Loe raamatut: «Don Mateo Rey»
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E38
Don Mateo Rey: crónicas de barbarie en el occidente antioqueño / Ramón Elejalde Arbeláez
Medellín: Ediciones UNAULA, 2017
182 p. (Tierra Baldía)
ISBN: 978-958-8869-42-1
I. 1. VIOLENCIA – OCCIDENTE ANTIOQUEÑO
2. CONFLICTO ARMADO – OCCIDENTE ANTIOQUEÑO
3. PARAMILITARISMO – OCCIDENTE ANTIOQUEÑO
II. 1. Elejalde Arbeláez, Ramón
SERIE TIERRA BALDÍA
Ediciones UNAULA
Marca registrada del Fondo Editorial UNAULA
DON MATEO REY
Crónicas de barbarie en el occidente antioqueño
Ramón Elejalde Arbeláez
© Ramón Elejalde Arbeláez
© Universidad Autónoma Latinoamericana, de la presente edición
Primera edición: abril de 2016
Segunda reimpresión: febrero de 2017
ISBN: 978-958-8869-42-1
Hechos todos los depósitos que exige la Ley
CORRECCIÓN DE TEXTOS:
Luis Javier Cardona
DISEÑO, DIAGRAMACIÓN E IMPRESIÓN:
Editorial Artes y Letras S.A.S
Hecho en Medellín - Colombia
Universidad Autónoma Latinoamericana,
Cra. 55 No. 49-51 Medellín - Colombia
Pbx: [57+4] 511 2199
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego
Mahatma Gandhi
La violencia es el último recurso del incompetente
Isaac Asimov
En las que se narran hechos reales sufridos por la gente de Frontino, un municipio situado al occidente de Antioquia, a 135 kilómetros de Medellín sobre la vía que lleva a Urabá en los 6o, 46’ 11’’ de latitud norte y a los 2o, 04’, 11’’ longitud oeste del meridiano de Bogotá.
Es la mismísima terrible realidad que ha venido padeciendo Colombia en la mayoría de su territorio. Historias repetidas en las que basta cambiar los nombres de las víctimas o de los victimarios, establecer las responsabilidades y asignarles su correspondiente grado de impunidad. Todos los nombres son reales, con excepción de dos, entre ellos el del protagonista de la obra, reconocido por su alias de Mateo Rey en la organización paramilitar.
Injusto seguir escondiendo hechos tan aterradores, pues así se consolidaría la impunidad, caldo de cultivo a la posibilidad de que en el futuro tales hechos pudieran repetirse, o también ocultarse el dolor de las víctimas y denegar la justicia y la reparación. Sin verdad, sin reparación y sin justicia es imposible olvidar y cicatrizar las heridas padecidas por una sociedad abandonada, humillada y sacrificada con sevicia...
Antecedentes de violencia en Frontino
Después de la violencia política desatada en 1948, surgieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el ELN, el M19, el EPL entre otras organizaciones. Eran guerrillas entrenadas y apoyadas por la línea de Cuba, Moscú o Pekín con el propósito de derrocar el gobierno y tomarse el poder por las armas, inspiradas en el marxismo y con el ideal de establecer el comunismo. Con el tiempo y el dinero de actividades ilícitas fueron ganando terreno en todo el país y Frontino también sufrió su violenta presencia.
Primero llegó la subversión con el Ejército Popular de Liberación (EPL), después con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y tímidamente con el Movimiento 19 de Abril (M-19). Los hechos violentos que estas agrupaciones infligieron a la población, en especial a las personas más pudientes y a las que fueran incómodas para sus designios, fueron el caldo de cultivo y el pretexto para que algunos montaran ejércitos privados; y también fueron el motivo para que otros incautos sin esperanza creyeran que el camino de las Convivir, y luego el de las autodefensas, sería la solución lógica y apropiada a las agresiones de las FARC. Tremendo error, como quedará demostrado en las historias contenidas en estas páginas.
Entre las desgracias muy lamentadas por los frontineños, está el asesinato a mansalva y con mucha sevicia de cinco integrantes del Ejército Nacional: Cabo Primero Elmer Geovanny Alarcón y los soldados: Wilson Rentería Rodríguez, Jaime Castrillón Osorio, Darwin Andrés Moreno Lora, Juan Carlos Palacio Jiménez. En este mismo hecho quedaron heridos el Cabo Tercero Jaime Vaquero Avirama y los soldados Juan de Dios Jaramillo, Miller Saldarriaga Muñoz, Jonathan Abad Gómez, Ariel Ortiz Gómez, Luis Alberto Madrid Londoño y Willington Montoya Durán.
Esta acción contra el ejército sucedió en el Alto de Cuevas, en la trocha que conduce del corregimiento de Nutibara al de Murrí, el día veinte de junio de 20041.
Modus Operandi paramilitar
Llegaban a los lugares que iban a someter, asesinando indiscriminadamente para doblegar por el miedo a las autoridades locales y a la población civil; muchas veces eran masacres despiadadas. Era un trabajo sicológico premeditado y certero. Así se hicieron amos y señores de regiones enteras, ante el silencio cómplice de unos y el miedo de otros. Ellos emergían como los dueños de vidas y bienes y por la fuerza se erigían como autoridades supremas del lugar. Los funcionarios judiciales eran ignorados y arrinconados; las autoridades civiles debían plegarse a sus designios y ayudar a financiarlos con el erario público; los militares y policías debían escoger entre apoyarlos o cumplir con su deber de proteger a las personas. Tristemente, en más de una ocasión hicieron lo primero.
Donde la guerrilla controlaba la población y se adueñaba de la vida social y económica, los paramilitares ingresaban con el pretexto de liberar a los pueblos del flagelo guerrillero. Como la guerrilla aprendió a vivir del narcotráfico, los paramilitares aprendieron lo mismo y después de liberar a la gente del dominio guerrillero, imponían el suyo y continuaban el negocio del narcotráfico para sus propios bolsillos, ante el notorio silencio de las autoridades judiciales, civiles y de policía.
En otros casos no acudían al pretexto liberador: simplemente buscaban el dinero de la cocaína y de la marihuana y asumían la vigilancia de los cultivos ilícitos o de los laboratorios para procesar alcaloides. Solamente con el gramaje o peaje que exigían a cultivadores, procesadores y traficantes, bastaba para enriquecer a los dueños de estas organizaciones criminales. La periodista y defensora de los derechos humanos, María Teresa Ronderos, afirma que “este sangriento conflicto político atizado con las arcas infinitas provenientes del tráfico ilícito de narcóticos desde finales de los años setenta, ha creado una de las peores catástrofes humanitarias del mundo en años recientes”2.
Fabio Arboleda fue un educador caracterizado por su sentido crítico y su aversión a la violencia. Pacífico por definición pero rebelde frente a la pobreza y las desigualdades sociales, jamás tuvo relación con la guerrilla; en sus comentarios casuales rechazaba por igual las acciones de ambos grupos. Ya sabemos que el neutral incomoda por igual a cada una de las partes en contienda. Un domingo, a menos de cien metros del comando de la policía de Frontino, fue raptado por los paramilitares ante la mirada temerosa o indolente de los testigos y ante los oídos sordos de la Policía que no escuchó sus desgarradores gritos cuando lo subían al carro que ya todo el pueblo conocía como “Caminito al cielo”.
Fabio apareció muerto antes del anochecer de aquel 15 de abril de 1999.
Forastero incómodo
Así como asesinaron a Fabio Arboleda mataron a un vendedor de relojes, navajas y cachivaches que ocasionalmente venía a Frontino a ganarse la vida. Un sábado a las siete de la noche, cuando jugaba cartas en el Parque principal, donde también está la sede del gobierno local y del Comando de Policía, fue sacado por varios hombres que no cubrían sus rostros; lo amarraron por las manos, lo hicieron caminar en medio de gritos de auxilio hacia las afueras del área urbana y lo fusilaron sin fórmula de juicio. Su delito podría ser: “forastero en un pueblo sin autoridades”. O quizá: “vendedor incómodo” para algún comerciante de la localidad que financiaba a la organización ilegal.
A un campesino trabajador lo aprehendieron en el atrio de la catedral, a plena luz del día, le amarraron las manos a la espalda y lo llevaron unos ochenta metros por la vía que del parque principal conduce al cementerio: lo fusilaron sin atender sus gritos de clemencia, le quitaron unas botas marca Brahma que acababa de adquirir y que el sicario se terció al hombro. Regresó al Parque, entró al Bar Olímpico, se quitó sus zapatos y se calzó las botas de su víctima. Con la misma indolencia que procedió el criminal, procedieron las autoridades y la fuerza pública: ni vieron, ni escucharon nada.
“Caminito al cielo”
Así llamaban a los carros empleados por los paramilitares en sus fechorías. El primero fue un campero Willys, con llantas grandes, y engallado con ostentación. Luego llevaron una camioneta Cherokee de color granate, que fue reemplazada por un campero Chevrolet Trooper blanco, repintado de negro para que no lo reconociera el verdadero dueño a quien se lo habían robado; este fue el más tenebroso y en el cual hicieron la mayoría de viajes de la muerte. Era cuatro puertas y circulaba por el poblado sin placas, a ciencia y paciencia de la policía, del ejército y de las autoridades civiles y judiciales. Persona que subiera a este vehículo y no perteneciera a la organización paramilitar, era persona asesinada. Posteriormente utilizaron una camioneta Land Cruiser Toyota de color blanco. Por épocas usaron un Willys J6 y una camioneta Ford 150 color negro. En barrios, corregimientos y veredas, la presencia de cualquier “Caminito al Cielo” era sinónimo de muerte y desolación.
Duelo en Chaquenodá
En el parque principal funcionaba una discoteca denominada Chaquenodá – “Río bonito” en idioma Katío– donde el 7 de junio de 1996 coincidieron libando licor un grupo de autodefensas y un contingente del ejército. Al frente de las fuerzas del orden se encontraba un Mayor de apellido Bermejo, según se dice muy proclive a las autodefensas. A la mesa del oficial se acercó el comandante militar de las AUC en la municipalidad, conocido con el remoquete de Baltasar, quien se quejó del mal comportamiento de algunos de sus hombres y en especial de Ángel María Jiménez, alias San Pedro, quien departía con otros compañeros en la barra. Seguramente azuzado por las historias que contaba el jefe paramilitar, el Mayor Bermejo arrimó donde San Pedro y dijo:
—No tolero hombres armados e ilegales en este establecimiento público. Les ordeno que se retiren inmediatamente.
—De aquí no nos vamos y no nos saca ni el putas. Respondió San Pedro.
Seguramente herido en su amor propio, el oficial del Ejército se fue a la base militar y le ordenó al Teniente Gabriel Soruco Hans:
—Trasládese inmediatamente al parque principal. En el Chaquenodá está el paramilitar San Pedro; lo retiene y me lo trae acá, a él y a todo el que se oponga al procedimiento. Vaya con buenos hombres, que el sujeto es muy peligroso.
Soruco cumplió la orden y al llegar al destino ordenó al personaje que lo acompañara a la Base Militar. Rotundamente, San Pedro se opuso a ser retenido. El Teniente llamó por celular a la base, quizás al comandante. El paramilitar y el oficial del ejército salieron de “Chaquenodá”: aquél se situó en la mitad de la calle y el Teniente se quedó en la acera y desde allí disparó en tres ocasiones sobre la humanidad de Ángel María Jiménez, San Pedro, quien cayendo disparó sobre el Teniente Soruco. Ambos murieron en el acto. Entretanto Baltasar, comandante de los paramilitares en el Municipio y que había abandonado el lugar seguramente presintiendo lo que iba a suceder, llegó en una moto Yamaha D.T. y con sus tropas irregulares se tomó el pueblo disparando al aire como locos. Ya el ejército había retirado a su muerto y por parte alguna se veía la presencia policiva o militar y eso que el ejército contaba con más de cien hombres en sus cuarteles, a un quilómetro del lugar de los hechos, y el Comando de Policía estaba a menos de ochenta metros del lugar del duelo. El pueblo se desocupó rápidamente y en sus solitarias calles solamente se veía la vigilancia y el control intimidante de las autodefensas. Este incidente originó el traslado del comandante ideológico y político paramilitar alias Baltasar, muy adicto al licor y a la buena vida. Fue una historia que pasó de bajo perfil y los medios de comunicación nada dijeron del incidente.
La justicia desplazada
Poco a poco las autoridades pasaron a un segundo o tercer lugar y la justicia se la tomaron los paramilitares para complacencia de sus amigos y el terror de los demás ciudadanos, víctimas potenciales. Mientras las AUC consolidaba el poder paramilitar en Frontino, sus habitantes hablaban de tres fiscalías: La Fiscalía estatal que tenía oficinas en el pueblo y que por sustracción de materia era la que menos trabajo tenía; la Fiscalía de Murrí, un corregimiento en zona selvática del Municipio, que era servida por los subversivos del 34o Frente de las Farc; y la Fiscalía de Cabritas, instalada en la vereda del mismo nombre, a escasos cuatro quilómetros de la zona urbana, donde los paramilitares impartían justicia: Arreglaban matrimonios, distribuían herencias, mandaban cobrar vacunas, delimitaban propiedades, autorizaban o desautorizaban a vendedores minoristas de droga, robaban carros con mercancías, hurtaban ganado, disponían de la vida de las gentes. La segunda y la tercera fiscalía eran las únicas con jurisdicción y mando: la estatal tenía funcionarios que simplemente se dedicaban a cobrar el sueldo y a dejar que los días pasaran.
Abigeato, narcotráfico, lavado de activos
En un hecho sui géneris con respecto al resto de Colombia, en Frontino la propiedad de la tierra no fue objeto de las preocupaciones de los paramilitares. Mateo Rey, personaje central de este escrito, era propietario de varias haciendas adquiridas lícitamente por él o por su familia y no se involucró con los demás propietarios. Allí los intereses de los irregulares se concentraron en el hurto de ganado vacuno; en la compra del oro que aún se produce en buenas cantidades para lavado de activos; en el tráfico y el micro tráfico de estupefaciente, especialmente la custodia de los laboratorios de drogas ilícitas y la protección del aeropuerto municipal, que les servía para recibir o despachar sus productos de muerte.
Comercio aéreo ilegal
Este aeropuerto tiene una posición geográfica privilegiada ya que no es detectado por los radares, lo que facilita el comercio con el Chocó, con la República de Panamá y con Centroamérica. En este aeropuerto camuflaban las avionetas de la mafia, las repintaban y les ponían escudos y banderas de algunos países centroamericanos.
También en Asidó, vereda de Chontaduro, los paramilitares organizaron un helipuerto para despachar droga, camuflado en una estancia panelera de Conrado Pérez Rivera y sus compañeros reinsertados del EPL Asidó fue un lugar de sacrificio de muchos campesinos que fueron enterrados en algunos de los cañadulzales de la zona. Paradójicamente, allí mismo encontró la muerte Conrado Pérez Rivera a manos de la guerrilla de las Farc, en una muerte muy cruel y violenta, como se narra adelante.
Estadísticas de sangre
En el primer trimestre de 1996 se dispararon todos los índices de criminalidad en Frontino. Fuentes oficiales3 dan estos datos:
AÑO | No DE HOMICIDIOS | TOTAL HOMICIDIOS |
1993 | 39 | 87 |
1994 | 48 | |
1995 | 37 | 408 |
1996 | 190 | |
1997 | 181 | |
1998 | 156 | 454 |
1999 | 110 | |
2000 | 188 | |
2001 | 57 | 141 |
2002 | 61 | |
2003 | 23 | |
2004 | 16 | 74 |
2005 | 42 | |
2006 | 12 | |
2007 | 4 | |
2008 | 0 | 55 |
2009 | 18 | |
2010 | 4 | |
2011 | 33 | |
2012 | 7 | 7 |
2013 | 04 | |
2014 | 05 |
Observaciones sobre estos datos
1- Las autoridades especializadas del gobierno reconocen mil ciento dos víctimas mortales, tal como lo afirma La Red Nacional de Información. Quienes conocieron de cerca la terrible tragedia de este pueblo, afirman que la cifra de muertos atribuibles al paramilitarismo es superior a mil ochocientos. La diferencia entre ambas cantidades resulta porque muchos de los muertos no fueron reportados por los familiares; que prefirieron enterrarlos en sus propias veredas; o que ciento sesenta y cinco personas están aún desaparecidas, como lo afirma oficialmente el mismo portal del Estado Red Nacional de Información o a que muchos de los muertos aparecieron en los municipios de Uramita o Cañasgordas, adonde los paramilitares los llevaban para “no calentar mucho al pueblo”, pueblo reconocido por entonces como su cuartel general para toda la región del Occidente lejano.
2- Los muertos de Frontino fueron más que los del municipio de Trujillo (Valle), “donde entre 1986 y 1994 fueron asesinadas o desaparecidas trescientos cuarenta y dos personas”, según lo refiere el periódico El Mundo en su edición del martes doce de octubre de 20106. El municipio vallecaucano tiene 30.947 habitantes, según el último censo de población, mientras que Frontino apenas figura con 24.544. “Por la matanza de Trujillo, el Estado colombiano fue condenado en 1995 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), lo que obligó al entonces presidente, Ernesto Samper Pizano, a pedir disculpas públicas”7.
3- También es necesario comparar el número de muertes violentas sucedidas en Frontino con las cifras de la tragedia de esta guerra en todo el territorio nacional: “Entre 1985 y marzo de 2013, según lo determinó el Centro de Memoria Histórica en su informe ¡Basta ya! sobre la violencia colombiana, doscientas veinte mil personas perdieron su vida en el conflicto armado y de estos, ciento sesenta y seis mil eran civiles”8. Estas estadísticas comprenden diez años más que las de Frontino.
4- Quizás nunca conoceremos el número preciso de muertes violentas por el paramilitarismo en Frontino, pero se puede afirmar que pasaron de mil ochocientas. Entre 1995 y 1996, año en que hicieron presencia los paramilitares en Frontino, las muertes violentas se incrementaron en un 513%, atendiendo solamente a los datos oficiales.
5- Están incluidas dentro de las estadísticas de personas asesinadas en estos tiempos de violencia paramilitar las muertes que produjo la subversión, especialmente el Frente 34 de las FARC y la delincuencia común, que fueron comparativamente pocas frente a las atribuibles al paramilitarismo. Dentro de ellas, muy lamentadas por los frontineños, está el asesinato a mansalva y con mucha sevicia de cinco integrantes del Ejército Nacional y siete más heridos en el Alto de Cuevas entre los corregimientos de Nutibara y Murrí, el día veinte de junio de 20049.
Ya para el año 2001 los homicidios decrecieron dramáticamente, aunque los irregulares continuaron teniendo presencia en el Municipio y esporádicamente asesinaron humildes campesinos.
6- Durante los años 2010, 2013, 2014 y 2015, las muertes imputables al paramilitarismo se redujeron ostensiblemente.
Estos homicidios no fueron las únicas expresiones de violencia paramilitar contra la población de Frontino. Los desplazamientos forzados que acepta y reconoce la Red Nacional de Información –Unidad para la Atención y Reparación Integral de Víctimas– son 12.479 personas: ¡el 50% de la población! No se incluyen los secuestros, torturas, minas antipersonas, robos, extorsiones, chantajes y toda la gama de crímenes propia de estas actuaciones criminales.
Violencia entre los mismos violentos
La violencia paramilitar también se ejerció contra los mismos bandidos. Francisco Javier Herrera Osorio, conocido con el alias de El Chisco fue uno de los jóvenes oriundos de la región que se enlistaron en las autodefensas como único medio de subsistencia: un salario de 450 dólares para empezar. Otros se vincularon por afición al poder de las armas y a las acciones intrépidas y por la admiración que despertaban en algunas niñas.
El Chisco demostró sus dotes de pistolero en muchas acciones contra civiles que las autodefensas sentenciaron a muerte. Con el dinero ahorrado o despojado a las víctimas se compró un camión de estacas y se dedicó a trabajarlo independientemente; pero como “vaca ladrona no olvida portillo”, El Chisco prefirió transportar en su jaula el ganado que las autodefensas robaban a los campesinos y que en ocasiones fue a parar a las cavas de algunos carniceros que también servían de señaladores a los delincuentes. Así llegó a ser uno de los principales abigeos de la zona. Quién sabe cómo fastidió a la organización criminal el joven Francisco Javier Herrera, para que el catorce de mayo de 2005 le tendieran una celada: Juan Gabriel Sánchez Sánchez (alias El Zorro) otro dirigente paramilitar del que más adelante hablaremos, lo invitó a Musinga Grande, camino de Caráuta, a traer una vaca. Ya por esa solitaria carretera, El Zorro invitó a Chisco a bajar del vehículo y buscar por un potrero abandonado al inexistente animal. De regreso al carro Chisco fue abaleado. El Zorro fingió una huida y entregó a la familia del muerto la peregrina explicación de que los atacó la guerrilla en ese lugar y que solo él había logrado escapar. Nadie le creyó.
Carlos Alberto Oliveros Zapata, alias Sebastián, a la sazón comandante ideológico y político de las autodefensas en Frontino, había caído en desgracia con sus jefes porque estaba cobrando más de la cuenta a los comerciantes, especialmente a los campesinos que salían dominicalmente a vender sus productos a la plaza de mercado, a quienes llegó a “vacunar” has-ta con la mitad de verdura que sacaban. Para asesinarlo fueron comisionados Jorge Orley Higuita Higuita (a. El Alacrán) y José Alberto Bedoya alias Mariguano, un menor de quince años de edad que estaba enrolado hacía días en las fuerzas irregulares, quienes lo encontraron departiendo con su novia en un bailadero en el parque principal, denominado La Tertulia, a unos veinte metros del Comando de la Policía. El encargado de la acción fue alias Mariguano y en la puerta del local lo esperó Jorge Orley con una motocicleta lista para la huida. Fue una acción intrépida y como tal la pagaron pues la policía reaccionó rápidamente y dio de baja a los dos delincuentes, quienes portaban sendas cédulas falsas. Alias El Alacrán murió en el acto y el compañero de fechorías falleció dos días después cuando era atendido en una clínica de la capital del Departamento. Jorge Orley había prestado servicio militar y fue un soldado distinguido, seleccionado para hacer parte de las tropas de Colombia en el Sinaí. Disfrutando de una licencia conoció a Conrado Pérez Rivera (a. El Tuerto) quien inicialmente le pagaba para que hiciera labores de inteligencia y luego, después de un accidente y una delicada intervención quirúrgica, se vio obligado a abandonar el ejército, lo que le sirvió de excusa para enrolarse en las tropas paramilitares. En su juventud se le conoció como un buen agricultor al servicio de varias fincas paneleras de la región de Musinga, famoso entre sus compañeros porque dio de baja a dos guerrilleros en el sitio conocido como “La Curva de Alirio”. Entre allegados a los paramilitares se comentó mucho que a los muertos les quitaron sus buenas armas, les arrimaron unas de menor calidad y entregaron los cadáveres al ejército para que los presentaran como acciones de la fuerza pública.
Compadrazgo entre autoridades y paramilitares
Fue notoria la manguala entre paramilitares y fuerza pública, quienes se autodenominaban “primos”. Una historia que evidencia de cuerpo entero tan triste realidad de algunos integrantes de nuestro ejército y de nuestra policía, es la sucedida con un retén-peaje que los paramilitares instalaron en la carretera al mar, muy cerca de Dabeiba, en el sitio conocido como “Guayabito”, antes de llegar a las partidas para la carretera que conduce a Fuemia y Nutibara10. Este retén funcionó ininterrumpidamente entre el veinticinco de diciembre de 2001 y el catorce de agosto de 2004, como lo manifiestan hoy los usuarios de la vía y lo reconocieron en sus diligencias ante las autoridades de Justicia y Paz las mismas autodefensas. Dentro de estas versiones los implicados reconocieron utilidades de entre ochenta y ciento veinte millones de pesos mensuales; los vehículos pequeños pagaban cinco mil pesos y los vehículos de carga y pasajeros cincuenta mil pesos por pasar. En un filo arriba de El Guayabito, a escasos trescientos cincuenta metros del peaje, hay una antena de telecomunicaciones que el ejército cuidaba antes, durante y después de la existencia del reténpeaje.
De este maridaje entre fuerza pública y paramilitares dan cuenta comerciantes al afirmar que en varias ocasiones tuvieron que buscar a los jefes ilegales en la base militar y que era común verlos reunidos, ejército y paramilitares, en un reservado de la estación de gasolina al frente de las instalaciones del ejército en el pueblo.
Otro episodio que ha originado mucha suspicacia por las supuestas o reales relaciones entre paras y ejército fue la primera masacre que planificaron los paramilitares en Frontino, en el Corregimiento de Murrí, región selvática señalada como el epicentro de la subversión y sus habitantes históricos catalogados, mínimo, como alcahuetes de la guerrilla. El día 15 de marzo de 1996, con apenas un mes largo de presencia en Frontino, los paramilitares incursionaron en La Blanquita, caserío principal del corregimiento. Llegaron en tres pequeñas jaulas de las denominadas tres y medio o turbo, y según algunos moradores del lugar, llegaron juntos militares y paramilitares. Las gentes de La Blanquita se encontraban disfrutando de un baile interrumpido por el centenar de uniformados fuertemente armados, quienes aseguraron el lugar y rodearon a los fiesteros campesinos. Inmediatamente silenciaron la música y se escuchó la amenazante orden:
–Todos al suelo y boca abajo.
Cuarenta personas en el suelo, amedrentadas y presas del pánico. Sonó un disparo y un oficial que estaba en el sitio cayó herido de muerte, episodio que dio lugar a dos versiones contradictorias. La de quienes afirman que el ejército llegó con los paramilitares en forma conjunta al operativo y que un miliciano de las FARC le disparó certeramente al oficial. La segunda versión establece que a la llegada de los vehículos con los ilegales y ante la orden de tenderse al suelo, el comandante del ejército acantonado en la región se acercó a las autodefensas y les notificó que no les permitiría proceder contra la población civil; el comandante paramilitar que dirigía el operativo, disparó sobre el oficial que trató de impedir la masacre.
Bueno es aclarar que si bien muchos miembros del ejército y la policía deshonraron su uniforme y su juramento con acciones u omisiones que facilitaron la labor paramilitar, también se dio el caso de muchos oficiales, soldados y policías que enaltecieron su juramento, honraron su uniforme y defendieron con lealtad las instituciones y el Estado de Derecho.
¿Por qué contar estas desgracias?
La publicación de estas historias que avergüenzan a la humanidad, pretende prevenir su repetición, exorcizar la cobardía de quienes no hicieron nada por impedirlas, sanar las heridas de una sociedad humillada y ofendida, y también dignificar a las víctimas.
La historia hay que contarla aunque la vida y la actitud criminal de los victimarios poco importan para el propósito de este escrito. Se publican para revelar un fenómeno tan grave que lamentablemente ha permanecido en la penumbra aunque ya fue denunciado en la obra Tirándole libros a las balas. Memorias de la violencia antisindical contra educadores de ADIDA 1978-2008, publicado por la Escuela Nacional Sindical y el Sindicato de Institutores de Antioquia, con autoría de Guillermo Correa y Juan Carlos González, quienes afirman: “El municipio de Frontino registra el mayor número de eventos (asesinatos) en la región de Occidente, con un total de cinco homicidios de educadores, equivalentes al 25% de todos los casos en la región dentro del período de estudio. La expansión paramilitar allí coincide con el incremento de las acciones violentas contra los educadores sindicalizados. Pero singularmente en esta subregión la violencia antisindical se caracteriza por ser más invisible que en otras regiones, pese a las altas cifras de asesinatos.