El último refugio

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El último refugio
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Primera edición, octubre de 2003

Segunda reimpresión, febrero de 2004


Director de la colección: Alejandro Zenker

Coordinadora de la colección: Ivonne Gutiérrez Obregón

Cuidado editorial: Elizabeth González

Coordinadora de producción: Beatriz Hernández

Director de comercialización: Miguel Ángel Sánchez

Diseño de portada: Luis Rodríguez


Fotografía de interiores y portada: Alejandro Zenker

Modelo: Leda Rendón


© 2003, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos

Teléfono y fax (conmutador): 5515-1657

solar@solareditores.com

www.solareditores.com

www.edicionesdelermitano.com


ISBN 978-607-8312-50-4

Hecho en México

Y llaman vida a nuestro único refugio…

Paul Celan

El alma humana se encuentra en la piel.

Kôbo Abe

Álvaro había muerto. Nuestras preguntas habían quedado sin respuesta: por qué, cómo, qué fue lo que pasó. En el crematorio estábamos amigos y parientes asombrados, incapaces de comprender la violencia brutal de un balazo en el paladar con la pistola de su abuelo. Marisa, su esposa, alternaba sus miradas de horror y rabia en dirección del ataúd y hacia Dazana, la muchacha que se había quedado con él los últimos meses. Verónica, mi mujer, y yo mirábamos la escena abrazados, consolándonos, tratando de decir algo que tuviera algún sentido frente al hecho irrevocable de la muerte.

Cuando el humo del crematorio se hubo dispersado y después de que entregaron, según las indicaciones de Álvaro, la urna con sus cenizas a Dazana para que las esparciera en un lugar que sólo ella conocía, ésta me hizo una discreta señal con la cabeza para que me acercara. Era una mujer de una belleza inquietante, de ojos verdes intensos y rasgos que recordaban la pureza de las esculturas prehispánicas, aunque su cuerpo, bien plantado, mostraba los rasgos evidentes de un largo mestizaje. Esta mujer, que había compartido los últimos meses de la vida de Álvaro, sacó de su modesto bolso un cuaderno forrado en piel. Una vez que lo dejó en mis manos me lanzó una mirada penetrante a través del velo negro que le cubría el rostro. Nunca más la volvería a ver.


El cuaderno era una especie de diario. Dispersos en él, Álvaro había anotado sus últimas impresiones, sus emociones, sus vivencias. Fue así como fui comprendiendo sus razones, sus motivos, la posible razón de su suicidio.


Me acerco a ti como quien arriba después de un largo viaje a la Tierra Prometida. Mi boca desciende por tu cuello y de pronto me encuentro con la constelación de Orión. Las Pléyades, distantes, primigenias, anidan entre tus senos.

Andrómeda y otras galaxias desconocidas se arremolinan sutilmente en tus caderas. Tu corazón es el pulsar que marca el tiempo del deseo. Sirio me observa en la comisura de tus labios. Así es como me pierdo en el Cosmos de tu cuerpo.


La primera vez que vi a Dazana, acababa de llegar del sur con Álvaro. Marisa afirmaba, con la rabia del despecho, que esa sirvienta era su amante, que la había conocido en el pueblo de sus familiares, poco después de su rompimiento. Álvaro nos había invitado a su casa y disfrutábamos maravillados de esa silenciosa belleza. Recuerdo que solíamos intercambiar miradas con la típica complicidad de los varones. El movimiento de sus caderas al alejarse, la visión de sus senos bajo el escote, cuando se inclinaba a recoger los platos, nos dejaban boquiabiertos. Más de una de nuestras mujeres se sonrojaba al verla caminar, ondulante y exacta como un felino, para perderse en la cocina.

Nos gustaba bromear sobre el asunto: todos queríamos tener una sirvienta como Dazana. Verónica a menudo me decía que era imposible que esa mujer viviera con Álvaro y que no pasara nada.

—Conociendo a Álvaro... Yo creo

que algo está sucediendo. ¿No has visto cómo lo mira esa mujer? Se lo come con los ojos. Seguro está enamorada de él. Y Álvaro se aprovecha… —concluía con una mirada a un tiempo cómplice y avergonzada.

Yo también me quedaba pensando en las cosas que pasarían cuando se quedaban solos, después de una cena rociada con largos tragos de vino. Sin embargo, pronto me olvidaba de eso: Verónica y yo estábamos apenas empezando a vivir juntos y esas noches me hundía en sus brazos sin pensar ya más en Álvaro y Dazana. Estábamos enamorados. No queríamos saber de otras historias.


La veo entrar en silencio a mi cuarto. No habla. No dice nada. Escucha todo lo que le digo con atención. Cumple con sus obligaciones, se somete, y sin embargo permanece más allá, fuera de mi alcance, innecesariamente cruel y silenciosa.

Sus ojos… No puedo describir esos ojos, imposible definirlos, como los matices del océano, como el color de un bosque cuando la sombra de las nubes se proyecta sobre las copas de los árboles al atardecer.


Hoy sentí entre mis dedos su pelo húmedo. Cabellos negros, largos y suaves. No puedo creer esos movimientos de ocelote. He esperado a que me hable, que me diga algo, pero sólo escucha y cumple todo lo que le pido. Su silencio me tortura.

¿Por qué te niegas a hablarme?

Meses después de la muerte de Álvaro, Marisa nos invitó a su casa. Después de cenar, ya completamente ebria, se desplomó en el sillón y dijo con rabia:

—Pinche Álvaro… ¿Saben cómo llegó esa vieja a su casa? Se la trajo de Guerrero, se la compró al marido… Me lo contó él mismo… Estaba completamente enloquecido por ella.


Después se quedó ebria, monologando, dormitando, balbuceando maldiciones contra la mujer. Verónica y yo no sabíamos si creerle, pero la historia se iba haciendo cada vez más extraña. Los detalles que aparecían eran sórdidos y perturbadores.

Yo leía de cuando en cuando el cuaderno de Álvaro por las noches. A veces leía algunos fragmentos a Verónica, quien los escuchaba atentamente. Como suele suceder en las relaciones entre amigos, Verónica sentía una cierta fascinación por Álvaro. Todos sabíamos de las exasperantes depresiones que se le aparecían de cuando en cuando, justo después de largos periodos de creatividad. Álvaro no era un hombre guapo, tampoco era simpático, más bien tendía a la melancolía y ésa era quizá la razón por la que muchas mujeres lo encontraban atractivo.


Álvaro era escritor. Algunos de sus libros circulaban en las librerías con la discreción de un autor desconocido que se va abriendo paso en una incipiente carrera literaria. Poco después de obtener un premio por un libro de relatos, se casó con Marisa, una mujer tan frívola como hermosa, que provenía de una familia muy rica. Se dedicaba al modelaje y había sucumbido al encanto casi metafísico de Álvaro. Esa relación se convirtió en la comidilla entre los amigos. La modelo y el escritor: un enganche narcisista. Una vez casados, Álvaro recibió una beca y se marcharon a Europa. A su regreso, meses más, meses menos, sin explicación ninguna, Álvaro se separó de Marisa. Nadie podía entenderlo. Fue un golpe para Marisa, quien nunca pudo reponerse, mucho menos cuando, después de una larga estancia en la hacienda de su familia en el Sur, Álvaro se trajo, así sin más, a Dazana, mujer que pasaba por su sirvienta, pero que fue mucho más que eso. La historia que se revelaba en sus cuadernos era realmente extraña. No podía creer lo que estaba leyendo.


Te he amado con la codicia de quien descubre un tesoro. Te veo entrar de noche a mi cuarto. Una sombra que se escurre entre las sábanas. Un cuerpo ardiente que gime y ondula, una oleada de deseo.


Me observas leer, ¿qué acechas? ¿Qué buscas en mí? Desdeñas los libros, escuchas con aburrimiento mis conversaciones, te he sorprendido hojeando mis cuadernos como quien mira algo extraño, ignoto, inútil.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?

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