El judaísmo y la literatura occidental

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Cuando Bertold Auerbach muere en 1882, el joven escritor judío vienés Arthur Schnitzler (1862-1931) tiene apenas veinte años. Su autobiografía Juventud en Viena d abarca los primeros 27 años de su vida y se compone de pasajes donde aparecen los judíos y sus problemas en la sociedad austriaca de la época. Schnitzler, a diferencia de Auerbach, no fue un escritor de moda, sino un autor que hasta la fecha ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura alemana. Auerbach sufrió el antisemitismo al final de su vida; Schnitzler desde su juventud hasta su muerte. Algunas de sus obras polémicas, como la comedia Amorío (1894), causaron gran escándalo por su contenido erótico. Schnitzler rompió con muchos tabúes sociales y provocó la protesta de la sociedad conservadora. En su drama Professor Bernhardi (1912),f fustiga las arbitrariedades que las autoridades cometen contra un médico judío.

Arthur Schnitzler fue hijo de un famoso médico de Viena cuya familia formaba parte de la alta burguesía. No conoció preocupaciones materiales y aceptó que su padre lo destinara a la carrera médica, por la cual no sentía una vocación especial, ya que lo que verdaderamente le interesaba era la creación literaria. La familia Schnitzler no era religiosa, y el joven Arthur, influenciado por el espíritu de la ciencia moderna de su padre, manifestaba ideas racionalistas y ateas. No obstante, siempre se sintió parte de la comunidad judía, así como un austriaco católico de ideas científicas modernas tampoco se hubiera apartado públicamente de su iglesia.

La única persona realmente piadosa en la familia Schnitzler era la abuela, quien pasaba gran parte del día orando en la sinagoga. Las pocas ceremonias religiosas organizadas en la familia se realizaban por respeto a ella. Después de su muerte siguieron celebrando los ritos por costumbre, pero las nuevas generaciones, a pesar de “subrayar de manera terca que formaban parte de la tribu, manifestaban indiferencia frente al espíritu de la religión judía y resistencia con respecto a sus formas exteriores y a veces incluso burla”.g

El joven Arthur fue alumno de colegios reconocidos, donde estudiaban en su mayoría católicos. Allí, durante sus primeros años, no había profesor de religión judía, y los alumnos judíos no tenían nada que hacer durante esas horas de clase. Mientras sus compañeros asistían a la lección de religión católica, Arthur aprovechaba para leer sus poemas a sus compañeros israelitas. Por lo general no trataba temas específicamente judíos, pero entre sus escritos juveniles encontramos fragmentos de un drama con el tema del judío errante, tratado a través de los tiempos por muchos escritores de diferentes religiones.

Más tarde se iniciaron las clases de religión para judíos, pero el rabino veía con antipatía a su alumno Schnitzler por opinar sobre textos del Antiguo Testamento como racionalista y ateo. Se quejó con el director de la escuela, un cristiano, quien expulsó al alumno judío Schnitzler.

El creciente antisemitismo obligó a Schnitzler a identificarse con la comunidad judía sin que le causara mayores problemas. Se movía de manera natural en un círculo social conformado en su mayoría por judíos, pero sin aceptar el sionismo que se puso de moda a finales del siglo xix. En su novela El camino hacia la libertad (1908)h critica a los judíos que sueñan con la emigración a Palestina. En su autobiografía menciona a personas que le sirvieron como modelo para crear los personajes de su novela. Schnitzler pensaba que los judíos ya habían perdido todo contacto y lazo sentimental con la tierra donde sus antepasados vivieron dos mil años antes, y argumenta que él jamás se hubiera sentido a gusto en la ciudad natal de su padre, en Hungría, la cual visitó una vez durante su infancia. Le parece absurdo que

alguien nacido en determinado país, donde creció y tiene sus actividades, debe considerar otro país como suyo; ni siquiera uno donde habían vivido décadas antes sus padres y abuelos, sino donde habían estado miles de años antes sus antepasados. Y eso no por razones políticas, sociales, económicas (lo cual podría ser tema de discusión), sino desde un punto de vista sentimental…j

Sobre los orígenes del antisemitismo que surgió a mediados del siglo xix, Schnitzler comenta irónico: “El antisemitismo empezó a tener prestigio y éxito en el momento en que los judíos lo adoptaron.”k En realidad, el autor compartía algunos prejuicios antisemitas y lo expresó. Así explica, por ejemplo, que los problemas matrimoniales de una tía casada con un católico se debían a la “antipatía racial”l del esposo, y que se casó con ella porque su aspecto y su forma de ser no tenían nada de judío, ya que se parecía a las típicas muchachas bonitas de los suburbios de Viena; pero no explica en qué consisten los rasgos físicos de los judíos de la alta burguesía de Austria. Schnitzler, igual que muchos otros intelectuales judíos, pensaba que la gente de su “raza” o de su “tribu” eran más agudos e inteligentes que el resto de la población y tenían un gran talento para la ironía. En Viena, al igual que el Berlín de la época, se creía que los mejores médicos eran judíos; la gente les tenía mucha confianza, pero no simpatizaba con abogados, banqueros y comerciantes judíos. Se trataba de intuiciones y prejuicios que no se pueden comprobar de manera racional: “Es una tendencia típica de la época atribuir propiedades del alma a causas raciales”.;

Cristianos y judíos creían tener diferentes mentalidades, pero la realidad demostró que en el fondo comparten las mismas ideas. Una de las mayores preocupaciones de las familias de bajos ingresos del siglo xix, independientemente de la religión que profesaran, era casar a sus hijas a temprana edad. Schnitzler escribe: “Se sabe que los padres judíos no tienen otro deseo más grande que casar cuanto antes a su hija”.z También en el aspecto físico es difícil determinar si existen rasgos típicamente judíos; esto se nota en la descripción que hace el autor de un conocido: “con su pelo tupido y oscuro, el bigote espeso, los ojos negros, no se parecía tanto al judío alemán que era, sino más bien a un español”.x

Las ideas sobre la diferente formar de ser de los judíos conducen a situaciones absurdas. Schnitzler nos describe a un dermatólogo judío quien “más que a un erudito se parecía a un agente de bolsa, tal como les gusta presentarlo a los periódicos humorísticos de tendencia antisemita…”c Era de ese tipo de judíos que hacían comprensible el antisemitismo. Sin embargo, este médico afirmaba que a él, en lo personal, el antisemitismo nunca lo había perjudicado, que no tenía nada que ver con su vida. Decía que se sentía apreciado en círculos sociales católicos y que con frecuencia la aristocracia lo invitaba de cacería.

Ya desde entonces la mayoría de los judíos sufría el antisemitismo. En las asociaciones estudiantiles esta actitud se agudizaba cada vez más, al grado que se propagó también entre los descendientes de los propios judíos. Para algunos estudiantes, sus compañeros de sangre judía eran personas sin honor que no merecían participar en duelos. Un amigo de Schnitzler, hijo de padre judío, era un antisemita convencido, y decidió no casarse para no transmitir a sus hijos “la odiada sangre judía”.v

Schnitzler adopta muchos clichés sobre los judíos. Entre sus personajes describe a un “muchacho judío pobre, feo y bajito”b quien le dio clases particulares en su casa. Menciona a “un sastre judío pobre”, y a un muchacho “visiblemente influido de un lúgubre ambiente de gueto.” n Podríamos agregar varios ejemplos más, donde ser judío significa ser insignificante y marginado. Se trata, en todos estos casos, de percepciones subjetivas.

Si esto era así en el ámbito de la vida privada, en el campo profesional se presentaban verdaderas competencias entre judíos y no judíos. El padre de Arthur Schnitzler había fundado una policlínica que representó una dura competencia para médicos con consultorios particulares. La mayoría de profesionales adscritos a esta clínica eran médicos judíos. Señala acerca del ambiente: “Contra los ataques de fuera, judíos y cristianos… por lo pronto se unieron fraternalmente… contra sus adversarios”m. En este caso, el conflicto no era religioso o “racial”, sino una lucha de médicos gentiles que acusaban a los judíos de acaparar la mejor parte del mercado. Los judíos de la alta burguesía vienesa formaron un grupo social que competía con otros sectores. A veces se desdibujaban las fronteras entre judíos y gentiles debido a los matrimonios mixtos que se realizaban ocasionalmente. A Schnitzler, como racionalista o ateo, le importa poco el judaísmo como religión y cultura, pero tampoco quiso o pudo escaparse de su grupo social. El único camino que le quedaba era convertirse al cristianismo y aceptar el bautismo, un paso absurdo para alguien que no era creyente.

Paradójicamente, el país que ha recibido mayor influencia cultural de los intelectuales judíos es, sin lugar a dudas, Alemania. En los territorios eslavos del imperio austro-húngaro los judíos también se sintieron atraídos por la cultura de lengua alemana. El escritor praguense Max Brod escribe en sus memorias que después de los edictos de tolerancia de José ii, los judíos de Praga se consideraban parte del pueblo alemán y hablaban casi exclusivamente alemán., Brod, quien fue albacea del escritor más famoso de Praga, Franz Kafka, escribía en alemán y no en checo, igual que los demás judíos praguenses. Reconoció que formaba parte de la cultura alemana pero no se identificaba con el pueblo alemán. Brod escribió su autobiografía después de emigrar a Israel, como ciudadano del nuevo Estado, y continuó escribiendo en alemán para un público alemán.

 

Joseph Roth (1894-1939) nació en la Ucrania austriaca, se educó en colegios alemanes y nunca se familiarizó con las lenguas de su región, el polaco y ucraniano, ni con el yiddish de los judíos. Su amigo Soma Morgenstern, originario de la misma región, comenta al respecto en su libro Huida y fin de Joseph Roth:

Si hubiera conservado a su padre, seguramente hubiera crecido orgánicamente en la literatura en yiddish, que era su lengua familiar. Porque el alemán sólo podía hablarlo con sus compañeros de colegio. Como no conocía la lengua del país, él mismo se encerró en un gueto lingüístico y así se hizo extraño a su patria, como uno de esos piadosos doctos ortodoxos que han conseguido llegar a no aprender jamás la lengua de su país..

Roth es una de las figuras más polémicas de la literatura en lengua alemana. Uno de sus libros lleva por título Judios errantes, y de cierta manera se relaciona con la vida personal del autor, quien trata de ocultar que nació en la provincia polaca de Galitzia, la cual formaba parte del imperio austro-húngaro antes de la Primera Guerra Mundial. La región de Galitzia tenía una minoría judía, pero Roth no quería ser judío, ni galitziano o polaco.

Los judíos de Galitzia se habían integrado perfectamente en el imperio austro-húngaro: “durante cuarenta años, los judíos galitzianos vieron en Francisco José a un benefactor extraordinario, cuya venerada imagen presidió sus escuelas y centros de reunión. La orgullosa y arraigada idea del imperio operaba sobre los judíos igual que operó sobre el temperamento despótico de los nobles austriacos”/. Roth se sintió muy cercano a esta nobleza católica, a la cual describe con admiración y cariño en su novela más importante, La marcha de Radetzky,Q en el contexto de la decadencia de Austria. Presenta una escena en que los judíos ofrecen sus respetos al emperador cuando visita su ciudad. La gran tragedia de Roth consistió en que los verdaderos partidarios de la monarquía de Viena se identificaban con el catolicismo, pero él quería tanto al emperador católico Francisco José, como a sus familiares y amigos judíos de Galitzia. Este conflicto entre judaísmo y catolicismo fue un problema constante en la vida de Roth. Morgenstern, quien le acompañó durante los últimos años de su vida en el exilio de París, opina que Roth “se hizo el católico, la mayor parte de las veces fue más por motivos alcohólicos que católicos”.W Morgenstern, un judío creyente fervoroso, fue enemigo acérrimo de los católicos de origen judío que le dieron sepultura cristiana a su amigo. Odiaba a todos los judíos conversos, con excepción de Roth, porque pensó que éste nunca había sido bautizado. Si no fuera por su amistad con el gran narrador austriaco, ya no recordaríamos a Soma Morgenstern, cuya obra apenas se está rescatando del olvido.

Además de La marcha de Radetzky, novela en la cual se cuenta la vida de una familia de la nobleza católica austriaca durante tres generaciones, Roth escribió otra obra maestra de gran difusión donde habla de la vida de los judíos pobres de Galitzia titulada Job. La novela de un hombre sencillo (1930).E En el prólogo a la edición mexicana de este libro, José María Pérez Gay señala: “Job es una novela que debió escribirse en yiddish. La claridad de su prosa y la sencillez de su historia, el tono y las escenas, recuerdan las antiguas narraciones judeo-orientales. En las páginas de Job el alemán y el yiddish se reconcilian y se enriquecen mutuamente”.R

El protagonista de Job es Mendel Singer, un judío piadoso común y corriente que vive en un shtetl de Rusia. Se gana la vida enseñando la Biblia a los jóvenes, pero igual que a Job, Dios lo castiga con una serie de desgracias que le hacen renegar de Él al final de su vida. Acepta los infortunios como pruebas del cielo: primero le nace un hijo epiléptico y tarado, luego los demás hijos le causan serios problemas. Finalmente, emigra con su familia a América donde espera encontrar una vida mejor, pero se le obliga a abandonar a su hijo epiléptico. Las desgracias se suceden, pero justo en el momento en que reniega de Dios, éste se apiada de él. Se terminan las tribulaciones y de repente su hijo retrasado mental se cura, se convierte en un gran músico y lo visita en América para cuidarlo. Ahora Mendel puede morirse en paz, reconciliado con Dios. La novela termina con las siguientes palabras: “Mendel se durmió. Y descansó del peso de la dicha y de la grandeza de los milagros.”

El tema central de la novela es un milagro. Roth cuenta este pasaje del Antiguo Testamento adaptándolo a la realidad del siglo xx con un lenguaje bíblico, ofreciéndonos un testimonio de la profunda necesidad de fe en Dios que tiene el hombre moderno. En el fondo no tiene importancia si se trata del Dios judío o cristiano. Roth, quien antes de 1930 escribía novelas de protesta social en un estilo expresionista, se transformó con Job en un novelista de largo aliento que dejó a un lado los acontecimientos políticos del momento. Roth empezó su carrera de escritor como izquierdista y la terminó como un conservador y admirador del imperio austro-húngaro y sus valores tradicionales. Su obra oscila entre el catolicismo, en La marcha de Radetzky, y el judaísmo, en Job. Ha tenido gran difusión porque se dirige a un público amplio y no a una élite intelectual. En su exilio en París le dijo una vez a Soma Morgenstern: “Estás por Kafka, ya lo sé. Yo no soy un escritor para escritores”.T

Como judío errante, Roth fue un hombre sin patria a quien tampoco gustaba el concepto de patriotismo. La monarquía austro-húngara, con la cual se identificó, se componía de muchas naciones unidas por el trono de Viena. Al protagonista de su cuento El busto del emperador, escrito en el exilio francés en 1933 o 1934, le hace decir: “De la humanidad a la bestialidad a través de la nacionalidad”.Y Del conde Moratín, cuyos antepasados emigraron de Italia a Polonia, dice: “No se consideraba a sí mismo ni como polaco, ni como italiano... como muchos de su correligionarios de las otrora provincias de la Corona de la monarquía austro-húngara, era simplemente uno de los tipos más finos y nobles del imperio austriaco, es decir, un hombre supranacional y, por lo tanto, un aristocrático auténtico”.U

No es difícil adivinar que Roth se identificara con las ideas del conde, para quien “La Monarquía Real e Imperial era precisamente una pequeña imagen del vasto mundo y por eso era la única patria del Conde”.I Compartió con él su admiración por Francisco José, el último emperador de Austria y lamentó, también con él, la desaparición del imperio. Al final del cuento hace decir al conde que los pueblos “buscan inútilmente las llamadas virtudes nacionales, más dudosas que las individuales. Por eso odio naciones y Estados nacionales. Mi antigua patria, la monarquía, era una gran casa con muchas puertas y habitaciones para muchos tipos de hombres. Se ha dividido la casa, separado, demolido”.O

Roth escribió estas palabras en un cuarto de hotel de París. Cuando cae la monarquía austro-húngara, en 1918, su casa ya estaba en ruinas. Las tropas nazis se preparaban para ocupar lo que quedaba del antiguo gran imperio.

Roth no se sentía judío, galitziano o polaco, sino ciudadano supranacional de la monarquía austro-húngara a la cual presentó con amor y veneración en su obra. Se creyó católico para identificarse con Francisco José y la nobleza de Austria, pero le fue imposible olvidar sus raíces judías. Cuando el imperio austro-húngaro se disolvió en 1918, rechazó la nacionalidad polaca que le hubiera correspondido por su lugar de nacimiento y prefirió conservar la austriaca. Sintió desprecio por su natal Galitzia y lamentó la desaparición del imperio autro-húngaro. Los emperadores de Viena habrían tratado mucho mejor a los judíos que los gobiernos nacionalistas de Europa oriental. Gracias a Austria muchos escritores judíos orientales tuvieron acceso a la vida literaria occidental.

El alemán, como lengua, tuvo mucha mejor difusión que el húngaro, polaco, checo y algunos otros idiomas del oriente de Europa. Se notaba una enorme diferencia entre los judíos orientales pobres y los ricos del occidente. A veces pareciera que el antisemitismo sólo se dirigía contra los judíos pobres orientales quienes daban vergüenza a la burguesía judía de Austria y Prusia, cuando llegaron al occidente en busca de una mejor situación económica. Esta idea la expresa Roth con respecto a Stefan Zweig en una conversación con Soma Morgenstern: “A veces tengo la impresión de que no le caerían mal los nazis, si hicieran diferencia entre judíos orientales y occidentales, entre judíos ricos y pobres, entre judíos famosos y no famosos. Los judíos ricos alemanes siempre pensarían al principio que Hitler sólo se refería a nosotros, los judíos orientales.”P Cuando un empresario rico de París le pregunta a su esposa por qué se niega a recibir a sus parientes pobres de Galitzia, ella le contesta: “No es que los deteste, pero los judíos pobres me dan miedo”.A

Al final de sus días, Joseph Roth militó en las filas de un movimiento monárquico austriaco. No supo resolver las contradicciones de su vida y murió como víctima del alcoholismo. A Morgenstern le dijo varias veces: “Sin alcohol habría sido un buen periodista. Pero todas las buenas ideas me vienen bebiendo. Si quieres te enseño mis novelas, todos los buenos pasajes los debo a un buen Calvados.”S

Roth siempre se sintió parte de la monarquía austro-húngara que tanto favoreció a los judíos, pero hasta hoy no ha sido posible confirmar si recibió el bautismo. Como partidario de los emperadores de Viena actúo como católico; pero sabemos también que jamás se apartó completamente del judaísmo. Cuando murió en París en 1939, sus amigos judíos quisieron para él un entierro judío, pero un grupo de judíos bautizados le organizó un entierro cristiano. Hay “dos almas en su pecho”, la del católico austriaco y la del judío oriental, señala Morgenstern. Se cuenta que en su entierro se practicaron ambos ritos, el católico y el judío.D Tomando en cuenta estas contradicciones, escribió José María Pérez Gay: “Su personalidad se dividió en tantos como fue necesario: el difícil arte de ser judío, pero también el no ser como judío”.F

Lion Feuchtwanger (1884-1958) es, junto con Thomas Mann, uno de los narradores alemanes más leídos del siglo xx. Durante la época del nacionalsocialismo los libros de ambos autores, quienes vivieron en el exilio californiano, estaban prohibidos en Alemania. Después de la Segunda Guerra Mundial, los dos escritores regresaron a Europa. Los libros de Mann de nuevo tuvieron mucho éxito, sobre todo en Alemania Occidental, mientras las novelas de Feuchtwanger, entre las cuales destacan La hija de Jefté (1957),G y GoyaH se publicaron en Alemania Oriental. Eso tuvo como consecuencia que muchos críticos anticomunistas rechazaran su obra como poco profunda, lo cual es absurdo.

 

La narrativa de Feuchtwanger de ninguna manera es inferior a la de Mann. Las dos novelas históricas mencionadas se basan en minuciosas investigaciones documentales. Feuchtwanger leyó las fuentes directamente en español. Igual que la historia española, cuyo periodo de la reconquista plasma de manera magistral en La judía de ToledoJ, conoce también la historia del Antiguo Testamento, de la cual se ocupa también Thomas Mann en su tetralogía José y sus hermanos.K Lo que diferencia a los dos escritores es la religión. Mann escribe desde la perspectiva cristiana y Feuchtwanger desde la del judío ilustrado. En 1992 se publicó en español su novela La hija de Jefté basada en un relato del Libro de los Jueces, el séptimo del Antiguo Testamento. Allí se cuenta cómo Jefté, el quinto Juez Supremo de Israel, promete a Jahvé el sacrificio del primer ser querido que encuentre de regreso a su casa, si le consigue la victoria en la batalla que está a punto de perder. Dios le da la victoria, y al llegar a su casa, su hija Sheila, a quien adora, sale a recibirlo. Su sacrificio es inevitable y Jahvé no la salva en el último momento como a Isaac, el hijo de Abraham.

Esta historia ocupó la fantasía de muchas generaciones de artistas. Shakespeare menciona a la hija de Jefté en Hamlet, y Georg Friedrich Händel basa su Oratorio en la misma historia. Abraham Yehohsúa, escritor israelita, incluye un capítulo con el título La hija de Jefté en su novela reciente La novia liberada.L En este libro, cuya acción se desarrolla en la sociedad israelita de nuestros días, se sacrifica una hija por su padre, pero en este caso no renuncia a su vida, sino a su matrimonio.

Esta es una muestra de que la historia de Jefté sigue viva a través de los siglos, pero cada época la interpreta o modifica según su propia visión del mundo. Los autores del Libro de los Jueces vivieron en los siglos nueve y ocho antes de Cristo y nos narran hechos que sucedieron entre 1300 y 1000 antes de nuestra era, lo cual significa que no conocieron de manera directa la sociedad y los hechos que describen. En el epílogo a su libro nos advierte Feuchtwanger: “Las cosas no pudieron suceder como las cuentan los autores bíblicos.”: Señala diversas impresiones y pasajes inverosímiles. En la Biblia se presenta a Jefté primero como un guerrero inculto que después se convierte en un hombre que maneja argumentos jurídico-teológicos con discusiones sutiles. Eso no es compatible con la realidad que Feuchtwanger logra reconstruir en su novela basándose en investigaciones de científicos modernos. Los arqueólogos e historiadores de nuestros días, en el caso de la época de Jefté, nos proporcionan un cuadro histórico mucho más real que el Libro de los Jueces. Por eso, la lectura de la novela del narrador moderno es mucho más apasionante que las 47 frases que en forma comprimida cuentan la historia de Jefté en el Antiguo Testamento. Feuchtwanger nos ofrece un cuadro lleno de color y vida de estas tribus que componían el pueblo de Dios, más de mil años antes de nuestra era.

Se trata de una época en la cual los judíos apenas empiezan a ser sedentarios, mientras algunas tribus emparentadas se desplazaban todavía por el desierto, al igual que los beduinos de ahora, con tiendas de campaña. A los autores del Libro de los Jueces les pasa lo mismo que al autor del Cantar de Roldán, escrito en 1100: una epopeya que narra hechos ocurridos trescientos años antes de que el escritor los reconstruya, presentándolos como acontecimientos de su propio tiempo. Carlomagno, por ejemplo, aparece como gobernante débil, porque los emperadores del siglo xi tenían que someterse a la voluntad de sus vasallos. Los historiadores modernos, sin embargo, saben que Carlomagno fue un emperador autoritario y fuerte. También averiguaron que no fueron los moros, sino los vascos, quienes mataron a Roldán.

Los escribanos de los siglos nueve y ocho antes de nuestra era interpretaron también la época de Jefté desde la perspectiva de su tiempo; tal vez como nosotros, en el siglo xxi, no pudieron comprender que un padre sacrificara a su hija querida para darle gusto a Dios y trataron de suavizar los hechos. Finalmente, Abraham tampoco sacrificó a Isaac porque Dios le habló en el último minuto. Pero Feuchtwanger nos explica de manera convincente la muerte de Sheila: la joven obliga a su padre a cumplir la promesa que dio a Jahvé, porque se siente elegida para una misión gloriosa. No le tiene miedo a la muerte, sólo siente el deseo de estar cerca de Dios. A Jefté no le es posible hacerla renunciar al sacrificio, y Ketura, su madre, pierde la razón porque no puede salvar a la hija.

La madre no entiende a la hija. Ella, a pesar de haberse casado con un judío que cree en Jahvé, nunca dejó de adorar a Baal y los dioses de su tribu. Jefté se había casado con una mujer de una tribu enemiga. Su padre, quien murió como Supremo Juez de Israel, había tenido una concubina de la tribu enemiga que venció. Con ella procreó a Jefté como hijo ilegitimo, a quien su familia oficial trata con desprecio. Después de la muerte de su padre le quitan su herencia y Jefté se retira al desierto, pero como es un gran guerrero, el pueblo judío lo llama porque necesita sus servicios. Igual que su padre, Jefté llega a ser Juez Supremo, pero pierde a su hija y a su esposa. Al final de su vida alcanza el poder y la gloria a costa de su felicidad personal. Cuando Jefté sube al trono después de haber sido ungido por el sacerdote, se da cuenta de su tragedia personal:

Y mientras su gloria resonaba ensordecedora, elevándose hacia el cielo, percibió con toda nitidez y con desprecio cuán vana era su gloria. Había alcanzado la cima que se había propuesto alcanzar entonces, cuando estuvo en la cima de Hermón... Pero sintió dolorosamente la soledad de la cima y su diáfana y cortante frialdad mortal... no era Jefté, el hombre, era la fama de Jefté que se sentaba allí, en aquel trono de piedra.Z

Y el responsable de toda esta desgracia es Jahvé, quien llamó a su hija, su ser más querido, a su lado. Feuchtwanger no nos presenta a Dios tal como lo concebimos nosotros hoy día, sino que lo describe desde la perspectiva de los judíos de la época de Jefté. Ellos ven en Jahvé a un Dios de su pueblo que es superior a los dioses paganos de sus enemigos. Al parecer mil años antes de Cristo no se había comprendido bien el monoteísmo. Para los judíos de entonces, Jahvé, su Dios, es el Dios Supremo quien va a vencer a los dioses de otros pueblos. Jefté siempre había titubeado entre el paganismo y la creencia en el Dios único, Jahvé, y finalmente se decidió por el último, porque le pareció que era el más fuerte y que sólo él lo podía apoyar de manera eficiente como judío. En cambio, su esposa Ketura siguió siendo fiel a sus dioses paganos, en tanto que su hija Sheila se sacrificó con gusto por Jahvé. Jefté inició su carrera como nómada y al final de su vida se decide por Jahvé y rechaza a los otros dioses. Él todavía no tiene un concepto claro del monoteísmo como las generaciones judías posteriores: cree que Jahvé sólo reina en los territorios del pueblo de Israel.

La hija de Jefté se basa en investigaciones histórico-críticas del Antiguo Testamento. Tomando como punto de partida el sacrificio de la hija de Jefté, Feuchtwanger nos explica los conceptos religiosos del pueblo judío durante la Edad de Bronce, cuando apenas surge el monoteísmo que hoy día es aceptado por gran parte de la humanidad.

Otra obra igualmente importante de Lion Feuchtwanger es La judía de Toledo. Se basa en un hecho histórico que ha llamado la atención de destacados autores en diferentes épocas. Por ejemplo, en la crónica general que escribió el rey Alfonso x “El Sabio” alrededor de 1270, se nos cuenta la historia de la judía Raquel de quien se enamoró el rey de Castilla: “El rey se enamoró locamente de una judía que tenía por nombre la Hermosa, y olvidó a su esposa”.X Luego, en el “Siglo de Oro” español, Lope de Vega escribió su drama La judía de Toledo donde narra el destino trágico de la bella Raquel. Este argumento vuelve a retomarse en el siglo xix por Franz Grillparzer, autor de teatro austriaco, quien escribió su drama La judía basándose en la obra de Lope de Vega. La sensacional mezcla de historia y erotismo que observamos en esta obra de teatro fascinó a Feuchtwanger y le sirvió de inspiración para escribir su novela. Esta novela histórica goza de gran popularidad en España. La edición original alemana es de 1955, y en 1992 se publicó una traducción española, de la cual hasta el año 2000 se habían vendido 24 ediciones.

En el epílogo a su obra, Feuchtwanger señala que para escribir su novela utilizó viejas crónicas castellanas. Sólo así pudo reconstruir la historia de la península Ibérica en el siglo xii. Pero una historia amorosa parecida a la de Raquel había sido contada hace más de dos mil años en el Libro de Ester, del Antiguo Testamento, y que Feuchtwanger considera obra de un autor que “domina el arte de los grandes narradores hebreos y árabes...”C Es un libro que fascina a literatos, pero cuyo erotismo ha molestado a teólogos y moralistas, como, por ejemplo, a Martín Lutero. El argumento es el siguiente:

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