Loe raamatut: «La diabetes y yo»
La diabetes y yo
Samuel Martín
© La diabetes y yo
© Samuel Martín Ruiz
ISBN
Editado por Tregolam (España)
© Tregolam (www.tregolam.com). Madrid
Calle Colegiata, 6, bajo - 28012 - Madrid
gestion@tregolam.com
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Diseño de portada: © El autor
Imágen de portada: © El autor
1ª edición: 2020
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni
su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,
mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN: TODO TIENE UN COMIENZO
Puedo decir que la idea de escribir este libro, este autorrelato, esta ayuda e información para toda persona que lo necesite partió de mi experiencia personal, de decisiones que tomé mal y decisiones que tomé bien, de amigos y familiares a los que quiero. Quiero llegar también a todas esas personas que no se sienten comprendidas o no se han sentido arropadas debido a la diabetes alguna vez en su vida, que pasan por un desamor, por una mala situación, estrés laboral. A todos aquellos que no saben si pueden con alguna situación en concreto y que sepan que pase lo que pase todo sigue, todo continúa y todo mejora, y que por mucho que dificulte esta enfermedad, en algunas ocasiones, se puede con ello. Por eso permíteme explicarte todo y a su vez contarte mi historia.
Y como toda historia, como toda experiencia, tiene un punto de partida y porque me gustaría aportar algo más de información sobre esta enfermedad, permíteme explicarte cuál fue el mío para poder entender todo lo que continuará de aquí hacia el resto de la historia.
Mi historia comienza hace diecinueve años, siendo un niño de cinco años llevaba una vida completamente normal: iba al colegio, jugaba con los demás chicos de la escuela, comía bien y aunque mamá y papá a veces me consentían algún capricho mi comienzo fue totalmente normal. Tras mudarnos por el trabajo de mi padre a un pueblo del norte de España llamado Ariza (un pueblo muy pequeño de mil trescientos habitantes pero muy familiar, he de decir) comenzaron los primeros síntomas, que muchos de los que leáis este libro podréis reconocer porque tenéis a algún familiar o amigo diabético o incluso tú mismo por padecer esta enfermedad.
¿Te suena la falta de apetito? ¿o beber mucha agua? Estoy seguro de que sí. Por supuesto hay muchos más síntomas a parte de estos dos anteriores; en mi caso, orinar muy frecuentemente, cambios de humor, malestar, etc.. Tras varias semanas con estos síntomas empecé a orinarme en la cama y mis padres se lo tomaron como un acto de «niño rebelde» o de «llamada de atención», así que decidieron ponerle pañales a un chico de cinco años para que no pudiera hacerlo más. ¿Sabéis qué? Parecía que funcionó durante varios días, mas la realidad fue otra cuando comencé a orinarme de nuevo. Tras todo esto, y como muchos sabréis cuando un chico está haciendo estas actuaciones extrañas o poco usuales, mis padres dijeron:
«Pues ahora vamos a ir al médico a que te ponga una inyección y ya verás cómo se te quita todo».
Y así fue, me llevaron al médico para ver qué ocurría y darme una lección.
Pero la lección fue para todos cuando al llegar al médico y hacer un control de glucosa, debido a los síntomas que estaba presentando en ese momento y en las semanas anteriores, marcó un nivel de entre trescientos y cuatrocientos.
Para muchos es muy predecible en este punto lo que va a ocurrir, pero aquí viene la frase que marcó el comienzo de la historia:
«Vuestro hijo es diabético».
Acto seguido, solo puedo recordar que me montaron en una ambulancia bastante rápido, me llevaron al hospital de Zaragoza y mi vida cambió por completo.
CAPÍTULO 2
DIABETES Y CÓMO FUNCIONA
En este capítulo recomiendo para esas personas que no conocen mucho la enfermedad o cómo funciona que lo toméis con tranquilidad, porque, aunque parece algo simple, viene mucha información que no solo te ayudará a entender, sino a ayudarte a ti mismo en un momento necesario.
Antes de continuar con mi historia daré una pequeña pausa para esto:
¿Qué es la diabetes? Pero tú entonces no puedes tomar azúcar, ¿no? ¿Entonces tú qué puedes comer? ¿Y tú puedes vivir normalmente?
Te suenan algunas de estas frases, ¿verdad? Es totalmente normal, aunque la vida de un diabético suele ser totalmente normal la gente de su alrededor, y ya ni imaginemos los de círculos más exteriores, apenas tienen conocimiento de ella. Las cosas han avanzado mucho a nivel tecnológico y sanitario pero apenas se conocen todos estos temas, así que permíteme dar un claro de luz a muchas de las preguntas que vendrán y surgirán a lo largo de nuestros años de vida.
Hablemos principalmente de qué es la diabetes. Es una enfermedad crónica y hasta el momento irreversible en la que se va a producir un exceso de glucosa o «azúcar» en la sangre debido a que nuestro páncreas deja de producir la hormona llamada «insulina» (la cual es la reguladora de estos niveles de glucosa o «azúcar» en sangre). En muchas ocasiones la producción del páncreas no para de golpe, sino que se produce una pequeña deficiencia en la misma. Es por ello que se suelen separar en dos tipos de diabetes.
Diabetes tipo 1: Se da prácticamente a cualquier edad y se trata con insulina inyectada.
Diabetes tipo 2: Esta suele darse más en personas de la tercera edad y se trata con pastillas que ayudan al control y regularización de la insulina.
Aunque podríamos decir que hay variantes de estos tipos, como la diabetes gestacional o de embarazo, principalmente funcionan como uno de estos dos tipos anteriores.
Ya sabemos en grandes rasgos qué es la diabetes y cómo funciona. Entonces, ¿no puedo comer lo que me apetezca? Por supuesto que puedes, la única y más importante diferencia es que a partir de ahora deberás controlar cuánta cantidad habrás de comerte y saber que, dependiendo de qué comas y cuánto comas, deberás inyectarte una cantidad de insulina que regule esa cantidad de «azúcares».
Es también muy importante que recuerdes que todos los alimentos tienen los famosos «azúcares». En este punto me gustaría que no pensemos en azúcar como el que usamos para el café o los pasteles. Más bien, y lo veréis en cualquier momento, estos «azúcares» son aquellos a los que llamamos «hidratos de carbono», los cuales se encuentran en el noventa por ciento de los alimentos.
Por eso una persona diabética ha de tener en las tres comidas principales hidratos de carbono.
¿Y cómo sabes qué alimentos no tienen hidratos de carbono?, te preguntarás, o ¿cómo sé qué puede comer mi hija?, ¿o mi pareja?, ¿o mi amigo? Aunque principalmente en todos los productos nos indican qué cantidad de hidratos de carbono tiene ya un alimento, está claro que no vais a tener que hacer un curso avanzado para entenderlo. Pero déjame darte un par de consejos que siempre te vendrán bien:
Las carnes y pescados no tienen hidratos de carbono, pues son fuentes principales de proteínas.
La patata, el arroz, el pan y la pasta son alimentos de grandes cantidades de hidratos de carbono que suelen ser indispensables en los platos que comeremos diariamente.
Los dulces y chucherías, bollería industrial y las famosas bolsas de patatas no solo contienen hidratos de carbono, sino que también contienen azúcares extras, por eso las cantidades a comer de este alimento suelen ser bastante menores.
Lo mismo con las bebidas como la Coca-Cola, la Fanta y bebidas de este estilo contienen cantidades muy grandes de azúcares extras.
Con esto realmente tienes un gran punto de partida para comprender qué tipo de alimentación y cantidades puede abarcar una persona con diabetes.
A partir de ahora hablaré a veces de «niveles de glucosa» o de «niveles de azúcar» cuando os vaya explicando cómo transcurrían o cómo sucedían mis mediciones y controles.
Pero falta un punto muy importante: ¿qué son los niveles de glucosa? Y esto contestará a otra pregunta muy famosa:
«Pero ¿cómo tienes el azúcar?, ¿bajo?, ¿alto? ¿Y ahora qué hay que hacer?
Esto, a grandes rasgos, te diré que es algo bastante sencillo. En teoría los niveles de glucosa deben estar entre 75- 130. Diez unidades arriba o diez unidades abajo nos empezarán a indicar si empieza una hipoglucemia (nivel de glucosa bajo) o una hiperglucemia (nivel de azúcar alto).
Si tenemos hipoglucemia deberemos introducir hidratos de carbono para subir el nivel de glucosa y regularlo. Lo ideal, dada mi experiencia, suelen ser los alimentos de absorción ultrarrápida (líquidos) como los zumos. Llevar un azucarillo y mezclarlo con agua siempre nos va a hacer un efecto similar; si no hubiera no ha de cundir el pánico, pues tomar alimentos sólidos como galletas, dulces, o incluso una comida normal (a la hora de comer-cenar-desayunar) también nos regulará.
La hiperglucemia es el caso totalmente contrario: deberá corregirse con insulina para bajar los niveles de glucosa en sangre. Nada de alimento (aunque hay carnes, verduras y frutas que no contienen hidratos de carbono no es recomendable aun así) y beber abundante agua (la cual se recomienda en el caso de que la glucosa ascienda a niveles muy altos, pues nos puede producir cetosis que impedirá el paso de la insulina y este estado solo podrá ser eliminado a través de la orina)
Los tipos de insulina que nos encontraremos serán dos más uno «extra». En primer lugar, la insulina rápida, que suele inyectarse antes de cada comida o para corregir hiperglucemias. Por lo general, empieza a hacer efecto a los quince minutos de inyectarse, aunque hace más efecto a la primera y segunda hora y su duración total es de cuatro a seis horas. En segundo lugar, la insulina lenta, cuya duración abarca, dependiendo del tipo, de doce a veinticuatro horas de efecto, pero se toma en pequeñas dosis para mantener equilibrado el nivel de glucosa. Y, por último, la insulina mixta, que cada vez se usa menos. Esta tenía, como su propio nombre indica, el efecto de ambas insulinas, pero no con tanta intensidad.
Hay una insulina «especial» que en realidad no es insulina, que solo se usa en caso de emergencias y que solo se emplea ante un desmayo por hipoglucemia. Se llama glucagón. Esta inyección de emergencia contiene una hormona que beneficia la producción de glucosa (nos elevará su nivel en sangre), así que lo ideal de esta insulina es tener una en cada punto vital que suela frecuentar la persona diabética (su casa, trabajo, colegio…).
A nivel propio como persona con diabetes sabrás identificar cuándo tienes bajos niveles de azúcar (mucha hambre, debilidad, mareo, etc.) e incluso cuándo son altos (dolor de estómago, malestar, ganas de orinar, etc.). Pero como persona externa que estás leyendo esto es importante saber cómo identificar esos síntomas en un momento dado.
Ante la hipoglucemia podrás notar que la persona suda mucho, tiembla, no responde del todo bien o actúa nerviosamente (incluso habrá veces que podrá ser agresivo).
Pero ante la hiperglucemia lo que verás es una sed muy grande, el olor del aliento posiblemente afrutado, mareo o incluso ganas de vomitar (y en algunos casos hasta debilidad).
Otro dato importante es el tema de las heridas y cicatrizaciones; pues, debido a todos estos cambios de hormonas y encimas, las heridas tardan más en curarse y suelen tener un tiempo más alargado de cicatrización e incluso más peligro de infección. Por ello, ante heridas, operaciones y tatuajes, se han de mantener limpias y bien tratadas.
Ahora que conocemos todo esto, proseguiré con la historia, pues vienen los momentos de la no comprensión.
Decir que esta primera etapa duró un par de años desde mis cinco a los siete más o menos; y, aunque no es grande la cantidad de recuerdos claros que poseo de aquel tiempo, los pocos que recuerdo son inolvidables.
Una vez instalado en el hospital, les explicaron a mis padres qué era la diabetes y cómo funcionaba, pero esto (como muchos sabréis) a veces no sirve de nada: la vida es injusta y no somos capaces de asimilar muchos de estos términos. Mi padre rezó (cuando no es que hubiera sido firmemente creyente) o más bien habló con Dios y, cuando vio que no iba a cambiar nada, alejó a esa entidad omnipotente; pues «si hubiera algo ahí, no permitiría que pasara esto». Es un pensamiento tonto, ¿verdad? Pues es la famosa etapa de negación de la que todos hemos oído hablar en algún momento de nuestra vida o que hemos sentido. Mi madre en cambio, aunque dolida por esta noticia, se mantuvo más cercana. Supongo que solo tenemos dos maneras de asimilar el dolor de otra persona junto al nuestro: alejarnos o acercarnos más.
Recuerdo esos días como si fuera ayer perfectamente, cómo vino parte de la familia a verme con viajes a horas de distancia o cómo me hice amiga de una chica que estaba tres o cuatro habitaciones más allá de la mía. También recuerdo cómo esos primeros días como diabético no fueron del todo placenteros: los controles de glucosa nocturnos que te despertaban y tener que ponerme las dosis de insulina eran cosas que no me hacían especial gracia aunque realmente no entendía qué pasaba.
Estas primeras semanas como muchos sabréis se pasa por la etapa llamada «luna de miel» en la que podríamos decir coloquialmente que el páncreas aun nos echaba una mano con el tema de la insulina, así que realmente no notamos tanto el cambio como cuando realmente hay que empezar a controlar bien los niveles de glucosa y las dosis de insulina.
Pues fueron unas primeras semanas bastante complicadas, no solo como diabético, sino desde el punto de vista de los padres, por lo que puedo recordar. Esos pensamientos de: «¿Por qué a mi hijo y no a mí?», «¿Ay, el pobre, tan joven…». Y ese tipo de frases que se dicen y pasan por la cabeza surgieron bastante. Pero ¿sabes qué? Tras varias semanas se normalizo muchísimo, a un nivel que te puede parecer inaudito. Al final aprendes a controlar la comida de tu familiar, las cantidades, qué alimentos son mejores y cuáles no, a conocer estos factores de glucemia… y se hace algo muy normal.
Por supuesto, como niño que era en aquel momento, no me di cuenta realmente de qué pasaba, solo que no me gustó que me pincharan durante varios días hasta que pensé: «A bueno, pues es lo normal». Podría incluso contar que en varias ocasiones mis padres cogían agujas sueltas y se pinchaban delante de mí para enseñarme que no pasaba nada.
Podría resumir esta primera etapa de diabetes en un niño como algo bastante normal, no me puedo quejar, pero claro aún queda una larga historia y sucesos por delante que te harán ver las cosas de una manera muy diferente.
CAPÍTULO 3.
DIABETES DE NIÑO A ADOLESCENTE
Debería comenzar diciendo que va a haber varias transiciones en todo este recorrido hasta llegar al final, muchas serán buenas y otras no tanto, pero esta puede que sea una de las etapas más malas-curiosas que podremos encontrarnos. Tengamos en cuenta que es la etapa que sobre todo los padres más temen y podría decir que, en mi caso, abarcó desde los siete y ocho años hasta unos trece. Prácticamente fue todo en etapa colegio-instituto, por lo que no hay mucho que comentar fuera de este ámbito, pero lo poco que hay lo desarrollaré lo más claro que pueda recordar, así que vayamos paso a paso.
En los siguientes años de diabético primerizo fue para mí bastante importante estar acompañado por la familia, debido a que era aún un poco extraño ir a ver a mis amigos, a un cumpleaños o al propio comedor del colegio y que me tuvieran que poner las inyecciones para comer o que me preguntaran a todo momento por qué lo hacía, si estaba «malito» o muchas cosas del estilo. Todo esto puede parecer una tontería, pero padres, familia y amigos, al fin y al cabo a nadie nos gusta que nos pregunten por algo que no nos guste por muy normalizado que este ¿no?
Es muy importante a mí parecer que aquí este todo muy claro para la persona que vive la diabetes o que la acompaña porque, si no, empezará a generarse una bola que más tarde hará daño. Los niños siempre serán niños y la curiosidad siempre mata al gato como solemos decir y formamos buenas amistades y otras no tan buenas.
Intente en mi etapa del colegio llevarlo de manera normal aunque solía destacar bastante, pues era casi el único niño que llevaba su mochila y su enorme riñonera aparte, con sus agujas y botes tan raros, y siempre llevando muchos zumos y sobrecitos de azúcar. Esto ocasionó que muchos niños se metieran conmigo en el colegio pero ¿sabéis qué? También ocasionó que formara tres de las amistades más importantes que aún hoy por hoy conservo.
Para mí cuando me invitaban a un cumpleaños y tenían sus batidos de chocolate sin azúcar o me habían comprado chuches sin azúcar, al contrario de hacerme sentir mal, me hacía sentir apreciado y en un punto de interés porque podía comer más de esas chuches. Esto como padres, hermanos o amigos lo veréis en muchas ocasiones. Es cierto que en etapas más adultas esto podría ser incluso innecesario pero, cuando eres solo un chico, realmente podrá significar mucho, pues se preocupan por tu ser querido.
Dentro de toda esta etapa denominada diabetes en el colegio, la verdad es que no podría resaltar mucho más. Quizás como dato curioso puedo comentar que, si algún chico se metía conmigo más de lo normal, lo amenazaba con que le pincharía con mi aguja y no podrían comer chocolate, y solía correr bastante.
Podríamos decir que lo complicado comienza ahora. Pongámonos en situación: tras unos tres o cinco años aprendiendo sobre la diabetes, medianamente complicada, conociendo nuevos y nuevas amigas, llega el momento de entrar al instituto, comenzar la adolescencia, cambios físicos y cambios mentales, nueva gente y nuevas experiencias, así que preparaos pues los acontecimientos vienen fuertes. Cabe comentar también que durante esta etapa anterior y la siguiente mi padre le cogió buen gusto al deporte no solo para su acción propia, sino para que yo lo hiciera.
Cuando entré al instituto podría definirme como un chaval de once años sociable a la par que tímido, en buena forma física, con su riñonera siempre colgada y llamando la atención con un peinado y una ropa siempre de lo más extravagante (jamás se me ha dado bien vestir. De hecho, un modelo muy usual que yo llevaba era pantalón de chándal gris; camiseta cualquiera, a ser posible de algún videojuego; zapatillas de deporte y un chaquetón amarillo chillón, el cual llevé por más de tres años). Y en realidad no me preocupaba nada de mi condición física, ni de salud, porque estaba con los que eran mis amigos del cole en clase.
Aquí hare una pequeña parada para que hagáis vista de que la diabetes en este punto realmente no afectó de una forma negativa realmente. Sí, llevaba un bolsito que llamaba la atención de los demás, y que los niños se metan contigo a esas edades es casi usual, pero una diabetes bien controlada a estas edades normaliza muchísimo la vida y los eventos futuros.
Pues bien, comienza esta primera hermosa etapa de adolescencia y he de admitir que el comienzo fue bastante abrumador en mi caso porque hasta este punto jamás había tenido problemas serios de ningún tipo. Es más, imaginaos cuando en una de mis visitas al endocrino me dicen que voy a participar en uno de esos muchos grupos experimentales que seguro muchos reconoceréis y otros no tanto (no os preocupéis, no experimentan con nosotros; pero sí, quizás nuevas insulinas en el mercado o un nuevo medidor de glucosa, etc.).
Y en mi caso, para mi sorpresa, me regalaron un móvil, un Nokia para ser exactos. Quizás esto hoy en día no signifique absolutamente nada, pues hoy todos tenemos teléfonos de última generación a cualquier edad, pero no señor, hace catorce años eso era una auténtica bomba, ¿un chico de once años con móvil de última generación? Los chicos y chicas de clase se peleaban por saber cómo lo había conseguido, se preguntaban por qué me lo habían regalado y cuántas cosas podía hacer el teléfono… En realidad, lo usaba solo para escuchar música y ver los videoclips de Juanes que te mandaban por publicidad SMS. Por supuesto, el uso del móvil en el terreno de la diabetes era que cada noche al terminar el día mandara a través del infrarrojo de mi glucómetro un mensaje a un grupo que estaba activo las veinticuatro horas y que llevaba un control de si el azúcar estaba siendo bien llevada o de por qué ocurrían altibajos en esta. Es una idea peculiar y que no estuvo mal durante un tiempo, pero realmente era bastante pesado debido a la velocidad de las conexiones de hace varios años. Es por ello que las cosas han cambiado tanto.
El primer método que se usaba hace unos años para la insulina era bastante tradicional y debíamos preparar las dosis a mano de la siguiente manera: sacar el bote de la nevera, moverlo si era insulina lenta y dejarlo tal cual si era insulina rápida, sacar las dosis de insulina que queríamos ponernos más alguna dosis extra (ahora verás por qué) inyectando la aguja en el bote y, una vez hecho esto y colocando la aguja hacia arriba, sacar el aire de la aguja y extraer un poco de esta insulina extra dando pequeños golpecitos en la aguja.
El nuevo método consistía en tener una especie de boli con el que tú solo decidías cuántas unidades te ibas a inyectar y te la inyectabas sin preparación alguna. En resumen, una autentica pasada ¿no?
Déjame decirte que no. Apenas a los cuatro o cinco meses de comenzar el instituto mis padres se divorciaron y esto fue sin duda algo que significaría un antes y un después en quién sería yo como persona y cómo este suceso actuaría en mi vida y con mi diabetes. Está claro que normalmente los niños no suelen pasar bien esta etapa en la que papá y mamá toman caminos diferentes y tienen que, siendo un niño, decidir con quién se quedan —porque, claro, eso podría significar que a uno lo quieren más que a otro— o a quien van a ver más. En esta situación nunca hay decisión correcta en la mayoría de casos desde el punto de vista de un niño; pero, si dejan de hacer las cosas como las hacían antes, llaman un poco la atención porque ven que ahora con esa persona con la que finalmente se han quedado (que en mi caso fue mamá) ya no es como la recuerdan, que mamá y papá ya no se llevan tan bien como antes y eso a lo mejor es culpa suya. «¿Qué he hecho mal? ¿Me habré portado mal?».
Y esos pensamientos de niño que no ve las cosas me hicieron pensar: «Bueno, ¿y si ya no me quiero pinchar más? ¿Ni hacer deporte? Seguro que no pasa nada y me harán más caso». (Porque sí, da igual la edad que tengamos, que hacemos locuras que nos pueden afectar gravemente sin darnos cuenta y por llamar la atención). Y, bueno, admitiré que no fui tan rebelde, pero si dejé de apuntar mis unidades de glucosa en mi libreta de apuntes de glucosa o pasé de enviar todos los días las mediciones a través del móvil para hacerlo una vez en semana. Puede parecer una tontería, pero esto sí puede hacer que nuestro control de la diabetes empeore (pues no sabremos que tenemos en un momento determinado o qué nos ponemos de insulina); pero, claro, qué iba a pensar yo de que me iba a hacer daño si lo único que quería es que me hicieran más caso.
Tasuta katkend on lõppenud.