Loe raamatut: «El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes»
© Camila Nicolle Rojas Riveros, 2019
Registro de Propiedad Intelectual Nº 279.427
ISBN edición impresa: 978–956–17–0837–2
ISBN edición digital: 978-956-17-0921-8
Derechos Reservados
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle Doce de Febrero 21, Valparaíso
Teléfono (56) 32 227 3902
Diseño de portada e ilustraciones:
Matías Cisternas Castro
Diseño: Paulina Segura P.
HECHO EN CHILE
ESTE ES PARA LA PRINCESA DEL DESIERTO,
PARA EL GOLEM
Y PARA TODOS LOS QUE SE FUERON Y LOS QUE SE QUEDARON DURANTE ESTA AVENTURA.
ÍNDICE
Agradecimientos
Los siete fuertes
Prólogo
El castillo de cristal II
Epílogo
Menha
Anexo
AGRADECIMIENTOS
Con la llegada de este nuevo libro (¡qué extraño decir que es el segundo!) quisiera aprovechar estas hojitas para dedicar unas palabras.
Primero que todo, agradecer como siempre a mi familia completa, quienes han continuado apoyándome y motivándome. A mi mamá y mi papá, y a mi hermana, especialmente, gracias por seguir conmigo y brindarme todo el amor y la energía para avanzar con este proyecto y los que vienen; no sé qué sería de mí si no contara con su presencia en mi vida y en este camino que tiene tantos altos y bajos. Un abrazo imaginario igualmente a mis abuelos Emilia y Bernardo, quienes me llenan de alegría cada vez que mencionan que le dijeron a alguien “mi nieta es escritora” con ese tono mágico cargado de orgullo.
También, a mi mejor amiga Cris, que continúa a mi lado y sigue siendo una inspiración para algunos aspectos de Ánuk; a Matías, quien con su talento me ha entregado por segunda vez una portada preciosa y llena de significado. Para Bárbara, Ayleen, Mariela, Nicole, Pedro, Sebastian, Paulina, Pipelón, Macarena y Karolay; para ustedes que continúan estando ahí a pesar del paso de los años, infinitas gracias. Crecer y aprender con ustedes me ha hecho ser quien soy e, inadvertidamente, escribir como escribo.
Agradecer también la amistad y el cariño de mis colegas del Instituto y sus profesores: Mariangel, Irmita, Javiera, Macarena, Gabriela, don Freddy y don Fernando, con quienes comparto a diario y han sido testigos de mis momentos de emoción cada vez que sucede algo relacionado a mi libro. No podría pedir a nadie mejor para compartir mi día, de lunes a viernes, en horario de oficina.
Un saludo al cielo para Juan Carlos, mi eterno y bravo Yitinji, mi golem mágico y especial. Para mi abuelita Mena, la princesa del desierto, la raíz y la flor blanca de mi árbol genealógico; gracias por haberme entregado memorias que atesoro y una fracción de ese cariño infinito.
Dedico este libro a las mujeres escritoras. A todas aquellas soñadoras, cinéfilas, ñoñas, internautas, guerreras, cazadoras, románticas, fugaces, astrónomas, queer, alternativas, válidas, hermanas y compañeras de pluma que forman parte de un universo hermoso. Por lejos, lo más maravilloso de haber comenzado esta aventura ha sido conocer y ser parte de un grupo cada vez más amplio y fuerte de mujeres que alzan su voz y construyen espacios cada vez más potentes. Amor eterno a las fantásticas Soledad Cortés, Camila Miranda y Cristina Miranda, que han hecho de La Ventana del Sur un espacio de apoyo y crecimiento para nosotras, que nos sentíamos solas y perdidas entre señoros. Para Claudia Andrade, Mido Gale, Nené, Marion, Pamela, Fernanda, Carolina y tantas más, que continúan pisando fuerte y reafirmando sus convicciones, visiones y talento con cada palabra, cada letra, cada imagen y cada historia.
Finalmente, mil gracias a María Teresa y a Ediciones Universitarias de Valparaíso de la PUCV por continuar brindándome la confianza y el apoyo para publicar. Agradezco igualmente el apoyo y el financiamiento otorgado por el Minsiterio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través de los Fondos Concursables, que han permitido materializar nuevamente estas páginas.
Para ustedes lectores, gracias. Siempre, gracias. Las palabras realmente no son suficientes para agradecer el hecho tan simple de haber adquirido esta historia, de leerla, de disfrutarla, de compartirla. Espero que Los Siete Fuertes sea para ustedes el reencuentro con viejos amigos y nuevas aventuras. Tengan por seguro que Rylee y Ánuk también los echaban de menos.
¡Abrazos y feliz lectura!
Nina Rose
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IG: @theninarose
Goodreads: Nina Rose
PRÓLOGO
Ya has visto el pasado. Conoces el presente. Sin embargo, el futuro nos es tan misterioso a nosotras como lo es para ti.
Te hemos visto crecer y cambiar. Te hemos guiado en lo que nos han permitido, pues no debemos interferir. Ahora es tu turno, Guerrero, tu turno de elegir el camino que deseas.
En este cruce solo hay dos caminos: puedes quedarte o puedes regresar. Si te quedas, hallarás la paz que tanto has anhelado y podrás quedarte con aquellos que han partido antes que tú, a quienes tanto has extrañado. No más sufrimiento, no más dudas.
Si regresas, la guerra hará mella en ti, pero verás a los que aún siguen luchando. Vidas se perderán, gente morirá, pero siempre existirá la esperanza.
Ninguna de las opciones es buena o mala. Ningún camino es el equivocado, pero dependerá de ti convertirlo en el correcto. Y no importa que decidas, siempre contarás con nosotras y quienes te aman.
Es difícil, pero nuestro padre Tiempo y nuestra madre Destino nos apremian. Dos caminos, Guerrero. ¿Cuál elegirás?
1
Ábbaro Stinge no era un hombre sentimental. De hecho, se consideraba pragmático, serio y desligado de cualquier cosa remotamente parecida a las emociones. Había crecido sabiendo que la gente se aprovechaba de los débiles de corazón y no podía darse el lujo, en la posición que ostentaba, de verse patético ante las personas que querían arruinarlo.
En Villethund, su nombre era sinónimo de riqueza y poder. No en extremo, eso sí, pero lo suficiente como para ser considerado el hombre más influyente de la ciudad y, muy probablemente, de toda la región al sur del Bosque de Marfil. Se había hecho una reputación tanto en el bajo mundo como en el comercio honesto y establecido; los mercaderes del exterior conocían su estatus y el alcance de su largo brazo para atrapar a los que lo traicionaban o lo engañaban. Nadie quería estar en su lista negra.
Sin embargo, a pesar de su aspecto duro y su fama de frío, Ábbaro Stinge tenía corazón. Algo apático, a decir verdad, pero corazón al fin y al cabo. Y éste latía fuertemente por un puñado de personas importantes: primero, por la joven que amaba en secreto, la que le quitaba el sueño y lo hacía sentir vivo; también, por la mujer que lo había cuidado y querido como un hijo cuando había perdido todo lo que antaño le hacía feliz. Finalmente, quizá la más valiosa, la pequeña renacuaja que había llegado a su vida obligándolo a revisar sus prioridades.
Rylee.
¿Cómo explicarle a la chica que era importante para él? ¿Cómo contarle la verdad del pasado que le había ocultado tantos años? ¿Los secretos que guardaba aún hoy?
Se recostó en su enorme cama, pensando. Rylee se había ido hacía ya un mes y no habían noticias de ella, aunque afortunadamente el cabello hechizado que mantenía le indicaba que estaba a salvo. No soportaba esa incertidumbre, la lejanía y el velo oscuro que lo separaba de ella en tantos aspectos, aunque siempre se había convencido de que la distancia, por ese entonces solo emocional, era necesaria e importante.
Ahora, no estaba tan seguro.
Se levantó y fue hacia uno de sus muchos cajones, desde donde sacó un pequeño cuaderno. Regresó a la cama y a la luz de las velas abrió sus recuerdos: las imágenes, las texturas y colores de su pasado, donde, desde la primera página, lo saludaba el único amigo que había tenido, abrazado firmemente a una versión más joven de él mismo.
El padre de Ábbaro expandía su fortuna en Villethund mientras su esposa e hijo vivían seguros y tranquilos en Anri, el pueblo más cercano a las grandes montañas Andiris. Su madre siempre había sido muy amable y cálida y por eso no era de extrañar que tuviese varias amistades repartidas por toda el área. Su casa estaba siempre llena de visitas, todos atraídos por la sencillez y la simpatía de la mujer, sin sospechar que era la esposa de uno de los comerciantes más ricos de la región. Por eso, cuando una joven viuda y su hijo llegaron por primera vez a Anri, su madre inmediatamente los había invitado a su hogar.
Ábbaro no olvidaría nunca la primera vez que había visto a los recién llegados. La mujer que había atravesado su umbral aquella noche tranquila era aún bastante joven, de brillantes ojos y suave caminar. El pequeño que la acompañaba era un par de años menor que Ábbaro y parecía ligeramente asustado, aunque se erguía con decisión frente a los extraños, mirándolos directamente con los mismos bellos ojos pardos de su madre. A pesar de la presencia fuerte, ambos eran bastante tímidos y a su madre le había costado mucho convencerlos de visitar.
—Por fin han aceptado mi invitación —había replicado Eyna con alegría—, espero que les guste lo que les hemos preparado. Ah, les presento a mi hijo Ábbaro. Ellos son Ryana Mackenzie y su hijo; vivirán en la casa justo detrás de la nuestra, por lo que los verás muy seguido.
—Gusto en conocerte, Ábbaro —le había dicho Ryana— él es mi hijo, Ewan
—agregó abrazando con cariño al pequeño—. Es algo tímido pero estoy segura que se llevarán bien.
La cocinera de la casa, Evanna Pezzi, se había lucido con la cena de aquella noche. Fue así, entre albacora, papas y vino dulce, que comenzó su fuerte —e improbable— amistad con Ewan Mackenzie.
La diferencia de edad no había afectado para nada la relación de los dos niños. Ábbaro era mucho más fuerte y saludable físicamente, pero Ewan era más ingenioso y creativo, por lo que sus juegos siempre eran desafiantes para ambos. Les encantaba competir, pero siempre se respetaban y ni una vez habían terminado peleando como otros niños.
Crecieron a la par hasta que la madre de Ábbaro murió. Su padre entonces lo había mandado a buscar y el joven debió irse de Anri, llevándose consigo a Nan y su familia para ayudar en su nuevo hogar, pues la mujer se negaba a dejarlo solo.
—Visitame pronto, Ewan —decía Ábbaro con tristeza al despedirse.
—Iré lo más pronto que pueda, amigo.
Le tomó casi un año al joven Mackenzie poder ir a Villethund. La diferencia con Anri era abrumadora, pero Ábbaro le había ayudado. A él, con su adaptabilidad innata, se le había hecho fácil aprender a vivir en una ciudad más grande y ya comprendía sus limitaciones y sus atribuciones, acentuadas profundamente debido a su linaje. Su padre le estaba enseñando todo lo necesario para hacerse cargo de sus negocios en el futuro y también para sobrevivir en un lugar traicionero y lleno de trampas invisibles; Ewan, más inocente y confiado, era blanco fácil de los engaños.
Su estadía no había durado mucho. Con el tiempo las visitas eran cada vez menos frecuentes, ya que Ewan se encargaba de la mayoría de las tareas domésticas desde que su madre había enfermado. En las cartas que recibía de su parte, su amigo detallaba lo mucho que Ryana decaía con cada hora; estaba tan débil que a veces ni siquiera podía sostenerse en pie. A pesar de su estado, se negaba a ser vista por ningún curandero o Mago Especialista de ninguna clase, aunque Ábbaro había enviado unos cuantos para ayudarla.
Stinge se sorprendía de las vidas diferentes que llevaban. Por un lado, ahora que su padre le había legado el negocio, amasaba una cuantiosa fortuna, llevaba tratos exitosos y una mantenía una reputación sólida. Por otro lado, Ewan vivía de forma sencilla, cuidando un huerto y atendiendo a su madre, aún cuando tenía su propio e importante linaje en el cual apoyarse...
De vuelta en el presente, Ábbaro dio vuelta la página donde aparecían ambos de niños, hacia una imagen de ellos más adultos. Recordaba ese día con claridad, como casi todo lo relacionado con Ewan; sin embargo, aquella jornada había sido diferente y había marcado un rumbo nuevo en la vida de su amigo, un rumbo que, años después y sin proponérselo, llegaría a alterar el suyo propio.
—A Nan le está yendo muy bien con la posada. Pasé a verla hoy en la mañana, parece estar feliz. ¿Cuánto tiempo lleva allá, cinco años? —comentaba Ewan mientras bebían una copa de vino luego de cenar.
—Pronto serán seis. Sabes que ella siempre ha sido voluntariosa, era obvio que iba a transformar el sucucho que compró en un sitio decente. Me alegra que le vaya bien, está con su familia ahora.
—Bueno, tú le ayudaste bastante. De no ser por tu inversión, tal vez ella no hubiese podido levantar el lugar por sí sola.
—Nah, quizá le hubiese tomado más tiempo, pero hubiese tenido éxito de igual forma. Estamos hablando de Nan.
Hablaron distendido largas horas. La última visita había sido hacía cuatro años, cuando Ábbaro había regresado a Anri para el funeral de Ryana Mackenzie y, aunque habían mantenido contacto por carta, éstas también se habían visto reducidas debido a las constantes amenazas de los mercaderes de la competencia que deseaban por todos los medios deshacerse, o al menos afectar profundamente, el poderío de los Stinge en la ciudad.
—Ábbaro —dijo de pronto Ewan— ¿recuerdas cuando éramos niños? ¿Cuando soñábamos viajar y conocer el mundo? ¿Escalar Andiris, navegar por el Mar de las Tormentas…?
—Nuestras aventuras —replicó con nostalgia— planeamos todo el viaje con solo una cantimplora con agua y tres manzanas cada uno.
—Sí —replicó Ewan, sonriendo— teníamos la tonta noción de que seríamos lo suficientemente rápidos para llegar y sobrevivir en las montañas porque podíamos verlas desde el jardín. Se veían tan cerca...
—Como todo en la vida, amigo mío. Y luego te das cuenta de que a veces los objetivos están mucho más lejos y son más difíciles de alcanzar de lo que pensamos —callaron, pero solo un instante, pues Ewan volvió a hablar.
—Iré a Andiris, Ábbaro. Quiero tener esa aventura antes de perder la oportunidad. No tengo a mi madre, el terreno que manejo es demasiado grande para explotarlo solo y no tengo dinero para mantenerlo. He estado en el mismo lugar tanto tiempo que me siento ahogado, necesito expandir mis horizontes y salir. Siempre he querido ir a Andiris.
Ábbaro se sorprendió un poco al escucharlo. No por su deseo de aventura, sino por la inusual intensidad de sus palabras. Había tal ansiedad, tal pasión, que se sorprendió que fuera Ewan, siempre muy razonable, quien las dijera.
—Sabes que no puedo ir contigo —respondió adivinando su intención.
—Esperaba que pudieses, pero sabía que era una posibilidad remota. Sin embargo, la intención sigue. Solo o no, iré.
Al día siguiente se había marchado. Sin aceptar el dinero de Ábbaro, había emprendido el viaje solo hacia las montañas. Por casi cinco meses no hubo contacto; el silencio era desesperante. Ábbaro lo había buscado, pero la gente que había enviado en secreto a rastrear a su amigo no lo había podido hallar.
Finalmente un día, casi de la nada, Ewan había regresado, pero no estaba solo. Una mujer, hermosa como no había visto nunca, estaba a su lado, firmemente sujeta de su mano. Alta, de ojos dorados y cabello caoba, rasgos finos y un aura imposible de descifrar; así era la joven que le había robado el corazón a su mejor amigo.
—Su nombre es Firenne —había dicho Ewan. La había conocido en el viaje; ella y su familia vivían en las montañas y lo habían salvado de morir cuando había quedado atrapado en una zanja.
Firenne era una muchacha silenciosa, pero tenía el mismo porte real de Ryana Mackenzie. Bella, cariñosa y claramente enamorada de Ewan, había abandonado a su familia para trasladarse a vivir con él. Ambos parecían hechos el uno para el otro y Ábbaro veía en los ojos de su amigo que la mujer le estaba sanando las heridas que había dejado la pérdida de su madre. Había una nueva chispa en él, la misma chispa que, años después, vería en Rylee.
Incapaces de quedarse a vivir en Villethund —y negándose rotundamente a aceptar el dinero que les ofrecía Ábbaro— se fueron a vivir al Huerto, un pueblo mucho más cerca de Villethund, pero lo suficientemente lejos como para tener una vida tranquila y segura. Durante los dos años que siguieron, su amistad se vio truncada por un competidor inescrupuloso que había asesinado a su padre, el ya viejo Ábbaro senior; la amenaza del hombre era tal que Ábbaro temía por la vida de Ewan y su esposa si el mercader se enteraba siquiera de su existencia.
De vuelta una vez más en el presente, Ábbaro pasó la página y tomó la carta enganchada en la envejecida hoja del cuaderno. La abrió con cuidado y la leyó, aunque su contenido lo sabía de memoria. Había llegado a principios del tercer año de que Ewan se fuera al Huerto:
Mi querido amigo:
Hoy un trozo de mi corazón me fue arrancado del pecho. Mi hermosa Firenne, mi esposa amada, ha muerto. Me embarga una angustia y un dolor que pensé que jamás volvería a sentir y he quedado desarmado, sin fuerzas; te necesito más que nunca, Ábbaro, pues no creo poder enfrentar la vida sin tu apoyo, especialmente ahora.
Firenne me ha dejado un pequeño regalo antes de partir. Amigo mío, he sido bendecido con una hermosa hija, cuya luz ilumina un poco las sombras que me ha dejado la ausencia de mi esposa. Rylee, ese es su nombre, es idéntica a su madre, tan bella, tan pequeña y frágil; no sé si seré capaz de criarla y darle la vida que necesita ahora que Firenne no está.
Sé que eres hombre ocupado y sé que aún hay muchos problemas que debes resolver, pero me gustaría poder verte al menos una vez. Rylee es aún muy pequeña para viajar, no tiene más de dos días, por lo que si pudieses visitarme…. Sé que lo que te pido es complicado para ti… pero no tienes idea de lo mucho que necesito tu presencia ahora, tu fortaleza.
Espero que todo vaya bien con tus negocios. Cuídate mucho y de corazón espero verte pronto.
Cariños y abrazos.
E. M.
Ábbaro había arreglado todo y, dos días después, llegaba a la humilde casa de Ewan. Allí había visto el dolor de su amigo por la pérdida de Firenne, pero también había visto con alivio que Ewan estaba feliz de ser padre. La pequeña Rylee era una bebé tranquila, inusualmente silenciosa, de ojos pardos muy abiertos y atentos. Le recordó fuertemente a Ryana Mackenzie, pero Ewan aseguraba que era idéntica a su difunta esposa.
Se quedó una semana entera acompañándolos. A Rylee la amamantaba una vecina que había perdido recientemente a un bebé y que tenía otro hijo, un pequeño llamado Anwir, que adoraba estar al lado de la niña. Tranquilo como estaban las cosas a pesar del dolor por Firenne, Ábbaro regresó a Villethund y mantuvo contacto con Ewan, aunque ya no pudo volver a salir de la ciudad. Su amigo lo visitaba de vez en cuando, especialmente cuando comenzó a comercializar sus productos en madera —tallados hermosos que hacía a mano— en el sector del puerto.
Mientras contemplaba el pequeño retrato de Rylee que Ewan le había regalado, recordó la velocidad con la que habían pasado los años por aquel entonces. Ruby había llegado al burdel, una muchacha dulce y atenta cuyo padre, un borracho que le había pedido dinero hacía varios años, había dejado como parte de pago. Ábbaro la había aceptado pues, en cuanto la vio, quiso alejarla del horrible hombre que la había vendido; era tan bella, tan inocente, una joven hechicera que le había encantado el corazón.
Le había buscado trabajos en varios lugares, pero Ruby había decidido quedarse en el burdel. Ganaba más, de partida, pero ella tenía una razón mucho más profunda para estar allí.
—Deseo encontrarme a mí misma. Deseo explorar lo que me ha sido prohibido por tanto tiempo y tengo la fortaleza para afrontar cualquier problema que esto me conlleve. Le prometo, señor Stinge, que no dudaré en solicitar un trabajo diferente si no me veo capaz de llevar éste, pero deje que me quede aquí por ahora. Por favor.
A Stinge le había sorprendido la manera en que la joven se había expresado. Sin mayor excusa para detenerla, había aceptado que se quedara en el burdel y allí se había mantenido hasta hoy.
Fue solo un tiempo después de la llegada de Ruby que le llegó la noticia de Ewan atravesado una crisis económica, de la que Ábbaro no supo nada sino hasta que fue muy tarde.
—Debiste haber aceptado el dinero que te ofrecía, Ewan —le dijo cuando su amigo lo fue a ver para, por fin, aceptar un préstamo.
—No fui capaz, Ábbaro. Eres mi amigo, no quería ponerte en esa situación.
—Con mayor razón debiste haber aceptado. Como tu amigo hubiese velado por ti, eso lo sabes de sobra.
—Perdóname. Debí haberte escuchado.
—Este dinero —le decía Ábbaro mientras le daba las bolsas de ryales y los certificados de pago— es tuyo. Es mi regalo. No me lo tienes que devolver.
—Ábbaro, no puedo….
—No sigas con eso —dijo molesto—, ya viste el problema que causaste cuando no me hiciste caso. Toma este dinero, paga tus deudas y cuida de tu hija. Compra un terreno mejor y explótalo bien. Velaré por tus intereses desde aquí, lo mejor que pueda; mis competidores ya sospechan de mi relación contigo y no quiero que haya peligro ni para ti ni menos para la niña. A propósito, ¿dónde está ahora?
—En la biblioteca de Villethund —sonrió Ewan— es una chiquilla muy inteligente. Le gusta leer.
—¿La dejaste sola? —se sorprendió Ábbaro.
—No, está con la bibliotecaria. Además, mi hijita tiene a su propia guardiana: se encontró una cachorra de lobo la última vez que vinimos y ambas se cuidan mucho.
Esa fue la última vez que vio vivo a Ewan; tan solo unos meses después, el Huerto había sufrido el ataque. Se enteró de la noticia por los clientes del burdel, quienes habían visto a algunas personas que habían alcanzado a huir de la masacre. Había enviado a su mensajero más confiable al Huerto para buscar a su amigo, vivo o muerto; sin embargo, la respuesta a sus peores miedos se la había entregado Nan, mucho antes del regreso del mensajero.
—Rylee está en mi casa, descansando —le había dicho Nan luego de contarle todo lo que había pasado—. Está muy afectada, apenas ha comido y estaba herida; es un milagro de las Diosas que siga con vida.
Ábbaro lloraba por Ewan. No le importaba que Nan lo viera; era como una segunda madre y, como tal, sabía cómo consolarlo. La mujer lo abrazó con fuerza, dejando que se desahogara, absorbiendo su dolor y calmándolo con suaves caricias en el cabello.
—Tenemos que protegerla —le había dicho Nan en cuanto dejó de sollozar—. Rylee no puede quedarse sola ahora. Los rumores de un ataque contra el Rey son cada vez más fuertes y si alguien se entera de su existencia la buscarán para deshacerse de ella. Mi casa es demasiado pública y no podré cuidarla; debe quedarse contigo.
—Si se queda conmigo, estará bajo la amenaza de mis enemigos. Me costó mucho mantenerlos alejados de Ewan y Rylee en estos años y es la razón por la cual ella nunca supo de mi existencia ¿Qué crees que harán si descubren que es mi ahijada? ¿Si se enteran de su linaje?
Nan se quedó callada unos instantes, pensando. Suspiró con fuerza y miró a Ábbaro directamente a los ojos.
—Cóbrale la deuda que te debe Ewan —le dijo con firmeza.
—¿De qué estás hablando, Nan? —contestó Stinge sin entender— Ewan no me debe nada.
—Pues ahora sí. Haremos creer a Rylee que su padre te pidió un préstamo y que ella debe cancelarlo ahora que Ewan no está. La contratarás como tu empleada y la mantendrás trabajando en un lugar donde nadie esperaría que alguien como ella se encuentre. Déjala al cuidado de alguien de tu confianza y vigílala. Cuando termine de pagar ya estará lo suficientemente mayor para comprender la necesidad de protegerla y podrás contarle la verdad.
Y tal cual se había hecho.
Rylee había terminado en el burdel porque Ábbaro había estimado que era el lugar menos probable para buscarla. La había acomodado al lado de Ruby porque sabía que la joven cuidaría de la niña. Y le había cobrado la "deuda" de su padre, aunque todo el dinero que recibía de ella estaba guardado en una cuenta privada a nombre de la muchacha.
El secreto de su conexión y de su familia se había mantenido sellado por años y ahora Ábbaro se arrepentía de no haberle contado la verdad a tiempo. Rylee se había ido buscando la manera de pagar aquella deuda inexistente, con el mismo espíritu aventurero que antaño tuviese su padre. Y él, Ábbaro, no había podido detenerla porque, como le había dicho a Ruby aquella vez, de haberle prohibido irse, la chica hubiese huido de igual forma.
Ahora solo podía esperar que regresara y pedirle perdón a su mejor amigo por haber fallado tan rotundamente con su ahijada. Y rezarles a las Diosas para que la protegieran.
Se levantó de la cama y fue hacia su balcón, desde donde podía ver el burdel. Se prometió a sí mismo que le contaría la verdad a Rylee en cuanto volviera, el secreto que su mejor amigo le había confiado una tarde lluviosa hacía tantos años...
El apellido de mi madre no es Mackenzie. Es Regaris. Ryana Regaris, tía de Jeremiah Regaris, el futuro Rey de Rhive, lo que me hace a mí primo del Rey.
Con el Yuiddhas en el poder, la familia real estaba casi desaparecida. Si alguien se enteraba que Rylee existía, la buscarían ya sea para matarla o...
Diosas, ¿cómo decirle a Rylee que era la única candidata legítima al trono de Rhive?