Loe raamatut: «¿Qué le pasó al culto en América Latina?»

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Sinopsis

¿Qué le pasó al culto en América Latina? Es la pregunta fundamental con la que el autor analiza críticamente la realidad del culto evangélico en esta parte del continente. En esta tarea parte de una hipótesis de trabajo según la cual el fenómeno de la renovación de la alabanza ha generado un estilo de culto que ha incidido en la desaparición de las fronteras denominacionales en el mundo evangélico, hecho que, a su vez, ha producido lo que los estudios llaman “migración religiosa”. Este análisis es complementado con una descripción panorámica del culto en las últimas cuatro décadas, centrándose en lo que actualmente se conoce como culto renovado.

El autor nos invita a pensar en el culto contemporáneo teniendo en cuenta nuestro trasfondo protestante; vale decir, los modelos litúrgicos que trajeron a estas tierras los misioneros procedentes tanto de Europa como de los Estados Unidos. El libro concluye con el esbozo de una teología bíblica del culto como marco de referencia para entender la forma y la naturaleza de la adoración a Dios en el culto cristiano.



¿Qué le pasó al culto en América Latina?

La adoración en las iglesias evangélicas

Miguel Ángel Palomino

© 2016 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

ISBN N° 978-612-4252-15-0

Primera edición digital: abril 2016

Categoría: Teología – Vida cristiana

Primera edición impresa: marzo 2011

ISBN N° 978-9972-701-74-0

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A mi hija Ana-Claudia, cuyo talento y gusto por la música me hacen agradecer a Dios por este maravilloso don que los seres humanos podemos disfrutar.

Prólogo

La iglesia y su culto

Con sumo placer presento a la comunidad hispano­parlante el nuevo libro del doctor Miguel Ángel Palomino, en torno al culto cristiano, particularmente el evangélico, en América Latina. Le doy la más cordial de las bienvenidas, pues nuestras iglesias están atravezando por una serie de importantes y aceleradas transformaciones cúlticas, las cuales requieren ponderación, análisis, reflexión y evaluacion crítica. Esta obra llega en el momento oportuno, cuando muchas iglesias están creciendo de forma ace­le­rada; mientras otras se han quedado rezagadas frente a los desafíos complejos que la cambiante sociedad contem­poránea presenta.

El título del primer capítulo le brinda a esta obra sentido de dirección y una muy buena perspectiva teoló­gica, práctica y metodológica: «La iglesia se refleja en el culto». En efecto, la vida de la iglesia, juntamente con sus presupuestos, vivencias, estilos y prioridades, se ponen de manifiesto en sus cultos. Los cánticos, lecturas bíblicas, testimonios, reflexiones y los temas expuestos ponen en evidencia clara las prioridades congregacionales y la comprensión que tiene la congregación y su liderazgo acerca de la visión y misión que deben llevar a efecto. Palomino analiza con sobriedad y diligencia estas di­námicas y provee al lector una variedad importante de reflexiones que pueden ayudar significativamente al mejoramiento del culto cristiano, particularmente en su manifestación evangélica en América Latina.

Un detalle de gran significación metodológica e impor­tancia teológica en el libro, es la evaluación adecuada de la literatura referida al culto evangélico en América Latina. Y dicha evaluación sobria no se limita a libros clásicos, sino que evalúa también las producciones teológicas y musicales contemporáneas de artistas cristianos, como Marcos Witt y Juan Luis Guerra. En efecto, la bibliografía y las notas marginales, en las cuales se incluyen recursos valiosos de los medios electrónicos, constituyen elementos de gran valor y utilidad para aquellos que desean profun­dizar en los temas que el autor expone y analiza.

El acercamiento del autor a los temas es variado. En momentos, hace un análisis histórico y estudia el desa­rrollo del culto latinoamericano durante las últimas décadas, en otros, la evaluación se hunde con fuerza en la historia del protestantismo, y pondera con diligencia sus raíces e implicaciones reformadas, puritanas, pietistas y evangélicas; y aun en otros momentos, la valoración se fundamenta en un muy sobrio análisis bíblico y teológico, donde se manifiestan, en efecto, las virtudes literarias, críticas, teológicas y pastorales del autor.

De singular importancia práctica en esta obra, es el lugar destacado que le brinda Palomino al contexto general del culto. En este caso se presenta la postmoder­nidad como el entorno social que enmarca con claridad las dinámicas en las cuales se pone de relieve el culto y la adoración en América Latina. En efecto: ¡La iglesia evangélica latinoamericana no vive en la edad media ni en los años ochenta del siglo veinte! Estamos en el siglo veintiuno, en medio de importantes transformaciones tecnológicas y cambios sociales que no pueden ignorarse ni subestimarse.

El capítulo que desarrolla el tema de la postmoderni­dad, revela una buena comprensión del autor respecto a la sociedad contemporánea y de sus valores éticos y morales, implícitos y explícitos, en la región. La postmodernidad ha llegado con fuerza y se manifiesta vigorosamente en las iglesias evangélicas, particularmente en los sectores más jóvenes de las congregaciones. Y es precisamente ese sector de la comunidad eclesiástica, que ciertamente ha descubierto la importancia de la música moderna y la tec­nología en el culto, la que más necesita del apoyo espiritual congregacional para poder descubrir de forma adecuada y efectiva su ubicación plena y grata en el marco amplio de la misión cristiana del siglo veintiuno.

Un buen ejemplo de la utilidad práctica del libro se hace evidente en el capítulo 4, en el cual se analiza las diferencias entre diversos cultos a través de la historia. Allí se incluye una gráfica de gran valor educativo: La tabla de prácticas litúrgicas. En ésta se identifican algunas prácticas y prioridades en las iglesias evangélicas tradicionales, las pentecostales clásicas y las neopentecostales.

Quizá un tema que Palomino debe explorar para una posterior edición es un análisis teológico de los cánticos contemporáneos. Aunque el libro ya incluye un esfuerzo en torno a este tema, pienso que con su capacidad de análi­sis crítico y estilo pastoral sobrio, la obra se beneficiaría enormemente. Aunque también ese tema se puede con­vertir en una nueva obra que bendiga al pueblo evangélico latinoamericano.

Felicito al autor de esta obra por brindarle a la iglesia latinoamericana este magnífico trabajo de crítica y refle­xión, y de análisis sobrio y sentido de dirección. Doy gracias a Dios por esta obra que trata sobre el culto cristiano en las iglesias evangélicas, pues llega en un momento propicio para enorgullecer la literatura religiosa en el idioma de Cervantes. Bendigo al Señor por libros como ¿Qué le pasó al culto en América Latina?, pues no sólo nos hacen pensar y reflexionar, sino también nos motivan a analizar nuestras prácticas cúlticas y religiosas, para atemperarlas a las recomendaciones bíblicas y relacionarlas con nuestras tradiciones protestantes y evangélicas clásicas, y adecuarlas a las complejas realidades postmodernas que nos rodean. Doctor Miguel Ángel Palomino… ¡Enhorabuena!

Marzo de 2011

Dr. Samuel Pagán

Profesor de Biblia hebrea

Colegio Universitario Dar al-Kalima

Belén, Tierra Santa


Capítulo 1

La iglesia se refleja en su culto

Para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial, es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto.

—J. J. von Allmen

En las últimas décadas, hemos sido testigos de los diferentes intentos que se están haciendo en América Latina por comprender lo que es la iglesia evangélica. Si damos un vistazo general, encontraremos que, por ejemplo, desde comienzos de la década de 1970 se viene estudiando a la iglesia en su papel misionero y evangelístico con el fin de ver su fidelidad al mandato que el Señor dejó antes de ascender a los cielos1. Otros han hecho investigaciones sobre su crecimiento numérico, a fin de determinar su fuerza y efectos en la sociedad latinoamericana2. En un tiempo, surgió también un debate por entender el lugar de la iglesia evangélica en las llamadas teologías de la liberación3, y no podríamos dejar de lado aun los intentos por estudiarla desde el lado sociológico4.

Mi intención en este trabajo es mirar la iglesia desde otro ángulo, desde su vida de adoración en el culto. Bien ha dicho J. J. von Allmen (1968: 43) que “para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto”. Ciertamente, no soy el primero en desarrollar un tema así. A comienzos de 1960, el Fondo de Educación Teológica publicó El culto cristiano, de William D. Maxwell, que trata sobre los orígenes del culto cristiano, pasando por sus diferentes formas litúrgicas orientales y occidentales, dándonos una base amplia para entender algo de su trasfondo histórico. A fines de la misma década, apareció El culto cristiano, del pastor reformado Jean-Jacques von Allmen. Esta obra enfoca los problemas que existen en la celebración del culto, y termina con algunas sugerencias para “desclericalizar” la liturgia. En 1977, la Subcomisión de Literatura Cristiana, en su serie Diccionario de la Teología Práctica, publicó Culto, que contiene diez distintos artículos sobre la vida cúltica de la iglesia escritos por renombrados autores. Posteriormente, la editorial Vida publicó dos obras relacionadas con el tema. Una es Exploración de la adoración, de Bob Sorge (1987), quien pastorea una iglesia pentecostal en New York. Aquí, Sorge trata, entre otros aspectos, acerca de la diferencia que hay entre adoración y alabanza. Y la otra se titula La teología de la adoración, de Ralph. P. Martin (1993), que más bien se centra en los aspectos teológicos e históricos del culto. clie, por su parte, revivió en 1990 un libro antiguo de A. W. Tozer, ¿Qué le ha sucedido a la adoración?, donde el autor hace una severa crítica a las iglesias de su época por haber perdido de vista el verdadero significado de la adoración y haber caído en una frialdad espiritual. En portugués, hay una traducción del alemán, Celebrando o amor de Deus. O despertar para um novo culto (2000), de Klaus Douglass, que está dirigida a no pastores. ¿Por qué a no pastores? Porque, según el autor, los cultos los dirigen los laicos. Su tesis es simple: cuanto más profunda sea la experiencia del amor de Dios en las vidas de estas personas, más avivados serán los cultos que ellos dirijan. En este sentido, Douglass afirma que cada creyente puede contribuir para que el culto se convierta en una celebración inspiradora.

Pero no solamente hay obras traducidas. Los intentos de autores nacionales por estudiar en profundidad la vida de adoración de la iglesia comenzaron también en la década del setenta5. Uno de los primeros estudios fue el resultado de una investigación sobre el significado del culto en las iglesias del Río de la Plata que el Centro de Estudios Cristianos publicó en 1972 bajo el título de Culto: crítica y búsqueda6. En esta obra, se da un panorama de la situación presente de las iglesias en esa época, analizando, entre otras cosas, la influencia del catolicismo y de las iglesias de inmigración, y los himnos que se cantaban en esas congregaciones. En 1974, Orlando Costas dio a conocer su estudio sobre el culto en las iglesias evangélicas de corte pentecostal, y aun cuando ya han pasado años desde que apareció ese libro, sus comentarios e interpretaciones siguen siendo valiosos y relevantes hoy7.

Otro esfuerzo que se debe mencionar es el de la revista Iglesia y Misión, que desde su primer número dedicó una sección a la liturgia, donde Eduardo Ramírez desarrolló varios modelos de cultos que podían adecuarse bien a las iglesias evangélicas latinoamericanas8. La Casa Bautista de Publicaciones hizo algo parecido con su revista Preludio, la cual, aun cuando mayormente se centraba en la música, lo hacía en el contexto de la adoración en el culto, prove­yendo ideas y promoviendo a compositores latinos con el fin de enriquecer nuestra propia himnología. En la década pasada, se editaron dos libros que merecen nuestra aten­ción. El primero es La adoración, de Miguel A. Darino (1992), quien reflexiona sobre el culto desde una perspec­tiva bíblica e histórica en el contexto hispano de Estados Unidos. El otro es Adoremos, de Marcos Witt (1993), de quien se dice que es el artífice de toda la renovación en la alabanza en América Latina. En esta obra, lo que Witt hace es definir el significado de la adoración y la alabanza tomando en cuenta las Escrituras y su propia experiencia como músico cristiano. Y con respecto a esta década, el autor brasileño Sérgio Freddi Júnior publicó Música cristã contemporânea, renovação ou sobrevivência (2002), donde plantea tres posibilidades futuras para el protestantismo histórico: enriquecer su tradición, renovar completamente la forma de su culto, o sumergirse totalmente en alguna de las varias expresiones pentecostales. Sobre publicaciones en castellano, son infinidad los artículos y otros materiales que ahora podemos encontrar en Internet. Basta ir a Google y buscar “culto evangélico en América Latina”, lo que nos arrojará más de veinte mil resultados que van desde blogs, páginas de iglesias, artículos periodísticos hasta trabajos más elaborados como tesis y libros.

Ahora bien, sobre esa base, queremos explorar dos hipótesis. La primera es que todo este fenómeno de la renovación de la alabanza ha creado un estilo de culto que ha acelerado la desaparición de las fronteras deno­minacionales en el mundo evangélico, haciendo que los creyentes pierdan su identidad y, por tanto, también su fidelidad a la iglesia local. Esto ha dado lugar a lo que los estudiosos ahora llaman “migración religiosa”, refiriéndose al flujo continuo de creyentes que se trasladan de una iglesia a otra sin aparentes razones de peso. Si bien antes se hablaba de migración religiosa para describir el éxodo de los fieles católicos hacia las iglesias evangélicas y otras confesiones (Pérez Guadalupe 2004: 43), hoy en día este mismo fenómeno ocurre dentro del mundo evangélico, donde muchos creyentes dejan sus congregaciones para irse a otras más grandes atraídos por sus cultos “avivados” y la variedad de “ministerios” que ofrecen.

La segunda hipótesis se relaciona con la forma del culto evangélico. Los que dirigen los servicios, a quienes también se les llama “adoradores” —me pregunto, y ¿qué es el resto de la congregación?—, parecería que no tienen problemas de incorporar elementos especialmente de la cultura mediática que pudieran estar afectando el sentido y naturaleza misma del culto. Sin duda, el propósito aquí es hacerlo más atractivo con el fin de ganar a otros para Cristo. Pero también creo que esto se debe a que, por lo general, quienes dirigen la alabanza son músicos y gente talentosa que cantan y se desplazan histriónicamente bien en la plataforma, pero que carecen de una forma­ción teológica que les permita discernir qué elementos culturales se pueden adaptar en la iglesia sin alterar la autenticidad del culto cristiano.

Mi interés aquí, por tanto, es desarrollar un panorama descriptivo y crítico de lo que ha sido el culto evangélico en las cuatro últimas décadas, centrándome en lo que se conoce hoy como el culto renovado, a fin de desarrollar la primera hipótesis. Puesto que el culto contemporáneo no se puede entender sin referencia a nuestro pasado protes­tante, miraré brevemente los modelos litúrgicos que nos trajeron los misioneros tanto de Europa como de Estados Unidos, para finalizar luego con un esbozo de una teología bíblica del culto que llevará a la segunda hipótesis. Mi esperanza es que esto sirva como marco teológico para entender la forma y naturaleza de la adoración a Dios en el contexto del culto cristiano.

Al hablar del culto, no puedo evitar mencionar la palabra “liturgia”, que no es de uso común en las iglesias. Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet, define liturgia como ‘la forma con que se llevan a cabo las ceremonias en una religión determinada’. Son las religiones las que reglamentan el modo en que se debe efectuar el culto público, especialmente en los templos. Liturgia, entonces, entendida de esta manera, más convencional que teológica, describiría lo que los cristianos evangélicos hacemos cuando nos congregamos como iglesia para cantar, orar, predicar, y participar de la comunión juntos como familia de Dios. En este trabajo, usaré el término liturgia en el sentido mencionado.


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1 Los esfuerzos de clade i y ii son un ejemplo de ello.

2 Bien se podría ubicar en esta categoría el libro de Read, Monterroso y Johnson (1970), y también las obras de David Martin (1990) y David Stoll (1990).

3 Sobre este tema, ver Teología de la liberación, de Emilio Antonio Núñez (1986), y La fe evangélica y las teologías de la liberación, de Samuel Escobar (1987).

4 Christian Lalive D’Epinay (1968) analiza el comportamiento de los migrantes en Chile en relación con las iglesias pentecostales.

5 Nuestro propósito aquí no es revisar toda la literatura que autores latinos han publicado sobre el culto evangélico, sino solamente resaltar algunas obras que creemos son de especial interés en este estudio. En este sentido, nos limitaremos a trabajos que aluden al culto dentro de las iglesias no litúrgicas de nuestro continente, llámense anglicanas y luteranas principalmente. Para los interesados en estas confesiones, ver el trabajo del peruano Edilberto Márquez, Is There a Peruvian Liturgy in the Evangelical Church? (1995), ministro anglicano en Inglaterra, y Culto cristiano. Historia, teología y formas (2000), del luterano brasileño Nelson Kirst.

6 Carlos E. Valle (1972).

7 Ver “La realidad de la Iglesia evangélica latinoamericana”. En C. René Padilla (1974), pp. 35-66.

8 La revista Iglesia y misión era dirigida por René Padilla desde Argentina.


Capítulo 2

El culto evangélico en América Latina

Fue quizás el fenómeno llamado “renovación de la alabanza”, a mediados de la década del 80, el que cambió por completo la música congregacional de las iglesias.

Para entender la vida cultual de las iglesias latino­americanas en este vasto territorio que va desde Cabo de Hornos, en Chile, hasta Río Grande en México, es necesario tener en cuenta las tres corrientes protestantes que llegaron hasta nuestro continente.

Corrientes

◆ Iglesias de “transplante”

◆ “Movimiento de fe”

◆ Movimiento pentecostal

La primera fue el protestantismo que entró con los inmi­grantes europeos en el siglo xix, quienes se asentaron mayormente en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. En sus cultos, ellos no sólo conservaron su idioma natal, sino que también siguieron practicando las mismas formas litúr­gicas que usaban en sus respectivos países. Con el paso de los años y el nacimiento de nuevas generaciones, aquellas iglesias de inmigrantes, también llamadas de “trasplante”, poco a poco fueron quedando aisladas dentro del resto de la sociedad. Este fenómeno se observa fácilmente en la zona del Río de la Plata, donde, según Ronald Maitland, estas iglesias “han descubierto que sus propias liturgias no responden a las necesidades y exigencias de la cultura rioplatense [...] y buscan la manera de hacerlas más relevantes” (Valle 1972).

La segunda corriente llegó con los misioneros ingleses y norteamericanos que provenían del “Movimiento de fe” (Faith Movement) también del siglo xix. Su énfasis estaba en el pietismo, la conversión individual como crisis emocional, la centralidad de la Biblia, y el poco compromiso de los creyentes con el mundo exterior. Naturalmente, esta forma de entender la vida cristiana también se reflejó en la forma de culto que desarrollaron, donde el uso de himnos con temas testimoniales y el fuerte impulso de la predicación, buscaba más la evangelización de la gente que la instrucción de los creyentes en un espíritu correcto de adoración a Dios.

La tercera corriente llegó con el movimiento pente­costal de comienzos del siglo xx, que trajo consigo su propia cosmovisión traducida en sus cantos y formas de cele­brar el culto, que usualmente incluía hablar en lenguas y ora­ción por sanidad de enfermos. Quizás, a diferencia de la segunda corriente, las iglesias pentecostales se mostraron desde un inicio abiertas a innovar en el culto y particular­mente con la música, pues introdujeron coros con melodías autóctonas que iban muy bien con su forma espontánea de adoración, donde el uso de panderetas y otros instru­mentos folclóricos era aceptado sin mayores problemas.

Estas tres corrientes marcaron el culto evangélico lati­noamericano, pues nuestras iglesias reflejaban un patrón litúrgico foráneo que, exceptuando quizás a las iglesias pentecostales y carismáticas, podía resumirse en oración invocatoria, himnos, ofrendas, lectura de la Palabra, pre­dicación y doxología. La propia himnología del siglo pasado reflejaba una carencia de identidad como iglesia latinoamericana. Los himnarios más usados de la época, como Himnos selectos evangélicos (Bautista), Cántico nuevo (Metodista), Himnos de la vida cristiana (Alianza Cristiana y Misionera), Himnos de gloria (Pentecostal), Himnos de Sion (Asambleas de Dios), entre otros, con­tenían en su gran mayoría himnos traducidos del inglés que, por provenir del siglo pasado y de otras latitudes, estaban cargados de individualismo y pesimismo contra la sociedad, lo cual los hacía poco relevantes para nuestro contexto9. Esta situación comenzó a revertirse gracias a la publicación posterior de algunos himnarios que incluían composiciones de autores latinos, los cuales expresaban mejor el sentir de nuestros pueblos10.

Pero fue quizás el fenómeno llamado “renovación de la alabanza” el que cambió por completo la música congregacional. Comenzó a mediados de 1980 dentro de las iglesias independientes de corte neopentecostal y carismático, y continúa hasta hoy. Si bien esta modalidad, que se inició con músicos connotados como Marcos Witt, Juan Carlos Salinas y otros, ha hecho posible que las iglesias evan­gélicas de la región canten los mismos coros, en la misma escala musical y aun con los mismos arreglos musicales, es fácil observar que el culto ahora refleja uniformidad musical, que no es lo mismo que unidad en un mismo espíritu de adoración. El culto dominical se ha convertido así en un espacio de entretenimiento donde la variedad de instrumentos, los nuevos cantos y coreo­grafías, y los equipos más sofisticados de sonido, luces y medios visuales han reemplazado a los antiguos símbolos del culto evangélico, que eran los himnarios, el púlpito, la mesa de la comunión y, sobre todo, la cruz.


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9 Ver el capítulo “Cantos comunes de algunas iglesias” (Valle 1972), donde Pablo Sosa analiza algunos himnarios y llega a la conclusión de que no había todavía una himnología propia en nuestro continente.

10 Valga mencionar el Cancionero abierto publicado por isedet, y la colección Corazón y voz, de los bautistas, que apareció en las décadas de 1970 y comienzos de 1980. Hoy, el himnario Celebremos su gloria (Texas: Celebremos / Libros Alianza, 1992) es quizás uno de los pocos que se ha preocupado de incorporar temas de autores latinos.

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9786124252150
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