Loe raamatut: «Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16»

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© Nadia Vera Puig

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ISBN: 978-84-18344-70-1

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AGRADECIMIENTOS

Agradezco a todos los que habéis creído en mí, me habéis dado el apoyo y amor en mi vida. A toda esa familia, y amigos que estáis en lo bueno y en lo malo. Y a todos esos seres que habéis aparecido a lo largo de mi vida y me habéis aportado ese empujón que necesitaba. Gracias a todos aquellos que formáis parte de mi vida y me seguís aportando esa luz tan bonita. Y a todas esas personas que me habéis ayudado y acompañado durante este proyecto, para ver publicado este libro. Os quiero.

CAPÍTULO 1

NADA ES LO QUE PARECE

Corría por las calles sin control, era una noche fría y perturbadora, las sirenas sonaban en busca de una fugitiva. Las pisadas fuertes y rápidas chocaban contra los charcos del asfalto, todo había cambiado, nada era lo que fue. «¿Quién pudo cambiar el transcurso del tiempo tan rápido?», se preguntaba ella en cada momento, que avanzaba por esas silenciosas calles, desorientada sin saber a dónde iba. Sin recordar, llegó a una pequeña cabina transparente, donde se sentó en un banquito que había en el establecimiento, como una pequeña cápsula, ¿Pero invisible a la sociedad? La verdad es que se hallaban pocos de estos artilugios. Nir creía que se habían destruidos casi todos. Con sus manos temblorosas se quitó los guantes que tenía en sus manos, un espejo reflejaba su nota musical en el rostro al lado del ojo izquierdo, iluminando con una tonalidad turquesa, vio su mirada de color incontrolable. Introdujo su código de tres dígitos que tenía en la pulsera identificadora, la máquina empezó a procesar los datos... Informó acto seguido de las siguientes palabras: «Recopilando datos, vamos a acceder a la información perdida». Una luz iluminó en sus ojos leyendo todo lo sucedido para recuperar la memoria. «Comenzando el audio biográfico, en tres, dos, uno...», comentó la máquina.

Bienvenidos a una civilización donde no es común los coches, los móviles, nada que os podáis imaginar, en estos momentos solo os diré que, en su esencia, ese lugar es único y hermoso. Pero creo que me he precipitado, os la presento: es una chica con sus estudios y, bueno, digamos que ahora su objetivo era encontrar trabajo, hasta que empezó en una oficina de correos de la ciudad. Tiene un hijo de tres años y se sitúa en un lugar que por ahora conocéis… Se llama el Planeta Tierra. Ella vive en una ciudad muy grande, en un piso algo pequeño pero con bastante luz a pesar de sus condiciones. Se llama Juliana, su familia le llama Julie, pero nunca se conforma, su madre Margaret la viene a visitar de vez en cuando, para ayudar en casa con su hijo.

—Mamá, te dije que no hacía falta que vinieras hoy.

—Ya lo sé, Julie, pero tus hermanas y yo estábamos algo preocupadas desde el accidente.

—Prefiero no recordarlo. —Mientras ordenaba la ropa del pequeño Mathew.

Margaret le estaba dando el desayuno a su nieto, mientras Julie no paraba de ordenar, cogió sus llaves, preparada para salir de casa, y le dice a su madre:

—Recuerda que para Mathew es muy importante que le dé el sol unas tres horas diarias, y no le pongas el sombrero de costumbre.

—¡¿Qué quieres que le dé, una insolación?!

—No, mamá, pero que digan los médicos que va mal, para él no, ya sabes lo especial que es… Un beso, cariño, mamá se va a trabajar. —Dirigiéndose al pequeño Mathew—: Y no olvides ponerle…

—La aloe vera en la roncha de la mano —dijeron ambas a la vez.

—Ya lo sé, cariño, no te preocupes y vete a trabajar antes de que llegues tarde.

—Está bien, mamá, un beso… Adiós, Mathew.

—Di adiós a mamá.

—Adiós —dijo el pequeño Mathew con la mano.

Juliana, hacía tres tramos de escalones diario, recorría cinco calles dirección al metro, y se bajaba a la cuarta parada, allí había un violinista de costumbre, tocando una canción de Vivaldi, llegaba hasta un pequeño callejón donde se hallaba su lugar de trabajo, una oficina algo pequeña. Ella se ponía en recepción, su oficio por ahora era atender a los clientes de posibles cartas o paquetes no recibidos, tanto como enviar, entre otras cosas, que se hace en una oficina de correos.

Todas las mañanas llegaba un chico esbelto con una cazadora negra, tenía que enviar unas cartas, siempre se aseguraba de que fuese a la misma hora. Le repetía dos veces la dirección a Julie para que no se equivocase, sabiendo ella que era el mismo lugar de siempre, entraba dentro a hacer su entrega al cartero, su compañero Thomas.

—¿Nunca te entra la curiosidad de qué puede haber en estos sobres? —Mientras cogía las cartas y los metía en la bolsa.

—No, Thomas, y no es de mi incumbencia. Además, ¿¡qué nos importa a nosotros!?

—¡Es que siempre son cinco sobres!, con la misma dirección a la misma hora.

—Venga, Thomas, no te centres en qué puede ser y vete ya, antes de que des la entrega tarde.

—Vale, está bien, pero lleva tres años haciendo lo mismo. ¡Cada día!

—Bueno, Thomas, puede ser un trabajo que tenga que entregar, deja de pensar y vete.

—Vale, vale, pero no me digas que no te entra nada de curiosidad.

—Si te digo que sí, ¿te irás?

—Sí. —Mientras esperaba una mísera respuesta por parte de Julie.

—Vale, Thomas, reconozco que me da algo de curiosidad. ¿Satisfecho?

—Sí, me voy —le dijo sonriente, cogió su bicicleta y se fue pedaleando.

Julie regresó al mostrador, tuvo una mañana tranquila después de todo, al volver Thomas, llegó algo silencioso.

—¿Qué tal fue la entrega?

—Como siempre.

—¿Estás bien? Te veo algo callado, más de lo habitual para ser tú, Thomas.

—Sí, estupendamente.

—No habrás abierto ningún sobre, ¿no?

—No... Solo que… cuando di la entrega… —Se sentó en el banquillo que tenían en el interior de la oficina.

—¿Qué le pasa a Thomas hoy? —dijo Viviana, la jefa del lugar.

—No sé, ha ido a hacer esa entrega de siempre pero no dice qué ha pasado —aclaró Julie.

—Te voy a traer un té, Thomas, ¿te parece?

—Sí, gracias, Viviana. —Mientras continuaba con la mirada perdida.

Julie se sentó al lado suyo, le cogió la mano:

—Thomas, mírame, ¿qué ha pasado?

—Juliana, no pienso volver allí, paso… No veas… Uff.

—Thomas, me encantaría entenderte pero, si no dices nada, ¿cómo quieres que te ayude?

—Está bien, llegue allí en la casita blanca que hace esquina y le entregó los sobres a una mujer que hay de costumbre, no solo que no estaba esa mujer hoy, que hoy había un hombre, y me dice el tercer sobre no es el correcto, y yo le digo: «¿Y cómo lo sabe si ni siquiera lo ha abierto?», y me responde: «Lo sé, y tú solo eres el cartero». Me lo ha devuelto y quiere que le digamos al chaval que te entrega esto… —Confuso, temblando de manos.

—¿Kallen? —sugirió Julie al ver que su compañero no podía decir palabra.

—Sí, Kallen, quiere que le digamos que tiene que entregar el sobre correcto o si no…

—O si no, ¿qué?

—Sufrirá las consecuencias.

—A ver, Thomas, no te preocupes, seguro que se trata de un malentendido, llamaré a Kallen y verás que no se trata de nada grave.

Thomas le entregó el sobre a Juliana, ella lo cogió con firmeza y se dirigió al teléfono que había colgado en la pared. Viviana regresó con el té.

—Uff, no veas chaval, había una cola hoy… —dijo Viviana con moderadas carcajadas.

—Será por el mal tiempo que hace —añadió Juliana.

—Toma, Thomas, a ver si te ayuda a encontrarte mejor.

—Gracias, Viviana. —Mientras le sonreía con una plácida sonrisa.

Viviana se dirigió hacia Juliana, mientras ella iba marcando los números en el teléfono que había colgado en la pared.

—Viviana, hazme un favor, ve atendiendo a los clientes que vengan, que yo tengo que hacer una llamada.

—Está bien, cariño, pero... ¿todo va bien?

—Sí, tan solo ha habido un malentendido.

—Está bien. —Cuando le tocó el brazo, Viaviana se fue al mostrador.

Juliana, un tanto nerviosa, llamó a Kallen.

—¿Hola?

—¿Sí? —respondió Kallen.

—Soy la chica de correos y quería comentarte que nos han rechazado un sobre.

—¿Qué numero es?

—El tres.

—¿Y quién os ha recibido?

—Un señor.

—¡¿Un señor?!

—Sí —dijo Juliana un poco inquieta.

—¿Y la mujer?

—Mi compañero no ha visto ninguna mujer hoy.

—Vale, ¿tiene el sobre aún?

—Sí, claro.

—¿Puede hacerme un favor?

—Por supuesto. ¿Dime?

—Pero solo tú, Juliana, nadie más.

—Vale... —le dijo sin entender mucho la situación.

—¿Puedes abrir el sobre?

—Claro. —Juliana abrió el sobre y en su interior había una carta con una llave.

—¿Ve una llave?

—Sí... —La cogió con la mano y la miró detenidamente.

—¿Puede decirme qué nombre pone en ella?

—Claro… Espere… Pone… —Ella no podía creer lo que leía, o tan solo se trataba de una coincidencia.

—¡¿Dime?!

—Pone «Juliana», señor Kallen.

—Gracias.

—¿Y qué quieres que haga?

—Es para ti.

—¿Cómo?, no te entiendo. ¿Es una broma o es una forma nueva que tiene de ligar…? —Saltó el contestador—. ¿Oiga? ¿Perdone? Será imbec…

Juliana metió la llave en el sobre y se fue al interior de la oficina. Viviana, al verla desconcertada, le pidió a Thomas que se encargase de recepción.

Viviana se dirigió hacia las taquillas, cuando Juliana se encontraba contra ellas apoyada en la puerta, respirando con intensidad, mirando hacia el interior, Viviana se acercó a ella despacio.

—¿Juliana? ¿Estás bien?

—Sí, perfectamente.

—¿Qué ha pasado?

—Nada, una broma de mal gusto. —Se da la vuelta cara a Viviana y empieza a romper la carta que tenía en la mano.

—Quieta, Juliana, ¿qué haces rompiendo el sobre?

—Correo defectuoso, eso es lo que pasa. —Juliana le dio la llave a Viviana—. Toma, deshazte de esto. ¿Puedo irme a casa a descansar?

—Claro —le dijo desconcertada—, sé que ahora no me lo quieres contar, cariño, pero necesito saberlo para proteger a mis trabajadores, ¿lo entiendes, Juliana?

—Sí, nos vemos mañana.

—Hasta mañana, Juliana.

Viviana, dueña de esa pequeña oficina de correos, contrató a Juliana hace unos tres años, para ella era como una hija que acogió en un momento crítico, ya que acababa de tener a su hijo y el padre estaba en lugar desamparado.

Viviana se detuvo a mirar la llave que le dio Juliana, y la llave ponía «Juliana Mathew», la guardó en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y le dio el día libre a Thomas, cerró la oficina de correos y se dirigió hacia casa. Viviana llegó a casa un tanto cabreada por todo lo sucedido. Ella vivía en una casita blanca que hacía esquinera, dejó la llave encima de la encimera delante de un chico esbelto con una cazadora negra.

—¿Qué es esto? Kallen, te he dicho que esta forma no es la correcta. ¡Además, la puedes asustar!

—¡Lo siento, mamá!, pero desde el accidente de hace tres años no se qué hacer.

—Ya, pero cariño, tenemos que cuidar de ella.

—Lo sé, mamá, pero estoy cansado de repetir siempre la misma rutina y, gracias a la negativa de Morgan, siento que era el momento adecuado para…

—Lo sé. —Le dio un abrazo—. Sé que no es fácil, pero Kallen, mírame a los ojos, ¿qué le has puesto en esa carta?

—Mm… Prefiero no decírtelo, es confidencial.

—Kallen, ya sabes que no tengo por qué saberlo, pero hay informaciones que mejor no nos precipitemos, y sabes lo especial que es Mathew, esa criatura tiene mucho que demostrar al mundo.

—¿Pero ella estará preparada?

—¡Claro! Para eso fue el destino, me guardaré la llave. ¿O prefieres tenerla tú?

—Mejor yo, mamá, que yo me encargo de esto.

—Muy bien, pues me voy a descansar.

Juliana volvía a casa un poco desconcertada por lo que pudo leer o no leer en esa carta, respiró profundamente, y cambió de cara a una más alegre, abrió la puerta de casa con una gran sonrisa.

—¡¡Quién ha llegado a casa!!

—Mamá. —Mathew corrió hacia ella a abrazarla.

—Hola, cariño, ¿qué tal el día con la nonna?

—Hemos estado muy bien. ¿Qué tal el día, Julie? ¿Has salido hoy más pronto?

—Sí. —Mientras dejaba a Mathew en el parque con sus juguetes, se fueron a la cocina mientras Juliana preparaba una taza de té pero sin perder de vista a Mathew—. ¿Quieres una taza de té?

—No, gracias, estás esquivando mi pregunta y por no decir que te veo algo preocupada.

—Estoy bien, tan solo ha sido un mal día, y nos ha dejado salir antes porque… Ay, mama, en serio, no tengo ganas de hablar, estoy cansada.

—Está bien, cariño, me voy que tengo que ir a buscar a tu hermana mayor al aeropuerto, ¿te acuerdas? Megan llegaba hoy de Suecia.

—Es verdad. —Cuando se sentaba en el sofá con su taza de té.

—Y quiere verte sin falta este fin de semana, así que comida familiar... Yo me voy antes de que se haga tarde, por cierto, Mathew ya está cenado. —Se iba poniendo su chaqueta roja, y le dio un beso en la frente—. Descansa, cariño, y cuídate, nos vemos mañana.

—¿Mañana?

—Claro, mañana ya es sábado.

Juliana dejando la taza de té en la mesita.

—A veces ya no sé ni en qué día de la semana vivo, adiós, mamá.

—Ciao, bella.

Juliana acostó a Mathew en su camita, se puso a mirar una película, no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre el contenido de la carta, qué quería decir esa mísera y única frase que había escrita, ¿se trataba de un acertijo o estaba jugando con ella? Sin darse cuenta, acabó durmiéndose en el sofá. Sonó el teléfono de fondo, ella se despertó sobresaltada y con la espalda adolorida. Cogió el teléfono, y Mathew empezó a llorar.

—Mathew, cariño, no llores ahora, mamá te dará de desayunar. —Iba preparando su bol de frutas mientras contestaba al teléfono—. Toma, Mathew, tu Winnie. —Su peluche de música lo calmó—. ¿Sí? ¡¿Hola?!

—Juliana, ¿dónde estás? ¡¿Has visto la hora que es?!

—¡Madre mía! Si son las nueve, lo siento, Viviana, no sé cómo, y no entiendo… Ahora voy.

—Tranquila, te espero que quiero comunicaros algo a ti y a Thomas. —Colgó el teléfono.

Juliana vistió rápido a Mathew, mientras le daba de desayunar, cuando ella se acababa de vestir. Cogió a Mathew en brazos y empezó a bajar las escaleras, sacó su teléfono móvil.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¿Dónde estás?

—Lo siento, cariño, se me olvidó avisarte que hoy no podía venir.

—¡¿Qué?! ¿Y cómo que no me lo dijiste?

—¿Tienes a alguien con quien dejar a Mathew?

—Mamá, ya sabes que no, pero no te preocupes que ya me las apaño. —Cuando dejó a Mathew en el suelo.

—Recuerda que hoy es la comida.

—Sí, sí… Vamos, Mathew, no sueltes la mano a mama. —Colgó el teléfono y se topó con un chico esbelto con cazadora negra—. ¿Kallen?

—Hola, ¿quieres que te ayude?

—No, gracias, aparte de acosarme o intentar ligar —dijo en voz baja—, es una forma de…

—¿De qué?

Juliana sentó a Mathew en un banco a abrocharle el zapato, lo cogió en brazos y continuó andando con paso ligero.

—¿De juego?

—Mamá, ¿quién es? —dijo Mathew, mientras lo miraba con determinación y un poco asustado.

—Un conocido, solo ha venido a saludarnos.

—¿Un conocido? Que yo sepa llevamos conociéndonos unos... ¿Hace tres años? —dijo Kallen descontento ante su respuesta.

—Sí, y lo único que sé es que llevas solo cinco sobres a correos a las nueve de la mañana.

—Mamá, ¿ya hemos llegado?

—Sí, cariño. —Kallen se quedó fuera mientras entraban, él acabo marchándose.

Entró en la oficina de correos y dejo a Mathew en el suelo.

—¡¡Viviana!! —dijo Mathew corriendo hacia ella.

—Hola, cariño, ¿y la abuela? —Cuando lo cogió en brazos.

—La abuela no pudo venir hoy —Mientras dejaba las cosas en la taquilla—. Lo siento mucho, Viviana, siento la tardanza de hoy y encima Kallen entrometiéndose donde no debe.

—¿Kallen? ¿Estaba contigo? —dijo Viviana cuando sentó a Mathew en la silla.

—Sí, me empezó a seguir, no se qué quiere, no sé por qué, pero desde que lo conocí, su cara me es algo…

—¿Familiar?

—Sí, pero eso no me tranquiliza lo que me escribió en esa carta.

— ¿Y qué te escribió?

—¡¡¿Que qué me escribió?!! Ponía: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces…». No se qué quiere insinuar con eso. ¿Y la llave? ¿Qué tiene que ver?

—Menos mal… —dijo en voz baja.

—¿Qué has dicho? —Mientras ordenaba unas cartas.

—Qué menos mal, que no creo que sea gran cosa, seguro que es una tontería o ese chico no sabe cómo tirarte los trastos.

—Será eso. —Intentando entender la respuesta de Viviana.

—O le falta un tornillo —añadió Thomas.

Juliana ese día pasó la comida en casa de sus padres, su hermana Megan la llevaba en coche de vuelta a casa, Mathew se encontraba dormido en el asiento trasero.

—Os he visto algo callados hoy en la cena, ¿hay algo que yo no sepa? —dijo Juliana a su hermana.

—¿Por qué lo dices, Julie? Todo está bien.

—Sí, supongo que estoy algo cansada de la semana —acabó diciendo.

Era una mañana bastante fría para ser primavera, su hermana Megan se localizaba en la cocina preparando el desayuno.

—Me volví a quedar dormida, ¿verdad? —dijo Julie preocupada, ya que llevaba unos días sin energía.

—Sí, no veas, no tardaste ni un segundo.

—Lo siento. —Mientras colocaba sus manos en su rostro intentando aclararse las ideas.

—Oye, es normal. ¿Tanto trabajo con un niño a cargo? —dijo su hermana para aliviar la situación en la que se encontraba su hermana últimamente.

***

Dos años más tarde, Juliana vivía junto a su hermana Megan en una casa al lado de la de su madre, Mathew con cinco años que cumplía no entendía por qué su padre no estaba, su madre le contaba siempre que era un superhéroe que se tuvo que ir a cuidar a otros que lo necesitaban. Ni ella se acordaba lo que pasó exactamente, por eso siempre recurría a esa historia del superhéroe.

Juliana se mostraba entusiasmada preparando el cumpleaños de su hijo, su padre estuvo atento a cada detalle de la fiesta, se celebraba en la casa de los padres. Iba bastante bien, Mathew deseó ese día que su padre regresara al soplar las velas del pastel. Él no era un niño cualquiera, él era especial, tenía unos dotes aún desconocidos, pero desde muy pequeño tenía que tomar tres horas de sol diarias. Sus ojos tan azules como el cielo y una sonrisa radiante, siempre iba haciendo bromas. Esa misma tarde, Juliana iba recogiendo los papeles de los regalos, cuando, Jim, su padre le entregaba un sobre.

—Toma, Juliana, esto es para ti.

—Me lo puedes dejar al lado de las flores, ahora lo miro.

Juliana salió a tirar las basuras, entró y se sentó a tomar un poco de limonada, cogió el sobre y miró que había un 3, dentro había una carta y una llave, en ella ponía: «Juliana Mathew», y la carta decía: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces. K».

A Juliana se le cambió la cara, no suponía que Kallen localizara su nueva dirección y menos que ya no trabajaba con Viviana después de dos años, ella salió fuera de la casa y llamó a Viviana.

—Viviana. ¿Hola?

—¡Hola! ¿Qué tal la fiesta de Mathew?

—Bien, oye, una cosa… —Juliana desconcertada.

—¿Qué pasa, Julie?

—Es que... —Cuando tomó un breve respiro—: La carta está otra vez, la misma llave que te quedaste vuelve a estar. ¡No entiendo de qué va ese tal Kallen!

—¿Kallen?

—¡Sí, Kallen!, ese cliente que tiene derecho a dirigirse a mí.

—Cariño… Kallen hace dos años que… —Para Viviana era un momento duro, porque se trataba de su hijo, un hijo con el que nunca llegó a pasar verdadero tiempo.

—¿Qué pasa, Viviana?

—Juliana… Kallen nos dejó hace dos años, no es posible, por no decir imposible, que él haya sido quien te haya enviado la carta.

—¿Estás segura? Porque aquí tengo la misma llave que te entregué.

—¡Mamá!, te vienes que voy a haceros mi truco de magia.

—¡Sí, ahora voy cielo, mamá no tarda!

—Mira, Juliana, no sé ni cómo ni por qué te ha llegado eso pero hay algo raro…

—Gracias, Viviana, por tu ayuda.

Juliana tenía la cara pálida, no entendía nada, se fue hacia el interior a ver el truco de magia de su hijo, respiró hondo y con una gran sonrisa se sentó a ver lo que hacía.

—Atentos, señores y señoras, porque lo que presenciaréis aquí es único… —Mathew colocó una caja transparente encima de la mesita—. Veis que está vacía, comprobado. —Mathew se la pasó a su abuelo para que mirasen sí estaba vacía—. Bien. —La cogió y la puso encima de la mesa—. Antes llegó una llave a uno de vosotros pero ahora ya no se encuentra en el bolsillo de esa persona, pasaré tan solo este pañuelo y lo haré aparecer en esta caja.

Al retirar el pañuelo de la caja había una llave en su interior, y era la llave de su madre que ponía «Juliana Mathew».

—Mamá, puedes comprobar que esta llave ya no se localiza en tu bolsillo.

—No, no está.

—Un aplauso, señores —dijo Margaret, la abuela de Mathew.

—Cariño, puedes venir un momento. —Juliana empalizo más de lo normal—. ¿Está llave es tuya? —le dijo agachada a la altura de Mathew, mientras él la miraba con su penetrante mirada inquieta.

—Claro, mamá, le dije al nonno que te la diera.

—Pero venía…

—Con un acertijo, mamá, si era para darle emoción al número, ahora ya conoces lo que no conoces —dijo con una tímida sonrisa, esperando la reacción de su madre.

Mathew le dio la llave al ver que no tenía respuesta.

—Y, cielo, ¿dónde has conseguido esta llave?

—Me la encontré el otro día en casa de Viviana mientras jugaba.

—¿Y Viviana sabe que te la has llevado?

—No.

—Y la frase... ¿De dónde la has sacado?

—De un libro.

—¿Qué libro?

—El libro que tiene el nonno, se llama Lo que de verdad escondes, de Kallen.

Juliana intentando comprender todo lo sucedido se dirigió a su padre, que estaba sentado en el sillón de la sala de estar, donde estaba la familia.

—Jim Mathew, ¿puede venir un momento? —dijo Juliana con tono firme.

—Uyy, esto es serio —dijo su hermana Megan.

—Cariño, ¿estás bien? Te veo un poco pálida —dijo la madre algo preocupada.

—Perfectamente, mamá.

Jim se levantó del sillón y la siguió hasta el recibidor.

—¿Se puede saber qué es esto? —Enseñándole el sobre que le dio antes.

—Una carta.

—Sí ¿Y se puede saber quién ha escrito esto?

—Ehh…

La interrumpió Juliana.

—No hace falta que me contestes porque esta letra sé que no es la tuya ni la de Mathew. ¿Es verdad que lo habéis sacado de un libro?

—Julie… —Cogió la carta y la llevo hasta la librería que tenía en su despacho, le mostro el libro Lo que de verdad escondes de Kallen—. Julie, cariño...

—Sí, dime. —Un tanto nerviosa.

—Este es un libro que compré hace unos seis años a este chico, que se llama Kallen, tiene una filosofía muy curiosa acerca de la vida y te hace reflexionar, porque te hace pensar en una multitud de acertijos y curiosidades que tiene… Y, bueno...

—¡Papa!, al grano por favor.

—Vale, tranquila, ya voy. —Se sentó en su butaca de terciopelo, respiró hondo y prosiguió—. Pues ese mismo año que compré el libro, fui a una firma suya que hacían en la librería MCowell, y allí mismo le dije: «Dedícame una frase de tu libro», cogió una hoja a parte que es la que tienes en tus manos y escribió: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces», y me pareció oportuno introducirlo en el truco de magia de Mathew para darle un toque de ingenio.

—¿Ingenio… —empezó a respirar un tanto alterada, cerró los ojos y respiro profundamente— o casualidad dirás?

—¿Por qué lo dices, Julie? —Cogió la carta que tenía en las manos su padre.

—Por nada. —Mientras intentaba meter la carta en el sobre—. Debe de ser una coincidencia, o que te conozca lo suficiente, o sepa tus movimientos hasta el punto que sepa quién es su hija, y le pareció una buena idea gastarme esta misma broma hace dos años. —Logra meter la carta en el sobre—. ¡Dios, qué le pasa a esta carta!

—¡Julie, tranquilízate, me estás asustando!

—No pasa nada, estaré sufriendo una crisis nerviosa, me voy a tomar algo que me relaje, debo de estar… ¡Aaah! —Julie se marchó de la sala dejando a su padre atrás, se fue hacia la cocina a prepararse una infusión para los nervios. De mientras iba escuchando la conversación que tenían en la sala continua de su madre y su padre.

—¿Que tal ha ido? —preguntó Margaret.

—No sé, cariño, la veo bastante alborotada, noto que sabe algo que no nos dice.

—¿Crees que recuerda?

—Es lo que temo… Pero creo que no.

—Ay, Jim, a veces ya no sé ni cómo actuar en estas situaciones… Lleva mucho tiempo así… Creo que sería conveniente que se lo comentemos, así se quedará más tranquila.

—No, Margaret, la doctora nos dijo que no dijéramos nada, tiene que recordarlo ella misma.

—Ya lo sé, Jim, pero ya son cinco años y el padre… Ay, Jim, no sé.

Juliana intentando beber la infusión después de escuchar lo comentado por sus padres, su cara volvió a empalidecerse, y se fue tumbando poco a poco en uno de los sofás que estaban colocados frente al jardín, donde estaba orientada a la sala de estar, cerró los ojos y se quedó dormida.

—Shh… No la despertemos.

—Pero mama, ¿has visto qué hora es?, yo la acompaño a casa. —Megan se acercó a Juliana—. Julie, Julie, despierta.

Julie abrió los ojos y se incorporó.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué hora es?

—Cariño, son las nueve, Mathew se queda esta noche a dormir en casa de sus amiguitos, ¿recuerdas?

—Claro que me acuerdo, mamá.

Juliana se levantó y se dirigió hacia la entrada.

—Vamos, Megan, a casa.

—Claro, Julie.

—Mañana, me paso a buscar a Mathew a las 18 h.

—Está bien, un beso, y descansad.

Fueron andando por la calle, ellas y el marido de Megan, un chico bastante reservado, pero muy majo, siempre ofrecía ayuda para cualquier cosa. Al entrar en casa Juliana, Megan la paró un momento.

—Juliana, papa me ha dado este libro para ti… —Mientras Juliana lo miraba con detenimiento.

—¿Este libro? ¿Estás segura?

—Sí —dijo extrañada—, dice que te ayudará, que tiene una filosofía de la vida muy curiosa y posiblemente entiendas un poco más esa frase que te ha puesto tan nerviosa.

—A mí no me ha puesto nerviosa la frase… —Mientras se quitaba la chaqueta—Me ha puesto nerviosa la situación, que me recuerda a una que viví hace dos años, ya está.

—Vale, está bien, buenas noches, que descanses.

—Buenas noches —dijo Maison, el marido de su hermana.

—Buenas noches, que descanséis.

Con el libro entre sus manos, subió escaleras arriba, se sentía bastante cansada pero se dio cuenta de que no podía dormir, quería saber qué decía el libro, quería resolver esa frase. Encendió la luz de la mesita de noche y abrió la primera página donde había una foto de él y una pequeña biografía. Pasó a la primera hoja y ponía: «Lo que de verdad escondes», y leía:

«Cuántas veces creemos que conocemos al cien por cien lo que nos rodea, si ni siquiera nos conocemos el cien por cien de nosotros mismos, antes conocemos de otras personas más cómo son. ¿Sabrías describirte en una sola palabra? ¿Cómo te describirías? ¿A que no? Podemos llegar a ser tantas cosas que la mente no es capaz de decirnos una palabra en concreto. ¿Qué es lo que verdaderamente nos define? ¿Por qué tenemos esa vieja costumbre de concretar o cualificarnos quiénes somos, como si fuéramos un producto en el que ponemos una etiqueta? ¿Por qué etiquetarnos a nosotros mismos? ¿Qué necesidad hay? Entonces aquí viene mi acertijo para desvelar todas esas dudas. Dudas: primero conocernos nosotros más a fondo, entender lo que nos rodea, e imaginaremos que todas esas dudas que nos pasan por la cabeza son puertas, y tú tienes la llave de todas esas respuestas, ¡eh, aquí llega!, tú eres la propia guardiana de tus puertas, tú decides cuál abrir y cuál no para saber la respuesta».

Continuó leyendo y ponía la frase que tenía escrita en la carta:

«Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces».

Cerró el libro y lo dejó en el cajón de la mesita, se levanto y cogió la llave de su chaqueta, empezó a saber que la llave, la frase, todo desde un principio se trataba de una metáfora, nada que se tratase de algo físico real.

Juliana era una chica común, fuerte, segura de sí misma, se crio en el núcleo de una familia bastante buena. Ella, la hermana pequeña de sus dos hermanas mayores Susan y Megan, mantenía con ambas una relación bastante fuerte, solo que, sobre Susan, no sabía nada de ella desde hace cinco años. Posteriormente al accidente, ella cree que sigue enfadada después de lo sucedido, pero ella no recuerda cuál ha podido ser la real razón, aun así la echaba de menos, porque fue como una segunda madre.

Juliana se pasó la mañana en la cama sin moverse, sentía que en cualquier momento podía recordar algo que en verdad no quería acordarse, decidió quedarse quieta. Megan empezó a picar a su puerta.