Loe raamatut: «Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas»
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Gabriel García Márquez : nuevas lecturas / Juan Moreno Blanco, ed. -- 1a ed. -- Santa Marta : Universidad del Magdalena ; Bogotá : Universidad de la Salle ; Madrid, Esp. : Ediciones Doce Calles, 2020.
(Humanidades y artes. Literatura y estudios literarios)
Incluye datos de los autores. -- Contiene referencias bibliográficas al final de cada artículo.
ISBN 978-958-746-309-5 -- 978-958-746-310-1 (pdf) -- 978-958-746-311-8 (epub)
1. García Márquez, Gabriel, 1927-2014 - Crítica e interpretación 2. Novela colombiana - Historia y crítica - Siglo XX I. Moreno Blanco, Juan, ed. II. Serie.
CDD: Co863.44 ed. 23
CO-BoBN- a1061359
Primera edición, septiembre de 2020
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Colección Humanidades y artes, serie: Literatura y estudios literarios
Diagramación: Doce Calles
Fotografía de portada: Indira Restrepo
Corrección de estilo: Steven Alejandro
Santa Marta, Colombia, 2020
ISBN: 978-958-746-309-5 (impreso)
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ISBN: 978-958-746-311-8 (epub)
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Índice
Prólogo
Fidel Castro y Gabriel García Márquez o la política y las letras en Hispanoamérica
Ariel Castillo Mier
Cien años de soledad en el contexto de las negociaciones de paz
Diógenes Fajardo Valenzuela
García Márquez y un mundo que declina
Piedad Bonnett
Cuando la crónica reporta la leyenda: La Sierpe como posibilidad de un mundo cerrado hoy
Carlos-Germán van der Linde
El periodismo entendido en clave política: compromiso y denuncia en Gabriel García Márquez
Moisés Limia Fernández
La subversión del proyecto de nación en Cien años de soledad
Elizabeth Montes Garcés
La cuestión de la raza en Cien años de soledad
Adelaida López-Mejía
Macondo leído según Nietzsche: una aproximación al tiempo y la historia en Latinoamérica
Hernando A. Estévez Cuervo
El primer año de Cien años de soledad
Álvaro Santana Acuña
La música en El amor en los tiempos del cólera
Marco Katz Montiel
Bayardo San Román, narcotraficante: una ida y vuelta de Crónica de una muerte anunciada a la narconovela
Kristine Vanden Berghe
El viaje: Europa versus América en Doce cuentos peregrinos
María Isabel Martínez
Cervantes y García Márquez: una tentativa de comparación
Álvaro Bautista-Cabrera
Gabriel García Márquez: heredero de FranÇois Rabelais
Hernán Toro
El mundo religioso en García Márquez
Carmiña Navia Velasco
Invenciones garciamarquianas del criollo en Cien años de soledad y en Del amor y otros demonios
Juan Moreno Blanco
Autores
A la memoria de Carlos Rincón, Maestro
Prólogo
El presente libro misceláneo, compuesto por ensayos inéditos y publicados en la última década, propone al lector claves contemporáneas de lectura de la obra garciamarquiana. Estas claves se alejan de la valoración exótica o exotista del escritor colombiano tan frecuente en el siglo xx y se relacionan más con la diversidad de contextos culturales, históricos, crítico-literarios, políticos o escriturales, cuyo fragor acompañó o motivó esta escritura.
Si aceptamos el principio de que cada época tiene su propia recepción de una obra, los ensayos aquí reunidos pueden dar indicio de las miradas, las perspectivas conceptuales, las coyunturas y las problemáticas suscitadas en esta segunda década del siglo xxi por un autor que sigue siendo tan central en el horizonte de la literatura latinoamericana y mundial.
Ariel Castillo, Diógenes Fajardo Valenzuela y Piedad Bonnett hacen su lectura desde los contextos latinoamericano y colombiano que sitúan, y resignifican, la creación del Nobel colombiano en entramados muy precisos; los estudios de Carlos-Germán van der Linde y Moisés Limia sobre los géneros crónica y reportaje, nos recuerdan la gran importancia de la dimensión periodística de la escritura de García Márquez; sobre Cien años de soledad Elizabeth Montes Garcés, Adelaida López-Mejía, Hernando Estévez Cuervo y Álvaro Santana Acuña adoptan ópticas valorativas desde la perspectiva crítica de lo poscolonial, la mirada de género, la lectura filosófica y, gracias a una profunda investigación documental, su recepción crítica e impacto singular en el mercado del libro; los enfoques de Marco Katz Montiel y Kristine Vanden Berghe de El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada, respectivamente, revelan niveles de sentido y motivos estéticos y socioculturales que solo agudas claves de lectura podían lograr surgir en esta poética narrativa; María Isabel Martínez se concentra en los temas del viaje y la percepción latinoamericana de Europa que nos permiten ver la singularidad de Doce cuentos peregrinos dentro de la narrativa breve de nuestro autor; Álvaro Bautista Cabrera y Hernán Toro desde la perspectiva comparatista abordan dos de las influencias literarias presentes en la narrativa garciamarquiana; Carmiña Navia Velasco Velasco elucida, y relativiza, la importancia del ámbito religioso en los personajes y las tramas de García Márquez; por último, en una mirada que compara la infancia criolla en Cien años de soledad y en Del amor y otros demonios, propongo valorar a estos personajes por su lejanía y cercanía con las pertenencias culturales del autor magdalenense.
Estas lecturas vuelven a mostrarnos que la inagotable figura central de la cultura colombiana, a pesar de su desaparición física, seguirá dándonos con el paso de las décadas nuevos matices, pliegues y profundidades del sentido de su obra a través de la cual comprendemos mejor nuestra historia y nuestro presente.
Juan Moreno Blanco
Fidel Castro y Gabriel García Márquez o la política y las letras en Hispanoamérica
Ariel Castillo Mier
Ahora van a ver quién soy yo, se dijo, con su nuevo vozarrón de hombre, muchos años después de que viera por primera vez el trasatlántico inmenso…
Gabriel García Márquez.
«El último viaje del buque fantasma»
… contra un hombre invencible no
había más armas que la amistad
Gabriel García Márquez
El otoño del patriarca
–No me gustan los que pierden el poder
Gabriel García Márquez
citado en Franqui (2006, p. 370)
Polémicos los dos, pero casi siempre triunfadores, tras una ardua vida en la que se ganaron la gloria a puro pulso; capaces ambos de generar amores y odios extremos, pero también merecedores del reconocimiento universal, Fidel Castro Ruz y Gabriel García Márquez fueron, sin duda, cada uno en su campo respectivo, la política y las letras, los hispanoamericanos más importantes y populares en el siglo xx.
Blanco y alto, imponente y apuesto, hijo de latifundista, nacido en el año de uno de los ciclones más devastadores de la historia de Cuba, Fidel Alejandro Castro, tras más de un lustro de lucha contra la trágica tiranía batistiana y su horror de torturas, desapariciones y asesinatos de miles de jóvenes, entró en La Habana el 8 de enero de 1959, de manera apoteósica, liderando una banda de (doce) barbudos vestidos de verde oliva y con puros encendidos, que bajaban, en jeeps, de las montañas de la Sierra Maestra, hasta entonces clandestinos. De la guerra de las balas se pasaba a la ofensiva de las imágenes mediáticas, bajo el acoso de fotógrafos, reflectores, reporteros, cámaras de cine y televisión.
Dictador mulato de estirpe campesina, que había pasado de machetero de la United Fruit Company a sargento, a taquígrafo, a millonario mundial, a presidente, caído en desgracia con los Estados Unidos, que le cerraron el suministro de armas, debiendo entonces apelar apurado a los fusiles arcaicos que le mandó su colega dominicano Leonidas Trujillo, el «negro» Fulgencio Batista y Zaldívar –a quien, por su origen, la clase alta de La Habana no lo dejaba entrar al Country Club–, desmoralizado, se negó a combatir y, para sorpresa de la burguesía cubana, los políticos, la Iglesia, el ejército y la misma embajada norteamericana huyó a Santo Domingo, sin olvidarse, por supuesto, de los numerosos baúles repletos del dinero saqueado al tesoro público con el cual había amasado una fabulosa fortuna.
A partir de entonces, la figura joven, deportiva y dinámica de Castro, con aires de héroe griego, impuso, apoyándose en el poder de los medios masivos, su porte soberbio de barbas vehementes, habano humeante, botas castrenses, pistolones mellizos y uniforme de campaña, como ícono del revolucionario, y se convirtió no solo en un hito con ribetes homéricos en la historia de América Latina, sino que también alcanzó una trascendencia continental y planetaria, en plena Guerra Fría, y mucho después.
Asimismo, la pequeña nación antillana, «ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal» (García Márquez, 1988, p. 27), los potentes y grandes Estados Unidos, se volvió noticia mundial y atrajo la atención hacia un continente ampliamente desconocido, aunque minuciosa y persistentemente explotado. La Revolución generó una transformación profunda en la vida de Cuba –el hundimiento de viejos privilegios y jerarquías, la resurrección de los ideales de justicia, democracia, educación e igualdad– y la esperanza en el inicio, por fin, de la era de dignidad, independencia y libertad, frustradas desde la independencia de España. El país pasó pronto de pintoresco «burdel de negros», paraíso de la rumba y patio trasero de los potentados gringos, a protagonista de la política mundial gracias a su fresca propuesta de revolución. Como reacción contra el bloqueo económico de los Estados Unidos, Cuba se erigió, desde 1962, en promotora del asalto armado al poder, en diversas partes de América Latina, a través de los focos guerrilleros que se gestaban en los recintos universitarios.
Por otra parte, a partir de 1960, la Revolución cubana lideró, desde la Casa de las Américas, un proyecto cultural orientado a fortalecer la conciencia de la identidad latinoamericana, frente a la penetración extranjera, mediante la organización de congresos, festivales y concursos, la reedición comentada de sus autores clásicos en la Colección Literatura Latinoamericana y las recopilaciones, en la serie Valoración Múltiple, de estudios críticos sobre la obra de Rulfo, Onetti, Guillén, Carpentier, García Márquez y Lezama Lima. Esta propuesta contribuyó eficazmente al descubrimiento de otra revolución que venía madurándose, desde finales de los años cuarenta, en diversas capitales de América Latina: el boom de la novela latinoamericana, cuyo momento culminante lo constituyó la publicación en 1967 de Cien años de soledad, obra que logró el suceso casi milagroso de situar en el centro de la literatura mundial a una tradición literaria periférica, vista hasta entonces como la expresión incipiente y primitiva de países tropicales en los que muchas realidades carecían de nombre.
Esta novela, que encumbra a Gabriel García Márquez como el máximo representante del boom, a través de un relato mitológico fundacional en el que se integran lo extraordinario y lo cotidiano, la belleza de la poesía y la violencia de la historia, al romper con la rigidez cronológica, la visión maniquea y otros prejuicios del realismo social, consolida una nueva interpretación literaria de América Latina. Apoteosis de la imaginación, espejo en el cual el continente americano ve reflejada su verdadera cara, Cien años de soledad al adoptar la perspectiva de la cultura popular y los usos de la oralidad, integrándola a los grandes mitos occidentales grecolatinos y bíblicos, las crónicas de Indias, Las mil y una noches y las lecciones de Rabelais, Faulkner, Hemingway, Borges, Carpentier y Rulfo, entre otros modelos, posee la virtud de llegar tanto a un público masivo como a la élite de los entendidos.
Clave en la consolidación del boom de la novela latinoamericana, la Revolución cubana lo fue también de su fractura y su disolución final: primero, a raíz del caso del poeta Heberto Padilla, apresado en 1971 y forzado a redactar una denigrante autocrítica que trajo a la memoria mundial los dolorosos episodios del estalinismo con los disidentes; y, luego, por el respaldo público de Castro a la invasión de Checoslovaquia.
Las vidas paralelas de Castro y García Márquez pueden servirnos para explorar un tema inagotable que se reitera, con algunas variantes, en la historia de la América Latina, desde las vísperas de la independencia: el de las relaciones entre la lucidez de las letras y el pragmatismo de la acción política1.
En sus inicios, sin partido comunista, con alegría y ritmo de rumba y son cubano, habanos y maracas, bongós y tiradas de caracoles, nacionalismo independentista y materialismo esotérico, la Revolución Cubana proyectó una ilusión de pluralidad y autonomía política para la América Latina, que pronto se desvaneció. En contraste, la narrativa del boom, con García Márquez como su representante emblemático, logró la afirmación plena de ese proyecto de búsqueda de una expresión americana planteada por los románticos, pero iniciada, en realidad, por los modernistas.
Itinerario de una amistad
En su libro Redentores: ideas y poder en América Latina, el ensayista mexicano Enrique Krauze (2011) afirma: «No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo» (p. 363). No obstante, pese a la contundencia de esa afirmación es preciso aclarar que la relación entre estos dos colosos de la historia latinoamericana no se dio de manera fácil: fue la culminación de un largo proceso que se remonta a 1948 y solo comienza a consolidarse hacia 1975, poco después de la publicación de El otoño del patriarca.
El 9 de abril de 1948, en Bogotá, cuando Castro organizaba el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos como alternativa frente a la Conferencia Panamericana y García Márquez comenzaba a ganarse el reconocimiento nacional con la publicación, en la prensa capitalina, de sus primeros cuentos, los dos jóvenes coincidieron, sin encontrarse, en el caos de incendios, saqueos, sangre y muerte en el cual quedó sumida la ciudad a raíz del asesinato a balazos del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Las lecciones de esa experiencia trágica fueron diversas para cada uno: mientras que Castro aprende la necesidad de la organización colectiva para conducir la energía de cambio de un país inconforme, García Márquez se ve obligado a regresar a su tierra natal, en una suerte de viaje a la semilla que lo reencuentra con sus orígenes caribeños y le permite descubrir el material y la perspectiva genuinos para la edificación de su obra que, mediante un giro radical, pasará de los cuentos fantásticos de corte kafkiano a la certera invención del mundo mítico de Macondo.
Aproximación y rechazo iniciales: choques con comunistas y exiliados
Gabo tenía noticias concretas de Castro y la Revolución desde 1956, en sus años de hambre parisinos, cuando los latinoamericanos en el exilio vivían pendientes de la caída de los dictadores que gobernaban sus países: Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en Colombia; José Manuel Odría (1948-1956), en Perú; la familia Somoza (1934-1979), en Nicaragua; Rafael Leónidas Trujillo (1920-1961), en República Dominicana; Fulgencio Batista (1952-1959), en Cuba, y Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), en Venezuela. Por esa época, el poeta de vuelo popular Nicolás Guillén le habló de un abogado, joven y loco, en quien los cubanos tenían fincadas sus esperanzas de libertad y, desde entonces, García Márquez comenzó a seguirle la pista al líder revolucionario.
En enero de 1958, al redactar un balance de lo ocurrido el año anterior, al que denominó «El año más famoso del mundo», García Márquez le dedicó un apartado a la inminente partida de Batista del poder, en el que se refirió también al joven abogado cubano que «conoce la estrategia mejor que los códigos» (García Márquez, 2015a, p. 543). Y el 18 de abril, García Márquez, a partir de una entrevista a Emma Castro, hermana del comandante cubano, publicó en la revista venezolana Momento el reportaje «Mi hermano Fidel», en el que destacaba sus habilidades como cocinero de espaguetis, sus dotes de deportista, su familiaridad con las armas de fuego, su afición por la cacería, su puntería de buen tirador, su disposición a la escucha y el paso paulatino del «bigotillo lineal y un poco afectado de los enamorados antillanos» a su «barba mesiánica» (p. 594).
El 31 de diciembre de 1958, al subir las escaleras hacia su apartamento en Caracas, García Márquez y Mercedes escucharon, antes de la hora del fin de año, un alboroto de bocinas de automóviles, campanas de iglesia y sirenas de fábrica y taller y, al recordar que no disponían de un radio para informarse, incrédulos ante la posibilidad de un nuevo golpe militar en Venezuela, debieron devolverse y bajar para averiguar qué ocurría. Se enteraron entonces, por la portera portuguesa del edificio, que en Cuba había caído Batista. Al día siguiente, cuando se produjo la entrada triunfal de Castro y su cortejo en La Habana, Gabo y su compadre y jefe Plinio Apuleyo Mendoza celebraron esa esperanzadora victoria con cervezas vestidas de novia.
El 18 de enero del 59, le avisaron a García Márquez del vuelo nocturno de un avión cubano que llevaría a La Habana a los periodistas interesados en asistir como observadores internacionales de los juicios públicos contra los partidarios de la dictadura de Batista, implicados en crímenes de guerra, la denominada «Operación Verdad», una estrategia de Fidel Castro para desmentir las alarmas de la prensa norteamericana acerca del baño de sangre que estaba ocurriendo en Cuba y contrarrestar la imagen negativa de la revolución, a raíz de los casi seiscientos fusilamientos de los esbirros batistianos, casi siempre sin juicio previo, en ese célebre –y celebrado– enero. García Márquez aceptó sin dudar y viajó el 19, por la mañana, incluso sin documentos –se identificó con un recibo de lavandería caraqueña donde figuraba su nombre–, en un avión con sobrepeso que debido a una tormenta tropical debió aterrizar de emergencia en Camagüey. Allí García Márquez, de pie, pudo ver de cerca, por primera vez, y a solo tres personas de distancia, al comandante Castro, quien acababa de descender de un helicóptero para explicar la operación. Esa noche, García Márquez se llevó el susto de su vida al sentirse encañonado por la espalda, pues lo habían confundido con un infiltrado, pero pronto se aclararon las cosas. Al periodista lo impresionó la preocupación puntual del comandante por detalles de la vida cotidiana como la falta de pollo para la alimentación de los visitantes en el aeropuerto. Al día siguiente asistió, junto a Plinio Mendoza, al juicio de Jesús Sosa Blanco, en la Ciudad Deportiva. Ese viaje, de solo cuatro días, selló su adhesión a la revolución.
De vuelta a Venezuela, tanto Plinio como García Márquez, contagiados de la euforia revolucionaria cubana, comenzaron a pensar en vincularse de manera activa a ese proyecto histórico. La ocasión propicia se presentó cuando el Che Guevara encargó al periodista argentino José Ricardo Masetti de la dirección de Prensa Latina, una agencia de noticias creada para neutralizar la desinformación de las agencias norteamericanas e internacionales sobre los sucesos de la revolución.
García Márquez trabaja para Prensa Latina, en Bogotá, en 1959 y, en 1960, durante tres meses, en La Habana. A comienzos de 1961, Masetti le encomendó la apertura de la agencia en Canadá y, con ese fin, viaja a Nueva York, a la espera de la visa que no recibe nunca y debe entonces encargarse de la oficina en esa ciudad. El 3 de enero, los Estados Unidos rompen relaciones con Cuba y, el 20 del mismo mes, John F. Kennedy asume como presidente de los Estados Unidos. El 11 de abril, Massetti renuncia a Prensa Latina, debido a las presiones de una facción de comunistas sectarios que querían apoderarse de la agencia, y el 16 del mismo mes, Castro proclama el carácter socialista de la revolución. García Márquez, en solidaridad con su jefe, piensa dimitir también de la agencia, pero la invasión de mercenarios cubanos a Bahía Cochinos, el 18, lo obliga a aplazar su decisión. En carta del 26 de abril, le revela a su amigo y compadre Álvaro Cepeda, «aprovechando la pausa que ha venido después del aparatoso fiasco de la invasión»:
Ya puedes imaginarte el trabajo y las carreras que tuvimos en esas 72 horas, que además fueron la culminación de otra semana bastante atareada, cuando «ya la cosa se veía venir».
Por último: me voy de prensa latina. Debía ser el último de este mes, pero no será posible. Tal vez me vaya a México, pues a Colombia desde luego, no. (Archivo de Harry Ransom Center)
Ante la promulgación de las primeras leyes revolucionarias y el inicio de las expropiaciones, los refugiados cubanos anticastristas intensificaron de tal manera la agresividad de sus hostilidades contra la sede de Prensa Latina, que los trabajadores, constantemente amenazados por teléfono, se vieron obligados a tomar medidas de seguridad y proveerse de improvisadas armas caseras –García Márquez, previendo un posible ataque, portaba un tubo de hierro–. En la oficina se respira, además, la zozobra generada por el sectarismo estalinista que se tomaba a Prensa Latina y creaba un delirante ambiente de suspicacias, intrigas, mensajes en clave y palabras de doble sentido.
El cubano Guillermo Cabrera Infante (1993) afirma que García Márquez se fue por temor al inminente triunfo norteamericano en la invasión a Playa Girón:
El escritor de La hojarasca, que ahora tiene generales de quien escribir, abandonó Nueva York en abril de 1961 con más prisa que dejó Bogotá la última vez, y de paso, desertó de las oficinas de la agencia Prensa Latina, que dirigía. Lo hizo al revés que su admirado Hemingway: sin gracia y sin presión, nada más conocer que ocurría el desembarco contrarrevolucionario en Bahía Cochinos, en Cuba, al que dio por triunfador enseguida. ¿Es necesario recordar que La Habana está a miles de kilómetros de Nueva York? Su corazón tendría sus razones, pero los que conocemos su biografía verdadera sabemos que esta noticia (revelación para muchos) es facta non verba (p. 300)2.
Sin embargo, otra carta a su amigo Álvaro Cepeda, el 23 de mayo de 1961, revela que para esa fecha García Márquez aún permanecía en Nueva York:
Ahora, después de una jodida crisis que se prolongó por un mes y que finalmente culminó esta semana, los jóvenes decentes de Prensa Latina nos fuimos al carajo, con unas renuncias muy retóricas.
A pesar de que las vainas se veían venir en grande, yo no creí que los acontecimientos se presentaran tan atropelladores, y que me quedaban algunos meses en Nueva York. Sin embargo, mi última esperanza de quedarme aquí se desvaneció definitivamente esta noche, y el primero de junio me voy a México, por camino carreteable, con el propósito de atravesar el profundo y revuelto sur.
No sé, exactamente, qué voy a hacer, pero estoy tratando de rescatar en Colombia algunos dólares, que espero me sirvan para vivir un tiempo en México, mientras consigo trabajo. Quién sabe de qué carajo porque lo que es de periodismo ya me corté la coleta. Será de intelectual.
[…] Algún día le contaré personalmente, ojalá donde las muchachitas que joden por hambre, cómo fue el despiporre de los llamados «moderadores» de Prensa Latina. Por ahora, confórmese con un abrazo, y dele otro a los jóvenes de la cueva, hasta cuando les dé mis nuevas diagonales. (Archivo de Harry Ransom Center)
Aunque el 5 de junio García Márquez tiene decidido irse a México, permanece todavía en Nueva York a la espera de la liquidación de sus cesantías. Pero los burócratas cubanos, que interpretaron su renuncia como una deserción, no solo le negaron las prestaciones y los tiquetes de regreso en avión, sino que también, por sospechas ideológicas, poco después destruyeron su trabajo periodístico en la agencia y le cerraron las puertas de la isla.
Tras atravesar, en bus, el sur de los Estados Unidos, con la intención de conocer la geografía real que sirvió como modelo al ficticio condado de Yoknapatawpha, García Márquez llega a México el lunes 26 de junio, y el 9 de julio publica su primer artículo mexicano en el suplemento cultural del diario Novedades, «Un hombre ha muerto de muerte natural», cálida exaltación de la figura de Hemingway, quien se había volado los sesos con su escopeta de caza el 2 de ese mes, sellando con sangre el fin de una promoción de escritores norteamericanos conocidos como «la generación perdida», por los días en que comenzaba a producirse la irrupción mundial de los narradores latinoamericanos, con Borges, Carpentier, Onetti, Fuentes y Cortázar, a la cabeza.
García Márquez nunca dio detalles claros acerca de su salida de Prensa Latina. En una conversación con Plinio Apuleyo, en 1972, le revela que en los comienzos de la Revolución cubana intentó una militancia activa, pero «un conflicto transitorio me sacó por la ventana. Eso no alteró en nada mi solidaridad con Cuba, que es constante, comprensiva y no siempre fácil» (Rentería, 1978, p. 89).
Pese a que sus desencuentros habían sido con los comisarios comunistas y no propiamente con el régimen, García Márquez se fue de Nueva York con un amargo sabor a derrota. No obstante, en los años siguientes, no dejó de manifestar su fe en la Revolución y su admiración por el estilo espontáneo e informal del comandante que despertaba en los latinoamericanos la ilusión de un socialismo libre y luminoso, hecho de la vitalidad festiva y la dinámica creadora del Caribe, ajeno al dogmatismo y las fórmulas fosilizadas de la «reverenda madre Rusia», el cual, pese a sus puntos débiles en lo político y lo económico, no dejaba de ser un triunfo moral, un ejemplo de defensa de la dignidad de un continente, en contraste con el socialismo triste que había palpado, de primera mano, en su viaje al interior de la Cortina de Hierro, en el que en cada recodo transitado era visible el fantasma agobiante del sectarismo.
En adelante, los cubanos, que invitaban a grandes escritores a La Habana –no solo latinoamericanos–, nunca incluyeron en esa lista a García Márquez, hasta 1975, es decir, catorce años después de su salida de Prensa Latina. Sin embargo, su obra, puntualmente editada, con gran éxito de ventas, sin el pago de derechos de autor, se vio acompañada de importantes estudios críticos como ocurrió en 1969 con la Recopilación de textos sobre Gabriel García Márquez en la Serie Valoración Múltiple de Casa de las Américas.