Loe raamatut: «Empezar de nuevo»

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A mi hija Nayeli Comino Hatero por darme

las fuerzas necesarias para afrontarlo todo.

Eres el tesoro más grande que tengo en la vida

Y a mi marido Sisco por su fuerza, entereza y

cariño que me empujan a seguir adelante.

Tus abrazos siempre me dicen que todo irá bien.

Índice

Portada

Portada interior

Dedicatoria

Prólogo

1. Quién soy

2. Nueva vida, nuevas vidas

3. Llamada de atención

4. Guttmann

5. Volver a casa y ser madre

6. Rehabilitación cognitiva

7. Juicio

8. Pérdida

9. Nuevo significado de la vida

10. Compaginar recuerdos con la realidad

11. La Silvia de antes y la de ahora

12. Mi vida actual

Agradecimientos

Autora

Créditos


Cuando cerramos los ojos por la noche dicen que es cuando más pensamos en nuestra vida. Me vienen a la mente los segundos previos al ictus de Silvia, cuando su cuerpo y su mente se desvanecieron, cuando sus anhelos, sus luchas y sus sueños parecía que podían disolverse como un terrón de azúcar. Pero Silvia tenía un pacto no escrito con la vida y salió adelante. Tan fuerte era el pacto que su cuerpo, ya en coma, resistió para que naciera su hija Nayeli. El psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl, después de pasar tres años en un campo de concentración nazi, llegó a escribir que llegamos a ser persona en la medida en que somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, entregándonos a una causa para servir o a una persona a la que amar. La causa de Silvia era su hija. Y vivió. Vivieron. Y todavía lo hacen, con más fuerza que nunca.

Conocí personalmente a Silvia el 2015, pero ya habíamos intercambiado antes algún mensaje. No quiero caer en ningún tópico, pero me encontré con una mujer fuerte, valiente y con muchas ganas de vivir. Y de compartir con otras personas, de dar apoyo, de transformar golpes duros en retos. Hemos coincidido en varias ocasiones y hasta hemos desfilado juntos en un acto solidario. Ahora que soy padre resuenan en mi con más fuerza las palabras de Silvia cuando me contaba cómo despertó del coma y ni siquiera recordaba haber tenido una hija a la que, además, no pudo casi ni tener en brazos durante un año.

Admiro la fuerza de Silvia y el trabajo que lleva a cabo con su tarea de psicoterapia emocional con un grupo de apoyo. Un apoyo abierto, plural y dirigido a quien crea que lo necesita, simplemente para compartir y para trabajar desde las emociones.

Le encanta la gente, su familia y pintar mandalas hipnóticos de mil colores. Y, lo mejor de todo, es que le encanta la vida. Cada día lo demuestra. Cada día Silvia grita y escucha, es fuerte y es frágil, aprende a prescindir del dolor y a entender el de las demás personas. Cada día ahuyenta monstruos y escribe líneas preciosas en el libro de la vida. Como las de este libro.

Jordi Ballart i Pastor

Alcalde de Terrassa


Me llamo Silvia y nací en 1971 en Sabadell.

La vida ha sido dura conmigo, pero yo he sido más dura. Nunca me he rendido.

Fui una niña feliz. A los nueve años mis padres nos apuntaron a mi hermana y a mí a un gimnasio de taekwondo. No me gustaba nada, pero con el tiempo fui cambiando de opinión, logré sacarme el cinturón negro y empecé a competir. Requería esfuerzo, pero me gustaba. El deporte me atrapó. A mi hermana Yolanda también le encantaba, pero no cuando tenía que competir, y mi hermano Rubén acabó dejándolo al poco tiempo. Lo vivimos de formas distintas, con nuestros anhelos, nuestros sueños y nuestras miradas hacia lo que representaba. Pero quien lo pasaba realmente mal era mi madre, ya que cada vez que tenía que competir pensaba que iba a recibir una patada en la cara. Pero yo no tenía miedo. Ya os he dicho que nunca me he rendido.

Mis días de competición los recuerdo como una etapa maravillosa, y hasta pude representar a la selección catalana. Sí, fui una niña feliz, pero una de esas a las que llaman “gordita”, y con la que los cobardes solían meterse. Fueron años de esfuerzo y sacrificio. Fueron años de huir del daño que yo sufría. Fueron años de heridas cuando me llamaban gordita. Ni siquiera sabía que esa actitud se llamaba acoso. Pero la cobardía de algunos, aunque me dañó, no consiguió que abandonara. El deporte siguió formando parte de mi vida y combiné la natación con el taekwondo y los estudios. Me prometí que si ganaba un campeonato internacional de taekwondo lo dejaría. Y así ocurrió. Así que me quedé haciendo natación y estudiando.

La natación fue otro reto. En el agua me sentía libre y me gustaba la sensación de zambullir mi cabeza en ella y sentir que el mundo se ralentizaba. No era una huida, pero si adentrarme en una especie de burbuja muy agradable. El estilo que más me gustaba era el de espalda, quizá el más complejo, y hasta llegué a competir y a ganar algún campeonato.

No nos engañemos, no me gustaba demasiado estudiar. Pero no temía asumir responsabilidades, así que empecé a trabajar en distintas empresas, haciendo diferentes turnos y buscando algo fijo. Era muy inquieta y con ganas de buscarme la vida, por lo que por las tardes también encontré trabajo en un gimnasio para dar clases de aeróbic. Pero seré sincera: no tenía ni idea ni me había formado sobre el tema, pero los retos siempre han sido mi fuerte.

Al cabo de un tiempo encontré un empleo en una empresa multinacional cerca de Terrassa, donde trabajé en el almacén cargando cajas y palés. Trabajé duro y la empresa me ascendió a encargada de exportaciones, pero entonces me topé con otra barrera social, con el machismo. Mis compañeros, todos hombres, no soportaban que podían estar bajo las órdenes de una mujer. El machismo más crudo me atacó de lleno. Con insultos y desprecio. Fue un tiempo duro y tuve que luchar para mostrar que como mujer también podía ocupar un puesto de responsabilidad. La disciplina y el esfuerzo que aprendí en el deporte de élite me resultaron imprescindibles para superar esta etapa.

En ese tiempo, y siendo muy joven, tomé la decisión de casarme con un chico con el que llevaba varios años de noviazgo, pero el matrimonio no duró demasiado y nos separamos.

Quise seguir independizada y hablé con Fernando, mi amigo y maestro, para que me ayudara a conseguir un piso de alquiler pequeño y económico. Pero me costaba cubrir los gastos. Tenía dos trabajos, sí, pero no llegaba. Y me surgió la posibilidad de un tercer empleo. Era en una discoteca durante las noches de los fines de semana. Fueron tiempos intensos y duros. Pero quería seguir viviendo sola, sin depender de nadie. Pasé así algunos años, aunque el cansancio iba a más, no tenía ningún día libre y, una noche, casi ocurre una tragedia. Iba conduciendo hacia la discoteca, me dormí al volante y choqué con un autobús. No con una moto aparcada o con un contenedor, no. ¡Con un autobús! Pero salí ilesa, aunque con un susto en el cuerpo que todavía lo recuerdo y me pongo a temblar.

Tasuta katkend on lõppenud.

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