente, es que el camino hacia la creación de instituciones estatales conduce al gulag. En contraste, ahora estamos viendo que son los países que cuentan con instituciones estatales sólidas, ya sea China o Corea del Sur, los que consiguen combatir la Covid-19 de forma efectiva. Otro ejemplo es el pequeño estado de Kerala, en la India, con una población de 35 millones de habitantes. Kerala ha creado y mantenido unas instituciones estatales en contra de la enorme presión de organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, que les dice: «¡Acabad con vuestro Estado!». Así pues, este análisis que acabo de hacer nos conduce a defender la importancia de las instituciones públicas, llámese Estado o no. La Covid-19 no es la última pandemia. Es el inicio de una nueva época. Además de impulsar la salud pública, también tenemos que aumentar el control público de las compañías farmacéuticas, que, hoy por hoy, se dedican sobre todo a las enfermedades de los ricos y no cuentan con incentivos para invertir en la experimentación de los potenciales problemas sanitarios públicos. Cuando elaboramos los dieciséis puntos, incidimos directamente en la necesidad de más instituciones públicas y de más presión sobre los Gobiernos desde abajo. Ahora mismo, los titulares dicen: «España nacionaliza los hospitales», pero no creo que estén nacionalizando nada; es una tomadura de pelo. Sin embargo, la pregunta más importante es: si los países pueden nacionalizar los hospitales e implementar las llamadas «políticas socialistas» en tiempos de emergencia, ¿por qué no lo hacen en tiempos de «normalidad»? Esta es parte de la demanda que la población tiene que hacer desde abajo. El otro punto que quiero comentar es el referente a las rentas. En los últimos treinta años, debido a los grandes beneficios por productividad y la derivación de la producción hacia los países con salarios bajos, hemos visto un desempleo estructural y un subempleo o empleo «precario» a gran escala. A nivel global, cada vez más gente, centenares de millones, se ve incapaz de conseguir un trabajo a jornada completa. Durante mucho tiempo, sobre la mesa hemos tenido la noción de renta básica universal, gracias a la cual las familias y los individuos reciben cierta cantidad de dinero por parte del Gobierno. Esto, además de otras demandas como el salario mínimo y los programas laborales con financiación gubernamental, vuelve a estar en la agenda. Sin embargo, lo que suele ocurrir en una crisis es que la clase capitalista aprovecha la situación en su propio beneficio y los movimientos sociales se pasan por alto. Reconozco que esto se debe, en parte, a que nuestros movimientos no son suficientemente fuertes. Tenemos que volver a incluir nuestras peticiones en la agenda y reorientar la labor de nuestros movimientos. Por ejemplo, la clase capitalista ha utilizado el concepto de renta básica universal de un modo muy distorsionado. En vez de invertir en el bienestar social o en escuelas públicas, educación, sanidad, parques y transportes, proponen darle a todo el mundo una cantidad en efectivo y privatizar todos estos servicios, de modo que los usuarios tengan que pagar por ellos. La renta básica universal no debería ser un sustituto de los servicios públicos, sino un complemento. La gente preguntará: «¿Y cómo lo financiaréis?». Mira, en 2016 se estimó que en los paraísos fiscales había colocados unos 36 billones de dólares.7 Por lo tanto, otro aspecto a destacar es el control del capital para obligar a mantenerlo en la jurisdicción fiscal correspondiente. Lo que necesitamos es una fiscalidad sólida y no ir dándole las gracias a Bill Gates por su donación para la investigación de la Covid-19, lo que deberíamos hacer es reclamarle sus impuestos. Lo que necesitamos no es la filantropía de los multimillonarios, sino sus impuestos. La sociedad ya dispone de suficientes recursos: billones destinados a defensa y billones que van a parar a los paraísos fiscales. Esto es lo que necesitamos para conseguir una sociedad decente y más igualitaria, y no este tipo de sociedad criminal en la que un virus es capaz de paralizarnos a todos.

Srećko: Déjeme volver sobre la cuestión del Estado y el papel de las instituciones fiscales en la actualidad, sobre la que usted ha desarrollado una propuesta muy interesante y concreta. La pandemia actual está obligando hasta a los partidarios del neoliberalismo a reconsiderar la importancia del Estado. Esta situación evidencia la necesidad de una cooperación transnacional y grandes proyectos de infraestructuras, y quisiera compartir con usted una idea que parecía absolutamente fuera de lugar hace pocos años: es la propuesta de Frederic Jameson en American Utopia, y consiste en la utilización del ejército estadounidense como una institución que se emancipa, una institución que ayuda a la población en vez de librar guerras por el petróleo.

Vijay: Ya tenemos el ejemplo de un ejército que no va a la guerra, sino que va a curar, y es el ejército cubano. Cuba ha producido un ejército de médicos, enfermeras y personal sanitario sin los cuales el ébola no se habría contenido. El Gobierno de Estados Unidos se atribuye el mérito de haber enviado personal, pero fueron los cubanos los que estuvieron en primera línea junto a los médicos africanos en la lucha contra el ébola. Hoy, los médicos cubanos vuelven a estar en primera línea. Cuando Jair Bolsonaro subió al poder en Brasil, una de las primeras cosas que hizo fue echarlos, tal y como lo hizo Jeanine Áñez cuando tomó el poder en Bolivia tras el golpe de Estado. Ahora, los brasileños están pidiendo que vuelvan porque saben que Cuba ha empleado su superávit no para formar un enorme ejército que bombardee a la gente, sino un ejército de médicos y personal sanitario. También hay un debate sobre si China hizo lo suficiente cuando apareció la Covid-19. He estado hablando con personas de allí sobre la secuencia de acontecimientos antes de que informaran a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, a mi parecer, no ocultaron nada. Todo sucedió muy deprisa: el 27 de diciembre tomaron muestras de un paciente y se confirmó que tenía un nuevo tipo de virus, y para el 3 de enero ya habían informado a la OMS. La administración Trump intenta aprovechar con fines geopolíticos el hecho de que el virus aparentemente surgió en Wuhan, pero la verdad es que son los chinos los que están enviando asistencia médica y suministros a países de todo el mundo, ya sea Italia, Serbia o Grecia. Y son los médicos rusos los que han ido a Venezuela. Los venezolanos solicitaron del Fondo Monetario Internacional cinco mil millones de dólares para financiar la maquinaria necesaria para hacer frente a la Covid-19, y el FMI, que había anunciado que disponía de un billón de dólares para ayudar a sus miembros, se lo negó al momento.8 Es lo mismo que cuando Washington le negó a Venezuela los médicos que les enviaron los rusos. Ahora estamos en una época diferente en la que es posible ver quién es despiadado y qué Estados se están desplomando, por un lado, y qué Estados intentan ser decentes en la escena mundial.

Srećko: la Covid-19 también es una muestra de lo rápido que el mundo está cambiando geopolíticamente, en el sentido de que esos Estados que respondieron de forma irresponsable a nivel nacional también son egoístas a nivel internacional. Naciones como Irán siguen estando sancionadas por Estados Unidos en vez de recibir asistencia. Y la respuesta de Europa, el fracaso de algunos países para asistir a sus vecinos como Italia y España, demuestra a las claras la falta de cualquier tipo de visión geopolítica dentro de la Unión Europea. Déjeme preguntarle por uno de sus dieciséis puntos, el que hace referencia a la suspensión del dólar como la divisa internacional. ¿Podría explicar qué idea yace tras su petición a las Naciones Unidas para solicitar una nueva moneda de cambio internacional?

Vijay: Es un tema muy complicado, pero el resumen va en dos sentidos. En realidad, la cuestión no es solo el dólar, sino el sistema financiero denominado en dólares, o lo que llamamos el «complejo dólar-Wall Street». Más de la mitad del comercio mundial se denomina en esta moneda. Para que un país como Irán pueda comerciar con otro país, digamos la India, se ve obligado a formalizar la transacción en dólares y utilizar un sistema digital financiero ubicado en la Unión Europea llamado SWIFT. Irán no puede tener una relación independiente con otros países, ha de pasar por Estados Unidos y Europa. En este sentido, no disponemos de un sistema financiero internacional, sino dominado por el Atlántico Norte. Este sistema financiero en el que todo se denomina en referencia al dólar tiene que quedar superado porque está permitiendo que Estados Unidos tenga un poder económico extraterritorial inmediato; puede imprimir dinero sin temor a la inflación porque ese dinero se usa fuera de sus fronteras y su jurisdicción. La rupia india, por ejemplo, no se usa fuera de la India, pero se ve constreñida por su valor frente al dólar. Nuestra propuesta pretende reabrir el tema de la divisa internacional, que es un debate muy viejo. Por ejemplo, ¿por qué debe Libia tener dólares en su banco central? ¿Por qué no puede tener una moneda internacional? Si Libia quiere negociar con Italia, ¿por qué tiene que convertir su moneda en dólares y después en euros? ¿Por qué no puede negociar directamente y denominar su transacción en su propia lengua, su propia moneda?

Srećko: Claro, ¿por qué no? Antes de que Gaddafi fuera derrocado por la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton, así como Nicolas Sarkozy, ¿qué quiso introducir? Una divisa panafricana. Y eso suponía un gran problema por culpa del control ejercido por el Banco de Francia en África Occidental.

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