Loe raamatut: «EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO», lehekülg 4

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OBRAS DE REFERENCIA SOBRE SÓFOCLES CONSULTADAS

Bowra, Cecil Maurice. Historia de la literatura griega. Traducción de Alfonso Reyes. Fondo de Cultura Económica, 2014. pp. 73-85. (Breviarios; n. 1).

Chompré, Pierre. Diccionario de la fábula, para la inteligencia de los poetas, pinturas y estatuas. Traducido al castellano de la undécima y última edición. Madrid, Manuel de Sancha, 1783. 535 p.

Finley, Moses Israel. Los griegos de la antigüedad. 5ª ed. Traducción de J. M. García de la Mora; Prólogo de José Alsina. Editorial Labor, 1975. 195 p. (Nueva Colección Labor; n. 7).

Jaeger, Werner. Paideia. Los ideales de la cultura griega. Traducción de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. pp. 248-262.

Saint-Victor, Paul de. Las dos carátulas. Edición ilustrada con 232 grabados en láminas y ampliada con un índice analítico, por Joaquín Gil. Buenos Aires, Joaquín Gil, Editor, 1943. pp. 305-422.

Sófocles. Electra o Agamenón vengado. Filoctetes. Prólogo de S. S., Buenos Aires, Editorial Tor, 1939. pp. 5-24. (Colección Clásicos Universales; n. 40).

Sófocles. Tragedias completas. Traducción, prólogo y notas de Ignacio Errandonea, S.J. Madrid, Editorial Aguilar, 1955. pp. 11-16. (Colección Crisol; n. 201).

Sófocles. Antígona, Edipo rey y Electra. Traducción e introducción de Luis Gil. Madrid, Ediciones Guadarrama, 1969. pp. 11-25, 93-108, 193-210, 287-297. (Colección Universitaria de Bolsillo. Punto Omega; n. 52).

Sófocles. Áyax, Antígona, Edipo rey. Edición y notas de Carlos Millares Solá; Prólogo de José María Pemán; Introducción de José Alsina Clota. Madrid, Salvat Editores, 1970. pp. 11-17. (Biblioteca Básica Salvat; n. 25).

Sófocles. Áyax, Las traquinias, Antígona, Edipo rey. Edición preliminar de José María Lucas de Dios. Madrid, Editora Nacional, 1977. pp. 9-44.

Sófocles. Edipo rey. Tragedia griega. Introducción de Juan Manuel Rodríguez. Madrid, ALBA, 1987. pp. 5-17. (Literatura Universal).

Sófocles; Eurípides. Tragedias griegas. Edipo rey, Antígona, Ifigenia en Aulis. Estudio introductorio de Federico Yépez Arboleda. Traducciones de las dos primeras por Aurelio Espinosa Pólit, S.J. y la tercera por Francisco Miranda Ribadeneira. Quito, Libresa, 1989. pp. 9-32. (Colección Antares; n. 8).

Sófocles. Tragedias completas. 2ª ed. Edición y traducción de José Vara Donado. Madrid, Cátedra, 1990. pp. 9-27. (Letras Universales; n. 13).

Sófocles. Edipo rey, Antígona, Áyax. Estudio introductorio de Miriam Merchán. Traducción de Aurelio Espinosa Pólit, S.J. Quito, Libresa, 2001. pp. 9-34. (Colección Antares; n. 8).

TRADUCCIONES Y ESTUDIOS SOFOCLEOS DE AURELIO ESPINOSA PÓLIT, S.J.

Edipo rey en verso castellano de Sófocles. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1935. 135 p. (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua).

Edipo en Colono en verso castellano de Sófocles. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1936. 152 p. (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua).

Espinosa Pólit, S.J., Aurelio y Peña Ponce, Belisario. Homenaje al reverendo padre Prudencio De Clippeleir V. Provincial de la Compañía de Jesús en la solemne entrega de las insignias de Caballero de la Orden de Leopoldo 2 de agosto de 1936. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1936. 35 p. [Ilustrado. Incluye fotografías de escenas de la obra].

Edipo en Colono y el Colegio de Cotocollao. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1937. 27 p. (Extracto del homenaje al R. P. Prudencio De Clippeleir). [Ilustrado. Incluye fotografías de escenas de la obra].

Edipo rey de Sófocles. 2ª ed. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1945. 159 p. (Biblioteca del Estudiante).

Dieciocho clases de literatura. Quito, Editorial «Fray Jodoco Ricke», 1947. pp. 115-228. (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua). [En las clases duodécima a la decimoséptima, dadas el 4, 6, 7, 8, 11 y 13 de septiembre de 1945, el autor se sirve de sus prelecciones para analizar Edipo rey, según su versión al castellano revisada para esta edición].

Antígona en verso castellano de Sófocles. Quito, Editorial Clásica, 1954. pp. 71-206. (Universidad Católica del Ecuador / Publicaciones del Instituto Superior de Humanidades Clásicas; vol. 1).

El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos. Quito, La Prensa Católica, 1959. 739 p. (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua).

El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos. México, Editorial Jus, 1960. 647 p. (Clásicos Universales JUS; n. 2).

CRITERIOS DE EDICIÓN

La extensa producción literaria e histórica del P. Aurelio, elaborada durante cuarenta años —considerada a partir de su traducción del fragmento de Dante Alighieri, en diciembre de 1921, hasta escasos días antes de su muerte, en enero de 1961—, apareció en revistas, periódicos, libros y folletos. De ahí que para preparar los distintos volúmenes de esta colección he debido definir criterios editoriales, entre ellos:

1) El uso uniforme de las comillas españolas y las francesas.

2) El tamaño de los guiones.

3) En vez del uso de mayúsculas, negritas o subrayados para títulos de libros o revistas, he optado por la cursiva.

4) Los títulos de poemas, artículos, ensayos, capítulos o fragmentos van entre comillas.

5) Para las notas a pie de página de autoría del P. Aurelio en los prólogos, los diversos estudios y traducciones he optado por cambiar la numeración original, que iba independiente de página en página, a una numeración secuencial para cada obra independiente. A fin de distinguirlas cuidadosamente de las notas de Espinosa Pólit, las notas del editor, en los distintos volúmenes, van señaladas entre corchetes: [N. E.].

6) Las citas bibliográficas de obras en español y otros idiomas las he extendido y las he uniformado con un solo criterio, exceptuando las referencias cuyo pie de imprenta no he podido determinar.

7) He corregido las erratas evidentes que he podido detectar.

8) Para las citas de palabras, líneas o versos, dentro del texto, en otros idiomas —que van en cursiva en esta edición: griego, latín, francés, inglés o italiano— he dispuesto de la valiosa colaboración del filólogo José María Sanz Acera. Las citas que en el original figuraban en caracteres griegos han sido trasladadas a caracteres latinos mediante una transcripción meramente utilitaria.

9) Dentro de la selección de los distintos textos, cuando existen uno o varios reelaborados, he optado por el que me ha parecido definitivo, señalando en nota las otras versiones; salvo las que considero que resultan complementarias y conviene que sean recogidas juntas, lo que también señalo oportunamente.

10) He desplegado algunas abreviaturas cuyo sentido actualmente no se conoce; otras las explico oportunamente para un mejor entendimiento de su manejo.

11) El uso que hace Espinosa Pólit de las abreviaturas v. o vv. en las citas de los versos de un autor se refiere exclusivamente al texto original. Con mucha frecuencia el P. Aurelio prescinde de dichas abreviaturas, por lo que he uniformado su uso a lo largo de todos los volúmenes.

12) Los gentilicios van, de acuerdo con el uso actual de nuestra lengua, en minúsculas, salvo que su uso se refiera a un personaje como el Pelida —refiriéndose a Aquiles— o el Atrida —Agamenón—, etc.

AGRADECIMIENTOS

Para esta edición he contado con la colaboración institucional de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), que ha financiado este trabajo, en las personas de su rector, el Dr. Fernando Ponce León, S.J., del Dr. César Eduardo Carrión, decano en su momento de la Facultad de Literatura y Lingüística, quien acogió con entusiasmo este «Proyecto de Obras escogidas de Aurelio Espinosa Pólit, S.J.», y del director del Centro de Publicaciones de la PUCE, Dr. Santiago Vizcaíno, quien sumó su apoyo —fundamental— a este propósito.

Extiendo mi agradecimiento a los estudiantes universitarios de la mencionada Facultad, la señorita María Camila Vargas Cárdenas y los señores Paúl Cepeda Miranda y Juan José Pozo, quienes colaboraron con el levantamiento de textos para este volumen, así como a Carlos Reyes Ignatov por su cuidado en la diagramación de los volúmenes que conforman la colección.

Además, reconozco mi deuda de gratitud:

A mis amigos, el filólogo y políglota hispanoecuatoriano José María Sanz Acera, quien con su permanente asesoría y asistencia ha contribuido a la ejecución de este tan ambicioso como apasionante proyecto, y Luis Rivadeneira Aseicha, por su generosidad en la revisión y sugerencias en la redacción de la presente introducción.

Al personal de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit en Quito, así como al de los distintos fondos de las Bibliotecas del Museo Nacional del Ecuador (antiguo Banco Central del Ecuador), al del Centro Cultural Benjamín Carrión (Quito) y al de la Biblioteca Hispánica y la Biblioteca Nacional de España, ambas en Madrid.

A las autoridades de la Compañía de Jesús: el P. Gustavo Calderón, S.J., provincial presidente del Consejo Gubernativo de Bienes de la Compañía de Jesús en el Ecuador, por autorizar la publicación de la obra del P. Aurelio Espinosa Pólit; y a los PP. Iván Lucero, S.J., y Francisco Piñas, S.J., por permitirme el acceso al archivo personal del P. Aurelio Espinosa Pólit en el CCBEAEP.

A los dos volúmenes esenciales de los jesuitas para aproximarse a la obra del P. Aurelio: la monumental Bibliografía que apareció firmada por Oswaldo Romero Arteta en 196133 y la valiosa biografía que preparó Francisco Miranda Ribadeneira en 1974, El humanista ecuatoriano Arelio espinosa Pólit, sin cuya guía esta labor habría sido más compleja.

Por último, a mi madre María Carmelina Calle Chauca por su apoyo pecuniario durante estos cuatro últimos años, al proveerme de las condiciones adecuadas para ejecutar este proyecto; a mi hermana Verónica Taipe Calle y a mi hija Sofía Salazar Villalba, quienes se dieron tiempo para adquirir en Quito y Madrid varios de los títulos de las ediciones príncipe, raros ejemplares (uno de ellos autografiado por su autor) de la obra del P. Aurelio para mi colección personal; a la tierna sonrisa de mi nieto Héctor; a Alicia, mi mujer y, finalmente, a las largas conversaciones con mi amigo Efraín Villacís acerca del concepto de cultura y patria.

Gustavo Salazar Calle

La Ronda, Quito, 9 de febrero de 2021

33. En el archivo personal del P. Aurelio hallé, en noviembre de 2020, un pequeño cuaderno cuadriculado, escrito por ambas caras con su letra clara y menuda, que registra su producción intelectual publicada desde el año 1917 hasta 1957 (pág. 1-88), más unas hojas anexas (sueltas) numeradas de lado y lado (1-15) que abarcan su producción de los años 1958-1960, en Caja: P. Aurelio Espinosa Armario n. 12. Se entendería que el papel del P. Romero Arteta fue completar la información hasta el año de la muerte de su maestro, más las necrológicas en su homenaje y los índices analítico por materias, onomástico y de títulos de revistas.

AURELIO ESPINOSA PÓLIT, S.J.. EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO

SÓFOCLES

ESTA VERSIÓN

Dos motivos la justifican: ser la primera en dar el texto completo de Sófocles (los 1129 fragmentos además de las siete tragedias), y ser también la primera que en castellano traduce íntegramente en verso al trágico de Colono.

¿Por qué en verso? No es esto capricho ni alarde; es necesidad. Si se quiere dar de Sófocles una idea que se aproxime a lo que en realidad es, no hay sino un medio: tratar de conservarle su carácter poético, traducirle en verso. Si no, se le quita algo que le es esencial.

No hay por qué volver a las largas discusiones acerca de cómo deben ser traducidos los poetas. Basta preguntar: ¿Sería igual la obra de Sófocles si la hubiese escrito en prosa? La ideología, la psicología, la dramática serían las mismas; pero la obra, como realidad estética, sería distinta. Esta diferencia que en una obra pone, no tanto el verso, cuanto el espíritu poético con que se concibe y con que se realiza, es algo concreto y positivo, que necesariamente debe aparecer también, hasta donde es posible, en la traducción. Si se renuncia a incluir este elemento en la traducción, como hace con lealtad el traductor en prosa, se renuncia a dar, y aun a intentar siquiera, una traducción cabal. Deliberadamente se deja perder la excedencia de vitalidad que pone en un escrito la poesía, cuyo efecto, según Friderick W. Myers, consiste en «suplir con sutiles combinaciones en las palabras vivificadas por el ritmo y por mil otros misteriosos recursos, aquello que falta a la impotencia natural de los signos convencionales del lenguaje, para expresar toda la escala de los humanos sentimientos» 1.

Las buenas traducciones en prosa son de gran utilidad para quienes, proponiéndose percibir por propia cuenta en el texto original el valor integral de la obra poética, sólo necesitan una ligera ayuda que despeje esporádicas dificultades de vocabulario o de construcción sintáctica; pero son totalmente impotentes para comunicar una idea cabal de la obra, para dar acceso a su espíritu superior.

Se objetará que a este espíritu superior, vinculado a la poesía del original, tampoco da acceso una traducción en verso, porque el espíritu poético es intraducible. «No se traduce la música», se ha dicho, y con razón. Pero, si no se traduce, puede transportarse de un tono a otro, de un instrumento a otro. Una traducción poética no podrá jamás igualar un original poético; pero para quienes no tienen otro medio de entrar en contacto con este original, puede salvar algo al menos de lo que substancialmente confiere la poesía al texto que ella informa.

Quisiera atraer la atención hacia un aspecto peculiar del problema general en el caso de las tragedias griegas. Hay poesías líricas en que es tan avasallador el potencial poético, que se basta a sí mismo y transflora aun en la más pedestre versión en prosa. Tal, por ejemplo, el Cantar de los cantares salomónico. Esto se verifica claramente en la lírica coral helénica: un coro de tragedia, aun vertido en prosa llana, nunca es pura prosa. Y ahora sobre todo, cuando el versolibrismo de las escuelas modernas de poesía nos ha familiarizado con una factura de renglones irregulares de sólo ritmo interno, indudablemente una versión en prosa adecuadamente ritmada, y ayudada por lo exótico del vocabulario, bastaría para que se transparentara triunfante el inocultable lirismo de los coros. Pero al lado de los coros hay en el teatro griego el contraste desconcertante del diálogo. Cuanto tienen aquellos de vistoso y deslumbrante en pompa verbal y audacia de imágenes, tiene este de sencillez y transparencia, de llaneza corrida y casi de candor. El diálogo trágico, singularmente el de Sófocles, realiza un doble fenómeno difícil de explicar: que, por una parte, salvo contadas excepciones de deliberado énfasis de dicción (el llamado ónkos de Esquilo), es tan llano como la conversación más espontánea; y que, por otra, estas mismas sencillez y familiaridad tienen una dignidad extraña, un realce imperceptible, un indefinible dejo de algo superior. Este algo superior no deja la menor duda de dos fenómenos: el de su existencia real, y el de la absoluta necesidad de que se conserve en las traducciones para la conservación del efecto de la obra.

Pero ¿cómo conservarlo en castellano, idioma que no tiene, como el inglés, un vocabulario específicamente propio para lo poético? El único medio para no aplebeyar el diálogo de las tragedias es conservarle el verso, que es su forma propia. Pero lo delicado del problema en la práctica está en que la poetización del diálogo es en el drama griego sumamente tenue. Con aquel afinamiento exquisito que caracterizó todas sus manifestaciones artísticas, atinaron los griegos para el género dramático con un metro que reúne tres ideales conveniencias: el ser perfectamente perceptible y armonioso, el ser adaptable a toda clase de tonos, y el distanciarse tan poco del habla natural que parece muchas veces confundirse con ella.

Este metro es el senario yámbico, verso de seis pies bisílabos, cortado en dos mitades desiguales por una cesura acompañada o no de mórula efectiva, tan apto para la rápida esticomitia (o sea el duelo, verso a verso, entre dos interlocutores), como para la discusión amplia y reposada o la narración oratoria. Afortunadamente —lo que no acontece con el hexámetro dactílico de las epopeyas— tiene el senario yámbico una correspondencia castellana que poco deja que desear: el endecasílabo suelto. La identidad numérica es casi exacta: no falla sino en una sílaba; la libertad rítmica es bastante equivalente; la falta de rima es un elemento más de parecido; y se equipara sobre todo en lo paradójico de su característica doble: tenuidad melódica y eficacia del realce poético conferido a la dicción. Al endecasílabo suelto castellano pudiera aplicarse con igual propiedad lo que del senario yámbico griego dice Aristóteles en su Poética: que viene casi naturalmente a los labios, como que son muchos los que se nos escapan en la conversación 2. De suerte que el poeta dramático se limita a convertir en continuo lo que era frecuente, guardando en sus versos toda la sencillez, frescura y naturalidad de la conversación familiar.

Para reproducir con alguna aproximación el indefinible encanto de la forma externa del teatro griego, no nos faltan, pues, los medios. Las normas seguidas en esta traducción de las tragedias de Sófocles son muy sencillas: los senarios yámbicos de los diálogos dramáticos pasan a endecasílabos sueltos; los llamados kommos o diálogos líricos, a endecasílabos rimados o a romances, para recalcar su alejamiento de la conversación llana; los estásimos o coros, a diversos tipos de versos y combinaciones de metros, los más aptos para seguir el ritmo proteico del original.

Y, por cierto que no ha sido la interpretación de este exótico lirismo la que ha causado la mayor dificultad, sino el empeño por salvar la inimitable sencillez y verdad translúcida de los diálogos y monólogos, eludiendo deliberadamente el énfasis y la marcialidad, connaturales al diálogo del teatro español, pero que falsearían radicalmente el del teatro griego. Nada pierde este con esta desnudez, como atinadamente pondera el claro poeta cuencano Manuel María Ortiz: «No sé si me equivoco, escribe, pero la sublime sencillez del diálogo me encanta más que el lirismo de los coros. ¿Cómo no ha de haber poesía en ese lenguaje que plasma los estados de alma más sutiles y complejos, de la manera más natural y humana —arte dificilísimo—, sin que jamás caiga en vulgaridad, antes se encumbra algo así como a la serenidad de los cielos estrellados, donde los más grandes soles parpadean con la sencilla placidez de las estrellas?»

Por lo demás la indispensable fidelidad de la traducción no está comprometida por el verso. Con métricas tan rígidas como la francesa clásica, podrá ser, no sólo difícil, sino imposible, aspirar a una literalidad rigurosa; pero con la flexibilidad de la métrica castellana, es enteramente hacedero mantener en verso una precisión literal tan estrecha como en prosa, junto con mayor energía y mayor concisión.

SÓFOCLES PARA HOY

Pero el afán por conservar a las tragedias de Sófocles su aire y su ambiente propios, sumado a la preocupación de dar de ellas una traducción todo lo más fiel y más ceñida al texto original que ha sido posible, no responde a ningún empeño de arqueología literaria, como el que tan decididamente persigue la mayor parte de los filólogos y cultores de los estudios clásicos tomados como ciencia. Empresa legítima es la suya, como legítimo y por muchos conceptos trascendental es el interés histórico por la reconstrucción del pasado de la humanidad, para la cual elemento informativo de primera instancia es la literatura, y de un modo especial la dramática, cuyo preciso cometido es la reproducción escenificada de la realidad de la vida. Con todo, distinto es el punto de vista en que he querido ponerme.

Podemos leer y estudiar a Sófocles para volver hacia él, en viaje de retorno, a través de los siglos; y podemos leerle y estudiarle para hacerle venir a él hacia nosotros, redivivo y rejuvenecido. Podemos tratar de acomodar nuestra actualidad a su antigüedad; pero también podemos probar qué figura hace su antigüedad en nuestra actualidad. Podemos explorar su archivo vetusto por el afán de saber cómo era el hombre hace veinticuatro siglos; y podemos con igual éxito, y tal vez mayor provecho, comprobar admirados cuán idéntico en todo lo fundamental era el hombre de hace veinticuatro siglos con el hombre de hoy. Podemos, en una palabra, considerar las tragedias de Sófocles como documentos históricos; pero pueden ellas no menos servirnos de auténticas y actuales lecciones de vida.

El hombre de las tragedias de Sófocles no es el hombre del mito griego, ni siquiera el de la sociedad griega del siglo V antes de Cristo. Es el hombre esencial, es el hombre perenne en quien pueden reconocerse las generaciones todas que van pasando por el mundo. Este tomo de traducciones suyas no es, por tanto, libro para arqueólogos literarios, es para todo hombre culto, es sobre todo para la juventud estudiosa, que necesita libros de texto adecuados para la gran asignatura trascendental, el estudio de la vida. El conocimiento de las ciencias (fuera de nociones que nadie debiera ignorar) es ocupación de especialistas; el conocimiento de la vida es incumbencia de todos. Y quien tenga empeño en afinar y profundizar su conocimiento de la vida por el estudio de las intimidades del corazón humano, pocos maestros hallará de tanta competencia y de tanta eficacia como el trágico de Colono.

EL SÓFOCLES HISTÓRICO

Supuesto este enfoque, que centra el interés principal en la actualidad del poeta, no voy a detenerme en los datos concretos de su vida con la insistencia que en ellos ponen aquellos para quienes sólo tiene importancia la historia. Ayudarán, sin embargo, para una apreciación exacta de su producción artística algunos datos sumarios, por el influjo directo o indirecto que tuvieron en ella.

Nunca pueden ser indiferentes el sitio y el tiempo en que aparece determinado autor. No es en modo alguno indiferente que fuese la ciudad de Atenas donde surgiese Sófocles —o más exactamente el pueblo cercano de Colono, cantado por él en el postrero de sus dramas—, ni que acertase a vivir precisamente en el periodo más glorioso de aquella ciudad, única en la historia de la cultura humana, ni que para el desenvolvimiento de su genio contase con la altura espiritual del ambiente que respiraba, con la compañía de otros genios y con los adelantos básicos realizados en el arte del teatro por sus predecesores. Por el feliz concurso de excepcionales circunstancias, fue Sófocles un hombre de apogeo. En la literatura griega, aurora radiante es Homero; ocaso ensangrentado, Demóstenes; Sófocles, sol de mediodía. Su alma juvenil se abrió a la vida en el esplendor y el júbilo de la victoria de Salamina, y sus ojos se cerraron a la luz antes de ver el desastre de Egos Pótamos. Nubes siniestras enlutaron el cielo de Atenas durante su larga existencia; pero no dejó él que le ensombrecieran el alma. Él, al contrario, contribuyó a sostener el espíritu de Atenas en medio de sus reveses. No se debe olvidar que todas sus tragedias fueron escritas en plena guerra del Peloponeso, en los fatídicos treinta años que al fin llevaron a Atenas a la ruina. Pero así como el trágico relato de aquella guerra en las páginas de Tucídides, exclusivamente ocupadas en las maniobras políticas y las operaciones militares, no dejan ni sospechar la posibilidad de una intensa actividad poética en la ciudad acosada por las preocupaciones bélicas, así por igual esta esplendorosa y serena actividad patente en la obra de Sófocles tampoco deja sospechar que estuviera Atenas debatiéndose por ese mismo tiempo en angustias de agonía.

Poca parte tomó Sófocles en la vida pública. Llegó a ser elegido por dos veces «estratega», una de ellas por el entusiasmo que despertó su Antígona, pero más alto servicio que con cualquier intervención militar prestó a su patria con el espíritu superior que le infundió en hora tan crítica con sus obras maestras, y sobre todo con la inmortalidad que han bastado a conferirle las pocas que han sobrevivido a la destrucción del tiempo.

Grande es el hombre que hace grande a su patria; muchos son en Grecia los que conquistaron esta grandeza, asegurándole un puesto ni disputable ni disputado entre los pueblos civilizadores; pero uno de ellos es, sin controversia posible, Sófocles.

LA CATEGORÍA DE SÓFOCLES

Comparado con sus dos grandes rivales en la escena ateniense, con Esquilo su predecesor y con Eurípides su coetáneo, los críticos están acordes en reconocerle una posición intermedia, que no responde propiamente a ningún cotejo, sino a la imposibilidad de toda verdadera comparación.

Esquilo tiene, ante todo, el mérito de la prioridad, que no lo es únicamente de tiempo, sino también de iniciación genial del desarrollo del género dramático. Tiene, además, a su favor la alteza de concepciones, la grandeza más sostenida en la entonación, la sublimidad inigualada de los revuelos líricos. Son más salientes en él y más frecuentes los nobles excesos que caracterizan a casi todos los grandes genios. Está claramente en la línea de Dante, de Shakespeare, de Goethe.

Eurípides está gozando en la actualidad de una renovación de aprecio y de interés notoria, que se explica por sus afinidades con la crisis existencialista que atraviesa el mundo. Gustan su preocupación centrada más en la ideología que en el arte, su dejo inquieto, amargo y mordaz; gustan su misma morbosidad y su inestabilidad estética tan capaz de finísimas perfecciones como de desconcertantes fallas; gustan en una palabra todas las peculiaridades del tercer trágico que le ponen en uno como plano de compañerismo con los autores modernos y le ganan fáciles simpatías.

Sófocles es otra cosa. No tiene ni la majestad y titánica rudeza de Esquilo, ni la versatilidad de Eurípides, atrayente por su misma atrevida despreocupación. Tiene en cambio lo que en vano se buscara en ellos. Sófocles es serio, es consciente, es mesurado, es el hombre que está siempre en su punto y que por lo mismo desconcierta a los que se han imaginado que constitutivo propio del genio es lo descomunal, inesperado y excesivo. De estos tiene Sófocles que hacerse perdonar su sensatez y regularidad, y la que han llamado su impecable y desesperante perfección; tiene que hacerse perdonar lo que, según evidencia el estudio comparado de la literatura universal, es la cualidad más rara, por ser, si no la más valiosa, la que supone el más difícil conjunto de virtualidades, el más estable equilibrio de dones nativos y adquiridos: a saber, la perfección sostenida, característica en que apenas ha tenido más sucesores que Virgilio, Milton y Racine. Sófocles no es el genio deslumbrante y arrebatador que subyuga y aplasta; es el genio que nos tiende la mano para elevarnos, que, con sólo que le prestemos oído, nos da la fácil ilusión de que estamos a su mismo nivel y que holgadamente percibimos tanto como él, cuando en realidad lo que ha hecho ha sido tomarnos sobre sus hombros, como con un pajarillo haría un águila caudal, y levantarnos a las alturas en las que pasea sus habituales revuelos. Sófocles es genio de intimidad que apenas se hace sentir, genio complaciente que hace por quien se le entrega más tal vez que cualquier otro.

CARACTERIZACIÓN DE SÓFOCLES

Para ser exactos habría que decir que existen en él tres genios en uno, y esta podría ser la caracterización sintética del gran trágico que, por medio siglo, fue pacífico señor del escenario de Atenas: genio dramático, genio psicológico, genio poético.

Pero ¿no sería posible afirmar lo mismo de otros muchos? ¿no constituyen estas tres capacidades el conjunto normal de prendas de todo el que escribe para el teatro? —No, porque hay quien lo hace deliberadamente en prosa, renunciando a las galas poéticas, o tal vez despreciándolas; y hay grandes dramaturgos que, contentos con cautivar por la acción, no descuellan en la psicología. De Sófocles es preciso afirmar, no solamente que es grande en la técnica dramática, grande en la pintura de caracteres y grande en la poesía con que vivifica sus tragedias, sino, además, que tiene por distintivo esencial la fusión constante y armoniosa de esta triple excelencia.

Tan indisoluble es el vínculo interno con que en él se adunan estas tres prerrogativas, que sólo el separarlas, aun sin negarlas, es desfigurar el retrato que de él se trace y falsear los juicios que sobre él se profieran. Esta es la falla de uno de los libros más sugestivos entre los que recientemente se han escrito sobre el poeta de Colono: Sófocles, el dramaturgo, de A. J. A. Waldock, Profesor de la Universidad de Sydney en Australia. Sófocles, el dramaturgo… Basta leer el título para prever las desviaciones de una crítica indebidamente particularizada. Limitarse de propósito en las tragedias de Sófocles al valor de la técnica dramática, y pretender explicar por ella sola todas las peculiaridades que se presentan, es procedimiento tan descaminado como empeñarse en resolver un sistema de ecuaciones con varias incógnitas, no considerando sino una de ellas.

EL DRAMATURGO

Aristóteles estampó en su Poética la teoría y las reglas de la dramaturgia, pero lo hizo un siglo después de Esquilo, Sófocles y Eurípides, y a vista de sus piezas. Entre estas, una le pareció que descollaba por la pureza de las líneas y lo genuino del intento, y la escogió para presentarla como paradigma de lo que podía darse como trasunto casi sin tacha del ideal dramático. Era Edipo rey de Sófocles.

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