Cenicienta trabaja en Wall Street

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Si tus padres te decían de pequeño: «El dinero no cae del cielo» no era para fastidiarte. Tal vez a ellos les educaron en la cultura del esfuerzo y la austeridad y quieran algo parecido para sus hijos. O ven que tienes mucha tendencia a gastar todo lo que cae en tus manos y piensan que el mensaje «el dinero es escaso» puede animarte a gastar menos.

Otro de los mensajes que nos han transmitido con mucha frecuencia es: «No hay recompensa sin esfuerzo». Nos invita a trabajar mucho para conseguir nuestros objetivos. Esto no es bueno ni malo. Pero imagina que hay algo que se te da fenomenal y puedes hacer sin esfuerzo (todos tenemos alguna cualidad así). Por ejemplo, tocar la guitarra o bailar. Si tu creencia está muy arraigada, puedes pensar que es imposible hacer de tu pasión un medio de vida. Crees que no mereces cobrar por hacer eso que se te da bien, porque te encanta y no te supone esfuerzo.

Como ves, ser consciente de nuestras creencias es muy valioso para que no acaben controlando nuestra vida. Un poco más adelante en el capítulo te sugeriré dos vías para ponerlas al descubierto y seguir avanzando en nuestro camino.

Pero antes te sugiero dar un pequeño paseo por algunas de las creencias que condicionan nuestra relación con el dinero. Si en alguno de estos apartados te sientes identificado, es útil apuntarlo en tu «cuaderno de bitácora» para poder explorar más adelante.

Principales creencias sobre el dinero:

1.«Más es mejor»: El miedo a soltar

«Si lo doy, lo pierdo.» «Más es mejor.»

Como si fuéramos «urracas humanas», nos han enseñado a acumular, ahorrar y retener.

Tal vez esta creencia viene de etapas de la historia anteriores (guerras y momentos de escasez). Nos condiciona a ir «sobrecargados» de posesiones, enseres, utensilios, que tal vez fueron valiosos en otra época de nuestra vida, pero que ahora solo sirven para despistarnos. Llenamos nuestra casa y nuestra vida de objetos inútiles, de relaciones que nos apetecen poco o nada, de encuentros por compromiso, de prendas de ropa que no nos hemos puesto en los últimos quince años.

¿Tan difícil es soltar lo que ya no nos vale?

Nos sentimos culpables por decir a nuestros amigos que no nos apetece verles cada sábado, o por dejar de hacer cada fin de semana esa comida que ya no le gusta a nadie pero es una tradición.

¿Cómo se manifiesta esto en nuestra relación con el dinero?

Hemos aprendido que tener más es mejor. En ocasiones, eso nos impide disfrutar del «fluir del dinero»:

«Si me decido a hacer ese curso, me quedaré sin ahorros.» «Si me arriesgo a hacer esa inversión, puedo quedarme sin nada.»

En muchas circunstancias de la vida, ganar es perder y viceversa. No te atrevías a dejar un trabajo y gracias a hacerlo tienes oportunidad de dedicarte a tu verdadera vocación. O gastas dinero en hacer ese curso tan caro y consigues el puesto de trabajo que tanto deseabas. En nuestra educación nos enseñan a «agarrar y acaparar». Soltar es muy liberador.

Tengo un ejemplo personal muy esclarecedor de «menos es más». Me encanta el Camino de Santiago. Voy cada año desde 2007… y los que me quedan. Recuerdo uno de mis primeros caminos, preparando el equipaje para que no me faltase de «nada»: ropa, comida, cosas de aseo, medicinas… Cuando colgué la mochila en mis hombros, mi cuerpo venció hacia atrás. Me quedé tumbada boca arriba sobre la mochila, mirando al techo y partiéndome de risa.

Ese día entendí que era mucho más práctico y placentero confiar en mí misma y en mi capacidad de resolver las cosas que me fuera encontrando a llenar la mochila de cachivaches para prever cualquier necesidad.

Nunca en esas expediciones me ha faltado nada. Todos los peregrinos están dispuestos a ayudar y lo hacen con gusto. Si llevara todo previsto y calculado, no habría vivido tantas experiencias compartidas. Ligero de equipaje se viaja muy a gusto.

Otro ejemplo de peregrinos:

En el camino de Santiago de 2019 conocimos a Joe. Venía desde su casa en Portugal con una mochila ligera y haciendo el camino sin dinero. Quería demostrarse a sí mismo que podía confiar: comer y dormir muchos días seguidos contando con la colaboración de las personas que encontraba. A nosotras nos regaló su compañía y uno de los panes más ricos que habíamos probado hasta entonces. A cambio compartimos con él nuestra historia, unas cervezas y muchísimas risas. En cada etapa del camino, Joe regalaba a la gente todo lo que le sobraba de los donativos recibidos en forma de comida, ayuda, productos de la tierra… Desde la fundación Vencer Autismo ayuda cada año a miles de familias con niños autistas en todo el mundo. La experiencia del camino le ayudó a aprender a confiar para seguir avanzando en sus proyectos. También hizo un vídeo para compartir su experiencia (en el minuto 41 hablamos de nuestro encuentro).

La vida es un flujo continuo de cosas y situaciones inesperadas. Soltar abre el camino a lo nuevo y ayuda a cultivar tu confianza.

2.Identidad

«Los Pérez somos derrochadores.» «Los abogados no sabemos de finanzas.»

Te identificas con una familia, un gremio, un vecindario… y haces tuyas características de ese colectivo para ser parte del clan.

Es cómodo saber cómo eres, pero te resta libertad para poder ser otras muchas cosas. Y algunas de esas creencias se convierten en profecías autocumplidas:

Si piensas que «en tu familia no tenéis oído musical» es fácil que desentones cada vez que te pones a cantar o a tocar un instrumento. Tu miedo a hacer el ridículo o a equivocarte te impulsa a evitar todo lo relacionado con la música.

Profecía autocumplida: piensas que se te da mal, y lo haces mal. Generalmente son boicots que nos ponemos a nosotros mismos. Si detectas en tu vida alguna de estas sentencias, te invito a cuestionarla.

Te propongo un ejemplo inverso: mi abuelo y mi tío paterno eran marinos. Creo que se les daba muy bien todo lo relacionado con la mar. Yo vivo en Madrid (tierra de secano). Me llama mucho la atención navegar, pero no tengo ninguna habilidad especial en la materia. Que mi abuelo y mi tío fueran buenos navegando no me da a mí esos conocimientos. Si estas herencias no ocurren para bien (yo no nací con una habilidad innata para navegar), ¿por qué estamos tan convencidos de que para mal sí se cumplen (malos cantantes)?

¿Cómo se manifiesta esto en nuestra relación con el dinero?

Quedamos «enganchados» a las historias «de nuestro grupo» (social, vecindario, familiar), generalmente a las menos amables: «Los de Valdecabra nacimos para ser pobres».

En muchas ocasiones las utilizamos de excusa para no intentar nuevos caminos. Si este es tu caso, te propongo que dejes abierta una ventana de exploración de tu singularidad. Por ejemplo, si piensas que en tu familia despilfarráis el dinero puedes preguntarte: ¿Toda la familia despilfarra dinero? ¿No hay nadie que haga lo contrario en la familia? ¿Siempre habéis sido derrochadores? Tal vez recuerdas alguna escena (aunque solo sea una) en tu vida en la que fuiste capaz de ahorrar y planificar. Si pudiste hacerlo una vez, puedes repetirlo cuando quieras. ¿Te atreves a ser comedido por un día? ¿Quién te contó que eras así? ¿Te apetece seguir siéndolo? ¿Qué pasaría en tu vida si dejaras de ser derrochador/ahorrador? Retar tus creencias es una forma divertida de traspasarlas.

Y un pequeño consejo para practicar desde hoy: utiliza a tu favor el poder del lenguaje. Esa vocecita interna que nos habla en la cabeza en ocasiones nos cuenta cosas poco amables sobre nosotros mismos: «Soy perezoso»; «Se me da fatal hablar en público»; «Soy un desastre»…

En gran medida, somos aquello que pensamos sobre nosotros mismos. Hacerte amigo de esta voz y empezar a formular afirmaciones más amables puede cambiar tu vida. No hace falta que me creas, pero tampoco pierdes nada por probar. En lugar de «soy perezoso» puedes decir: «Estoy aprendiendo a ser más proactivo». En lugar de «soy un desastre»: «Estoy en el proceso de aprender a ser más organizado».

En vez de etiquetarte con las cosas que no te gustan o te limitan, puedes abrir caminos alternativos. Cada una de tus frases que empiece por «yo soy» es una oportunidad para provocar en ti el cambio que deseas. ¿Te animas a explorar?

3.¿Qué pensarán de mí? ¿Qué pienso yo de mí?: Referentes internos y externos

Hay cosas que no nos atrevemos a hacer por el «qué dirán» (nudismo en la playa, comprar un descapotable, ir solo al cine o de viaje…). A mí también me ha pasado. Y al final, como soy curiosa, no he tenido más remedio que experimentar con esas situaciones «tan difíciles para mí». He viajado sola por toda España y por partes muy recónditas de África, Sudamérica y Europa. He conocido en esos viajes a personas que también disfrutaban viajando solas, muchas de ellas siguen en mi vida desde hace años. Hubiera sido muy difícil conocerlos si hubiera viajado acompañada.

Para empezar a viajar «conmigo misma» tuve que vencer muchas barreras mentales: ¿Qué pensarán de mí los que me ven cenando sola en un restaurante? Y si me pasa algo en la otra punta del mundo estando sola: ¿Qué pensarán mis padres (hijos, amigos…)? Estas y otras preguntas similares eran barreras invisibles que me impedían emprender aventuras. Hasta que hace quince años una mañana de abril subí la bici a mi coche y me fui a explorar el sur de Francia sin un rumbo fijo. Hablo un francés muy básico, pero me resultó sencillo hacerme entender. Muchos completos desconocidos compartieron un café, un trecho de camino, alguna historia… Casi nadie preguntó si viajaba sola o por qué lo hacía. Desde entonces, con destinos diferentes, he repetido muchas veces esa experiencia. El «qué pensarán de mí» lo dejo en casa y disfruto muchísimo de lo que la vida me ofrece en esos viajes.

 

¿Cómo se manifiesta esto en nuestra relación con el dinero?

He conocido a muchas personas que no se atreven a tener dinero por el «qué dirán/pensarán» (o por el «qué diré yo de mí mismo»).

Si en tu infancia escuchabas a menudo que «el dinero corrompe a las personas», es posible que cultives una predisposición negativa a tener dinero. Inconscientemente piensas «yo no quiero ser corrupto». Así que cuando ganas dinero suficiente para vivir una vida holgada, lo gastas inconscientemente en cosas sin utilidad. Así evitas «ser de los malos».

También se da el caso contrario: personas que gastan más de lo que ingresan con el fin de aparentar ser ricos. Les da vergüenza que los vecinos les vean con un coche de «poca categoría» o en una casa humilde, o comprando en un supermercado barato. «Vivir de las apariencias» es otra forma de esclavitud hacia el dinero.

Trabajé durante dieciocho años en una entidad financiera. Mi oficina estaba en la sede social del banco. En el garaje aparcaban los grandes jefazos y los «pobres mortales». Mis compañeros se fijaban mucho en qué coche conducía cada cual, y tenían mucho cuidado en no llevar un coche mejor que el del director general: «Puede pensar que me va demasiado bien, y entonces no me subirán el sueldo». Algún enamorado del motor conducía un coche deportivo de alta gama pensando: «Los que vean que conduzco este coche pensarán que soy un triunfador».

No sé si los jefes del banco se fijaban en el parque móvil, pero tal vez es el momento de empezar a olvidarnos de qué pensarán los demás y conducir el coche que mejor nos venga.

Otro ejemplo que seguro que has vivido:

Viajando por España, en determinadas regiones es habitual que una persona invite (en turnos rotativos) a todos los que la acompañan a tomar algo (Asturias, Euskadi). En otras es de lo más natural dividir cualquier consumición entre el número de comensales o juntar un bote común. ¿Te resulta violenta una u otra opción? Yo suelo aceptar sin juzgar lo que sea costumbre entre ellos. Los que invitan no lo hacen por aparentar: es costumbre en la zona. Los que reparten no son juzgados de tacaños: siguen un hábito cultural.

Como ves, todo es interpretable, así que vivir del juicio ajeno puede resultar difícil si tratas de agradar a todo el mundo.

Solo tú vas a vivir tu vida. Y solo ahora. ¿A qué esperas? ¿Para qué te sirve la aprobación externa? Tal vez eres tú mismo el que no te aceptas tal cual eres. ¿Te sientes esclavo de esa imagen que te has formado de ti mismo y sostienes a toda costa ante los demás?

Para empezar a superar esta dependencia de la opinión externa, sería valioso retar alguna de esas creencias negativas que tenemos acerca del dinero. Por ejemplo, si piensas que «todos los ricos son corruptos», puede ser útil comparar personas que tengan una gran fortuna. ¿En qué se parecen Warren Buffet, Lady Gaga, Amancio Ortega y Rafa Nadal? Son bien distintos entre sí, tal vez también en su relación con el dinero.

Para independizarte del juicio ajeno puede ser de utilidad empezar a permitirte comportamientos distintos a los habituales. Si siempre eres el que invita a los amigos cuando salís de fiesta, pide que te inviten el próximo día que quedéis. ¿Cómo te sientes? ¿Para qué te sirve invitar siempre? Tal vez quieres que te acepten y te quieran por tu generosidad.

La gente que de verdad te estima te acepta tal cual eres (rico o pobre, generoso o tacaño). ¿Eres capaz de aceptarte tú en cualquier faceta?

Figurar ser lo que no somos nos empobrece y nos cierra caminos en la vida. Te invito a explorar otras opciones, olvidando qué pensarán de ti.

4.Beneficios secundarios

«Después de una temporada de trabajo frenético, me pongo enfermo» (y al fin descanso)

Si tu relación con el dinero no es tan próspera como desearías, puedes preguntarte: ¿Para qué te sirve no tener dinero? ¿Qué cosas dejarías de hacer si lo tuvieras? En ocasiones existen beneficios ocultos tras una actitud que aparentemente no nos gusta. Te comparto un caso real:

Eladio tiene cincuenta y cinco años y sigue viviendo con sus padres. Cuando lo veo, siempre comenta que el dinero no le llega para nada. Dice que le gustaría tener su propia casa y su independencia, pero no ve cómo conseguirlo. Tiene un buen trabajo desde hace más de veinte años. Le gusta salir y viajar, pero no asume gastos excesivos. ¿Por qué no le llega con su sueldo para organizar una vida independiente? Indagando en ello, reconoce que tiene un vínculo muy fuerte con sus padres: le gusta salir con su madre a la compra, con su padre de paseo… Si ahorrara lo suficiente para vivir en su propia casa, tal vez estos pequeños placeres desaparecerían. En consecuencia, no ahorra y así puede seguir donde está (beneficio secundario).

Vivir con sus padres no es ningún problema. Pero sin darse cuenta, se está privando de la libertad de elegir. Sería distinto si decidiera ahorrar el dinero suficiente para tener su casa y aun así siguiera viviendo en la casa paterna.

Muchas veces nuestra relación con el dinero se ve perturbada por estas «circunstancias ocultas».

¿Qué pasaría en tu vida si ganaras el dinero que deseas? ¿Qué cosas no podrías seguir haciendo? (quejas, lamentos, críticas…) ¿Qué tendrías que cambiar? (formación financiera, entorno social o laboral…)

Te resumo un cuento de Jorge Bucay que me hizo pensar sobre esto. Se titula «La vaca».

Un maestro y su discípulo paseaban por un terreno muy pobre y yermo, donde vivía una pareja muy humilde con sus tres hijos pequeños. La familia le explicó que su medio de vida era una vaca vieja que pastaba en el exterior. La vaca daba unos cuantos litros de leche, que la familia en parte vendía o intercambiaba por otros alimentos y en parte aprovechaba para su propio consumo.

Cuando despidieron a esa humilde familia, el maestro ordenó al discípulo matar a la vaca. Éste obedeció con horror.

Años más tarde, lleno de culpa y remordimiento, el discípulo volvió a este lugar. Encontró unas tierras fértiles y prósperas y una casa llena de comodidades. Preguntó por la familia que vivía allí hace cuatro años. «Somos nosotros», respondió el padre. Asombrado, el discípulo preguntó cómo había sido posible tal transformación. «Verás. Teníamos una vaca que cayó por un precipicio y murió. Nos vimos entonces en la necesidad de desarrollar otras habilidades que ni siquiera imaginábamos: agricultura, pesca, comercio…».

Como ves, la vaca —aparentemente un medio de vida— era a la vez una excusa para dejar de explorar otras alternativas.

A veces nuestra «vaca» se llama «un trabajo estable», o «un entorno social o geográfico conocido» (puedes rellenar este espacio con tu propia vaca). No es necesario «matar a la vaca» (un despido, por ejemplo) para explorar opciones/habilidades diferentes que tal vez sean la llave para cultivar tu propio vergel. Hoy es un buen día para empezar a investigar.

No conseguir lo que en teoría deseamos conlleva ventajas más o menos explícitas. Tomar conciencia de ello es un ejercicio de coherencia y libertad.

5.Culpa y victimismo

«Por culpa de mi jefe no tengo un sueldo digno»

«Mi banco me ha engañado, he perdido todos mis ahorros»

De todas las creencias sobre el dinero, la culpa es potencialmente la más destructiva y limitante. Culpa y victimismo son dos caras de una misma moneda. Y actualmente están muy subvencionadas por la sociedad.

Es cierto que cuando alguien se siente víctima y habla de ello, ese desahogo tiene un impacto positivo a muy corto plazo: momentáneamente te sientes liberado de tu «pena».

El problema surge cuando nos quedamos enganchados en esa situación y entramos en un bucle sin salida: si otra persona es responsable de «mis males» le estoy otorgando a la vez todo el poder para solucionarlos. En definitiva, pierdo completamente el control de mi destino y cedo la solución de mi problema a un «ente externo» que además es «mi agresor».

Amalia lleva veinte años trabajando en puestos similares de diferentes entidades financieras. Se siente muy capacitada para hacer su trabajo… y a la vez muy aburrida y poco valorada por sus jefes directos. Se queja a todo el que quiera escuchar de la incompetencia de sus superiores, de su poco reconocimiento en la empresa, de su sueldo, siempre demasiado bajo respecto a lo que ella aporta.

Cuando le pregunto qué piensa hacer al respecto, me mira perpleja. «¿Yo?»

Tal vez es más «rentable» seguir en la queja y el disgusto (víctima) que explorar otras alternativas laborales, o hablar con sus superiores para pedir lo que cree que merece.

Muchos de los clientes (víctimas) que han puesto demandas judiciales contra sus bancos (verdugo/agresor) por haberles vendido productos inadecuados acaban volviendo a invertir el dinero que recuperan en los procesos judiciales en la misma entidad financiera (y hasta en la misma sucursal y con el mismo director/a). Como diría Obélix: «Están locos estos humanos».

Te comparto una historia de victimismo respecto al dinero que viví hace unos meses recorriendo el camino de Santiago.

En un recodo del bosque, en una de las últimas etapas del camino portugués había un hombre sellando credenciales y ofreciendo fruta a los peregrinos. Nos paramos un rato con él y nos contó su historia: «Hace cuatro años yo era un hombre poderoso. Gané mucho dinero (no nos contó cómo, pero nos sugirió que traficaba con productos de dudosa legalidad). Conducía un coche deportivo, acudía a muchas fiestas, era la imagen del éxito social.»

Una noche conducía su descapotable por esas carreteras gallegas a más de 200 km/h y en estado de embriaguez. Tuvo un gravísimo accidente del que todavía se estaba recuperando. Nuestro nuevo amigo no paraba de repetir: «maldito dinero».

Yo le dije con cariño: «No sabía que el dinero conducía borracho coches deportivos a gran velocidad».

Para nuestro nuevo amigo era tan doloroso reconocer su responsabilidad sobre lo ocurrido que había encontrado consuelo en este recurso de «culpar al dinero».

Como sabes, el dinero (por ahora) no tiene vida propia. Es incapaz de conducir o corromper por sí solo. Precisa de la ayuda de los humanos para esos menesteres. Muchas veces culpamos al dinero (o al jefe, o a tu pareja…) de esas cosas que no nos atrevemos a reconocer como propias. Y aunque sea un alivio momentáneo, esto no va a solucionar nuestro agobio/frustración/tristeza o ansiedad por lo ocurrido.

El antídoto de la culpa es la responsabilidad. Si me atrevo a tomar las riendas de mi vida, tendré que aceptar que muchas veces me equivoco y hago cosas inadecuadas. Pero a la vez podré disfrutar del poder de resolverlas por mí mismo: al fin y al cabo, si yo lo he hecho, yo soy capaz de solucionarlo.

En nuestra relación con el dinero este juego de «víctima/culpable» se da muy a menudo:

•Si invierto mi dinero y si las cosas no van bien, es culpa del banco que no me explicó cómo funcionaba el producto.

•Si mi hipoteca acaba siendo más cara que lo que yo esperaba, demando a la entidad financiera por haberme engañado.

•Por si acaso los clientes me demandan, les hacemos firmar setecientos documentos de conformidad cada vez que entran por la puerta de una sucursal.

No tomo partido por bancos ni clientes de banca, pero creo que ya va siendo hora de deshacer este círculo vicioso. Sin duda, muchos productos se han vendido facilitando información inexacta o errónea a los clientes. La forma de evitar que esto vuelva a ocurrir en el futuro es que cada una de las partes implicadas asuma la responsabilidad que le corresponde.

Creo que es importante que los clientes decidan junto con sus asesores lo que quieren en un futuro, y que entiendan el funcionamiento básico del «juego de las inversiones». Y es importante que los bancos y empresas de asesoramiento se comprometan a hacer este camino de aprendizaje sencillo para sus clientes. Hacer al inversor copartícipe en la toma de decisiones y en el seguimiento de sus objetivos para cambiar la palabra culpa por responsabilidad: habilidad para responder de tus propias decisiones.

6.Fidelidades familiares

«De tal palo, tal astilla»

«El hijo de la gata ratones mata»

Como nos recuerda el refranero popular, las costumbres de nuestros padres nos condicionan. Si mis padres fueron de «origen humilde», tal vez me vea obligada a tener un estatus social parecido para ser digno miembro de mi clan. O —por el contrario— entre en una carrera frenética (y muchas veces inconsciente) por convertirme en alguien con mucho dinero para demostrar a mi clan mi valía.

 

Los problemas de herencias, peleas familiares por dinero, injusticias relacionadas con las finanzas… se traspasan de generación en generación. También la visión que tu clan tiene sobre el dinero.

Si de pequeño te contaron que el dinero es sucio o trae problemas, es muy probable que seas fiel al mensaje y rechaces inconscientemente tener dinero.

Marisa, empleada de un banco, vino a preguntarme por una «pequeña manía» que tenía desde niña. Nunca lleva dinero en efectivo en la cartera. Esto no tendría ninguna importancia, si no fuera porque ella lo siente como un problema: vive en un pueblo y a veces para a comprar el pan, o dejar una propina, o comprar el periódico en el quiosco necesita dinero en efectivo. Por más que trata de recordar llevar en la cartera alguna moneda, se le olvida una y otra vez. Explorando en su pasado encuentra el origen de esta costumbre: cuando era pequeña, su abuela le contaba insistentemente la historia de sus bisabuelos, que perdieron todo el dinero que tenían por depositarlo en un banco. El mensaje inconsciente de Marisa es: «Si no saco el dinero de casa, no lo pierdo». Además, trabaja en una entidad financiera, tal vez para poder vigilar de cerca el dinero y que no le pase lo mismo que a su familia.

Somos herederos inconscientes de las vivencias de nuestras familias. A veces, es suficiente con tomar conciencia de ello (¿de dónde me viene a mí esto?) para liberarnos de estas lealtades invisibles.

Dedicaremos un capítulo expresamente a estas herencias generacionales por la importancia que nuestra educación judeocristana puede llegar a tener en nuestra relación con el dinero.

7.Perfeccionismo

«Ahorraré cuando gane “tanto” al mes»

«Invertiré cuando haga ese máster de finanzas»

Tratar de hacer algo perfecto es una fantástica excusa para no hacerlo nunca. «Cuando empiece mi dieta, comenzaré a ir al gimnasio.» «Cuando crezcan mis hijos, me pondré a estudiar.»

Si esperas el momento y las circunstancias perfectas para ponerte a hacer eso que tanto postergas, es posible que nunca lo hagas.

Tengo una buena noticia para ti: perfecto no existe. Lo que a mí me parece maravilloso, a mi prima le espanta y a ti te deja indiferente. Hay casi tantos criterios como personas, así que «perfecto» es una palabra muy relativa: depende de cada cual.

Por eso, el mejor momento para empezar a hacer eso que deseas es hoy. Dar un primer paso, aunque sea muy pequeño (y no sea perfecto), es un fantástico incentivo para seguir caminando. Y a la vez rompes con el maleficio de seguir posponiéndolo.

El perfeccionismo puede llevarnos a la parálisis por análisis. Pero recuerda, se trata de hacer las cosas, no de hacerlas perfectas.

En la educación anglosajona, el error se considera una forma de aprendizaje. Es habitual que en una entrevista de trabajo te pidan narrar una situación en la que has fallado. Y está bien visto que tengas estas experiencias: significa que sabes resolver problemas sin amedrentarte (o asustándote y sabiendo salir de ellos, que también tiene mucho valor).

En esta parte del mundo, los errores tienen mala prensa. Tratamos de ocultar aquello que no hemos hecho de un modo excelente. Sin embargo y aunque sea doloroso, los errores son una buena escuela. Cada vez que no conseguimos lo que queremos, la vida nos regala experiencia y aprendizaje.

T. A. Edison, al dar a conocer al mundo la bombilla incandescente de alta resistencia declaró: «No fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos».

En sentido estricto, no fue Edison el inventor de la bombilla. Sin embargo, con mucho empeño, probó miles de materiales diferentes (entre ellos las fibras de más de 6000 plantas) para conseguir mantener el filamento encendido mucho tiempo. Si se hubiera desanimado con tanto ensayo y error, hoy el mundo sería diferente (y nos iríamos a dormir al anochecer como nuestros bisabuelos). Una historia de constancia y tesón que nos anima a aprender de esos intentos que no acaban como esperamos.

Los ocho matrimonios de Liz Taylor son otro ejemplo del triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Si no sale como esperas, al menos sigue intentándolo.

Esta actitud de perfeccionismo también nos sirve como excusa para no tener una relación armónica con el dinero:

«Cuando estudie finanzas empezaré a ahorrar.» «Como perdí dinero en bolsa, no invierto mis ahorros.» «Cuando tenga sesenta años empezaré a ahorrar para la jubilación.» El momento perfecto es enemigo de la acción. Atrévete simplemente a empezar y observa lo que pasa.

“Libérate de quien crees que deberías ser y abraza a quien realmente eres”.

Brené Brown. Los dones de la imperfección

8.Juicio excesivo

«Los ricos son avariciosos»

«Moriré pobre pero honrado»

“Cuando apuntas con un dedo, recuerda que tres dedos te señalan a ti”. Proverbio inglés

Si tienes una mala imagen de las personas «ricas», difícilmente te convertirás en uno de ellos.

Muchas veces esta imagen es inconsciente. Por eso es importante estar atentos a nuestro lenguaje verbal y corporal para detectar ese posible rechazo al dinero.

En ocasiones, en mis talleres sobre la relación con el dinero, me disfrazo de patrón de yate y hablo como el orgulloso propietario de un barco de muchos metros de eslora. Hay asistentes que se ríen con el teatro. Otros se muestran incómodos. No les gusta ver a una «ricachona» presumiendo de dinero.

Vemos fuera lo que no queremos reconocer en nuestro interior. Es más cómodo juzgar actitudes señalando a otros que reconocerlas en nuestra persona. En la psicología junguiana este fenómeno se llama «proyección». Este juicio dificulta tener una relación natural con la energía del dinero.

Imagina que vas de viaje a cualquier zona de Castilla pensando «De castilla el trigo, pero no el amigo». Es muy probable que encuentres gente poco amable, no porque el refrán sea cierto sino porque vas buscando corroborar el refrán. Y no tendrás ganas de mudarte a vivir a Castilla, con gente tan poco amigable.

Cuando una mujer espera un hijo, empieza a ver embarazadas por todas las esquinas. No es que haya más que antes: es que ahora se fija más en ello.

Del mismo modo, si piensas que los ricos son corruptos, encontrarás historias en tu entorno que te den la razón. Pero lo cierto es que hay muchas personas con dinero que son honradas y también hay gente con poco dinero que es corrupta. El problema es que si estableces un vínculo entre riqueza y corrupción, huirás del dinero como si fuera cianuro. Y en realidad el dinero no corrompe a nadie. Es cada persona la que elige y decide qué hacer con el dinero.

Retomaremos esto en el capítulo dedicado a la sombra del dinero.

Revisando tus creencias

Como comentábamos al inicio del capítulo, las creencias son una especie de GPS. Nos las instalamos cuando somos pequeños (con ayuda muchas veces de nuestros padres, tutores y cuidadores) con el fin de orientarnos en la vida (saber qué cosas se pueden hacer y cuáles no).

Es útil revisarlas de vez en cuando para decidir si nos siguen valiendo o toca actualizarlas.

Tal vez de pequeños nos venía bien esa creencia de «Hablar con extraños es peligroso». Cuando eres inocente e indefenso, esta creencia puede evitarte muchos sustos. Pero si hoy tienes cuarenta años y trabajas como relaciones públicas en una multinacional, esta creencia (probablemente ya innecesaria) puede arruinar tu vida laboral.

No se trata, en cualquier caso, de destruir las creencias, sino de reorientarlas para que nos sigan siendo útiles en cada etapa de nuestra vida. Pura adaptación al entorno. En vez de olvidarte de «Hablar con extraños es peligroso» tal vez quieras añadir «… cuando viajo a países poco seguros y paseo de noche por la calle». La creencia sigue siendo válida, pero ya no es necesario que te protejas de todo el mundo desconocido.

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