Formar-se en psicología

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Juan Diego: Y, quienes te preguntaban, ¿eran mexicanos también?

Marco Eduardo: Sí, eran mexicanos y no sabían; su universo cultural es muy limitado. Obviamente, entre más limitado sea el universo cultural, más difícil la creatividad pertinente para una comunidad actual.

Juan Diego: Y estas dificultades que mencionas, ¿las ves como dificultades relativamente recientes o han hecho parte de la historia de la formación de los psicólogos?

Marco Eduardo: Se ha ido acentuando, creo que es algo mundial. Antes de 1970, en el caso de México, se estudiaba mucho más la historia nacional y también la historia mundial, pero después de esta década se dio menos importancia a la filosofía y a la historia, y más a la parte técnica de la enseñanza. Eso hace que los jóvenes, poco a poco, estén más limitados; a pesar de que ahora muchos jóvenes, a través de Internet, se enteran de muchísimas cosas, su visión cultural parece estar en decadencia.

Los jóvenes tienden a una visión más inmediata, con menos perspectiva, y, por lo tanto, sus aspiraciones también son más limitadas; su vocación de vida, sus actitudes son más inmediatistas, y eso es un reto para los docentes que queremos hacer algo interesante. La tendencia de los estudiantes es buscar, cada vez más, solamente pasar el curso, quieren un papel y no aprender algo valioso realmente. Esto se ha ido acentuando conforme van pasando las generaciones, aunque hay variantes, algunas generaciones son mejores que otras.

Juan Diego: Y ante estas dificultades que mencionabas, no solamente la falta de perspectiva histórica, sino también la falta de rigor, la falta de pensar por sí mismo..., ante esas dificultades, ¿qué recomendaciones darías en cuanto a la formación de los psicólogos?

Marco Eduardo: Tengo una propuesta de plan de estudios: tendría que incluirse una parte teórica, que empezara con la historia de la psicología universal, la historia de la psicología en América Latina y en el país respectivo, para ubicarlos en las teorías y en los contextos históricos. Los psicólogos en formación deberían estudiar un poco de lógica, pero eso ha desaparecido de los planes de estudio porque la matemática y la lógica parece que a los psicólogos, paradójicamente, no les interesa, cuando deberían ser disciplinas muy importantes porque ahí está la rigurosidad. Además, habría que considerar el desarrollo de habilidades del pensamiento y un buen curso de redacción con cooperanza, es decir, aprender a escribir escribiendo cosas interesantes. También se propone que empiecen a investigar desde el primer semestre y que comiencen a ver el campo de trabajo del psicólogo desde el inicio. Podría pedírsele a cada estudiante que entrevistara a uno, dos o tres psicólogos, como parte de un curso, y que se compartieran esas entrevistas, elaborando una síntesis, una conclusión grupal que debiera publicarse en Internet para las siguientes generaciones, de tal manera que, el siguiente grupo que entre posteriormente al curso la tome en cuenta, y sobre esa base, pueda ir profundizando cada vez.

Juan Diego: Otra pregunta que se me ocurría escuchándote sobre estas dificultades en la formación de los psicólogos tiene que ver con las implicaciones de dicha formación, es decir, ¿qué tanta relevancia le das a que el estudiante de psicología sea una persona que pueda también examinarse críticamente a sí mismo, que pueda conocer su propia historia? Es decir, que más allá de una formación estrictamente conceptual y teórica también tenga esa posibilidad de mirarse un poco a sí mismo y conocer sus propios procesos de pensamiento, su propia trayectoria vital, ¿cómo piensas eso?

Marco Eduardo: Me parece muy adecuado, siempre y cuando no se desligue del sentido de comunidad, porque una de las tendencias patológicas que vemos, en general, es lo que podríamos llamar el ensimismamiento. Entonces, esta frase del oráculo de Delfos de “conócete a ti mismo” está bien, pero el conocerte a ti mismo no solamente es una parte introspectiva, que por supuesto contribuye, sino que está vinculado a la interacción con otros y con la comunidad. El centrarse en la parte introspectiva puede llevar a una especie de encierro. Muchos de los estudiantes que ingresan a psicología tienen necesidades psicoterapéuticas y ahí podrían encerrarse; para mí es muy importante que, si bien se haga esa reflexión y se hagan estos análisis de la propia personalidad, no dejen de estar vinculados con análisis de la comunidad y de los otros, a la interacción con los otros.

Yo tengo un concepto muy importante, en la teoría de la praxis, sobre la identidad, que es el concepto de “GPS psicológico”, en analogía al GPS electrónico: para que un celular sea localizado se requiere que mande y reciba señales de satélites ubicados en diferente ángulo y distancia; lo mismo podemos decir de la identidad. Las personas pueden perderse –que es uno de los riesgos del psicoanálisis cuando se prolonga–, sobre todo cuando caen en una excesiva autoobservación, lo cual, desde la perspectiva de la teoría de la praxis, produce ambigüedad, confusión, incertidumbre, menos claridad en la identidad personal. Es muy importante la interacción con otros, escuchando, para integrar otras miradas al propio punto de vista, como una de las formas de conocerse mejor.

Juan Diego: Bueno, Marco Eduardo, ya estamos llegando al final. Decías que tenías ahora, a las dos de la tarde, una cita. Quería preguntarte si de lo que hemos conversado, habría una cosa que quisieras enfatizar, que quisieras desarrollar un poco más.

Marco Eduardo: ¿Cómo qué?, ¿qué te llamó la atención?

Juan Diego: Sí..., si de lo que planteaste consideras que hubo algo que quisieras desarrollar o explicarlo un poco más en esta entrevista. No sé si sobre la teoría de la praxis, o sobre las dificultades de la formación de los psicólogos, sobre tu propuesta...

Marco Eduardo: Básicamente hemos dicho lo más importante: el diálogo interteórico, la vinculación con la comunidad, la rigurosidad; que los exámenes sean instrumentos didácticos y no categorizaciones; que la relación del maestro con el alumno sea amigable y de apoyo, de plataforma; que desde las universidades se puedan planear cosas para la comunidad. La universidad debe concebirse como un lugar donde se esté pensando continuamente qué hacer para las comunidades, y en algunos casos, aquí en México, les he propuesto a algunas carreras de psicología, a universidades, que adopten una comunidad originaria o una comunidad marginada y se dediquen a desarrollarla, la que esté cercana. Pero también es importante diseñar proyectos nacionales, internacionales o mundiales desde cada universidad. La educación debe ser productiva, creadora.

Planteo cuatro prioridades para la educación en general y que podrían aplicarse a los psicólogos: la primera es aprender a escribir, es decir, a decir las ideas propias por escrito. Eso es aprender a escribir. Lo otro es tomar dictado, copiar o dejar recados; pero elaborar una idea propia por escrito es una necesidad. La segunda es aprender a organizarse, porque no sabemos trabajar en equipo, sobre todo en América Latina no sabemos cómo conducirnos, cómo funcionan los grupos. Es necesario aprender a tener una organización cada vez más estructurada, tener un proyecto de vida donde cada vez tengas un equipo más completo, más integral y más amplio. La tercera es aprender a escuchar, es decir, a captar el punto de vista de otros, evitando encerrarse en el propio punto de vista. Y la cuarta es aprender a tener relaciones afectivas estables, duraderas y satisfactorias, para que haya una buena relación de pareja, una buena relación de hermanos, una buena relación de amistad, una buena relación con los padres, con la comunidad, eso en la educación casi no se trabaja y es la parte ética que hay que desarrollar.

Juan Diego: Y bien lo dices, es una propuesta no solamente para la formación de psicólogos sino, en general, para cualquier formación. Incluso, pensando en todo lo que me has contado de la importancia que le otorgas a la perspectiva social pensaba, por ejemplo, en la Ulapsi, la Alfepsi que son específicamente organizaciones..., lástima que no hablamos mucho de ellas, pero son muy importantes en el contexto latinoamericano.

Marco Eduardo: Sí.

Juan Diego: Porque tengo entendido que la Ulapsi se creó en 2002 con la idea era crear una psicología latinoamericana que pueda tener interlocución con otras latitudes, pero también que reconozca nuestras realidades como latinoamericanos. Y ahora mencionabas la Alfepsi centrada básicamente en la formación y la enseñanza de una psicología que también parta de nuestras realidades concretas.

Marco Eduardo: Creemos que en las escuelas de psicología una proporción de las lecturas básicas, al menos un 30%, debiera ser de origen latinoamericano diversificado.

Juan Diego: Correcto. Sí. Bueno, Marco Eduardo. Me parece muy interesante lo que vienes trabajando; lo que hemos conversado hoy es solamente una pequeña muestra de tu trabajo. Estuve mirando tu hoja de vida y tienes muchos campos en los que también intervienes: eres terapeuta, formador de terapeutas, trabajas también, o has trabajado, en doctorados en educación, por ejemplo. O sea, la educación es un tema que te ha interesado mucho. Esto, que hablamos pues, es solo una pequeña muestra de tu gran obra. Finalmente, quiero agradecerte por haberme concedido estos minutos.

Marco Eduardo: Muchas gracias a ti, Diego, y ojalá pueda ser de interés esto que estamos trabajando, para otras personas.

Juan Diego: Muchas gracias a ti también, y que estés muy bien. Espero que nos veamos luego.

Lo fundamental: una formación metodológica, teórica y de reconocimiento a las comunidades y sus experiencias

https://doi.org/10.17230/9789587206937ch5

 

Carlos Arango Cálad conversa con Juan Gabriel Arcila *

Universidad del Valle

El profesor Carlos Arango es psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, tiene un máster iberoamericano en Psicología Comunitaria de la Universidad de Valencia, en España, y un doctorado en Psicología Social y de las Organizaciones de la misma universidad. En el año 2008 el Colegio Colombiano de Psicología le hizo un reconocimiento como pionero de la psicología comunitaria en Colombia.

Juan Gabriel: Profesor Carlos Arango, quiero iniciar agradeciendo el espacio que me permite para esta entrevista. La primera pregunta tiene que ver con su trayectoria, con su decisión de formarse como psicólogo comunitario: ¿qué lo motivó?

Carlos: Bueno, hablando de la trayectoria yo pienso que la fuente de formación la ubico en mi condición de estudiante de la Universidad Nacional en Bogotá. Durante la década de los setenta, entre 1970 y 1978 estuve como estudiante en ella y había un enorme debate interno entre los profesores y estudiantes, discusiones al interior y al exterior de la academia, es decir, había mucho cuestionamiento sobre lo que luego se llamó “la crisis de pertinencia de las ciencias sociales”. En esa época se estaba discutiendo ese tema y sobre qué sentido tenía el formar psicólogos, para qué y qué relación tenía la formación de psicología con los problemas del contexto. Entonces yo tuve la oportunidad de participar en varios grupos de estudio conformados entre estudiantes de psicología, donde autogestionábamos las lecturas, las discusiones, etc. E incluso se hizo un seminario extraacadémico gestado por profesores de diversas disciplinas y estudiantes, en el cual no había inscripciones, no había exámenes, no había notas, era puro “amor al arte”. Ese seminario empezó siendo de marxismo y psicoanálisis; estaba Guillermo Hoyos orientando esos temas y estaba un filósofo Sierra. Posteriormente se convirtió en un seminario sobre autoridad y familia..., digamos que entraron a participar profesores que manejaban todo el tema de la escuela de Frankfurt, de Marcuse, de Wilhelm Reich, etc., o sea que era un espacio extraacadémico que iba cambiando de tema a medida que se iban poniendo de moda ciertos contenidos. Por ahí pasó Antanas Mockus cuestionando a los de autoridad y familia desde la antipsiquiatría inglesa con las propuestas de Ronald Laing y David Cooper, de eso aprendí de la boca de Antanas. Se cuestionó el modelo autoritario que había en el seminario y los grupos de estudios de los estudiantes trabajábamos mucho los textos de la antipsiquiatría inglesa, luego conocimos las experiencias del Hospital Psiquiátrico de Boyacá y en esa condición de estudiantes empezamos a trabajar el tema de la psiquiatría democrática italiana de Franco Basaglia y todo su equipo de trabajo. Digamos que esos fueron los gérmenes de lo que fue mi formación en psicología en una línea antipsiquiátrica y en una línea de cuestionamientos desde el psicólogo.

Cuando ya tuve la oportunidad de conseguir un puesto como profesor en la Universidad del Valle me hicieron la pregunta: ¿usted podría asumir una cátedra de psicología comunitaria?, y yo contesté: ¿eso qué es? No conocía el término de “psicología comunitaria”. Me dijeron: es una psicología que reconoce los problemas de los contextos sociales a donde no llega tradicionalmente el psicólogo, y les dije que sí, que me interesaba; ¿usted se podría comprometer a desarrollar una psicología comunitaria?, les dije que sí, que me comprometía a desarrollarla. Yo, además del término, no conocía los desarrollos, de dónde había surgido la psicología comunitaria norteamericana, que fue donde se creó el término inicialmente, y todavía no identificaba los desarrollos de la psicología comunitaria latinoamericana que estaban también en gestación, pero me comprometí a desarrollarla. A partir de ahí, en el seminario de psicología comunitaria empezamos a revisar los textos, los documentos, las tradiciones de lo que era oficialmente esta línea. Entonces yo creo que esos fueron los orígenes del interés mío: una fuerte preocupación por lo social, un fuerte cuestionamiento por el modelo psiquiátrico y el modelo clínico en psicología y aceptar el reto de desarrollar una psicología comunitaria que incluyera esas preocupaciones.

Juan Gabriel: Al tener la posibilidad de desarrollar esa línea, ¿usted cómo decide alimentarla?

Carlos: Acepté trabajar en una psicología comunitaria que respondiera a los problemas de la realidad nacional y empezamos a asumir el trabajo en seminarios. En esa época el programa de psicología en la Universidad del Valle había creado un programa de pregrado con orientación comunitaria, había cuatro seminarios de psicología comunitaria intensivos, o sea de tres horas semanales, durante cuatro semestres, lo cual daba las posibilidades de hacer una formación continuada en esa línea y yo acepté esa responsabilidad. Lo que yo hice fue poner las cartas sobre las mesa con los estudiantes, decirles: miren, tenemos una oportunidad excelente de autogestionar el desarrollo del enfoque, vamos a abrir una discusión sobre esto y vamos a revisar algunos textos básicos. Obviamente trabajamos las propuestas de las redes de alternativas a la psiquiatría en América Latina y a nivel mundial, en las cuales estaban los trabajos de todas las corrientes que había; revisamos algunos textos de lo que era la psicología comunitaria norteamericana y decidimos identificar qué experiencias había en Colombia donde se estuviera asumiendo el reto de desarrollarla; orientamos nuestra labor a reconocer esas experiencias y como sabíamos que existía la del Hospital Psiquiátrico de Boyacá, entonces me llevé al grupo de estudiantes hacia la ciudad de Tunja, lo cual fue un escándalo en la Universidad del Valle porque una cosa es salir del consultorio a trabajar con la comunidad, y otra cosa es salir del Valle del Cauca a trabajar, a conocer experiencias de otros departamentos; eso fue escandalosísimo para el programa de psicología, llevarme los estudiantes una semana completa de viaje y de estar allá. Al regresar, hicimos una sistematización que fue muy interesante, a partir de la cual identificamos los criterios de intervención de un enfoque comunitario, y con esos criterios empezamos a desarrollar experiencias de trabajo con comunidad en la ciudad de Cali; esto fue un hito en la creación de la línea que yo estoy desarrollando y que se llama “psicología comunitaria de la convivencia”.

A partir de ahí empezamos a desarrollar más experiencias, el programa de psicología reglamentó las prácticas de psicología comunitaria en la ciudad de Cali, por lo cual no se podía volver a salir de la ciudad, pero al reglamentar, creó la infraestructura formal para poder hacer experiencias de trabajo reales en la ciudad y fue una buena cosa, porque nos permitió una labor que duró aproximadamente dos años seguidos: la experiencia del Centro Parroquial San Joaquín. En ella desarrollamos el programa de atención integral escolar desde el punto de vista de la protección en salud, ahí se vincularon estudiantes de tesis (se hicieron dos tesis), estudiantes de práctica (habían aproximadamente tres, cuatro) que trabajaban con los escolares y estudiantes de los seminarios de psicología comunitaria (que eran ochenta, porque eran dos seminarios), con los cuales había un batallón de trabajo que nos permitió establecer vínculos entre los estudiantes y las familias específicas del centro parroquial. Con los practicantes trabajábamos con el grupo de estudiantes de primero de bachillerato, y con los estudiantes de pregrado hacíamos visitas domiciliarias a cada una de las familia de esos mismos estudiantes; fue la oportunidad de hacer eso, visitas domiciliarias, trabajo comunitario, trabajo grupal en el colegio, entrevistas con los practicantes, una evaluación de alternativa a la problemática (no en una línea de salud mental sino en una línea simplemente para evaluar las necesidades reales y las estrategias de manejo de problemas de salud), con lo cual recolectamos información muy completa que nos dio las pautas para discutirla con la comunidad y poder impulsar una primera estrategia de trabajo comunitario con participación de las mismas familias de las comunidades.

El programa terminó porque los padres de familia dijeron “sí queremos hacer esos programas pero queremos hacerlos en nuestros barrios”, y les dijimos: “¿cómo así?, ¿no estamos en el Centro Parroquial San Joaquín, del barrio Mariano Ramos?”, y la mayoría de ellos contestaron: “No somos del barrio Mariano Ramos, nosotros estamos aquí porque nos admitieron a nuestros hijos en este colegio pero no porque seamos de este barrio”. Encontramos así que la política de selección de estudiantes del colegio estaba orientada a obtener un buen promedio en resultados de calificaciones para la institución, independiente de los efectos que se tuvieran en la comunidad, lo cual significaba que las personas que tenían bajo rendimiento académico las echaban del colegio y admitían personas de otros barrios que tenían un alto rendimiento para ellos subir el promedio; las consecuencias que esto tenía sobre el tejido social era la desarticulación comunitaria. Los padres de familia dijeron que podíamos hacer los programas siempre y cuando trabajáramos con las bases de los barrios y ahí aprendimos que las instituciones estaban diseñadas de espaldas a los procesos comunitarios, por lo menos en esa institución educativa, y empezamos a sensibilizarnos sobre la relación que hay entre las instituciones y las comunidades. Desde entonces le estamos siguiendo la pista a esa relación institución-comunidad y ahora tenemos claramente identificado que las instituciones, las políticas y los políticos de este país le están dando la espalda a la comunidad y a los procesos comunitarios, y eso es parte del porqué del conflicto que hay en Colombia.

Juan Gabriel: ¿Usted siente que incluso ese trabajo institucional, que a veces ni siquiera tiene una relación directa con las problemáticas de los contextos, además se queda únicamente en las poblaciones? Por decir algo, una cosa que veo constantemente en el trabajo comunitario es que casi siempre la intervención se orienta al trabajo solo con niños, o solo con adolescentes y ya, pero hace falta un abordaje comunitario.

Carlos: Sí, la estrategia que utilizan las instituciones colombianas –llamémoslo por ahora así, las instituciones colombianas– para relacionarse con las comunidades es dividir a la población en sectores etarios, sectores de edad: los niños, las niñas, los adolescentes, los jóvenes, los adultos, las mujeres, los de tercera edad, y a cada sector le crean un programa institucional que solo tiene sentido en términos de alcanzar objetivos institucionales, pero cada uno de esos programas está contribuyendo a romper el tejido social. Entonces no se parte del reconocimiento de unos vínculos comunitarios a apoyar (familias, vecinos, organizaciones y procesos) sino que las instituciones en este país están orientadas a mirarse su propio ombligo y utilizar a las comunidades como objeto de intervención para realizar sus proyectos institucionales, pero en ningún momento para favorecer los procesos comunitarios, teniendo además un efecto desintegrador de los mismos.

Juan Gabriel: ¿Por qué el nombre de psicología comunitaria de la convivencia?

Carlos: Bueno, la propuesta inicial fue desarrollar una psicología comunitaria, sin embargo, a medida que la fuimos ampliando empezamos a plantearnos el problema del “desarrollo comunitario” y cuando hablamos de eso caemos en una categoría que, bueno, es interdisciplinaria –bueno todos los objetos son interdisciplinarios– pero no nos permitía diferenciar muy bien la especificidad de los procesos psicológicos.

En medio de esto yo tuve oportunidad de viajar a España a formarme en una maestría en Psicología Comunitaria y un doctorado en Psicología Social y de las Organizaciones y allí tuve oportunidad de conocer a una psicóloga que se llama Fina Sáez quien trabaja un enfoque que se llama “psicoterapia del reencuentro” o “psicología del rencuentro”, ella es especialista en trabajar los vínculos afectivos, y yo, fuera de la maestría, tomé el curso que dictaba sobre crecimiento erótico y desarrollo personal, donde aprendí que el crecimiento erótico es el desarrollo de los vínculos afectivos, y a partir de lo cual me sensibilicé mucho alrededor de la importancia de trabajar los vínculos afectivos en contextos comunitarios.

 

Cuando regresé a Colombia, me encontré con que se había hecho una experiencia en la ciudad de Cali, una evaluación de los procesos de desarrollo de la ciudad, y se había planteado un posible plan de desarrollo que se llamó Cali que queremos, dentro del cual surgió un programa de educación llamado Programa Interinstitucional “Educación para la Participación y la Convivencia Ciudadana” (EDUPAR), y me invitaron a asesorar el desarrollo de ese programa. Yo venía con la idea de que había que desarrollar los vínculos afectivos y que cuando acá hablaban de convivencia no hablaban de convivencia, sino de violencia. Pensaba “qué es convivencia”, “no pues, convivencia es resolver los conflictos de violencia y una vez que se resuelve el conflicto de violencia se acaba el problema de la convivencia”, “¡no puede ser!, o sea que el discurso de la convivencia es un discurso vacío, porque si convivencia es la ausencia de violencia, entonces trabajar la convivencia es trabajar los conflictos y pare de contar”. Así reconocí que realmente era vacío, y que nosotros necesitábamos poder tematizar la convivencia de una manera nueva.

Conjuntamente con el equipo del programa EDUPAR diseñamos un proyecto de investigación que se llamó “Construcción participativa de la convivencia en un barrio popular de la ciudad Cali” y el propósito era construir participativamente el concepto de convivencia. “¿Qué es convivencia?”, no encontrábamos referentes teóricos en ese momento que no la tomaran como superación de los conflictos y pare de contar. Entonces dijimos: “Bueno, queremos saber qué diablos es convivencia, cómo se da la convivencia en la vida cotidiana”. La única pista que teníamos era hacer una caracterización de la vida cotidiana de la comunidad en contextos comunitarios, y preguntarnos en ese contexto cotidiano cómo convive la gente, qué entiende por convivir y cuáles son los problemas de la convivencia que tienen; entonces diseñamos ese programa de investigación y se nos apareció todo el panorama de la convivencia: convivir es vivir con, con otros, son los procesos de la vida en las relaciones con otros. Justo ahí vimos la pertinencia de desarrollar el tema sobre los vínculos afectivos que ya teníamos identificado cómo trabajarlos, y a partir de ahí la psicología comunitaria empezó a llamarse psicología comunitaria de la convivencia, cuyo objeto central era no solamente los procesos de desarrollo integral de la comunidad y el trabajo comunitario, sino también los vínculos afectivos y los procesos de convivencia, y luego empezamos a tematizar ese punto y a desarrollar la investigación específica sobre convivencia, que es la especificidad del enfoque que yo desarrollo.

Juan Gabriel: Desde esta perspectiva que desarrollas: ¿cuál sería el rol del psicólogo comunitario, el eje central de la profesión?

Carlos: Bueno, para mí el psicólogo social –que es una categoría más general porque la psicología social tiene varios campos de aplicación, uno de ellos es la psicología comunitaria– tiene el rol fundamental de dinamizar los procesos de interacción entre las personas: procesos de comunicación, de participación, de organización, de reflexión colectiva o de creatividad, un poco en la línea de lo que sería la recreación;1 el psicólogo social tiene que centrarse en los procesos de interacción que sería el objeto clave de la psicología social.

Ahora, el psicólogo comunitario se convierte entonces en un facilitador de los procesos comunitarios, que serían más para construir el sentido de comunidad entre las personas, desarrollar la experiencia del nosotros, un nosotros construido entre vínculos de solidaridad, ayuda mutua, vínculos afectivos; un sentido del nosotros que técnicamente puede girar alrededor de un proyecto común, o en torno al cual se articula el sentido de comunidad, o sea nosotros somos comunidad y construimos nuestro propio proyecto comunitario. El rol del psicólogo no sería ajeno al objeto de trabajo, al objeto de la intervención que es la comunidad, que un colectivo de personas se vuelva comunidad a través de la construcción de un proyecto en común; ese sería para mí el rol específico. Ahora, un rol más amplio es ser facilitador de procesos grupales, dinamizador de procesos de grupo, mediador entre la población y las instituciones, mediador para que se agencien o se apoyen procesos comunitarios, un educador popular, un recreador, todo eso podría hacer parte del rol del psicólogo comunitario.

Juan Gabriel: ¿Usted cree que la psicología comunitaria en Colombia ha ido avanzando, ha ido presentando desarrollos?

Carlos: Bueno, la psicología comunitaria llegó a Colombia de una manera bastante temprana. La psicología comunitaria oficial empezó a crearse en Estados Unidos en el año 1963, y en 1978 se creó el programa de Psicología con orientación comunitaria de la Universidad del Valle; ahí comenzó directamente a aparecer, a visibilizarse, la psicología comunitaria en Colombia y en la década de los ochenta fue el boom con congresos, eventos académicos y encuentros profesionales alrededor de esta línea. Fue un comienzo interesante, en el sentido de la novedad, sin embargo en Colombia no teníamos gente formada en psicología comunitaria. Por ello se recrea la idea pese a que la psicología tradicional –que es una psicología individualista, descontextualizada y que en ese momento estaban apareciendo los primeros programas de formación en psicología en el país– tuvo mucha resistencia frente a la comunitaria. Por un lado tuvo resistencia, y, por el otro, muchas dificultades para implementarse en la medida que no había gente formada en ella, así que después de ese boom hubo un periodo de poca presencia, poca visibilización de las experiencias de trabajo comunitario, poca producción y mucha oposición. Sin embargo la psicología comunitaria fue avanzando tanto en Estados Unidos como en América Latina, donde es muy importante tener en cuenta los procesos de movilizaciones sociales muy fuertes de la década de los setenta y los ochenta: el movimiento de la educación popular de Paulo Freire y todo el movimiento de educación popular latinoamericano, el movimiento de la teología de la liberación y la presencia en el continente de la obra de Ignacio Martín-Baró que fue un sacerdote jesuita psicólogo que trabajó (y fue asesinado) en Centroamérica y quien desarrolló una psicología de la liberación que recogía toda la corriente de la teología de la liberación. En ese momento tenemos la educación popular, la teología de la liberación y la psicología de la liberación, y también la sociología crítica que era el enfoque de Orlando Fals Borda con la Investigación Acción Participativa (IAP), la cual se convirtió en la alternativa epistemológica y práctica de todas las ciencias sociales, no solo en América Latina sino en el mundo, porque se convirtió en un nuevo paradigma de investigación en ciencias sociales, después de la cual surgieron todas las otras nuevas epistemologías: se empezó hablar de la teoría del caos, de la hermenéutica, de la teoría de la complejidad social, de la psicología crítica, de muchas corrientes, digamos revoluciones epistemológicas, que se presentan como nuevas, como si hubieran descubierto algo; pero para mí, y aunque no la mencionan, la madre de todas ellas fue la IAP de Fals Borda, un aporte colombiano a la transformación de las ciencias sociales en el mundo, que en este momento es claramente reconocido.

Entonces, estábamos en ese momento en que surge la psicología comunitaria norteamericana como un proyecto para superar el modelo de atención individual y de crear modelos de atención comunitaria en salud mental, por lo que centros de salud mental comunitarios aparecen como propuestas para pensar la salud mental en términos comunitarios. Y al lado de esto estaba el movimiento antipsiquiátrico que decía que no se trataba de pensar la salud mental en términos comunitarios sino de entender los problemas comunitarios por fuera de la salud mental, de cuestionar el modelo psicopatológico de interpretación de los problemas sociales, y reconocer que si hay algún tipo de problemática, son cuestiones ideológicas y políticas de la vida cotidiana, de la convivencia, y deben ser tematizados por fuera de la salud mental. Lo que hay es un cuestionamiento muy fuerte del modelo de salud mental, y ahí es donde surge un modelo de psicología comunitaria latinoamericana que rechaza el modelo clínico en salud mental y propone una psicología de la liberación y comunitaria basada en la educación popular, la teología de la liberación y la sociología crítica; es otro enfoque completamente diferente y es el que nosotros estamos desarrollando acá. La psicología comunitaria de la convivencia rechaza el modelo clínico de la disciplina y propone una estrategia crítica y alternativa de entender los problemas de la comunidad.

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