Loe raamatut: «Tomás y los tomistas»
TOMÁS
Y LOS TOMISTAS
COLECCIÓN ESTUDIOS TOMISTAS
VOLUMEN 11
Director
Xavier Prevosti Vives, hnssc
Consejo de redacción
Ignacio Mª Manresa Lamarca, hnssc
Esteban J. Medina Montero, hnssc
Lucas P. Prieto Sánchez, hnssc
Consejo asesor
Serge-Thomas Bonino, op
Martín F. Echavarría
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Antoni Prevosti Monclús
Thomas Joseph White, op
PUBLICACIONES DE ESTUDIOS TOMISTAS
Francisco Canals
Tomás de Aquino. Un pensamiento siempre actual y renovador
Lucas Prieto, hnssc
Apuntes de filosofía tomista
Xavier Prevosti, hnssc
La libertad, ¿indeterminación o donación?
Thomas-Joseph White, op
El Señor Encarnado. Estudio tomista de cristología
Romanus Cessario, op & Cajetan Cuddy, op
Tomás y los tomistas. El logro de Tomás de Aquino y sus intérpretes
EN PREPARACIÓN
Edward Feser
Cinco pruebas sobre la existencia de Dios
Thomas Petri, op
Aquinas y la teología del cuerpo
R. CESSARIO, OP – C. CUDDY, OP
TOMÁS
Y LOS TOMISTAS
El logro de Tomás de Aquino
y sus intérpretes
Primera edición: 2021
© Romanus Cessario, op – Cajetan Cuddy, op
© Andrea Torres Rodríguez para la traducción castellana.
Título original: Thomas and the Thomists
© 2021 EDICIONES COR IESU, hhnssc
Plaza San Andrés, 5
45002 - Toledo
ISBN E-book: 978-84-18467-10-3
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y ss. del Código Penal).
A Benedict M. Ashley, op (1915–2013)
y Guy-Thomas Bedouelle, op (1940–2012)
in piam memoriam
Sumario
Introducción
Tomás
Los tomistas
1. Inicios
Ventaja providencial
Ordenando la sabiduría
El arquero experto
2. Florecimiento
El hombre del papa
Maestro de gracia
Doctor de la verdad
3. Desenlace
Solo Cristo
Obrador de milagros
Luz de la iglesia
4. Un comienzo incierto
Condena y «corrección»
Desacuerdos sobre la autoridad de la enseñanza papal
Un tiempo en barbecho
5. Identidad y defensa
Coalescencia tomista
Tomistas y sus primeros interlocutores
Ataques y defensa
6. Expansión y reconocimiento
El surgimiento de la Summa theologiae
Los colegas de Cayetano
Los tomistas españoles en el Concilio de Trento
7. Campeones católicos
Los tomistas se enfrentan a la modernidad
Teología moral
Gracia y libertad
Herramientas pedagógicas y apologéticas integrales
Gigantes dominicos
8. Centinelas de la verdad
Lo sobrenatural bajo fuego
Los tomistas interpretan a santo Tomás
Modelos para estudios católicos
Apoyo institucional
Supervivencia
9. Una filosofía firme para la doctrina católica
Un despertar providencial
Renacimiento romano
Después de la Aeterni Patris
10. La actualidad de Tomás y sus comentadores
Después del Concilio Vaticano II
Expansión y diversidad
Características perennes del pensamiento tomista
Bibliografía selecta
Nota
Tomás de Aquino
Tomistas
Introducción
Tomás
A lo largo de los siglos, Dios ha enriquecido a su Iglesia con numerosos maestros de «sana doctrina» (2Tm 4,3). Pensemos, por ejemplo, en santos y teólogos tales como Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Pseudo-Dionisio, Hugo de San Víctor, Buenaventura, Roberto Grosseteste y Enrique de Gante. Cada uno, con su propia capacidad y estilo, ha defendido y expuesto la sana doctrina que el apóstol recomendó a Timoteo. Sin embargo, entre todos ellos, una figura destaca como el principal maestro de esta doctrina evangélica sana. Este honor corresponde al dominico Tomás de Aquino y, aunque no todos los estudiantes de teología y filosofía tengan como principal referente a este teólogo del siglo trece, la mayoría de ellos aún se ve obligada a lidiar con sus postulados intelectuales. No es de extrañar, por ello, que Tomás de Aquino ocupe un lugar destacado en la historia de los intelectuales cristianos. El presente volumen intenta recorrer, ciertamente a pinceladas gruesas, más de siete siglos de la tradición que se originó con Tomás y que fielmente ha traspasado sus sanas enseñanzas.
La Iglesia Católica, desde luego, tiene al Aquinate en gran estima y reconoce en su obra una profunda consonancia con el depósito de la fe y con la tradición auténtica. Como lo expresó vivamente el papa León XIII en el siglo XIX:
Ahora bien, entre los Doctores escolásticos brilla grandemente santo Tomás de Aquino, príncipe y maestro de todos, el cual, como advierte Cayetano, «por haber venerado en gran manera los antiguos doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos»1.
La Iglesia Católica valora también a santo Tomás porque tiene la capacidad de sacar a la luz lo nuevo. El mismo Papa anteriormente citado reconoció que el logro del Aquinate fue que «reunió y congregó, dispuso con orden admirable y aumentó con nuevos principios las enseñanzas de sus ilustres predecesores»2. Por todo ello, la Iglesia reconoce en Tomás de Aquino una realización ejemplar de lo que Cristo dijo acerca de aquellos entendidos en las materias divinas: «todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52).
Tomás escribió a mediados del siglo trece; gracias a ello, los patrones y pedagogías escolásticas enriquecen el corpus tomista. Hoy los historiadores podrán desmenuzar su obra para provecho propio; mas, el Aquinate, desde luego, estaba lejos de considerar sus tomos como material de discusión académica para futuras generaciones. Se habría sorprendido de descubrir que hoy, en algunos círculos, sus escritos son tratados como piezas de época, textos medievales de interés primordialmente histórico. En vez, la Iglesia venera a Tomás por la «perdurable originalidad» de su pensamiento3. ¡No es de extrañarse! Tomás escribió como un cristiano creyente. El Evangelio lo inspiró a buscar la verdad acerca de la realidad y, sobre todo, la verdad acerca de la realidad más alta. La búsqueda de lo real fue el impulso del hombre de Roccasecca. Asimismo, el tomista se constituye como un realista metafísico, pues las enseñanzas de Tomás dependen de aquello que es lo más formal en el ente: el actus essendi (acto de ser)4.
Gracias a su genialidad única, el Doctor Angélico aún sirve de guía fiable para descubrir la verdad acerca de la realidad. Conduce al estudiante bien dispuesto a descubrir la verdad real acerca de cosas reales que se originan en el Dios real. Tomás sabía que solo el eterno Dios podía dar razón del origen y constitución de todo lo que existe. Solo el ente existe en la realidad; el no-ente, no existe. Este primer principio fundamental, y un tanto evidente, constituye el núcleo del proyecto filosófico y teológico de Tomás. Ningún otro principio excede en importancia a la distinción real entre ente y no ente. Es más, la persona humana descubre este principio naturalmente, mediante sus facultades propias de conocer. «Nuestro intelecto conoce el ente naturalmente, y aquello que esencialmente le pertenece al ente como tal», afirma Tomás. Luego añade, «y en este conocimiento se funda la noción de los primeros principios, como el de que «no se puede al mismo tiempo afirmar y negar lo mismo» y otros semejantes»5. A partir de la distinción real entre ente y no ente, Tomás descubre la distinción real entre potencia y acto. El ente no es la nada; sin embargo, algunos entes llegan a ser algo diferente de lo que son o, incluso, algo más. Sobre este punto y muchos otros, el Doctor Angélico se mantuvo abierto a la sabiduría de la antigua filosofía griega: el pagano Aristóteles fue el primero en resolver la disputa entre aquellos pensadores que no podían reconciliar sus observaciones del cambio con el hecho de la continuidad. ¿Qué ocurre cuando la pequeña bellota crece hasta convertirse en un gran roble? La potencia, entonces, es en las cosas el principio que no es la nada, y sin embargo no es acto. A ojos de Tomás, la distinción real entre potencia y acto acarrea implicancias para toda la realidad.
Con sagacidad y sutileza, Tomás aplicó la distinción real de potencia y acto tanto a materia y forma como a esencia y existencia. Materia y esencia sirven de principios potenciales, mientras que forma y existencia operan como principios actuales. Todos los entes materiales (y, por ende, creados) están compuestos de materia y forma; incluso las inteligencias espirituales puras son compuestas por esencia y existencia. Tomás comprendió que la distinción real de acto y potencia poseía una aplicabilidad universal a toda la realidad. Puesto que incluso una substancia está en potencia de ser adicionalmente articulada por medio de sus accidentes o propiedades, substancia y accidente son entendidos en términos de potencia y acto6. En otras palabras, el realismo de Tomás de Aquino se extiende fielmente a toda la realidad, desde la más ínfima partícula subatómica hasta el ángel más alto. A su vez, la distinción real entre potencia y acto ayuda a la mente creada a descubrir algo sobre el mismo Dios, quien no posee capacidades no-actualizadas; no conoce ni materialidad ni potencialidad. Solo en Dios, según se formula habitualmente, esencia y existencia permanecen idénticos. Dios no recibe su existencia de otro, y su ser no admite actualización ulterior. En palabras sencillas, «Dios es su propia existencia»7, mientras que todo lo demás solo goza de existencia prestada.
Guiado por su fe cristiana, Tomás percibió una profundidad dentro del principio de acto y potencia que no entró jamás en la imaginación aristotélica. Si bien Aristóteles reconoció que ciertos objetos poseen la capacidad de convertirse en algo distinto, jamás consideró el potencial de las creaturas inteligentes de unirse personalmente con Dios. Tomás, sin embargo, tenía certeza de ello gracias a los documentos de fe, y su realismo sirve a la religión cristiana incluso más, pues sostiene que el Dios que creó el orden inteligible de la realidad también revela su plan sobrenatural para el universo de modo que la mente humana pueda aprehenderlo. Desde la perspectiva del Aquinate, solo una filosofía realista es capaz de sustentar el realismo soteriológico de la persona y obra de Cristo. En sus escritos teológicos, al menos, Tomás extrae, desde este principio evidente del ser, las conclusiones no evidentes del Evangelio.
Tomás vivió en el periodo premoderno del pensamiento cristiano, antes del advenimiento de la filosofía empirista del siglo XVII. Gracias a esto, nunca fue dominado por la sed insaciable de hechos y detalles. En vez, buscó entender la realidad que subyace a los hechos de la existencia natural y sobrenatural. Asimismo, Tomás antecede a las filosofías racionalistas post-cartesianas y a los prejuicios de la Ilustración, por lo cual, para él, la sabiduría filosófica «explora la realidad» y no le impone categorías a priori8. En otras palabras, santo Tomás no fue un teólogo dedicado a tópicos especializados ni excentricidades especulativas, sino que, como los sabios del Antiguo Testamento, imploraba sabiduría (ver Sb. 7:7). Buscaba principios; y a partir de estos principios de gracia y naturaleza, desarrolló una exposición cabal de la doctrina cristiana. Fue capaz de distinguir el orden del caos, la sabiduría de la necedad, y la gracia de la naturaleza. Podríamos preguntarnos si la posición histórica providente en la que se encuentra Tomás da razón de «[su] gran mérito de destacar la armonía que existe entre la razón y la fe»9. De diversas maneras y acorde a las exigencias de sus circunstancias propias, sus seguidores perpetúan este meritorio legado.
Los tomistas
Un séquito de comentadores con siete siglos de prosperidad da testimonio del valor perenne de Tomás de Aquino. A excepción de san Agustín, resulta difícil encontrar a otro teólogo cristiano que goce de semejante cantidad de discípulos. Más aún, no podemos ignorar que los seguidores de san Agustín componen un grupo más diverso que el de los tomistas tratados en este volumen. La tarea de resumir más de setecientos años de una tradición de comentadores en un manual diseñado para introducir al lector a Tomás y sus intérpretes es, sin duda, ardua. Para dar una idea de las dimensiones de la tradición de comentadores tomistas, Tomás y los Tomistas presenta una selección de autores de cada siglo a partir de la muerte de Tomás en 1274. Este modo de presentar los autores pretende evitar la comprensión de la historia del pensamiento tomista en períodos, anteriormente tan común. Los lexicones, diccionarios y catálogos ofrecen suficiente evidencia para afirmar que los tomistas gozan de presencia histórica continua entre académicos religiosos y filósofos, sin negar que, durante ciertos períodos y en ciertos lugares, la obra de los tomistas ha recibido mayor apoyo y, por ende, ha aparecido más prominentemente que en otros tiempos y lugares.
Imitando a su maestro terrenal, los tomistas advierten la plegaria de Cristo por sus discípulos: «Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17,17). En su comentario sobre este verso del Evangelio de Juan, el Aquinate mismo explica qué es lo que anima a sus auténticos seguidores cuando abrazan la más alta sabiduría.
Dice, por tanto, [Jesús]: he rezado para que sean preservados del mal, pero esto no basta si no son perfeccionados en el bien, según aquello del salmo: «apártate del mal y haz el bien» (Sal 36,27). Y por eso [dice]: «Padre, santifícalos, es decir, perfecciónalos y hazlos santos». Y haz esto en la verdad, es decir en mí que soy tu Hijo y la verdad (cf. Jn 14,6). Es como si dijera, hazlos partícipes de mi perfección y de mi santidad. Por eso añade también «en tu palabra», es decir, en tu Verbo que es la verdad, de modo que esto quiere decir: santifícalos en mí verdad, porque yo que soy tu Verbo soy la verdad10.
Y nuevamente, aun comentando sobre Juan 17, 17, Tomás ofrece otro motivo que aplica especialmente a aquellos que asumen la enseñanza dentro de la Iglesia.
Santifícalos enviándoles el Espíritu Santo, enviándolo en la verdad, es decir, en el conocimiento de las verdades de fe y de tus mandamientos, según más arriba se dijo (Jn 8,32): «conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». En efecto, por la fe y el conocimiento de la verdad somos santificados según aquello de Rm 3,22: la justicia de Dios es por la fe en Jesucristo en todos aquellos que creen en él. Y por eso añade: «tu palabra es la verdad», porque la verdad de las enseñanzas de Dios no está contaminada por ninguna falsedad. Y así dice Pr 8,8: «todas mis palabras son honestas, | nada en ellas es pérfido o falso». Por eso sus palabras enseñan la verdad increada11.
Mientras otros pensadores cristianos buscan la verdad increada, aquellos que siguen e interpretan fielmente a Tomás se comprometen al proyecto como una vocación eclesiástica. Aceptan que el teólogo «...tiene la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la Iglesia»12. Los tomistas, por tanto, consideran críticamente aquellos movimientos filosóficos que entorpecen estos esfuerzos, esta búsqueda privilegiada de la verdad.
Algunos académicos prefieren aproximase a la tradición de comentaristas tomistas como si se tratara de una serie inconexa de ejercicios intelectuales diacrónicos13. Otros eligen examinar los escritos de los tomistas mediante un lente hermenéutico de política-eclesial, intelectual, o ambas14. Sería un error, sin embargo, considerar a los tomistas incluidos en este panorama general como figuras aleatorias enfrascadas en intercambios intelectuales tediosos y ya olvidados; más bien, la presente obra ofrece un recuento de hombres y mujeres involucrados en la búsqueda viviente de la verdad. Los tomistas ponen tanto la teología como la filosofía al servicio de la Gran Comisión (ver Mt 28,18-20), la misión evangelizadora de la Iglesia hacia todas las naciones. No debiera sorprendernos, entonces, el descubrir que la mayoría de los tomistas considerados dentro de este volumen han pertenecido a los institutos de vida consagrada que prosperan dentro de la Iglesia, pues estas personas gozan de un punto de partida privilegiado para el desarrollo de una inteligencia santificada, al servicio del ministerio de la Iglesia. La mayoría de los tomistas, tanto clérigos como laicos, trabajaron durante periodos dominados por conflictos intelectuales de todo tipo. A pesar de ello, cada uno compartió el mismo compromiso con la verdad que santo Tomás acogió con tanta pasión: buscaban sabiduría, sin acomodación innecesaria a las modas intelectuales de sus épocas. También comprendieron, junto a Tomás, que la propia humanidad, el logro académico y la santidad personal trabajan juntos en la búsqueda de la verdad. La lealtad ciega a un partido es insuficiente para unirse a la banda tomista, al igual que la distinción académica.
Más que simplemente repetir las aseveraciones de su maestro, los estudiosos de Tomás reciben los principios teológicos y filosóficos esenciales del Doctor Angélico y luego los aplican a las cuestiones, desafíos y necesidades únicas de su propio tiempo. Por lo mismo, no concuerdan en cada detalle de la filosofía y teología que producen. Más, las discrepancias son comprensibles al considerar las variadas culturas y preguntas que han inspirado la obra de los estudiantes del Aquinate, y usualmente se explican desde los contextos históricos de los autores. Por ejemplo, Cayetano, en el siglo XVI, trató las objeciones específicas al pensamiento tomista planteadas por pensadores anteriores como Durandus y Duns Escoto. Más adelante, Domingo Báñez respondió a las preguntas suscitadas por el reformador protestante y admitido innovador teológico Luis de Molina. En el siglo XVII, Juan de Santo Tomás interactuó con las figuras del pensamiento moderno temprano e identificó los enfoques eclécticos de los teólogos cuyo pensamiento tiene otro punto de partida que el de Tomás. Volviendo un paso atrás hacia el sigo XIV, nos encontramos con que incluso en Catalina de Siena resuena la distinción real entre esencia y existencia cuando reporta que el Padre Eterno se le manifestó diciendo, «tú eres la que no es; yo, en cambio, soy el que soy»15.
Los estudiantes contemporáneos de la doctrina cristiana podrán encontrarse con muchas circunstancias que no marcaron las culturas intelectuales de siglos anteriores. Sin embargo, así como Tomás y sus intérpretes, los estudiantes de teología de hoy pueden esperar descubrir claridad sapiencial cuando se aproximen a su disciplina bajo la guía de principios innegables. Como todo buen texto introductorio, este volumen habrá cumplido su propósito en la medida en que aliente a los estudiantes a continuar su exploración del pensamiento de Tomás de Aquino y de la auténtica tradición interpretativa que ha cultivado, por más de siete siglos, los frutos de su originalidad perdurable.
1. León XIII, Aeterni Patris, n. 17.
2. Ibid.
3. Juan Pablo II, Fides et Ratio, n. 43.
4. Cf. L. Dewan, «St. Thomas and the Distinction between Form and Esse in Caused Things», en Form and Being: Studies in Thomistic Metaphysics (Washington, DC: Catholic University of America Press, 2006), 188-204.
5. Tomás de Aquino, CG II, 83
6. Aquí se utiliza el término «accidente» como «propiedad», y no para referirse a las categorías aristotélicas como tal.
7. Tomás de Aquino, STh I, q. 3, a. 6: «Deus est suum esse».
8. Fides et ratio, n. 44.
9. Ibid., n. 43.
10. Tomás de Aquino, Super Ioannem c. 13-21.
11. Ibid.
12. Congregación para la Doctrina de la Fe, Donum Veritatis, Instrucción sobre la Vocación eclesial del teólogo, 6, en Eduardo Vadillo Romero, ed. (Madrid: BAC, 2008), 480-1.
13. Cf. G. Vann, Saint Thomas Aquinas (Nueva York: Benziger Brothers,1940), 70.
14. Cf. J. Hennesey, «Leo XIII’s Thomistic Revival: A Political and Philosophical Event,» Journal of Religion 58 (1978): S185-97.
15. Francisco de Capua, Vida de Santa Catalina de Siena, tr. Antoni Vicens (Barcelona: La Hormiga de Oro, 1993), 113.