La casa de la don Juana

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LA CASA DE LA DON JUANA


MARGARITA MARTÍNEZ MARZÁ

LA CASA DE LA DON JUANA

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2018

LA CASA DE LA DON JUANA

© Margarita Martínez Marzá

© de la imagen de cubiertas:

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2018.

Editado por: ExLibric

c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

Centro Negocios CADI

29200 Antequera (Málaga)

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ISBN: 978-84-17334-46-8

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

MARGARITA MARTÍNEZ MARZÁ

LA CASA DE LA DON JUANA

Índice de contenido

PORTADA

TÍTULO

COPYRIGHT

ÍNDICE

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE JUANA Y LUIS

- 1 - PARA LA VIRGEN DE AGOSTO PINTAN LAS UVAS

- 2 - CRISIS

- 3 - UNA VISITA

- 4 - REENCUENTRO

- 5 - BODA

- 6 - SALUD

- 7 - LA CASA

- 8 - SÚPLICAS

- 9 - NO PUDO SER

SEGUNDA PARTE JUANA SIN LUIS

- 10 - GUERRA CONTRA JUANA

- 11 - VIAJE Y PACTO

- 12 - SOLEDAD

- 13 - EL JUICIO

- 14 - LA HERENCIA DE JUANA

- 15 - MÁS SOLEDAD

EPÍLOGO DESPUÉS DE JUANA

- I -

- II -

ALGUNAS ACLARACIONES

BIOGRAFÍA

A la auténtica Casa de la Don Juana.

Y a cuantos hemos vivido en ella.

Y al hogar que cada cual lleve en su

corazón.

Margarita Martínez Marzá

De: Amor constante más allá de la muerte

«Su cuerpo dejará no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, serán, mas polvo enamorado».

Francisco de Quevedo (1580 - 1645)

De: Más allá del amor

«Tú también perteneces a la noche.

Extiéndete, blancura que respira,

late, oh estrella repartida».

Octavio Paz (31/03/1914 - 19/04/1998)

INTRODUCCIÓN

Yo he vivido en esta casa. ¿Qué digo? Yo vivo en esta casa. Mi cuerpo se marcha, pero mi espíritu habita aquí, y nada ni nadie ha sido ni será capaz de desalojarlo jamás.

Fue proyectada hace más de un siglo para albergar el inmenso amor que mi esposo y yo nos profesábamos. Pero el proyecto no llegó a cumplirse del todo. El edificio no se terminó, excepto la vivienda principal y tan solo la habitamos un tiempo breve, aquel que quiso concedernos la vida, que es quien tuvo la última palabra. O creyó tenerla, porque nuestros sentimientos probablemente superarán la más imponente Ley Natural, la que dicen que no tiene vuelta atrás.

Nuestra historia no era una historia corriente, nuestro amor tampoco, y nosotros éramos seres predestinados desde la eternidad a gozar de delicias superiores, de magias infinitas, de un amor sin fin. Nuestro refugio debía ser tan especial como nosotros: magnífico y a la altura de nuestro amor, por eso habíamos pensado cada rincón de una casa de dos plantas, culminada por una terraza donde habitaran palomas, nuestras amigas.

En la ornamentación de la fachada, en cuyo escudo consta la fecha de su inauguración (1868), ya puede apreciarse un gusto estético, muy especial, único.

Nuestro pueblo no es muy grande, ni distinto a cualquier otro de los que hubiera conocido cuando llegué por primera vez, pero era el pueblo de él; nada más importaba. Si para algunos era uno más, para nosotros era el paraíso; cualquier lugar lo habría sido, pero el destino quiso que fuera este desde donde escribo, este que es ya mi pueblo. Se llama Frobiel.

Si venís, fijaos en la fachada de la casa de la que os hablo. Está en la calle de Fernando el Católico. Paraos un momento y detened la mirada en la ornamentación, sobre todo de los balcones del primer piso, el elegido como vivienda habitual. Veréis en el centro unos remates floreados en forma de arco, que están sobre los balcones. Y, en cada uno de ellos, observando todo lo que ocurre, un busto de mujer. Solo está en los balcones del primer piso y soy yo, Juana. Mi esposo quiso que mi rostro presidiera la planta noble de la casa, la que nosotros debíamos habitar, donde viviríamos y fundaríamos una familia a lo largo de los años. Los balcones del piso superior tienen el mismo tipo de barandillas, pero en cuanto a la ornamentación de la pared, es más sencilla, puesto que no estaba destinada a ser nuestra vivienda. No llegó a terminarse en su interior. La historia nos iba a ser adversa.

Si entráis en el interior de esta casa y os detenéis en los artesonados de los techos o en los dibujos de las baldosas multicolores, y también en los mosaicos, y observáis con ojos distintos, que no solo ven, sino que miran, quizá tengáis suerte y leáis algo de los muchos mensajes crípticos que todavía esperan un nuevo Champollión. Nos gustó, a Luis, mi esposo, y a mí, situar algunas señales y dudo mucho que se descifren alguna vez. Y eso que casi todos en el pueblo comienzan a decir que la casa tiene una especie de mal de ojo, y creen y cuentan que yo, con malas artes, la he maldecido.

¿Es que no existe la verdad?... Respecto a mí, se ha hablado y se habla tanto, se miente tanto y se inventa tanto, que, con el paso del tiempo, difícil será saber quién fue la auténtica Don Juana; pero aquí digo que he sido una mujer mucho más sencilla de lo que mi más que probable leyenda seguramente pregonará: una mujer muy enamorada; quizá, una mujer que mereció mejor suerte.

Por ello he ido dejando testimonios de mi historia, una historia que comenzó en otro lugar, el de mis antepasados. Zona de buenas huertas y buenos vinos, tierra señorial: La Rioja. Allí nací yo, en una familia de terratenientes adinerados. Nuestro apellido era original, distinto, pero precioso. Creo, con sinceridad, que ningún otro me habría definido mejor, pues significa «el más largo día o la más larga noche». Nuestro apellido (de mi padre, de Maxi, mi hermano pequeño y mío) es único en este país. Yo fui la primogénita y me bautizaron con el nombre de Juana, Juana Solsticio.

Ahora, soy de aquí y aquí voy a permanecer. No tuve hijos y la muerte me arrebató todo, llevándose a Luis, mi esposo adorado; pero quedó nuestra casa. Mi casa. Por ella velo día y noche, estoy en ella, porque es lo que queda como testigo de lo que él y yo vivimos. Fue algo superior. Es mi hogar y nada ha podido arrancarme de este espacio. Hay secretos que quiero desvelar, y con una cierta urgencia, pues mi tiempo, lo sé, no es infinito. Será el suficiente para que pueda contar, manteniendo la débil esperanza de que alguien llegue a encontrar las claves que voy dejando. Nadie nos comprendió en nuestras vidas y nadie me acompañó cuando me quedé sola. Todo está aquí, entre las paredes de esta casa, que lleva mi nombre y «Don», por expreso deseo de mi esposo; no quería que ninguna ley pudiera perjudicarme por ser mujer. Esta es la casa de la «Don Juana», todos lo saben en este pueblo. Lo que apenas se sabe es que yo deseo seguir vigilando cuando me haya ido, para que nada sea alterado. Nuestro proyecto, viva quien viva aquí, cuando yo no esté definitivamente, se ha de respetar. Creo que voy a vagar, junto con mi esposo por esta nuestra casa. Me gustaría y, ¿dónde está escrito que no puede ser?

 

De momento, aún estoy aquí, y se me hace largo, esperando el momento de la fusión eterna. Pero antes he de cumplir mi cometido, para proteger nuestro hogar de intrusos que la deformen y lograr que nadie pretenda cambiar radicalmente una propiedad de lo que solo es un diseño para dos, debo exigir en los correspondientes documentos que se cumpla mi voluntad y escoger a alguien en quien confíe para el traspaso de la propiedad cuando mi vida termine. Pero, además, debo contar lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que quizá pueda ocurrir y tener la esperanza de que me lea alguien que se merezca habitar esta casa, que tanto esperó y que no llegó a cumplir todas sus expectativas. Alguien, además que pueda conocerme porque mis palabras le revelarán los secretos antes de que me una con Filipo Dionisos entre las vides de La Casilla donde también habita mi esposo Luis.

En Egipto, durante siglos, los muros estaban mudos hasta que alguien desveló los secretos. Yo confío que también aquí alguien encontrará lo que quiero contarle, y será alguien que ame esta casa. Si tan solo pasa por aquí, no será capaz de descubrir, tiene que querer amar entre estas paredes, lo que hay entre ellas. Amar… Eso es demasiado pedir, pero reconozco que tiene derecho a saber, y amar esta casa es la condición. Lo diré mejor: tienes derecho, puesto que este cuaderno secreto, cuaderno que es libro de fusión de dos almas que se amaron sin tregua y sin fin, está en tus manos. Haberlo encontrado quiere decir que sientes curiosidad por la lectura, pues lo voy a dejar camuflado en la biblioteca. Si lo que te acerca a ella es hacer lotes y vender los libros, si no eres alguien que ama esta casa y lo que contiene, por favor, cuando hayas leído esto que escribo en la primera página, quema el cuaderno. Ya recogeremos nosotros las cenizas.

No sé quién eres, tú que me leerás. Si alguna vez llegas, te conoceré; ahora no puedo siquiera intuirte. También es posible que quizá no encuentres nunca lo que para ti escribo. Pero, si apareces y hallas esta mi labor, guárdala. Antes, te lo ruego, lee con ojos distintos. Todo lo escrito entre nosotros —mi esposo y yo— ha sido para encontrarnos así, en nuestras palabras. Pero ahora también pienso en ti, para que cuando me encuentres sepas la verdad, la que solo yo puedo decir: la verdad de la Don Juana.

Tengo la sensación de que el tiempo transcurre para mí con distintos parámetros. He vivido mucho en poco tiempo y, además, de forma distinta a la habitual. ¿Sabes?, quizá en este momento, solo existo para que tú, que tienes en tus manos mi relato, me hagas el regalo que nadie me ha hecho nunca, excepto Luis: comprenderme. En cada línea, en cada letra, estoy y te imagino. Y cuento lo que sucede y lo que ha sucedido y lo que todavía queda para que alguien, con el tiempo en perspectiva tenga datos para contar una verdad que a mí sola me resulta imposible.

Sin haberlo pretendido, me puse el mundo por montera y el mundo no me perdonó. Y ese mundo, que estaba formado por varios estadios, unió todas sus fuerzas contra mí. No había misericordia para quien se atrevía a transgredir lo establecido, para quien defendía algo muy elemental, natural diría yo, pero subversivo: elegir la propia forma de vivir y llevar adelante un proyecto. Hacer el propio guion, marcar el camino y que no lo elijan otros por ti. Eso a otros les pareció imperdonable y he sufrido el castigo, durísimo. Castigo multiplicado cuando las circunstancias confluyen para que el mal de uno, en este caso el mío, se convierta en beneficio para otros. Es duro y sientes ganas de dejarte llevar, de tirar la toalla, pero, sin embargo, no he claudicado.

Ya ves, Juana Solsticio se atrevió a demasiado, cruzó algunas líneas que otros habían señalado como rojas. Ha llegado el momento de valorar si mereció la pena. Eso es lo que tengo que decidir antes de decir adiós definitivamente. Eso lo sabrás, tú que tienes mi relato, el de mi vida y la de los que me han rodeado. Yo sé casi todo, desde mi perspectiva; tú lo habrás averiguado cuando termines de leerme.

Quizá este libro manuscrito, de mi esposo y mío, no llegue nunca a mano alguna. Quizá cuando vaya a unirme con él, quede escondido para siempre. Probablemente, con el paso del tiempo, esta casa se llenará de vida de la de verdad, con niños que juegan, mujeres que cantan mientras trabajan y hombres que espero hagan felices a sus familias. Habrá calor, se celebrarán cumpleaños y Navidades, se escuchará alguna vez un llanto y se procurará resolver el día a día. Esta casa se hizo para amar, pero amar es vivir. No hagas caso si te dicen que la he maldecido; al contrario, deseo que sus paredes sean testigos, durante mucho tiempo de lo que nosotros no pudimos darle: niños, ruido, aroma de cocina, conversaciones de amigos, visitas que vienen y van. Gente..., esta ha sido casa de amor un breve tiempo, pero luego se convirtió en morada del silencio. Quiero que mi casa se respete, que se cuide, pero, sobre todo quiero VIDA en mi casa.

Si tú vives aquí. Si has accedido a mí porque estabas mirando con mimo y delicadeza los libros de la biblioteca, ya de antemano estoy contenta y te doy la bienvenida a La Casa de la Don Juana.

PRIMERA PARTE
JUANA Y LUIS
- 1 -
PARA LA VIRGEN DE AGOSTO PINTAN LAS UVAS

Me gustan mis viñas. Digo mías porque lo que hay en casa es de todos y porque alguna vez heredaré todo lo que en este momento abarca mi vista. ¿Por qué llamarán El Ciego a este pueblo? Quizá, porque es imposible ver la belleza que contiene el interior de cada racimo, de cada pámpano, de cada gota de vino. Me gusta madrugar y ver amanecer entre mis uvas, que en estos días de agosto ya están entreveradas. Me paseo por los rectos surcos, perfectamente cuidados y después me dejo caer debajo de un almendro, hermoso, antiguo, en mi hamaca esperándome para dormir y soñar.

Estoy dormida, lo sé, sin embargo oigo hablar. Una voz dulce llega hasta mí y quiero abrir los ojos, no puedo y me dejo llevar. La voz me susurra y luego desaparece. En sueños me ha dicho:

—Juana, Juana… Habitarás conmigo.

Y yo, desde la profundidad del sueño he sabido que me estaban narrando mi futuro, y era tan bello.

—Juana, Juana… Nuestro hogar será un mundo exclusivo. El tiempo se detendrá en él.

—¿Quién eres?

—Soy tu Destino.

—Quiero abrir los ojos.

—Los abrirás, Juana, los abrirás. Yo ya he visto el milagro y te estoy observando mientras duermes.

Juana abre los ojos. ¿Habrá soñado? Se incorpora y ve a lo lejos las siluetas de su padre y de su hermano y una tercera algo desdibujada. Se lleva la mano a la frente para que haga de parasol. Se detienen un momento y él se da la vuelta. A ella le parece que le sonríe. Mira sus viñedos y se estremece. Desde que se durmió parece que ha obtenido la sabiduría y siente tristeza y felicidad a la vez. Sabe (¿sabe?) que su hogar estará lejos. Se dirige a casa. Es fiesta y tienen un invitado de negocios. Es 15 de agosto de 1867, no el 21 de Junio, pero Juana Solsticio tiene la sensación de que se halla ante el día más largo del año, en el verano, como reza su apellido.

¡Ay!... Llego a casa sofocada y entro por la puerta de atrás, para subir rápidamente a mi cuarto y arreglarme. Los vestidos más bonitos están en nuestra casa de Logroño, pero es igual, tengo una falda muy sujeta a la cintura y una blusa de encaje. Me apetecería dejarme suelto el pelo, que es muy largo, pero mamá frunciría el ceño. Me lo recojo, pero dejo un mechón sobre la frente y una gota de perfume en las muñecas completa la obra sencilla, que el espejo me devuelve como bien realizada.

Me llaman y me hago un poco de rogar. En casa estamos acostumbrados a invitados de negocios, pero hoy será distinto, lo he sabido en mi sueño. Mi corazón está desbocado cuando aparezco en la escalera. Unos ojos negros se clavan en mí un instante y se retiran en el acto. Pero yo he leído. Todo el salón ha sido ojos negros.

—Juana, te presento a don Luis Fernández de Almonte, hijo de nuestro socio del que tantas veces hemos hablado y que ya conoces.

—¡Ah! sí, mismo nombre, ¿verdad?

—Claro, es el hijo mayor. Tienen bodegas muy importantes en la zona vitivinícola valenciana.

Luis no hablaba. Bueno, no hablaba con palabras, porque su corazón no paraba. Yo lo oía y él oía el mío. Yo sabía ya que la vida había cambiado. Sabía el torbellino que atravesaba su cabeza y sabía que mi destino se sellaba cuando me sonrió.

—¿Te gustan las viñas, Juana?

—Me gusta dormirme bajo mi almendro y al despertar mirar las uvas.

—¡Qué interesante! —dijo mamá.

Apareció la tata.

—La mesa está servida y el señorito Iñaki ya ha llegado.

Iñaki es mi novio. El día tres de septiembre será mi pedida de mano. La boda está prevista para la Virgen del Pilar. Cuando comience 1868 seré una señora casada, la señora de Azcárate.

En la sobremesa todos han salido al jardín a tomar café. Debajo de la gran parra luce el blanquísimo mantel, sobre la mesa en la que han comido. Todos los colores son inmaculados, o eso piensa Juana. El verde, de las hojas y algo más claro el de su falda; el azul, más azul que ningún día, del cielo; el casi morado, de las uvas; y el blanco deslumbrante, del servicio de mesa, a juego con dos o tres nubecillas que van de aquí para allá, sin molestar. El encaje de su blusa y ese color negro azabache, de los ojos de él. Ella entorna los suyos y cuando los entreabre cruzan sus miradas. ¿Qué está ocurriendo? El mundo se está transformando, nada es igual, ella no es igual, nada le importa ya y sabe que no tiene sentido. ¿No tiene sentido? Sí, sí que lo tiene. Todo el sentido de su vida está ahora en esos ojos negros, pero no sabe por qué. No saberlo no significa nada, sencillamente ocurre y ya está. Es como el Sol que ilumina o como la mano que acaba de mover para retirar un mechón de pelo que le cae en la frente. Juana no sabe nada, pero, sin saber, está llena de todo el conocimiento que necesita. Qué raro es todo…

Él no es muy hablador, parece tímido y quizá esté algo pálido. De vez en cuando la mira de soslayo y ella lo nota. ¡Ah, esos ojos!... Los labios de todos dicen cosas que hasta ayer le interesaban, pero ya no. Nada le interesa, me estoy volviendo loca. Tiene que levantarse, ni siquiera se disculpa. —¡Pero, Juana…!— exclama su madre. El padre mueve imperceptiblemente la cabeza, ya está acostumbrado a ciertas rarezas de su hija. La disculpan. Luis calla y la sigue con la mirada. Ella sabe que sus ojos negros están clavados en su espalda.

En tanto, Iñaki, rompe el silencio y con su simpatía habitual comienza una nueva conversación. Iñaki es una joya: trabajador, inteligente y quiere a Juana de verdad. No se piense que es interés lo que le acerca a ella. Aunque su boda, ciertamente, será interesante, no vamos a negar eso. Él ya ha heredado las bodegas Azcárate, apellido proveniente de Euzkadi, de donde emigró el abuelo. Las viñas y las bodegas no compiten con el patrimonio de la familia Solsticio. No se necesitan, pero habiendo amor, que lo hay, ese patrimonio asociado hará de la nueva firma, cuando ella herede, la empresa vitivinícola más importante de La Rioja. Iñaki ya imagina los apellidos unidos Azcárate-Solsticio. Nadie les hará sombra. El futuro se ofrece muy prometedor.

Obviamente las viñas no dan abasto y hay que comprar vino de fuera, vino de calidad, para que las bodegas no paren nunca. A eso se debe la visita de Luis Fernández de Almonte, de la zona de la Valencia castellana. Y decimos de la Valencia castellana, porque hasta 1851, administrativamente la zona pertenecía a la provincia de Cuenca.

Buena tierra de vinos, también. Sus cepas de uva bobal proporcionan en gran medida una parte del vino que se necesita y que la tierra saturada ya no da para que las bodegas estén trabajando a pleno rendimiento. La familia de Luis Fernández de Almonte es proveedora y, esta vez, es él, como hijo mayor, el enviado a cerrar un acuerdo muy interesante para los próximos cinco años.

 

Luis es un hombre bastante seguro de sí mismo, en contraste con su apariencia algo frágil. Su padre es dueño de muchas tierras en su Frobiel natal. Su madre, de familia menos rica, pero más aristocrática, murió y dejó a Luis, su único hijo, un patrimonio nada despreciable. Vive en la casa familiar, aunque suele pasar mucho tiempo en el campo, donde también tiene una casa a tan solo 5 km. Esa casa, con un pinar alrededor y un camino de entrada, flanqueado por almendros, es el lugar donde más feliz se siente, donde más a gusto respira, donde camina y donde piensa. Es suya, herencia y recuerdo de la madre que apenas ha llegado a disfrutar. La cuestión es paradójica, porque a Luis no le gusta trabajar en el campo, como a su padre, incluso a su hermana, que recorren a caballo sus propiedades. A él le gusta su campo, donde están sus almendros, sus pinos y, sobre todo su «Casilla». Porque allí descansa, disfruta, se solaza, piensa…

Es posible que, por eso, Luis sea un hombre no solo frágil, sino algo solitario. El padre, que tiene una cierta preocupación, ha querido que sea él quien se desplace en los viajes de negocios; que conozca mundo. Esta vez es La Rioja, donde va por vez primera. A su vuelta comenzarán los preparativos de la boda con su prima segunda Mª Isabel de Almonte y Teruel, boda prevista para la primavera del siguiente año. Siempre se supo que se realizaría. Los niños estaban juntos a todas horas, jugaban juntos, paseaban juntos en la adolescencia y se conocían como nadie. El día que él le pidió matrimonio, ella le dijo que sabía que era el destino, no podía concebir estar al lado de ningún hombre que no fuera él. Las familias, que en realidad son una sola, se alegraron inmensamente: ya se encargaría Mª Isabel, tan desenvuelta ella, de mejorar las habilidades sociales de Luis. Él se dejaba llevar, si es el destino… Lo piensa a veces, cuando se detiene en ensoñaciones. Tiempo tendrá de comprobar que quizá llamamos destino a nuestros deseos más profundos.

Sentado en el jardín, en la sobremesa, ve a Juana, que se ha levantado y que se marcha. Al pasar junto a él, su vestido le ha rozado y ha percibido su perfume. Lo ha percibido hasta con los huesos. La ve marchar y no puede dejar de mirarla y de saber que ella sabe que la mira. ¿Qué ocurre? Iñaki dice algo y todos ríen. Él sonríe. Luego la conversación se alarga y el calor aprieta. Luis se excusa, necesita descansar.

Sobre la cama alguien tiene puesta la vista fijamente en el techo. Un rayo de sol, que se cuela entre las rendijas de la persiana, impacta en un cristal, como una lágrima que cuelga de una gran lámpara. El cristal actúa como prisma, que descompone la luz en los colores del arco iris. No puede apartar la mirada. Lo imagina envolviéndolo en vueltas sin fin. La sensación casi le proporciona alivio en la canícula de agosto. Aquellos colores sin fin reflejan las vueltas del cerebro de un hombre, que, muy quieto, ve también pasar, como un torbellino, la figura con encajes blancos de Juana Solsticio.

Es la hora cansina de la siesta, cuando todo se detiene y hasta pensar cuesta esfuerzo. Por eso Luis no piensa, tan solo se deja llevar de su pensamiento que no es lo mismo. Los sonidos del campo que se cuelan por su ventana parecen decir el nombre de ella sin cesar: «Jua-na», «Jua-na»… en un bucle sin fin. Nunca le ha ocurrido nada parecido y tampoco le ha ocurrido sentirse tan ágil y tan cansado a la vez. Además, el negocio que ha venido a cerrar le parece secundario. De pronto cree verla flotando en el aire y ya no percibe los cristales de roca de la lámpara ni el arco iris. Un instante después esas figuras se desvanecen. Surgen las palabras. Brotan sin cesar, pese a que no hay interlocutor. ¿Y qué importa? Cuando se tiene algo que decir hay que decirlo y si no hay oídos que escuchen, uno se escucha a sí mismo. O escribe lo pensado y se lee después. Lo importante es expresarse. ¿Es eso lo importante?... ¡Qué poca cosa!, ¡qué soledad! Alguien ha de escuchar lo que se dice para ella, o para él, si no quizá las palabras se diluyan en el agua. O, peor, quizá tengamos que crear una estancia para guardar el tesoro que hemos encontrado. Pero las estancias suelen convertirse en cárceles interiores. Todo es un remolino de ideas y Luis no puede dejar su mente en blanco. Siente fatiga y, a la vez, flota. Luis no es Luis; es una contradicción que respira.

Él no lo sabe, pero alguien muy inteligente y muy conocedor de las esencias dirá cuando hayan pasado unos años:

Moneda que está en la mano

quizá se deba guardar,

la monedita del alma

se pierde si no se da.

Aunque Luis muera antes de que Antonio Machado exprese la sustancia del amor, aunque Luis escriba poemas muy distintos, aunque Luis no sepa qué le ocurre en esta tarde de agosto de 1867, Luis ya no es el mismo que cuando salió de Frobiel. Ahora sí, ahora es cuando su destino, si es que destino hubiere, se ha sellado. No hay un porqué, no, no lo hay. Lo más importante de la vida suele estar relacionado con el más puro azar, dueño y señor de nuestro origen y, quizá, de nuestra muerte y, muy probablemente, de nuestra felicidad o desdicha.

Pero las palabras que acuden a la mente de Luis van todas a confluir en una, un nombre propio: Juana. Ni siquiera se pregunta por qué, tiene sueño y está cansado, se deja llevar, como si la corriente lo arrastrara.

Juana, Juana… Luego le invaden sensaciones y nombres que no puede organizar.

No se puede hilar nada, pensamos a golpes o quizá Luis piensa así, invadido de Juana en todos sus poros. Y adquiere certezas conforme pasa el tiempo, ¿cuánto? ¿Un minuto?, ¿dos horas?... No lo sabe y es irrelevante. Solo comprende, cuando ha transcurrido lo suficiente para impregnarse de la verdad, que su destino es Juana. Y lo sabe con una firmeza que va más allá de lo razonado y lo razonable. Tampoco se plantea análisis sobre la intuición o el enamoramiento repentino. ¡No!, no es necesario, tiene un conocimiento que va más allá de cualquier análisis, de cualquier cuestión razonada. Desde ese momento sabe que su vida está unida a Juana, solo hay que darle un poco de tiempo al tiempo. Él mismo se siente perplejo y más de una vez pensará sobre ello. Sabe, pero no en base a qué. Que el mundo de los sentimientos sea muy complejo no quiere decir nada. Además, ¿por qué, se pregunta Luis, debe entender, algo que a él se le presenta de forma evidente?

Muchas vidas están cambiando y nada lo hace sospechar. Iñaki habla animadamente en el salón con el padre de Juana. Pasan horas de conversación entre bromas y asuntos serios y notan que la tarde está cayendo. Es hora de dar el paseo de cada atardecer. Enseguida irán apareciendo todos y saldrán hasta la hora de la cena. Les gusta la casa de El Ciego, aunque el domicilio principal está en Logroño. Pero aquí viven más a gusto: es la tierra de la madre y tienen a su alrededor viñas y la gran bodega, que trabaja a pleno rendimiento día y noche. Puede decirse que este es el verdadero hogar.

El primero en aparecer es Maxi, el hijo pequeño. Tan solo se lleva año y medio con Juana y le encanta dejarse querer. Sabe que compartirá el gran patrimonio de los Solsticio y que heredará dinero en metálico, pero sueña despierto con ser dueño de todo. Por supuesto que sus deseos no los conoce ni el cuello de su camisa. Dicharachero y dispuesto a todo, nunca adulador. Juana lo adora y le hace confidencias.

Hoy, a la hora de la siesta, su hermana le ha preguntado por el invitado y él enseguida ha notado un brillo de interés en los ojos de ella. No ha escatimado alabanzas hacia Luis, una especie de intuición le avisa de que ese hombre puede ser un filón de suerte para él. Por eso, durante el paseo, no ha quitado ojo a las miradas que ambos se dirigían de forma fugaz, sin que nadie se diera cuenta. Él sí se ha percatado, incluso en algún momento ha llamado aparte a Iñaki para decirle cualquier cosa y dejar a solas unos instantes a los dos.

Esos instantes breves, ¡qué maravillosos han sido! Y no por el atardecer, ni por las palabras, ni por los aromas. ¡No!, han sido maravillosos porque cuando caminaban uno junto al otro se detenía el Tiempo y desaparecía el Espacio; tan solo existía la presencia del otro. Y esa presencia era como una inundación sobre los sentidos. Los dos lo sentían. Ninguno lo había sentido antes y cada uno sabía que al otro le estaba sucediendo lo mismo. Pero guardaban silencio, con saberlo había suficiente. Apenas se miraron y, sin embargo, ya se estaban impregnado él de ella y ella de él.

Al día siguiente hablaron más. El negocio estaba cerrado y todas las gestiones terminadas, Luis iba a regresar pronto a casa. Durante la sobremesa de la comida se había hablado de la boda, e Iñaki había dicho a Luis que le encantaría que asistiera como testigo. Juana estaba más pálida y callada que de costumbre y Maxi excesivamente comunicativo. Se habló de los proyectos de futuro, del viaje de novios, regalo de él y que era un secreto, se comentó lo divino y lo humano. En algún momento las miradas de Juana y Luis se cruzaron y transmitieron una infinita tristeza. Juana se excusó pronto, alegando jaqueca y Luis oía pero no escuchaba.

Después de cenar ambos coincidieron en el jardín y sin comentario previo comenzaron a caminar. No se contaron las revelaciones que habían tenido y en ningún momento se habían sincerado. No hacía falta. Fue ella quien tomo la iniciativa y lo atrajo hacia sí. Sus labios se unieron con dulzura y pasión a la vez. Después, ninguno podría haber precisado cuánto duró aquel eterno beso. Todo estaba dicho, aunque no se hubieran pronunciado palabras. Planeaban por encima de todo y no sentían en ese momento las inmensas dificultades que tenían. Las conocían perfectamente, pero se sentían fuertes para afrontar cualquier contratiempo. Pareciera que se atrevieran con todo, menos a renunciar a lo que habían encontrado y que tenía el nombre de Juana para él y de Luis para ella.