Loe raamatut: «Indeleble», lehekülg 3

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Capítulo 2 Dulce comienzo

Daniel

Enfurecido, entré a la habitación de Diane:

—¡No puedo creer que me dejes trabajando solo con Sarah!

Había pasado ya un año y ocho meses desde que llegamos a Londres. Nos adaptamos fácilmente a los chicos y pronto nos convertimos en dos miembros más de un gran grupo de amigos. Sarah nos enseñó la ciudad en la primera semana de nuestra llegada y, a esas alturas, ya estábamos más que adaptados a la vida de Londres.

Mi ángel castaño y de sonrisa inocente siguió ocupando mis pensamientos y me acostumbré a compartir tiempo con ella y con Mark. El chico de cabellos oscuros y alborotados resultó ser un gran amigo, aunque yo estaba seguro de que también estaba interesado en Sarah. Se notaba en la forma como la miraba y en lo devoto que era de nuestra amiga.

Ese día en la mañana nos asignaron el último trabajo del año. Reunía tres asignaturas, debía hacerse en pareja y mi hermana corrió a trabajar con Sam, dejándome con Sarah, quien, como de costumbre, quedó sola.

Hasta el momento, habíamos trabajado los tres juntos y estudiábamos en las tardes. Logramos, entre Diane y yo, estabilizar un poco las calificaciones de Sarah, pero esta vez Diane decidió dejarme solo y no estaba preparado para eso.

—Daniel, para ti no es un secreto que me gusta Sam. Déjame trabajar con él —me pidió y me miró suplicante.

—No puedo trabajar solo con Sarah, Diane. —Me senté a su lado. Tenía que desahogarme—: esa chica pone mi mundo de cabeza...

—Aprovecha y dile lo que sientes —Me guiñó el ojo con confianza.

—¿Y si me rechaza? ¿Y Mark?, no puedo traicionarlo así...

—Es tu amigo, estoy segura de que te va a entender. —Se levantó de la cama y me haló de los brazos—. Ahora vete de mi cuarto, quiero estudiar y tú no me dejas.

Salí sin decir algo más. Diane tenía razón, debía hablar con Sarah, pero también con Mark. Debía decirle a mi amigo que esa chica torpe me interesaba mucho más y que quería saber su opinión.

Caminé a mi cuarto y busqué el teléfono para llamarlo a su casa. Me respondió en menos de dos timbres y acordamos vernos en el parque cercano a nuestro vecindario, quince minutos más tarde, tiempo suficiente para tomar valor.

Cogí mi chaqueta, me despedí de mis padres y salí al encuentro de mi amigo. Él tendría que entender...

—¡Daniel! Perdona la demora. —Mark llegó corriendo a la silla en la que lo esperaba—. Tuve que pasar por casa de Ronald a llevar algo. —Se sentó a mi lado haciendo un gesto exagerado de cansancio—. ¿De qué querías hablarme?

—Mark... ¿A ti te interesa Sarah? —pregunté sin mirarlo.

Enfoqué mi mirada en la fuente que tenía en frente y en el agua que caía a cascadas una y otra vez.

—¿Era eso? —Mi amigo se recostó en la silla, estiró sus pies y miró igualmente a la fuente—. Sí, me gusta mucho, y se lo dije hace un tiempo. —Sonaba melancólico—. Pero ella afirmó que soy como su hermano... Crecimos juntos y no me ve como lo que yo quisiera, así que solo me quedó ofrecerle mi amistad.

—Ya veo...

—A ti también te gusta, ¿verdad? —me interrumpió, y solo pude asentir —Díselo, tal vez a ti sí te acepte.

—Quería saber qué opinabas. Eres mi amigo y no quería lastimarte...

—Adelante, Daniel, tienes mi permiso —dijo con voz solemne y divertida mientras ponía una mano en mi hombro.

—¡No seas tonto! —Me sacudí divertido.

Mark era como Sarah, alegre, espontáneo y hasta infantil.

—Ya que hablamos, te parece si pasamos un rato al Queen, quiero una malteada y ganarte en otra partida.

Se levantó y me miró sonriente.

—No me ganarás esta vez Tyler.

Y Lo seguí divertido.

Mark era de esos chicos que siempre va vestido a la moda. Provenía de una buena familia. Era de mi estatura, 1,78 metros; nunca supo para qué servía un cepillo porque sus cabellos siempre estaban revueltos, pero con estilo, algo que no lograba entender. Tenía unos ojos verdes extrañamente brillantes que se oscurecían cuando se sentaba a tocar la guitarra y se dejaba llevar por la melodía. Contaba con un talento innato y aunque no hacía mucho ejercicio, siempre tuvo un cuerpo atlético.

El Queen era la cafetería de los padres de Andrew. Allí había una habitación reservada para nosotros donde instalamos videojuegos y pasábamos gran parte de nuestras tardes, haciendo torneos y tomando malteadas por cortesía de los Cooper. No era muy grande, pero quedaba cerca del vecindario y nuestros padres no podían quejarse si salíamos tarde de allí, cosa que pasaba muy a menudo.

Al entrar, mi mundo se iluminó. En una mesa, sentada, sin compañía y tomándose una malteada de fresa, estaba Sarah. Parecía preocupada. Mark y yo cruzamos nuestras miradas extrañadas, caminamos juntos hasta su mesa y nos sentamos sin pedir permiso.

—¿Qué te pasó?, mi bonita.

La melosería de Mark con mi ángel a veces me molestaba.

—Ah... Hola chicos. —Nos sonrió forzosamente—. Nada, no me pasó nada, solo estaba algo… aburrida.

—Algo te pasó, Sarah. —Su mirada triste y perdida transmitía lo opuesto a lo que indicaban sus palabras—. Dinos, somos tus amigos, ¿no?

—Samuel volvió a decirme que soy una tonta y esta vez mi papá estuvo de acuerdo con él —dijo con un deje de tristeza en la voz—. No quise seguir escuchándolos y salí corriendo de casa hasta llegar a esta mesa —añadió y nos dio esa sonrisa inocente y hermosa que iluminaba nuestros días.

—Puedes ser una tonta —Mark empezó a hablar—, pero eres nuestra tonta, ¿verdad, Daniel?

—Sí, supongo que sí.

Sonreí a Sarah, perdiéndome en el gris verdoso de sus ojos.

—¿Quieres de chocolate?

Mark me devolvió a la tierra y yo solo asentí mientras él iba a la barra y me dejaba a solas con mi ángel.

—A Sam le gusta Diane —soltó como si nada—. Lo descubrí hablando con Ronald esta tarde.

—A Diane también le gusta —respondí un poco sorprendido—. Mientras no la trate como te trata a ti, todo estará bien.

—Sí, supongo.

Se encogió de hombros y bajó la cabeza a la mesa con gran tristeza.

—Ey, bonita. —Levanté su rostro, tomándole suavemente el mentón—. ¿Por qué te pones así?

—Daniel, yo quiero a mi hermano, pero él me odia, no sé qué hacer para que deje de tratarme mal.

Intentó tragarse las lágrimas, pero una se derramó de su ojo derecho, humedeció su mejilla y terminó en mis dedos, que la atraparon, antes de llegar a sus rosados labios.

—Algún día se dará cuenta de lo que pierde al hacer a un lado a su hermana. —Sonreí para infundirle confianza—. Mientras, nos tienes a Mark y a mí.

—Sí. —Sonrió y por fin retiré mi mano de su rostro—. Gracias, Daniel.

Vi que se sonrojó un poco. Tal vez sí tenía una esperanza con ella.

—Por nada, Sarah...

Esa noche la llevamos a su casa y cuando volví a la mía me propuse tomar valor para sincerarme con ella antes de terminar el año escolar. Sería difícil para mí, sería la primera vez que me enfrentaría a un sentimiento por una chica y no quería que me rechazara. Además, ya tenía conocimiento del rechazo hacia Mark. No quería que lo hiciera conmigo.

—¿Daniel, estudiaremos en tu casa? —Sarah me habló mientras yo estaba concentrado en la lectura que nos había encargado uno de los profesores—. Diane y Sam van a estudiar en la mía y no quiero que ese tonto me moleste.

—Vale, si te sientes mejor así. —Bajé el libro y la miré—. ¿Quieres que pase por ti o llegarás por tu cuenta?

—Puedes pasar por mí si quieres. —Me miró algo sonrojada—. Así me das algo de tiempo para ayudar a mi madre con unos pastelillos.

—¿Sabes cocinar? —Levanté una ceja, incrédulo. Admito que me sorprendió mucho que dijera eso. Realmente y sin ofenderla, Sarah no demostraba tener talento con nada diferente al baile y el teatro.

—No, soy pésima en la cocina también —soltó divertida. —Pero soy muy buena con los postres —agregó orgullosa.

—Bueno, guárdame alguno, entonces. —Le sonreí de vuelta y seguí en mi lectura.

Ella, en la silla del lado, solo garabateaba en un cuaderno y se escondía tras el libro.

—Daniel... —volvió a interrumpirme un par de minutos después—. ¿Crees verdaderamente que puedo ayudarte con el trabajo?

—Sí, Sarah. Algo encontraremos que puedas hacer bien —dije sin bajar la vista del libro—. Por ahora, lee que mañana tenemos examen de este libro y no has pasado del primer capítulo.

—Eres un aguafiestas. —Me sacó la lengua y se tapó el rostro con el libro. Un par de minutos después estaba profundamente dormida en su silla, cosa que hacía con mucha frecuencia y a la que ya me había acostumbrado.

No entendía por qué me gustaba, pero ya no podía hacer nada en contra de ese sentimiento. Estaba dispuesto a decirle lo que sentía, a sincerarme con ella y a decirle de una vez por todas que me gustaba desde el mismo momento en que la vi caer al suelo frente al profesor.

Esa tarde pasé a recogerla a su casa. Salió alegre y corriendo a mi encuentro. Vestía una falda corta con vuelos blanca y una camisa sin mangas, de un color azul celeste. Como sus pies, cubiertos por unos delicados zapatos de bailarina, trastabillaron en la escalinata del andén, ella cayó en mis brazos, riendo como una niña pequeña.

Se veía hermosa y durante el camino a mi casa tuve que entretener mi mente en otras cosas para no distraerme con su falda y esas largas piernas que jugueteaban en el borde del andén. Yo estaba en la edad de las hormonas y si me dejaba llevar, terminaría pasando la peor vergüenza con ella.

—¡Sarah, querida, te ves preciosa! —Mi madre, como de costumbre, la abrazó con cariño. Sarah pasaba mucho tiempo en casa con Diane y conmigo y hasta un par de veces se quedó a dormir, así que mamá la trataba como a otra hija.

—¡Gracias, señora Martins! —Respondió el abrazo mientras yo aún esperaba a que desocuparan la entrada—. Les traje esto —dijo y extendió una canasta que no dejó que yo mirara en el corto camino que anduvimos.

—Cariño, gracias. —Mi madre levantó la tela que cubría la canasta y el olor a chocolate, vainilla y crema se esparció y llegó hasta mí. Sus pastelillos—. Prepararé algo para acompañarlos. Pueden ir a estudiar y los llamaré cuando esté listo.

Y cuando por fin desocuparon la entrada, Sarah y yo subimos directamente hasta mi habitación.

Como siempre, nos sentamos en el suelo con los libros y empezamos a buscar el tema en que basaríamos nuestro proyecto. Bueno, empecé a buscarlo yo, porque Sarah pronto tomó una de mis figuras modulares y se distrajo con ella.

—Deberíamos poder hacer un baile y ya, o una obra de teatro —dijo distraída, sacándome del tercer libro que revisaba.

—No creo que en biología, química y física nos acepten eso como trabajo final —respondí un poco serio.

—Bueno, ¿y si llevamos pastelillos? Es fácil y los entiendo...

—¡Eres un genio!

Su idea me entusiasmó mucho y no medí mis acciones. Me dejé llevar y la abracé fuertemente.

El silencio se apoderó de la habitación. La respiración era una acción difícil de cumplir y el ambiente se cargó de una electricidad casi palpable que convertía mi cuarto en el posible nacimiento de una fuerte tormenta eléctrica. Nos soltamos del abrazo y los dos miramos al suelo avergonzados.

Fue ella quien rompió el silencio:

—¿Por qué soy un genio?

—Podemos abarcar todos los temas con una receta de cocina. —Me atreví a mirarla; ella tenía una expresión extrañada mientras jugueteaba inconscientemente con sus manos en su regazo—. Vamos, Sarah, podemos hablar de nutrición para biología, enzimas para química y estados de la materia para física —dije intentando disipar la creciente tormenta.

—Yo solo sé mezclar harina, chocolate, fresas...

—Por eso. Tú te encargas de eso y yo te enseño las teorías. —Me puse de pie y le extendí la mano para ayudarla a levantar. —¡Vamos a probar tus pastelillos!

—Emm... Está bien.

Se levantó y la bajé casi arrastrada hasta la cocina donde mi mamá terminaba de servir el té.

—Chicos, ya les iba a subir los pastelillos. —Mi madre nos miraba divertida—. ¿Los hiciste tú, Sarah?

—Sí, es lo único que se me da bien en la cocina.

Mi ángel se sonrojó y solo pude pensar en lo adorable que lucía con ese rubor natural en sus mejillas normalmente pálidas.

—Están deliciosos. —Mamá puso una bandeja con dos tazas de té y cuatro pastelillos en la mesa de la cocina—. Coman, saldré a hacer unas compras para la noche, ¿necesitan algo para sus estudios?

—Sí. Sarah, dale a mamá los ingredientes de tus pastelillos —dije mientras nos sentábamos a la mesa.

Obedientemente, Sarah le dictó una lista de ingredientes a mi madre. Los recitaba de memoria y pensé que hacíamos bien al elegir ese proyecto mientras veía a mi madre salir, dejándonos solos.

Un poco incómodo, tomé el primer pastel y me lo llevé a la boca. Era un verdadero manjar. La textura era perfecta, sin mencionar el balance de los sabores. Mientras me deleitaba, Sarah me miraba con la esperanza grabada en sus ojos brillantes.

—¡Di algo, tonto! —No se aguantó más y me gritó casi al borde de la desesperación.

—Sarah, están deliciosos —logré decir cuando tragué un pedazo de pastelillo—. Creo que, con esto, bonita —le mostré el pastel mordido frente a sus ojos— ratificaste mi idea.

La vi sonrojarse y bajar la mirada mientras se comía su pastel. Guardé silencio y terminé de comer el mío para no incomodarla más… Para no incomodarnos más. No dejé de mirarla. Se veía muy tierna con ese leve rubor en sus mejillas. Tenía que decirle todo sobre mis sentimientos, pero ¿cómo?

—¿Por qué te avergüenzas? —empecé por ahí.

—Nadie me alaba o me dice que hago algo bien con mucha frecuencia. —Levantó la mirada y me regaló una hermosa sonrisa. Estaba agradecida por mi apreciación.

—No muchos se detienen a mirar lo que hay más en el fondo. —Miré la taza vacía de Sarah. Me estaba poniendo nervioso—. ¿Quieres otra taza de té?

—Te lo agradecería, está delicioso. —respondió y me miró aún avergonzada.

Me levanté y rellené nuestras tazas. Dejé la tetera de nuevo en el mesón y me senté a la mesa, esta vez a su lado y no enfrente. La miré y me di cuenta de que todavía estaba algo distraída.

—Algo te pasa, Sarah. —Levanté un poco su rostro para mirarla bien—. Dímelo.

—No entiendo qué ves en mí para... ya sabes… —dudó un poco—. Todos me hacen a un lado cuando se trata de trabajar en equipo y cuando me aceptan en alguno solo se quejan de mis tonterías... y bueno... tú... —Intentó sonreír y eso me enterneció—. Tú me incorporas y me animas a que lo haga, me tienes paciencia… confías en que puedo hacerlo...

—Eres una gran chica. —Sostuve su mirada. Esa era mi oportunidad —Un poco tonta, sí —bromeé —, pero no eres tan tonta como todos dicen. —Intentó bajar su mirada a la taza de nuevo, pero se lo impedí tomando su rostro por el mentón—. Eres una gran bailarina, muy buena actriz y la mejor amiga, sin contar la chispa alegre e inocente que tienes. —Atrapé sus ojos extraños pero mágicos con los míos y dejé que eso me diera valor—. Eso es lo que más me gusta de ti... —solté, acercándome un poco más y sin soltar su rostro.

—Dan...

Noté su nerviosismo.

—Shh...

La silencié antes de que dijera algo que arruinara mi momento. Tomé su rostro con las dos manos y me acerqué a ella. Uní nuestros labios en un beso suave y casto. Mi primer beso. Su primer beso. Nuestro primer beso. Ella lo recibió tensa, pero se calmó un par de segundos después y me respondió con delicadeza. Sentí que mi cuerpo reaccionaba y se llenaba de una alegría y satisfacción que nunca había sentido.

Nos separamos lentamente y abrimos nuestros ojos al tiempo. Sonreímos tímidamente y nos quedamos en silencio, mirándonos, absorbiendo todas las sensaciones que nos invadían.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó sosteniendo mi mirada y quebrando la paz de mi cocina.

—Porque me gustas, Sarah —Ya metida la pata, metido el cuerpo entero—. Y por como respondiste, creo que también yo a ti...

—Sí. —Se sonrojó en extremo—. Pero no puedo... Me dan miedo mis padres... —hablaba en serio. Podía sentir su temor y no entendía el porqué.

—Tranquila, bonita. Yo solo quiero compartir contigo y si les tienes miedo, no tienen por qué enterarse. —Me acerqué y apoyé mi frente en la de ella—. ¿Qué dices? ¿Quieres ser mi novia?

—¡Sí! —gritó alegre y me abrazó, recostando su cabeza en mi hombro y casi haciéndome caer de la silla.

—Calma preciosa, me harás caer —dije entre risas mientras le respondía el abrazo.

—Lo siento. —Se enderezó—. No quería molestarte. —Miró sus manos y las entrelazó sobre la mesa—. Gracias, Daniel, por creer en mí.

—No lo agradezcas. —Levanté su mirada y dejé un casto beso en sus labios—. Lo hago porque te quiero...

—¿Fuiste su novio desde los dieciséis años? —Cloe me mira sorprendida y le da otro mordisco a su enorme hamburguesa—. ¡Eran unos niños!

—Sí, pero eso nos permitió crecer juntos y conocernos muy bien... Fueron unos siete años de relación.

Me encojo de hombros y pienso que Sarah ha sido lo más lindo que me ha pasado en la vida.

—¿O sea que ella ha sido tu única novia? —dice mi exsecretaria y me mira extrañada.

—Sí. Mi única novia, mi única mujer y mi único amor. —Suspiro consciente de lo que parezco—. Soy un tonto, ¿verdad?

—Un poco. —Cloe toma un largo trago de soda—. Pero no entiendo algo, ¿por qué ella temía a sus padres?

—No lo sé, nunca lo supe… y eso quiero descubrir con mi llegada a Londres.

Imito su estilo de tomar soda.

—¿Cómo hicieron entonces para ocultar su relación por tanto tiempo?

Me río. Nunca pensé que Cloe se interesara tanto en mi historia con Sarah.

—Recibimos mucha ayuda, aunque lo difícil era ocultarlo de Samuel —respondo todavía riendo—. Mark, mis padres y mi hermana fueron claves en esa labor.

Capítulo 3 Amigos, hermanos, cómplices

Daniel

—¿Tienes alguna teoría? —me cuestiona Cloe y me sorprende.

—¿Ah? No te sigo.

¿Cómo hacen las mujeres para cambiar de tema así?

—Daniel, si una mujer acepta tener algo contigo y no le importa que todo el mundo se entere, pero sí que sus padres lo sepan, es porque algo grave le sucedía al interior de su hogar.

De un momento a otro, Cloe parece toda una experta en asuntos familiares.

La verdad dudo mucho que tenga muy bien controlados sus propios asuntos familiares. Lo poco que sé de ella es que vive sola en un departamento cerca del hospital. Su novio se queda en casa los fines de semana y siempre que llama a su madre la conversación termina en un “pero, mamá…”. No es una mujer fea. Mi secretaria, bueno, exsecretaria, es de esas chicas góticas que usan un maquillaje algo oscuro, y no entiendo cómo logra mantener su apariencia sin asustar a los niños que vienen a mi consulta. Tal vez se deba a la empatía que tiene con ellos. Incluso, estoy seguro de que, si algún día decide ser madre, será la mejor del mundo.

—Tal vez... —Me permito recordar algo de los Evans, pero no lo consigo, solo el momento en que Alan, su padre, nos encontró juntos—. Su padre es un hombre algo temperamental pero no creo que le pegara... Debo descubrir todo esto cuando llegue.

Miro mi plato y muerdo la hamburguesa.

—Te ayudo mientras eso sucede… —Cloe me mira muy concentrada y se me escapa una leve sonrisa—. Cuéntame cómo fue que lo escondieron y cómo se enteraron sus padres. —Ahora me mira seria. Parece sufrir de bipolaridad.

—¿Cómo sabes que nos descubrieron? —digo, algo extrañado.

—Porque ya estoy elaborando mi teoría —habla como si nada antes de meterse una papa frita a la boca—. Así que sígueme contando y cuando termines te digo lo que pienso.

—Está bien, está bien —digo resignado—. La primera en enterarse fue mamá...

Sarah

—Llama a Diane, creo que tenemos que hablar y a ella le va a interesar lo que voy a decir.

Tengo que ser fuerte. Diane sabe mi secreto, pero temo que Samuel no lo tome bien. Él es mi familia, debe entenderme… eso espero.

—¿Diane, amor, quieres venir por favor? —grita, mientras pienso cómo o por dónde empezar con mi historia... Una muy larga historia.

No tenemos que esperar mucho. Diane llega al instante y se sienta en la cama frente a nosotros. Ella es mi único apoyo ahora, mi mejor amiga y la única persona que puede ayudarme con mi hermano.

—Adelante, Sarah, ¿de qué tenemos que hablar?

Sam aún me sostiene entre sus brazos y me abraza por los hombros.

—Solo quiero que te pongas en mis zapatos, Samuel —empiezo por ese lado, tal vez eso suavice un poco lo que diré. Me remuevo para salir de su abrazo y tomo una bocanada de aire—. Quiero hablarte de Daniel Martins...

—¿Qué pasa con él, Sarah? —Sam me interrumpe al escuchar el nombre de su amigo. Diane solo asiente para darme valor.

—Samuel: Daniel y yo fuimos novios desde su segundo año en la escuela y hasta unos días antes de casarme con Mark...

Miro hacia abajo y encuentro mis manos jugueteando juntas. No era consciente de eso, nunca lo soy, y, según Diane y Daniel, solo lo hago cuando estoy nerviosa.

—¿Daniel Martins? ¿Tu hermano? —dice Samuel mirando extrañado a Diane, y ella solo asiente.

—Escucha a tu hermana, amor. Ella necesita que la entiendas.

Le toma una mano y la entrelaza entre sus dedos. Sé que lo hace para calmar su mal genio.

—Pero no entiendo. —Sam levanta mi rostro y me limpia una lágrima—. Entonces, ¿por qué te casaste con Mark?

—Nuestros padres nos obligaron. —Vuelvo la mirada a mis manos—. Aunque Mark tenía un plan y ahora se va a cumplir.

Sonrío.

Definitivamente era mi mejor amigo. Me amaba, estoy segura de eso; fue por ese amor que se empeñó en dejar todo en el mejor punto. Solo necesito un mes para que se cumplan sus planes y tener que dar la cara a los Evans y a los Tyler.

—Ya llegaré a ese punto, solo quiero que escuches mi historia para que entiendas lo que está a punto de suceder.

—Sarah, en verdad me estás asustando.

Me mira con miedo, puedo leerlo en sus ojos y en cómo busca una respuesta en los de Diane. No éramos nada unidos hasta el viernes. Tal vez cuando me vio sola la chispa de la fraternidad se le encendió…

Samuel es un hombre atractivo. Sus cabellos castaños, ligeramente más claros que los míos y bien peinados, aun recién levantado, me llevaban a pensar en él como en un muñeco de esos que venden para las niñas. Pero en este momento su frente blanca está surcada por las sombras que le provocan las arrugas del ceño fruncido. Sus ojos miel me miran intrigantes y sus labios, normalmente curvados en una ligera sonrisa, son ahora una delgada línea. Lo veo y solo siento miedo de contarle mi verdad.

Samuel

No puedo negar que mi hermana me tiene inquieto con todo esto. Pero lo que me atemoriza es la relación que pueda tener esto con lo que me dijo Mark antes de morir. ¿Será posible que la vida de mi hermana haya sido tan dura como él decía? Me dijo que en seis años Sarah nunca ha sido completamente feliz. Que ha sufrido horrores y que lo peor pasará en un mes. Por eso me pidió no dejarla sola y entenderla cuando estuviera lista. ¿Es en este momento en el que está lista para abrirse conmigo?

Entiendo que nunca he sido el mejor hermano. Pero la quiero, a mi modo, la quiero. Quise que fuera feliz y con la unión de las compañías Evans y Tyler pensé que lo sería. Además, al recibir los títulos nobles que ostentaban nuestras familias en la antigüedad ya no tendría que luchar contra la tradición de mi padre de convertirla en una mujer sumisa como mi madre. Bueno, sé que también tuve que ver en ese proceso, siendo tan duro con ella, pero fue lo que Alan me enseñó...

Suspiro. Algo me dice que necesitaré mucho aire para digerir lo que tiene para decirme... Veo sus mejillas pálidas y hundidas en su rostro extremadamente delgado y quiero devolver el tiempo. Sus ojos, iguales a los de mamá me miran escudriñando mis pensamientos, nunca soporté que hiciera eso y por eso prefería huir o lanzarle alguna ofensa para que me dejara en paz. Es la mujer más persuasiva que he conocido en mi vida y yo, fácilmente, el hombre más reservado.

Sí, debo confesar que le temo a mi hermana. ¡Qué patético!

—No es para que te asustes —me dice Sarah con la voz casi en un susurro—. Prométeme que tendrás la mente abierta —suplica entre lágrimas.

Nunca la había visto llorando de esa forma y me conmueve.

—Lo haré —me limito a decir.

Sarah

—La primera en enterarse de nuestra relación fue Grace. —Si debo explicar el porqué de todo, debo empezar por la razón por la que Mark y yo pasábamos tanto tiempo con los Martins en los últimos seis años—. Creo que se enteró el mismo día en que le dije que sí...

—Chicos, díganme la verdad. —Grace nos interrumpió en el patio de su casa mientras Daniel me explicaba por tercera vez lo que sucedía en el horno mientras mis pastelillos crecían y se doraban—. ¿Acá pasa algo o me equivoco?

Tenía razón. Daniel estaba sentado demasiado cerca y me acariciaba el rostro, me abrazaba por los hombros o jugueteaba con mi cabello entre explicación y explicación. Era inevitable que su madre, revoloteando por la casa, se diera cuenta.

Al escucharla se alejó un poco y la miró nervioso. Yo solo pude bajar la mirada a mis manos y juguetear con ellas.

—No los voy a regañar, pero confíen en nosotros. —Grace se sentó en la hierba y nos miró con cariño.

—Sí, mamá, sí pasa algo —Daniel habló tomándome de la mano—. Sarah y yo somos novios...

—Me alegro, chicos. —Abrazó a Daniel y luego a mí. Ese gesto me sorprendió. Estaba segura de que mis padres nunca reaccionarían de ese modo si les dijera que tenía novio—. ¿Qué te pasa, cariño? —Grace levantó mi rostro. Era evidente que yo estaba conmovida.

—Nada, señora Martins. —Intenté sonreír como siempre.

—Mamá, los Evans no pueden saberlo. —Daniel se apresuró a hablar. Entendía que yo no quería que se enteraran y salió a mi rescate—. Nadie puede saberlo, Sarah teme a sus padres.

—¡Qué romántico!

La madre de Daniel era una mujer de cabellos negros como la noche, igual que su hijo. Fue madre muy joven y por eso, aún con dos hijos de dieciséis años, no llegaba a los cuarenta y se veía espléndida. Tenía un cuerpo lleno de curvas y el espíritu de una joven soñadora.

—Cuenten conmigo y con Harry, nosotros los cubrimos. —Nos guiñó el ojo, se levantó y se marchó.

Harry, el padre de Daniel, tenía los cabellos castaños, pero en un tono casi negro, tal como Diane. Era un poco mayor que Grace y ya se le notaban algunas canas; aun así, era un hombre apuesto y tenía los mismos ojos azules de su hijo, además de un cuerpo atlético y, aunque trabajaba todo el día en el hospital, procuraba pasar mucho tiempo con su familia.

—¿Ves? Mi madre es genial, te dije que no tenías por qué temer. —Se acercó a mí y dejó un suave beso en mis labios—. Ahora sigamos, ¿recuerdas lo que sucede a las proteínas cuando se exponen al calor?

Esa tarde terminamos de estudiar y cenamos con sus padres. Después, caminé sola las tres calles que separaban su casa de la mía. Saludé a Diane que salía con mi hermano y me despedí de mis padres para acostarme temprano.

No entendía muy bien por qué mis padres eran tan suaves con Sam y tan duros conmigo. Mi papá tenía la esperanza de que yo fuera como mi madre, una mujer abnegada, sumisa y disponible todo el tiempo para su familia, pero sin ningún sueño propio. Yo crecí en una época diferente a la de ellos. Las muchachas de mi época soñaban con estudiar, encontrar el amor y vivir una fantasía. Mi mamá tuvo que casarse con un hombre que estaba escogido para ella desde antes de nacer, incluso... Y ese hombre no la dejó estudiar, progresar o salir adelante por su cuenta...

Yo no quería eso y era una fortuna que Daniel se hubiera interesado en mí, una chica tonta, torpe y muy infantil. Y es que ese chico de cabellos negros me gustó desde que lo vi: él mirándome extendida en el suelo y sin reír. Y en el momento en que le dije que sí quería ser su novia, Daniel Martins representaba todo lo que yo quería, él y su familia. Daniel era mucho más alto que yo, lo que me hacía sentir protegida a su lado. Tenía la piel blanca, aunque un poco más oscura que la mía. Era flaco y su rostro ya dejaba los rasgos finos de un chico y comenzaban a aparecer las facciones de un hombre bien parecido, con ángulos bien definidos.

Esa noche me quedé dormida con una enorme sonrisa en los labios, deseando verme al otro día con mi caballero en la preparatoria. Por más que tuviéramos que ocultarlo, no me importaba, con tenerlo cerca me bastaba para ser feliz.

Unos meses después, estábamos en la azotea de la escuela. Adoptamos ese lugar como nuestro para escondernos de todos. Él estaba sentado, recostado en la verja y acariciaba mi trenza mientras yo permanecía acostada, con mi cabeza en sus piernas y la mirada justo en su rostro arriba del mío.

—¿Crees que podemos salir al parque mañana? —preguntó Daniel haciéndome regresar a la tierra.

—Mmmm… —Cavilé las posibilidades—. No lo sé, no quiero que nos vean, cielo...

Por mi temor solo podíamos vernos en su casa y sentíamos la necesidad de salir, como cualquier pareja normal.

—¿Y qué tal el cine? Nadie puede vernos ahí. —Sonrió con ternura—. Vamos mi ángel, quiero invitarte a algún lado. —Me incitó a levantarme y tomó mi rostro entre sus manos—. Dame ese gusto, preciosa, ¿sí?

—Está bien, vamos al cine. —Sonreí con temor.

—Gracias —dijo y vi sus ojos azules iluminarse con alegría.

Unió nuestros labios en un beso nuevo, cargado de sentimiento. No fue como los de antes, esta vez atrapó mis labios y jugueteó con ellos entre los suyos, rozándolos con su lengua y halándolos con sus dientes. Me sorprendí, pero poco a poco lo seguí en su asalto mientras acomodaba mis manos en su cuello y él bajaba una de las suyas a mi cintura.

—Cof cof.

Una tos falsa y divertida nos interrumpió asustándonos y dando por terminado nuestro beso.

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