Doce hábitos para un matrimonio saludable

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Doce hábitos para un matrimonio saludable
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RICHARD P. FITZGIBBONS

DOCE HÁBITOS PARA UN MATRIMONIO SALUDABLE

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Habits for a Healthy Marriage

© 2019 by Ignatius Press, un sello de Guadalupe Associates, INC.

© 2020 de la versión española traducida por GLORIA ESTEBAN

by EDICIONES RIALP S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 MADRID

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5318-1

ISBN (edición digital): 978-84-321-5319-8

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A san Juan Pablo II,

con mi agradecimiento por su espléndida

enseñanza sobre el matrimonio.

Y a mi querida esposa Adele,

a nuestras maravillosas hijas,

a mis padres, John y Margaret,

y a los padres de mi mujer, John y Marie.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN

1. EL PERDÓN MODERA LA IRA

2. LA GENEROSIDAD VENCE AL EGOÍSMO

3. EL RESPETO FRENA EL AFÁN DE CONTROL

4. LA RESPONSABILIDAD REDUCE LA DISTANCIA EMOCIONAL

5. LA CONFIANZA CALMA LA ANSIEDAD

6. LA ESPERANZA MITIGA LA TRISTEZA Y LA SOLEDAD

7. LA GRATITUD GENERA CONFIANZA

8. LA PRUDENCIA MEJORA LA COMUNICACIÓN

9. LA TEMPLANZA FRENA LAS COMPULSIONES Y LA INFIDELIDAD

10. LA JUSTICIA PREVIENE EL DIVORCIO

11. LA LEALTAD REDUCE LA RETICENCIA AL MATRIMONIO

12. LA HUMILDAD FOMENTA EL AUTOCONOCIMIENTO

NOTAS

AUTOR

INTRODUCCIÓN

Por qué otro libro más sobre el matrimonio

Doce hábitos para un matrimonio saludable viene a colmar el intenso deseo que llevo años sintiendo de ofrecer a las parejas un libro capaz de mejorar su matrimonio. Su objetivo es ayudar a las parejas a detectar y resolver los principales conflictos que minan su relación, presentando una visión del matrimonio hondamente católica, esencial para reforzar el amor matrimonial.

A lo largo de mis cuarenta años de ejercicio de la psiquiatría he tratado a cientos de parejas, familias y jóvenes, y mi experiencia profesional me ha demostrado que los esposos pueden proteger su matrimonio —y fortalecer su amor— desvelando y gestionando sus respectivas debilidades emocionales que contribuyen a generar conflictos en su relación. Tanto si tienes novio como si te has casado hace poco, o si ya llevas años casado, las estrategias para la resolución de conflictos —los hábitos de un matrimonio saludable— que ofrece este libro te ayudarán a proteger tu relación de las tormentas emocionales que desencadenan disputas y desconfianza y, en ocasiones, la separación y el divorcio.

La naturaleza del matrimonio

Existen dos visiones del matrimonio claramente diferenciadas: el antiguo modelo institucional, identificado con la visión judeocristiana tradicional del matrimonio, y el nuevo modelo del «alma gemela»[1], que predomina hoy día. En este, el compromiso matrimonial no se centra en el bien de la propia familia, sino en lograr la realización personal gracias a una relación de pareja emocionalmente satisfactoria. En la visión judeocristiana, por el contrario, se trata de una unión sagrada e indisoluble del esposo y la esposa con el objetivo compartido de acrecentar el amor mutuo, educar a los hijos y ayudarse mutuamente a alcanzar la vida eterna en Dios. El interés de los esposos no consiste en autorrealizarse gracias a lo que la psicología moderna considera una relación satisfactoria, sino en procurar ante todo convertirse en Cristo el uno para el otro.

Para lograrlo, los esposos deben intentar día a día crecer en su capacidad de amar como ama Dios, lo cual exige un desarrollo personal constante. Este crecimiento de la persona implica conocer las propias debilidades, pedir perdón y perdonar, y cultivar la virtud: en definitiva, los hábitos de una buena conducta. Por exigente que pueda parecer, esta visión del matrimonio es el camino que lleva a la auténtica realización personal.

Los esposos casados por la Iglesia cuentan con la fuerza para amar como ama Cristo gracias al sacramento del matrimonio, reforzado por los sacramentos de la reconciliación y la Eucaristía. Para un católico el matrimonio no es una institución meramente humana, sino establecida por Dios, quien creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza y llama a las parejas casadas a reflejar ese amor divino inquebrantable con una fidelidad mutua y permanente. El reto es inmenso, pero la buena noticia es que, cuando el Señor llama, concede la gracia para responder a esa llamada. Todo lo que tiene que hacer la pareja es recibir esa gracia.

Las causas de los conflictos matrimoniales y su sanación

Para ello, las parejas deben empezar por conocer las debilidades personales que afectan negativamente a su capacidad de amar y que tienen una doble causa. La primera es el progenitor que más daño y mayor decepción ha provocado en cada esposo, que por lo general es el padre. La amargura, la ira, la desconfianza y la inseguridad derivadas de ello (lo que llamamos «bagaje») se aportan inconscientemente al matrimonio. Mis observaciones clínicas de este fenómeno cuentan con el respaldo de las investigaciones que demuestran que cerca de un 70 % de los desórdenes psicológicos de un adulto son una extensión de los desórdenes juveniles[2]. La otra causa de los conflictos conyugales se encuentra en las heridas y el choque de personalidades que se producen en el matrimonio. Ambas causas contribuyen al desarrollo de la ira, el egoísmo, las conductas controladoras y la distancia emocional.

Crecer en el conocimiento propio con el fin de identificar los conflictos matrimoniales y sus causas es un proceso exigente, ya que las heridas de la familia de origen suelen negarse, o atribuirse erróneamente al cónyuge. Por otra parte, la gente tiende a rodear con sólidos muros el dolor causado por sus padres. Este libro describe el proceso que lleva a desvelar las causas de los conflictos para, a continuación, sanarlos mediante el desarrollo de buenos hábitos o virtudes que, con la ayuda de la gracia, posibilitan un matrimonio con paz profunda y felicidad duradera.

Desvelar los principales conflictos

Cada capítulo del libro se centra en un conflicto matrimonial y en el buen hábito o la virtud que lo contrarresta. Se empieza ilustrando ese conflicto con el estudio de un caso para, a continuación, identificarlo y explicarlo. Luego se ofrece una guía de evaluación que ayuda a detectar conductas, respuestas emocionales, pensamientos y estilos de comunicación que apuntan a la presencia de conflictos.

Cada capítulo va acompañado del reconocimiento implícito de que las debilidades emocionales que provocan las tensiones matrimoniales suelen permanecer ocultas. Aunque la mayoría de los esposos carecen de la intención deliberada de lastimar a la persona a la que han prometido honrar y amar todos los días de su vida, los daños que cada uno de ellos sufrió en el pasado los llevan a infligir inconscientemente dolorosas heridas en el otro. Por desgracia, si los conflictos no salen a la luz y no se gestionan, es probable que los esposos se encierren en sí mismos y sucumban a la desesperanza. La buena noticia es que los conflictos matrimoniales pueden detectarse y, en muchos casos, resolverse, sobre todo si el proceso de sanación que describe este libro incluye el componente de la fe.

Quién debería leer este libro

Solteros

El conocimiento que ofrece este libro acerca de cómo detectar y resolver las tensiones matrimoniales más habituales puede alimentar en los solteros católicos la esperanza de convertirse en buenos esposos. Dado el patente rechazo al compromiso matrimonial que venimos observando a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años, los solteros necesitan una visión más sólida y positiva del matrimonio.

 

Hay una drástica caída del número de matrimonios católicos. El capítulo más indicado para los solteros es el dedicado a ese egoísmo hoy generalizado, que es una de las razones decisivas de la actual reticencia al matrimonio. Si durante el noviazgo se detecta este problema, puede gestionarse tal y como se describe en el capítulo 2.

Novios que se preparan para el matrimonio

A las parejas que se van a casar les vendrán bien la lectura del capítulo 12 y el cuestionario para el autoconocimiento recogido en él. Se abordan las debilidades cuya causa reside en la familia de origen o en anteriores relaciones prolongadas: unas debilidades que pueden aflorar en cualquier momento y perjudicar al matrimonio. Los abundantes casos de parejas que contiene el libro ilustran el modo de detectar, comentar y resolver esas vulnerabilidades.

A los novios que descubran en su relación conflictos personales específicos motivados por la ira y el egoísmo, o bien conductas controladoras, emocionalmente distantes o ansiosas, se les recomienda la lectura y comentario de los capítulos relativos a estos temas, así como el dedicado a la comunicación, que permite conocer el modo más amable y respetuoso de hablar de estas conductas.

Los novios traumatizados por el divorcio de sus padres deben ser conscientes del recelo hacia el matrimonio que esa experiencia ha podido generar en ellos. Si no se inicia un proceso de reconstrucción y salvaguarda de la confianza, los hijos de padres divorciados sufrirán graves problemas matrimoniales. A los jóvenes que hayan vivido esta experiencia les vendrán bien los capítulos dedicados a la ansiedad y a la prevención del divorcio.

Padres

El libro puede ser de ayuda a los padres, principales responsables de preparar a largo plazo a sus hijos para el matrimonio. Su tarea será aún más eficaz si ellos mismos dan ejemplo del amor entregado y sacrificado que caracteriza a los matrimonios felices y les transmiten la verdad de la Iglesia sobre el matrimonio. También podrán prepararlos para su futuro matrimonio corrigiendo sus tendencias egoístas mientras aún son jóvenes. En esa tarea les resultará útil el capítulo sobre el egoísmo, que ayuda a entender mejor a este importante enemigo del amor matrimonial y familiar.

Obispos y sacerdotes

El libro servirá de ayuda a obispos y sacerdotes en la misión imprescindible de predicar la verdad acerca del sacramento del matrimonio y la vida de familia de los católicos. Afianzará ese ministerio crucial con las parejas, contribuyendo a que comuniquen con mayor seguridad que, con la ayuda del Señor, es posible detectar y resolver la mayoría de los conflictos matrimoniales.

Los párrocos pueden sugerir la lectura del libro a los fieles que acuden a ellos con conflictos matrimoniales, remitiéndolos a los capítulos que abordan sus problemas. Tanto a los obispos como a los sacerdotes les será útil la lectura del capítu­lo dedicado a prevenir el divorcio, en el que se insiste en la importancia de que ambos esposos reconozcan las debilidades adquiridas en la familia de origen y en el matrimonio, así como las heridas sufridas en anteriores relaciones amorosas.

En una cultura que manifiesta una creciente hostilidad hacia la enseñanza de la Iglesia sobre la moral sexual y el matrimonio, el capítulo destinado a resolver una frágil autoestima y a reforzar la seguridad puede animar a los sacerdotes a comunicar sin miedo esa verdad tan necesaria.

Pese a no estar casados, es posible que también los obispos y sacerdotes obtengan algún beneficio del libro. Los sacerdotes y las parejas casadas, en la total entrega al Señor que exige su vocación, suelen lidiar con los mismos problemas derivados de sus familias de origen. Los hábitos necesarios para un matrimonio saludable son igual de necesarios para un sacerdocio saludable.

Finalmente, el último capítulo sobre el legado paterno ayudará a los responsables de las vocaciones a evaluar a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa: ser conscientes de que existe un legado paterno quizá les anime a pedir a los profesionales de la salud mental que durante el examen de los candidatos detecten las principales debilidades psicológicas derivadas de su pasado familiar, así como sus fortalezas psicológicas. Esas debilidades predominantes se pueden gestionar antes y a lo largo de la formación.

Profesionales de la salud mental

El libro será de utilidad a los profesionales de la salud mental deseosos de ayudar a las parejas a detectar las principales debilidades psicológicas adquiridas en la familia de origen para comprometerse a emprender la dura tarea de dominarlas. Sin esa tarea y sin pedir perdón y perdonar, es imposible iniciar un proceso profundo de sanación. Quizá provenga de ahí esa queja tan difundida de que, aparentemente, la terapia matrimonial solo ayuda a las parejas en proceso de divorcio. Un importante estudio llevado a cabo con seiscientas parejas ha evidenciado los escollos de la actual terapia matrimonial: quienes han recibido asesoramiento matrimonial presentan una probabilidad de divorcio dos o tres veces mayor que quienes no recurren a él[3].

El viaje personal hacia el perdón es muy importante incluso para los propios profesionales de la salud mental. Su tarea personal de perdonar las heridas en sus relaciones de apego seguro influye decisivamente en su capacidad de ofrecer una terapia matrimonial eficaz. Solo si practican el perdón y superan su resentimiento se encuentran en la posición óptima para aconsejar a las parejas la práctica del perdón.

Esposos católicos

Los esposos no tienen necesidad de leer este libro de principio a fin, pero sí les pueden resultar útiles los capítulos relativos a sus problemas más preocupantes. No obstante, dado el egoísmo que impera en nuestra cultura y los graves daños que provoca, recomiendo a todos los esposos que lean el capítulo dedicado a ese tema. También es aconsejable el material que ofrece el capítulo 12 para crecer en el autoconocimiento.

Si los esposos emprenden la dura tarea sugerida en este libro, serán capaces de ahondar en la visión de su matrimonio, resolver sus principales conflictos y mejorar la amistad y el amor conyugales. No hace falta que recurran a una terapia matrimonial profesional. De hecho, las investigaciones citadas en el capítulo referido a la prevención del divorcio demuestran que el historial de los profesionales de la salud mental a la hora de ayudar a los matrimonios con problemas no es el mejor. Existe una crítica fundada de que el asesoramiento a matrimonios con problemas graves suele centrarse más en dar la razón al esposo infeliz y facilitar el divorcio que en intentar detectar las debilidades de ambos esposos y trabajar por salvar el matrimonio.

La amistad, la confianza y el amor matrimoniales que se hayan debilitado o enfriado se verán reforzados y renovados de un modo sorprendente. El proceso es exigente, pero muy gratificante. Creciendo en humildad y en autoconocimiento y practicando las virtudes con la ayuda de la gracia, es probable que la llama del amor matrimonial se avive y arda con mayor intensidad aún que antes.

1.

EL PERDÓN MODERA LA IRA

EN ESTE CAPÍTULO SE EXPONEN LOS BENEFICIOS del perdón para moderar y resolver la ira provocada por acontecimientos inmediatos estresantes, por el daño causado durante el matrimonio y por las heridas encubiertas sufridas en edades tempranas. El perdón diario protege a los matrimonios de los efectos negativos de la ira desproporcionada.

Las explosiones de ira pueden hacer daño tanto al cónyuge como a los hijos. De ahí que los adultos, aun siendo conscientes de lo difícil que resulta evitar las sobrerreacciones, tengan el deber de controlarla. Dominar la ira pasa por servirse del perdón para descubrir y resolver el dolor que los esposos aportan inconscientemente al matrimonio: el dolor generado en la relación con los padres o en anteriores relaciones amorosas.

La ira motivada por heridas del pasado, que permanece oculta en lo más hondo y se va desarrollando a lo largo de los años, es un enemigo capital del amor matrimonial, ya que suele desviarse de forma involuntaria contra el cónyuge. La buena noticia es que la terapia del perdón soluciona la ira del presente y del pasado, evitando sobrerreacciones muy dañinas para los esposos y los hijos.

Scott y Mónica

Cuando Scott entró en mi despacho, su tensa mandíbula mostraba unos dientes firmemente apretados; mientras que a la sonrisa forzada de Mónica se sumaba una fría mirada. La rigidez y la incomodidad de ambos se hicieron patentes mientras tomaban asiento.

—Mónica dice que pierdo la cabeza —empezó diciendo Scott—, pero si fuera un poco más comprensiva…

—¿Yo? —lo interrumpió Mónica—. Yo no me paso todo el día gritando, dando voces y montando follón.

—Si me trataras con más respeto y escucharas, no tendría que levantar la voz para que me hagas caso.

Scott iba subiendo el tono de voz mientras su rostro enrojecía.

—Si no estuvieras pegándome gritos día y noche, a lo mejor conseguiría entender qué es lo que quieres —replicó Mónica.

Me apresuré a pitar tiempo muerto.

Evidentemente, el problema de ambos era el exceso de ira. Después de unas cuantas preguntas de sondeo, quedó claro que las reacciones de ira de Scott ante el más mínimo desaire eran desproporcionadas. Mónica, a su vez, se encerraba en sí misma y le daba la espalda. Luego venía un periodo de reconciliación, seguido del mismo patrón repetido. La ira estaba causando graves daños en su matrimonio y socavando lo mucho que se querían.

Después de unas cuantas sesiones dedicadas a intentar entender la causa de sus problemas, se dieron cuenta de que ninguno de los dos tenía intención de herir al otro. Se hacían daño porque no eran conscientes de sus debilidades emocionales ni sabían cómo dominar su ira. Poco a poco, fueron reconociendo que esas sobrerreacciones estaban motivadas por la ira sin resolver generada en sus familias y aportada por ambos al matrimonio. El padre de Scott era emocionalmente distante y el de Mónica alcohólico. Ambos luchaban contra su temperamento y solían reaccionar con una ira directa o pasiva excesiva.

La ira encubierta de Scott y de Mónica fue disminuyendo a lo largo del proceso de identificación y resolución del conflicto mediante el hábito del perdón. La práctica del perdón no surgió de modo natural ni con facilidad: exigió mucho esfuerzo. No obstante, Scott y Mónica estaban muy satisfechos con los numerosos beneficios derivados de sus esfuerzos, que los hicieron más capaces de resolver tanto la ira de su infancia como la provocada por los numerosos retos de la vida matrimonial. Y, simultáneamente al control de la ira, sus corazones fueron abriéndose hasta redescubrir un amor mutuo aún mayor.

La naturaleza de la ira

La ira es un poderoso sentimiento de desagrado o antagonismo, generalmente provocado por lo que se percibe como un agravio o una injusticia. Se trata de la respuesta natural a la incapacidad de otros de satisfacer nuestras necesidades de amor, respeto y elogio. La causa del exceso de ira puede ser el egoísmo, la ansiedad o la tristeza, o bien la imitación de un padre o una madre coléricos.

La ira suele hacer acto de presencia cuando se dan conflictos tanto en las relaciones dentro del hogar como en la escuela, el trabajo o la comunidad. En muchos casos las reacciones airadas o el trato con una persona colérica forman parte del día a día. Un estudio llevado a cabo con pacientes psiquiátricos ambulatorios reveló que la mitad de ellos sufría una ira entre moderada y excesiva, proporcional a sus niveles de ansiedad y depresión[1].

Cuando una persona se siente herida, primero experimenta tristeza y luego ira. La tristeza y la ira del pasado contenidas en la ira del presente provocan sobrerreacciones. Como advertía san Juan Pablo II, sin el perdón somos prisioneros de la ira del pasado. Por lo general tendemos a considerar que nuestra ira está justificada y es proporcionada. La ira desmedida, sin embargo, no es ni una cosa ni otra, máxime cuando lo que hace es dirigir el castigo por las heridas que otros nos infligieron en el pasado contra aquellos con quienes convivimos en el presente.

El daño provocado por la ira

El daño visible provocado por la ira es la herida emocional y física que deja en el extremo receptor. No es sorprendente que los estudios hayan hallado un riesgo diez veces mayor de presentar síntomas depresivos en quienes viven con un cónyuge colérico. Las personas no están «programadas» para recibir el resentimiento de los demás, sino su amor, su respeto y su delicadeza. La ira dirigida contra el cónyuge incrementa su ansiedad, disminuye su capacidad de confianza, debilita su seguridad, aumenta su irritabilidad y puede ser perjudicial para su salud física.

 

Los hijos de las personas coléricas también acusan el daño, porque necesitan sentirse seguros en el hogar, y esa seguridad depende de la unión estable de sus padres. Sus peleas provocan en los hijos tristeza, enfado, ansiedad e inseguridad, así como el temor a la posibilidad de una separación o un divorcio. A veces se sienten culpables y se preguntan si han contribuido a la ira de sus padres, o bien desarrollan trastornos físicos como el síndrome del intestino irritable, o desórdenes psicológicos como ansiedad y trastornos obsesivos compulsivos.

El daño que sufre la persona colérica es menos visible. Aunque en su primera fase la ira suele ir asociada a la tristeza que provoca el sentimiento de haber sido herido, es posible que más adelante vaya acompañada del placer derivado de expresarla. Es frecuente observar este fenómeno perverso en la persona que de joven temía a su padre, pero nunca llegó a manifestar su ira contra él, desviándola posteriormente contra su mujer o contra alguna otra persona. El placer asociado a los sentimientos de ira y la euforia asociada a su activación y su liberación desencadenan un grave desorden psicológico y espiritual, así como perjuicios para la salud física. Un estudio de la Harvard Medical School ha hallado un riesgo de infarto más de dos veces mayor después de un estallido de ira. A mayor intensidad del estallido, mayor riesgo[2]. La importancia del control de la ira para la salud y el bienestar está bien documentada.

Las causas de la ira

Es posible que la ira iniciada en la infancia temprana se extienda más adelante a las relaciones con aquellos a quienes hemos querido confiar nuestro corazón. La ira provocada por los padres o por otras personas es capaz de permanecer oculta durante años y décadas, para aflorar más tarde en el matrimonio y desviarse injustamente contra el ser más querido: el cónyuge.

La ira nace también de las decepciones y tensiones vividas dentro del propio matrimonio. En la relación conyugal sus causas pueden ser la soledad, la falta de afecto, una comunicación escasa, las conductas egoístas y controladoras y la ansiedad. Existen otras causas posibles como el sentimiento exagerado de responsabilidad, el estrés laboral, la falta de equilibrio vital, los celos, los conflictos con los suegros, unas expectativas desproporcionadas, el abuso de sustancias, las conductas desafiantes de los hijos, las dificultades económicas, la falta de sueño y la enfermedad de uno mismo o de otro miembro de la familia. La ira desmedida puede nacer también del orgullo y llevar a los esposos a sobrerreaccionar frente a la más mínima tensión o contratiempo. Por último, algunos esposos se sorprenden cuando descubren que su ira está relacionada con el síndrome posaborto.

Tres métodos de gestión de la ira

La señal que mueve a una persona a resolver una injusticia suele ser la ira. Pensemos, por ejemplo, en alguien que presencia cómo un hombre le roba la cartera a una mujer. En una situación como esta, la ira es la respuesta adecuada del testigo y lo que lo mueve a salir detrás del ladrón (y a avisar a la policía).

No obstante, buena parte de la ira que se experimenta dentro del matrimonio no está suscitada por injusticias reales, sino por tensiones y contratiempos menores. En ese caso, existen tres opciones básicas para gestionar una emoción tan compleja y poderosa como esta: (1) negarla, (2) expresarla activa o pasivamente, o (3) perdonar lo que se ha percibido como algo doloroso. En la vida matrimonial el medio más eficaz para disminuir y controlar la ira es el perdón. Solo el perdón es capaz de resolver la ira causada por las decepciones del pasado que la mayoría de los cónyuges aportan inconscientemente al matrimonio.

Negación

Durante la infancia el método psicológico más habitual para gestionar la ira es la negación, que en muchas personas se prolonga hasta la vida adulta. Entre las numerosas razones de esa negación se incluyen la necesidad de idealizar a los padres, los hermanos o los iguales; no saber cómo resolver la ira mediante el empleo del perdón; los miedos y las inseguridades a la hora de expresarla; el sentimiento de vergüenza; el temor a la tristeza asociada a la ira; el deseo de mantener una vida familiar agradable y pacífica; y la lealtad a los propios padres. En el caso de los niños, la relación mayoritariamente afectada por esa negación es la relación padre-hijo. Los principales motivos son el temor a una respuesta airada por parte del padre o a aumentar la distancia entre los dos.

Con el paso del tiempo, algunos de los daños que genera recurrir a la negación para gestionar la ira son tristeza, ansiedad, inseguridad e incluso el aumento de la misma ira que se está negando. No admitirla ni resolverla lleva a desviarla injustamente contra los hermanos, los padres y los iguales y, finalmente, contra el cónyuge y los hijos. Esta dinámica psicológica es la principal causa de la ira desproporcionada dentro de la vida matrimonial.

La mejor manera de superar la negación no consiste en expresar la ira contra el otro —que suele ser la recomendación más frecuente—, algo que genera aún más tensión tanto en la persona colérica como en su entorno. Es mucho más beneficioso pensar: «Quiero superar mi posible situación de negación explorando la necesidad del perdón. ¿Tengo que perdonar a un padre, a un hermano o a algún igual que me ha hecho daño en el pasado? ¿Tengo que perdonar a mi cónyuge aquí y ahora?».

Expresión

Por desgracia, muchos esposos creen que el mejor modo de gestionar la ira consiste en expresarla. Algunos se ven animados a ello por la idea —carente de demostración psicológica— de que desahogarse es algo saludable. Este enfoque suele contar con el apoyo de la familia, los amigos y los libros de autoayuda, e incluso de un número considerable de profesionales de la salud mental. Lo cierto es que los esposos no son conscientes de los graves peligros que entraña dar rienda suelta a sus sentimientos de ira.

Desde el punto de vista psicológico, la realidad es que la mayoría de los esposos no saben cómo expresar la ira del modo adecuado, porque han aportado al matrimonio demasiada ira inconsciente y encubierta. La mayoría ignora las graves heridas que puede dejar sufrir la ira de la persona en quien más se confía y a la que más se quiere. La expresión de la ira entre los esposos, además de disminuir la confianza, afecta al sentimiento amoroso. Por otra parte, ni resuelve del todo esa emoción ni ayuda a solucionar los conflictos matrimoniales.

El empleo del perdón, sin embargo, sí resuelve la ira provocada por las heridas del presente y del pasado, y reduce la tensión matrimonial. El perdón ayuda a eliminar las explosiones de ira. El camino hacia el perdón se inicia detectando sus formas de expresión: tanto las directas como las indirectas, es decir, las formas pasivo-agresivas o encubiertas. La lista siguiente puede ayudar a identificar los tipos de ira activa y pasivo-agresiva que se dan dentro del matrimonio:

Activa

 Falta de respeto

 Exceso de disputas

 Irritabilidad

 Decepciones frecuentes

 Susceptibilidad

 Comunicación y crítica negativas

 Descortesía

Pasivo-agresiva

 Trato frío y silencioso

 Conductas irresponsables

 Represión del afecto y las expresiones de amor

 Desaliño o descuido —del hogar o personal— deliberados

 Comportamiento no colaborativo

 Falta de apoyo

Una vez identificadas las formas de expresión de la ira, los esposos pueden recurrir al método para gestionar esa emoción: el perdón.

Perdón

El perdón implica sacar a la luz la ira generada en la familia de origen, en relaciones anteriores y en el propio matrimonio para, a continuación, decidirse a trabajar en liberarla sin dirigirla contra el cónyuge, los hijos u otras personas. También implica optar por perdonar de inmediato, aquí y ahora, a la persona que la ha provocado. La terapia del perdón para disminuir y resolver el daño causado por una ira desproporcionada[3] es un método psicológicamente probado.

El perdón produce muchos beneficios. Ayuda al individuo a olvidar las experiencias dolorosas del pasado y a liberarlo del sutil control de las personas y los acontecimientos. Facilita la reconciliación entre los esposos y entre estos y otros miembros de la familia, y disminuye la probabilidad de cometer la injusticia de desviarla dentro del hogar. Los estudios de mi colega el Dr. Robert Enright han puesto de relieve lo que se observa a diario en la práctica clínica: el perdón aumenta la confianza, ayuda a resolver los sentimientos de tristeza y ansiedad[4] y evita su recurrencia.