Loe raamatut: «El mensaje del profeta Oseas»

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Sinopsis

Los estudios de la realidad social, económica y política muestran que la corrupción es un problema muy antiguo, que es uno de los principales problemas que enfrentan las sociedades contemporáneas y que –a la luz de la información proporcionada por Transparencia Internacional- tiene una fuerte presencia en más de dos tercios de los países del mundo y que en la mayoría de ellos son mínimos o nulos los resultados obtenidos por los esfuerzos encaminados a combatirla. En América Latina no se necesita de un esfuerzo especial para darse cuenta, por un lado, de los niveles de tolerancia a los actos de corrupción y, por otro, de los estragos producidos por este flagelo, especialmente, en los sectores empobrecidos y vulnerables de la sociedad.

* ¿Cómo se concibe la corrupción a la luz del pensamiento profético de Oseas?

* ¿Qué aplicabilidad tiene en la situación actual la teología anticorrupción propuesta por el profeta?

* ¿Cómo enfrentar la complicidad o la indiferencia frente a la cultura de la corrupción y cómo traducir en acciones concretas la responsabilidad profética de las comunidades de fe?

* ¿Cuáles son los desafíos éticos y teológicos que la corrupción plantea a la conciencia cristiana?

Este libro, producto de un cuidadoso estudio del pensamiento del profeta Oseas, se propone responder a estas y otras pregunta con la finalidad de no sólo tomar conciencia de la gravedad del problema y de los efectos devastadores que produce en la sociedad, sino también motivar en los lectores la activa participación en la lucha contra este flagelo y en el desarrollo de una cultura de integridad en los diferentes espacios de la sociedad.



El mensaje del profeta Oseas

Una teología práctica para combatir la corrupción

© 2018 Milton Alfonso Acosta Benítez

© 2018 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Primera edición digital: julio 2020

ISBN N° 978-612-4252-55-6

Categoría: Estudios bíblicos - Estudio del Antiguo Testamento

Primera edición impresa: Junio 2018

ISBN N° 978-612-4252-25-9

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Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.

Este libro comenzó como una serie de exposiciones bíblicas presentadas en Medellín en el evento “Predicación Transformadora” en septiembre de 2015 en la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia (fusbc), organizado por Langham Predicación, Escuelitas de predicadores y fusbc.

Como se trataba de un tema que nos concierne a todos los habitantes del mundo, Paul Windsor, director de Langham Predicación, tuvo a bien invitarme a que convirtiera esas exposiciones bíblicas en un libro, tarea que acepté, y el resultado es el libro que tiene el lector en sus manos.

Prólogo

La corrupción, como se señala con insistencia desde diversos ángulos analíticos, es una pandemia que corroe todo el tejido social, los organismos del Estado, los partidos políticos y las instituciones y, entre ellas, las distintas confesiones religiosas que se supone deberían ser ejemplo de transparencia, oportuna rendición de cuentas y honradez a toda prueba. Frente a esa realidad que parece estar enseñoreándose entre personas y estructuras y cuya cara más visible en estos días es la destitución, renuncias, juicios y prisión preventiva o encarcelamiento de funcionarios públicos y gobernantes, ¿qué papel le corresponde a quiénes afirman que el Dios de la Biblia es justo y ama la justicia, y que la justicia y el derecho son un reclamo insistente que él hace a todos los seres humanos, y no solamente a los creyentes? ¿Deben quedarse callados, permanecer indiferentes, complacientes o justificar las acciones de los corruptos?

El Dr. Milton Acosta en este libro sobre el profeta Oseas, aborda el tema de la corrupción de una manera integral; es decir, ubica el texto en su contexto, y actualiza su mensaje conectándolo con ejemplos de la problemática actual que afecta a nuestros países. Este valioso esfuerzo de doble contextualización es lo que más aprecio del fino análisis que Milton Acosta hace de los pasajes del libro de Oseas que él desmadeja, dialogando con el texto y el contexto, con sus manos expertas de artesano bíblico que conoce a fondo el mensaje del Antiguo Testamento.

Los temas que trabaja en cada capítulo dan cuenta, tanto del profundo conocimiento que tiene del libro de Oseas, como de la realidad histórica desde la que escribe como profeta del Dios de la Vida: Corrupción en las Fuerzas Armadas, corrupción de la justicia, corrupción en el gobierno y la política, la cultura de la corrupción, corrupción de los líderes religiosos. Cada uno de estos capítulos parece dibujar lo que ocurre actualmente en nuestros países asolados por la corrupción, la impunidad y la injusticia institucionalizada. Es decir, Milton Acosta, no reflexiona cómodamente desde el balcón o desde el escritorio, sino que nos conecta con la realidad histórica inmediata para saborear de esa manera la actualidad del mensaje bíblico en nuestra realidad particular de misión. Hilvana así una reflexión teológica contextual que invita al compromiso con la justicia y el derecho, sin concesiones a los corruptos sean políticos, militares o religiosos, y que apunta a la construcción de un país para todos.

El libro que usted tiene en manos es un excelente ejemplo de teología bíblica contextual y visibiliza la espiritualidad que nutre el peregrinaje teológico del autor. La lectura teológica-política que hace de la corrupción, además de un análisis de los efectos perniciosos que la corrupción tiene en las personas y en las instituciones de la sociedad, exige una respuesta militante en favor de la justicia, el derecho, la paz, la reconciliación y la construcción de una sociedad de iguales. ¡Muchas gracias Milton por esta valiosa contribución que, indudablemente, será un valioso insumo para la práctica de la misión integral de las iglesias en el Sur y en el Norte del mundo!

Darío A. López Rodríguez

Lima, mayo de 2018

Introducción

La historia que sigue es de la vida real. Ocurrió en un país cuyo nombre no es conveniente revelar aquí. A un hombre le robaron su costoso vehículo, que había dejado estacionado a un costado de la calle. Conmocionado al ver la desaparición de su automóvil, acudió inmediatamente a la policía de esa localidad para denunciar el hecho. El policía que lo atendió lo escuchó atentamente el relato y la descripción del vehículo; tomó atenta nota de los detalles y le dijo lo siguiente: “Muy bien, aquí tiene una lista de los nombres y los teléfonos de los ladrones de automóviles en este sector; llámelos para ver quién lo tiene y arregle con ellos mismos el precio del rescate”. Superada la confusión por lo que acababa de oír, el ciudadano decidió seguir las instrucciones del policía y empezó a llamar uno por uno a todos los números hasta que por fin dio con “su” ladrón. Cuando estaba en medio del tira y afloje de la negociación con el ratero —si dos mil o cuatro mil dólares de rescate—, la madre del delincuente tomó el teléfono y empezó a insultar al dueño del auto. Le dijo: “No sea desconsiderado, ¿cómo se le ocurre pedir rebaja? Páguele a mi hijo lo que le está pidiendo. ¿No ve que hasta arriesgó su vida por robarse el auto?; pague rápido si no quiere perderlo”.

Si no fuera porque me lo contaron unos amigos, quienes no son dados a las mentiras, esta historia hasta sería un chiste relativamente bueno. Lo que sí muestra, como muchos ya lo han dicho, es que la realidad de la maldad que vemos a diario con frecuencia supera la ficción de las películas y series de televisión.

La corrupción está presente en todos los ámbitos de la sociedad. Es difícil encontrar transacciones humanas que no estén salpicadas o permeadas por la corrupción. Desde la política y la justicia hasta los deportes y el mundo empresarial, todos los días nos enteramos de un caso nuevo y más escandaloso de fraude, de abuso del poder, de enriquecimiento ilícito. Tan prevalente es este flagelo humano que ahora existe el Día Internacional contra la Corrupción, de modo que el problema no es encontrar casos y estudios, sino mecanismos eficaces de minimizar la corrupción. Las denuncias y las capturas abundan. Pero ¿es posible lograr que una persona o una cultura corrupta se vuelvan honestas como resultado de una campaña, una ley o un programa de gobierno?

Es más fácil reconocer la corrupción que definirla. Sin embargo, proponemos una definición sencilla para los propósitos de este libro. Corrupción es la utilización indebida que un individuo hace del poder que le da un cargo o una posición social para obtener beneficios personales o para terceros. Es decir, la corrupción se vale de las estructuras sociales, empresariales y gubernamentales legalmente establecidas. En esto precisamente radica la dificultad para detectarla, comprobarla y castigarla. A un ladrón lo capturan en las afueras del supermercado con la lata de sardinas sin pagar; habrá un video para probar el hecho y ya está. Pero, por ejemplo, demoran años para llegar a una sentencia en los delitos de los gobernantes en las grandes obras de infraestructura de un país, ya que en la comisión del fraude se mezcla la legalidad con la ilegalidad en el desempeño de unas funciones.

A tal sofisticación han llegado las redes de corrupción que ya no deberíamos hablar de políticos, gobernantes, funcionarios o empresarios corruptos, sino de delincuencia organizada que funciona “legalmente” dentro de las instituciones y las empresas. En esa sociedad vivimos y trabajamos los cristianos; a algunos les parece que no hay nada que hacer; otros piensan que pueden cambiar el mundo; antes con la evangelización, hoy con la política.

Qué se ha hecho hasta el momento

La corrupción ha sido objeto de innumerables estudios y discursos en las últimas dos décadas. No hay día en que no aparezca un nuevo caso de corrupción en los noticiarios de televisión y los diarios. La novedad ya no es la corrupción en sí, sino la magnitud de los dineros robados y la cantidad de gente involucrada.

No existen muchos estudios bíblicos y teológicos sobre la corrupción. Normalmente en teología se habla de la corrupción moral y del corazón, es decir, del “pecado”. Sin embargo, en las teologías latinoamericanas el tema de la corrupción social sí figura. Un ejemplo de esto es la Teología sistemática: desde una perspectiva latinoamericana, de Raúl Zaldívar, donde la corrupción es considerada un pecado social (Zaldívar, 2008: 311–19). Esto es importante notarlo, porque no siempre encuentra uno un capítulo sobre el pecado social en una teología sistemática. Destacamos a continuación las voces de algunos cristianos evangélicos latinoamericanos contra la corrupción.

La revista Iglesia y Misión, editada por el doctor C. René Padilla, dedicó varios de sus artículos al tema de la corrupción. Algunos tratan la corrupción en escenarios específicos de la sociedad, como el mundo empresarial, por ejemplo (junio, 1990).

En 1996 Padilla advertía lo siguiente:

Cualquier persona medianamente informada acerca de los problemas que aquejan a los países latinoamericanos sabe bien que uno de los peores de todos ellos es la corrupción: con demasiada frecuencia los que detentan el poder que se deriva de la autoridad lo usan para beneficiarse económicamente.

En ese mismo editorial de la revista Iglesia y Misión n.° 58, Padilla señala algunos asuntos fundamentales y permanentes sobre la corrupción: 1) empieza desde los presidentes; 2) tiene una larga y arraigada historia en nuestro continente; 3) ha incidido significativamente en nuestro subdesarrollo; 4) es un problema de todos los países del mundo; y 5) es un problema que no se soluciona con la conversión de la gente, sino que se puede enfrentar con el sacerdocio de todos los creyentes, pues “lo que se requiere es educar a los ciudadanos para el ejercicio de la democracia, mejorar la calidad del Estado y propiciar un sistema de controles independientes”.

También en el mismo número de la revista Iglesia y Misión aparece un artículo del doctor Arnoldo Wiens titulado “Los evangélicos latinoamericanos ante el desafío de la corrupción”. Este autor señala que la gravedad de la corrupción es tal que no solamente amenaza la seguridad y el progreso, sino “la existencia misma del continente”.

Continúa Wiens:

La corrupción […] no es sólo un problema económico, social o político, sino que ha llegado a penetrar en la misma expresión cultural de los países latinoamericanos e incluso se enquistó en las esferas eclesiásticas. La corrupción es un problema moral y espiritual de efectos muy perniciosos para la sociedad toda.

Para Wiens, lo que no se ha investigado muy bien de la corrupción son sus causas morales, lo cual hace que los cristianos tengan un papel importante que cumplir en la sociedad. A primera vista pareciera que la iglesia podría jugar un papel importante en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, el problema de esta propuesta radica en que, como el mismo Wiens señala, la corrupción, al igual que el resto de la sociedad, ha penetrado también las esferas eclesiásticas. Otros estudios afirman lo mismo.

Reflexionando en el tema político y electoral, Wiens sostiene que, cuando los pobres votan por políticos corruptos, los están autorizando para que les roben y los mantengan en la pobreza, para que los mantengan con mala educación y malos servicios de salud. Quien vota por un político corrupto se hace una especie de autogol económico y social que éste celebrará por el resto de su vida.

En su libro Victoria sobre la corrupción, el doctor Jorge Atiencia expone el mensaje de la segunda carta de Pedro alrededor del tema de la corrupción. Como el título lo indica, Atiencia sostiene que es posible para el cristiano “mantener esa fe preciosa en un ambiente permeado de corrupción”, la cual el autor define como un “monstruo que nos devora” (Atiencia, 1998: 9, 19).

El argumento de Atiencia es que la victoria contra la corrupción no consiste solamente en abstenerse de participar en ciertas actividades dudosas o claramente corruptas, sino en involucrarse en actividades que directa o indirectamente combaten la corrupción de manera eficaz. En algunos casos, se trata de dar y servir como expresión del amor cristiano: “Este amor sostiene al débil, ocupa al desocupado, incorpora al marginado, sana al herido, reduce al violento, disciplina al abusador. Este amor es el principio del fin de la corrupción” (Atiencia, 1998: 24).

Si bien Atiencia invita a sus lectores a analizar las raíces de la corrupción y atacarla “en forma contundente”, como lo hizo el apóstol Pedro, la consigna de su libro es que la corrupción no solamente hay que denunciarla (con palabras y con la vida), sino reemplazarla (Atiencia, 1998: 57, 53). Por ello, a lo largo del libro el autor relata historias reales de individuos que han buscado formas creativas y revolucionarias de reemplazar la corrupción, de llenar el vacío que deja lo que los corruptos les han robado a los más necesitados y a la nación. El autor se asegura de señalar que en algunos casos esta lista es reemplazada por el activismo religioso, lo cual en realidad poco contribuye para el cultivo del carácter de Jesucristo en el creyente.

Se podría decir, entonces, que los cristianos en América Latina no tenemos excusa para el desconocimiento del tema, pues mucho se ha escrito sobre la corrupción desde una perspectiva bíblica y teológica.

La corrupción ha sido tratada por teólogos reconocidos y los estudios se han publicado en libros y revistas de amplia divulgación, y también en Internet. Así las cosas, cabe preguntarse por qué un tema tan prominente en la Biblia, tratado por nuestros teólogos y cuyos efectos devastadores todos los hemos sufrido, ha estado tan ausente de los púlpitos. Arriesgo una respuesta simplista: no nos ha interesado porque hemos estado ocupados en otros temas. Congresos de pastores y líderes ha habido por montones, pero los temas han sido otros. Es decir, nos hemos dado el lujo de ignorar uno de los problemas más graves de nuestras sociedades. Aquí vendría bien preguntarnos cuál ha sido entonces la agenda de la iglesia y quién la ha puesto.

En América Latina hemos perdido lenguas indígenas, selvas, costumbres hermosas, valores familiares y tantas otras cosas. Pero hay algo que no hemos perdido, sino que se mantiene, se cultiva y crece, se pasa de una generación a otra de manera cada vez más sólida y sofisticada: la corrupción. No es cuestión de comparar un país con otro para ver cuál es peor. Es cierto que no estamos solos, pero no vamos a comparar el cáncer de una persona con el sida de otra para determinar quién está mejor. Si las maldiciones generacionales existieran, en América Latina se llamaría corrupción. Ése es el mal que hemos pasado más exitosamente de generación en generación.

Aunque no conocemos historia sin corrupción, la gravedad de ésta nos toca cuando ocurre una tragedia, como la del accidente del avión de Lamia donde murieron casi todos los jugadores del equipo Chapecoense de Brasil en tierras colombianas el 28 de noviembre de 2016. Pero la gran corrupción de políticos, funcionarios públicos y los grandes empresarios, a diario, mata, margina y condena a nuestros pueblos al atraso, la pobreza y la violencia.

De otras latitudes, vale la pena citar el libro Viviendo como pueblo de Dios: la relevancia de la ética del Antiguo Testamento, del doctor Christopher Wright. Éste es un estudio detallado de la teología que sustenta la ética bíblica y su relevancia para la vida actual (Wright, 1996).

El tema de la corrupción en publicaciones académicas y populares

La bibliografía sobre la corrupción se disparó de una manera descomunal a partir del año 2000. En una base de datos consultada (ProQuest Research Library), los artículos sobre corrupción en revistas científicas y populares entre 1920 y 1989 no llegan a los cinco mil. El panorama empieza a cambiar en la década de 1990 a 1999 cuando aparecen 38538 registros. Para las dos décadas siguientes, el tema es motivo de investigación y publicaciones por doquier; figuran 126729 artículos sobre corrupción publicados entre 2000 y 2009; y 154409 de 2010 a 2017. Es decir, en los últimos 18 años han aparecido más de 280000 artículos que tratan el tema de la corrupción. De los temas tratados en este libro, existen más estudios sobre la corrupción política, corrupción de la justicia y la cultura de la corrupción; les siguen los estudios sobre las fuerzas armadas y, por último, las organizaciones religiosas. Como se ve, la corrupción al interior de las instituciones religiosas es también un tema de estudio con literatura abundante. La razón es obvia: existe, y mucha.

De lo anterior podemos concluir lo siguiente: primero, que la corrupción es un problema mundial; segundo, que existe en todas las esferas de la sociedad; y tercero, que los estudios sobre corrupción sirven de poco o nada para contrarrestarla.

Una de las frases más comunes en las historias de los países latinoamericanos es que en algún momento crítico de la historia hubo un negocio importante para sacar adelante la economía del país, pero no se pudo. Como lo ha dicho un autor en un caso: ahí se “perdió una oportunidad crucial para desarrollar sólidas bases financieras, afincadas en una transparente deuda pública, así como unas raíces sociales más amplias y equitativas” (Quiroz, 2015: 173). Uno tras otro los historiadores repiten un estribillo parecido, que significa por lo menos dos cosas obvias: 1) que sí ha habido muchas oportunidades para mejorar la situación económica de la mayoría de los ciudadanos de nuestros países; y 2) que el arraigo de la corrupción es tan amplio y profundo que siempre y de manera sistemática ha impedido dar solución a los grandes problemas económicos y sociales.

El nombre de un foro organizado en 2017 por una revista de alta circulación en Colombia fue “La corrupción: la peor forma de violencia”. Ese título revela una realidad de la corrupción en la que no siempre se piensa. Como se vio en el trágico accidente del avión que transportaba a los jugadores del equipo brasileño Chapecoense a la ciudad de Medellín, la corrupción mata. Lo que ocurre es que no tenemos conciencia de ello porque los medios de información no muestran estudios donde se analizan las consecuencias de la corrupción. Por lo general, los grandes medios de comunicación masiva no tienen presupuesto para la verdadera investigación de temas económicos, políticos y sociales. Estos estudios minuciosos no contribuyen al rating de los noticiarios y hasta podrían resultar incómodos e inconvenientes para los propietarios de dichos programas.

Se podría, por ejemplo, estudiar las muertes causadas por la corrupción en los servicios de salud, en las oficinas de medioambiente, en las obras de infraestructura (como la falta de señalización en las carreteras, los andenes peligrosos, los puentes que no existen, las carreteras que no se pavimentan, entre otros). Y así, podemos pasar por cada ministerio del gobierno y encontrar que donde hay corrupción hay muerte.

Además de la muerte, la corrupción también genera otro tipo de desmejoramiento de la vida por el atraso que produce y por lo que cuesta éste. Por ejemplo, en Colombia no se construyeron muchos kilómetros de ferrocarril y luego los pocos que existían dejaron de funcionar. ¿Cuánto le ha costado a la economía de los colombianos este solo caso si sabemos que el transporte de carga por carretera cuesta diez veces más que el transporte por ferrocarril? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que el transporte de un contenedor de carga cuesta más de Cartagena a Bogotá que de Shanghái a Cartagena.

La corrupción en América Latina

La gravedad del flagelo de la corrupción en América Latina es asunto que no necesita demostración. De esa gravedad hablan hasta los mismos corruptos cuando les toca dar discursos donde pretenden seguir figurando y haciendo el papel de personas decentes. El número elevado de funcionarios latinoamericanos, incluyendo presidentes y expresidentes, que han sido procesados, destituidos y encarcelados por corrupción en las últimas tres décadas da cuenta de la magnitud del problema. Sin embargo, ellos y sus familiares siguen ocupando cargos públicos, por votos y por nombramientos que les hacen sus amigos de corruptela.

Hay quienes afirman que la gravedad de la corrupción en América Latina se debe a una pérdida de valores y otras razones que recientemente habrían minado la ética de los ciudadanos. Al plantear el tema de esta manera se supone que tales valores existieron en otro tiempo cuando no había corrupción o, por lo menos, no tanta. Sin embargo, el historiador Alfonso Quiroz afirma que la corrupción en América Latina viene desde la época de la Colonia. Es decir, los estados latinoamericanos no han conocido existencia sin corrupción en ninguna época. La corrupción siempre ha formado parte de las estructuras oficiales y las relaciones entre los ciudadanos. A esto se conoce con el nombre de corrupción sistémica.

Lo que vemos hoy, entonces, no es nuevo, sino la “continuidad y legados de la corrupción” que siempre ha existido. Aunque el estudio de Quiroz es específico del Perú, sostiene que los patrones de corrupción de ese país son muy similares a los del resto de América Latina. Esta corrupción sistémica se puede constatar “en la transición de las instituciones coloniales a las republicanas”, las cuales

hundían sus raíces en el poder centralista y patrimonial de los virreyes militares, respaldados por sus círculos de patronazgo. El abuso de las políticas financieras fiscales y de las instituciones continuó siendo un rasgo importante del legado colonial. Al carecer de una tradición significativa de pesos y contrapesos constitucionales y una división de poderes, las nuevas estructuras de poder surgidas en la década de 1920 se basaron en redes de patronazgo muy bien arraigadas, que fueron dominadas por los caudillos militares, quienes a su vez heredaron la influencia de los oficiales militares del tardío sistema colonial (Quiroz, 2015: 127).

En otras palabras, no hay nada nuevo en la corrupción que vemos hoy, pues ésta es la herencia que hemos recibido, tolerado y cultivado. Quizá la única novedad hoy sea que conocemos mejor el talante de nuestros dirigentes y nos conocemos mejor a nosotros mismos.

Lo que hace Quiroz en su extenso libro dedicado a la corrupción en el Perú, es comparable a lo que realiza el profeta Oseas en su breve libro en el Antiguo Testamento. Esta historia es la que necesitamos conocer; pero no es solo para saberla, sino también para sentirla. Una manera de sentir la gravedad de la corrupción es entender lo que ésta cuesta de manera concreta y los resultados que produce en forma de atraso, pobreza y muerte, como lo sentimos con el accidente del avión de Lamia.

Sin embargo, parecemos estar tan acostumbrados a la corrupción que, si acaso nos damos cuenta de su existencia, si algo percibimos, quizá hasta nos indignamos, pero damos por sentado que no hay nada que hacer. En cuanto a los desafíos que la corrupción nos impone a los cristianos, quizá sigan siendo ciertas las palabras que dijera Arnoldo Wiens hace más de dos décadas: “No se ha profundizado aún, en América Latina, la reflexión en cuanto a los desafíos éticos y teológicos que plantea la corrupción generalizada a la fe cristiana. A muchos sectores del cristianismo tal injusticia parece no preocuparlos en demasía” (Wiens, 1998: 203). Es importante notar que en últimas la corrupción es una forma de injusticia social.

La corrupción tiene formas propias de manifestarse que varían de una cultura a otra: “En América Latina tienen preponderancia las relaciones personales por encima del mismo cumplimiento de la ley” (Wiens, 1998: 32). Aplicado esto a la corrupción quiere decir que las prioridades de un funcionario en el ejercicio de sus funciones van en el siguiente orden: primero, las relaciones; segundo, el enriquecimiento personal, y tercero, el cumplimiento de las leyes. Por esta vía, a los amigos se les hacen los favores que pidan, por muy ilegales que sean, aunque vayan en detrimento de la nación y de los demás ciudadanos. El asunto es en realidad muy sencillo: por razones culturales, uno no puede quedar mal con los amigos que solicitan favores; y mucho menos si el solicitante es familia o compadre. Las relaciones familiares y las amistades hay que conservarlas por encima de todo.

Oseas: una voz contra la corrupción

La corrupción es sin duda el tema central en el libro de Oseas. Su importancia para este estudio es que este profeta va a la raíz del asunto: Israel se ha corrompido. La palabra de Dios denuncia aquí delitos muy graves, y está acompañada de mucho sentimiento. Predominan dos metáforas de Dios: como esposo despechado que intenta recuperar a su esposa infiel, y como padre afligido a quien le duele disciplinar a su hijo descarriado. De estas dos imágenes, la del matrimonio del profeta con una prostituta representa unos desafíos hermenéuticos formidables.

La metáfora con la que se inicia el libro de Oseas es la relación matrimonial. Pero no se trata de la relación idílica ni la de la novia vestida de lino fino del Apocalipsis. Todo lo contrario; se trata de un matrimonio donde una de las partes ha sido descaradamente infiel por largo tiempo. El esposo en este matrimonio es Dios y la esposa Israel, el pueblo de Dios. Dentro de las muchas incomodidades que causa la metáfora, una en particular deja a Dios en una situación indigna: casado con una prostituta. Pero parece que Él está dispuesto a correr el riesgo de ser malinterpretado con tal de mostrarle a Israel su condición y el amor que le tiene.

La imagen matrimonial en el Antiguo Testamento

En las teogonías (historias de los orígenes de los dioses) del Medio Oriente antiguo es común encontrar que los dioses tengan un origen, se enfrenten unos contra otros y tengan consorte. Es decir, hay dioses masculinos y otros femeninos. En este punto, Israel se distingue de los pueblos vecinos porque su Dios no tiene un origen, no llega a ser supremo por haber derrotado a otros dioses, ni tampoco tiene consorte (por lo menos no oficialmente, porque la arqueología y el mismo texto bíblico demuestran que existían santuarios donde se adoraba al Dios de Israel con su consorte). Sin embargo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se presenta al pueblo de Dios como esposa de Dios. De este modo, entonces, la metáfora matrimonial se comprende perfectamente en el contexto antiguo.

Así las cosas, la dificultad con esta metáfora no radica en sus componentes ni en la idea, sino en que al profeta Oseas se le ordene casarse con una prostituta para representar así el estado de la relación de Dios con Israel, lo cual pone a Dios en una situación incómoda e indigna, por decir lo menos.

Oseas no es el único profeta bíblico en describir a Dios y a Israel en términos así, tan poco halagadores. Jeremías 3.6–18 describe el descaro con el que Israel (reino del norte) faltaba a su pacto matrimonial, fornicando “sobre cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso”. Por esta razón, Israel recibió de Dios la carta de divorcio. Judá (reino del sur) hizo lo mismo, fornicando “con la piedra y con el leño”. Las correspondencias monte-piedra y árbol-leño claramente se refieren a los sitios de culto y a los dioses allí adorados.