Apocalipsis

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Los miembros de nuestras familias quieren que cada uno de nosotros cambie y “crezca” en una cantidad de cosas, y nosotros lo sabemos.

Llamados al arrepentimiento. Puesto que todavía no hemos alcanzado el ideal, otro tema que se repite vez tras vez en las siete cartas es el llamado al arrepentimiento. Esto significa “cambiar de actitud, de manera de pensar”. Dios quiere que pensemos hoy en forma diferente que ayer, especialmente con respecto a la clase de gente que somos. Quiere que reconozcamos que no amamos como deberíamos hacerlo, que transigimos cuando deberíamos permanecer firmes, que somos testarudos e irritables cuando deberíamos ser comprensivos, y que tenemos una opinión demasiado elevada de nosotros mismos. El arrepentimiento implica reconocer la verdad acerca de nosotros mismos y, en consecuencia, reaccionar en forma adecuada.

Una reacción adecuada sería decidir valerosamente que por la gracia de Dios seremos diferentes. Otra forma adecuada consiste en pedir disculpas a la gente que hemos ofendido.

Cantidad de veces he tenido que pedir disculpas a mi hijo por haberme irritado con él; y a mi esposa también, por no haber sido con ella, precisamente, galante. Me alegro de decirles que estos pedidos de disculpas no han causado daño a nuestras relaciones mutuas. En efecto, ¡parece que han ayudado a mejorarlas!

Pensemos en el caso Watergate. ¿Puede usted recordar el momento en que se dio cuenta por primera vez que el presidente de los Estados Unidos no era, al fin y al cabo, una persona honesta? ¿Recuerda cómo se sintió? ¿Podría usted imaginarse la siguiente escena?:

Locutor: Señoras y señores: ¡el presidente de los Estados Unidos!

El presidente: Conciudadanos: He cometido un error. Cuando lo hice, pensé que estaba obrando bien; pero ahora me doy cuenta de que fue un error. Les pido perdón a todos. Aunque no merezco la confianza de ustedes, les ruego que me ayuden a reparar el daño que hice.

Algunos lo habrían calificado de hipocresía y debilidad. Pero yo creo que la mayoría de los ciudadanos comunes habría dicho: “¡Fue difícil! ¡Me alegro por él!” Creo que su credibilidad habría aumentado, y la confianza en el Gobierno se habría afianzado.

La mayoría de nosotros teme arrepentirse y pedir disculpas, porque creemos que si admitimos haber hecho algo malo la gente va a pensar que realmente lo hicimos. ¿Por qué no tenemos la suficiente sensatez para reconocer que ya lo sabían?

¿Oyó del hombre que por equivocación puso sal en vez ds azúcar a sus frutillas (fresas)? Aborrecía las frutillas con sal, pero antes de permitir que su esposa se diera cuenta de que había cometido una equivocación, siguió comiendo frutillas con sal por más de diez años.

Nuestros errores son tan evidentes que la gente se pregunta por qué nosotros no los vemos.

Eso es lo que Jesús dijo acerca de los laodicenses: eran ciegos, y no se daban cuenta de ello.

Y desnudos, y pobres y tibios.

Para ayudarnos a ser personas con caracteres ricos y atrayentes, hombres y mujeres maduros, esposos y esposas de éxito, Jesucristo nos ofrece todo lo que necesitamos: el oro de la amante fidelidad, la túnica blanca de su bondad, el colirio de la integridad otorgada por el Espíritu, comunión con él, vida después de la muerte y un lugar en su Trono para siempre.

¡Qué incentivos para el desarrollo del carácter!

III. Las siete iglesias como profecía

Isaac Newton53 y una cantidad de otros brillantes expositores de Daniel y el Apocalipsis, han sugerido que las siete iglesias preanunciaban siete etapas de la historia futura de la iglesia. Esta interpretación de las cartas como profecía relativa al futuro se suma a su utilidad como mensajes espirituales dirigidos a las primeras iglesias que los recibieron, y a todas las otras iglesias y a los cristianos de todos los tiempos.

Nos referimos a esta posibilidad en las páginas 92 y 93. A lo que dijimos allí al respecto, añadimos otras consideraciones en Respuestas a sus preguntas, en las páginas 142 y 143. En vista de las persuasivas evidencias que nos conducen en esa dirección, parece que vale la pena que dediquemos algunos momentos a examinar de nuevo las cartas a las siete iglesias, con el propósito de verificar si concuerdan con siete etapas de la experiencia de la iglesia entre la ascensión de Cristo y su segunda venida.

1. Éfeso, 31-100.54

Éfeso recibió una reprensión por haber abandonado su primer amor. Al mismo tiempo, se la felicitó por su perseverancia y sus buenas obras, y en particular por haber sometido a prueba y haber rechazado a los falsos maestros. Su celo disminuyó, pero sus creencias eran brillantes. Todos concordamos en que esta descripción coincide muy aceptablemente con la iglesia del Nuevo Testamento hasta, aproximadamente, el año 100 d.C. La pureza de la iglesia del Nuevo Testamento implica un ideal que numerosos movimientos de reforma han tratado de emular.

2. Esmirna, 100-313.

Nada se dice en las siete cartas acerca de las doctrinas de los cristianos de Esmirna. Se señala, más bien, su lealtad en medio de la persecución. De nuevo podemos decir que todos estaremos de acuerdo en que esta descripción coincide bastante bien con la experiencia de la iglesia durante los siglos II y III, es decir, entre el año 100 y el final de la persecución de Diocleciano, en el año 313. Algunos importantes errores doctrinales se introdujeron durante este período, pero en la evaluación que Cristo hace resulta más importante la constancia de sus seguidores en medio de la persecución.

La declaración que aparece en la carta a Esmirna acerca de algunas personas “que se llaman judíos sin serlo” (Apoc. 2:9), tal vez sea una referencia literal a los judíos que, en su maligno entusiasmo, ayudaron a quemar vivo a Policarpo. En la interpretación simbólica de Esmirna en el sentido de que constituye un período de la historia de la iglesia, en cambio, los falsos “judíos” posiblemente representen a los falsos cristianos. Si entendemos la declaración de esta manera, estarían comprendidos en ella una gran cantidad de cristianos gnósticos, cuya ingeniosa reinterpretación de las Escrituras causó a los verdaderos cristianos una gran preocupación.

3. Pérgamo, 313-538. 4. Tiatira, 538-1565.

En doloroso contraste con las dos primeras iglesias, las dos siguientes, Pérgamo y Tiatira, merecen severas reprensiones por sus doctrinas erróneas. Los de Pérgamo necesitaban arrepentirse, como iglesia en conjunto, por haber admitido a los nicolaítas y a los balaamitas. Peor aún: Tiatira toleró a Jezabel.

Pocas personas conocedoras de los hechos podrán negar que la cristiandad experimentó una profunda apostasía durante la así llamada “cristianización” del Imperio Romano y el avance hacia la Edad Media.

Cuando consideramos a las siete iglesias como lo estamos haciendo ahora, a saber, como símbolos, los pecados de los nicolaítas, balaamitas y jezabelitas también deben ser interpretados simbólicamente. Los profetas del Antiguo Testamento empleaban la palabra “adulterio” para referirse a la impiedad del pueblo de Dios cuando entraba en alianzas políticas y religiosas con las naciones paganas de sus días. (Véase, por ejemplo, Ezequiel 16 y 23.) Los antiguos israelitas adulteraron la pureza de la verdad de Dios con la filosofía, la inmoralidad y los procedimientos coercitivos de las naciones que los rodeaban. Al mismo tiempo, abandonaron su fe en Dios, perdieron de vista sus posibilidades como pueblo del Señor, y se degradaron muchísimo. Las expresiones “nicolaítas”, “balaamitas” y “Jezabel” simbolizan el profundo avance de la apostasía de la cristiandad. En el Antiguo Testamento, Jezabel era un epítome del más degradante adulterio del pueblo de Dios con la dañina civilización de sus vecinos.

Ya hemos visto al estudiar el libro de Daniel que las profecías relativas a los dos cuernos pequeños que aparecen en los capítulos 7 y 8 tienen que ver en primer lugar con los aspectos negativos de la iglesia de Roma. Es reconfortante descubrir en las siete cartas que Cristo decide poner énfasis, en este caso, en los aspectos positivos de esta iglesia, que estaban mezclados con los negativos.

A pesar de la presencia de nicolaítas y balaamitas en la iglesia de Pérgamo, Jesús pudo decir: “Eres fiel a mi nombre y no has renegado de mi fe”. Una excelente característica de este período –entre muchas otras que podrían mencionarse– fue la profunda atención que se dio a la comprensión de la Persona de Jesucristo. El gran Concilio de Nicea (325 d.C.) llegó a la conclusión, después de muchos estudios y deliberaciones, de que Jesús es verdaderamente Dios. El Concilio de Constantinopla (381) llegó a la conclusión de que también es verdaderamente hombre. El Concilio de Éfeso (431) llegó a la conclusión de que su divinidad y su humanidad se combinan en una sola Persona; y el Concilio de Calcedonia (451), que a pesar de ello continúa poseyendo en sí dos naturalezas distintas: divina y humana. Cada una de esas decisiones se tomó en respuesta a los desafíos lanzados por personas que habían tomado la posición contraria. Las grandes afirmaciones a las que se llegó durante el período de Pérgamo concuerdan con las Escrituras, y son doctrinas que continúan siendo profundamente apreciadas por millones de católicos y protestantes en todo el mundo.

Del período de Tiatira Cristo destacó no solo a Jezabel y a sus seguidores, sino además la “caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia en el sufrimiento”. Pudo decir también que al transcurrir el tiempo sus buenas obras incluso mejoraron: “Tus obras últimas sobrepujan a las primeras” (Apoc. 2:19). También pudo referirse “a los demás de Tiatira, que no compartís” las enseñanzas de Jezabel y “que no conocéis ‘los secretos de Satanás’ ” (vers. 24).

 

Nos sentimos felices cuando nos informamos de que durante el período de Tiatira (aproximadamente entre los años 538 y 1565), la iglesia de Roma mereció profundas alabanzas por sus hospitales, orfanatos, escuelas y misiones. Incluso Martín Lutero, que en sus últimos años no se caracterizó, precisamente, por felicitar a los católicos, se refirió calurosamente a los “magníficamente bien construidos” hospitales de Italia, con su personal “tan diligente”, con sus camas “tan limpias” y sus médicos “tan competentes”.55

Jesús se refirió “a los demás de Tiatira, que no compartís” las enseñanzas de Jezabel y “que no conocéis ‘los secretos de Satanás’ ”. Posiblemente estaba pensando en fervientes cristianos como Jan Milic, de Praga; Juan Wiclef y sus seguidores, los lolardos; Juan Hus y sus numerosos husitas. (Véanse las páginas 30 a 35.) Recordamos también a Pedro Valdo y los valdenses; y, tal vez, a Francisco de Asís y los primitivos franciscanos.

Por más maravillosas que hayan sido las buenas obras de la iglesia de la Edad Media, y por más valerosos que hayan sido muchos de sus miembros, algo andaba sumamente mal en ella. Existe consenso en el sentido de que la iglesia descendió a niveles sumamente bajos durante esa época, cuando toda Europa era nominalmente cristiana. Esta triste historia ha sido considerada antes (véanse las páginas 27 y 31, y el tomo 1, páginas 114 a 128), por lo que no necesitamos repetirla aquí.

Lo básico de esta “apostasia” fue la disposición de la iglesia medieval de sustituir lo humano en lugar de lo divino. Las Escrituras, la Cruz y el sacerdocio de Cristo nunca fueron negados; lejos de ello, a menudo se los mencionaba con reverencia. Pero en el quehacer de todos los días, las verdades divinas resultaron eclipsadas por las tradiciones de la iglesia. Las buenas obras, ya sea las propias o las de los santos elegidos, llegaron a tener, a lo menos, tanto valor como la fe en Jesús.

Los resultados de este apartamiento de lo divino en favor de lo humano fueron desafortunados, en lo que se refiere a la moral de la iglesia y de sus dirigentes. Por el año 1500, poco antes de la Reforma, Erasmo, famoso erudito católico, mencionaba que en sus días la mejor manera de ofender a un laico era decirle sacerdote o monje. Al recordar esa misma época, Owen Chadwick, historiador de la Universidad de Cambridge, afirma que “todos los que tenían alguna importancia en la iglesia occidental clamaban por una reforma”.56

“Le he dado tiempo para que se arrepienta”, dice Jesús proféticamente acerca de “Jezabel”, pero “no quiere arrepentirse” (Apoc. 2:21). Los intentos de reforma se sucedieron con bastante frecuencia: en el siglo X y más tarde, en el monasterio de Cluny, en el siglo XIII, con Francisco de Asís, en los siglos XIV y XV, mediante concilios generales, y en el siglo XVI con Martín Lutero y otros. Todos sabemos de qué manera bendijo Dios al mundo por medio de Martín Lutero, incluso en los primeros días de su ministerio, cuando todavía era catedrático de una universidad católica y administrador de varios monasterio: mientras estudiaba la versión católica de las Escrituras, leyó con deleite que “el hornbre es justificado por la fe, sin las obras de la ley” (Rom. 3:28).

Lutero encontró este mismo bendito mensaje en Efesios 2:8 y 9: “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe”.

El gran descubrimiento de la Reforma es que la salvación no se gana: se la acepta, porque es gratuita.

Se cuenta la historia de un anciano cuáquero (los cuáqueros constituían una iglesia cristiana muy difundida en Inglaterra y los Estados Unidos) que sobrepujó a todos sus competidores por adquirir en subasta pública a un esclavo negro fuerte e indomable. Una y otra vez, a medida que avanzaba la subasta, escuchó al negro manifestar su indignación por la esclavitud al decir enfáticamente: “¡No voy a trabajar! ¡No voy a trabajar!”

El cuáquero llevó al esclavo a su casa, y le explicó repetidas veces que lo había comprado únicamente para ponerlo en libertad. Cuando por fin pudo entenderlo y aceptarlo, el negro se arrodilló a los pies del cuáquero, mientras decía entre lágrimas: “Mi amo: voy a trabajar para usted toda mi vida. Lo voy a servir mientras viva”.

Esta es una ilustración de la sencillez del evangelio y de sus efectos. Jesús pagó el precio, todo el precio, para darnos libertad. Cuando nos vemos a nosotros mismos como verdaderos pecadores, y cuando consideramos que Cristo es nuestro Salvador personal, que murió en la cruz para darnos plena libertad, anhelamos arrodillarnos agradecidos a sus pies para consagrarnos a él para siempre.

El descubrimiento de Lutero cambió el curso de la historia. Todavía se considera que la Reforma fue una verdadera encrucijada, un parteaguas, para la historia humana.

La gran oportunidad de Tiatira hasta ese momento fue: “Le he dado tiempo para que se arrepienta”. Desgraciadamente, prosiguen estas palabras: “Pero no quiere arrepentirse”.

La reacción oficial hacia Lutero es bien conocida. El papa se refirió a él calificándolo de “jabalí, cerdo salvaje”, en 1520, y lo excomulgó en 1521. Más tarde, el famoso Concilio de Trento (1545-1563)57 insistió en que después del bautismo la justificación no se obtiene más por fe solamente, sino que debe intervenir el perdón otorgado por el sacerdote, la penitencia y un período adicional en el purgatorio. (Véase el tomo 1, páginas 167 y 168.)

A menudo se dice que el Concilio de Trento es uno de los instrumentos principales de la contrarreforma católica. En respuesta a las demandas de Lutero, llevó a cabo una serie de reformas, mayormente de carácter administrativo. Los sacerdotes, por ejemplo, debían recibir mejor educación y ajustarse a normas morales más elevadas; se ordenó a los obispos que vivieran en sus diócesis, y no en palacios ubicados en cualquiera otra parte, y así sucesivamente. El Concilio de Trento también codificó la teología católica en un sistema oficial por primera vez. Al hacerlo, desgraciadamente, decidió conservar decididamente las doctrinas que prevalecieron durante la Edad Media. Hubo vigorosos debates en el curso del Concilio, porque en varios puntos importantes una cantidad de dirigentes católicos deseaba urgentemente que se produjeran algunos cambios en conformidad con la Reforma protestante. Pero los debates prosiguieron, hasta que las opiniones tradicionales lograron prevalecer. Poco después de la clausura del Concilio, el papa Pío V declaró que Tomás de Aquino era doctor (es decir, un maestro importante) de la iglesia. Tomás de Aquino fue el mayor teólogo de las postrimerías de la Edad Media.

La clausura del Concilio de Trento en 1563 parece ser una fecha apropiada para poner fin al período correspondiente a Tiatira. Pero en el curso de la historia, las tendencias y los movimientos no comienzan ni terminan, generalmente, en fechas específicas. Tampoco la iglesia cristiana ha sido siempre homogénea. Basta considerar las diferencias que se manifestaron entre las siete iglesias literales durante el período simbólico de Éfeso. De manera que si nos imaginamos que Tiatira es un “delfín” (véase las página 96 y 97), que dominó el escenario de la cristiandad durante un período determinado, también podríamos imaginarnos que siguió “nadando” por debajo de la superficie cuando entramos en el período siguiente.

Williston Walker, autor de libros de texto ampliamente usados en colegios y seminarios por cerca de un siglo, dice que por aquel entonces (la década iniciada en 1560) un nuevo espíritu comenzó a manifestarse en las regiones de Europa que continuaban siendo católicas. Este nuevo espíritu era “[1] ardiente en su oposición al protestantismo, [2] medieval en su teología, pero [3] dispuesto a luchar y a sufrir por su fe”.58

Luchar por tu fe es básicamente diferente de sufrir por esa misma fe. Los nuevos católicos estaban –si algo se puede decir al respecto– demasiado dispuestos a combatir. Lo mismo ocurría con los protestantes, como lo vamos a ver cuando estudiemos el caso de Sardis.

Jesús había dicho que si “Jezabel” no se arrepentía, tendría que permitir que los acontecimientos siguieran su curso natural. “Mira”, dice, “a ella [Jezabel] voy a arrojarla en el lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, en una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras. A sus hijos, los voy a herir de muerte” (Apoc. 2:22, 23).

Esta “gran tribulación” no es el tiempo de angustia que ocurrirá al final de todo y del cual todos los verdaderos cristianos serán librados (Apoc. 3:10); ni es tampoco la tribulación que sufrió Esmirna, cuando los santos sufrieron (Apoc. 2:10). Parece, más bien, que se trata de la misma “gran tribulación” predicha en el Sermón Profético, una crisis tan tremenda que aparentemene amenazaría la existencia de la humanidad. (Véanse las páginas 31 a 35.)

A medida que Europa rechazaba sucesivamente las diversas oportunidades de reforma que se le ofrecieron, como nunca antes, ni siquiera durante el siglo en que se produjo la caída del Imperio Romano, “la gente de Occidente caminó por el valle de sombra de muerte. La mayor hambruna de la Edad Media se manifestó durante la segunda década del siglo XIV, y se calcula que las dos quintas partes del total de la población de Europa murió de peste bubónica, o la Muerte Negra, que avanzaba a lo largo de las rutas comerciales, y que se manifestó a mediados del siglo. La Guerra de los Cien Años, librada entre Inglaterra y Francia, no solo abarcó los siglos XIV y XV, sino además introdujo las armas de la guerra moderna gracias al uso de la pólvora y la artillería pesada, especialmente en sus últimos tramos. Grandes revueltas de campesinos y de ciudadanos, pobres en su mayoría, rasgó la trama del tejido social tanto en las ciudades como en el campo”.59

La Muerte Negra era una forma de peste bubónica que producía manchas negras bajo la piel. Muchas de sus víctimas morían en pocos días; algunos, en pocas horas. En ciertos lugares no quedó nadie vivo para sepultar los muertos. Duró, endémicamente, por espacio de trescientos años. ¿No será este, acaso, “el lecho del dolor” de Tiatira?

Junto con la continua presencia de la plaga, las hostilidades religiosas se acumularon durante el siglo XVII entre los católicos del sur y los luteranos del norte. La población participó airadamente en la Guerra de los Treinta Años, que duró de 1618 a 1648. Cuando terminó ese horrendo conflicto y por fin revivió el sentido común, los sobrevivientes descubrieron que el centro de Europa había sido devastado de un extremo al otro por soldados y bandidos; que bandas de huérfanos indisciplinados vagaban por todas partes; que una cantidad innumerable de mujeres habían sido violadas; y que tanto la industria como la agricultura habían sido paralizadas. Los cálculos de las bajas producidas se han elevado hasta diez millones de muertos, a partir de una población inicial de 18 millones en Alemania solamente.60

Si los católicos del sur de Europa hubieran adoptado la doctrina de la justificación por la fe y las demás doctrinas concomitantes de la Reforma, y si los protestantes del norte las hubieran recordado, la terrible Guerra de los Treinta Años jamás habría ocurrido.

5. Sardis, 1565-1740.

Si se considera a Sardis como un símbolo profético, refleja adecuadamente la condición de estancamiento y autosuficiencia que se manifestó en el seno del protestantismo por espacio de dos siglos (desde, aproximadamente, 1565 a 1740) que siguió al resplandor inicial de la Reforma. Al confiar en la fama de la Reforma, Sardis tenía “nombre” como de quien vive, pero en gran medida estaba “muerta” (Apoc. 3:1).

La Reforma luterana dio a la cristiandad un nuevo punto de partida. Por un tiempo, millones se gozaron en un concepto tan claro de nuestro Dios lleno de gracia como nunca lo habían tenido antes. Las Escrituras ocuparon un lugar destacado. La educación mejoró notablemente, porque los reformadores deseaban que todos pudieran leer las Escrituras y comprenderlas por sí mismos. Grandes sumas de dinero, que antiguamente se gastaban en pagar a los sacerdotes para que dieran misas interminables en favor de los muertos, se dedicaban ahora a dar alivio a los pobres. Muchos monjes dejaron sus monasterios para buscar trabajo en el mundo secular. Se animó a los sacerdotes, los monjes y las monjas a que contrajeran matrimonio. Innumerables padres de familia presidían los cultos religiosos del hogar.

 

Pero esta dulzura se amargó. Gracias a un trágico cambio en el orden de los acontecimientos, pareció que era más importante definir la justificación por la fe mediante una terminología exactamente correcta que conocerla por experiencia en la vida personal. Dice el historiador luterano Lars Qualben: “El evangelio fue tratado como doctrina, en lugar de considerarlo el poder de Dios para salvación, y se presentó el cristianismo como la religión del pensamiento correcto, sin el correspondiente énfasis en la rectitud del corazón”. Las Escrituras llegaron a ser una especie de arsenal de armas teológicas. Los debates produjeron un grupo de “teólogos pendencieros y un protestantismo parcelado”.61 Tan desagradables se pusieron esos debates, que Felipe Melanchton, el íntimo aliado de Lutero, se regocijaba al aproximarse su muerte, en 1560, porque pronto podría escapar de la “furia de los teólogos”.62

En 1577 se logró una rígida paz entre los luteranos con la Fórmula de Concordia, y en 1580 con el Libro de la Concordia, firmado por representantes de 86 pequeñas iglesias estatales luteranas y alrededor de ocho mil pastores y maestros luteranos. Los seguidores de Lutero tuvieron entonces su credo dogmático definitivo, tal como la Iglesia Católica tenía el suyo gracias al Concilio de Trento. El luteranismo llegó a ser una “Sardis” ubicada en la cima de la saliente de la montaña, protegida por precipicios aparentemente inexpugnables y –da pena decirlo– extrañamente fría, formal y estancada.

En Gran Bretaña, la Iglesia de Inglaterra también perdió mucho de su fervor original y encontró un elevado refugio detrás de su credo: “Los Treinta y Nueve Artículos”.

Los seguidores de Juan Calvino, el segundo gran dirigente de la Reforma, manifestaron notable creatividad durante un período más largo. Eran conocidos como cristianos reformados en Europa central, como hugonotes en Francia y como puritanos en Inglaterra. Con el tiempo, los puritanos llegaron a ser conocidos como presbiterianos y congregacionalistas, y aún más tarde en los Estados Unidos como bautistas, también.

A pesar de las heroicas contribuciones iniciales de cada uno de los movimientos protestantes, la Europa protestante del siglo XVIII llegó a ser sumamente diferente de lo que habían imaginado los reformadores. Los intelectuales de entre ellos negaron la resurrección y la segunda venida de Cristo, y se convirtieron en racionalistas, introduciendo de ese modo ese oscuro período conocido paradójicamente como Iluminismo o, en alemán, Aufklárung. Se esperaba que la gente común solamente asistiera a la iglesia y creyera lo que se le enseñaba. Inglaterra se desvió hasta los límites mismos de la impiedad. Allí, a comienzos del siglo XVIII, “los entretenimientos populares eran toscos, el analfabetismo estaba ampliamente difundido, la ley se aplicaba en forma salvaje, las cárceles eran resumideros de enfermedad e iniquidad. La ebriedad estaba más difundida que en cualquier otro período de la historia de Inglaterra.63

¡Si los protestantes de “Sardis” se hubieran acordado de las cosas gloriosas que “recibieron y oyeron” (Apoc. 3:3) cuando comenzó la Reforma, cuán diferentes habrían sido los acontecimientos!

Pero ¿qué podemos decir de los “pocos” que en Sardis “no han manchado sus vestidos”; gente que permaneció despierta y que “merecen”? (vers. 4).

Los luteranos tuvieron a una buena cantidad de ellos. Paul Gerhardt (1607-1676) escribió una serie de himnos profundamente espirituales, que aún se cantan en muchas iglesias; incluso el famoso “Rostro Divino”. Jorge Federico Haëndel (1685-1759) compuso el “Mesías”. Johann Sebastian Bach (1685-1750) enriqueció con su música la adoración de todo el mundo occidental. Johannes Bengel (1687-1752) escribió un notable comentario acerca del Nuevo Testamento.

No queremos pasar por alto a George Fox (1624-1691), amante fundador de la iglesia de los cuáqueros. Ni a John Bunyan (1628-1688), el bautista que ha inspirado a multitud de cristianos con su obra El peregrino y también con su Gracia abundante. O a Dorothy Traske (fallecida alrededor de 1640), que pasó 16 años en prisión porque amaba el sábado, el día de reposo de nuestro Señor Jesucristo.

Philipp Jakob Spener (1635-1705) hizo una gran contribución a la causa cristiana. Consiguió que algunos cristianos se reunieran en pequeños grupos para celebrar reuniones devocionales de estudio de las Escrituras y oración. Su “pietismo” tuvo efectos profundos. En parte gracias a la influencia del pietismo de Spener, el conde Nikolaus von Zinzendorf (1700-1760) patrocinó a un grupo de hermanos moravos que se establecieron en una aldea llamada Herrnhut (la cabaña de Dios), que era parte de su gran propiedad. Estos moravos, que mantenían ciertos vínculos con los luteranos, desarrollaron una profunda relación espiritual con Dios y entre sí. Para cumplir la orden de Cristo de predicar el evangelio en todas partes antes de su segunda venida, enviaron miembros de su movimiento como misioneros a los lugares más difíciles, como el Ártico y Sudáfrica, en una época en que esos lugares parecían ser realmente el fin del mundo.

Los moravos enviaron 26 misioneros a Georgia, Estados Unidos, poco después de que se fundara esa colonia. Durante una tormenta en medio del Atlántico, permanecieron asombrosamente tranquilos. La misma tormenta atemorizó tremendamente a John Wesley, que también se hallaba a bordo. Wesley, el futuro fundador de la Iglesia Metodista, era entonces un piadoso joven ministro de la Iglesia de Inglaterra que estaba yendo como misionero a lo que más tarde sería los Estados Unidos. Sintió un profundo interés por saber qué tenían los moravos que él no poseía.

Después, ya en tierra, A. G. Spangenberg, notable dirigente moravo, habló personalmente con el joven John Wesley.

–¿Conoce usted a Cristo? –le preguntó.

–Sé que es el Salvador del mundo –contestó Wesley.

–Es verdad –reconoció Spangenberg–. Pero ¿sabe si lo ha salvado a usted?

Wesley regresó de Estados Unidos a Inglaterra unos dos o tres años más tarde, decidido a saber más acerca del Jesús de los moravos. Mientras oraba pidiendo más luz, el 24 de mayo de 1738 asistió a una reunión anglicana en una capilla ubicada en la calle Aldersgate, de Londres. Escuchó que alguien leía en voz alta el prefacio de Lutero a su Comentario Acerca de Romanos. Quiere decir que escuchó algo en cuanto a la justificación por la fe de la pluma del reformador que más había aprendido respecto de ese tema.

“Alrededor de las nueve menos cuarto”, escribió Wesley más tarde, en palabras que parecen inmortales, “mientras él [Lutero] describía el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, sentí que mi corazón se reconfortaba extrañamente. Sentí que confiaba en Cristo, solo en él, para mi salvación; y se me dio la seguridad de que él había eliminado mis pecados, sí, los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte”.

En ese momento culminante, Wesley “recordó” lo que los cristianos habían “recibido y oído” en los maravillosos primeros días de la Reforma. Pero los resultados de su descubrimiento de Jesús como su propio Salvador personal corresponden a la etapa de Filadelfia.

6. Filadelfia, 1750-1844.

Se podría considerar que la etapa correspondiente a Filadelfia va aproximadamente desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. Jesús solo tiene palabras de encomio para la iglesia de Filadelfia. “Has guardado mi Palabra y no has renegado de mi nombre”, dijo. “Has guardado mi recomendación de ser paciente en el sufrimiento”. El nombre Filadelfia significa amor fraternal.

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