Yo no pedí ser oro

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa


YO NO PEDÍ SER ORO

©Patricia Adrianzén de Vergara

© Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L

Primera Edición Digital

Perú Setiembre 2021

Obra inscrita en la Oficina de Derechos de Autor de INDECOPI. Partida Registral № 0726-1998

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú № 2021-10302

ISBN: 978-9972-849-45-9

Libro electrónico disponible en: Amazon y otras plataformas

Cuidado de Edición: Patricia Adrianzén de Vergara

Diseño de carátula: Erika Arenas Adrianzén

Diagramación: Eduardo Arenas Silvera

Las referencias bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia Versión Reina-Valera, revisión 1960

Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L.

Correo electrónico: edverbovivo@hotmail.com Web: edicionesverbovivo.com Dirección. Avda. Brasil 1864. Pueblo Libre. Lima-Perú.

Teléfono: 0051 +997564865

Dedico este libro a Roger Vergara Vargas, mi esposo, al Pastor esforzado y valiente y también al tierno compañero y amante, al mejor amigo, y dulce padre.

A mis pequeños hijos Rogger, Nataly y Stephanie, protagonistas de esta historia de fe, a sus tiernas conciencias que empiezan a comprender las verdades espirituales, porque los amo entrañablemente y porque son nuestra corona.

A toda la congregación de la iglesia Alianza Cristiana y Misionera en Arequipa, porque ustedes son la razón y el fruto de la batalla.

A mis amigas más cercanas de este lado del volcán que estuvieron apoyándome en los momentos más difíciles y que protagonizan esta historia.

ÍNDICE

  PRÓLOGO

  I. AL BORDE DEL CRISOL

  1. Yo no pedí ser oro

  2. El bastón de cristal

  3. Llamado

  4. La cucharita no cesaba

  5. El hombre siervo

  6. Morir para resurgir

  7. Principio de dolores

  8. Una fe de acero inoxidable

  9. Un alud de lágrimas

  10. Soberanía divina

  11. Buscando una salida

  12. El escape

  13. Una lámpara mendiga

  II. EN EL CRISOL

  1. El mensaje del volcán

  2. La mujer alta

  3. Cansancio y gratitud

  4. La hermana amor

  5. Gracia suficiente

  6. Aprendiendo a sobrellevar

  7. De ternuras y alegrías

  8. El testimonio

  9. Atribulados

  10. Una oración de fe

  11. Navidad de yeso

  12. Aguas estables

  13. Amor diligente

  14. Quebranto y consuelo

  15. Un pacto perdurable

  16. Un cerco de tinieblas

  17. Vaso o florero

  18. El rostro del dolor

  19. Al borde del desconsuelo

  20. Un abrazo tangible

  21. Rodeados de brazos

  22. Apártate

  23. La sonrisa de la amistad

  24. Corazón misionero

  25. Una fe no lisiada

  26. Alma de miel

  27. Luchando en el claroscuro

  28. La amistad sólida de una mujer frágil

  29. Trémula despedida

  30. La ruta de la perfección

  31. Un ángel terrenal

  32. No moriré sino viviré

  III. VICTORIA EN EL CRISOL

  1. El fulgor de una fe llovida

  2. Las cicatrices del ministerio

  3. Ochenta años sabios

  4. Un cerco celestial

  5. Mas allá del dolor

  6. Una batalla campal

  7. Ahuyentando las sombras

  8. “Quedaos aquí”

  9. El sonido del amor

  10. Nuevo grano en la campiña

  11. El pastor de mi niña

  12. Música en la tormenta

  13. La gran tormenta

  14. Solo oro silvestre

  IV. CARTA AL LECTOR

  ACERCA DE LA AUTORA

  OTRAS PUBLICACIONES

PRÓLOGO

“Yo no pedí ser oro. Ni siquiera ambicionaba ser plata. Me hubiera conformado con ser un metal sencillo y barato…”

Con estas palabras se inicia la paradoja que el libro enseña. Una paradoja en la que el dolor humano y la fe gozosa se entrecruzan en una aparente confrontación que se resuelve felizmente. El libro nos presenta una serie de reflexiones en la senda del sufrimiento emocional y físico que nos enfrentan de manera sorpresiva con interrogantes como: “¿por qué a mí?, ¿por qué Dios parece no responderme?, ¿por qué se me niega la paz si quiero servirle con fidelidad? Son luchas y experiencias personales y familiares de todo aquel que crece, y que sacan a la luz las necesidades de crecer en madurez, desarrollar el ser y no sólo el hacer.

 

Justamente con estas afloran en las dificultades el consuelo del Espíritu Santo, el poder sustentador del Señor y el afecto fraternal de los hermanos que refuerzan nuestra convicción de servicio y refrescan la compasión por la gente necesitada.

La autora descubre ante los ojos de la iglesia una realidad que toda familia que quiera servirle va a tener que librar una guerra espiritual en la propia intimidad de su hogar, que va a desafiar profundamente nuestras vidas y la de nuestros hijos. Más aún, el libro es una expresión jubilosa de la esperanza y la confianza que tiene un hijo de Dios, que de las alturas provendrán siempre fuerzas, aún en medio del dolor.

Javier Cortázar Balta Presidente de la Convención LED Lima al Encuentro con Dios Conferencista Internacional

“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.

(1 Pedro 1:6-7)

“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, Él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A Él sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén” .

(1 Pedro 5:10)

* * *

Capítulo I
AL BORDE DEL CRISOL


“Mas el Dios de toda gracia, Que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, Después que hayáis padecido un poco de tiempo…”

1

YO NO PEDÍ SER ORO

“El crisol para la plata y la hornaza para el oro; pero Jehová prueba los corazones”.

(Proverbios 17:3)

Yo no pedí ser oro. Ni siquiera ambicionaba ser plata. Me hubiera conformado con ser un metal sencillo y barato cuyo brillo pudiera aflorar de vez en cuando con el reflejo del sol. No me interesaba mucho el resplandor ni la calidad de mi materia, tenía un lugar en el mundo y en sus propósitos y eso era suficiente. Salir de la mina oscura fue mi mayor anhelo, ¿por qué iba a mirar más allá de mis fronteras? Había sido rescatada, procesada, limpiada y convertida en un instrumento que Él podía usar y pensé que eso era suficiente. Pero Dios tenía planes mayores para mí. Sólo Él conocía mis imperfecciones y mis impurezas y sólo a Él se le hubiera ocurrido transformarme, transmutarme, purificarme… y fui llevada involuntariamente al crisol.

Cuando empecé a sufrir me sometí mansamente, sabía que un poco de dolor era necesario para crecer y madurar, para conocer más de su poder y su fuerza.

Pensé que el aprendizaje sería sencillo y que Él iba a dosificar el sufrimiento de acuerdo a mi capacidad y no darme más allá de lo que podía resistir conforme a su palabra.[1] Pero cuando comprendí que el dolor prevalecía y que mis límites no eran los suyos, ni mis pensamientos sus pensamientos, entonces me resistí; quise muchas veces salir del crisol, escapar de su voluntad, y le increpé que no estaba siendo fiel a su palabra, que el sufrimiento empezaba a rebasarme. Llegó a sentirme derribada, desasida de su diestra y quise encerrarme en mi crisálida.

Pero Él nunca me abandonó, fue siempre fiel, siempre estuvo a mi lado, controlaba la temperatura del horno de fuego para que verdaderamente no sufra más de lo que podía resistir. Esto no lo comprendí de inmediato, el paso de los días me dio también la certidumbre de su amor, necesitaba aprender tanto y no había otra manera sino experimentándolo en mí misma. ¿De qué otra forma iba a fortalecer mi fe? ¿De qué otra manera podía madurar mi dependencia y ceder mi autosuficiencia? ¿Cómo se iba a perfeccionar mi amor maternal? ¿Cómo iba a consolar y aún a enseñar el día de mañana a otros sin haber pasado por lo mismo? ¿Cómo iba a derribar las altiveces de mi corazón que se levantaban contra sus promesas? ¿Cómo iba a comprender el mundo espiritual y sus luchas si no peleaba ninguna batalla?[2] ¿Cómo iba finalmente a conocer su poder? Sólo confiando, esperando, orando y dependiendo única y exclusivamente de su gracia.

Por ello tuve que reconocer finalmente que su crisol y su hornaza son pruebas de su amor, porque Él no nos deja solos; está con nosotros muy cerca recogiendo cada lágrima, proveyendo a la vez el descanso y el sosiego que requiere nuestra alma.

Por eso tengo que agradecerle que se haya propuesto hacer de mí un metal precioso, cuando mis ojos no miraban más allá del opaco resplandor de mi ser barato.

2

EL BASTÓN DE CRISTAL

“Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová es para siempre; no desampares la obra de tus manos”.

(Salmo 138:8)

Creo que desde siempre Dios estuvo moldeando mi forma. Me construía de tal manera que yo no me hubiera atrevido a desear ser algo distinto a lo que su mente concebía. Si alguna vez me rebelé, no fue al extremo de osar estirar mi curva, la curva que él formó para que sostuviera a aquél. Porque jamás anhelé desecharla ni mucho menos estirarme hacia arriba; permití que todo lo que Él iba enseñándome a través del sufrimiento se concentrara en aquella entonces incomprensible forma en que termina mi cuerpo de bastón. Porque desde el principio me preparó para serlo y yo no entendía por qué siempre tenía que aprender sufriendo, por qué no podía ser como las demás niñas, más tarde como las demás muchachas y reír y disfrutar de la vida en vez de cargar siempre sobre mí las emociones o los problemas de alguien. Es que mi felicidad no radicaba en otra cosa que no fuera servir, pero era una felicidad doliente ¿es que puede existir la felicidad doliente? Era la satisfacción de saber que te estabas dando, que estabas sirviendo, que eras autora de sonrisas ajenas a costa de la tuya.

La renuncia ingresó sigilosa a tu vida desde el desprendimiento del juguete aquel cuando niña. Lo que aún no comprendes o terminas de comprender es el material del que estás hecha; siempre se habló de tu transparencia, algunos la amaron, otros la estrujaron, otros se burlaron de ella y otros se rehusaron a creer que fuera realidad. Ahora recuerdas las veces en que las personas te señalaron como algo especial y hacían que te sonrojaras una y otra vez, una y otra vez. Ahora empiezas a comprender por qué lo recibiste, porque nada tenemos que no hayamos recibido, ni nada somos si no es por gracia. Sí, ahora empiezas a comprender sus designios, ya estás formada y tienes que empezar a funcionar como bastón, no anhelar erguirte y ser vara, no desear ser pierna, cuidar la transparencia de tu ser amando.

Porque realmente anhelas y precisas del cuerpo aquel que se apoya en ti. Porque la razón de ser en esta vida es cumplir el propósito que Dios tuvo para ti, porque en esto radica tu gozo, aunque cada día tengas que renunciar a algo distinto, tal vez a algo de ti misma.

Porque anhelas que aquél sea grande a los ojos de Dios, que cumpla todos sus propósitos divinos. Y tú siempre estarás cobijando su rostro, acariciando su corazón, ayudando a renovar sus fuerzas, sin que nadie te vea, soportando el peso del ser humano que tanto amas, del ministerio que juntos asumen por más difícil que sea.

Sólo espero que Dios siga perfeccionando mi forma y que aquel que amo jamás olvide que: aunque soy fuerte, soy también de cristal.

3

LLAMADO

“Después oí la voz del Señor, que decía. ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”.

(Isaías 6:8)

El Señor me llamaba y no podía eludir su voz. Durante toda la reunión me estuvo hablando. Recordé la primera vez que lo hizo, de una manera similar, hacia aproximadamente siete años, cuando me llamó al ministerio. Fue en un congreso juvenil que mi corazón tuvo la convicción que debía limpiar mi vida para servirle. En ese entonces tenía veinte años y no entendía a plenitud la naturaleza del llamado que estaba aceptando. Sólo recuerdo que fue sincero y solemne y que el deseo de vivir para servirle se desbordaba por mi piel y por mis lágrimas.

Algo similar vivió mi esposo, que en ese entonces no lo era, por la misma época. Casi paralelamente a su conversión con un pasaje del libro de Jeremías, entendió que Dios lo usaría como un instrumento para llevar su mensaje a otros si él aceptaba su llamado. Y lo aceptó, renunció a otras oportunidades profesionales para dedicarse más tarde a servirle a tiempo completo.

Esta experiencia común fue una de las cosas que nos unió cuando nos enamoramos. Ambos amábamos su obra y sentíamos que trabajar en su viña era el privilegio más grande. Fue así como Dios permitió que uniéramos nuestras vidas sobre esta base como una amalgama cuando él ya ministraba como pastor asociado en la iglesia en la cual habíamos nacido espiritualmente. Sentíamos plenas nuestras vidas consagradas enteramente a su servicio.

Y ahora, su voz desde el cielo nuevamente sonaba con potencia en lo más profundo del corazón. Se trataba de un culto sobre misiones y casi al finalizar, Dios claramente me invitaba a que acepte el llamado de salir al campo misionero, de ir lejos y ser portadora de su mensaje a aquellos que nunca escucharon de Él. Su voz me destrozaba por dentro.

Luché unos minutos sentada en la banca y le cuestioné.

—¿Es que acaso todo lo que haces no es perfecto? ¿Por qué me llamas ahora con esta intensidad, ahora que estoy casada y espero mi primer hijo? ¿Por qué no lo hiciste cuando esta soltera? ¿Cómo podré ir así? Si mi esposo no siente lo mismo que yo, será imposible Señor obedecerte.

Su Espíritu siguió ministrando mi corazón y el quebranto ante la urgencia de la salvación de quienes esperaban oír su mensaje se apoderó de mi alma.

—Está bien, Señor, iré donde tú quieras que vaya.

Sentí la respiración de mi esposo orando a mi lado y le susurré al oído:

—El Señor me está llamando.

Y cual no sería mi sorpresa al ver su rostro en el mismo estado que el mío y oír su voz diciéndome:

—A mí también.

Nos pusimos de pie y le dedicamos nuestras vidas y la de nuestra familia nuevamente para su obra y decidimos obedecer su llamado e ir donde Él mande.

4

LA CUCHARITA NO CESABA…

“Así pues téngannos los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”.

(1 Corintios 4:1)

La cucharita subía y bajaba en las manos de mi esposo hacia la boca de nuestra pequeña hija de año y medio. Esta al principio se resistió un poco a recibir su contenido, pero tras breves segundos abrió su boquita y absorbió el medicamento. Era la enésima vez que observaba a mi esposo en esa rutina y me enterneció. Esbocé una sonrisa, le acaricié el cabello y le dije:

—Pobrecito, hace cuatro años que vienes haciendo lo mismo sin descansar.

—¿Qué? —me interrogó él sorprendido, pues no era consciente de mis reflexiones.

—Administrar las medicinas, ¿no estás cansado de esa cucharita?

—Ah…

Sonreímos los dos, y él repitió el acto con nuestra hija de tres años y medio. Esta abrió rápidamente la boca, pidió agua, sorbió un trago y desapareció de la habitación corriendo. Luego mi esposo me preguntó si le había dado la medicina a nuestro hijo mayor, antes que éste partiera al colegio. Sí lo había hecho.

Había amanecido algo animada aquella mañana, a pesar de no sentirme tampoco muy bien físicamente. Las jaquecas de las que sufría desde hacía veinte años eran más frecuentes ahora. Pero recuerdo perfectamente mi estado de ánimo, pues al ver la cucharita sonreí y hasta bromeé, ¡ah esa cucharita en otras ocasiones me hacía llorar!

Hacía cerca de cuatro años que dejamos nuestro hogar en Lima para venir a ministrar a esta ciudad, una de las provincias de nuestro país. Y estábamos aquí experimentando un sin número de vivencias que jamás nos imaginamos. Aprendiendo a fructificar en medio de la adversidad, intentando esforzarnos en la gracia y recibiendo de nuestro Dios tanto el bien como el mal. Recuerdo perfectamente nuestra actitud cuando partimos. Habíamos pasado meses de oración buscando la voluntad de Dios para nuestras vidas, sabíamos que Él nos había llamado a las misiones, que nos había dicho claramente que íbamos a “salir”, se habían cerrado otras puertas y se habían abierto las de esta iglesia en esta ciudad. Entonces Dios nos dio la convicción, no hubo lágrimas, ni sufrimiento, sino gozo y alegría.

 

Estábamos seguros que era su voluntad, que él estaba dirigiendo claramente nuestras vidas, ni la sombra de una leve duda. Era un desafío desconocido, pero tal vez el primer paso para aprender a hacer misiones. Y salimos. Trabajo arduo mudarse de ciudad con un niño de cuatro años y una recién nacida. ¿Qué nos esperaba? No lo sabíamos, la inquietud de nuestros corazones era llevada al altar del Señor en una completa dependencia en fe.

Jamás olvidaré el día que llegamos. Cuando bajamos del avión y caminamos hacia el ingreso del aeropuerto, empecé a escuchar las voces de varios miembros de la iglesia que habían ido a recibirnos desde la terraza: “Bienvenido Pastor”, “Bienvenido Pastor”. Cada voz empezó a calar en mí, sentí una emoción muy grande y quise llorar. Sí estábamos aquí, sería una nueva vida, no conocíamos a nadie, dejábamos atrás muchas cosas, una familia, amigos, nuestra iglesia… ¿mirar atrás ahora? No, habíamos llegado y estas voces dándonos la bienvenida nos decían que estaban esperando por nosotros: “Bienvenido Pastor”.

No podía mirar de frente, cargaba a mi bebé y trataba de pasar la emoción por mi garganta. Por fin salimos de la sala de pasajeros con nuestro equipaje y se dio lugar el encuentro. Allí estaban esos desconocidos a los que habíamos venido a servir, eran ahora nuestra iglesia, ¿serían realmente algún día nuestra familia? Una hermana me abrazó y me dio un ramo de rosas y me dijo que habían estado orando mucho por mi vida (más emoción) noté que muchos ojos estaban puestos en mí y en mi reacción. Sonreí.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?