Cuando mueran los reyes

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—Siguen las tensiones entre EE. UU. e Irán —dijo el conductor del programa.

Mientras tanto, yo no sabía si preguntarle a mi padre acerca del último sueño que había tenido, ya que la última vez se había molestado mucho conmigo. Decidí decírselo a mi madre.

—Mamá, ¿es que vamos a comprar mucho papel higiénico para que no se nos gaste?

Mi madre me miró sorprendida. Siempre se reía con mis disparates. Últimamente había estado más alegre, sobre todo desde que la había escuchado hablar con mi padre acerca de volver a trabajar. Había hecho un par de entrevistas y cuando había vuelto a casa su mirada parecía menos triste. A mi padre no le hacía tanta gracia eso de que volviera a trabajar. Decía que con lo que él ganaba podía mantenernos a los tres y que ella ya tenía suficiente con cuidar de mí y hacer tareas en casa. Ella no le hizo ningún caso y decidió salir a buscar trabajo.

—Hijo, ¿por qué dices eso? —preguntó mi madre con una sonrisa de oreja a oreja.

—No lo sé, mamá. Llevo unos días que no hago más que soñar con cosas muy raras. La otra noche soñé que papá se compraba un perro para poder sacarlo a pasear, ya que era la única forma que tenía de poder salir a la calle por no sé qué del confinamiento, y esta noche, no sé por qué, he soñado que teníamos que comprar mucho papel higiénico porque si no, no tendríamos para poder limpiarnos el culo —mi madre se echó a reír de nuevo.

—Irene, te tengo dicho que no tienes que dejarle jugar tanto a la videoconsola —intervino mi padre—. Los críos esos con los que se junta le meten cosas en la cabeza. El Antonio ese está siempre «empanado». La bolivariana esa seguro que le lava la cabeza con las ideas comunistas de sus padres, y luego está la amiga que sus padres son unos pervertidos. Si tuviera mejor sueldo, ibas directo a un colegio privado cristiano, que te enseñaran a ser un «español de bien» —pareció quedarse a gusto.

Mi madre, con mirada desafiante y los ojos enfurecidos, miró a mi padre pareciendo querer decir algo, pero al final no lo hizo.

—Vale, vale —dijo en tono burlesco mi padre—. Tranquila, que ya no digo nada más.

Mi padre cogió sus cosas y se fue de la habitación tras darme un «pesco cariñoso» y decirme que espabilara.

Mi madre, tras la marcha de este, me miró a los ojos y me dijo:

—Hijo, creo que ya te estás haciendo bastante mayor y pienso que deberías saber algunas cosas. Tu padre no siempre tiene razón en todo lo que dice. A veces intenta buscar el motivo de sus problemas en otros lugares… en otras personas. Tienes que empezar a crear tus propios pensamientos, tus propias creencias. Ninguno de los de aquí somos perfectos, nadie en absoluto lo es. Lo que le pasa a tu padre es que vive frustrado y, en vez de odiar sus propios errores e intentar cambiar y mejorar su vida, les echa la culpa a los demás. No te dejes llevar por su ira y su rabia y sé tú mismo, tan buen chico como eres desde que naciste.

—Pero, mamá, ¿entones no me pasa nada raro? —pregunté yo—. ¿Estos sueños que tengo son normales?

—Claro que sí, mi amor. Cuando yo era pequeña, también tenía sueños así. Aún los sigo teniendo. Lo que nos pasa cuando dormimos es todavía un misterio. ¿Sabes? No solo eres tú el único que no lo sabe todo de este mundo. A veces, los padres también desconocemos muchas cosas sobre todo aquello que nos rodea y sobre la vida en general —lo dijo mientras me acariciaba el pelo, y continuó—. ¿Sabes lo que sí es cierto, pequeñín? Que tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Me dio un fuerte abrazo y noté cómo se le caía una lágrima por la mejilla que resbaló y entró en contacto con la mía.

—Entonces, mamá, ¿no nos vamos a volver locos y vamos a comprar cientos de paquetes de papel higiénico?

Sin dejar de sonreír, me contestó lo siguiente:

—Tranquilo, hijo, que si se nos acaba el papel higiénico, a tu padre, que lo sabe todo, seguro que se le ocurrirá algún plan magnífico para que no tengamos problema.

Parecía que iba a empezar a reír a carcajadas, porque la sonrisa le iba a llegar hasta las orejas. Entonces, dijo:

—Nos veo limpiándonos el culo con hojas de higuera.

Y estalló. Tal y como esperaba, empezó a reírse tan fuerte que yo no hice otra cosa más que seguirla hasta que me abrazó y los dos reímos juntos. Lo que yo pensaba que era una divertida escena entre madre e hijo, años más tarde descubrí que, mientras yo reía, mi madre lloraba.

Soñar: representarse en la fantasía imágenes o sucesos mientras se duerme; imaginar que son reales cosas que no lo son; y desear persistentemente algo6.

CAPÍTULO 4

Cuando sea mayor

El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.

Víctor Hugo

Me encanta pasear por mi ciudad. Ir de tienda en tienda, por las calles y en invierno, me parece increíble. Más aún si es Navidad. Las luces, todo iluminado, la gente feliz, andado y divirtiéndose en cada avenida, me alegra muchísimo el día. Las fiestas terminaron, pero nuestra ciudad es como una gran familia que los fines de semana abre la puerta de su casa y sale a pasear.

Hoy sábado todo el mundo está en la calle. Muchas veces tengo que agarrarme fuerte a mis padres, ya que si no lo hago y me separo, puede que me pierda. Fijaos si es tal la cantidad de personas que hay en el centro de la ciudad, que siempre tienes que ir con cuidado, apartando a la gente para poder moverte. ¿Os imagináis por un momento que no nos dejaran salir a hacer nuestros paseos familiares de los sábados? Yo me volvería loco, y seguro que muchas personas también, protestando desde sus ventanas y balcones; se pondrían a cantar y a gritar desde lo alto de sus pisos. Sería bastante gracioso, la verdad, pero también sería triste estar encerrado sin poder salir…

El caso es que estaba en el salón de mi casa. Mi madre leía acostada en el sofá, algo que le encantaba hacer después de comer. Mi padre se había marchado a tomar café al bar de su cuñado Pedro, que está frente a mi casa. Y yo, aprovechando que los dos estaban fuera de juego y no podían renegarme, había aprovechado para conectarme a la Play y echar unas partidas.

Encendí la consola y puse el Supercraft. Me extrañó que ninguno de mis amigos estuviera conectado. No había nadie, algo raro, ya que después de comer la costumbre era jugar todos juntos. Tampoco podía escribirles por redes sociales, ya que no tenía, ni tampoco móvil. Decidí llamar al teléfono fijo de Antonio para preguntarle qué estaba haciendo.

—… … …(sonido de teléfono)¿Sí? —dijo una voz.

—¿Está Antonio?

—¿Quién es?

—¡Soy Fran!

—¡Vale, Fran! Lo aviso.

—… … …

—¿Sí? ¿Quién es?

—Soy yo, ¿Antonio? —dije, ya desesperado.

—¿Quién es «yo»? —Antonio parecía confundido.

—¡Soy Fran, joder! —Sentía que perdía la paciencia.

—¡Ah, vale! Es que como nunca me llamas por aquí… De hecho, creo que es la primera vez que alguien me llama por este trasto.

—¿Qué haces que no estás jugando? Llevo un día de perros y me apetecía jugar como siempre, como todos los sábados después de comer —dije algo más calmado—. Necesito relajarme un poco, he tenido un sueño muy raro.

—Pues, la verdad, ni me había acordado de conectarme a la videoconsola. Estoy liadísimo con la redacción de clase sobre lo que queremos ser de mayores.

—¡Ostras! Se me había olvidado por completo. Esta mañana he tenido una conversación muy rara con mis padres y le he dado tantas vueltas a la cabeza que se me ha pasado.

—¿De qué habéis hablado? —preguntó Antonio.

—Pues de lo mismo de todos los días. Mi padre de sus cosas comunistas de siempre y mi madre que no le haga caso, que mi padre dice muchas tonterías.

—¿Pero tu padre es comunista de esos? —volvió a preguntar Antonio.

—Pues tendrá que serlo —respondí—. Siempre está con esa palabra, que aún no tengo muy claro qué significa, en la boca. Tendrá que ser importante para él. Bueno, olvida eso, ¡el trabajo! ¿De qué lo estás haciendo?

Mi madre, recostada en el sofá leyendo, de vez en cuando miraba por encima de sus gafas, con media sonrisa, cada vez que decíamos un disparate. Pensaba que la distraía cuando hablaba con mis amigos, pero con nuestra inocencia le dábamos vida.

—Pues lo estoy haciendo de los youtubers. Ya sabes que soy bastante bueno jugando a videojuegos y, si tengo suerte y suben mis seguidores, pronto seré tan famoso como El Morenus.

—¡No eres tan bueno! Si yo soy mejor que tú.

—Bueno, que tú seas más bueno que yo no significa que yo sea malo. Además, soy más gracioso que tú, a ti te falta… ¿Cómo se dice? A ti te falta labia.

—¿Qué es eso de la «labia»? —pregunté molesto.

—Pues ya sabes, carisma, que a la gente le guste jugar contigo y verte y, sobre todo, que se diviertan.

—¡Noo! ¡A mí no me falta de eso! Yo soy más divertido que tú —Mientras yo me enfadaba, al otro lado Antonio se reía—. Deja de reírte, broo.

En ese momento, mi padre volvió del bar. Me vio a mí discutiendo y mi madre de fondo riéndose de la conversación que mantenía con Antonio por teléfono.

—¡Fran! —dijo mi padre—. Venga, corre a cambiarte, que nos vamos al centro a pasear.

—Papá, hoy no puedo, tengo que hacer un trabajo para el cole.

—Has tenido toda la mañana para hacerlo. Además, ¿qué has hecho desde que hemos terminado de comer hasta ahora? Son las cinco ya, te tengo dicho que dejes de hacer el vago o acabarás como los perroflautas esos costrosos que van pidiendo por la calle. ¿Es qué quieres ser un «okupa» como el dichoso presidente?

 

—Bueno… Vale… —dije mientras asentía y agachaba la cabeza—. ¿Antonio? Me tengo que ir. Luego, si no llego muy tarde, te llamo, ¿vale?

—¡Venga! Luego hablamos Fran.

Os preguntaréis por qué os he contado semejante rollo. Básicamente, porque era sábado por la tarde y había olvidado por completo hacer el trabajo y aunque me gustara ir a pasear a la ciudad, sentía que estaba perdiendo el tiempo. Si no hacía esa misma tarde el trabajo, me tiraría el domingo entero trabajando y no podría ni salir al parque ni jugar a la videoconsola. Así que, ¡sí!, estaba preocupado.

—¿Tú vienes? —le preguntó mi padre a mi madre.

Mamá le miró con una cara extraña, pero no dijo nada, y mi padre tampoco. No me gustaba la sensación que eso me producía.

El caso es que ya no había vuelta atrás, habíamos salido y lo único que debía hacer era relajarme y disfrutar. Lo malo era que estaba solo con mi padre, mi madre no había querido venir. Parecía algo triste cuando nos habíamos marchado, pero al final nos había dicho que no se encontraba muy bien. Mi padre tampoco parecía muy contento. No sé si será por la discusión de esta mañana, pero últimamente las cosas están bastante raras en mi casa. Tanto mi padre como mi madre están muy raros. Esta no era la primera vez que mamá nos dejaba irnos a los dos solos. En Navidad, varios días nos dijo que estaba un poco mal y que nos fuéramos nosotros. Esta es la tercera vez en menos de dos meses. No entiendo nada, pero siento que algo está cambiando.

El caso es que aún seguía sin saber acerca de qué iba a hacer el trabajo. Mientras paseaba con mi padre por las calles abarrotadas de gente, un joven nos dio un papel a mi padre y a mí. En el folleto ponía lo siguiente: «Estudia periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad Antonio III. Si nos traes este folleto, te hacemos un 5% de descuento».

«Interesante», pensé. «¿Podría hacerme periodista?».

Decidí preguntarle a mi padre.

—Papá, ¿el trabajo de periodista es un buen trabajo?

—Pues, hijo, no sé qué decirte. Si piensas decir la verdad, está bien, pero en este país, a los periodistas de verdad los llaman «fábrica de bulos». Todos los demás son seguidores del régimen bolivariano este que tenemos y del «okupa» y el «chepas»…

—Papá, ¿y cómo sé si estoy diciendo la verdad?

—Pues hijo, como dice nuestro líder, El Patriota: «las palabras de verdad son aquellas que salen de un auténtico español, un verdadero patriota».

No sabía a quién se refería con eso del «patriota», del «chepas» o el «okupa», ni tampoco qué era eso del «auténtico patriota». Lo que sí tenía claro era que ser periodista iba a ser muy complicado, sobre todo con la cantidad de cosas que debes saber y lo poco que yo sabía. Tampoco podía contradecir a mi padre, no le hacía mucha gracia que lo hiciera y, desde luego, no quería hacer una redacción metiéndome con los bolivarianos, no fuera a ser que Eva se molestara conmigo.

Seguimos caminando y otro chico, de la misma apariencia, nos dio otro papel. En este ponía lo siguiente: «Estudia Ciencias Políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad Antonio III. Si nos traes este folleto, te hacemos un 5% de descuento».

—Papá, ¿y si me hago político?

—Hijo, los políticos son todos unos chorizos. El único bueno es tu tío Juan y sus compañeros de partido. Los demás se aprovechan de nosotros y nos sacan los cuartos. ¡Son unos desgraciados! Pero una cosa te voy a decir, ganan mucho dinero, eso sí, aunque nos roben.

—Pero, papá, si nos roban, ¿tú por qué los votas?

—Porque hay que votar a alguien, si no, eres un borrego.

—No entiendo muy bien eso papá —dije un poco desconcertado.

—Mira, hijo, te voy a decir una cosa. Los políticos siempre te van a robar, sean de la madre que sean. Tenemos que votar, eso es lo que hay, pero una cosa tengo clara y es que por mucho que me roben, jamás votaré a un comunista, aunque diga que no ha robado nunca —sentenció mi padre—. De esa gentuza no te puedes fiar, son peores que las ratas…

—Pero, papá, yo pensaba que tú eras comunista.

—¿Yo, comunista? Antes muerto que comunista —lo dijo con un tono de risa pero al mismo tiempo de enfado.

Sentía que estaba perdiendo el tiempo. Necesitaba una idea clara, algo con lo que poder decidir qué quería ser de mayor. Tenía que hacer esa redacción y tenía que hacerla bien. No me podía permitir hacer algo que fuera un churro. Siempre sacaba buenas notas y hacía buenos trabajos. No solía costarme hacer las cosas y este parecía que se me había atragantado.

Cuanto más caminábamos, más folletos nos daban:

«Estudia enfermería»; «Estudia medicina»; «Sé un héroe sanitario, el mundo te lo agradecerá»; «En unos años la gente te aplaudirá desde su balcón”».

«Sé arquitecto»; «Descuento en la Universidad Antonio III«; «Ya no regalamos títulos. Estamos limpios».

«Estudia teología»; «Conviértete en siervo de nuestro Señor».

Estaba desconcertado, si de algo estaba sirviendo el paseo, era para llenar mi cabeza de muchas más dudas de las que tenía antes. Me hubiera gustado hacer la redacción sobre youtubers; a mí también me gustaba El Morenus y, por mucho que dijera Antonio, yo sí que tenía carisma, lo que pasa es que no quería hacer la misma redacción que él. Además, seguro que muchos otros de la clase ponen lo mismo. Casi todos los niños de hoy día quieren ser youtubers o influencers de esos.

El colmo fue ver a personas con carteles que decían que el mundo se iba a acabar. Personas con:

«Se acerca el coronavirus».

Y otras diciendo:

«Hay que cuidar el medioambiente. La tierra es nuestra casa».

Mi padre pareció enfadarse mucho cuando los vio.

—¡Iros a la mierda! ¡Alarmistas! —les dijo—. Eso del virus chino es una mentira. Es un invento de los comunistas para asustarnos y poder someternos.

Parecía que le habían respondido, pero yo no supe muy bien qué dijo, algo de que le chuparan no sé qué.

—¡No me toquéis los huevos! ¡Sois vosotros los que se la chupáis al gobierno comunista que tenemos! —les dijo.

—Estoy hasta los cojones de esos ecologistas, hijo. Se inventan que hay un cambio climático y lo único que quieren es cargarse la industria e implantar un régimen socialista que nos lleve a la ruina. Nunca te creas esas bobadas. Están siempre con «la contaminación esto», «la contaminación lo otro». ¿Dónde está la contaminación que yo la vea? ¡Inútiles! —les dijo, gritándoles a lo lejos y levantando el brazo con el puño cerrado y el dedo corazón levantado. No sabía qué significaba eso tampoco.

Tras esta bronca, fuimos a un par de tiendas, paseamos un rato más y papá me compró una bolsa de palomitas. Estaba decepcionado por no haber sacado nada en claro sobre qué tema hacer el trabajo, así que terminamos de dar vueltas y nos marchamos a casa. Tenía la sensación de haber perdido dos horas esa tarde, por mucho que me gustara pasear por la ciudad y lo que me gustó que papá me comprara la bolsa de palomitas.

Estábamos subiendo las escaleras de camino a casa, cuando mi padre me paró un momento y me dijo:

—Mira, hijo. Si estás dándole vueltas a qué hacer o qué ser cuando seas mayor. Piensa en algo que te guste, en algo que te deje tiempo libre para divertirte, en algo que no te suponga mucho esfuerzo y, sobre todo, en algo con lo que ganes mucho dinero, que eso siempre es lo más importante. Pero, sobre todo recuerda, algo que te haga feliz.

La verdad es que lo que había dicho mi padre era una verdad como un templo, o eso es lo que decía él muchas veces, aunque yo no supiera exactamente qué significaba. Si tenía un trabajo así, podría jugar a videojuegos todo el tiempo que quisiera, estar con mis amigos y salir al parque todas las veces que pudiera.

Mientras entraba en casa y me dirigía al salón, donde aún seguía mi madre leyendo su libro, me quedé embelesado mirando un cuadro que tenían mis padres en la pared, justo encima del sofá donde estaba mamá. Tras un rato mirándolo, recordando todo lo que me había dicho papá y sopesando qué significaba ese sentimiento que me recorría por todo el cuerpo, me di cuenta de que ya sabía lo que quería ser de mayor. Contento y alegre empecé a correr de arriba abajo por toda la casa, mientras gritaba en voz alta que quería hacer con mi yo del futuro:

—¡Quiero ser rey! ¡Quiero ser rey! ¡Quiero ser rey!

Futuro: que está por venir y ha de suceder con el tiempo; que todavía no es pero va a ser7.

CAPÍTULO 5

Patriota y Chepas

La fantasía, aislada de la razón, solo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos.

Francisco de Goya

Eran casi las 4 de la madrugada cuando me desperté. Había sido tan emocionante descubrir qué quería ser de mayor. Me sentía tan feliz y alegre que no paré de dar saltos hasta después de media hora. Mis padres pensaban que me había vuelto loco. Aun así, los había visto a los dos contentos después de mucho tiempo. Mamá porque siempre se ríe cuando hago el tonto, y papá porque le alegraba que su hijo quisiera ser un auténtico patriota cuya aspiración era convertirse en rey. Aunque también había dicho que para serlo debía de haber nacido con esos privilegios, se alegraba de que tuviera esas aspiraciones «tan dignas».

Fui directo al cuarto de baño. No sabía muy bien por qué, pero últimamente siempre me despertaba a la misma hora para hacer pis. No tenía ni idea de qué significaba, como de costumbre, pero al menos sabía que tras eso me quedarían otras seis horas de sueño, ya que el día siguiente era domingo. Haría mi redacción por la mañana para así tener el resto del día libre y poder hacer el vago para terminar el fin de semana.

Cuando llegué a la habitación, pegué un salto y me puse en guardia. Había dos figuras extrañas junto a mi cama, así que, pensando que podrían ser mis padres encendí la luz de la lamparita. Me quedé boquiabierto al ver lo que tenía ante mis ojos.

Eran dos hombres mayores, de una edad similar o poco mayor a la de papá. Dos extrañas personas cuyas caras me resultaban familiares.

—¡Hola, soldado Francisco! Es un orgullo para mí ver a un auténtico patriota como tú —dijo uno de ellos.

—¡Hola! Camarada Francisco. Me alegra ver un chico con un espíritu social tan fuerte como el tuyo. Es un honor poder conocerte —dijo el otro.

El primero que habló era un señor cuya cara me resultaba bastante familiar. Su apariencia me recordaba al malo de la película de Aladdín. Tenía una barba oscura y su pelo parecía del mismo color. Llevaba lo que parecía ser una especie de uniforme militar. Una camisa azul clara con unos pantalones verdes y un gorro de color verde claro. Iba montado encima de una cabra, la cual llevaba el mismo gorro encima de su cabeza. Cuando hizo su saludo, levantó el brazo hacia arriba con la mano abierta. La cabra rumió y él la acarició.

El otro también me sonaba, creo que, al igual que el primero, de haberlo visto por la televisión. Tenía un aspecto raro, parecía una especie de hombre ratón con coleta y perilla. Llevaba una camisa de manga corta y unos pantalones normales. Todo bastante normal, salvo su aspecto extraño. Lo que me llamaba la atención era que tenía una capa, como intentando ser un súper héroe. La capa era de color rojo, amarillo y violeta y mientras me saludaba, levantaba el puño en alto.

—¿Quiénes sois vosotros? —pregunté intrigado.

—Yo soy «Capitán Patriota», ¡el azote del comunismo! —dijo el primero.

—Yo soy «Súper Chepas», el líder de la oposición contra el fascismo —dijo el segundo.

—¡Os conozco! ¡Os conozco! —dije yo contento—. ¿Y por qué estáis aquí? ¿Por qué habéis venido a mi casa? —les volví a preguntar intrigado.

La verdad es que no entendía muy bien cómo habían entrado en mi habitación. Papá tenía muy buena seguridad en la casa. Hasta teníamos rejas en las ventanas. Decía que no se fiaba de que pudiera entrar algún delincuente extranjero y nos atracara, que últimamente estaba habiendo muchos robos por la zona. Aun así, me alegraba la visita, parecían bastante divertidos y todo lo que pudiera hacerme reír me gustaba.

—Yo he venido para asegurarme de que tomes el camino adecuado en la vida. El camino del auténtico patriota español, el que se preocupa por los suyos y quiere lo mejor para España —dijo Capitán Patriota.

 

—Y yo he venido para intentar que sigas un camino bueno y solidario, que respetes a los demás y no te dejes influenciar por este —Señaló a Patriota—, que seguro que te come la cabeza con falsas ideas «nacionales» y te acabas convirtiendo en un fascista.

—Habló el comunista bolivariano… —le contestó Patriota.

—¿Qué te tengo dicho de insultarme delante de los niños? —Preguntó Chepas.

—¡Perdona, corazón! Ya sabes que a veces me pierdo en el personaje —se disculpó Patriota mientras le acariciaba la mano con la suya.

No tenía muy claro si se llevaban mal o eran amigos. Tras este último comentario, se miraron mientras sonreían.

—La cuestión es —aclaró Patriota— que hemos venido para ayudarte. Bueno, al menos yo intentaré que puedas conseguir tu propósito.

—¡Sí! Ambos pensamos que puedes convertirte en rey, pero cada uno tiene sus propias intenciones respecto a tu plan de ser monarca —dijo Chepas.

—Ya estamos con las intenciones… —Le reprochó el Patriota.

—¿Qué quieres que te diga? Por mucho que esté de acuerdo con el sueño del chiquillo, no deja de ser una institución anacrónica impropia de nuestra Edad Contemporánea, y encima castiza…

—Bla, bla, bla —le interrumpió el Patriota, haciendo muecas y moviendo su mano como si fuera una boca. Mientras, Chepas parecía disgustado por la falta de respeto.

—A ver, jovencito, —dijo Patriota—. ¿Tú quieres ser rey, verdad?

—¡Sí! —Grité percatándome de que lo había dicho muy fuerte—. ¡Sííí! —dije en voz más baja.

—Muy bien, niño —dijeron varias voces a la vez.

De repente, se le desabrochó un poquitín la camisa de patriota y aparecieron cuatro mini monos pequeños cuyas caras me sonaban de haberlas visto por televisión. Uno tenía el pelo muy blanco y alborotado. Los otros dos eran bastante parecidos. Tenían el pelo oscuro y bien peinado con la diferencia de que el más grande llevaba gafas y el pequeño no. La última parecía una señora mayor de cara arrugada y pelo castaño. Eran bastante feos, pero aun así, me hicieron gracia.

—¡Viva el rey Francisco! —dijeron los cuatro.

—Paquito, Edu, Fede y Anita, os tengo dicho que cuando trabajo no me tenéis que molestar —les dijo Patriota.

—Pero, padre —gritaron los cuatro—, es que queremos ver al futuro rey de España.

—Nada, niños, descansad, que mañana tenéis que trabajar, así que idos a dormir. Esos bulos y ese odio hacia el gobierno chavista no se van a hacer solos —explicó Patriota.

—Está bien, papá —respondieron los monos.

Se escondieron tras la camisa y este se la abrochó. Daba la sensación de que los estaba amamantando como hacen las gatas con sus gatitos. Eso también me hizo mucha gracia.

—Bueno, el caso es —continuó Chepas— que a ambos nos parece una idea sensacional que quieras ser rey. Nuestros distintos sectores de trabajo entienden que tu iniciativa es buena, pese a que cada uno tenga una intención diferente de cara al futuro con respecto a ello.

—Pero la cosa es que dudamos de cómo vas a llevarla a cabo —dijo Patriota—. Te vemos mucho potencial, yo en mi equipo y este —señaló de nuevo a Chepas— en el suyo. Primero debemos ir a lo importante. ¿Cómo tienes pensado ser rey?

Los miré sin saber qué decir, la verdad. Había dicho que quería ser rey de mayor, pero ahora que me lo planteaban no tenía ni idea de cómo iba a llegar a serlo. Me sentía como un tonto. ¿Cómo iba a ser rey solo con pensarlo?

—Pues la verdad que ahora que lo decís no tengo ni idea de cómo voy a ser rey. Quería ser alguien importante, con mucho tiempo libre para jugar con mis amigos y que ganara un montón de dinero. Eso es lo que se me ocurrió después de hablar con mi padre.

—Sí, pero no se te ocurrió que para ser rey —comentó el Chepas— tienes que haber nacido príncipe.

—Pues, ahora que lo dices, no se me había ocurrido, la verdad —dije decepcionado—. ¡Jolín! Me estáis poniendo triste.

—No te pongas triste —explicó Patriota.

—Que —siguió Chepas.

—Nosotros —continuó Patriota.

—Tenemos —prosiguió Chepas.

—La —dijo Patriota.

—Solución —concluyó Chepas.

Su charla parecía tan preparada como natural.

—¡Bien! —exclamé, alegre y contento.

Otras voces aparecieron de la nada.

—Chico, solamente tienes que hacer lo que te digamos —comentó alguien desde el fondo de la habitación.

De repente, apareció lo que parecía una especie de hombre-bebé montado en un triciclo de niños, paseado por una señora mayor con nariz larga y sombrero de bruja. Me sobresalté.

—No te asustes, Francisco. Estos son mis secretarios —dijo el Chepas calmándome.

—No sé, chicos, todo esto me parece muy raro. ¿Seguro que no me he muerto de un ataque de asma y estoy soñando? —dije desconcertado.

—Para nada, chaval —dijo Patriota mientras me daba un pellizco en la mejilla.

—¡Ay, Ay! —exclamé— ¡Sí que es real! —dije alegre y feliz.

Me alegraba mucho tener dos nuevos amigos. Nunca estaba de más, y mucho mejor si eran dos súper héroes que salían por la tele. Antonio se iba a morir de envidia cuando se lo contara.

—Bueno, joven camarada —dijo Chepas—. El plan es el siguiente: como no puedes ser rey directamente porque no eres hijo de ninguna casa real, lo que tienes que hacer es casarte con una princesa.

—¿Casarme? ¡Puaj! —pregunté asustado— ¡Yo no quiero casarme! Si solo soy un niño. Aunque ya me están saliendo pelillos en el bigote —dije señalándome la cara.

—Hombre, no. No tienes que casarte ya. Lo que puedes hacer es convertirte en un buen amigo de la princesa Manuela, que es la heredera al trono. Debes seguir con tus estudios y esforzarte para que, así, cuando seas mayor, puedas casarte con ella y ser rey. Solo de esa forma podrás conseguirlo.

—¿Manuela? Es la primera vez que oigo ese hombre —dije intrigado.

—Ambos sabemos que te gusta esa pequeñaja bolivariana —dijo Patriota—. Lo sabemos todo sobre ti. Pero tenemos que decirte que tú a ella no le gustas.

—Eres… ¿Cómo decirlo suavemente? Su «mejor amigo». A ella quien le gusta es Carlos, aunque la pobre no sepa que es homosexual —explicó Chepas.

—Sí… que decepción se llevará la pobre cuando se entere de que Carlos tiene plumilla —dijo patriota.

No daba crédito a lo que me estaban diciendo, era mucha información de golpe. ¿Casarme con la princesa Manuela? ¿El mejor amigo de Eva? ¿No le gustaba? ¿Carlos homosexual? Estaba hecho un lío, más que ayudarme, estaban metiendo ideas cada vez más extrañas en mi cabeza.

—¿Y cómo sabéis todo eso? —pregunté molesto—. Y más importante, ¿qué beneficio sacáis vosotros si me convierto en rey?

Ambos, con expresión divertida, me miraron fijamente.

—Lo sabemos todo sobre ti —dijeron los dos a la vez.

—Yo —dijo Patriota— y mi gremio vemos en ti la única posibilidad de crear una España casta, patriótica y grande. Eres nuestro paladín para luchar contra estos —señaló al Chepas—. Eres la única esperanza para acabar con los comunistas bolivarianos. Por ello, necesitamos que te conviertas en rey y que seas el líder de nuestro ejército de auténticos españoles.

—Y yo —dijo el Chepas— pretendo que una vez seas rey, puedas destruir esa institución desde dentro. Dando la libertad que se merece el auténtico pueblo español y no la supuesta «libertad» que quiere este: la panza llena para sus socios banqueros, empresarios y ricachones —señaló a Patriota—. Sus amigos «Los Cayetanos».

—!Cariño! ¿Ya estamos con lo de facha otra vez? —Le reprochó Patriota.

—¡No te he dicho facha en ningún momento! —Dijo Chepas.

—Qué raro, es lo que siempre dices cuando no sabes qué más decir… —dijo Patriota.

—Sabes que…

Mientras Chepas hablaba y daba un discurso súper raro que ni yo entendía, Patriota hacía gesticulaciones con la mano como había hecho antes y le sacaba burla. La verdad es que, en cierto modo, me habían convencido. En el fondo, sabía desde hacía tiempo que no le gustaba a Eva. Era mi mejor amiga, eso sí lo sabía, y me hacía muy feliz ser yo el suyo. Tomé la decisión de aceptar su consejo, aunque no sabía muy bien cómo iba a llevarlo a cabo.

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