Loe raamatut: «No lo hagas»

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ISBN: 978-84-1114-331-8

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PRÓLOGO

Abro la puerta del cuarto de dominación y una sonrisa pícara de satisfacción se dibuja en mi cara al ver a Bianca, la esclava que me ha sido asignada esta noche.

Atada de brazos y piernas, mira sumisa al suelo. Sin levantar la vista al oír cómo me acerco a ella.

—Mírame —ordeno con voz firme.

Poco a poco levanta su mirada y clava sus preciosos ojos verdes en mí.

—¿Sabes qué te voy a hacer? —pregunto mientras me acerco a la estantería de los cinturones de castigo.

—No, amo —contesta en voz baja.

—Mejor…, porque te voy a hacer daño, mucho daño —digo con una sonrisa malévola dibujada en mi boca.

Cojo uno de los cinturones de cuero que hay en el colgador y me dirijo sigiloso a la cruz de San Andrés, donde permanece expectante.

—Te voy a azotar diez veces… Ese va a ser el primer castigo —murmuro.

Le recorro con las palmas de las manos su precioso y desnudo trasero y siento que un estremecimiento recorre todo mi cuerpo. Inspiro hondo saboreando este momento. Excitado y deseando llenarla de marcas. Cojo con fuerza el cinturón y la azoto en ambas nalgas con todas mis fuerzas.

Bianca apenas emite un leve gemido. La golpeo otra vez, y otra. Se estremece. Veo las marcas en su trasero y eso todavía hace que me excite más. Vuelvo a golpearla. Y llega el décimo.

—Diez —mascullo entre dientes—. Muy bien, esclava.

Suelto el cinturón y respiro tan profundo que puedo apreciar el suave olor que desprenden las velas. Contemplo con detenimiento una de ellas. Dejando que el movimiento de la llama me hechice.

Me acerco y cojo una vela de color rojo… Huele a frambuesa.

Bianca continúa sin levantar la vista. Ajena a mis movimientos.

—¿Preparada para recibir un nuevo castigo? —pregunto mientras me vuelvo a acercar a ella. Cojo la vela y paso su llama lentamente por su brazo derecho.

—Sí, amo —dice con la voz entrecortada.

Es tal el grito que emite que hace que me despierte.

Mierda, estaba soñando. Era un sueño tan nítido en el que he podido revivir a la perfección lo que hice en el club la otra noche.

Me incorporo en la cama y veo que Alma, mi reciente y preciosa esposa, duerme plácidamente a mi lado.

Miro el reloj y veo que no son ni las seis de la mañana. En media hora sonará el despertador para avisarme de que he de incorporarme un día más a mi puesto como cardiólogo jefe en el hospital Virgen del Rocío.

Ya quedan pocas semanas para que nos traslademos a Los Ángeles. Me han ofrecido un puesto como jefe de Cardiología en el Cedars-Sinai Medical Center.

Miro a mi inocente y preciosa esposa y suspiro. Espero que allí no tenga la oportunidad de sacar la perversión que llevo dentro. Espero que esta adicción al sadomasoquismo se quede en Sevilla. Igual que se queda el resto de mi vida.

Solo espero poder ser feliz con la mujer que quiero y no necesitar nada más de toda esa mierda.

Sí, eso haré. Hacer feliz y tener hijos con la mujer de mi vida mientras comenzamos una nueva vida lejos de aquí. Lejos del templo del placer. Lejos de la tentación de sacar el monstruo que llevo dentro. Solo estando lejos de todo ese mundo lograré que mi reciente y perfecto matrimonio no se vaya al traste.

CAPÍTULO 1

Una semana, tan solo una semana me queda para abandonar mi querida Sevilla. Álvaro, mi marido, ha sido contratado por uno de los mejores hospitales del mundo. Era una oferta que no podía rechazar. Yo, por mi parte, he estudiado Bellas Artes, y en Los Ángeles hay muchos museos y muchas salas de arte en las que podré dejar mi currículum.

Estos días son de locos y, aunque hemos contratado una agencia que se ha encargado de encontrarnos casa y coche allí, son muchas las cosas que he de preparar.

Ver a mis padres es todo un drama. Llora una y llora el otro. Como si no me fueran a ver más en toda la vida.

Entre unas cosas y otras la semana pasa volando y, cuando nos queremos dar cuenta, estamos en un avión rumbo a Los Ángeles.

—¿Nerviosa? —me pregunta mi atento marido cuando llevamos un rato de vuelo.

—Emocionada, más bien.

—Va a salir todo muy bien —dice besando mi mano—. Seremos muy felices, te lo prometo.

Sonrío y beso sus labios.

—Lo sé…

Una de las ventajas de viajar en primera clase es la comodidad y el espacio que hay entre los asientos. Entre el cansancio acumulado y los nervios que he pasado estos días, estoy muerta de sueño… Han sido días muy intensos, y estoy realmente agotada, me acurruco en el cómodo asiento de piel y me rindo al sueño.

Tras dormir durante unas pocas horas, me despierto y veo cómo Álvaro lee en su tablet.

—¿Ya te has despertado, dormilona? —pregunta.

—Sí —contesto, desperezándome—. ¿Cuánto falta para llegar?

—Cuatro horas —dice mirado la hoja de ruta que hay delante.

La azafata nos ofrece algo de beber. Álvaro pide un café con leche y yo un zumo de naranja que me sabe a gloria después del pedazo de sueño que me he metido.

Pasan las horas e iniciamos la aproximación a Los Ángeles. La ciudad se ve majestuosa y enorme desde el aire.

Aterrizamos y vamos a la terminal de llegadas y miro a la persona que nos está esperando con una pancarta con el apellido Revilla.

—¿Señor y señora Revilla? —pregunta un hombre trajeado con pinta de chófer.

—Sí, somos nosotros.

—Bienvenidos a Los Ángeles. Mi nombre es Alexander y me mandan de la agencia. Soy el encargado de llevarlos a su nuevo hogar.

Seguimos al hombre rubio y de más de dos metros y salimos de la terminal.

Un Audi Q7 negro y reluciente nos espera en el parking. El chófer nos coge las maletas y las carga en el maletero. Nos montamos en la parte de atrás y le vemos poner el GPS. Nuestra nueva dirección aparece en la hoja de ruta.

El camino se hace largo, pero nuestro acompañante permanece en silencio. Ambos vamos mirando por las ventanillas esta enorme ciudad. Es realmente impresionante.

Nos dirigimos al distrito de Hollywood Hills, cerca de las colinas donde se encuentra el famoso letrero de Hollywood.

Llegamos a una casa, es la nuestra, la he reconocido por las fotografías que enviaron desde la agencia. Es preciosa, tal y como aparecía en las fotos.

Un pequeño jardín delantero da paso al bonito portón de madera maciza.

El chófer nos deja las cosas en la puerta y, tras despedirse de forma muy educada, se va dejándonos solos.

Entramos y la casa me deja sin palabras: es más bonita que en las fotos todavía.

Un vestíbulo blanco da paso a un enorme salón todo decorado en gris y blanco. La pared del fondo es de cristal y da al enorme jardín de la parte de atrás. A la derecha un enorme sofá de piel blanco. Y, justo delante, una enorme pantalla de televisión. Casi tamaño de cine.

Lo miro todo sin articular palabra.

—¿Te gusta? —pregunta Álvaro mientras me abraza con fuerza.

—¿En serio el hospital nos va a pagar esta casa? —pregunto.

—Nos la va a pagar el primer año… Luego ya nos tendremos que encargar nosotros.

—Madre mía, es alucinante. —Salto a sus brazos.

Llegamos a la cocina con los muebles en madera color chocolate y la encimera de color crema.

Y así, completamente alucinada, vamos viendo cada estancia de la casa. El enorme dormitorio principal y un par de habitaciones de invitados.

Salimos al jardín trasero y una piscina con una pequeña cascada nos recibe con el agua limpia y brillante.

Es una casa de película. Sin lugar a dudas, estos americanos lo hacen todo a lo grande.

Deshacemos el equipaje y pedimos comida china para cenar a través de Internet.

Mientras cenamos, pienso en la suerte que tengo.

Tengo un marido perfecto y voy a vivir el sueño americano en una casa increíble.

La felicidad que siento es tan grande que no se puede explicar.

CAPÍTULO 2

Los primeros días son de toma de contacto con mi nueva vida. Ya voy conociendo los comercios cercanos a la urbanización. Conozco de vista a mis nuevos vecinos y ya he empezado a repartir mis hojas de recomendación por todas las galerías y salas de arte.

Álvaro está más cariñoso y atento que nunca. Hacemos el amor todas las noches. Antes, en Sevilla, siempre estaba muy cansado y estresado y el sexo era más bien escaso…, que no es que sea lo más importante para mí, pero me alegra verlo tan activo de repente.

Cuando ya llevamos cerca de un mes instalados, yo ya estoy completamente acoplada a mi nueva vida.

—Tenemos una fiesta este viernes —dice Álvaro mientras cenamos en la terraza trasera—. Todos los veranos antes de las vacaciones los médicos jefes de planta y el director cenan junto a sus respectivas parejas.

—¿Tengo que ir yo? —pregunto con curiosidad.

—Junto a sus parejas… —repite con una sonrisa divertida dibujada en su cara.

—Pero no conozco a nadie…

—Me conoces a mí. —Me guiña el ojo.

De pronto, mi marido es más divertido y locuaz que nunca.

—De acuerdo, intentaré estar a la altura de las demás esposas.

—Sin duda, las dejarás a la altura del betún.

Su respuesta me hace reír.

—Estás más tonto…

Cuando me quiero dar cuenta ha llegado el día de la cena. He ido a la peluquería. Al centro de belleza. Me he comprado un vestido y Álvaro dice que voy a estar deslumbrante.

Un Mercedes negro nos recoge en casa.

El chófer se presenta como Mike. Miro por la ventanilla y suspiro nerviosa.

—Estás increíble —me dice, cogiendo mi mano.

Le devuelvo la sonrisa y me contemplo a través del cristal. La verdad es que estoy muy guapa: vestido corto negro palabra de honor, moño alto, tacones de infarto, bolso de mano y un maquillaje exquisito.

Llegamos al Sutton Place Hotel. Un hotel de cinco estrellas. Realmente precioso.

—Vas a ser la mujer más preciosa de la fiesta —me dice mientras entramos.

—¿Solo de la fiesta? —bromeo.

Se empieza a reír mientras me coge por la cintura.

—Y del mundo entero…

—Zalamero…

Entramos en una sala y todos se vuelven a mirarnos con curiosidad. Qué vergüenza siento en estos momentos, por Dios.

Uno a uno me presenta a los otros jefes de especialidad y sus respectivas parejas. Veo que hay bastante desigualdad: siete hombres jefes por solo dos mujeres.

Llega el turno de conocer al director del hospital: Evan James. Álvaro ha empezado a nombrarlo mucho. Se ve que han empezado a congeniar bastante.

Lo vemos de espaldas hablando con alguien, y ya me sorprende su altura y su porte.

—Evan —lo llama, intentando captar su atención.

Al darse la vuelta me quedo sin palabras. Es joven, realmente joven para ser director de un hospital de tal prestigio. Y guapo, muy, muy guapo. Castaño y con unos preciosos ojos verdes.

—Hombre, Álvaro, ya has llegado. —Le da la mano.

—Te presento a Alma, mi esposa.

Me mira y lo hace de tal manera que logra intimidarme.

—Qué nombre tan bonito —dice al traducirlo al inglés—. Es un placer conocerte, Alma.

—Lo mismo digo —contesto con un hilo de voz.

Nos sentamos en su mesa y noto que no para de mirarme. Me pone nerviosa la manera que tiene de mirarme. He de admitir que es un hombre muy guapo.

Empieza la exquisita cena. Pero de pronto no tengo ni hambre con esos ojos verdes mirándome todo el rato.

Álvaro está de conversación con unos y otros y no se entera. Mejor…

De repente siento ganas de ir al baño. Lo digo mientras me levanto de la mesa. Un camarero amablemente me indica el camino.

Me miro en el espejo del espectacular baño y me retoco los labios. Cuando salgo me quedo sin palabras. Evan está esperando en la pared de enfrente.

—No lo entiendo —dice, cuando me ve salir.

—¿Perdón? —pregunto, confundida.

—No entiendo la necesidad viéndote…

Con la boca abierta y sin saber a qué viene eso, se da media vuelta y me deja plantada en medio del pasillo.

No entiendo sus palabras, pero he bebido vino y champán e igual no las he entendido bien.

Vuelvo a la mesa y veo que actúa como si nada. Eso hago yo también.

Acabada la cena, nos despedimos de todos.

—Hasta pronto —dice Evan al darme su mano.

—Sí, hasta pronto —digo yo, sintiendo su calor y retirando mi mano rápidamente.

De nuevo el mismo chófer nos lleva de regreso a casa. Yo no sé si es el vino, si es que ya hace unos días que Álvaro está muy ocupado y cansado o… Evan, pero estoy como una perra en celo.

Me desnudo y me paseo desnuda delante de mi marido.

—Quiero jugar… —susurro con voz sexi.

—Estoy muerto, cariño —dice metiéndose en la cama—. Mañana…

Y así, compuesta y sin polvo, me quedo viendo cómo mi marido empieza a roncar suavemente.

CAPÍTULO 3

Me han llamado de una galería. No me lo puedo creer. Voy a trabajar en una de las galerías de arte más prestigiosas de Los Ángeles.

Comenzaba a volverme loca todo el día sin hacer nada. Por mucho que me haya apuntado al gimnasio, salga a correr y vaya de tiendas, Álvaro pasa cada vez más tiempo fuera de casa, y yo cada vez me siento más sola.

Dice que son días de mucho trabajo en el hospital, hay mucho personal de vacaciones y los médicos disponibles deben cubrir a sus compañeros, pero mucho me temo que ya ha cogido el ritmo que llevaba en Sevilla…

—Ha sido Evan, mi jefe —dice mientras se viste y yo lo contemplo desde la cama.

—¿Lo de la galería? —pregunto.

—Sí, me preguntó a qué te dedicabas y se lo comenté. Le dije que no te habían llamado de ninguna cosa de lo tuyo y él tiene contactos en todas partes.

Una parte de mí se siente decepcionada: pensaba que me habían llamado por mis capacidades…, pero otra parte de mí se siente halagada de que el guapísimo jefe de mi marido se haya tomado tantas molestias conmigo.

—¿En serio? —pregunto—. Pues, dale las gracias de mi parte.

—Lo haré, amor —dice mientras me da un beso en la frente.

Lo veo salir de la habitación. Me vuelvo a tumbar en la cama; no son ni las siete de la mañana y hasta las diez no he de ir a la galería para firmar el contrato.

Antes de las ocho me levanto. Estoy nerviosa y no puedo dormir. Voy a empezar a trabajar. Y lo voy a hacer en un sitio increíble. La felicidad que siento es tan grande que no se puede explicar.

Me ducho, me hago la manicura, la pedicura, me seco el pelo con esmero y salgo a la cocina para desayunar. Con los nervios no tengo nada de hambre, así que solo tomo algo de fruta y un té.

Entro en el vestidor y miro qué puedo ponerme. Al final me decido por una falda de tubo negra y una blusa sin mangas blanca. Me maquillo lo justo, no quiero que parezca que voy a una fiesta.

Me miro al espejo y me gusta lo que veo. Sin duda, voy perfecta para trabajar.

Salgo de casa y cojo un taxi que me lleva al The Getty Center. El sitio que va a ser mi nuevo hogar de nueve de la mañana a cinco de la tarde.

Cuando llego y veo la fachada, una emoción recorre mi espina dorsal, me encanta.

Entro y pregunto por la señorita Brenda Walls.

—Tú debes de ser Alma —dice una joven pelirroja de piernas interminables—. Vaya, eres muy guapa. ¿Son así todas las mujeres en España?

—Bueno… —Sonrío, avergonzada ante su cumplido—. Hay de todo…

Me da la mano y nos dirigimos a su despacho. Una vez firmada toda la documentación, salimos y me enseña la galería. Yo no puedo estar más emocionada.

Es justo en ese momento cuando Evan James acude a mi mente. ¿Por qué se ha tomado tantas molestias conmigo? ¿De qué conocerá a la pelirroja increíblemente sexi?

Cuando salgo de la galería llamo a Álvaro para contarle cómo ha ido todo.

Me contesta y noto que tiene mucho trabajo por la manera de hablarme.

—Me alegro mucho, cariño —dice—. Ya hablamos en casa… Por cierto, llegaré tarde.

Cuelgo y suspiro resignada. Otra noche que me toca cenar sola… para variar.

Los primeros días en el trabajo pasan volando. He de admitir que me llevo muy bien con todos mis compañeros.

Muchas mañanas salimos a tomar un café al bar de la esquina. Un día salimos solas Brenda y yo. Y ya tengo la suficiente confianza para preguntarle sobre Evan.

—¿De qué conoces a Evan James? —pregunto mientras pego un sorbo a mi café con leche.

—¿A Evan? —pregunta con una sonrisa pícara—. ¿Tú de qué crees que lo conozco?

Me armo de valor y digo lo que ya hace días que intuía.

—¿Te has acostado con él?

Empieza a reír de manera tan escandalosa que miro avergonzada alrededor, por si alguien nos mira. Afortunadamente, cada uno va a la suya.

—No, querida, lo que he hecho con Evan es mucho más que acostarme con él.

—¿Qué quieres decir? —pregunto con curiosidad.

—Evan es un dios del sexo… Ni te imaginas lo qué sabe hacer.

Sus palabras hacen que me remueva en mi silla. Lo que me faltaba por saber: guapo a rabiar, con poder y carisma y, encima, folla de maravilla.

Suspiro al recordar que hace casi dos semanas que Álvaro y yo no tenemos relaciones.

—Verás… Evan es…, cómo decirlo…, peculiar en el sexo —dice en voz baja.

No sé qué contestar a eso.

—Es tarde —dice mirando el reloj—. A trabajar, española de mi vida.

Volvemos a la galería y yo no me puedo concentrar en el papeleo que tengo pendiente.

Las palabras de Brenda sobre Evan retumban en mi mente sin cesar.

Cuando logro concentrarme, termino mi trabajo y miro el reloj: son las cuatro y media. En media hora saldré. Y de hoy no pasa que Álvaro me la meta. Necesito sexo ya. Voy a comprar algo especial para cenar. Una buena botella de vino. Un conjunto negro de lencería fina. Y le voy a esperar así. En ropa interior. Y con dos copas de vino metidas en mi cuerpo para desinhibirme.

Llego a casa y comienzo el ritual. Me ducho, me pongo la ropa interior que he comprado y abro una botella de vino tinto. Cojo el móvil y le mando un mensaje.

«No tardes… Te espera una sorpresa».>

El mensaje de contestación tarda unos minutos en llegar.

«Lo siento, cariño. Tengo una intervención de urgencia. Llegaré tarde. Te lo compensaré. Te quiero».

Leo resignada el mensaje.

Nada, no hay manera de coincidir para cenar, para hablar, y para hacer el amor… menos todavía.

Me pongo el pijama y guardo la botella de vino.

Triste y en un silencio que solo rompe la televisión de la cocina, ceno sola una vez más.

CAPÍTULO 4

El ruido insistente del timbre de la puerta me despierta. Me levanto desorientada. Miro el reloj y veo que son más de las dos de la madrugada. Y Álvaro sigue sin llegar. ¿Se habrá dejado las llaves en el hospital?

Salgo a la puerta y, al mirar por la mirilla, me quedo sin respiración.

Un par de hombres vestidos con traje y con cara de pocos amigos esperan a que abra la puerta.

—¿En qué puedo ayudarles? —digo antes de abrir la puerta.

—¿Es usted la mujer de Álvaro Revilla?

—Sí, soy yo —contesto y ya me temo lo peor.

—Somos inspectores del Departamento de Policía de Los Ángeles. Abra la puerta, tenemos que hablar con usted.

Abro la puerta con manos temblorosas.

—¿Podemos pasar? —pregunta el más bajito en tono amable.

—Claro, pasen al salón, por favor…

Nos sentamos en el sofá y ambos se miran antes de que el más alto comience a hablar.

—Verá, señora Revilla… Su esposo ha sufrido… —Hace una mueca con la boca—. Ha sufrido, digamos, un accidente.

Mi respiración se detiene. El mundo deja de girar y yo pienso que me voy a desmayar de un momento a otro.

—¿Un accidente? ¿De coche? ¿Se encuentra bien? —Las preguntas salen atropelladamente de mi boca.

—Por favor, debe tranquilizarse…

—¡Dios mío, díganme qué le ha pasado a mi marido! —exijo levantando el tono de voz.

—Mire… Su marido ha tenido un accidente, pero no de coche. Su marido ha sido encontrado muerto en un club liberal muy conocido que hay a las afueras de Los Ángeles: The Black Moon.

Escucho y lo hago como si no fuera conmigo la conversación. ¿De qué narices están hablando? Sin duda, se han equivocado de persona.

—¿Un club liberal? Mucho me temo que ha habido un error, mi marido está operando de urgencia en el hospital.

Me miran y puedo ver en sus ojos lo qué están pensando: «Pobre esposa ignorante que no sabe lo que hace su marido». Pero no es cierto, conozco a Álvaro perfectamente. Sé que no sería capaz de engañarme.

—Señora Revilla…, debe acompañarnos para identificar el cadáver.

—No, no y no –niego mientras me levanto y comienzo a dar vueltas sin sentido por el salón—. No voy a ir a ningún sitio, voy a esperar a que mi marido regre…

—Su marido está en el depósito de cadáveres —me corta el más bajito—. Lo lamentamos, pero es él seguro…, llevaba encima su documentación.

Escucho sus palabras y de pronto no logro sentir nada. Me visto como un robot y salgo de nuevo al salón. Nos montamos en un Ford negro que conduce el alto y vamos rumbo al depósito. Rumbo a reconocer a alguien a quien ya no sé si conozco…, a alguien que, de ser cierto dónde estaba, no sé si he llegado a conocer alguna vez.

Cuando llegamos, un edificio blanco y gris me espera ante mis ojos. Los pasillos son largos y tenebrosos, solo se oye el retumbar de nuestros pasos.

Llegamos a una sala y abren la puerta. Dentro, tres hombres con bata blanca se giran al oírnos llegar.

—Es la señora Revilla —dice el alto.

Uno de ellos se acerca a darme la mano.

—Soy el doctor Miller, forense del depósito, lo lamento mucho, de verdad —dice mientras estrecha mi mano.

Yo solo puedo mirarlo, sin poder articular palabra alguna.

—¿Preparada? —pregunta antes de retirar la sábana blanca que cubre un cuerpo.

Asiento con la cabeza.

Cuando destapa el cuerpo, solo un grito estremecedor sale de mi boca.

Y ya no recuerdo nada más…

CAPÍTULO 5

Abro los ojos sin saber bien dónde estoy. Entonces las brillantes luces del depósito me traen de vuelta a la realidad.

Álvaro está muerto. Álvaro ya no va a regresar nunca más…

—¿Se encuentra bien? –pregunta uno de los médicos y me trae un vaso de agua—. Es normal que haya sufrido un shock.

Me reincorporo de la camilla en la que estaba tumbada y acepto el vaso de agua.

—La vamos a llevar a casa, debe descansar. Mañana será un día largo —dice uno de los inspectores.

Una vez en casa me tumbo y, aunque estoy sumamente triste y dolida, ni una sola lágrima sale de mis ojos. No… Estoy triste, pero todavía estoy más enfadada y decepcionada de no saber con quién estaba casada.

La mañana siguiente es de locos. Tengo que avisar a mi familia y a la familia de Álvaro.

Se pospone la incineración del cuerpo tres días hasta que haya podido llegar todo el mundo. Mientras, lo mantienen en el depósito.

La policía me explica con todo detalle el informe que hay de su muerte. Se ahogó con una bolsa de plástico para lograr un orgasmo más intenso mientras se masturbaba.

La repulsa que siento hace que esté varias veces a punto de vomitar. Muerte accidental por falta de aire al meter la cabeza dentro de una bolsa. Así de lamentable ha sido su muerte.

Por la tarde, tras una mañana de no parar entre policía y elegir todo lo referente al sepelio, me tumbo en el sofá muerta de cansancio.

Mañana llegan todos desde España… No sé cómo gestionar mis sentimientos con ellos. Solo deseo que todo pase y que sus padres se lleven la urna con sus cenizas para que descanse en el panteón familiar en Sevilla. Esa era su voluntad…

Yo he decidido quedarme unos meses en Los Ángeles. La casa está pagada un año. Me encanta mi trabajo y no quiero tener a toda la familia encima todo el día. Necesito estar sola.

No parecen entender mi decisión, pero después de lo que estoy viviendo me importa una mierda lo que opine la gente. Incluida la familia.

Llega el día del funeral. Mis suegros y mi cuñado están destrozados. Mis padres y amigos que han podido venir desde Sevilla. Compañeros del hospital y Evan. Sí, él también viene y se le ve muy afectado.

—Lo lamento mucho —dice estrechando mi mano—. Lo he llegado a apreciar mucho en este tiempo.

—Lo sé —me limito a contestar—. Gracias por venir.

Asiente con la cabeza y se aparta para que me salude otro compañero del hospital.

El día se hace interminable. Ya estamos todos en casa. Mis familiares se vuelven a España mañana. Mis suegros deben esperar al día siguiente para recoger las cenizas.

Una vez se han ido todos, me siento terriblemente sola, pero en paz.

Tras dos semanas en las que no hago más que dormir y estar en el sofá, decido que es hora de volver al trabajo. Eso me ayudará a distraerme.

Brenda me abraza con fuerza en cuanto entro por la puerta.

—Bienvenida de nuevo —dice mientras me estrecha entre sus brazos—. De verdad que no era necesario que te reincorporaras tan pronto.

—Lo sé, y te lo agradezco, pero necesito trabajar y distraerme.

—Cómo tú quieras… Aquí nos tienes para lo que necesites.

Cuando llego a casa tras la jornada en la galería, me invade la curiosidad. Necesito ver el sitio al que mi marido acudía varias veces por semana para satisfacer sus depravaciones más íntimas.

Abro el portátil y tecleo su nombre. Un montón de imágenes de un lugar más que sugerente aparecen en la pantalla. Salas de dominación. De orgías. Todo un completo de un sexo depravado totalmente desconocido para mí.

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