Loe raamatut: «Octaviano de la Mora»

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D.R. © 2007, Universidad de Guadalajara


Editorial Universitaria

José Bonifacio Andrada 2679

Guadalajara, Jalisco 44657

www.editorial.udg.mx

RODRÍGUEZ GARCÍA, Rubén

Octaviano de la Mora. Verdad y belleza del retrato / Rubén Rodríguez García

Guadalajara: Editorial Universitaria, 2007, 1ª edición (Colección Jalisco, Serie Biografías)

ISBN 970-27-1325-0

1. De la Mora, Octaviano, 1841

2. Jalisco – Historia.

3. Fotografía.

920.7 r-696

ISBN 10: 970 27 1325 0

ISBN 13: 978 970 27 1325 8

Conversión

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Noviembre de 2007

Imagenes de guardas tomadas de Guía Rojí, Ciudad de Guadalajara, México 2006.

Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación de información, existente o por existir, sin el permiso previo por escrito del titular de los derechos correspondientes.

Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions

En recuerdo de la virreina Aurorita Chávez Hayhoe.

La noche del domingo 31 de agosto de 1890, dos jóvenes iban por el camino que lleva de Guadalajara a la villa de San Pedro, un poco más allá del Paradero. De pronto, de un enorme pozo que se hallaba al lado de la vía, oyeron que salía algo así como unas voces o lamentos. Asombrados al escuchar aquello, comenzaron a arrojar piedras y tierra a la fosa, y con malicia decían que quien proferiría tales gritos sería sin duda el mismo Satanás.

Desde hacía tiempo, la Jefatura Política había ordenado que se taparan esos enormes agujeros tan peligrosos, pero no se había hecho nada. ¿Quién podría ser el que estaba en aquel agujero de siete varas, esto es, de unos seis metros de profundidad? ¿Acabarían así con ese misterioso ser de las tinieblas? Por fortuna, esos muchachos no terminaron lapidando a aquel pobre caminante, porque lo que empezó como una picardía de los jóvenes, acabó como un rescate. Por fin, auxiliaron a ese hombre salvándolo de su aprieto y hasta recibieron de él mismo una gratificación de diez pesos.1

Este incidente fue muy comentado en Guadalajara. Aquel presunto “demonio” del inframundo de Tlaquepaque era nada menos que el respetable Octaviano de la Mora, quien desde hacía ya buen rato había caído ahí accidentalmente, sufriendo la dislocación de un brazo y de un pie; el mismo afamado retratista que nos dejó un sinnúmero de bellas imágenes de tantos y tantos jaliscienses, y de prominentes figuras del México de su tiempo.

Sin embargo, aún hoy es poco lo que sabemos de este artista. En Las bellas artes en Jalisco (1882), su autor, el viejo profesor del Liceo de Varones, Ventura Reyes y Zavala, dice que hasta ese momento se ha escrito más de historia política que de bellas artes y que por eso desea ofrecer las pocas noticias que ha podido reunir, para que no se pierdan y para que algún día se hagan las rectificaciones necesarias y se añadan nombres y datos nuevos. Cito esa pequeña obra de Ventura Reyes porque es quizá la primera que alude al artista. Esto es todo lo que dice de Octaviano de la Mora:

Fotógrafo excelente, los retratos que hace pueden lucir en cualquier parte del mundo. Nació en Guadalajara en 1841, hijo del apreciable caballero Sr. D. Regino. Octaviano en su viaje a Europa perfeccionó sus trabajos artísticos que han sido premiados hasta en la Exposición de París, celebrada en 1878. El establecimiento del Sr. Mora es el mejor de Guadalajara, está montado con lujo, el gusto más exigente puede estar seguro de quedar complacido, y los mismos Daguerre y Nièpce tratarían con cariño a Octaviano.2

Estos datos son muy interesantes pero son unas cuantas líneas; han pasado ciento venticinco años y los historiadores locales han repetido apenas imprecisiones y lo que ya sabíamos desde 1882 del que para algunos fue “el más destacado fotógrafo tapatío del siglo xix”.3 Como dice la fábula:

Los que andáis empollando obras de otros,

sacad, pues, a volar vuestra cría.

Ya dirá cada autor: “Ésta es mía”,

y veremos qué os queda a vosotros.

El artista

Octaviano de la Mora no era originario de Guadalajara, como afirmó Ventura Reyes, sino de la hacienda de Atequiza, en donde nació el 24 de junio de 1841. Se bautizó en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, de Poncitlán, con los nombres de Octaviano de San Juan: Octaviano en recuerdo de un hermanito suyo del mismo nombre nacido dos años antes y fallecido al poco tiempo, y de San Juan, conforme al santoral de ese día. Sus padres fueron Regino de la Mora, quien llegara a ser administrador de la hacienda, y María de la Soledad Riesch, hermana de Francisca Riesch, la esposa del dueño del próspero latifundio de Atequiza, Cástulo Gallardo González de Hermosillo; por línea paterna, sus abuelos eran Antonio de la Mora y María Guadalupe González, y por la materna el rico capitalista de origen extranjero José María Riesch, casado con Gregoria Mallén.4


Esther Tapia de Castellanos

“Recuerdo de eterno cariño a mi distinguida amiguita y ahijada la Srita. Emilia Hayhoe.

Esther Tapia de Castellanos. Julio 12 de 88”.

Colección Aurora Chávez Hayhoe

Don Cástulo había adquirido la propiedad dos años antes, en 1839, la que poseyó hasta su deceso ocurrido en 1873. Quienes conocieron Atequiza en el siglo xix se referían a la hacienda como una de las mejor cultivadas y más feraces tierras a tan sólo once leguas de Guadalajara. Cruzaba por ella el río Grande y, cuando unas décadas más tarde llegó el ferrocarril a la capital del estado, la empresa del Central Mexicano construyó ahí una estación.

Pasó en Atequiza el futuro artista sus primeros años. Dice Ireneo Paz del pequeño Octaviano que

Nació en el campo, entre las agrestes praderas que rodean el valle de Guadalajara regadas por el hermoso río que comienza por llamarse de Lerma y acaba con el nombre de Santiago Ixcuintla al desembocar en el océano.

Su padre, esencialmente ocupado en la agricultura, destinó a Octaviano también a ser agricultor y en ese trabajo manifestó muy felices disposiciones, mostrándose diestro en todas las operaciones de la labranza en los años de su juventud que pasó en la gran hacienda de Atequiza.5

Entre las ocupaciones del campo de su padre Regino, en esta época cuando era administrador de la hacienda, a la vez que presidente municipal de Ixtlahuacán de los Membrillos, estaba la de despojar de tierras a los indígenas de la comunidad. Éstos se quejaban de que, coludido con la junta repartidora e infringiendo la ley, había dado “a unos mucha tierra, a otros poca y a muchos nada”, y que los beneficiados, conforme se les entregaba su parte, la vendían al administrador de Atequiza para anexarla éste a la hacienda. Más aún, por medio del mismo De la Mora, Cástulo Gallardo estaba adueñándose de tierras que no eran siquiera de reparto. El conflicto surgió en 1850 y duró muchos años.

En apariencia, el Gobierno del Estado quiso invalidar los repartos de don Regino, pero éste, con argucias, obró a favor de su concuño Gallardo y en perjuicio de los pobladores de Ixtlahuacán quienes, al menos pasados dieciocho años, todavía no recobraban aquellos dos tercios de sus tierras.6

Como todos los habitantes de Atequiza, el adolescente Octaviano debió de haber vivido con zozobra los días de diciembre de 1858 cuando fuerzas liberales de Santos Degollado enfrentaron, en las inmediaciones de la finca, a Miguel Miramón en su camino a Guadalajara para acabar con este foco constitucionalista durante la Guerra de Reforma. Jefes de ambos partidos, llegaron a alojarse sucesivamente en la hacienda, entre ellos el general Miguel Blanco. Poco después, en 1862, con la amenaza de la Intervención Francesa que habría de dar lugar al imperio de Maximiliano, surgió en Guadalajara el nombre de una mujer excepcional por su valor y patriotismo: Ignacia Riechi [sic], sin duda la misma Ignacia Riesch, madrina de bautismo del niño Octaviano y tía suya, a quien se felicitaba por su decisión de dejar el hogar y saber “prescindir de míseras preocupaciones —le decía una contemporánea suya— y de la triste ley de costumbre que subyuga a nuestro sexo, inutilizándolo para no servir sino sólo en una pobre casa”, y por contribuir a la lucha por la defensa de la dignidad e independencia de la patria. Comparada con las heroínas de la antigua Cartago, las defensoras de Zaragoza y las valerosas insurgentes de Cochabamba, la Riesch fue vista como una perfecta “mujer de honor y bien templado corazón”, que de paso se sacudía el yugo del hombre.7

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