Pedacitos de tu alma mujer

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Pedacitos de tu alma mujer
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PEDACITOS DE TU ALMA, MUJER

Primera edición: septiembre 2021

ISBN: 978-607-8773-24-4

© Patricia Ramírez Aranda

© Gilda Consuelo Salinas Quiñones

(Trópico de Escorpio)

Empresa 34 B-203, Col. San Juan

CDMX, 03730

www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).

Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Distribución: Trópico de Escorpio

www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

Con amor

para

Carmen & Jesús.

Dedicado también a Altaira, Gaisca, Lucas

y de manera especial, a ti, Nikolay…

I. EL PROPÓSITO

Han transcurrido más de ocho años cuando, abruptamente, la vida la obliga a detenerse, es momento de mirar de nuevo y enfrentarse a sí misma.

En aquel entonces vivía pérdidas significativas que la hicieron replantearse el sentido de su vida. Ahora le toca ser testigo de un acontecimiento mundial que hará historia y lleva a la humanidad a experimentar la compasión ante el dolor ajeno y a comprender, que los ciclos están conformados por esa misteriosa dualidad muerte-vida.

Sabe que solamente algo tremendo es capaz de abrir un paréntesis de esa naturaleza, en la vorágine de la vida cotidiana, cerrar las aulas de todo el mundo y disminuir el ritmo insensible de una existencia vacía, atrapada en el consumismo. Se hacen realidad diferentes utopías, como realizar transacciones bancarias utilizando los dispositivos móviles, medio exclusivo para obtener servicios. La lejana idea de trabajar desde casa se concreta y lo más terrible: se cancela el contacto humano. La expresión más dulce y genuina del amor, como los besos y abrazos, están prohibidos por considerarse peligrosos. El reto consiste en aprender a amar y manifestarlo a través de una pantalla y quedarse solo al lado de aquellos con quienes, seguramente, hay algo que aprender: la pareja, los padres, los hijos.

La lista de eventos cancelados incluye: asistir a misa, reuniones familiares, ir al cine o de compras, salir de vacaciones y hacer lo que mejor sabemos: evadirnos.

Ya ha perdido la cuenta sobre qué día de esa eterna cuarentena está viviendo, la rutina y monotonía que acompaña al hecho de permanecer en casa, por meses, no le da más opción que tomarse el tiempo necesario para organizar, tirar y escombrar lo que ya no sirve y se da a la tarea de hurgar en el baúl de sus recuerdos.

“Siempre es necesario regresar la atención a una misma, y qué mejor oportunidad que este momento, lejos de distracciones”, se dice Catalina aquella mañana de otoño.

La melancolía propia de esas tardes frías de octubre, la invita a hojear uno de sus antiguos diarios y a reencontrarse con ella. Sabe que las casualidades no existen y, al igual que sus vecinos, amigos, familia y conocidos, está frente a un momento de duelo colectivo, donde el contacto latente con la muerte parece tener algo que enseñarle, además de valorar la vida y las supuestas pequeñeces que encierra el día a día.

Se dispone a abrir de nuevo la página de su historia, que por vez primera la enfrenta a la trascendencia que implican las pérdidas, en un mundo donde pareciera que el dolor se tiene que evitar a toda costa, pues solo la felicidad y la alegría tienen cabida y, paradójicamente, solo cuando se está tan cerca de la muerte, es posible sentir el impulso de la vida. Tiene un duelo por cerrar, uno de los más significativos, quizá, lo cierto es que en cuanto inicia la lectura, sin proponérselo, un mar de recuerdos la traslada en el tiempo.

Es el primer día de enero de 2011. Con la ilusión propia que caracteriza los inicios, los planes y proyectos están impregnados de singular optimismo, entusiasmo, alegría y buenos propósitos. En particular, para comenzar ese año, se hace más importante la presencia de uno.

Después de celebrar sus 40 años de vida y entrar a su cuarta década, decide que es el momento ideal para ser madre. Vivió la satisfacción por lo viajado hasta el momento, también considera haberse divertido lo suficiente: probó las mieles del éxito, y lo más importante, después de diferentes fracasos sentimentales, al fin se sabe enamorada y correspondida, asimiló que, estar en pareja, implica aprender a ceder, algo se gana, pero también algo se pierde, pues las relaciones perfectas no existen, por lo tanto, considera que lo único que le falta para sentirse plenamente realizada como mujer, es tener un hijo.

Para su fortuna, los tiempos han cambiado, vive una etapa donde las mujeres de su generación se consolidan como madres primerizas a esa edad, así que es su tiempo.

Siempre se caracterizó por ser apasionada. Se había entregado por completo a su carrera durante todos esos años, su desarrollo y crecimiento profesional se habían convertido en su prioridad, gracias a lo cual cosechó múltiples satisfacciones; sin embargo, muy en su interior, también cultiva una afición que pocos conocen: “la pintura”. Es amante de los lienzos, los pinceles, las acuarelas y pinturas al óleo, disfruta dejar plasmado, en medio del color, imágenes de rostros, paisajes, frutas y pueblos que retratan historias llenas de significado; no obstante, por sus múltiples actividades, pocas veces se da la oportunidad de dedicarse por entero a ese hobbie que abriga celosamente y, por lo tanto, solo ella sabe con cuánto anhelo aspira pintar un singular lienzo, lo desea desde que tiene uso de razón. Sueña con hacerse un autorretrato estando embarazada.

Muchas veces se ha imaginado a sí misma con el vientre abultado, guardando dentro el regalo más preciado que la naturaleza puede otorgar a una mujer: un hijo. Está del todo consciente de que, para poder retratar esa imagen, necesita vivirla, pues no se trata de una pintura más, es el testimonio real del milagro de la vida y quiere dejar plasmado, en cada trazo, el amor, la ilusión y los sentimientos más sublimes que encierra tan mágico momento; piensa y siente que es justo ella quien debe hacerlo, sabe que no se trata solo de crear una obra, sino de concretar el sueño que palpita en su corazón desde su primera infancia.

Suele escuchar a compañeras y amigas decir que, la maternidad, más que una necesidad de la mujer es producto de la influencia de la educación y la cultura, pero es poseedora de una convicción auténtica, no le interesan las opiniones ni versiones ajenas. Las respeta. Y sabe reconocer que ese anhelo personal es propio de su naturaleza femenina y cada vez palpita con mayor intensidad en su corazón; entonces ya no es posible seguirlo posponiendo. Se encuentra frente al único propósito verdaderamente importante de su vida y en torno del cual gira la lista de deseos de ese año nuevo.

Como suele ser muy organizada, dedica la primera semana de 2011 para agendar citas con distintos especialistas. Visitará al nutriólogo, a su ginecóloga, al dentista, en fin. Esa es la diferencia entre planear tener un bebé a los cuarenta y hacerlo a los veinte. Quiere estar en las mejores condiciones física, mental, emocional y espiritualmente, tiene toda la madurez y sensatez que se requieren para dar un paso tan importante, dado que no solo se trata de ella. Está preparándose para dar la bienvenida a un ser sumamente especial, y aun sin conocerlo, sabe que lo amará más que a sí misma. Cederá su tiempo, energía, cuerpo, alma y corazón al servicio de una nueva vida.

Ya es tiempo de que su carrera y otras cuestiones pasen a segundo término. Eso no le preocupa en lo más mínimo, pues ya les ha dedicado bastantes años y siente que su reloj biológico le envía mensajes que es preciso atender.

Sabe que su cuerpo cambiará, así como sus estados de ánimo, y a pesar de que siempre estuvo muy preocupada por cuidar peso y figura, los kilos que seguramente ganará son insignificantes; igual que las varices, estrías y todos los cambios que ello implica. Anhela verse con su pancita; platicarle y ponerle música prenatal de Mozart a ese bebé, que anhela traer a su vida.

No logra explicarse por qué el tema de la maternidad le despierta ahora tanta emoción y curiosidad, lo cierto es que se descubre ilusionada y se percata de que “casualmente” su atención, día con día, se centra más en las criaturas que encuentra a su alrededor, incluidos los del supermercado, el cine, la televisión y el vecindario.

Está motivada y ansiosa por vivir esa nueva, desconocida y fascinante experiencia; de seguro la realidad ni siquiera se acerca un poco a lo que en libros y revistas podría leer, pero presiente que está a punto de ser protagonista del capítulo más significativo y emotivo de su historia.

Parece que en ese momento amigas, diversión, estudios, reconocimiento y trabajo dejan de figurar. Ansía vivir y comprobar lo que tanto ha escuchado sobre náuseas, antojos, pataditas, pero sobre todo, tiene la ilusión de tomar entre sus brazos a un hijo. Está consciente de que, conforme pasa el tiempo, pierde vitalidad, fuerza y juventud, y comprende —además— que los bebés requieren energía, tiempo y paciencia, por tanto, hay que tomar decisiones. Así, tras un par de pláticas con Edmundo, empiezan a darse a la tarea de buscar al anhelado bebé. Ella cambia hábitos y el gimnasio por el yoga, comienza a tomar ácido fólico y las escapadas a los bellos rincones de la Riviera Maya se convierten en frecuentes encuentros eróticos, llenos de placer.

 

Están viviendo su mejor momento como pareja. Lo mismo disfrutan salir de viaje que hacer tándem el domingo por la mañana, en la bici-ruta por el Paseo Montejo, pedaleando junto a niños, jóvenes y familias en bicicleta, con el monumento a la bandera como vista y a sus costados, los restaurantes de diferentes estilos y especialidades, que engalanan la avenida principal de esa hermosa ciudad.

También pueden enclaustrarse un fin de semana completo en la casa, viendo películas y haciendo el amor día y noche; con un delicioso espagueti a la boloñesa cocinado por Edmundo, acompañado de un vino tinto, tienen alimento suficiente. O se regocijan de salir a correr por las mañanas al parque Alemán, que está cerca. Lo importante es pasar juntos la mayor parte del tiempo. Es motivante saber que comparten la misma ilusión: formar una familia.

En pocos días, el interior de su casa comienza a abrir espacio para objetos nuevos. Su librero, además de múltiples enciclopedias y libros de ventas, administración y economía, incluye publicaciones y revistas que hablan del cuidado del bebé y la mujer.

Disfrutan las pláticas acerca de cómo lo educarán y los valores que van a transmitirle. Edmundo ya tiene la experiencia de ser padre de una joven adolescente, pero siempre se preguntó cómo sería educar a un varón y como ama la pesca, dice que si es niño lo llevará con él a pescar, cuando vayan a Progreso se escaparán en su lancha y le enseñará todos los secretos del mar. Ya se ve enseñándole, primero, a tener cuidado con los anzuelos para evitar accidentes; después, enseñándole a armar su primera caña y a colocar el señuelo, además de explicarle las características de las diferentes especies y los meses ideales para capturar robalos o jureles, así como los horarios recomendables para la captura: entre las cinco y seis de la mañana, o bien por la noche. Y mientras él se visualiza instruyendo a su pequeño, Catalina lo desconcentra con preguntas: ¿y si no le gusta la pesca o… es niña?

Es típico que esas pláticas terminen en carcajadas o discusiones. Aparentemente resulta absurdo que hablen sobre la vida de un bebé que ni siquiera existe, pero ya habita en sus mentes y corazones, donde siempre nace el amor.

En su imaginación, ella recrea la imagen de Edmundo como futuro papá de un hijo de ambos. Habitualmente él platica con singular admiración de su padre. “Mi viejo tenía una sabiduría muy particular”, dice, “a través de sus dichos me enseñó los valores de la vida. Para cada ocasión se sabía un proverbio. Fue un hombre estricto, pero gracias a eso aprendí a ser responsable y disciplinado. Desde niño siempre me dijo: ‘Lo único que vale la pena de un hombre, es su palabra, por eso cuando no tiene palabra no vale nada’. Era íntegro e incorruptible”.

Ella no tuvo oportunidad de conocer a ese gran hombre. Pero sabe que fue ejemplo para su fiel compañero. Y se dice a sí misma “hizo un excelente trabajo”. Aun cuando para Edmundo volver a ser papá implica un reto, ambos sienten que tienen mucho que ofrecer a una criatura, además de su estabilidad económica. Son un par de adultos que emocionalmente viven en armonía el uno con el otro; tienen objetivos y metas en común, se aman y se respetan.

Los días y semanas comienzan a transcurrir. Saben que para que un bebé llegue hacen falta cuatro grupos de fuerzas: las de él, las de ella, las de un Ser Superior y las del bebé. Así que ellos hacen lo que les corresponde y ponen su confianza en que llegará cuando tenga que llegar.

En un par de ocasiones, Edmundo le ha comentado que una mujer es hermosa por naturaleza, pero embarazada posee una belleza especial, incluso a él le parece sexy. Por lo tanto, Catalina sueña con verse encinta, y en secreto se dice: “Me mandaré a hacer un terno bordado a mano y será el que porte para hacer mi autorretrato”, se sentirá muy orgullosa de vestir tan bello atuendo para un momento tan significativo y es parte de lo que enseñará a su bebé, el amor por sus raíces.

Existen muchas expectativas alrededor de tan esperado momento. Cada noche, antes de dormir, piden al cielo porque ese nuevo integrante llegue a sus vidas y confían en recibir la buena noticia que transformará su existencia en cualquier momento.

Meses más tarde, Catalina aprende y confirma el porqué esperar demasiado es la raíz del sufrimiento.

Ambos lo comprenden cuando sus planes y proyectos se convierten en una dolorosa realidad que les tenía deparada el destino y para la que no se habían preparado.

II. UN CORAZÓN ROTO

12 de abril 2012.

Dicen que todo en la vida tiene un tiempo. Tiempo para crecer, para amar, estudiar, trabajar y también para procrea, en el caso de las mujeres.

Nunca pensé ser madre a temprana edad, ni tampoco consideré la posibilidad de ser madre soltera; me tocó acompañar a diferentes amigas, primas, compañeras de trabajo y vecinas, a vivir ese momento de sus vidas y pude ser testigo de cómo algunas lo disfrutaban, otras realmente sufrían y para otras parecía no estar pasando algo precisamente extraordinario, nunca pude entenderlo; lo único que sabía, aún sin haberlo vivido, es que se trataba de un momento único de transformación en la existencia de una mujer; paradójicamente, nunca supe con exactitud en qué momento también cruzó por mi mente, o tal vez en mi corazón, un presentimiento; algo en mi interior me decía que, a diferencia de mis congéneres, yo no viviría esa experiencia y que tendría que aprender a vivir con eso.

Lo cierto es que conforme pasaban los años, me resistía también a aceptarlo, pero después de conectar con el dolor, supe que sería huérfana de hijos, y la última gota de esperanza se derramó, la vez que llegó a mi mente la idea de escribir una carta de despedida al hijo que no había dado a luz.

Así comienza el diario que Catalina hojea hoy, que ha decidido emprender el viaje que la ayudará a cerrar el duelo y a reencontrarse consigo misma, con su esencia femenina, para hallar respuestas y sanar la fractura que aún lastima la fibra más sensible de su ser.

La mañana del 17 de marzo del 2012 resulta un parteaguas para ella y para Edmundo. Escogen la playa de Puerto Progreso para vivir unos segundos de privacidad. Ese veraniego lugar, que ha sido escenario de alegres momentos, hoy es mudo testigo de un doloroso adiós. Ambos necesitan liberarse de un pesar que cargan en silencio.

Llegan cuando está por despuntar el alba, en el cielo, la mezcla de tonos azul claro y oscuro contrasta con la luz del muelle fiscal y su faro. Entran por la calle principal que conduce al malecón. Apenas se percatan de cómo la luz del faro ilumina las viejas construcciones de aquel lugar pesquero, donde gracias al trabajo matutino de algunas mujeres, que barren las calles del puerto, los visitantes pueden caminar tranquilamente. Casi todos los negocios lucen cerrados. La pareja da la vuelta en la esquina donde el vendedor de periódicos apenas comienza a instalarse; se introducen en ese lugar solitario que Edmundo conoce perfectamente. Casi no hay automóviles circulando, ni gente a pie. Al llegar a la glorieta, donde se aprecia el mástil, Edmundo suelta el jet ski que remolca, debido a que ya no es posible continuar por la avenida y necesitan llegar mar adentro.

Con toda la precaución de que son capaces, él arrastra la moto acuática en el agua, mientras ella toma entre sus manos la planta de flamboyán que el día anterior escogieron en su vivero acostumbrado. Comienza a amanecer y aunque el azul del Golfo de México resplandece, en el cielo apenas logran verse algunas aves, parece que la naturaleza conoce el motivo por el cual, esa pareja ha decidido visitar la playa y plantar ese pequeño árbol. Ambos se colocan el chaleco salvavidas. Como puede, Catalina se abraza a Edmundo para no soltar la diminuta planta y unos kilómetros más adelante se orillan y siguen a pie. Escogen el lugar más alejado posible y con sus propias manos cavan un hoyo en la arena, entonces plantan el flamboyán con un pesar, tan profundo en su alma, como si estuviesen enterrando a ese bebé que no llegó a sus vidas; las lágrimas que escurren de sus ojos parecen regar, por primera y única vez, esa plantita que simboliza una existencia, cuyas hojas ellos no verán crecer ni dar fruto. Están solos y tienen a Dios por testigo. Una vez que terminan, en completo silencio, cómo autómatas, se toman de la mano. Con la mirada baja y el paso lento, se retiran sin volver la vista, con la promesa de nunca más regresar a Progreso. Cumplieron el cometido y emprenden el regreso a su casa, en el centro de Mérida.

Mientras él se concentra en la carretera, poniendo atención a los señalamientos y cuidando la distancia entre los demás autos y tráileres ocasionales que encuentra a su paso, ella, con la mirada perdida en el mangle y la vegetación, deja que sus pensamientos se fuguen en el infinito; se siente como una extraña viajando de copiloto, es el viaje menos placentero de su vida.

Durante ese trayecto viene a su mente la imagen del día que salió del hospital con las ilusiones destrozadas: llegó a su casa conteniendo su frustración y experimentó el incontrolable impulso de romper todo lo que encontraba a su alcance, parecía imposible creer que fuera la protagonista de esa historia; ¿cómo calmar la aflicción de saber que algo muy preciado dentro de su ser y que cariñosamente llamaba “mi vidita” se había desintegrado? Recordaba una y otra vez el difícil momento que pasó en el quirófano; quería borrar de su mente esas imágenes, pero no podía; sentía como si tuviera un tatuaje marcado en el alma, que una y otra vez repetía las mismas escenas de dolor, de angustia y espera, como si no pudiese apagar la película; y se decía a sí misma: “no deseo volver a vivir algo así”.

Ya más relajada le dice a Edmundo que necesita estar sola, no tiene deseos de nada: de comer, de bañarse, de trabajar y mucho menos de estar en pareja; en esos instantes su cuerpo y su vida son terreno árido, donde lo único vivo es una pena tan profunda, que no tiene idea de cómo manejarla.

Transcurren los días y una mezcla de coraje, tristeza e incredulidad se apoderan de ella; por momentos es como si estuviera viviendo una terrible pesadilla de la cual desea despertar y es imposible; a veces siente un intenso enojo hacia Dios y hacia la vida, que no le permiten estar en paz, y ante la contradictoria gama de emociones que la embargan, lo único que reconoce es la confusión y la impotencia que la paralizan.

Poco a poco, la sabiduría de su cuerpo empieza a “desembarazarse”. Los senos que no amamantaron dejan de estar duros para regresar a su tamaño normal, lo que con su corazón jamás sucederá, pues la herida, aún abierta, sangra con cada recuerdo.

Con la llegada de la menstruación vuelve a sentir el sabor dulce y amargo que paradójicamente le recuerda estar sana y viva, porque la naturaleza de su cuerpo sigue su curso, pero ella está con los brazos vacíos. Entonces opta por aislarse de vecinos y conocidos, pues no soporta las miradas de lástima de quienes se enteraron de que venía un bebé en camino y ya no lo verán nacer. Se da cuenta de que hasta mirar mujeres embarazadas que caminan por la calle la incomoda, es la resonancia de su pérdida; y encontrar bebés a su paso le produce una profunda tristeza.

Se encuentra exactamente en el día cuarenta, cuando las paredes de su habitación parecen estremecerse, al escuchar los sonidos agudos del dolor que el llanto amargo produce y, tras implorar un poco de justicia divina, sosteniendo en sus manos el único par de zapatitos que aún conserva, misteriosamente, sin darse cuenta, cae en un sueño muy profundo:

Se ve emprendiendo un viaje de mochila al hombro por el sureste mexicano. Camina por las calles empedradas de San Cristóbal de las Casas con su cámara fotográfica, captando las imágenes de mujeres indígenas que andan a pie, con sus hijos pequeños de la mano o bebés envueltos en rebozo sobre la espalda, sus rostros transmiten la valentía característica de esas jóvenes madres luchadoras.

 

Se detiene frente a los arcos para percibir la frescura del aire frío sobre la cara, y seducida por ese olor a carbón y café de grano, saluda a una viejecita que rebasa los ochenta años, conocida como doña Meche. A pesar de la huella que el paso del tiempo ha dejado en ese cuerpo, extremadamente delgado, y la dificultad para mantenerlo erguido, la mujer proyecta una misteriosa fuerza, como la misma madre tierra. La anciana la invita a entrar a una humilde casa de adobe y teja. El olor a sencillez, acompañado del temor y la duda, la hacen titubear; sin embargo, cuando se da cuenta ya está sentada sobre un catre, a su lado; basta con que las manos sabias de esa mujer toquen un vientre, a veces joven y otras maduro, para que algo suceda… por una extraña razón… Le platica diferentes anécdotas, como la de aquella mujer que tardó años en concebir y gastó enormes cantidades en tratamientos costosos y largos sin resultado, pero después de una “sobada” con doña Meche quedó preñada… tal vez casualidad, coincidencia o ¡milagro!, lo cierto es que esas manos son el instrumento a través del cual Dios se manifiesta. “Con mis pomadas”, le dice, “gracias a Dios he levantado a muchas mujeres; puedo saber si tu matriz está de lado, caída o salida”.

Le cuenta que desde chamaca fue partera. Tenía quince años cuándo “le tocó quemar las tripas de una criatura por primera vez”, pues fue Dios quien la armó de valor para ayudar a una vecina en el pueblo. “Nunca fui a la escuela”, le dice, “pero tampoco se me murió ‘naiden’ en el parto, ni su cría”. Y así le narra historias de distintas mujeres, algunas capaces de pasar todo su embarazo acostadas, que desarrollaron, incluso, llagas en la espalda por no levantarse durante meses con tal de tener un hijo, y entonces le pide permiso para tocar su vientre. Después de poner sus manos pronuncia la mágica frase, que solo enseñan y transmiten los que saben: “En cada herida hay un regalo; las heridas se curan y los regalos se agradecen. Necesitas rodearte de las mujeres sabias de tu vida, para fortalecerte. Si esa almita se sacrificó para no florecer, entonces necesitas encontrar algo que te apasione, pues la vida sin pasión no puede existir”.

En ese momento le parece ver el rostro que en su mente ya tenía su bebé y siente que el amor más grande de su vida, a través de las palabras de doña Meche, le está dando una gran lección, enseñándole que hay sacrificios que valen la pena. Comprende entonces que si ella está viviendo todo esto, es por algo.

La noche la sorprende caminando en medio de un frío abrumador. Se ve a sí misma desapareciendo, entre la peculiar neblina que cubre las solitarias calles de San Cristóbal de las Casas…

Despierta de manera repentina, sobresaltada, y encuentra a Edmundo sentado junto a ella. La miraba en silencio. Ella le cuenta, asombrada, que acaba de recibir un mensaje. Necesita reunirse con tres mujeres muy importantes para ella, mujeres a quienes ama. Mariela, su mejor amiga, que vive Xalapa; su hermana, que vive en Ciudad de México y su querida madre, que desde hace tres años se mudó, otra vez, para vivir en Tepoztlán.

A la mañana siguiente, muy temprano, él la sorprende con el desayuno en la cama y, junto al jugo de naranja y el cóctel de frutas, está la clave de reservación de un boleto de avión con destino a Xalapa.

—Es para hoy y no tiene fecha de regreso. Sé que de ahí te quieres mover a Ciudad de México, así que tómate los días que necesites. Estaré depositando en tu tarjeta continuamente. Ya no soportaba ver cómo te ibas marchitando.

Los ojos de Catalina se nublan y, con voz entrecortada por la emoción, balbucea “gracias, amor”. Tras un beso prolongado y tierno, su rostro vuelve a iluminarse, después de más de un mes de melancolía. Salta de gusto como lo hubiera hecho una chiquilla. Nada la había vuelto a entusiasmar desde que salió del hospital.

Se apresura a preparar el equipaje, por cierto, muy ligero. Edmundo solo la observa. Él tampoco hablaba mucho de lo que sentía, pero también lloraba en silencio, quizá en la regadera, donde no sería visto. Entre el trabajo y cargar con el paquete de ser la parte “fuerte” de la casa, por las noches, cuando regresaba, le decía que solo pensaba en ella. Sin embargo, Catalina, invadida por el mar de emociones que la rebasan, parecía no escuchar. Por segundos él tenía deseos de decirle que ya olvidara todo y que había que seguir adelante; pero comprendía que eran dolores diferentes. Quizá, también se estaba acostumbrando a que amigos y conocidos solo preguntaran por ella; de repente el dolor de un hombre es imperceptible y parece que carece de importancia. Él mismo decía que su sentir no se comparaba con el de Catalina. Quizá porque, a diferencia de ella, él ya era padre. Tal vez por eso, como muestra de caballerosidad, amor o comprensión, decidió que era mejor ceder, dar tiempo al tiempo; su luto existía, aunque no se hablara de ello y en su impotencia de no saber cómo ayudar o qué hacer, solo podía darle su espacio, así que si su esposa, en esos momentos, siente que va a estar mejor junto a las mujeres de su vida, él lo entiende y lo respeta. De seguro también él necesita estar solo y poner sus ideas en orden, pues hay muchas preguntas en el aire: ¿Qué falló? ¿Qué hicimos mal? Y aunque no encontrara respuestas, sabe que difícilmente hablará de lo que sintió. Para él solo existe el concepto: perdí un hijo.

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