El judaísmo y la literatura occidental

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Notas

1 Ernest Renan, Averroes y el averroísmo. Madrid 1992.

2 Ikram Antaki, El espíritu de Córdoba. Visión novelada de la cultura árabe-judía y su profunda concepción del hombre y del mundo. Ed. Planeta, México, 1996.

3 Ibid., p. 259 ss.

4 Ibid., p. 36.

5 Ibid., p. 72.

6 Ibid., p. 73.

7 Ibid., p. 168.

8 Ibid., p. 165.

9 Ibid., p. 176.

q Ibid., p. 186.

w Ibid., p. 195.

e Ibid., p. 196.

r Ibid., p. 197.

t Ibid., p. 230.

y Ibid., pp. 209 ss.

u Ibid., p. 231.

i Ibid., p. 172.

o Ibid., p. 282.

p Dante Alighieri, Divina Comedia. El Infierno. Canto iv. Grupo Editorial Tomo, México, 2002, pp. 37 ss.

a Moshe ben Maimon. Introducción al capítulo Jelek. Traducción del hebreo por Manes Kogan y Joshua Kullock. Inédito.

s Ibidem.

d Ibidem.

CAPÍTULO II
El pensamiento judío sale del gueto y se integra a la vida cultural

El racionalismo del pensamiento judío se manifestó de nuevo con fuerza en el siglo xvii con Baruch Spinoza, quien se integró a la modernidad a pesar y en contra de la resistencia de los rabinos. Los pensadores judíos participaron también en la Ilustración del siglo xviii. En el siglo xix, la cultura judía del norte de Europa salió de su aislamiento y empezó a formar parte de las culturas nacionales. Muchas obras de escritores judíos, principalmente literatos, se publicaron directamente en alemán y otras lenguas europeas, como hicieron los autores judíos de la época de Maimónides al escribir en árabe y no en hebreo.

En la época moderna, tanto el judaísmo como el cristianismo tuvieron serios problemas para adaptarse a los paradigmas de la ciencia moderna. En ambas religiones se propagó una visión arcaica del mundo, de inspiración divina, basada en las Sagradas Escrituras y no en el racionalismo humano de los científicos modernos. Para los teólogos cristianos y judíos, igual que para los de todas las religiones, la inspiración divina está por encima del razonamiento humano en el cual se basa la ciencia. René Descartes, en su famoso Discurso del Método escrito en 1637, prescinde de la ayuda divina y trata de explicar el mundo exclusivamente con la razón. De esta manera cuestiona el magisterio de la Iglesia católica que tenía el monopolio de la educación en la época. Para la Iglesia católica, la fuente principal del saber es la Biblia y no la ciencia que cuestiona su cosmovisión medieval. Santo Tomás de Aquino había creado un sistema filosófico que combinaba las revelaciones de la Biblia con la ciencia antigua de los griegos. En 1600, la Inquisición quemó en la hoguera a Giordano Bruno por propagar una visión filosófica moderna del mundo basándose en los descubrimientos científicos de Copérnico. Los inquisidores no quisieron aceptar que la tierra sólo es un planeta más en el sistema solar y no el centro del universo. Hoy día nadie duda de esta verdad científica, resultado de observaciones del espacio y reflexiones humanas y no de la revelación divina, porque vivimos en una sociedad secularizada en la cual la religión es una parte y no el centro de nuestra vida. La ciencia moderna se independiza de la teología.

La universidad escolástica de origen medieval se defendió con éxito contra la ciencia moderna hasta finales del siglo xviii, pero en el xix se llevó a cabo un proceso de secularización que generó notables progresos en las ciencias. El clero católico no quiso abandonar el monopolio que ejercía en la educación, pero finalmente aceptó los postulados de la ciencia moderna y les hizo compatibles con la doctrina. Costó mucho trabajo y llevó varios siglos romper con su resistencia.

En el judaísmo, los rabinos tuvieron el mismo monopolio de la educación que el clero en la Iglesia católica. Los rabinos no detentaron el poder que ejerció la Inquisición católica porque gobernaban a una minoría, pero sí pudieron excluir de su comunidad a los intelectuales que cuestionaron sus enseñanzas. El primer racionalista judío fue Baruch de Spinoza (1632-1677), quien nació en Ámsterdam como hijo de judíos tradicionalistas que habían huido de la Inquisición portuguesa. Como era costumbre en la época, Spinoza recibió una sólida formación en filosofía y literaturas latina y hebrea. Fue un alumno brillante y rebelde que no quiso someterse a la autoridad de los rabinos de Ámsterdam, quienes le exigían obediencia incondicional. Contra la voluntad de sus maestros, Spinoza estudió también ciencias y filosofía modernas, y como espíritu crítico y racional cuestionó en su obra algunas verdades de la fe aceptadas por todos los judíos. Los rabinos lo expulsaron de la comunidad por no reconocer su autoridad; se indignaron contra él porque exigía libertad completa de pensamiento y porque, utilizando argumentos racionales, puso en duda la idea aceptada en la tradición hebrea de la revelación directa de Dios a Moisés en el Monte Sinaí. Esta idea era fundamental para el pensamiento de la época, y cuestionarla era inconcebible.

A Spinoza, los cristianos lo marginaron como judío y los judíos como hereje. Aprendió un oficio y en su tiempo libre escribió sus libros, la mayoría de los cuales fueron prohibidos. Nunca fue un hombre profundamente entregado al judaísmo. Junto con Descartes es considerado uno de los primeros filósofos modernos y su nombre ocupa un lugar destacado en la historia de la filosofía occidental. Tal vez su pensamiento tenga más aceptación fuera que dentro del judaísmo. Se trata de un pensador polémico que no pasa inadvertido: algunos manuales de historia judía no lo mencionan y otros lo presentan como uno de los pensadores judíos más importantes. Hans Küng aprecia a Spinoza como precursor del método crítico que actualmente se aplica a las Sagradas Escrituras, porque para él “La Biblia es el documento (muchas veces contradictorio) de una fe auténticamente humana que puede y debe ser interpretada a la luz de la historia y de la ciencia.”1

El pensamiento moderno judío se desarrolló plenamente en el siglo xviii durante la Ilustración. La religión dejó de ser considerada como única fuente del saber humano y la ciencia empezó a limitar el poder de los rabinos. Un centro importante de la Haskala, la Ilustración judía, fue Prusia, y su representante más destacado, Moses Mendelssohn (1729-1786). Este filósofo de la escuela de Leibniz nunca dejó de ser un judío tradicionalista. Como filósofo alemán luchó durante toda su vida por la igualdad de los judíos y su plena integración en la vida cultural y en la sociedad alemana, pero sólo hasta el siglo xix, mucho tiempo después de su muerte, se realizó su sueño. Hasta entonces, y gracias a él, Berlín se convirtió en centro intelectual del judaísmo alemán y los judíos empezaron a salir de sus guetos medievales. A diferencia de otros filósofos de su época, Mendelssohn escribió en alemán y no en latín o hebreo, como una manera de manifestar su visión moderna del judaísmo. Uno de sus grandes méritos es la traducción comentada de la Torá al alemán, lo cual contribuyó a difundir el idioma entre el pueblo judío y con ello su integración a la sociedad alemana.

El proceso de secularización iniciado durante la Ilustración afectó tanto al cristianismo como al judaísmo, y permitió el acercamiento a los intelectuales modernos de las dos comunidades. Algunos pensadores se mostraron a favor de la igualdad de derechos para los judíos, como Montesquieu, quien en su obra clásica Del espíritu de las leyes (1748) ataca a la Inquisición española por perseguir a los judíos, lo cual le parece incompatible con el espíritu cristiano. También Voltaire, declarado enemigo de la Iglesia católica, contribuyó a la emancipación de los judíos; sin embargo, su crítica a las religiones provocó también un gran daño al judaísmo, ya que al atacar con ironía corrosiva a los judíos, fomentó el incipiente antisemitismo.

Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) fue amigo de Mendelssohn y la figura más destacada de la Ilustración alemana; dedicó una parte importante de sus escritos a combatir los prejuicios anti judíos. En su obra de teatro más famosa Nathan el Sabio (1779), cuya acción se desarrolla en Jerusalén en la época de las Cruzadas, encontramos una clara invitación a la tolerancia. El judío Nathan cuenta la fábula de los tres anillos que representan a las tres grandes religiones. Son anillos distintos e iguales a la vez, porque las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e Islam tienen la misma finalidad. Varios siglos después la Iglesia católica recogería esta idea en el Concilio Vaticano ii del siglo xx, al reconocer a las tres religiones como diferentes caminos que conducen al conocimiento de Dios. De esta manera, y aunque con muchos años de retraso, el Concilio católico asimiló las ideas de tolerancia de Lessing.

 

Desafortunadamente, los defensores de la intolerancia siempre han predominado. Lessing, a la edad de 20 años, estrenó en Leipzig su comedia en un acto Los judíos, promoviendo la tolerancia religiosa y étnica en favor de este pueblo, pero fue atacado por el teólogo protestante J. D. Michaelis, quien le reprochó idealizar falsamente al judaísmo. Lo mismo había sucedido a Mendelssohn, cuando este joven pastor protestante de Zúrich lo invitó públicamente a reconocer la superioridad del cristianismo sobre el judaísmo y hacerse bautizar. Moses Mendelssohn nunca renunció al judaísmo, religión de sus antepasados, aunque sí lo hizo posteriormente su nieto, el músico y compositor Félix Mendelssohn Bartholdy, quien recibió el bautismo católico.

Para muchos judíos, Estados Unidos, desde su fundación en la segunda mitad del siglo xviii, representó una alternativa de emigración por ser un nuevo país donde podían desarrollarse profesionalmente con la misma libertad que los demás habitantes; derecho que les garantizaba la Constitución de 1787. Paralelamente, en 1789, el diputado de la Asamblea Nacional de Francia, Clermont-Tonnerre, declaraba: “A los judíos como nación hay que negarles todo, a los judíos como individuos hay que concederles todo.”2 Cuando estalló la Revolución Francesa vivían en este país alrededor de 50 mil judíos, los cuales, debido a la nueva situación, poco a poco fueron participando de la libertad, igualdad y fraternidad propagadas por los ideales revolucionarios. No obstante, debido a un fuerte sentimiento antisemita, gran parte de la población francesa no estuvo dispuesta a aceptar los derechos de los hebreos. Napoleón trató de resolver este asunto de manera definitiva y los invitó a formar un consejo representativo para examinar la situación de los judíos franceses. Este consejo declaró que los judíos consideraban a Francia como su patria y no querían ser una nación autónoma; para ellos, su judaísmo se limitaba a la religión. En Austria, el emperador José ii, hijo de María Teresa, publicó entre 1781 y 1789 varios edictos de tolerancia con el fin de que se respetara su dignidad y fueran tratados en su condición de ciudadanos y no de judíos; gracias a ello, en 1812 se les concedieron a los judíos de Prusia todos los derechos civiles.

Con la Ilustración se modificaron también algunas costumbres religiosas. Por ejemplo, en 1818 un grupo de judíos reformados de Hamburgo fundó una sinagoga donde los cultos se realizaban en alemán y no en hebreo. Los judíos se integraban cada vez más a la vida de sus países de residencia adoptando la cultura como propia. Sin embargo, una pequeña parte de judíos, sobre todo en Polonia y Rusia donde el tradicionalismo era muy fuerte, se opuso a cualquier intento de asimilación.

Los judíos empezaron a salir de sus guetos y algunos miembros de la élite se integraron a la vida social de sus países. Anteriormente, los judíos ricos sólo podían dedicarse a la banca y al comercio, pero a partir del siglo xix se les fueron abriendo las puertas a algunas profesiones liberales como la medicina y las leyes; empezaron a participar también en la vida cultural de sus países, como hizo el poeta romántico Heinrich Heine, logrando que las distinciones visibles con los cristianos se fueran borrando poco a poco.

Más tarde, en el ambiente cultural del siglo xx, su presencia fue determinante: Sigmund Freud y Albert Einstein son figuras de primera importancia. La cultura alemana se hubiese empobrecido terriblemente si se hubiera privado de los elementos judíos que destacaron en la filosofía, las letras, la música o la física.

Sin embargo, a pesar de su integración en las naciones modernas, la mayoría de los judíos continuó sufriendo persecuciones. Primero se argumentaban razones religiosas, pero como en el siglo xix la religión ya no tiene la misma fuerza que en la Edad Media, se buscaron nuevos argumentos de discriminación apoyándose en supuestas diferencias biológicas y de raza. Surgió desde entonces, y se aceptó, el término “antisemitismo”, que es un absurdo, porque descendientes de Sem son también los árabes, cuya lengua, igual que el hebreo, forma parte del grupo lingüístico de los semitas. Así, según Hans Küng: “se dio algo que nadie habría considerado posible en la Europa civilizada, ilustrada, después de los pogromos medievales: una nueva radicalización del antisemitismo que adopta la forma de un antisemitismo basado en la biografía y la raza.”3 La culminación de este proceso terminó en el siglo xx con la matanza de seis millones de judíos por parte de los nacionalsocialistas liderados por Hitler.

El antisemitismo tuvo mucha fuerza en Europa oriental y sobre todo en Polonia. Gran parte de la población judía de Varsovia y otras grandes ciudades vivía en barrios propios y se negó a integrarse a la vida nacional. La mayoría de ellos no hablaba de manera eficiente el polaco, lo cual no les resultaba indispensable porque tenían sus propios periódicos, libros y teatros en lengua yiddish. Este aislamiento propició que el judaísmo tradicionalista se lograra conservar en Polonia y Rusia mucho mejor que en Alemania o Francia, donde los judíos no hablaban una lengua que los diferenciaba del resto de la población. La literatura yiddish sólo se dio en Europa oriental y luego pasó a Estados Unidos, a donde emigraron muchos judíos polacos durante la época nacionalsocialista.

Los judíos de Europa oriental que llegaron a Alemania durante el siglo xix y principios del xx, lograron adaptarse más fácilmente a la cultura, gracias a la similitud del yiddish con el alemán. Los grandes autores judíos de Alemania escribían en alemán, y los de Polonia en yiddish. En Alemania los judíos asimilados fueron activos también como ciudadanos; se incorporaron al ejército en la Primera Guerra Mundial como “ciudadanos alemanes de la fe judía”, al igual que hicieron en otros países como Francia, donde los nacionalistas acusaron falsamente de ser espía, en 1894, al capitán judío Dreyfuss.

En el siglo xix se agudizó la disyuntiva entre la conservación de la identidad judía o la asimilación a la cultura del entorno. Para muchos judíos, el bautismo se convirtió, según Heinrich Heine, el converso judío-alemán, en “el billete de entrada a la cultura europea”;4 aunque la mayoría de los intelectuales judíos no se bautizaron como cristianos, porque a quienes lo hacían se les consideraba oportunistas y no obtenían las mismas posibilidades de desarrollo profesional que el resto de la población. Para los médicos, abogados y escritores que realizaban un trabajo independiente, el cambio de religión no ofreció ninguna ventaja. Por eso muchos judíos asimilados de Alemania veían su futuro en una sociedad donde cristianos y judíos convivieran pacíficamente. En cambio, los judíos tradicionalistas de Europa oriental rechazaron la asimilación y no se integraron a la sociedad moderna; en su caso, la diferencia con los cristianos resultaba evidente, pero en una sociedad donde la secularización es cada vez más fuerte, sobre todo entre las clases media y alta, es muy difícil observar diferencias entre un médico o un literato judío con uno cristiano.

Encontramos casos de judíos bautizados que se distanciaron completamente de su comunidad y otros que incluso cuestionaron abiertamente al judaísmo, como hiciera Carlos Marx. Muchos judíos bautizados siguieron siendo solidarios con sus antiguos correligionarios, como Heinrich Heine, considerado uno de los poetas mayores de la literatura alemana, y Ludwig Börne, quien ocupa un lugar modesto, aunque su obra todavía se difunde. Rodolfo Modern en su Historia de la literatura alemana le hace justicia a Börne cuando escribe: “En Pariser Briefe (1833) (Cartas parisienes) y Aforismos derrocha un talento y un ingenio que justifican la animadversión que Heine le guardaba. Es peculiar de esta literatura de emigrados el que se convirtiera en un momento particularmente afortunado para la polémica.”5

Por razones políticas, Heine y Börne pasaron largas temporadas de su vida en París. No estaban de acuerdo con el despotismo de los señores territoriales de Alemania y comparaban la opresión en su país de origen con la libertad que gozaban en Francia. París era además, en esa época, la capital cultural de Europa. Al principio ambos eran amigos, pero al final sus discrepancias políticas los distanciaron. Heine, amigo de Marx y partidario del socialismo científico, no entendía que Börne se limitara a luchar contra el despotismo de los príncipes alemanes a favor de la democracia. Para los marxistas, la posición de Heine era mucho más avanzada y acertada que la de Börne, pero a partir del derrumbe del comunismo en Europa oriental, la lucha de Börne a favor de la libertad y la democracia, sin tomar en cuenta la lucha de clases, tiene de nuevo sentido para nosotros en muchos aspectos de la vida actual.

Pero en la medida en que pierde importancia la religión va surgiendo el antisemitismo moderno: ya no se odia a los judíos por su religión o por formar parte de una comunidad diferente, sino por razones “raciales” difíciles de entender. Se acusa a los judíos completamente integrados a la sociedad alemana de ser diferentes a los “verdaderos” alemanes en el fondo de su naturaleza. Se inventa que la sangre judía es supuestamente diferente a la alemana, lo cual es absurdo en un pueblo que se ha mezclado tanto con otros a lo largo de su historia. En Europa no existen las razas puras. El mito racial ocupó el lugar del odio religioso. Al principio se pensaba que Francia era una excepción, pero el famoso escándalo Dreyfuss de 1894, cuando con acusaciones falsas de espionaje se expulsó a un capitán judío del ejército, mostró que también en Francia el antisemitismo era muy fuerte. De todas maneras, los judíos asimilados de Europa occidental se sentían integrados a sus sociedades nacionales, pero el nacionalsocialismo acabó con su ilusión.

Ludwig Börne (1786-1837) nació justo el año en que murió Moses Mendelssohn, en el Callejón de los Judíos del gueto de Fráncfort. Su nombre original fue Juda Löb Baruch, y fue hijo del banquero Jacob Baruch, un hombre rico e influyente. En la casa de Jacob se respetaban al pie de la letra las reglas religiosas, pero Löb se aleja con el tiempo del tradicionalismo judío, y en 1818, a la edad de 32 años, se hace bautizar en la Iglesia Luterana adoptando el nombre de Ludwig Börne. Bajo este nombre se convirtió en un hombre más famoso que su padre, pero mucho menos rico. Sus biógrafos Inge y Peter Rippmann afirman que sintió cierta inclinación hacia el cristianismo, lo cual no le impidió apoyar toda su vida la emancipación de los judíos.6

En su época, Börne fue apreciado por destacados intelectuales como el joven Friedrich Engels, Jakob Burkhard y el narrador realista Gottfried Keller. Su gran admirador en el siglo xx fue el crítico literario Ludwig Marcuse, quien en 1929 publicó el libro Revolucionario y patriota. La vida de Ludwig Börne.7 Marcuse presenta a Börne con gran estima, como el pequeño clásico de los alemanes, en tanto que otro importante crítico liberal se extraña que Marcuse “haya erigido un altar tan enorme a un dios tan pequeño”.8 No obstante, el interés por el pequeño clásico empezó a crecer, y en 1964 se editaron sus obras completas.

Löb Baruch estudió medicina, una de las pocas carreras en las que se admitía a judíos. Como no le interesaba mucho esta profesión, en lugar de trabajar como médico ingresó a la administración pública del municipio de Fráncfort, donde desempeñó un puesto importante. Esto fue posible gracias a que Napoleón había conquistado Alemania e impuesto nuevas leyes que concedían más derechos a los judíos; pero cuando los franceses se retiraron, la nueva administración municipal destituyó a Löb de su puesto por ser judío. La profesión definitiva que escogió fue la de escritor. Escribió en periódicos y fundó varias revistas. Como tuvo continuamente problemas con la censura, se convirtió en un fuerte crítico a la falta de libertad de expresión en Alemania. Su obra más famosa es Cartas parisienses,9 que comprenden 960 páginas. En ellas, al igual que en otras partes de su creación, hace referencia a la situación de los judíos con un estilo irónico y mordaz. Börne fue un autor muy leído en su tiempo; se cuenta que a su entierro en 1837 en el panteón Pére Lachaise de París, asistieron tres mil personas no obstante el mal tiempo.q

 

En la crónica Los judíos en Fráncfort/Meno, Börne describe el ambiente lúgubre y estrecho del gueto en el cual pasó su infancia. Critica a un joven lector por ignorar el drama Nathan el Sabio, de Lessing: “Cada judío, con la pretensión de ser culto, lee este libro muchas veces y lo levanta al cielo como la obra de arte más bonita, a pesar de no entender nada y de aburrirse terriblemente con su lectura.”w Esto escribe Börne a la edad de 21 años, siendo todavía judío.

En dos de sus Cartas parisienses, el judío bautizado elogia la actitud comprensiva del gobierno francés con respecto a los judíos. El 17 de noviembre de 1830 escribe:

Usted habrá leído que el gobierno francés quiere tratar a los judíos de la misma manera que a los ciudadanos cristianos y encargarse de los gastos de su culto. Es otro paso hacia delante. Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que en Alemania se piense en algo parecido —ni siquiera queremos pensar en la ejecución de estas ideas. Los teólogos burlados de asociación noble de las virtudes, en su sabiduría y filantropía, trataron de difundir la siguiente doctrina: la sociedad burguesa es un instituto de bautismos y por esta razón un judío no puede ser un ciudadano. Estos señores piadosos tienen cabezas pesadas y pies aún más pesados. Primero tardaron siglos para querer avanzar y luego otros siglos para poder avanzar. ¡Es lamentable!e

Estos problemas se solucionaron hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo son comunidades religiosas oficialmente reconocidas por el gobierno alemán. Pero para Börne no existían diferencias fundamentales entre judíos y alemanes; en su carta del 1 de febrero de 1831 explica que la nobleza judía tiene el mismo desprecio por el pueblo común que la nobleza cristiana. Con respecto a la solución de problemas sociales opina: “No espero nada de un comité judío y de sus trámites. Al fin y al cabo son alemanes como todos los demás.”r

En el campo político, Börne lucha contra la tiranía y por la democracia, y en el campo religioso defiende la tolerancia: “Nunca he podido entender cómo hombres creyentes pueden ser tan intolerantes contra los que no creen… Para los beatos el cielo es una corte y miran con desprecio a todos los que no son dignos de entrar en ella.”t

Börne es un precursor del pensamiento democrático del siglo xx, el cual tiene la misma validez para cristianos y judíos modernos. Y es precisamente porque la estrechez de criterios y el fanatismo no han desaparecido, que sus obras no han perdido actualidad. Para Ludwig Marcuse las Cartas parisienses no son tratados eruditos, sino “boletines meteorológicos” de un autor que soñaba con “el cielo de la libertad”y; un autor que vio con mucho dolor cómo las fuerzas reaccionarias se impusieron en toda Europa central, e incluso a veces en Francia, el país más progresista de Europa que tanto amaba.

Heinrich Heine (1797-1856) fue hijo de un comerciante judío de ideas liberales con respecto a la religión; un hombre pragmático que toleraba burlas irreverentes sobre la religión, pero no permitía que sus clientes se enteraran de su ateísmo.u Heinrich de niño tuvo mucho contacto con el catolicismo: los sacerdotes, entre sus maestros, fueron muy amables con él. Samson Heine, su padre, levantaba orgulloso un precioso altar frente a su casa cuando pasaban procesiones, y su hijo le ayudaba con mucho entusiasmo. A pesar de estos gratos recuerdos de su infancia, Heinrich se hizo bautizar como protestante el mismo día en que se graduó de abogado. El bautismo no le interesó por motivos religiosos, sino porque como cristiano tendría los mismos derechos que los demás ciudadanos. Su relación con el judaísmo fue ambigua y no cambió nunca: por un lado, amaba al pueblo judío por sus ideas de justicia, libertad e igualdad, y por el otro, rechazaba su culto religioso y los dogmas del Talmud.i No obstante su conversión al cristianismo, Heine siguió manteniendo contacto con otros judíos; fue muy amigo de Rahel Varnhagen, cuyo famoso salón literario frecuentaba. Para él, ella era “la mujer más ingeniosa del universo”.o Rahel, al igual que otras judías importantes del Berlín intelectual, ya no tenía ninguna relación con el judaísmo, pero en su lecho de muerte se acordaba de su religión.

Los judíos integrados a la cultura alemana moderna no se olvidaron por completo de sus raíces, aunque mostraron poco interés por la cultura específicamente judía. En la obra de los escritores bautizados como Heine o Börne, los asuntos judíos tienen poca presencia. Heine sólo se ocupa de la cultura judía en el fragmento del cuento El rabino de Bacharach, en el cual “describe con vivacidad y fuerza un episodio medieval de persecución contra los judíos.”p Esta pequeña obra forma parte de la narrativa histórica alemana de la época que se dirige a un público general y no sólo al judío. Este cuento de Heine señala el quehacer cultural judío dentro de la historia alemana. A Heine, un hombre alejado de la religión que se hizo bautizar únicamente por razones prácticas, le costó mucho trabajo escribir esta obra que no terminó.

Heinrich Heine fue once años menor que Börne, y aunque Börne lo admiró mucho, tuvieron serias diferencias por razones personales e ideológicas. Ambos fueron intelectuales progresistas con diferentes ideas políticas. Ambos lucharon contra el despotismo y a favor de la tolerancia religiosa.

Berthold Auerbach (1812-1882) fue uno de los primeros escritores judíos que tuvo notable éxito en la vida literaria alemana y uno de los narradores más leídos en su tiempo, aunque hoy sólo los especialistas hacen referencia a su obra. Sus Cuentos aldeanos de la Selva Negra (1843)a ocupan un lugar modesto en la historia de la literatura, pero a Auerbach le queda el mérito de ser el fundador de la literatura rural que encontró varios imitadores. Los protagonistas de sus cuentos son sobre todo campesinos del suroeste de Alemania que tienen muy poco contacto con los judíos.

Resulta curioso que precisamente un judío, quienes por lo general se encuentran al margen del mundo campesino, haya fundado el cuento aldeano en Alemania; uno, además, para el que sus padres habían escogido la carrera eclesiástica. Después de terminar la escuela de Talmud, Auerbach se inscribió en la universidad de Tubinga como estudiante de teología, de donde fue expulsado por sus actividades políticas. Trabajó como periodista, y de repente, con su primer libro, se convirtió en uno de los narradores más exitosos a nivel nacional e internacional. Sin embargo, desde la perspectiva actual sus cuentos tienen más cualidades comerciales que estéticas. Un aspecto débil de su narrativa aldeana es la idealización sentimental de la vida rural, aunque hay algunos cuentos que son algo más que mera literatura edificante, porque no sólo complacen al lector con descripciones de la vida feliz del campo, sino que analizan conflictos humanos. Uno de los problemas más graves que sufrieron los campesinos alemanes durante la primera mitad del siglo xix fue la arbitrariedad y despotismo de muchos funcionarios de gobierno que con frecuencia se negaban a respetar los derechos y la dignidad de los campesinos libres. A ello se sumaban los pleitos por propiedades de tierras que generaron un clima difícil en los pueblos.

Auerbach describe el destino de una joven hostigada por las familias de su pueblo por un proceso legal que seguía su padre en contra del presidente municipal. Al morir el padre, la hija se suicida ahogándose en un río. Antes de lanzarse al agua, un judío pobre de su pueblo trata de consolarla, pero todos sus esfuerzos por sacar a la joven de la desesperación son en vano. El autor compara a los judíos del campo con los demás campesinos con las siguientes palabras:

Tomen a un judío de pueblo y a un campesino del mismo nivel educativo, el primero les parecerá más astuto, pensando siempre en su ventaja y aparentemente más frío; pero en cada caso de miseria humana descubrirán en él una compasión calurosa y tierna que lo levanta muy por encima del resto de su personalidad. Su destino lo hizo indiferente con respecto a muchas de sus relaciones con el mundo, pero lo convirtió también en un hermano que comparte el dolor humano.s

Auerbach trata de convencer a sus lectores de la nobleza moral de los judíos y disipar los prejuicios antisemitas tan fuertes que se vivían durante los últimos años de su vida. Curiosamente muchos alemanes, a pesar de la difusión de la obra de este autor judío, se dejaron llevar por sentimientos antisemitas. El sueño de Auerbach de una plena integración de los judíos en el pueblo alemán recibió un fuerte golpe con el holocausto nazi, cincuenta años después de su muerte.