Loe raamatut: «Violencia de género contra mujeres»
Marisol Fernández Revoredo
Carolina Garcés Peralta
Nadia Lazo Rivera
Valeria Mandujano Mogollón
Diana Carolina Portal Farfán
Mayra Sánchez Hinojosa
Rita del Pilar Zafra Ramos
Marisol Fernández Revoredo
(editora)
VIOLENCIA DE GÉNERO CONTRA MUJERES
Grupo de Investigación Derecho, Género y Sexualidad
PUCP
Violencia de género contra mujeres
Marisol Fernández Revoredo, editora
© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2021
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe www.fondoeditorial.pucp.edu.pe
Imagen de portada: cuadro Algo está mal, de Natalia Iguiñiz Boggio (a partir del poemario del mismo nombre de Montserrat Álvarez), 1995, óleo sobre MDF, 175x116 cm
Diseño, diagramación, corrección de estilo
y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP
Primera edición digital: octubre de 2021
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2021-10991
ISBN: 978-612-317-687-7
Índice
Presentación
Violencia basada en género contra las mujeres. La necesidad de reconfigurar su abordaje desde la violencia simbólica y estructural
Mayra Sánchez Hinojosa y Rita del Pilar Zafra Ramos
Mujeres que viven violencia y la falsa dicotomía entre agencia y victimización. A propósito del abordaje de casos de acoso sexual en las universidades
Marisol Fernández Revoredo y Valeria Mandujano Mogollón
De la violencia familiar a la violencia por razón de género contra las mujeres en el Perú
Diana Carolina Portal Farfán
¿Justicia de Estado en el Perú?: El despliegue del aparato punitivo en la vulneración de los derechos a una sobreviviente de tentativa de violación sexual y tentativa de feminicidio
Mayra Sánchez Hinojosa y Nadia Lazo Rivera
Maternidad por sustitución: ¿una nueva manifestación de violencia de género contra las mujeres?
Carolina Garcés Peralta
Sobre las autoras
Presentación
La violencia basada en género contra las mujeres está enraizada en el Perú. La sufren mujeres de todas las edades, sectores sociales, identidades, etcétera. Se trata de una violencia perpetrada en diferentes espacios por particulares, pero también por el Estado, ya sea por acción u omisión. En este sentido, no estamos ante casos aislados que responden a situaciones concretas que afectan a algunas, sino que se trata de la existencia de órdenes de género, de dominio masculino, en los que la violencia contra las mujeres, en su diversidad, resulta instrumental para la supervivencia de dichos órdenes. Angélica Motta (2019) nos recuerda, además, que la organización del género está fundada en la heterosexualidad y, por ello, no solo origina opresión y violencia contra las mujeres sino contra todas aquellas personas que desafían la heteronormatividad.
El movimiento NiUnaMenos marcó un hito en lo que respecta a la visibilización de situaciones de violencia de género. Miles de mujeres empezaron a contar sus historias en el Facebook, vía mediante la cual pudieron hacer públicas las experiencias de violaciones sexuales, violencia física, psicológica, acoso sexual, entre otras. Frente a la inoperancia del sistema de justicia, fueron otras mujeres las que escucharon, creyeron y acompañaron, a partir de lo cual se generó una suerte de tsunami que culminó en 2016 con una gran marcha nacional que congregó a mujeres de todas las generaciones que reclamaban a todos los poderes del Estado tolerancia cero a la violencia de género, así como acciones concretas.
Si bien ya no pasan desapercibidas las violaciones en manada, las violaciones cruentas de las que habla Rita Segato (2010), quemar mujeres, los feminicidios, las desapariciones, etcétera, existen muchas formas de violencia de género que se encuentran normalizadas y son instrumentales al orden de género patriarcal.
Por otro lado, es evidente que los cambios normativos producidos desde la segunda década de este siglo, como la inclusión del delito de feminicidio en el Código Penal (2013), la ley 30364 sobre violencia contra las mujeres y el grupo familiar (2015) y, más recientemente, las modificaciones a la regulación del hostigamiento sexual (2019), han sido medidas insuficientes para enfrentar un problema que es estructural.
En ese sentido, este libro reúne un conjunto de aportes y reflexiones cuyo denominador común es la concepción de la violencia de género como un problema estructural que demanda abordajes y estrategias que promuevan cambios de fondo en nuestra organización social. Es así que, en el primer artículo, titulado «Violencia basada en género contra las mujeres. La necesidad de reconfigurar su abordaje desde la violencia simbólica y estructural», las autoras sostienen que hasta hoy las políticas para enfrentar la violencia de género no han logrado su cometido porque en su abordaje se han obviado las categorías de «violencia estructural» y «violencia simbólica», que son fundamentales para entender sus causas y cómo opera. Por tanto, las autoras sostienen que la victimología está llamada a un análisis profundo de sus características e implicancias sobre la violencia por razones de género.
Por su parte, las autoras del segundo artículo, «Mujeres que viven violencia y la falsa dicotomía entre agencia y victimización. A propósito del abordaje de casos de acoso sexual», hacen una revisión crítica de la noción de víctima que ha sido usada de manera estratégica por algunos feminismos y que ha terminado jugando en contra, puesto que las víctimas que no calzan en esa definición no encuentran justicia. El acoso sexual/hostigamiento sexual en el espacio universitario ha sido el foco de dicho análisis.
El tercer artículo, «De la violencia familiar a la violencia por razón de género contra las mujeres en el Perú», resalta la importancia del cambio de paradigma en el abordaje de la problemática y la relevancia del enfoque de género junto con el interseccional. En ese marco, la autora lleva a cabo un balance sobre la producción normativa y las políticas públicas en la materia.
En «¿Justicia de Estado en el Perú?: el despliegue del aparato punitivo en la vulneración de los derechos a una sobreviviente de tentativa de violación sexual y tentativa de feminicidio», las autoras argumentan que la apuesta punitiva de cierto sector del feminismo peruano ha legitimado el despliegue del sistema penal punitivo para la vulneración de los derechos de las mujeres sobrevivientes de este tipo de violencia.
Finalmente, esta publicación cierra con el artículo «Maternidad por sustitución: ¿una nueva manifestación de violencia de género contra las mujeres?», en el que la autora muestra los efectos invisibles de quien, por necesidad, presta su cuerpo para la gestación, de manera que esta situación se enmarca dentro de la violencia de género.
En suma, este libro es un aporte colectivo del Grupo de Investigación Derecho, Género y Sexualidad, para pensar desde el Estado y los feminismos sobre las estrategias contra la violencia de género en el Perú y para vincularlas con urgencia a los cambios sociales y culturales que como comunidad necesitamos.
Marisol Fernández Revoredo
Referencias
Motta, A. (2019). La persistente violencia de género. En A. Motta, La biología del odio. Retóricas fundamentalistas y otras violencias de género (pp. 25-28). Lima: La Siniestra Ensayos.
Segato, R. (2010). La estructura de género y el mandato de violación. En R. Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos (pp. 21-52). Segunda edición. Buenos Aires: Prometeo libros.
Violencia basada en género contra las mujeres. La necesidad de reconfigurar su abordaje desde la violencia simbólica y estructural
Mayra Sánchez Hinojosa Rita del Pilar Zafra Ramos
Introducción
La violencia contra las mujeres ha logrado posicionarse como un tema importante de la agenda internacional y nacional de varios países. No en vano, la meta 2 del Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas establece que los países deben «[e]liminar todas las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación». Sin embargo, las políticas públicas y las acciones adoptadas para erradicar la violencia basada en género contra las mujeres no han logrado su objetivo: ¿por qué las estrategias de género, por ejemplo, las de prestigiosos programas de cooperación internacional, han fracasado? (véase Segato, 2016, pp. 119 y 120). ¿Existen categorías de análisis que han sido inobservadas en la construcción de políticas públicas y acciones que buscan erradicar este tipo de violencia?
Sostenemos que la violencia estructural y la violencia simbólica, tal como fueron conceptualizadas por Johan Galtung y Pierre Bourdieu, respectivamente, son categorías teóricas que resultan imprescindibles para comprender el fenómeno de la violencia basada en género hacia las mujeres. Asimismo, aseveramos que, con tal fin, la victimología requiere un análisis profundo de sus características e implicancias sobre la violencia por razones de género. La incorporación de dichas categorías en el estudio victimológico de este tipo de violencia permitirá: (1) analizar la violencia masculina ejercida contra las mujeres por razones de género, (2) explicar y entender los patrones de victimización y (3) repensar las teorías criminológicas que tratan de explicar la violencia ejercida contra las mujeres.
La violencia por razones de género contra las mujeres ha tenido múltiples acepciones. Por ejemplo, ha sido entendida de este modo: «las agresiones que sufre la población femenina emanan de una sociedad patriarcal que las discrimina y subordina, [lo] que ha hecho que el factor de riesgo sea ser mujer» (Camacho, 2014, p. 21). Para los fines de este artículo, por violencia basada en género entenderemos:
Cualquier acción o conducta, basada en el género y agravada por la discriminación proveniente de la coexistencia de diversas identidades (raza, clase, identidad sexual, edad, pertenencia étnica, entre otras), que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a una persona, tanto en el ámbito público como en el privado. Se trata de aquella violencia que ocurre en un contexto de [dominación]1 contra la mujer y contra aquellos que confrontan el sistema de género, sea al interior de las familias o fuera de ellas, al margen de su sexo, que no se refiere a casos aislados, esporádicos o episódicos de violencia, sino que están referidos al sistema de género imperante, que remite a una situación estructural y a un fenómeno social y cultural enraizado en las costumbres y mentalidades de todas las sociedades y que se apoya en concepciones referentes a la inferioridad y subordinación de las mujeres y la supremacía y poder de los varones2 (MIMP, 2016a, p. 25).
Esta definición evidencia que la violencia por razones de género ejercida contra las mujeres exige un análisis estructural del contexto que trascienda el acto concreto de violencia en cuestión. Sobre la base de esta definición, desarrollaremos el presente artículo a través de las siguientes secciones: a) la violencia simbólica y la violencia estructural: nociones sociológicas para el estudio de la violencia por razones de género contra las mujeres, b) violencia por razones de género y victimología: una aproximación incompleta, c) aportes de los conceptos de violencia simbólica y violencia estructural para una comprensión integral de la violencia basada en género y d) conclusiones.
La violencia simbólica y la violencia estructural: nociones sociológicas para el estudio de la violencia por razones de género contra las mujeres
Los conceptos de violencia simbólica y violencia estructural provienen de las ciencias sociales y han servido para explicar distintos fenómenos y el funcionamiento de las sociedades, incluyendo a la violencia. No obstante, tradicionalmente la sociología no se ha dedicado al estudio de los fenómenos de violencia de género contra las mujeres. Autores como Durkheim, Merton y Weber, e incluso Benjamin y Foucault, aunque abocados al estudio de la violencia, se enfocaron en temas como la violencia estatal o pública (Hearn, 2013, pp.153-155; Walby, 2012, pp. 95-101).
La violencia basada en género contra las mujeres es esencial para el funcionamiento de las distintas estructuras sociales tal y como se configuran actualmente. Por ello, no debe ser ignorada por los estudios sobre la violencia. Tomando en cuenta esta necesidad, en el presente apartado analizaremos la forma en que los conceptos sociológicos de violencia simbólica y violencia estructural aportan en la comprensión de este tipo de violencia.
Violencia simbólica de género
La noción de violencia simbólica es una categoría desarrollada por el sociólogo Pierre Bourdieu (1997, 2000, 2012, 2013; Bourdieu & Passeron, 2008) que resulta central para el análisis y la comprensión de su teoría sobre la dominación. Bourdieu entiende a la violencia simbólica como la acción de «imponer significaciones e imponerlas como legítimas, disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza» (Bourdieu & Passeron 2008, p. 18). La existencia de la violencia simbólica implica necesariamente la existencia de relaciones de fuerza en las que esta se entrelaza. En la práctica, la imposición debe distanciarse o desligarse de las relaciones de fuerza existentes en la sociedad para identificarlas como fenómenos independientes. Así, la teoría de Bourdieu «identifica la fuente de ese poder en la relación de los sistemas simbólicos con la estructura social más que dentro de los mismos sistemas simbólicos» (Fernández, 2005, p. 12).
Este tipo de violencia no limita su accionar en el ámbito simbólico, del significado, sino que tiene efectos tangibles en la realidad y; por tanto, en las sociedades (Bourdieu, 2013, p. 50)3. De esta manera, llega a impregnarse en toda la sociedad en la que existe «y en especial en la estructura de un mercado de los bienes simbólicos cuya ley fundamental es que las mujeres son tratadas allí como unos objetos que circulan de abajo hacia arriba» (Bourdieu, 2013, pp. 58 y 59). La noción que usa Bourdieu va más allá de una separación de lo material y lo no material. Por el contrario, esta se encuentra en el vínculo entre estos ámbitos:
[L]a noción de violencia simbólica busca trascender una separación simplista entre lo material y lo simbólico en la cual este último carecería de efectos «reales». La teoría materialista de los intercambios simbólicos que propone Bourdieu pretende, al contrario, explicar la objetividad y la experiencia subjetiva y de las relaciones simbólicas de dominación, y su efecto duradero sobre la producción y reproducción de las estructuras sociales (Arango, 2002, p. 104).
La configuración de la violencia simbólica depende directamente de las formas de ejercicio y distribución del poder en cada sociedad. Esta forma de violencia permite legitimar, a través de la fuerza de la estructura social instaurada, la propia violencia simbólica, de modo tal que se normaliza a sí misma y a la estructura social en la que existe. Por ello, «[e]n una formación social determinada, la cultura legítima, o sea, la cultura dotada de la legitimidad dominante, no es más que la arbitrariedad cultural dominante, en la medida en que se desconoce su verdad objetiva de arbitrariedad cultural y de arbitrariedad cultural dominante» (Bourdieu & Passeron, 2008, p. 39) o, como diría Moi, «la violencia simbólica es legítima y, por lo tanto, literalmente irreconocible como violencia» (nuestra traducción) (1991, p. 1023).
El poder de la violencia simbólica —usualmente dejado de lado como menos importante frente a la violencia física, sexual o psicológica— permite entender la forma en que una sociedad mantiene el statu quo, al legitimar su estructura. Asimismo, evidencia cómo dicha estructura no abarca únicamente a las relaciones sociales, sino también a los propios cuerpos de las personas que habitan la sociedad:
[...] la trenza simbólica encuentra sus condiciones de realización, y su contrapartida económica (en el sentido amplio de la palabra), en el inmenso trabajo previo que es necesario para operar una transformación duradera de los cuerpos y producir las disposiciones permanentes que desencadena y despierta; acción transformadora tanto más poderosa en la medida que se ejerce, en lo esencial, de manera invisible insidiosa, a través de la familiarización insensible con un mundo físico simbólicamente estructurado y de la experiencia precoz y prolongada de interacciones penetradas por estructuras de dominación (Bourdieu, 2013, pp. 54 y 55).
Esto tiene efectos muy concretos en lo que se refiere a la subordinación de las mujeres en la sociedad. Los actos de violencia basada en género contra las mujeres son también actos de violencia «espontánea e impetuosa [que] solo se entiende[n] si se verifican unos efectos duraderos que el orden social ejerce sobre las mujeres (y los hombres), es decir, unas inclinaciones espontáneamente adaptadas al orden que ellas les impone» (Bourdieu, 2013, p. 54). En este contexto, la violencia simbólica ejercida sobre las mujeres naturaliza y legitima su posición subordinada. En efecto, uno de los mecanismos que utiliza la violencia simbólica para permear y transformar una sociedad es la naturalización de la relación de dominación que existe entre las personas dominantes y las personas dominadas (2013, p. 51).
El concepto de violencia simbólica es útil para explicar determinados aspectos de la violencia basada en género contra las mujeres que trascienden los actos de violencia física o sexual concretos. Se ha afirmado que
[en] la teorización de la acción social como siempre corpórea (de lo social como incorporado en el cuerpo), del poder como sutilmente inculcado en el cuerpo, de la acción social como generativa, y en su énfasis en las políticas de la autorización cultural, reconocimiento y posicionamiento social, la teoría social de Bourdieu ofrece numerosos puntos de conexión para la teoría feminista contemporánea (nuestra traducción) (Adkins, 2004, p. 5).
Otro aspecto relevante de la teoría de Bourdieu para los estudios feministas es la importancia brindada al análisis de aquellas cosas que pueden parecer mundanas (Moi, 1991, p. 1019). Gran parte de los actos de violencia de género son normalizados y, en consecuencia, pueden llegar a parecer irrelevantes, o ser solo considerados como microagresiones. Esto genera que el derecho no las considere lo suficientemente relevantes como para regularlas jurídicamente. Por ello, la postura de Bourdieu se condice con la premisa feminista de que «lo personal es político» (Acosta, 2013, pp. 29 y 411).
La dominación masculina sirve mejor que cualquier otro ejemplo para mostrar una de las características principales de la violencia simbólica: que se ejerce al margen de los controles de la conciencia y de la voluntad, en las tinieblas de los esquemas del habitus, que son a la vez sexuados y sexuantes, mediante una coerción paradójicamente consentida, una presión sutil sobre los cuerpos y las mentes, no percibida como tal sino como el orden natural de las cosas (Fernández, 2005, p. 24).
El concepto de violencia simbólica permite entender a la violencia basada en género contra las mujeres como una forma de violencia legítima y que, en consecuencia, se encuentra en la base del sistema de dominación masculina (Moi, 1991, p. 1030). Esta violencia se inscribe de manera especial en el cuerpo de las mujeres «a través de nuestros movimientos, gestos, expresiones faciales, manerismos, formas de caminar» (nuestra traducción) (Moi 1991, pp. 1030 y 1031)4.
Nosotras observamos y somos prueba de esto todos los días: (1) la forma en la que nos expresamos para evitar ser percibidas como confrontacionales y evitar ser agredidas, (2) la forma en la que debemos vestirnos para ser «dignas de respeto», (3) el espacio que ocupamos en el transporte público, (4) la forma en la que esquivamos a las personas cuando caminamos en las calles, (5) entre otras (Acosta, 2013, p. 301; y Marion Young citada en Acosta, 2013, p. 309). Bourdieu reconoció ciertas características de la dominación masculina que han sido somatizadas por los cuerpos de grupos dominados y afirmó que «la complicidad oculta que un cuerpo que se sustrae a las directrices de la conciencia y la voluntad mantiene con la violencia de las censuras inherentes a las estructuras sociales»5 (Bourdieu citado en Acosta, 2013, p. 19).
El derecho tiene un papel especial dentro del capital simbólico y de la violencia simbólica, dado que
la existencia de un universo social relativamente independiente de las demandas externas al interior del cual se produce y se ejerce la autoridad jurídica, forma parte por excelencia de la violencia simbólica legítima, cuyo monopolio corresponde al Estado, que puede recurrir también al ejercicio de la fuerza física (Bourdieu, 2000, pp. 158 y 159).
En ese sentido, el derecho depende y trabaja con la normalización de la violencia estructural de una manera especial debido a que «[e]s solo a condición de reconocer esto que se puede ser consciente de la autonomía relativa del derecho y del efecto propiamente simbólico de desconocimiento que resulta de la ilusión de su autonomía absoluta en relación con las presiones externas» (Bourdieu, 2000, p. 160). Por ello, Bourdieu llama al «capital jurídico», la «forma objetivada y codificada del capital simbólico» (1997, p. 108). En específico, es necesario advertir que la ley penal expresa, genera y reproduce en su discurso sujetos generizados, lo cual legitima una ideología de género (Núñez, 2018, p. 31). El aparato penal opera como una tecnología de género (De Lauretis, 1997, p. 12) que se constituye sobre el sistema de opresión de las mujeres que tiene a su cargo la regulación punitiva de las relaciones de género (Núñez, 2018, p. 31)
La violencia simbólica se encontraría dentro de lo que Nancy Fraser denomina «injusticia simbólica», la cual está «arraigada en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación» (2012, p. 22). En concreto, se manifiesta a través de la «dominación cultural» que es definida como el «estar sujeto a patrones de interpretación y comunicación asociados con otra cultura y ser extraños u hostiles a los propios» (2012, p. 22).
Esta clasificación de Fraser describe la forma como está estructurada la sociedad. No obstante, no se aboca a temas como: 1) la forma en que dicha estructura se inscribe en el cuerpo de las mujeres o 2) en su labor de reproducción, como lo hace Bourdieu. Asimismo, Fraser distingue la dominación cultural del irrespeto y del no reconocimiento (Fraser, 2012, p. 22), aspectos que, según la teoría de Bourdieu, se encontrarían dentro de la violencia simbólica.
Violencia estructural
La violencia estructural es concebida dentro del triángulo de la violencia elaborada por Galtung, cuyas otras dos aristas son la violencia cultural y la violencia directa. A las primeras dos, dicho autor las denomina «invisibles» y, a la tercera, «visible» (2004, p. 3). Cabe resaltar, además, que Galtung asimila la violencia estructural a la injusticia social (1969, p. 171), lo que resalta su carácter social6.
Fuente: Galtung, 2004, p. 3.
Los actos individuales de violencia directa no deben ser entendidos como eventos aislados7. Por el contrario, debe tomarse en cuenta que nacen de una cultura de violencia y de una estructura violenta; asimismo, debe afirmarse que las tres formas de violencia antes mencionadas se interrelacionan de la siguiente manera: «la violencia cultural y estructural causan violencia directa» (Galtung, 2004, p. 3). Asimismo, Galtung afirma que «[g]eneralmente, puede ser identificada la existencia de un flujo causal de la violencia cultural, a través de la violencia estructural, hacia la violencia directa» (nuestra traducción) (1990, p. 295).
Así como Bourdieu reconoce que la violencia simbólica tiene efectos en la realidad, Galtung reconoce que «la violencia directa refuerza la violencia estructural y cultural» (2004, p. 4).
La violencia cultural es identificable en cierta medida con la violencia simbólica de Bourdieu, debido a que define a la primera como
aquellos aspectos de la cultura, la esfera simbólica de nuestra existencia —ejemplificada por la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia empírica y la ciencia formal (lógica, matemáticas)— que pueden ser usadas para justificar o legitimar la violencia directa o estructural» (nuestra traducción) (Galtung ,1990, p. 291).
La violencia cultural también tiene una función legitimadora al «hace[r] que la violencia directa y estructural se vean, incluso se sientan, como correctas —o al menos como no incorrectas—» (nuestra traducción) (Galtung, 1990, p. 291). No obstante, no es posible identificarla plenamente con la noción de violencia simbólica de Bourdieu, ya que esta última, para ser entendida, debe leerse al interior de las teorías del habitus y del capital simbólico de Bourdieu. Asimismo, Bourdieu distingue el capital cultural del capital simbólico8.
Galtung afirma que se habla más de violencia directa que de la violencia estructural (1969, p. 173). Esto responde a las propias características de la violencia directa y de la violencia estructural, lo que genera que una sea normalizada y, la otra, no:
La violencia personal, que a una mayor extensión es vista como los deseos de individuales, debería mostrar menor estabilidad. Por lo tanto, la violencia personal puede ser notada de una manera más fácil, aun cuando las «aguas tranquilas» de la violencia estructural puedan contener mucha más violencia (nuestra traducción) (Galtung, 1969, pp. 173 y 174).
Lo anterior evidencia que la violencia estructural también se normaliza en la sociedad a tal nivel que es entendida como el sistema en sí mismo:
El objeto de la violencia personal percibe la violencia, usualmente, e incluso puede quejarse —el objeto de la violencia estructural puede ser persuadido de no percibirla de ninguna forma—. La violencia personal representa el cambio y dinamismo —no solo perturbaciones en olas, pero olas en aguas por lo demás tranquilas—. La violencia estructural es silenciosa, no se muestra —es esencialmente estática, es las aguas tranquilas— (nuestra traducción) (Galtung, 1969, p. 173)
El «ser» las aguas tranquilas significa que «[p]uede que no haya ninguna persona que directamente haga daño a otra persona en la estructura. La violencia está entrelazada en la estructura social y se manifiesta como inequidad de poder y, en consecuencia, como opciones de vida inequitativas» (nuestra traducción) (Galtung, 1969, p. 171). La violencia por razones de género, en efecto, se encuentra tan enraizada en el sistema que resulta difícil comprender a la misma sociedad sin la existencia de este tipo de violencia. ¿Cómo entender a la sociedad actual sin tomar en cuenta que el sistema político excluye a las mujeres y que las pocas que participan se ven expuestas a actos de violencia (política)? ¿Cómo entender la vida de una mujer sin tomar en cuenta el constante miedo a ser victimizada por razones de género y todas las decisiones de vida que se toman (o no) sobre la base de este temor?
No cabe duda de que en el sistema actual, la masculinidad hegemónica9 se encuentra en una posición, tanto simbólica como socialmente, superior a la de las mujeres, al ser beneficiarios directos del sistema de dominación y opresión por razones de género. Asimismo, los sujetos hegemónicos se benefician del sistema de opresión de raza y provienen de una clase económica privilegiada. De esta manera, variables como el género, la raza y la clase fungen como sistemas de estratificación y configuración social (véase Lynch, 1996).
Respecto al patrón de interacción acíclica, elemento de la violencia estructural (Galtung, 1969, p. 176), la «vía correcta» es el binomio dominación/subordinación. En relación con el rango y la centralidad, pero también respecto a la congruencia entre los sistemas y la concordancia entre los rangos, casi todas las posiciones de poder han estado tradicionalmente ocupadas por varones (blancos, occidentales, cisgénero y heterosexuales), siendo estos los sujetos hegemónicos. Por todas estas razones podemos sostener, al menos teóricamente, que:
Esta violencia estructural de género, materializada mediante distintas clases de agresión, articula la estructura de poder para mantener la dominación masculina, con el objetivo de reprimir la potencialidad de las mujeres o de reconducir dicha potencialidad hacia determinados ámbitos (la familia, el hogar, la naturaleza), de tal forma que no interfiera en la hegemonía masculina (Pérez Beltrán citada en Munévar Munévar & Mena Ortiz, 2009, p. 362).
Estas nociones sociológicas (violencia simbólica y violencia estructural), al ser abordadas desde una lectura del género, nos permiten entender los mecanismos de dominación y opresión que atraviesan los cuerpos de las mujeres y, por ende, los tipos de violencia a las que se encuentran expuestas al ser esta necesaria para legitimar y (re)afirmar la estructura social.
Violencia por razones de género y victimología: una aproximación incompleta
La violencia basada en género es un problema endémico que afecta a las mujeres y a otros sujetos minorizados10 por el género o la sexualidad. La violencia que experimentan las mujeres durante sus vidas y en los distintos espacios en los que participan (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014) se inscribe en un «contínuum de la violencia» (Kelly, 1988; Boesten, 2008; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; McKinney y otros, 2009; Fríes & Hurtado, 2010).