Loe raamatut: «Sueño contigo, una pala y cloroformo»

Font:

Patricia Castro

Sueño contigo, una pala y cloroformo



© de la obra: Patricia Castro

© de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU

© de la ilustración de cubierta: Oriol Hernández

© de las fotografías del interior y de la contracubierta: Cesc Sales

Edición: Apostroph

Correcciones: A la bartola

Diseño de cubierta: Apostroph

Diseño de tripa: Mariana Eguaras

Maquetación: Apostroph

Imágenes: Cesc Sales

Impresión: Romanyà Valls

ISBN digital: 978-84-122005-0-8

Primera edición en papel: septiembre de 2019

Primera edición en digital: abril de 2020

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Tu verdad me asegura

que nada fue mentira.

Y mientras yo te sienta,

tú me serás, dolor,

la prueba de otra vida

en que no me dolías.

La gran prueba, a lo lejos,

de que existió, que existe,

de que me quiso, sí,

de que aún la estoy queriendo.

Pedro Salinas

La voz a ti debida (1933)

I

Todo esto es por tu culpa, puta.

Estoy recomponiendo los trozos de mi corazón roto, amargo y lleno de rabia. Trato de encontrarle sentido a todo esto; cada vez que pienso en lo que nos ha pasado, en lo que me has hecho, me doy cuenta que eres una grandísimahijadeperra.

Sí, tú.

Saber que me leerás es de los pocos placeres que encuentro ahora mismo porque me has vuelto a joder la vida. Juré que no volvería a dejarte entrar y al final cedí, me rendí a ti, a tus ojos azules, a tu voz dulce, a tu piel y a tu suave aroma a melocotón, pero eres una zorra despiadada. Ya no sé si te odio más que te quiero pero si fuese lo suficientemente valiente —o cobarde— te mataría sin pensarlo dos veces, gozaría llevándome a la boca tu sangre para verte morir lentamente; no te mereces una muerte digna y sin dolor, mereces sufrir como el mal bicho que eres. A veces te imagino retorciéndote, pidiendo ayuda y yo sonriendo al ver, por fin, algo de justicia en un mundo en el que la gente como tú queda como la buena y la gente como yo, que escribe de cómo te torturaría y te mataría lentamente —pero que nunca lo hará— se pudre sin remedio.

¿Todavía pensáis que la vida es bonita?

Os podría decir que el día que la conocí el sol brillaba, radiante, como en ninguna otra ocasión y el cielo era de un azul imposible, pero no. No hubo ningún presagio de los dioses; el cielo está vacío y el Olimpo sirve para vender libros a los gilipollas que quieren hacerse los interesantes a costa de la mitología griega. Era invierno y ella me perseguía por las redes sociales. Los millennials somos esos jóvenes de clase trabajadora condenados a no tener futuro, pretenden que seamos cool y nos conocemos a través de Twitter, Instagram y estas aplicaciones de la modernidad líquida.

Jodido Zygmunt Bauman.

Compartí mensajes con ella antes de conocerla en persona; había algo que no me acababa de cuadrar, pasaba bastante de ella, de su palabrería y de sus halagos vacíos; no me sirvió de mucho ignorarla porque al final caí, no una vez, sino dos.

Escribo para expiar mi culpa. No sé qué más hacer. Podría coger una escopeta; no tengo ni idea de dónde conseguir una, aunque viviendo en el extrarradio de Barcelona sería fácil encontrar un arma o un riñón de segunda mano.

Júlia, no puedo dejar de pensar en ti: por eso sueño contigo, una pala y cloroformo.

La vida es una aventura y he visto demasiadas pelis americanas. Podría matarla pero estoy demasiado ocupada escribiendo esto como para vestirme e ir a por ella. Además, ni yo tengo complejo de Raskólnikov ni esto es una novela de Dostoievski, yo solo soy una niñata de barrio perteneciente a la aristocracia filofascista del cinturón rojo rajando de una tía loca que me ha rechazado y que la última vez que hablamos me dejó en visto en Whatsapp; ese es el gran drama moderno.

Estás a tiempo de cerrar este puto libro y seguir con tu vida de mierda pero también te puedes quedar para regodearte con las miserias de aquellos a los que les va peor y están más jodidos y frustrados que tú. Todo son ventajas.

No tengo un buen día y quien dice un día, dice una temporada; más bien esta no es mi época aunque dudo que en alguna hubiera encajado mejor que en este deprimente barroco emocional que está resultando el siglo XXI. Decían en Forrest Gump que la vida era como una caja de bombones y nunca sabías lo que te iba a tocar dentro. Yo solo os digo que la vida es más bien como el Buscaminas, nunca sabes qué hijodeputa —en la historia que nos ocupa, hijadeputa— te va a hacer estallar primero.

Nos conocimos en invierno. Después de conversaciones sin sentido en las que me contaba a qué restaurantes le gustaba llevar a su novio para torturarlo con esa relación de pareja absurda que tenía —con todas sus trampas y toda la buena fe de él— y de compartir alguna que otra intimidad que me la pelaba llegó el día en que nos vimos las caras.

No tenía nada claro qué hacer con mi vida. Vivía atrapada, sin saberlo, en una relación monógama convencional que no me satisfacía, no por monógama y convencional, sino porque yo era como un mueble, adorada por ser guapa y lista —esta no es una historia de humildad sino de odio y venganza— pero sin deseo; solo había adoración por su parte y sacrificio por el mío.

El amor es, en muchas ocasiones, sacrificio y esfuerzo, pero también debe ser felicidad. Conocer a Júlia jodió todos mis planes de buena hija, de esposa fiel, de feminista ética y de buena amiga; se llevó todo mi amor y solo me dejó cuatro recuerdos no del todo buenos y las migajas de una pasión descafeinada.

Así era ella, un torbellino en medio de la calma, un puto diamante manchado de sangre, probando sus mieles no podías sentirte a gusto, sabías que algo iba mal, que nada era lo que parecía. Por aquel entonces yo trabajaba en un medio digital cutre de independentistas liberaloides en el que hacía mi papel preferido, el de la histriónica comunista y feminazi. Júlia me mandó un mensaje:

Júlia

Avui ens veiem, cuca

Ella me hablaba en catalán y yo le respondía en lo que me salía del coño; me encantaban sus aires pretenciosos de wannabe pequeño-burguesa que formaba parte de la izquierda indepe intelectual e iba de teórica feminista. No sabía qué me gustaba más, si su repelencia o esa locura que aprecié en sus ojos nada más verla. Ella era fuego y yo siempre había deseado quemarme.

Recuerdo subir por las escaleras escuchando Nirvana, ese grupo del que solo pueden ser fans y vestir sus camisetas los tíos de treinta años que salen con adolescentes, no como las niñatas de quince, que son todas unas posers por hacer lo mismo que ellos. Me puse nerviosa sin motivo. En realidad, a pesar de haber pasado de ella y sus mensajes plomizos durante meses, algo había captado mi atención.

Esa fue mi maldición, Júlia: hacerte caso.

Cuando la vi a través del cristal de la redacción mi mundo se paró. Es jodidamente cruel que esté escribiendo esto ahora, rota de dolor, en vez de estar comiéndole el coño porque sé, muy en el fondo, que nos hubiera ido muy bien; ella necesitaba —siempre necesitará— a alguien que le dé cariño y yo siempre necesitaré a alguien a quien mimar hasta que me muera.

Podría aprovechar estas páginas para hablar de lo precario de nuestra situación, de cómo nos prometían un dinero que nunca veíamos y cómo nunca llegaba la subvención esperada porque, a pesar de ser liberales, a estos tíos —hipocresía pura, la ética de nuestro siglo— les gustaba mamar del estado como al mejor hijo de comunista; pero yo he venido aquí a patalear, no a denunciar la situación de la clase obrera.

El cabrón de José Ortega y Gasset sería un facha pero tenía razón cuando decía que: “Yo soy yo y mis circunstancias”; yo, al ser una neurótica y una pija pretenciosa que lee a Freud aunque discrepe de él, os diría que: “Yo soy yo y mis traumas”, y ya son demasiados.

La cosa es que sus ojos me penetraron hasta lo más profundo, hurgaron dentro removiendo mis órganos, instalándose en mí, dejándome idiota y sin saber qué coño había pasado. Así comenzó mi pequeño infierno particular, creí haber conocido al amor de mi vida y solo era la loca de mi vida. Poca la diferencia pero grande el calvario.

Nos vimos. Nuestras miradas conectaron; lo demás importa poco. La revista en la que colaboraba estaba en una calle del Eixample barcelonés, en un tercer o cuarto piso de un viejo edificio de oficinas. Mis compañeros eran esa gente gris que da pereza conocer y cuando lo haces ya estás deseando olvidarla. No recuerdo que me aportaran nada en todo el tiempo que mantuvimos aquella extraña relación, mitad laboral, mitad personal; el mejor momento de todos fue cuando dejé de hablarles, no por despecho sino por aburrimiento. Dos de esos compañeros —ambos se llamaban Josep— trataron de domar mi energía y transformar mi escritura en algo manso e impersonal; muchas de nuestras pequeñas grandes peleas se debían a eso, a que se creían mejores que una servidora. Yo sé que soy una puta mierda pero esta puta mierda llamada Alexandra es mejor que los autómatas que pretendían darme lecciones. Yo no se las doy a nadie y si alguna vez lo hago, por favor, tenéis todo el derecho del mundo a mandarme a la mierda. Nada desearía más.

Sé que cuando mis amigos lean esto correrán a preguntarme qué tal estoy, si necesito algo, me dirán que saben que no paso por un buen momento y ese tipo de cosas amables que suele decir la gente que se preocupa por nosotros. La verdad es que nunca he estado mejor en mi vida porque, a pesar de tener el corazón aniquilado, los sueños hechos trizas y mi querida diosa muy lejos de mí, al menos he vivido. He podido comérmela entera, compartir sus ilusiones y ser parte de sus fracasos. Lo mejor es que ahora, después de la tormenta, en vez de quedarme llorando he podido reunir todas mis fuerzas para dar forma a esta carta de amor y odio.

Otras veces lo intenté pero me negué a continuar porque no te quería hacer eterna; ahora sé que nunca voy a poder olvidarte y es idiota tratar de escapar de mi destino. Pero al menos lo haré a mi manera, con mucho punk y cantidades industriales de mala hostia.

La sección de la revista era de humor absurdo y lo mismo hacíamos un artículo sobre la última ocurrencia de algún político municipal, como hablábamos de las treinta mil personas que había desangrado hasta la muerte Vlad el empalador, un atroz psicópata del siglo XV, casi a la altura de Júlia. Ella colaboraba en un apartado matinal en el que muchos señoros viejos insultaban a Ada Colau, alcaldesa de la ciudad por aquel entonces, mientras se daban la razón chocando sus pollas. Júlia hacía de necesario contrapeso femenino y feminista para simular que aquello era un medio inclusivo y aquellos tipos la mar de tolerantes.

Mucho tiempo después acabaría confesándome que cambió el día en el que hacía su aparición estelar para conocerme y poder coincidir conmigo; a estas alturas de la película ya no sé qué pensar. No sé si lo hizo para forzar la situación pero ya venía echando la red desde muy atrás —la suya era pesca de arrastre y yo me enteré demasiado tarde— o porque tenía genuinas ganas de conocerme y había una pequeña chispa de sana curiosidad. Nunca lo sabremos. Con ella todo fue siempre así, una continua indecisión, un constante no saber, que al principio me atrapó y acabó por devorarme.

Más triste todavía es haber tenido que crear un muro, convertirme en una piedra fría e insensible —al menos aparentarlo— para que me olvide, aunque yo nunca podré hacerlo.

Consejo al espectador: no ames a vampiros porque te chuparán la sangre y nunca tendrán suficiente. Así es lo que sentía y sigo sintiendo por Júlia, ella era Helena, Troya, la guerra, el fuego y la destrucción, la única esperanza del mundo y el amor. La ilusión, el volver y encontrarse. Ella fue mi todo y yo fui su nada.

Y también una grandísimahijadeputa.

La mejor venganza y la mejor forma de demostrarte mi amor es escribirlo todo, hacer partícipe a todo el mundo de lo cabronaza que has sido conmigo y con algún gilipollas más. Supongo que todos tenemos a una María Iribarne a la que matar. Es jodidamente confuso, sé que debería dejarte en paz por aquello que soy feminista y que si quieres algo debes respetar su libertad y blablabla pero contigo todo lo que está bien acaba mal. Parecías la niña perfecta y has acabado siendo la peor de las femme fatale. Al menos Carmen era sevillana, tenía duende y hacía cigarros; tú eres charnega y de Plataforma per la Llengua.

¿En qué momento se convirtió mi vida en una puta broma de mal gusto?

Cuando terminó su trabajo se acercó a mí y me dio dos lentos besos. Recuerdo el contacto de su mejilla con la mía, la electricidad recorriendo mi cuerpo y fui consciente por vez primera de que estaba bien jodida. Compartimos unas palabras idiotas, sin mucha importancia.

—Com estàs?

—Qué ganas tenia de conocerte, Júlia.

—I jo, cuca, no saps quantes.

No recuerdo mucho más pero cada palabra estaba llena de doble sentido y una carga especial. Podríamos habernos dejado de palabrerías y haber follado allí mismo, encima de los escritorios y delante de todos aquellos tíos aburridos y prepotentes. Seguro que después de escandalizarse se hubieran pajeado. Podríamos haber hecho tanto… Sabía, desde el principio, que esto me iba a doler pero me lancé y, oye, que me quiten lo bailao. Al final tampoco bailamos tanto y ojalá tuvieran más mierda suya que quitarme.

Después de mi castaña de sección, a la que la invité a participar para tratar de impresionarla en plan mira guapa soy la jefa y quiero que te quedes, gózalo, bajamos a tomar un café al bar de enfrente con los dos putos Joseps. Hice lo imposible para quitármelos de encima pero ninguno se dio por aludido.

Si eres mujer ya sabrás que los tíos nunca captan que la cosa vaya con ellos y si lo pillan se ponen dramáticos buscando casito. Por lo general siempre van jodiendo y a mí me aburre la gente que está en este mundo para joder. Total, que bajamos a aquel bar cutre y tomamos una mierda de café.

—Amb llet de soja, si us plau— añadió Júlia.

Toda su amabilidad siempre se redujo a pedir que le sirvieran el café con ese tipo de leche y, por lo demás, no se preocupaba por las formas a no ser que quisiera sacar algo de ti, entonces te daba amor hasta sacarte los ojos. La putada es que aprendí todo esto cuando el daño ya estaba hecho y mi corazón era como Yugoslavia en los 90.

—Ara marxaré i quan arribi a casa posaré una rentadora.

La tía me podría haber hablado de miles de cosas, de lo guapa que era, de lo mucho que me quería comer la boca o del último amante que se había follado pero no, la cabrona era sosa hasta para sacar temas de conversación.

Cielo, siento que te estés enterando por este libro que eres una aburrida de mierda y que lo que hablas no le interesa a nadie porque duermes hasta las putas piedras. Yo era tan gilipollas —lo sigo siendo, no os hagáis ilusiones— que hasta su mediocridad me parecía bonita. Me atraía. Alimentaba aquella fiera.

—Yo he quedado con una amiga que acaba de llegar de Londres.

—Ostres, viu allà?

—Sí, estudia un máster de noséqué de microbiología.

La verdad es que mi colega siempre me contaba de qué iba su máster pero nunca lo recordaba. Tampoco debía importarme tanto, como la estúpida conversación que manteníamos mientras los otros dos tíos miraban el móvil.

—A veure si em va bé el màster, és massa feina i em crema bastant, cuca.

No tenía putas ganas de preguntarle qué coño estaba estudiando pero como era gilipollas y en un futuro próximo quería acabar comiéndole el coño —y, mejor aún, que ella me lo comiese a mí— caí.

—¿Y el máster ese de qué va?

—Bueno, es sobre sociología aplicada al periodismo.

—Ah.

—Después quiero hacer un doctorado y dar clases en la uni, y esas cosas.

—Claro.

El café sabía como una putamierda y como tenía la maldita manía de no echarle azúcar aquello era agua sucia imbebible. Seguí escuchando a esa petarda mientras me perdía en sus ojos.

Joder, qué ojos tan preciosos tenías, puta.

—Así que, no sé, si acabo el máster con buena nota haré el doctorado y también, por si acaso, el máster de profesorado, así puedo ir dando clases en los institutos mientras termino la tesis. Y también está lo de la política, me van saliendo cosas. M’ho he de gestionar tot una mica.

Gestionar. Esa era su palabra favorita junto con otras cuatro más que no adelantaré para no caer en espoilers. A medida que escribo se me van pasando las ganas de matarla. No sé si es porque no se merece tanto esfuerzo o porque la sigo queriendo como una idiota. Cada vez que dejo de escribir me pongo a llorar como una niña pequeña porque no me quiere.

A veces me gustaría parecerme a John Wayne en El hombre tranquilo, esa peli de John Ford en la que hace de boxeador que vuelve a su pueblo y va de tipo duro enamorando a una tía en la que se ha fijado. Pero no, yo era una romántica de mierda que perdía el culo por la primera persona que me daba algo de cariño. Esto viene de lejos pero ahora no me apetece hablar de mis jodidos traumas.

Lo suyo era gestionar. Gestionaba los amantes, el amor y cualquier tipo de afecto, los polvos con su novio y supongo que las interacciones conmigo. También esas miradas que me echaba i que hacían que se me mojasen las bragas. Júlia tenía complejo de administrativa que no se esforzaba demasiado porque le bastaba con un sueldo fijo y en la empresa no podían pasar sin ella, no por ser una gran trabajadora sino porque nadie más sabía qué narices había que hacer. Eso era Júlia, una funcionaria del amor.

Cuando salimos de allí la acompañé hasta el autobús. El otro Josep no dejaba de incordiar contándonos a qué escritor pseudo intelectual progre, machista y pollavieja iba a entrevistar aquella mañana.

Ahora me siento gilipollas por el tiempo que perdí fingiendo que todo lo que decía aquella gente me importaba. Al final el tío se calló, puede que se diera cuenta de que ninguna de las dos le hacíamos caso, y se marchó. Seguí a Júlia como una idiota hasta que llegamos a la parada. Recuerdo apoyarme en el muro del edificio que teníamos detrás y quedarme embobada mientras ella hablaba, hablaba y hablaba y yo no me enteraba de nada. Me miraba con sus ojos azules impenetrables y yo ya no pude escapar. Entonces no comprendía que hubiera vida más allá de Júlia. La cosa es que la hay, aunque es una jodida mierda. No os quiero mentir. Justo antes de subir al autobús tomó mi cara entre sus manos y me dio dos besos muy cerca, demasiado, de la boca. Me quedé allí quieta, confundida como nunca en la vida y con el puto corazón a punto de salir del pecho.

Esa fue la primera vez que vi a Júlia.

Mi vida nunca volvió a ser la misma. Miré la hora en el móvil para ver si llegaba a tiempo al centro. No tenía ni idea de cuánto había pasado allí, totalmente ausente del mundo, absorbida por ella. Aceleré el paso, me puse los auriculares y seguí con la canción de Nirvana que había pausado cuando había llegado a la redacción.

What else could I say?

Everyone is gay 1

No le faltaba razón a Kurt Cobain. Cogí el móvil. Tenía un montón de mensajes pendientes: mi madre, los buenos días de mi novio, sí, aquel ser que me trataba como un mueble, —¿o yo a él? Bueno, qué más da— mis amigas histéricas y los locos de Twitter.

Llegué a la plaza Catalunya y mi amiga Inés ya me esperaba. Nos saludamos sin mucha efusividad, siempre me ha dado pereza la gente que se besa y se abraza como si llegaran del exilio. Inés empezó a contarme sus movidas pero tardé muy poco en monopolizar la conversación y hablarle de Júlia. Lo hice de forma inconsciente. Sabía que le estaba rayando con esta tía que no conocía pero como las dos son feministas tampoco parecía molestarle.

Subimos hasta Gràcia. Inés quería ir a uno de esos restaurantes veganos que habían colonizado el barrio, lleno de modernos, culturetas y hipsters pasados de moda. Me encanta la psicología de masas pero nunca entenderé qué coño lleva a la gente a dejarse la misma barba, comprarse las mismas camisetas y hacerse los mismos tatuajes, por no hablar de los gustos musicales de todos aquellos personajes, con las putas canciones de rap catalán, con sus estribillos de mierda y en las que todos tenían que meter trompetas cada treinta segundos —de lo contrario no eran lo suficientemente combativos, supongo—. Peor aún, imitaban los gustos del lumpen que había en mis barrios, zonas de mala muerte del antiguo cinturón industrial de Barcelona en proceso de lepenización, más cerca del fascismo que de la conciencia de clase.

A esos pijoprogres les gustaba la mierda y encima se regodeaban. No soy mejor que ellos, leo a Simone de Beauvoir mientras voy al McDonald’s a hincharme con hamburguesas baratas y hablo de la revolución en Youtube. No soy ningún puto ejemplo pero tengo mejor gusto que todos esos gilipollas.

Mi amiga me contaba que el médico le había recetado vitamina D por la ausencia de sol en Londres.

—Claro, no puedo ir al hospital en Inglaterra porque todo es privado, y mi seguro es una mierda, no me cubre ni las visitas con el de cabecera, ¿sabes? Me salía más barato comprar los billetes de avión a Barcelona y así de paso veo a mis padres ¿Ale, estás ahí? Pues eso, que me hace falta sol, me ha dicho el doctor, que en Londres llueve demasiado y siempre está lleno de nubes. También me ha dicho —es mi médico de siempre, el de la familia— que vaya al psiquiatra otra vez, que lo del sol y que la gente sea tan gilipollas por allí no me va bien para lo mío. Pero tía, no sé, yo estoy bien allí, el máster en el King’s College es la hostia y por aquí no hay mucho futuro. Aunque sigo currando de camarera los findes porque la ciudad es carísima, con lo de la beca solo me da para pagar el cuarto que tengo alquilado.

Vaya chapa, colega.

Alexandra

Me ha encantado conocerte

Le mandé un whatsapp a Júlia mientras Inés me seguía taladrando. Respondió al segundo.

Júlia

A mi també, cuca

Dudé entre seguir escribiéndole o cerrar el móvil. No quería saturar a la chavala, me gustaba demasiado y tenía miedo de que se asustara o se agobiara.

Todavía me siento idiota por pensar que en algún momento la presioné cuando siempre fue ella la que controló los tiempos y llevaba las riendas de nuestra relación.

Alexandra

Me tienes que enseñar tanto…

Júlia

Com?

Alexandra

De feminismo digo, eres una crack tía

Júlia

Ja serà menys, això són els ulls que em miren

Alexandra

Lo que tú digas, pero quiero que participes en mi sección, si quieres

Júlia

I tant que vull, així et torno a veure, Alex

Alexandra

Me parece genial

Júlia

Et deixo cuca que he de posar les rentadores encara, he arribat fa res a casa i estic morta

Alexandra

Un abrazo enorme, ¿vale?

Júlia

Un altre per a tu

Inés y yo llegamos al restaurante frente al Mercat de l’Abaceria cruzando Travessera de Gràcia. Entramos. Estaba hasta los topes. El camarero nos trajo las cartas y pedimos la bebida. Yo quería una cerveza normal pero las birras convencionales no eran veganas, se ve que contenían productos lácteos o trituraban a los conejos y los echaban en polvo dentro de las latas, yo qué sé. Acabé bebiendo una cerveza artesanal de piña. Era lo más apetecible que tenían.

No tengo nada en contra de los veganos y su lucha me parece muy loable y digna, el problema es que siempre que voy a comer con amigos —no iría nunca por propia voluntad a que me sablearan— me quedo con hambre.

Cuando sé que voy a ir a comer a uno de estos sitios tan bonitos, modernos e insustanciales empiezan a rugirme las tripas. Estos sí que hacen pasar hambre y no los comunistas, joder.

No es el animalismo lo que me molesta sino que la quinoa, el tofu y las plantas no me llenan. Nada más. Esto no es político, es gastronómico. Ya lo aviso, que luego no quiero malos rollos. Suficiente tengo con la loca sociópata de Júlia, que además de querer chuparme la sangre también me odia profundamente, porque no me he sometido a su voluntad.

Poco más pasó aquel día. Llegué a casa reventada. Era casi de noche y la cabeza me daba mil vueltas. Solo podía pensar en Júlia. Me puse a ojear sus redes sociales. Descubrí que salía en otro medio catalán de mala muerte peleándose con más señoros que la trataban como una mierda solo por ser mujer y joven. Pillé el portátil y me tumbé en la cama. Júlia estaba guapísima con sus ojos azules, los labios rojos y su melenaza rubia. El rato que estuve leyéndola solo se dedicaba a criticar condescendientemente a esos periodistas rancios que olían a naftalina y les decía lo machistas que eran.

Su actitud prepotente, clasista y de guerrera vikinga me ponía muchísimo. Me podría haber masturbado —estaba muy mojada­— pero aún era demasiado mojigata para pensar que el amor era sexo sucio y deseo carnal. Hice una foto de uno de los artículos de Júlia y se lo mandé. No tardó en contestar.

Júlia

Al final serà veritat que ets fan meva

Tardé varios segundos en saber qué responderle.

Alexandra

Eso y más

Sonreí pícara mirando la pantalla del móvil.

Júlia

Ha estat un molt bon dia, descansa molt…

Alexandra

Això faré, Júlia…

Júlia

Bona nit cuqui

Alexandra

Descansa

Al principio las únicas ganas que tenía de matarla era a polvos o a besos. Mejor las dos cosas juntas a la vez, para que nos vamos a engañar. No soy una Don Juan, ni tampoco el baboso de Ted Mosby. Como mucho me podéis llamar Safo, y ni eso. Soy Alexandra, una tía que quiere a rabiar a la mujer que más daño y rota me ha dejado nunca. También os digo que prefiero que me haya machacado el corazón a no haberla conocido jamás.

A partir de aquel día mi edredón no dejó de oler a coño por las noches.

II

Júlia era coja, estúpida y muy manipuladora, con un culazo y unas tetas que flipas y una cara de zorra que no podía disimular. No tenía nada de especial, no sé qué vi en ella pero me gustaba demasiado y, desgraciadamente —o no, porque de no ser por su puta crueldad yo no estaría borracha escribiendo esto— lo sigue haciendo.

Los días pasaban, ella me hablaba, yo le hablaba, todo era bonito y no había ningún problema. Sí, ya sé qué me vais a decir ¿qué pasó? Si todo iba bien ¿qué nos hizo naufragar? ¿Cómo fue que la muy perra me rompiera el corazón?

Bueno, es fácil. La tía es una sociópata, una narcisista incapaz de sentir empatía. Vamos, que te quiere como un crío de cinco años; los niños, cuando son tan pequeños, de tanto que les gustan las cosas y como no se saben controlar las acaban rompiendo; pues eso era Júlia. Una puta loca.

Ya sé que lo nuestro es imposible por mucho que yo la quiera y ella me busque. Lo más jodido de todo es que me sigue hablando. No sabéis lo duro que es despertarse y ver algún mensaje suyo pero, coño, no quiero que me siga destruyendo. No lo podría soportar. Sigo sintiendo el dolor de cuando me dejó la otra vez. Bueno, eso de que me dejó… pasó de mí una temporada y volvió a hablarme echándome cosas en cara, cuando yo casi le pido que se casara conmigo.

Soy una gilipollas y en realidad me merezco todo esto.

Recuerdo la noche en la que me lo jugué todo a una sola carta. No podía ni mirar el móvil sabiendo que me había rechazado —sin tan siquiera leer su puto mensaje— pero lo presentía. Me había declarado a ella y en el fondo sabía que lo iba a dinamitar todo porque Júlia era la indefinición en persona.

Nunca me sentí tan vulnerable y rota como aquella noche. Lloré, lloré y lloré como una niña pequeña y sin saber qué hacer. Júlia se había ido y yo no podía concebir la vida sin ella; ya sé que el rollo del amor romántico es una mierda y sirve de coartada al patriarcado para someter a las mujeres y todo lo demás pero, joder, yo quería y sigo queriendo a Júlia como una parte de mí.

Yo respeto mucho a Albert Camus pero eso de que la existencia es absurda no me acaba de gustar; sí, todo es una mierda y el puto ser humano es como Sísifo, cargando con su vida subiendo una montaña para perderla tontamente al otro lado. Sé que eso no es libertad, es sometimiento, que así no se puede ser feliz y que todo es angustia y sufrimiento menos cuando llega arriba y suelta la piedra. Y luego la vuelve a coger de nuevo, repitiendo lo mismo eternamente. Una puta crueldad.

Camus, pillo de lo que va tu jodida metáfora con el mito griego pero me aburre, tío, yo quiero vivir para algo y vivir para alguien. Cuanto más sienta, más viva y más quiera, más feliz seré. La vida puede tener el sentido que le queramos dar, pero hay algo que permanece a pesar de todas las historias trágicas y absurdas que nos montamos.

Todos queremos querer y que nos quieran, dejar nuestra pequeña huella en el mundo. Camus, colega, te puede parecer absurdo pero es cierto, esa es la puta piedra que de verdad vamos a cargar siempre.

Aquellos días hablábamos de muchas cosas, desde lo mucho que le costaba poner lavadoras hasta de las ganas que tenía de volver a verme. Yo decía poco y escuchaba mucho, me encontraba en arenas movedizas y temía sentirme locamente atraída hacia ella, cegada por la pasión, por sus encantos, por aquellos ojos suyos que me incendiaban. Vivía en perpetuo malestar porque yo tenía una pareja que no se merecía aquello pero era incapaz de evitarlo, afrontar la situación y admitirla.

Žanrid ja sildid

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Objętość:
221 lk 3 illustratsiooni
ISBN:
9788412200508
Kustija:
Õiguste omanik:
Bookwire
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Mustand
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