López Obrador: el poder del discurso populista

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López Obrador: el poder del discurso populista
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Título:

López Obrador: el poder del discurso populista

© Luis Antonio Espino, 2021

D.R. © 2021 Editorial Turner de México, S.A. de C.V.

Francisco Peñuñuri 12, Del Carmen, Coyoacán, 04100

Ciudad de México, CDMX

www.turnerlibros.com

Primera edición: abril de 2021

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial

ISBN: 978-607-7711-39-1

eISBN: 978-84-18428-95-1

Impreso en México

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

turner@turnerlibros.com

A mi esposa Daniela y a mis hijos, Luis y Pedro,

como testimonio de los tiempos

que nos tocó vivir.

A mi padre, José Antonio, con cariño.

¡Pueblo mexicano! ¡Pueblo manso,

pueblo piadoso, y asaz sufrido!

¡Cuán digno eres de otra suerte por

tus virtudes!

¡Quiera el cielo mejorártela

y cambiar estos días de desgracia

y miseria en días de ventura y holganza!

carlos maría de bustamante,

apuntes sobre el gobierno del presidente antonio lópez

de santa anna (1843)

ÍNDICE

Introducción

i Adaptar los hechos a una narrativa demagógica

ii Sustituir comunicación con propaganda

iii Ante las crisis: negar, minimizar y eludir

iv Deslegitimar el conocimiento, la información y la crítica

v Manipular el lenguaje para erigirse en el único poder legítimo

Epílogo

Bibliografía

Agradecimientos

Sobre el autor

Introducción

“¿Cómo es posible?”, es la pregunta que muchos nos hemos hecho a lo largo de los primeros dos años del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, conocido ampliamente en México como AMLO. En este breve lapso, la pandemia del coronavirus ha llenado de enfermedad, luto y dolor a cientos de miles de hogares, la violencia y el crimen han alcanzado niveles inéditos, la economía se ha desplomado, el desempleo no cede, las empresas de todos tamaños se enfrentan a diario con nuevos obstáculos para operar y servicios públicos esenciales, como la salud y la educación, enfrentan una crisis sin precedentes. Todo ello por mencionar solo algunos rubros que dan cuenta del estado del país al inicio de 2021.

Y, sin embargo, lejos de generar una vigorosa demanda ciudadana por un cambio de rumbo, el presidente López Obrador mantiene niveles de popularidad que desafían toda lógica. No se trata solo de lo que dicen las encuestas, que lo ubican –en febrero de 2021– en un nivel promedio de 62% de aprobación contra 31% de desaprobación.1 Se trata también de la intensidad de esa aprobación, que se manifiesta en una actitud de devoción genuina de parte de millones de personas que lo defienden a capa y espada y que, sin importar edad, escolaridad o clase social, se muestran reacias a aceptar que las decisiones del presidente han resultado muy costosas para todos los mexicanos en términos de vidas, salud y progreso. Con ello empoderan más a López Obrador, quien entiende la aprobación de la mayoría como un permiso para actuar sin más límite que su voluntad.

Ante esto, los analistas políticos ofrecen diferentes interpretaciones. “Lo aprueban por los programas sociales”, es una de las más comunes. En efecto, tal como lo hizo en sus años al frente del gobierno de la capital del país (2000-2005), López Obrador ha creado programas masivos de transferencias directas de dinero a amplios grupos de la sociedad, especialmente adultos mayores y jóvenes. “Valoran mucho las obras en el sureste”, dicen otros de manera muy concreta, al recordar que los proyectos del Tren Maya, el Corredor Transístmico y la refinería de Dos Bocas prometen llevar progreso a zonas que no suelen recibir grandes proyectos de inversión pública. Una tercera hipótesis asegura que los gobiernos de los principales partidos de oposición, PRI, PAN y PRD, agotaron la paciencia de la sociedad con sus es­cándalos de corrupción y falta de resultados. Esto, se dice, ha dejado a AMLO como el único referente con credibilidad para plantear un futuro mejor, es decir, él tiene el monopolio de la es­peranza. Otros piensan que López Obrador ha sido capaz de realizar el “mejor diagnóstico” de la realidad nacional y por eso las mayorías lo siguen creyendo capaz de ofrecer las mejores soluciones.

Esas hipótesis tienen algo de verdad, pero no alcanzan a explicar la totalidad del fenómeno político que representa Andrés Manuel López Obrador, principalmente porque parten de dos ideas equivocadas. La primera es que es un presidente democrático más, es decir, un administrador sexenal del Estado como los mandatarios anteriores, solo que con una ideología de “izquierda” que se refleja en un plan de gobierno que busca dar prio­ridad a los mexicanos más pobres. La segunda idea equivocada es pensar que todos los ciudadanos que votaron por él lo miden con la misma vara con la que medían a los presidentes anteriores y esperan que entregue resultados concretos. Con esa lógica se infiere que, cuando al presidente “lo alcance la realidad” y la gente “se dé cuenta” de que “no está cumpliendo”, su aprobación caerá y él modificará su forma de gobernar.

Comencé a ver cuán erróneas son esas ideas en enero de 2019, cuando el presidente puso en peligro la seguridad energética del país y generó un desabasto masivo de combustible al tomar y avalar decisiones basadas no en criterios técnicos, sino en prejuicios político-ideológicos. A pesar de que el desabasto generó una afectación real, concreta y tangible en la economía y en la vida de los ciudadanos, AMLO logró envolver esa crisis en una narrativa que hizo que la sociedad aprobara sus acciones sin ningún cuestionamiento. Su popularidad se elevó a más de 80% sin que él, ni ningún integrante del gobierno, rindiera cuentas por haber dejado al país con combustible para apenas una semana. “¿Cómo lo hace?” fue la pregunta que me hice entonces con asombro, recordando que apenas dos años antes el entonces presidente Enrique Peña Nieto había provocado la ira nacional –incluyendo bloqueos, disturbios y saqueos violentos que dejaron varios muertos– al decretar un incremento en el precio de la gasolina el día de Año Nuevo, situación que terminó de hundirlo políticamente.

Analizando a fondo las conferencias y mensajes del presidente López Obrador descubrí la respuesta: su apoyo es consecuencia de la forma en la que él utiliza el poder del discurso. Él usa el lenguaje como instrumento para controlar la percepción que los ciudadanos tienen de su persona y de sus decisiones como ningún otro político en México lo ha hecho. Con ello con­si­gue que muchos lo evalúen, no como un servidor público que tiene que dar resultados concretos, sino como un hombre providencial que está cumpliendo una misión superior: reivindicar a un “pueblo” victimizado que ha sufrido el abuso de los poderosos durante muchos años. Las tribulaciones que México vive desde que López Obrador despacha en Palacio Nacional forman los episodios de una lucha épica imaginaria de la que millones se sienten protagonistas, formando con el presidente un vínculo emocional impermeable a la verdad, cerrado a la evidencia y blindado contra la realidad.

En este libro argumento que el presidente López Obrador construye y refuerza ese vínculo emotivo siguiendo a diario una serie de acciones ordenadas, propias de un líder racional, calculador y efectivo, para lograr su verdadera meta: el cambio de régimen político en México para sustituir las débiles e imperfectas instituciones democráticas del país con un nuevo sistema político iliberal, nacionalista y populista bajo su mando, proceso al que él y sus seguidores llaman “la cuarta transformación”. En las siguientes páginas explicaré cómo el presidente ha dirigido todas sus acciones y palabras a un solo objetivo estratégico: ganar la batalla por el control de la realidad para, de ahí, erigirse como la única voz con autoridad y el único poder legítimo. Le invito a que me acompañe a descubrir cómo es posible que un solo hombre, con su palabra, ha logrado que muchos mexicanos le den la espalda a su propia democracia.

1 Tomado del sitio web de encuestas Oraculus. Disponible en https://oraculus.mx/aprobacion-presidencial/ [consultado el 09/03/21].

 

i

Adaptar los hechos a una narrativa demagógica

Si una sociedad está dividida, un demagogo puede explotar a su favor esa división usando el lenguaje para sembrar miedo, atizar prejuicios y llamar a la venganza contra los grupos que son objeto del odio. Intentar contrarrestar esa retórica con la razón es como usar un panfleto contra una pistola.

jason stanley

En el corazón de la retórica de Andrés Manuel López Obrador está su enorme capacidad para crear, usar y repetir ante toda circunstancia una narrativa o relato de “buenos” luchando contra “malos”. Esa es la primera clave de su discurso: adaptar los hechos a una narrativa en la que él siempre tiene la verdad y la razón, en vez de que sus palabras sean las que vayan adaptándose para describir y explicar circunstancias cambiantes y, sobre todo, para rendir cuentas de sus decisiones.

Cualquiera que haya visto las conferencias de prensa diarias del presidente se puede dar cuenta de su habilidad para eludir los cuestionamientos de los medios. No importa si está hablando de su política de seguridad, de consejos de nutrición, de las decenas de miles de fallecidos por la pandemia del coronavirus o de sus acciones de fomento al beisbol, López Obrador invariablemente recurre a la misma narrativa. En ella, el presidente describe un mundo en el que “el pueblo” y él forman un equipo unido, lleno de virtud, honestidad y amor por México; un dúo que está más allá de cualquier cuestionamiento y que siempre toma las decisiones correctas. Del otro lado, la oposición, los expresidentes, la prensa, los intelectuales, los organismos internacionales, la mayor parte de los empresarios, las organizaciones de la sociedad civil, así como todo aquel que tenga una opinión contraria, pertenecen irremediablemente a un bando de “enemigos del pueblo”, lo que en automático los hace vivir en una posición de inferioridad moral que debe ser denunciada y combatida de manera inflexible y agresiva por él y sus seguidores.

La capacidad para eludir cuestionamientos usando ese relato ha demostrado ser muy buena para López Obrador, pues en la medida que sus palabras son creíbles para sus votantes estos siguen aprobando su gestión y brindándole un apoyo intenso, tal como lo demuestran las encuestas. Al mismo tiempo, esto es muy malo para México, pues al crear una realidad paralela con sus propios hechos y datos, el presidente divide y confunde a la sociedad, degrada la conversación pública, elude la rendición de cuentas y escapa del escrutinio al que debe sujetarse cualquier funcionario electo en una democracia.

la narrativa o relato de lópez obrador

Por principio de cuentas, aclaro a qué me refiero con “narrativa” o “relato”. Se trata de una historia que cuenta cómo un protagonista (héroe) recibe una misión. Al iniciar su camino para cumplirla, el protagonista se encuentra con un antagonista (villano) que trata por todos los medios de evitar que el héroe logre su objetivo. La lucha entre héroe y villano forma la parte central del relato. Generalmente, cuando el villano parece estar a punto de imponerse y derrotar definitivamente al héroe, este recibe una ayuda de último minuto (por ejemplo, en la forma de un aliado inesperado, una circunstancia fortuita o un objeto con cualidades especiales) que le permite derrotar al antago­nista. Finalmente, el héroe logra cumplir su misión y es recompensado, mientras que el villano recibe un merecido castigo.

Esta estructura narrativa básica es la misma que tienen los cuentos que hemos escuchado y leído desde nuestra infancia y por eso nuestra mente la reconoce fácilmente. También es la estructura que distingue a muchas de las grandes novelas de autores clásicos y que ha perdurado exitosamente en nuestros días en la forma de telenovelas, series de televisión y, claro, en las películas más taquilleras.

Andrés Manuel López Obrador ha sido capaz de transformar la compleja historia política del México de los últimos treinta años en una narrativa simple, vívida, memorable, con personajes bien delineados que están enfrascados en una batalla épica permanente entre el bien y el mal. Este relato le da estructura y fuerza a su discurso y se ha convertido en una poderosa herramienta para entrar a la mente y al corazón de un amplio número de ciudadanos, a fin de convencerlos de que él no es un presidente más: es un héroe patrio –a la altura de Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas– que tiene la misión de purificar y redimir a México.

Los elementos de la narrativa de AMLO son:

1. El pasado glorioso: había una vez un país inmensamente rico…

López Obrador siempre ha mirado al pasado con nostalgia. Hace veinte años describía en estos términos a la capital del país en su discurso de toma de posesión como jefe de Gobierno del Dis­trito Federal:

Entre 1935 y 1980, los habitantes del Distrito Federal vivieron con optimismo y esperanza. La ciudad creció, en medio del espejismo de la modernidad. Aquí florecieron la nueva clase media, las industrias más avanzadas y las mejores instituciones de educación superior del país.

La ciudad era una inmensa fábrica de sueños, y esos sueños

se reflejaron en el apogeo del cine, el arte y las actividades culturales. No faltaron los problemas ni la desigualdad, pero existía la ilusión de un futuro con esperanza.1

Dos décadas después, el pensamiento de AMLO seguía añorando ese “pasado glorioso” del siglo xx. Al tomar posesión como presidente de la República, así lo relataba:

Luego de la etapa violenta de la Revolución, desde los años treinta, hasta los setenta del siglo pasado, la economía de México creció a una tasa promedio anual del 5%. De 1958 a 1970, cuando fue ministro de Hacienda Antonio Ortiz Mena, la economía del país no solo creció al 6 por ciento anual sino que este avance se obtuvo sin inflación y sin incremento de la deuda pública. […] Posteriormente hubo dos gobiernos, de 1970 a 1982, en que la economía también creció a una tasa del 6 por ciento anual, pero con graves desequilibrios macroeconómicos, es decir, con inflación y endeudamiento.2

El relato del pasado glorioso viene acompañado de un mito firmemente arraigado en la psique del mexicano: nuestro país es inmensamente rico en recursos naturales, un cuerno de la abundancia tal que, en realidad, solo necesita un gobierno honesto para que todos podamos, sin esfuerzo, disfrutar de esa riqueza. Decía AMLO en 2012:

En México la falta de justicia debe avergonzarnos más porque no existe ninguna razón natural o geográfica que la justifique. Nuestro país, a pesar de que lo han saqueado por siglos, todavía es de los que poseen más recursos naturales en el mundo. En todo su territorio hay riquezas: en el norte, minas de oro, plata y cobre; en el sur, agua, gas y petróleo.3

2. Entonces, llegó a ese país un villano inefable: el neoliberalismo y sus promotores, la “mafia del poder”/los “neoliberales”/los “conservadores”

Los años ochenta marcan el advenimiento del villano del relato, ese grupo inmoral que vino a cambiar trágicamente el destino de la patria, al despojarla de su inmensa riqueza. Esto decía AMLO en el 2000:

A partir de 1980 comenzó una aciaga época. Se desvaneció el optimismo y aparecieron la decepción y la desconfianza. Se multiplicaron, entonces, grandes y graves problemas: corrupción, crisis económica, sobrepoblación, desempleo, pobreza, inseguridad, deterioro del medio ambiente y de los servicios básicos.4

La “aciaga época” inició en los años ochenta con la llegada de una nueva élite que tomó el control del hegemónico Partido Revolucionario Institucional, el PRI, del que López Obrador era militante de toda la vida. Ese grupo, encabezado por tecnócratas con posgrados en el extranjero, como Carlos Salinas de Gortari, desplazó internamente a la antigua élite –los políticos de ideología nacionalista-estatista a los que AMLO admiraba– para imponer una nueva visión del país: el “neoliberalismo”. Desde el momento en el que este se impone como molde del pensamiento de las élites del poder, México cambia para mal. Así hablaba López Obrador en 2018:

El problema se originó a partir de la aplicación del llamado modelo neoliberal […]. En forma paralela a esta infame política económica, la corrupción campea con toda impunidad en la administración pública. Nunca antes se había padecido de tanta corrupción como ahora, nunca en la historia de México desde la época de la Colonia, se había padecido de tanta corrupción. Podrán acusarme de exagerado o extremista, pero la descomunal deshonestidad del periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, supera por mucho lo antes visto y no tiene precedente.5

¿Qué llevó a los “neoliberales” a cometer semejante despropó­sito si, según AMLO, las cosas iban tan bien en México? Su falta de moralidad. Porque no se trata de un grupo que actúa de buena fe, pero que se ha equivocado de ideología, o cuyas recetas para lograr el desarrollo no resultaron efectivas y deben ser sustituidas por otras. En el discurso de López Obrador lo más importante no es discutir ideas, sino las carac­terísticas de las personas, y los “neoliberales” son personas moralmente infe­riores, gente despreciable y de mala entraña que se apoderó del PRI y, posteriormente, del Partido Acción Nacional, el PAN. Así enlistaba AMLO hace quince años los pecados de los neoliberales en su apasionado discurso contra el proceso de desafuero al que fue sometido en 2005:

Son los que en verdad dominan, mandan en las cúpulas del PRI y del PAN. Son los que mantienen a toda costa una política antipopular y entreguista. Son los que ambicionan las privatizaciones del petróleo y de la industria eléctrica. Son los que utilizan al Estado para defender intereses particulares.

Son los que, al mismo tiempo, consideran al Estado una carga y quieren desvanecerlo en todo lo tocante a la promoción del bienestar de los pobres y de los desposeídos. Son los que manejan el truco de llamar ‘populismo’ o ‘paternalismo’ a lo poco que se destina en beneficio de las mayorías, pero nombran ‘fomento’ o ‘rescate’ a lo demasiado que se le entrega a minorías rapaces.

Son los partidarios de privatizar las ganancias y de socializar las pérdidas. Son los que han triplicado en veinte años la deuda pública de México. Son los que defienden la política económica imperante, no obstante su serie de fracasos, que dan como resultado el cero crecimiento y el aumento constante del desempleo.

Son los que quieren cobrar IVA a los medicamentos y a los alimentos, pero exentan de impuestos a sus amigos y protectores. Son los que han socavado la calidad de vida de las clases medias. Son los que han convertido al país en un océano de desigualdades, con más diferencias económicas y sociales que cuando Morelos proclamó que debía moderarse la indigencia y la opulencia.

Son los que han arruinado la actividad productiva del país y han obligado a millones de mexicanos a dejar sus hogares y sus familias para emigrar a Estados Unidos, arriesgándolo todo en busca de lo que mitigue su hambre y su pobreza.

Son los que quieren perpetuar la corrupción, el influyentismo y la impunidad, que son sus señas de identidad. […]

Pero no hay mal que por bien no venga; hacía falta conocer a fondo a los santurrones, a los intolerantes, a los que hipócritamente hablaban de buenas conciencias y del bien común. Hacía falta que esas personas se exhibieran sin tapujos, con toda su torpeza, frivolidad, desparpajo, codicia y mala fe para saber con claridad a qué atenernos.6

En el relato, el expresidente Carlos Salinas cumple el rol de archivillano. Sus sucesores en la presidencia han sido meros ejecutores de las mismas decisiones nefastas que llevaron a la consolidación de una élite empresarial corrupta y maligna que domina las instituciones del Estado, a las organizaciones de la sociedad civil y a los medios de comunicación:

La política salinista se siguió aplicando durante los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, y el ‘grupo compacto’ creado por Salinas no solo continuó acumulando riquezas, sino que también fue concentrando poder político hasta situarse por encima de las instituciones constitucionales. En los hechos, los integrantes de ese grupo eran quienes verdaderamente mandaban en la Cámara de Diputados y en el Senado, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Instituto Federal Electoral, en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación […] y en el gobierno en su conjunto, así como en los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, en la mayoría de las agrupaciones de la llamada ‘sociedad civil’ y en las organizaciones supuestamente no gubernamentales. Además, ejercieron una influencia determinante, si no es que el control parcial o total, en la mayoría de los medios de comunicación.7

 

A lo largo de los años, el grupo de villanos descrito por AMLO ha recibido diversos nombres además de “neoliberales”: “mafia del poder”, “minoría rapaz”, “machuchones” y, más recientemente, “conservadores” y “fifís”. Las palabas cambian, pero el papel del villano del relato es el mismo: impedir que un heroico AMLO logre su misión de redimir a México para que el “pueblo” alcance su destino de abundancia sin esfuerzo.

3. El héroe: el binomio AMLO-“pueblo”

El héroe del relato de AMLO es el binomio que él forma junto con el “pueblo” traicionado y agraviado, el verdadero dueño de la riqueza de México que ha sido despojado injustamente de sus beneficios por la élite traidora.

El “pueblo” es, desde luego, los pobres, los “de abajo”, a los que AMLO siempre ha dado prioridad en su narrativa como los que deben ser prioritarios para los gobiernos. En el año 2000 así lo expresaba:

La idea central del nuevo gobierno será frenar el empobrecimiento del pueblo, no solo por razones humanitarias, sino para empezar a revertir la descomposición social. Conviene que todos vayamos aceptando que la fraternidad no solo tiene rostro humano, sino que constituye el método más eficaz para garantizar la seguridad y la tranquilidad pública. Por eso sostenemos que, por el bien de todos, primero los pobres.8

El “pueblo” también son los mexicanos con una relación directa con el pasado indígena de México. Esa raíz étnica los hace desprendidos de lo material, nobles y honestos por naturaleza:

En los pueblos del México profundo se conserva aún la herencia de la gran civilización mesoamericana y existe una importante reserva de valores para regenerar la vida pública. Me consta que hay comunidades donde las trojes que se usan para guardar el maíz están en el campo, en los ‘trabajaderos’, lejos del caserío y nadie piensa en apropiarse del trabajo ajeno. En muchos lugares, hasta hace poco, no se tenía noción del robo.9

Desde luego, el “pueblo”, como contrario de las élites, tiene todas las virtudes que a estas les faltan:

La herencia de civilizaciones nos ha forjado como un pueblo tenaz, combativo, luchón, emprendedor, honesto, con una excepcional idiosincrasia de fraternidad, de amor al prójimo, de verdadera solidaridad. Nuestro pueblo no es flojo, no es perezoso, no es indolente, por el contrario, es de las sociedades más trabajadoras del mundo, y ahí está el ejemplo de nuestros paisanos migrantes que por necesidad han ido a ganarse la vida a Estados Unidos y ahora están enviando a sus familiares 30 mil millones de dólares anuales.10

El “pueblo” es, además, la fuerza que ha impedido que el país desaparezca por culpa de los “neoliberales”:

Ha sido tan pronunciada la decadencia del país en los últimos tiempos que solo la fortaleza cultural de nuestro pueblo permite explicar por qué tanto aguante y por qué tanta resistencia.11

El binomio AMLO-“pueblo” es indisoluble, pues sostiene una relación de amor y lealtad cuyo sólido pegamento son el odio y el temor al enemigo común:

No habrá divorcio entre pueblo y gobierno. Yo les necesito, porque como decía Juárez ‘con el pueblo todo, sin el pueblo nada’. No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada o casi nada; sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente. Yo les pido apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que traicionarles.12

4. El conflicto: la lucha permanente entre el bien y el mal

En este relato, AMLO es un líder que le revela al “pueblo” la verdad sobre su injusta situación, pero también que tiene en sus manos el poder de transformarla radicalmente llevándolo al poder. Cuando el villano confirmó que el héroe representaba una amenaza real, decidió que había que detenerlo a cualquier costo:

Tienen mucho miedo a que el pueblo opte por un cambio verdadero. Y ese miedo cobarde de perder privilegios los lleva a tratar de aplastar a cualquiera que atente contra sus intereses y proponga una patria para todos y patria para el humillado.13

López Obrador siempre ha manipulado hábilmente los hechos para adaptarlos al relato. Lo que no sirve, lo que no encaja o lo contradice simplemente se desecha. Por ejemplo, ante la dura derrota electoral de 2006, él nunca hizo un ejercicio público de reflexión sobre las razones del fracaso de una campaña en la que había iniciado muchos puntos arriba como amplio favorito. Eso hubiera sido rendir cuentas a su partido, a sus seguidores y a sus votantes. Al contrario, adaptó los hechos a su narrativa de la élite maligna desesperada por no perder privilegios, construyó toda una mitología del “fraude electoral” –grave acusación que nunca pudo demostrar ni jurídica ni políticamente– y convirtió ese episodio en un capítulo épico de la lucha contra “la mafia del poder”. Así describía el conflicto entre el villano y el héroe al autoproclamarse “presidente legítimo de México” en 2006:

Los poderosos se imponen con el dinero, el prejuicio racista y clasista, las injusticias, la ilegalidad y la manipulación de muchos medios de comunicación. Trabajan contra los intereses populares […]. Nosotros, por el contrario, solo disponemos de lo mero principal: la voluntad de cambio de millones de personas libres y conscientes. Tenemos de nuestro lado, y lo decimos con orgullo, con alegría y entusiasmo, a ese sector inmenso del pueblo mexicano que tiene hambre y sed de justicia.14

Catorce años después, los adversarios de AMLO, a los que ahora también llama “conservadores”, siguen conspirando desde las sombras para derrocar al héroe, aunque este ahora ya no es un líder opositor derrotado gritando en las plazas, sino el presidente de México:

Estoy optimista, vamos a salir adelante. A pesar de que no tienen escrúpulos morales de ninguna índole, los conservadores, que son muy hipócritas, son sepulcros blanqueados porque van a la iglesia y olvidan los mandamientos y actúan supuestamente como liberales o fingen ser liberales, cuando en realidad son conservadores, y muy corruptos, porque todo el enojo que traen con nosotros es porque ya no pueden robar a sus anchas.15

Pero, como en toda buena historia, la bondad del protagonista terminará imponiéndose:

Es el pueblo nuestro ángel de la guarda, ese es un elemento que nos permite avanzar y acabar con la corrupción, desterrar la corrupción, el apoyo del pueblo, que lo logramos porque se atiende al pueblo, nunca se habían destinado tantos apoyos a la gente humilde, a la gente pobre, que es la mayoría en el país.16

5. El destino manifiesto del pueblo: la redención, la purificación y la felicidad

Finalmente, la narrativa lopezobradorista conduce al oyente a un final feliz, donde México es “purificado” de la presencia de los villanos y el pueblo alcanza la prosperidad y vive feliz para siempre. En el 2000, López Obrador hablaba de esa tierra prome­tida como un lugar lleno de esperanza:

Nuestro principal objetivo es encender la llama de la esperanza: una esperanza que es fe en la viabilidad de esta ciudad y en un futuro personal digno y mejor para todos. A eso convocamos: a construir entre todos la esperanza, para darle a cada niño, a cada joven, a cada anciano, a cada mujer y a cada hombre, nuevas, importantes y poderosas razones para vivir, para soñar y para triunfar en esta ciudad generosa y fraterna.17

Para 2012, López Obrador ya estaba plenamente instalado en la modalidad de líder cuasi-religioso y llamaba a construir una “república amorosa” con estas palabras:

Cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad.18

¿por qué la narrativa de amlo es demagógica?

Hay palabras que todos creemos saber qué significan. Una de ellas es “demagogia”. Seguramente, usted al escucharla piensa de inmediato en un político, pero no en cualquier clase de po­lítico, sino en el que a usted más le desagrada. El demagogo siempre se nos viene a la mente como alguien que miente por sistema, alguien que usa la palabra hábilmente para convencer al público de hacer algo que puede incluso ir en contra de su pro­pio be­neficio e intereses. Alguien “con labia”, diríamos en México, que hace promesas atractivas para ganarse el favor de la sociedad, promesas que inevitablemente termina por incumplir.

El triunfo de movimientos populistas como el Brexit en Reino Unido en 2016 y la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2017 le dio un renovado impulso al uso del término “demagogia” en los medios de comunicación. Los analistas políticos voltearon a ver a la academia preguntando: ¿por qué tienen tanto poder los discursos demagógicos de los líderes populistas? Una de las especialistas que ha arrojado más luz al respecto es Patricia Roberts-Miller, profesora de retórica de la Universidad de Texas en Austin. Ella define así a la demagogia: