Loe raamatut: «III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II»
Una mirada naturalista, tan frecuente hoy en día, considera que solo es científico lo que sigue el método empírico. Y, así, nos encontramos con que las preguntas por lo propiamente humano —el origen y el fin de todas las cosas, su sentido, el bien y el mal— no encuentran espacio en esa noción reducida de ciencia y quedan desplazadas al ámbito de lo subjetivo y lo opinable. Por eso Benedicto XVI, en el discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona, pedía un ensanchamiento de la razón que nos permita superar la limitación que la ciencia se impone a sí misma al reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, de manera que volvamos a abrir los horizontes de la razón en toda su amplitud.
La Universidad Francisco de Vitoria y la Fundación Joseph Ratzinger convocan anualmente los Premios Razón Abierta con el objetivo de reconocer aquellos trabajos de investigación y de innovación docente realizados desde una razón ampliada, como propone Benedicto XVI. También organizan cada año un congreso internacional en el que profesores e investigadores de todo el mundo y de todas las áreas de conocimiento se encuentran y comparten avances, dificultades y propuestas para una transformación del quehacer universitario partiendo del ensanchamiento de la razón.
En el presente volumen, se recogen las ponencias de los ganadores y una selección de las comunicaciones presentadas al congreso. Todo ello refleja una búsqueda auténticamente universitaria, realizada bajo la inspiración del pensamiento de Ratzinger, integrando razón y fe en el camino hacia la unidad del saber y poniendo en relación las ciencias particulares con la filosofía y la teología, sin esquivar las preguntas de fondo. Es el empeño que mueve a la Universidad Francisco de Vitoria, con el pleno convencimiento de que este modo de proceder es propio de toda universidad —la casa donde se busca la verdad— y muy especialmente de una universidad que se identifica como católica; es decir, que nace de la experiencia de haber encontrado la fuente de toda verdad.
III Diálogo entre las ciencias,
la filosofía y la teología
Volumen II
III Congreso Razón Abierta.19-21 de septiembre de 2019 Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)
III CONGRESO RAZÓN ABIERTA
19-21 DE SEPTIEMBRE DE 2019
UNIVERSIDAD FRANCISCO DE VITORIA (MADRID)
III Diálogo entre las ciencias,
la filosofía y la teología
Volumen II
Directora
María Lacalle Noriega
III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología
III Congreso Razón Abierta. 19-21 de septiembre de 2019 Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)
Directora
María Lacalle Noriega
Comité Científico Asesor
Daniel Sada (Universidad Francisco de Vitoria)
Federico Lombardi S. J. (Fundación Joseph Ratzinger)
Stefano Zamagni (Johns Hopkins University)
Paolo Benanti (Pontificia Universidad Gregoriana)
Andrew Briggs (Universidad de Oxford)
Rafael Vicuña (Pontificia Universidad Católica de Chile)
Javier Prades (Universidad Sán Dámaso)
© 2020 Los autores de sus textos
© 2020 Editorial UFV
Universidad Francisco de Vitoria
Crta. Pozuelo-Majadahonda, km 1,800
28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)
Primera edición: septiembre de 2020
ISBN volumen II edición impresa: 978-84-18360-41-1
ISBN volumen II edición digital: 978-84-18360-42-8
ISBN volumen II edición ebook: 978-84-18360-74-9
ISBN obra completa edición impresa: 978-84-18360-37-4
ISBN obra completa edición digital: 978-84-18360-38-1
Depósito legal: M-24739-2020
Imprime: Calprint, S. L.
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Impreso en España - Printed in Spain
ÍNDICE
Comunicaciones
El hombre y su destino en el arte actual: la renovación del arte litúrgico en los mosaicos de Marko Ivan Rupnik y la propuesta de trabajo coral del Centro Aletti (Roma)
María Rodríguez Velasco, María Ruiz de Loizaga Martín
¿Un templo para quién en honor a qué deidad?
Cruz Galindo López, Felipe Samarán Saló
Competencias a desarrollar por los estudiantes del grado de Enfermería para capacitarlos para prestar un cuidado emocional y espiritual
Juan Antonio Sarrión Bravo, Ricardo Abengózar Muela, Roger Ruiz Moral, Alina Renghea, Mercedes Gómez del Pulgar, Dámaso Rodríguez Serrano
Una nueva narratividad para la comunicación clínica. Una aportación desde la pregunta antropológica
Roger Ruiz Moral, José Ángel Agejas Esteban
La validación de los modelos científicos
Manuel Alfonseca, Julio A. Gonzalo
Lo que fuimos, lo que somos, lo que queremos ser
María Alonso González, Almudena Crespo Cañizares, Sonsoles Hernández Iglesias
Aprendizaje con responsabilidad social: de la Microbiología a la innovación biotecnológica
Olga Zafra, Cruz Santos, Pilar Giménez, M.ª Ángeles Alonso
A la búsqueda de estrategias para despertar el asombro en Embriología
Irene Herruzo Priego, Santiago Álvarez Montero
Ciencia cuestionada: un estudio piloto de preguntas de fondo planteadas en las asignaturas Bioestadística y Fisiología, y llevadas al aula
Fernando Caballero Martínez, Cristina García de Leonardo
Curso 0 de Psicología: ampliación del concepto de persona
Elena Bernabéu, Karla Gallo, Inés García, Ágata Kasprzak, Noemy Martín, Clara Molinero
Las capacidades cognitivas humanas en el Paleolítico Inferior. La función de la cultura material en la evolución humana
Beatriz Byrne
El necesario dialogo de la Psicología con la neurociencia y con la Filosofía en la comprensión de la empatía
Ángela Osuna, Ruth M.ª de Jesús
Una metodología teórico experiencial de servicio en la universidad
Carmen de la Calle Maldonado, Daniel de la Rosa Ruiz
Nueva articulación transdisciplinaria para la educación católica
Mauricio Echeverría Gálvez
Ciencia e ideología. Algunas reflexiones sobre la filosofía de Paul Feyerabend y Evandro Agazzi
Verónica Díaz de León Bermúdez
Aportaciones del pensamiento de San Buenaventura sobre la relación entre la cuestión gnoseológica y la cuestión de sentido
Francisco Javier Rubio Hípola
¿Tienen algo que aportar las ciencias experimentales a la Teología?
Rubén Herce Fernández
Ludwig Feuerbach: extensión y reducción del ser humano
Stefano Cazzanelli
Revisando la historia económica: fundamentos antropológicos y rivalidad mimética
Clemente López, Cecilia Font, Águeda Gil, Ángel Barahona
La naturaleza de la consciencia: una aproximación desde la teoría de los sistemas dinámicos.
José Antonio Langa, Fernando Soler-Toscano
La salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial: un ámbito idóneo para el diálogo entre saberes
Pablo H. Velasco Quintana
EL HOMBRE Y SU DESTINO EN EL ARTE ACTUAL: LA RENOVACIÓN DEL ARTE LITÚRGICO EN LOS MOSAICOS DE MARKO IVAN RUPNIK Y LA PROPUESTA DE TRABAJO CORAL DEL CENTRO ALETTI (ROMA)
María Rodríguez Velasco, María Ruiz de Loizaga Martín
Universidad San Pablo CEU
INTRODUCCIÓN: EN BUSCA DE UNA BELLEZA RENOVADA
En el arte actual, el subjetivismo es uno de los caracteres dominantes por lo que se refiere al lenguaje formal, pero también al contenido de las obras, en la medida en que temas históricos, religiosos y mitológicos dejan paso a la expresión de sentimientos y al deseo de continua renovación por parte de los artistas. Esto es advertido por Marko Ivan Rupnik (Eslovenia, 1954) quien, al ingresar en el noviciado de los jesuitas en 1973, concibe la pintura como medio para expresar la riqueza de su vida interior. Este autor se convierte en fuente primaria para introducirnos a maestros y corrientes artísticas que exponen en sus pinturas sus inquietudes últimas, su necesidad de respuesta ante el destino de sus vidas, como Van Gogh, Matisse, Kandinsky y los expresionistas. Rupnik es consciente de que el hombre está hecho para la Belleza, y en la medida que la Belleza es expresión de la verdad y el bien, responde al vacío y al dolor del hombre a lo largo de los siglos. La obra de arte se presenta al hombre como pregunta y a la vez como respuesta, como instrumento para la contemplación de la Belleza del Sumo Creador (Rodríguez Velasco, 2009, p. 15).
La intensidad de las vivencias interiores de Rupnik se traduce inicialmente en colores puros y rugosas pinceladas (Arriola Jiménez, 2013, pp. 17-77), que parecen luchar contra el lienzo en busca del «Rostro de los rostros» —en palabras del propio autor—, un camino que continúa cuando san Juan Pablo II le encarga, en 1993, la dirección del Centro Aletti (Roma) como centro de arte e investigación que redescubra la «expresión de esa teología a dos pulmones de la que puede sacar nueva vitalidad la Iglesia del tercer milenio» (Apa, Clément y Valenziano, 2002, p. 7). Se trata de un taller de arte sacro donde convergen tradición oriental y occidental, donde las teselas de los mosaicos sintetizan la teología desde los escritos patrísticos a la actualidad, partiendo al mismo tiempo de modelos gráficos paleocristianos, bizantinos y románicos. En estas épocas, Rupnik inspira no solo fórmulas de representación, sino también un modo de trabajo coral en el que se afirman por igual el trabajo individual anónimo y el resultado colectivo.
Color y materia sirven a la abstracción de sus pinturas y a la figuración de los mosaicos, porque, para Rupnik, la contemplación del arte actual no debe reducirse a la contraposición abstracción-figuración, sino que estas debieran verse como dos vías paralelas con un mismo fin: expresar las preguntas últimas del hombre y responder a su necesidad de significado. En última instancia, la relevancia de una obra está en su función y finalidad, en su relación con el destino del hombre herido por la Belleza. La renovación del arte sacro actual que propone Rupnik podría considerarse, en definitiva, una respuesta a la invitación de san Juan Pablo II de «redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas […], la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre» (1999, n. 14).
EL SUBJETIVISMO EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO
En términos generales, el subjetivismo emerge como una de las características propias de las manifestaciones artísticas en la actualidad. Así lo expresa Rupnik en muchas ocasiones: «Hoy vivimos en un mundo marcado profundamente por el subjetivismo y la autoafirmación a nivel de la forma. Se intentan inventar nuevas formas expresivas, porque cada uno trata de expresarse a sí mismo de manera propia» (Špidlík y Rupnik, 2003a, p. 24). Es decir, el arte se convierte primordialmente en expresión del artista, de una cultura particular o de una afirmación del detalle, considerados con una gran autonomía (Rupnik, 2005a, pp. 580-581). Se imponen el predominio del yo y la confesión, a veces, violenta del sentimiento individual. Como señala Ortega y Gasset, en la que él llama la deshumanización del arte, «el artista se ha cegado para el mundo exterior y ha vuelto la pupila hacia los paisajes internos y subjetivos» (1987, p. 79). El arte actual se revela como un arte experiencial, creador de sensaciones fuertes en el espectador. Es decir, en muchas ocasiones, el artista actual trata de buscar no solo su expresión, sino la reacción en el público que contempla sus obras (Lipovetsky y Serroy, 2015, p. 237).
El gran impulsor de estos paisajes interiores en la obra de arte es Van Gogh, al defender, en palabras de Rupnik, que el criterio de lo verdadero es el sentimiento, que encuentra su sincera y adecuada expresión en la obra, por lo que el horizonte último de este pintor postimpresionista «se desplaza desde el mundo visivo externo hacia el mundo del sentir interior». El director del Centro Aletti señala que este protagonismo del sentimiento en las obras de Van Gogh se presenta claramente en los autorretratos, donde la verdadera identidad es la que el propio pintor dibuja, fiel a cómo se siente, «pero, como el propio sentir es inquieto, ningún retrato agota su expresión. En cuanto se termina un autorretrato, ya ha dejado de corresponderse con el propio sentir. Entonces se comienza otro» (Špidlík y Rupnik, 2003b, p. 88).
La expresión, por tanto, nace del corazón del artista, que ve y siente la realidad circunstante fundida con la propia. Así, la fuerza expresiva del arte no solo participa de la realidad, sino que contiene también un juicio emotivo sobre ella (Babolin, 2000, p. 125). En efecto, lo que mueve a pintar a Vincent Van Gogh, como escribe a su hermano Theo, es «la emoción y la sinceridad del sentimiento ante la naturaleza», de modo que rehúye reproducir con exactitud aquello que ve, y se sirve arbitrariamente del color para expresarse con más fuerza (2009, pp. 253 y 276).
Rupnik indica que Van Gogh abre la puerta a un desarrollo del sentimiento, cuya evolución era inesperada (Rupnik, 2009, p. 64). De hecho, la influencia de Van Gogh en artistas posteriores es muy marcada. Un ejemplo de ello es su incidencia en el fauvismo. Junto con Gauguin, Van Gogh se eleva como la principal fuente de inspiración de este movimiento artístico. En general, los pintores fauvistas manifestaron gran admiración hacia ambos artistas. Así, el director del Centro Aletti señala que Matisse, sobre la estela de Gauguin y Van Gogh, vuelve a manifestar cada vez con más fuerza la pureza del color (Rupnik, 1987, p. 3). Ciertamente, a pesar de la heterogeneidad existente entre los fauves, en todos ellos se alza como elemento principal la expresión de la personalidad de cada uno. El dinamismo, el lirismo del color, la manifestación de las sensaciones a partir del color puro o la intensidad emotiva han sido algunas de las enseñanzas que Van Gogh transmite a los fauves (Crepelle, 1962, pp. 37 y 40). La primacía de la comunicación del artista se refleja con claridad en los escritos del propio Matisse:
Persigo por encima de todo la expresión [...]. No soy capaz de distinguir entre el sentimiento que tengo de la vida y la manera como la traduzco. Para mí, la expresión no reside en la pasión que está a punto de estallar en un rostro o que se afirmará con un movimiento violento. Se encuentra, por el contrario, en la distribución del cuadro; el lugar que ocupan los cuerpos, los vacíos a su alrededor, las proporciones, todo juega un papel concreto. La composición no es más que el arte de disponer de manera decorativa los diversos elementos con los que un pintor cuenta para expresar sus sentimientos (2010, pp. 50-51).
El principal representante del fauvismo subrayará en otras muchas ocasiones esta preeminencia del subjetivismo, la importancia de la relación del objeto con el artista, así como la capacidad de organizar sus impresiones y sus emociones en la obra final (Matisse, 2010, p. 146).
La expresión de las emociones a través del color puro se aprecia asimismo en otro de los principales movimientos artísticos de las vanguardias: el expresionismo, aunque se pueden establecer diferencias con el fauvismo. Los fauvistas se interesarán más por los aspectos formales y decorativos de la expresión, mientras que los expresionistas alemanes se centrarán, principalmente, en los aspectos simbólicos y emotivos, y buscarán en muchas ocasiones la perturbación (Giorgi, 1988, p. 50). El color es aplicado incluso con más fuerza y desenfreno para rechazar así con mayor intensidad la exactitud con la realidad y acentuar la distorsión (Hoffmann, 1962, p. 226). Los expresionistas enfatizan lo trágico, lo sombrío, lo antisocial y lo degradado, y se preocupan por mostrar su angustioso o esperanzado estado en el mundo. Concretamente, Rupnik recalca que Munch, considerado precursor del expresionismo, es el artista que en primer lugar ha trasladado al lienzo los gritos y los silencios de angustia de los jóvenes frente a una civilización despersonalizada y moralista (Rupnik, 1997, p. 138).
El director del Centro Aletti explica que el expresionismo afirma con violencia la exclusividad del sujeto y el valor de su emotividad (Govekar, 2013, p. 39). En este sentido, Van Gogh es considerado también el padre del expresionismo porque la idea básica de este movimiento fue la exploración de la vida interior del hombre (Zigrosser, 1957, pp. 5-9 y 21). La afirmación del individualismo es su principal característica. Por ello, no ha podido existir grupo ni movimiento que encarne de manera apropiada el expresionismo, sino que cada uno de los artistas genera su propio estilo. El valor colectivo del arte desaparece y se impone la confesión del sentimiento individual con tal violencia que genera la deformación expresiva (Stangos, 2000, p. 43).
Esta confesión de la intimidad del artista a través de su obra se produce en muchos casos también en la actualidad, lo que ha llevado a Rupnik a trazar un paralelismo entre el arte actual y el sacramento de la confesión. Así, explica que se trata de «un corazón cambiado, es un grito de la verdad existencial comprometida y doliente del hombre de hoy. Por ello, es un arte que debe ser respetado y acogido como el confesor acoge la confesión» (Rupnik, 2013, p. 27).
La influencia de Van Gogh también se aprecia en la concepción del arte de Kandinsky. De hecho, como escribe Rupnik, si Van Gogh plantea que, para pintar bien, tiene que pintar como se siente, Kandinsky, «discípulo de Van Gogh», dará un paso más al afirmar que lo que uno siente es más concreto que lo que ve (Rupnik, 2009, p. 64). De este modo, la forma y el color adquieren una fuerza de expresión excepcional, pues revelan lo que está bajo las apariencias ilusorias, descubren el significado interior de la realidad (Babolin, 2000, p. 125). El director del Centro Aletti también escoge como paradigma de esta subjetividad del arte contemporáneo a Picasso, pues este elige el modo de pintar la imagen, de tal forma que, según Rupnik, después de Picasso todas las elecciones son posibles y la imagen no tiene ningún elemento explícitamente objetivo (Rupnik, 2001, p. 139).
Debemos tener en cuenta que el subjetivismo no se agota en la producción artística de Van Gogh, de los fauvistas, de los expresionistas o de los cubistas, como Picasso. Otros muchos artistas contemporáneos, como Rodin, han manifestado la concepción del arte como expresión particular de su interior. Así, en su testamento artístico, exhorta: «sed ferozmente verdaderos. No dudéis nunca en expresar lo que sentís» y concluye que la clave está en emocionarse, amar, anhelar, estremecerse y vivir (2000, pp. 157-158). Sin embargo, nos hemos centrado en algunos de esos creadores en los que Rupnik, de forma directa, ha subrayado la connotación fuertemente subjetiva de sus obras y que, como él también apunta, es, en última instancia, consecuencia del arte del renacimiento.
La mirada de Rupnik a los precedentes en el humanismo renacentista
El arte renacentista, según Rupnik, es aquel que se caracteriza por el perfeccionamiento de la apariencia exterior, por el embellecimiento de todos sus elementos, lo que ocasiona el desarrollo de una imagen cada vez más sensorial y sensual (2001, p. 142). Otros autores, como Casas Otero, también señalan que la creatividad artística renacentista busca primordialmente el placer estético de forma sensitiva (2003, p. 419). Un ejemplo de este perfeccionamiento de las formas se reflejaría en el tratamiento del cuerpo de las figuras. Como escribe el director del Centro Aletti, el artista se sirve de un lenguaje «formalmente perfecto que se adhiere en todo a un ideal clásico. Surge entonces la pregunta sobre el significado del cuerpo y empieza también un desfase entre el cuerpo pintado y el sujeto que querría representar». Esto es debido a que se corrige y perfecciona tanto la figura que se puede llegar a crear una persona que no existe en la realidad. No obstante, como exclama Rupnik, «¡el arte no debería hacer desear lo que es imposible vivir, sino lo que podemos vivir todos!» (Govekar, 2013, pp. 136-137 y 145).
Asimismo, plantea que el embellecimiento ideal de las formas está ligado a una elaboración del pensamiento, de modo que la imagen cada vez más se convierte en una narración en la que se proyectan las ideas (Rupnik, 2001, p. 141). Así, la concepción simbólica del arte es más difícil percibirla en el arte renacentista, al estar ligado a una estética autorreferencial y correr el riesgo de imposibilitar ir más allá de sí mismo, de referirse a otro. El director del Centro Aletti explica que un «lenguaje con una forma perfecta gusta a los ojos, colma de satisfacción los sentidos, pero está demasiado cerrado sobre sí mismo, demasiado elaborado para dejar espacio para que Dios pueda aún decir algo, pueda redimir» (Govekar, 2013, p. 100).
Asimismo, Rupnik plantea que la perfección de las formas promueve la auto-afirmación del artista que, en muchas ocasiones, puede centrarse únicamente en buscar su propia satisfacción. Es decir, la obra de arte «se convierte en un alarde de la inteligencia que la ha pensado, de la habilidad manual que la ha llevado a cabo» (Govekar, 2013, p. 99). Así, deduce que está ligada, en términos generales, a un fuerte antropocentrismo, ya que el hombre es el centro de la elaboración. En este sentido, comenta que la crisis del arte es consecuencia de la crisis antropológica, que ha comenzado con el renacimiento, en el que se impone la visión del individuo (Rupnik, 2014, p. 22).
Además, este desmesurado protagonismo del artista conlleva, como subraya Natasa Govekar, que, para disfrutar de una obra de arte, nos interesemos principalmente por el artista. «Este enfoque llega a ser tan corriente que parece más importante la técnica, el estilo... todo lo que se refiere al artista, antes que el contenido de la obra» (2013, p. 153).
Es importante puntualizar que, a pesar de estas ideas relativas al arte renacentista en general y a las consecuencias del perfeccionamiento de sus formas, Rupnik reconoce al mismo tiempo los aspectos enriquecedores de los maestros del renacimiento, hasta el punto de que en su taller tiene una imagen del rostro de la Sibila Délfica de Miguel Ángel, el gran maestro renacentista (Govekar, 2013, p. 105). Sus reflexiones podrían recordar las palabras que pronunció san Juan Pablo II en su Carta a los artistas, al señalar que el arte a partir del renacimiento destaca por un creciente interés por el hombre, que por sí mismo no supone un peligro, aunque, como continúa afirmando, «este clima ha llevado a veces a una cierta separación entre el mundo del arte y el de la fe» (1999, n. 10).
El director del Centro Aletti ha llegado a esta concepción del arte renacentista a través de la lectura de diversos autores, especialmente de los siglos XIX y XX, como él mismo reconoce. Entre otros, se refiere explícitamente a Berdiaeff, quien afirma que «la máquina elaborada por el renacimiento ha destruido la belleza de la vida» (1951, p. 41). Asimismo, hay que destacar a Florenski, que en una de sus investigaciones titulada Il pensiero medievale e il pensiero rinascimentale contrapone ambas concepciones del mundo y concluye insistiendo en que la separación de la vida es la principal característica del pensamiento renacentista. Por ello, insiste en que el arte que se desarrolla en esta época «ha decidido reemplazar la creación simbólica por la construcción de simulacros» (2005, p. 39). Finalmente, en esta línea, podríamos citar a Ratzinger —a quien también se refiere el director del Centro Aletti—, al subrayar que es durante el renacimiento cuando destaca ese carácter autorreferencial del arte que previamente hemos comentado, pues promueve «una visión de la belleza que no quiere señalar en otra dirección que no sea ella misma» (2007, p. 169).
Rupnik indica que este arte renacentista tiene su precedente en el arte griego y también se vincula con las manifestaciones artísticas desarrolladas en la época del neoclasicismo, donde el buen gusto se convierte en la norma y expresión de la estética como ciencia de la obra de arte (2001, p. 141).
Como consecuencia de esta idealización y perfeccionamiento de las formas, propios del arte renacentista, se abrirán dos caminos, como también plantea el director del Centro Aletti. Uno, cuyo iniciador es Cézanne, caracterizado por una búsqueda de lo racional; y otro, inaugurado por Van Gogh, que se dirige, como hemos señalado, al interior, a lo personal, al sentimiento (2005, p. 490). En este sentido, Rupnik especifica que Van Gogh es un contestador: contesta a una cultura formalista donde la imagen está sujeta a normas (2001, p. 138).
En definitiva, al hilo de estas reflexiones, podríamos deducir que los movimientos de vanguardia, como el postimpresionismo, surgen como reacción a ese perfeccionamiento propio del arte desde el renacimiento. También el movimiento fauvista y expresionista serían, en cierto modo, consecuencia de ello (Rupnik, 2001, p. 139). Y esta situación llega a muchas manifestaciones del arte actual, pues el siglo XX es un siglo de protesta contra un formalismo ideológico que ha sofocado aquello verdaderamente humano: las relaciones, la convivencia, el encuentro (Govekar, 2013, p. 52). Precisamente, Plazaola también ha indicado que el subjetivismo que, en términos generales, caracteriza al arte contemporáneo, hunde sus raíces en el renacimiento (1991, p. 29).
Consecuencias del subjetivismo en el arte
En primer lugar, la primacía que alcanza el subjetivismo ha ocasionado, según Rupnik, una confusión en el concepto del arte y la consecuente desaparición de los criterios que lo definen. Concretamente, el director del Centro Aletti afirma que «en este momento el límite entre el arte y el no arte no existe, porque hoy se considera obra de arte todo lo que es expresión» (Velasco Quintana y Rodríguez Velasco, 2009, p. 121).
En términos generales, en el arte contemporáneo se produce un alejamiento de la concepción de belleza propuesta, entre otros, por Soloviev y que es la que defiende Rupnik en la actualidad. Esta belleza está unida al conocimiento integral y promueve un arte que busca un mundo de unidad, una comunicación más universal. El individualismo, en cambio, tiende a ocasionar la invalidación de los criterios de verdad, bien y belleza, y promover el desarrollo de cada realidad de forma absoluta, sin un nexo orgánico con el resto de la realidad. Al aceptar la regla «divide y vencerás», el hombre se encamina hacia una conciencia desmembrada, centrífuga, dispersa, explica Rupnik. Se podría entonces decir que una obra así suscita contrastes y rivalidad, a la vez que cercena una verdadera creatividad, porque no puede penetrar en la realidad (Rupnik, 1994, pp. 59, 106 y 114).
Por otro lado, del mismo modo que el deseo de plasmar en la obra de arte la expresión propia de cada artista condujo en el expresionismo a la dificultad de conformar un movimiento propio, este fenómeno se puede extrapolar al conjunto del panorama artístico actual. De hecho, al considerarse arte todo lo que es expresión, los manifiestos teóricos y las proclamas de individuos y grupos se han multiplicado y han sido cada vez más exclusivistas. Cada artista reclama para sí la representación de lo pura y eternamente artístico (Hoffmann, 1962, p. 31).
La gran diversidad de tendencias en el arte actual es en gran medida consecuencia del individualismo de los artistas que reclaman su propio espacio independiente. Como señala Morales Vallejo, cada artista contemporáneo pretende romper con los modelos de su entorno o con los que le han precedido, para proyectar una tendencia que se agota en sí misma o en un reducido grupo (2006, p. 85). Rupnik ratifica esta idea al plantear que «desde finales del siglo XIX en adelante, sobre todo en el siglo XX, ha habido una explosión de contestaciones al formalismo y cada artista ha propuesto una forma inmediatamente atribuible a su estado interior» (Govekar, 2013, p. 120). La autonomía y autoexpresión conducen además a una democratización del quehacer artístico, de modo que se llega a una situación en la que todos podríamos, potencialmente, ser artistas.