Loe raamatut: «Enredado Con La Ladrona»
Enredado con la ladrona
Enredado con la ladrona
Traducción del inglés: Elizabeth Garay
Entrar, robar la gema y salir.
Pero todo se fue al infierno y ahora Mel está sin su pago y en la mira de un león alfa enojado.
A Luke no le va nada mejor.
Su hermana está en problemas, la Esmeralda Escarlata ha desaparecido y Mel está de regreso, dispuesta a enfrentarse a él de nuevo. Pero para curar a su hermana, Luke hará lo impensable. Le pedirá a Mel su ayuda para salvar la vida de Cassie.
Y pronto, la atracción se eleva entre ellos, enredando sus vidas más de lo que jamás estuvieron dispuestos.
“Robo al Alfa” es una serie de tres partes protagonizada por Mel, una extraordinaria ladrona y mujer leopardo, y Luke Torres, un hombre león alfa. Acompáñelos mientras realizan atracos, luchan contra vampiros, se encuentran con brujas, aprenden a confiar y se enamoran.
Por Kate Rudolph
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Entangled with the Thief © Kate Rudolph 2015.
Diseño de portada por Kate Rudolph.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta historia puede ser utilizada, reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso por escrito del titular de los derechos de autor, excepto en el caso de breves citas mencionadas en reseñas y artículos.
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son producto de la imaginación de la autora o han sido utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, situaciones actuales, lugares u organizaciones es meramente una coincidencia.
Publicado por Kate Rudolph.
Traducción del inglés por Elizabeth Garay
garayliz@gmail.com
Índice
Enredado con la ladrona
Por Kate Rudolph
1. Capítulo Uno
2. Capítulo Dos
3. Capítulo Tres
4. Capítulo Cuatro
5. Capítulo Cinco
6. Capítulo Seis
7. Capítulo Siete
8. Capítulo Ocho
9. Capítulo Nueve
10. Capítulo Diez
Acerca de Kate Rudolph
También de Kate Rudolph
1
Capítulo Uno
Crystal Lake Savings and Loan se encontraba un poco alejado de la carretera principal, en un bonito conjunto de oficinas en Crystal Lake, Wisconsin. Al mediodía de un miércoles, el tráfico de entrada y salida del banco era bastante constante. Los trabajadores que se encontraban en su almuerzo acudían a cobrar y depositar cheques, y los empleados a tiempo parcial cambiaban de turno. Mel observaba todo a través del espejo retrovisor en un auto estacionado a media cuadra de distancia.
Mel se enderezó el cuello de la blusa y revisó su reloj. Kathy Pierson era su objetivo y necesitaba estar dentro antes de las 12:30 o todo estaría jodido. Considerando el lado positivo, este trabajo no exigía ampliar exactamente sus habilidades. Era un banco de un pueblo pequeño que protegía los bienes de una pequeña población. Pero significaba que nadie buscaría aquí la caja de seguridad de Tina. Principalmente, porque Mel sospechaba que se trataba de un acuerdo temporal. El cristal de adivinación era el único objeto de Tina que se encontraría en este banco, probablemente en el estado. Pero Mel no necesitaba nada más de esa bruja, ya no. Una vez que tuviera el cristal, estaría en camino de enfrentarse a la única persona que ya no tenía un lugar en la vida.
Mel estaba interpretando el papel de Helen Undine, una abogada mediocre de Milwaukee que buscaba una vida sencilla. Su cabello lo llevaba recogido en un moño apretado que no permitía cabellos sueltos. Su traje era dos tonos más oscuros que el beige, y particularmente poco favorecedor, pero costoso. Llevaba un pequeño collar de perlas y un llamativo anillo de compromiso. Helen era una ... mujer complicada. Y exactamente era lo que Mel necesitaba en ese momento.
Llevaba zapatos planos, aunque Helen normalmente usaba tacones. Pero algunas cosas debían sacrificarse por conveniencia, y correr con un traje de falda sería lo suficientemente difícil y ella no tenía ningún deseo de tropezar debido a centímetros innecesarios.
El interior del banco no le daba la mejor impresión de seguridad. El escritorio de un ejecutivo estaba desocupado en el vestíbulo, y quienquiera que se sentara allí había dejado la computadora conectada a la red del banco. El guardia de seguridad, que sólo llevaba una pistola eléctrica y no un arma de fuego, la recibió con una sonrisa. Tres mujeres ocupaban los puestos de cajeras, aunque solo una estaba ocupaba con un cliente. Las otras dos charlaban, sin prestar atención a la entrada.
Sonrió cuando vio a Kathy Pierson cruzar por el lugar.
Antes del final de su turno, la mujer hizo una última revisión de las cajas, que era lo que había estado haciendo todos los días desde que Mel revisaba el banco. Rápidamente, Mel dio un paso adelante, agarró el maletín y se topó con la gerente del banco.
«¡Oh! Disculpe, lo siento mucho», dijo Kathy. Le dio a Mel un rápido vistazo, notando las joyas y el fino cuero de su maletín. «No la vi. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarla el día de hoy?».
Perfecto. Mel dedicó la suficiente frustración en su postura e inclinó la nariz antes de hablar. «Sí», frunció los labios y mantuvo sus palabras entrecortadas. «Necesito acceder a mi caja de seguridad. ¿Es usted quien puede ocuparse de eso?». La condescendencia goteaba en su tono.
El cuello de Kathy se tensó por la frustración. Mel sabía que, a esta hora del día, ella era la única persona autorizada para llevar a los clientes a la bóveda, y estaba a unos minutos de irse a casa. Pero ella sonrió y ni siquiera pareció molesta. «Por supuesto. ¿Tiene su llave? Y tendré que registrar su ingreso».
Tomó un portapapeles de uno de los cajeros y se lo entregó a Mel. Helen Undine tenía una firma hermosa y precisa que coincidía con su identificación.
Kathy la condujo a la parte trasera del edificio y atravesaron una puerta con barrotes. El guardia de seguridad entró en la bóveda con ellas. Mel había abierto la cuenta tres días antes y, a través de una rápida conversación, pudo conseguir la caja adyacente a la que necesitaba. El guardia y Mel pusieron sus llaves en la cerradura y las giraron simultáneamente. Él sacó la caja y se la entregó. Ella le dirigió una sonrisa tensa en agradecimiento.
La condujeron a una pequeña cámara dentro de la bóveda donde se le daría privacidad para revisar el contenido de la caja y hacer lo que fuera necesario. Tanto Kathy como el guardia esperaron detrás de una cortina roja mientras ella se ponía manos a la obra. Mel consultó su reloj. Llevaba menos de diez minutos en el banco y era casi la hora de ponerse a trabajar.
Un grito rasgó el aire. Justo a tiempo.
Mel se levantó de la silla y miró a Kathy y al guardia. «¿Todo está bien?», preguntó.
Kathy se enderezó, evaluando la situación. En ese momento, era la única gerente de turno. «Debería ir a comprobarlo. ¿Ustedes dos estarán bien mientras yo no esté?».
«Por supuesto», dijo Mel. «Obviamente, hay asuntos más importantes».
Kathy no supo cómo tomarse eso, pero se apresuró a salir, dejando a Mel y al guardia solos. Mel comenzó la cuenta regresiva desde 120, que era cuando la siguiente distracción se activaría. Con ligereza y ociosamente, ordenó el contenido de la caja. Había papeles y algunas joyas baratas, nada de verdadero valor. Pero daba la impresión de que había suficiente para que le tomara tiempo encontrar lo que necesitaba. Eso era lo importante.
Justo a tiempo una explosión sacudió el aire, seguida por el estallido hueco de petardos. Mel se sacudió, derribando algunos de sus papeles y jadeando por el efecto. Salió furiosa de detrás de la cortina, chocando con el guardia antes de que pudiera detenerse. «¿Qué fue eso?», exigió con una pizca de pánico arrastrándose en su voz.
La mano del guardia de seguridad voló hacia su pistola eléctrica y miró hacia el frente del banco. «Está bien, señora. Aquí estará a salvo». Y se dirigió hacia la conmoción, sin más indicaciones.
Perfecto.
Mel esperó unos segundos antes de abrir su maletín y sacar las ganzúas. El guardia había cerrado la puerta interior detrás de él, lo que le daba privacidad y la libertad de trabajar sin mirar por encima del hombro.
Se acercó a la caja 109 y colocó la llave del guardia en una de las ranuras. Se la había quitado cuando chocaron después de la explosión. Abrir la otra cerradura fue más fácil de lo que debería haber sido, y en menos de un minuto Mel conseguía la caja de seguridad que contenía su pago por el trabajo del robo de la Esmeralda Escarlata.
Abrió la caja y se quedó paralizada, sin entender muy bien lo que veía. Cerró la caja y la abrió una vez más, esperando que sus ojos la engañaran.
Su pago no estaba en la caja.
Sólo estaba una tarjeta de presentación.
En letras nítidas, la tarjeta de presentación decía "LUCIO TORRES", e incluía un número de teléfono y una dirección de correo electrónico. Sin nombre comercial, sin dirección física. Pero Mel sabía exactamente dónde vivía. Después de todo, a él le había robado la Esmeralda Escarlata.
Un mes antes, una bruja llamada Tina Anders se acercó a Mel para incitarla a conseguir la gema. Era un trabajo difícil, uno que solo tres personas, incluida Mel, eran capaces de realizar. Pero Tina y Mel tenían una larga historia, y Tina le ofreció a Mel un pago que no podía rechazar para realizar el trabajo en un período de tiempo casi imposible.
Lo había aceptado y también lo había hecho, excepto por un pequeño percance que durante unos días la convirtió en la visita ‘no invitada’ del hombre león alfa. Y eso debería haber sido todo. Le entregó a Tina su piedra y ella le entregó la llave de esta caja de seguridad y el negocio estaba concluido.
Excepto por los vampiros.
Cuando explicó el trabajo, Tina no mencionó nada sobre los vampiros. Y, si lo hubiera hecho, a Mel le gustaba pensar que habría rechazado el trabajo, sin importar el pago. Pero los vampiros aparecieron y la mierda se fue al infierno. Luke Torres la acusó de secuestrar a su hermana y Mel se teletransportó antes de que pudiera arrancarle la garganta.
Lo cual fue bueno, excepto por la parte en la que terminó desnuda a 1.500 kilómetros de distancia, sin la llave de la caja de seguridad, ni la dirección. Todo eso terminaba con Luke y en una pila de su ropa en el bosque de Colorado. Sólo después de volver a reunirse con Krista le recordó que una persona que usaba ese encantamiento necesitaba poseer las cosas con las que deseaba teletransportarse. Y la ropa de Mel se había adquirido por otros medios.
Y, si bien era dueña de la llave y la tarjeta con la dirección, no lo era de la ropa donde las había guardado. Krista y Bob se habían marchado después de recibir sus pagos por su participación en el trabajo, y ella se había quedado sin nada.
Y Luke lo tenía todo. Lo más importante es que tenía su piedra de adivinación.
Mel cerró la caja de golpe y la volvió a meter en la ranura correcta. Se mordió el labio para no seguir maldiciendo. Una piedra de adivinación le permitiría localizar el foco de la piedra con la ayuda de una bruja. Tendría un GPS mágico para encontrar su objetivo en cualquier momento. Y esta piedra de adivinación era más valiosa que cualquier otra cosa que tuviera.
Esta piedra de adivinación estaba relacionada con una bruja llamada Ava. Le permitiría rastrear a la mujer que había matado a sus padres.
Mel se enderezó y volvió a sentarse ante la mesa, esperando a que Kathy o el guardia regresaran. Ya estaba formulando un plan en su mente. Bastante simple. Iba a tener que robarle al alfa una vez más.
2
Capítulo Dos
A través del bosque, en las afueras de Eagle Creek, Colorado, el león rugió donde los leones de su manada merodeaban en busca de su hermana desaparecida. El sonido generó un escalofrío. El momento de Mel podría haber sido mejor, pero ella no sabía que la noche en que regresaba a la ciudad sería la misma en la que él había enviado a sus tropas a buscar al cachorro de león perdido.
Su corazón latía con fuerza y la euforia fluía a través de ella con cada chasquido de una ramita. Una vez más estaba a un paso de volver a ser apresada por el alfa. Y esta vez no tenía una bruja que la sacara del peligro.
No sabía si estaban todos buscando a Cassie, pero no podía imaginar ninguna otra razón para que estuvieran fuera. Los leones no realizaban su actividad de caza en busca de sangre; podía oír el murmullo de sus palabras, la seguridad de sus pasos. Metódicamente estaban destrozando el bosque, cubriendo cada centímetro en busca de la adolescente secuestrada. Pero aparte del viento y de los sonidos intermitentes de los hombres animales al acecho, Mel no escuchaba nada más.
Los animales nocturnos que solían poseer estos bosques se habían escondido. Incluso los insectos se mantenían en silencio.
Ella se quitó un mechón de cabello suelto y luego se lo colocó detrás de la oreja una vez más, cuando volvió a posarse frente a su ojo. La primera vez que había venido a Eagle Creek, era pelirroja, o al menos tenía ese aspecto. La peluca era parte de una de sus identidades y ofrecía una distracción a cualquiera que intentara recordar cómo se veía. Esta noche no había distracciones. Llevaba ropa ajustada y oscura que se movía con ella como una segunda piel, y tenía su cabello castaño recogido en una cola de caballo. En otros trabajos como este, podría haber usado una máscara, pero no necesitaba ocultar su identidad al alfa. Sabía que ella vendría. Demonios, la había invitado.
Después de terminar en Wisconsin, se dirigió directamente a Colorado. La única parada implicaba pasar la noche en St. Louis para recoger algunos suministros de una bruja con la que había trabajado antes. Por un segundo había considerado llamar a Krista, pero descartó el pensamiento casi tan rápido como llegó. Sus antiguos socios habían dejado muy claro que habían terminado con ella.
Y Mel se lo merecía, sólo deseaba que no fuera así. Pero joder, con los socios había consecuencias que no podía evitar; sólo tenía que vivir a través de ellas, y esperar que algún día Krista la perdonara. Esa bruja era lo más parecido a la familia que le quedaba a Mel.
Pero ella no podía quedar atrapada en eso. Un movimiento en falso y volvería al complejo del alfa. Y ese no era un juego en el que ella quisiera participar.
El sonido de una ramita rota fue su única advertencia; Mel reaccionó, se agachó detrás de un enorme árbol y permaneció totalmente quieta cuando dos leones entraron en el pequeño claro por el que ella se había estado moviendo. Escuchó a dos personas aproximarse y no podían ser otra cosa que cambiaformas. Mel respiró hondo y soltó el aire lo más lentamente posible, recurriendo a bocanadas de aire superficiales y casi silenciosas a medida que se acercaban.
Escuchó a un hombre decir, «Espera, hay algo diferente aquí», y sintió una gota de sudor en la parte posterior de su cuello. Mel no respiraba lo suficientemente profundo como para aspirar sus aromas, y no habían estado en el área el tiempo suficiente para que se impregnara su respiración. Pero había permanecido allí durante varios minutos y no se percataron de la respiración superficial.
«¿Qué es?», preguntó una mujer.
«Creo que capté el olor de Cassie». El hombre tenía en su voz un toque de Nueva Inglaterra y Mel casi podía imaginarse cómo sería. Alto, de cabello corto, tal vez rubio, y una mandíbula lo suficientemente fuerte como para levantar losas de concreto. O no, no se arriesgaría a rodear el árbol para estar segura.
La mujer era originaria pura del sur de Georgia, sus palabras eran una mezcla de melocotones y miel. «¿Estás seguro? Hay algo aquí, pero no puedo identificarlo».
«No es uno de nosotros», las palabras del hombre eran seguras. Lo escuchó aproximarse. Mel solo tuvo unos segundos antes de que él diera un paso alrededor y la descubriera. Se concentró, sintiendo que sus manos se convertían en patas de leopardo, extendiendo sus garras. Su única ventaja sería la sorpresa, y solo intentaría incapacitar, no matar. No tenía ningún motivo para hacer que el alfa se enojara más de lo que ya estaba.
«Espera», dijo la mujer. «Creo que tengo un rastro por aquí». Los pasos del hombre se detuvieron y luego se dirigieron en la dirección opuesta. Ambos leones se alejaron, siguiendo el rastro que ella había dejado al entrar en estos bosques. Tenía mucha suerte y no iba a correr el riesgo de que la atraparan así de nuevo. Tenía que salir de este bosque y regresar a su hotel. Entonces podría reconfigurar sus planes.
Mel se lanzó hacia los árboles para salir del lugar. Sus garras la ayudaron, permitiéndole clavarse en la corteza y levantarse sobre ramas robustas. Saltó de árbol en árbol, viajando lentamente, pero dejando un rastro de olor mucho más discreto. Se congeló cuando escuchó otro rugido, este era diferente al primero. El primer rugido de león había estado lleno de rabia y pesar, era la llamada de un animal decidido a vengarse. Este se escuchaba alegre.
Cassie había sido encontrada.
Viva.
Mel no dejó que eso la detuviera. Se alejó a kilómetros de distancia, hasta el pequeño estacionamiento en el parque nacional, cerca del límite del territorio de Luke. Se sentó en una rama grande y esperó unos momentos para convertir sus patas en manos humanas. No era una tarea difícil, pero tomaba tiempo. Y mientras se movía lentamente, cada articulación de sus dedos le dolía en protesta por la tarea a la que los había sometido, trepando a través de docenas de árboles de forma inadecuada para la tarea.
Estaba lista para saltar de su árbol cuando una joven salió del bosque por el sendero escénico del parque nacional. Parecía más joven que Mel, tal vez en sus veintes, con el cabello largo negro y la piel pálida. Llevaba jeans, una blusa de seda y botas de montaña. En su muñeca, Mel pudo ver un destello de plata, tal vez de un reloj o una pulsera.
Era extraño que una mujer estuviera sola en el bosque por la noche. Incluso Mel estaba allí solo para su propio propósito nefasto. Instantáneamente sospechó de la mujer. Más aún cuando sacó un teléfono celular y lo acercó a su oído. Mel tuvo que concentrarse para escuchar, pero podía distinguir las palabras con claridad.
«Hágale saber que fue un éxito. La niña se ha reunido». Mel se habría congelado en su lugar si no hubiera estado ya inmóvil. La mujer volvió a hablar. «Tendré que volver a pedir suministros a un aquelarre local. Vladimir subestimó mis necesidades ... lo entiendo. Estaré al acecho». Colgó sin despedirse.
Mel se quedó en su árbol hasta que la mujer se marchó en un sedán plateado. Por las placas, podía decir que era uno de alquiler.
Parecía que no habían encontrado a Cassie, sino que la habían devuelto. Pero, ¿qué objetivo tenían las brujas con un hombre león que ni siquiera podía cambiar? ¿Y por qué necesitaría suministros adicionales?
Mel trató de no dejar que eso la inquietara. Bajó del árbol y se subió a la vieja camioneta oxidada que había robado a medio camino entre Colorado y Wisconsin. Tachó este estacionamiento como un punto de entrada para su próximo atraco y planeó conseguir un auto nuevo en Denver, donde se hospedaba.
Era un viaje de dos horas de regreso a esa ciudad. Mel avanzó, sola en el camino con sus pensamientos. Después de media hora de lucha, encendió la radio y cantó una popular canción country que había escuchado casi cada hora mientras trataba de encontrar estaciones con sonido nítido.
La distracción no funcionó. Pero llegó hasta Denver sin decidir ir a averiguar qué querían las brujas.
Hacía una hora, Maya había recibido el dato sobre Cassie. Luke tardó veinte minutos en movilizar al grupo de búsqueda y otra docena de minutos para que su gente atravesara el bosque. Dejó escapar un rugido enfurecido, desesperado por encontrar a su hermana y traerla de regreso a casa. Ella ya se había ido por mucho tiempo, pero él no la perdería.
El sonido salió de su boca humana, golpeando contra sus cuerdas vocales y dejando dolor a su paso. No le importaba. No había ni dolor, ni ninguna tarea demasiado grande que le impidiera encontrar a Cassie.
Encontró su olor y se aferró a él, siguiéndolo a través de senderos que no existían, saltando por encima de las ramas caídas y estrellándose contra la maleza. Su búsqueda no fue silenciosa: había ahuyentado a los habitantes normales de este bosque al traer a todos sus propios depredadores para el viaje. Todos se habían separado, buscando en el bosque en grupos de dos y tres. Él solo viajaba con otros cuatro leones. No dejarían a su líder vulnerable en lo que bien podría ser una trampa.
Pero Maya confiaba en su fuente y Luke confiaba en Maya. Iban a encontrar a Cassie. Sana y salva.
El bosque terminaba abruptamente, abriéndose a un amplio claro. Luke detectó a Cassie, moviéndose en medio de un anillo de hongos a solo quince metros de distancia. Dejó escapar otro rugido, éste entrecortado y alegre y cruzó corriendo el claro, pisando los hongos y abrazando a su hermana.
Cassie le habría devuelto el abrazo, pero sus manos estaban unidas con esposas de plata y sus pies estaban atados con una cuerda. Hundió su cara en el hueco de su cuello y él pudo sentir sus lágrimas contra su piel. «Estaba muy asustada», dijo. «Gracias». Sollozó las palabras, casi sin aliento por la fuerza de su abrazo.
Luke le dio unas palmaditas en la cabeza. Era una masa de nudos rubios con bastantes hojas pegadas, casi como si hubiera estado en el bosque por más tiempo de las pocas horas que el informante de Maya había dicho que había sido. «Te tenemos». La besó en la frente y se apartó para intentar quitarle las ataduras.
Escuchó a dos leones más entrar al claro mientras trabajaba. Tuvo que retroceder rápidamente después de un toque de las esposas. El contenido de plata era tan alto que ya podía sentir que le picaban los dedos en reacción. Siempre había tenido una baja tolerancia a la plata, pero por lo general, una reacción alérgica tardaba al menos unos momentos en aparecer. «¡Necesito una llave para estas esposas!». Exigió y se movió para desatar las piernas de Cassie. Ella se mantuvo quieta, y como era una cuerda normal, aunque gruesa, pudo liberarla en poco tiempo.
«Esto no es lo mismo, te lo dije», comentó Javier, quien, con poca antelación, era uno de los leones que se había ofrecido como voluntario para buscarla. No era un rastreador y nunca antes había perseguido a una persona. Pero Luke necesitaba todas las manos con las que se pudiera contar.
Su compañera de la noche, Alisha, respondió. «Probablemente cubrimos el terreno de alguien más». Dejó a Javier y se acercó a Luke. Alisha solo se había mudado a su territorio tres meses antes, anteriormente trabajaba en el CDC en Atlanta hasta que recibió una oferta de trabajo demasiado buena para dejarla pasar en Denver. No vivía en el territorio de la manada, pero eso no le impidió convertirse rápidamente en un miembro importante.
Javier, por otro lado, había nacido y crecido en Eagle Creek y era dueño de una pequeña empresa de contabilidad que manejaba el dinero de varios negocios locales. Ellos habían sido los primeros en unirse a Luke y su séquito en este claro. El resto de la manada entró lentamente.
Mick, un chico que recientemente había tenido problemas por su actitud en general y por fallar en su deber de guardián, rápidamente abrió las ataduras de las correas de Cassie. Por el momento, Luke estaba feliz de que el chico tuviera esa habilidad, pero hizo una nota mental para averiguar por qué los chicos de su manada estaban aprendiendo a forzar las cosas.
Ya había habido suficientes robos para toda una vida.
Después de asegurarse de que Cassie no tenía trampas explosivas y de que no había otras sorpresas desagradables en el claro, Luke ayudó a Cassie a levantarse y llegaron a donde él había estacionado su auto para llevarla de regreso a casa.
Esperaba que Cassie durmiera después de tomar una ducha, pero su hermana menor lo llamó a su habitación para hablar mientras ella estaba ocupada secándose el cabello. Ahora que ya no estaba cubierta de manchas de tierra y hierba, podía ver moretones negros y marrones cubriendo su piel pálida. La violencia rugió dentro de él y quiso correr, perseguir a quienquiera que le hubiera hecho eso. Pero estaba agradecido de que sus únicas heridas parecieran ser superficiales. Sin huesos rotos, ni nada peor.
Al menos, ella no había dicho nada.
«¿Cómo estás?», preguntó. Se sentó en la silla de lectura y apoyó los pies en el borde de su cama. La habitación era grande, con dos sillas, un escritorio y un rincón de lectura junto a la ventana. Era la habitación de invitados que Luke usaba para su familia y estaba a sólo dos puertas de la suya.
Cassie se sentó en la cama, con la espalda apoyada en la cabecera. «Golpeada y magullada, pero estoy bien». Se pasó los dedos por el pelo suavemente mientras hablaba. «Lo siento mucho, metí la pata. No debería haberlo hecho, perdón», las lágrimas llenaron sus ojos. «Se que me equivoqué...».
Tasuta katkend on lõppenud.