Verdad, historia y posverdad

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Definitivamente estamos frente a un buen ejemplo de laboratorio historiográfico, pues, para Ginzburg, si bien en la historia y las humanidades, a diferencia de las ciencias experimentales, no se pueden realizar las demostraciones en un laboratorio, en el fondo sí se pueden desarrollar experimentos en una suerte de laboratorio historiográfico a través del razonamiento histórico sobre la base de conjeturas y pruebas que permitan hallar la verdad. Esta convicción se relaciona con sus renovadas reflexiones sobre el caso y su relevancia en la investigación, las cuales representan una nueva forma de enfrentar el estudio de lo particular13.

Cabe recordar, de la mano del historiador inglés Peter Burke, que la década de 1970 fue esencial para el desarrollo de la historiografía contemporánea por diversos factores (Aurell, Balmaceda, Burke & Soza, 2013; Burke, 2012). El posmodernismo abandonó el pensamiento único de la modernidad y el progreso; aparecieron un conjunto de epistemologías y metodologías diversas; y se empezó a considerar a la historia desde un punto de vista poliédrico, con el fin de liberarla de moldes académicos o metodológicos clásicos. Ginzburg investiga y escribe la historia dialogando o, más bien, discutiendo con la genealogía del posmodernismo anterior a la década de 1980: el posestructuralismo de Michel Foucault, el deconstruccionismo de Jacques Derrida, la nueva hermenéutica de Paul Ricœur y Michel de Certeau o las derivaciones del giro lingüístico, como es el caso de Hayden White; autores que influyeron en el cambio de la forma de concebir y escribir la historia.

Un diagnóstico que apareció en 1979, obra del historiador inglés Lawrence Stone, anunció la caída de los grandes paradigmas historiográficos (el marxismo, los Annales y la cliometría). La ruptura posmoderna y la crisis de la historia significaron, entre otras cosas, el cuestionamiento del estructuralismo, de la historiografía marxista y de la segunda generación de los Annales con Fernand Braudel, así como el desplazamiento del interés por las estructuras económicas y sociales hacia lo cultural, lo biográfico, el acontecimiento y lo particular. Es en este contexto historiográfico que debemos ubicar la obra del historiador que reseñamos.

En el norte de Italia surgió la microhistoria, la cual se desarrolló hacia 1970 en el marco de un debate político y de un debate cultural más general, sobre la idea de progreso y evolución social uniforme y predecible. Sus defensores fueron alrededor de quince historiadores en torno a la revista Quaderni Storici (véase Levi, 1993; Aguirre Rojas, 2003). Cabe decir que en el Perú no tenemos mucho conocimiento de la vitalidad de la historiografía italiana, salvo por sus más conspicuos representantes, tales como Giovanni Levi o Carlo Ginzburg, quienes nos han visitado y ofrecido importantes conferencias.

La célebre obra de Ginzburg, Il formaggio e i vermi. Il cosmo di un mugnaio del ‘500 (El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI), que salió a luz en Turín, en 1976, y fue traducida a veintitrés lenguas, muestra cómo la investigación sobre un individuo atípico y marginal permite una hipótesis general sobre la cultura campesina de la Europa moderna preindustrial en un periodo marcado por diversos procesos: la invención de la imprenta, que permitió confrontar los libros con la tradición oral; la Reforma, que promovió la audacia para comunicar lo que se pensaba; y la Contrarreforma, que hizo aflorar un sustrato subterráneo de la cultura campesina. El propio título del libro da voz al personaje anónimo, que a partir de allí deja de serlo, Domenico Scandella —alias Menocchio—, sobre el cual se ha estrenado recientemente una película.

Este magnífico libro se conecta con los dos primeros sobre brujería que mencionamos al inicio (véase Serna & Pons, 2000) y juntos constituyen una muestra de cómo estudiar la cultura popular o la historia desde abajo, como la denominó el historiador inglés E.P. Thompson (Sharpe, 1991; véase también Ginzburg, 1984). Justamente, al historiador italiano, al revisar la documentación del Archivo de la Curia Episcopal de Udine, le llamó la atención un expediente que era cuatro o cinco veces más voluminoso que los demás, lo que lo llevó a trabajarlo años después. Pero, también, tiempo después lo hizo objeto de reflexión, y es eso lo que encontramos en el libro Tentativas. El queso y los gusanos: un modelo de historia crítica para el análisis de las culturas subalternas (Ginzburg, 2014b). Cabe decir que Menocchio resulta ser una suerte de humanista popular o campesino, que combina la cultura letrada de las élites con la cultura oral, naturalista y materialista propia del mundo rural.

La microhistoria es, en esencia, una práctica historiográfica con referencias teóricas múltiples y eclécticas que se basa en la reducción de la escala de observación, es decir, supone un análisis microscópico o microanálisis de la realidad que requiere un estudio intensivo del material documental (Levi, 1996b). Se trata de un procedimiento analítico aplicable en cualquier lugar, independientemente de las dimensiones del objeto analizado, que consiste en tomar un punto focal —que puede ser un acontecimiento, un documento, una vida— para comprender la totalidad del escenario social. A partir de allí, desarrolla un tránsito desde el punto focal de atención hacia todo el escenario y, desde el escenario, retorna nuevamente al punto focal de atención. Según Jacques Revel, se trata de un «juego de las escalas» (2005). De esta manera, la observación microscópica permite la visibilidad de elementos antes no vistos o dar significados nuevos a los ya vistos para hacer generalizaciones.

Como señala Levi, la reducción de la escala se usa para entender la historia general y para generar preguntas y respuestas que puedan ser comparables con otros contextos. En este sentido, la microhistoria es diferente a la biografía histórica y a la historia local, con las cuales muchas veces se la confunde. Es más, el término tiene su propia historia de usos y significados, como ha mostrado Ginzburg (2010b). Todo ello posibilita construir una conceptualización más fluida, una clasificación menos perjudicial de lo social y lo cultural; evita las polarizaciones, las tipologías rígidas y la búsqueda de características típicas; y, al mismo tiempo, rechaza las simplificaciones. Cabe señalar que la microhistoria tuvo un gran impacto en Europa y Estados Unidos, pero mucho menos en América Latina.

Ginzburg tiene una capacidad para retomar y repensar los temas que ha tratado antes, para someterlos a examen nuevamente. Microstoria to Sekaishi: Rekishika no Shigoto ni tsuite (Microhistoria e historia universal: sobre la técnica del historiador), editado por Tadao Uemura, en Tokio, en 2016, o Exploring the Boundaries of Microhistory, publicado en Taipei (2017b), reflejan esta vocación. Solo que ahora se enfoca la microhistoria en relación con el debate historiográfico contemporáneo sobre la historia mundial o la historia global.

Otro rasgo de El queso y los gusanos es su preocupación por la narración (Serna & Pons, 2019), que se manifiesta en la manera en que el historiador incorpora al relato los procedimientos de la investigación, las limitaciones documentales, las construcciones interpretativas, los itinerarios de la argumentación; en suma, lo propio del quehacer historiográfico. De esta manera, el lector entra en diálogo y participa en la totalidad del proceso de construcción del razonamiento histórico. Para Ginzburg este libro pretende ser tanto una historia como un escrito histórico y, en este sentido, está dirigido tanto al lector común como al especialista; así, muestra el regreso de la narración, pero desmarcándose de la narrativa positivista. Esta obra dialoga con La herencia inmaterial. La carrera de un exorcista en el Piamonte del siglo XVII, de Giovanni Levi (1996a); El retorno de Martin Guerre, de Natalie Zemon Davis (2008); o La gran matanza de gatos, de Robert Darnton (1985); aunque estos dos últimos tienen una impronta más geertziana (Serna & Pons, 2005, pp. 109-144). Para Cliford Geertz, la cultura es una suerte de tejido de significantes cuyo significado debe ser buscado por una ciencia interpretativa que es la antropología y el método que propone para lograrlo es la «descripción densa». Dicho método guarda grandes similitudes con el método microhistórico por el análisis microscópico, detallado y exhaustivo del objeto de estudio. Asimismo, la obra de Ginzburg, devenida en un clásico de la historiografía, dialoga también con la obra del historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie (1998) sobre la aldea occitana de Montaillou en la Edad Media, solo que desde una antropología muy diferente de la geerziana.

La historia del arte es otro de los campos que surca diestramente Carlo Ginzburg, quien, en Indagini su Piero. Il Battesimo, il ciclo di Arezzo, la Flagellazione di Urbino (Pesquisa sobre Piero. El Bautismo, el ciclo de Arezzo y la Flagelación de Urbino), de 1981, plantea que la atribución de la autoría de una obra artística se puede establecer a partir de la identificación del comitente, es decir, de quien pide o encarga la obra. A partir del análisis de tres obras que atribuye al famoso pintor italiano del Renacimiento, Piero della Francesca, plantea un método que es una contribución a la historia social del arte. Para ello, con gran versatilidad, recurre a la teoría del arte a partir de los trabajos clásicos de Erwin Panofsky y Ernst Gombrich, entre otros.

El libro Miti, emblemi, spie. Morfologia e storia (Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia), aparecido en Turín, en 1986, reúne diversos ensayos. Uno de ellos, de gran importancia, es «Indicios. El paradigma indiciario», en el que Ginzburg plantea el problema de cómo acceder al conocimiento del pasado mediante diversos indicios, signos y síntomas a partir del conocedor de arte Giovanni Morelli, el fundador del psicoanálisis Sigmund Freud y el célebre inspector Sherlock Holmes, personaje de la obra del escritor escocés Arthur Conan Doyle. ¿Qué había en común entre estos tres personajes? Freud era médico, Morelli tenía un diploma en medicina y Conan Doyle había ejercido esa profesión antes de ser literato. La historia y la medicina, para hallar una respuesta al problema que investigan, deben fijarse en los detalles más mínimos. Según Ginzburg, «[e]l historiador es como el médico, que utiliza los cuadros nosográficos para analizar la enfermedad específica de un paciente en particular. Y el conocimiento histórico, como el del médico, es indirecto, indicial y conjetural» (1999, p. 148).

 

El autor no solo establece estrechos diálogos con la medicina sino también con la justicia. Un ejemplo de ello es su libro Il giudice e lo storico. Considerazioni in margine al processo Sofri (El juez y el historiador. Consideraciones al margen del proceso Sofri), publicado en Turín, en 1991, en el que establece las relaciones intrincadas y ambiguas que existen entre la labor del juez y la del historiador a partir del caso judicial que condenó a su amigo, el intelectual de izquierda Adriano Sofri, acusado de terrorismo con pruebas bastante dudosas14. En este sugerente texto, el historiador italiano revisó las reflexiones que autores como Marc Bloch y Lucien Febvre habían llevado a cabo comparando la labor del historiador con la del juez.

Su obra sobre morfología e historia se relaciona con Occhiacci di legno. Nove riflessioni sulla distanza (Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia), libro publicado en Milán, en 1998, y compuesto de nueve ensayos (1998a). Este interesante libro trata sobre las implicancias de la distancia temporal, espacial, moral y cultural; aspectos que generalmente aparecen entrecruzados. En él, el autor reflexiona sobre las potencialidades cognitivas y morales, destructivas y constructivas, de la distancia, del mirar de cerca o de lejos, del extrañamiento o del distanciamiento —no solo como método literario, sino para lograr una aproximación al conocimiento de la realidad—. Aquí ya está delineada la idea del develamiento de las mentiras de la sociedad. A este respecto, es indispensable señalar que en la historiografía en general existe un fuerte eurocentrismo o centrismo estadounidense, lo que no veo reflejado en este autor, pues constantemente pone en tela de juicio su perspectiva y, al mismo tiempo, aborda temas que van más allá de la cultura occidental.

Otro aspecto de la escritura de Ginzburg que se manifiesta en los libros que comentamos es el uso del ensayo. A este respecto, el autor afirma sobre parte de su obra que «se trata, en efecto, de libros constituidos por ensayos históricos, un género que he cultivado mucho en los últimos diez años. El ensayo, a diferencia de la monografía, no pretende ser exhaustivo. Quizás (y este es el parecer de un antiguo estudiante mío, Daniele Pianesani) la forma ensayística permite vivir sin ansiedad la provisionalidad de la investigación. Finalmente, y sobre todo, como mostró espléndidamente su inventor, Montaigne, «el ensayo consiente una gran libertad de movimientos» (Serna & Pons, 2002). Y, precisamente, Ginzburg despliega en sus ensayos esa libertad de movimiento que nos lleva de un argumento a otro, de un autor a otro, de una época a otra, de una disciplina a otra; todo lo cual implica poseer un gran conocimiento y fina erudición.

Y ensayos son también los que componen el libro History, Rhetoric, and Proof. «The Menachem Stern Jerusalem Lectures» (publicado inicialmente en 1999 por University Press of New England), traducido al japonés y cuya versión ampliada en italiano se publicó bajo el título Rapporti di forza. Storia, retorica, prova (Relaciones de fuerza. Historia, retórica, prueba) (2000b)15. Es significativo que este libro fuese dedicado nada menos que a Italo Calvino y a Arnaldo Momigliano, un gran literato y un inmenso historiador. En él, Ginzburg reflexiona sobre el método histórico a través del estudio de un escrito inédito juvenil del filósofo Nietzsche; la retórica de Aristóteles transmitida a Quintiliano y a Lorenzo Valla; la denuncia del colonialismo atribuida por un jesuita a un líder indígena en una revuelta de las Islas Marianas en el siglo XVIII; un espacio en blanco en La educación sentimental, de Gustave Flaubert; o el análisis del cuadro de las Demoiselles d’Avignon, de Pablo Picasso. Cabe decir que estos libros de Ginzburg que comentamos están compuestos por capítulos aparentemente inconexos por la diversidad de temas, épocas, personajes y métodos que abordan. Sin embargo, en realidad se trata de formas diferentes de aproximarse a una misma problemática. Esta es una característica de la historiografía contemporánea: muchos libros están construidos por fragmentos que, unidos, dan potencia a la reflexión sobre un problema16.

El tema de la prueba vuelve en una de sus obras de gran relevancia, Il filo e le tracce. Vero falso finto (El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio), publicada en Milán, en 2006 y traducida a siete lenguas. Como en los anteriores casos, las traducciones reflejan el alcance mundial de este historiador. En esta obra, el autor explora la compleja naturaleza de la prueba y sus posibilidades para combatir el escepticismo posmoderno, el cual tiende a difuminar la distinción entre las narraciones de ficción y las históricas, entre las narraciones falsas y las verdaderas. Para ello, recurre al estudio de la conversión de los judíos de Menorca en 417 y 418, de los caníbales en Brasil, de los chamanes redescubiertos por los europeos o de las brujas de la época moderna. También observa cómo Auerbach lee a Voltaire, el desafío de Stendhal a los historiadores y una nueva lectura de un viejo best-seller. Asimismo, estudia la prehistoria de los protocolos franceses y un libro de Siegfried Kracauer, entre muchos otros temas que muestran las tensiones, los préstamos, las falsificaciones y las hibridaciones que el historiador debe desentrañar para distinguir lo verdadero, lo falso y lo ficticio, parafraseando el título del libro.

En este sentido, es importante señalar cómo su oficio de historiador ha dirigido a Ginzburg a temas relacionados no solo con la búsqueda de la justicia, como vimos en el caso Sofri, sino también con la defensa de los derechos humanos a partir de sus reflexiones sobre la persecución y exterminio de los judíos, y el principio de realidad (2010d)17. Incluso, en enero de 2007, firmó una petición contra un proyecto de ley presentado por el ministro de Justicia, Clemente Mastella, contra el negacionismo. Junto con él firmaron otros destacados historiadores italianos como Paul Ginsborg, Marcello Flores, Sergio Luzzato, Claudio Pavone y Enzo Traverso; ellos argumentaban que la legislación italiana era suficiente para enfrentarse con los actos de negación del Holocausto. Esto llevó a enmendar la ley. Asimismo, Ginzburg ha reflexionado sobre nuestra incapacidad de ponernos en el lugar del otro y nuestra falta de «imaginación moral», a partir de una discusión de la Ilustración sobre si era legítimo matar a un mandarín chino por una fuerte suma de dinero (1998b). Estos son solo dos de sus trabajos directamente vinculados a este tema, que refiero como ejemplos. Sin embargo, esta es una vertiente que recorre gran parte de su obra —desde su estudio de las brujas, los campesinos o los indígenas de la época moderna hasta llegar a los judíos y perseguidos del mundo contemporáneo—.

Pasando al terreno del análisis iconográfico, es interesante la genealogía de una obra que se publicó primero bajo el título de Paura, reverenza, terrore. Rileggere Hobbes oggi, en Parma, en 2008, y que fue traducida al inglés, el alemán, el francés, el catalán y el georgiano. Más adelante, en 2013, apareció en París como Peur révérence terreur. Quatre essais d’iconographie politique, y fue traducida también al portugués. Posteriormente, una traducción al español que incluyó un nuevo ensayo se editó en México, en 2014, como Miedo, reverencia, terror. Cinco ensayos de iconografía política (2014a). La versión italiana —Paura, reverenza, terrore. Cinque saggi di iconografia politica— apareció en Milán, en 2015, y la versión en inglés —Fear, Reverence, Terror. Five Essays in Political Iconography— es de 2017. Utilizando las fórmulas de pathos y de «inversión energética» del historiador del arte Aby Warburg, el autor analiza cinco casos de iconografía política: el diseño de la portada del Leviatán, del filósofo inglés Thomas Hobbes; un detalle del célebre cuadro Guernica, del artista español Pablo Picasso; una copa de plata dorada con escenas del Nuevo Mundo confeccionada alrededor de 1530; el famoso cuadro Marat, del pintor Jean Louis David; y el manifiesto de Lord Kitchener. Ginzburg estudia cómo estas representaciones reflejan el uso político de las imágenes, que oscila en el péndulo entre la reverencia y el miedo o el terror.

La literatura es otro de los mares que navega Carlo Ginzburg y uno de los libros en el que esta característica de su obra queda muy bien representada es No Island is an Island. Four Glances at English Literature in a World Perspective, aparecido en Nueva York, en el año 2000, y traducido a cinco lenguas. En un diálogo que sostuvo con Justo Serna y Anaclet Pons, Ginzburg comentó lo siguiente:

El oficio que he aprendido es el de historiador. Es un oficio que me complace porque me permite moverme en muchas direcciones. Hay historiadores que conciben su disciplina como si esta fuera una fortaleza en la que refugiarse; hay otros que la consideran (o al menos la consideraban) como si de un imperio se tratara, como un imperio cuyos confines fuera necesario extender. Para mí, por el contrario, es un puerto de mar, un lugar del que se parte y al que se regresa, un lugar que permite encontrar gentes, objetos y variadas formas de saber (Serna & Pons, 2002, p. 94).

Y es precisamente esa concepción del saber y esa capacidad para transitar libremente por los caminos del conocimiento lo que le permite abordar una diversidad de objetos de estudio y de seres humanos de diferentes tiempos y culturas y, finalmente, ser un humanista en todo el sentido del término, desde la acepción más clásica hasta la más actual.

A todo lo expuesto anteriormente, hay que agregar que Ginzburg ha publicado numerosos artículos en revistas de gran prestigio internacional en las que tiene lugar el debate historiográfico —como Past and Present, Annales y Quaderni storici, que representan las principales revistas en Inglaterra, Francia e Italia, respectivamente18—. Finalmente, quería citar un artículo titulado «Ethnophilologie. Deux études de cas (Etnofilología. Dos análisis de casos)» (2017a), en el que estudia al Inca Garcilaso de la Vega y al médico galo John David Rhys, asentado en Siena. Ambos tienen en común el hecho de estudiar su lengua materna marginada, pero el caso del mestizo es de carácter excepcional normal. Quería cerrar con este ejemplo porque la obra de Ginzburg nos ofrece una variada gama de herramientas analíticas, métodos y experimentaciones que podemos aplicar en el Perú a nuestros propios objetos de estudio.

Habría mucho más que decir sobre el gran aporte de Carlo Ginzburg a la historia, las humanidades y las ciencias sociales en general. Su obra representa una rica fuente de inspiración para nuestra universidad por su muy fina erudición, su acusada creatividad para plantear temas teóricos y metodológicos, su capacidad para sorprenderse y sorprendernos revelando aspectos inadvertidos, su originalidad en el tratamiento de los temas de reflexión, así como por sus dotes de investigador apasionado y escritor incansable. Asimismo, su obra nos inspira por su búsqueda de la verdad y las diferencias que establece con lo ficticio y lo falso, su implícito cuestionamiento del eurocentrismo o el centrismo estadounidense, su apuesta por lo que podríamos llamar la «historia desde abajo» y por la defensa de los derechos humanos. Asimismo, debemos resaltar su aproximación interdisciplinaria a los problemas históricos a través del empleo conjunto de la antropología, la crítica literaria, el arte, la filosofía, el psicoanálisis, entre otros campos. Por todo ello, nuestra comunidad universitaria se siente muy honrada por el hecho de que haya aceptado que le otorguemos el Doctorado Honoris Causa.

Referencias

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