Loe raamatut: «El palacio de hielo»

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EL AUTOR

Tarjei Vesaas (1897 - 1970) nació y creció a la orilla del lago Vinjevatn, en Noruega, rodeado de una idílica y solitaria naturaleza que influyó en toda su obra literaria. De carácter muy sensible, quedó marcado para siempre por la destrucción de la que fue testigo durante la Primera Guerra Mundial y la culpabilidad que sentía por haber decidido en su momento no hacerse cargo de la granja familiar. Entre sus estudios y el servicio militar encontró el tiempo para seguir escribiendo novelas, poesía y teatro, y, finalmente, en 1923, consiguió publicar Hijos de humanos, que le abrió definitivamente las puertas de su carrera literaria. Fue tres veces candidato al Premio Nobel de Literatura y hoy es considerado uno de los mejores escritores noruegos del siglo xx. La literatura de Vesaas, con una aparente sencillez, rebosa simbolismo y poesía y conjuga a la perfección el paisaje noruego con la psicología de sus personajes. Es autor de novelas como El palacio de hielo (1963), Los pájaros (1957) y Los vientos (1953).

LAS TRADUCTORAS

Kirsti Baggethun, nacida en Tønsberg (Noruega) y licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Oslo, maître por la Universidad de la Sorbona. Fue profesora de Lengua y Literatura Noruegas de la Universidad Complutense, y Agregada Cultural de la Real Embajada de Noruega hasta su jubilación. En colaboración con Asunción Lorenzo ha traducido cerca de ochenta libros del noruego de autores como Knut Hamsun, Tarjei Vesaas, Jostein Gaarder, Maja Lund, Karl Ove Knausgaard o Kjell Askildsen. Ha colaborado en la redacción de una serie de libros sobre la literatura nórdica y en un diccionario noruego-español, español-noruego.

Mª Asunción Lorenzo, nacida en Zaragoza y licenciada en Filología Francesa por la Universidad Complutense de Madrid, ha colaborado con Kirsti Baggethun en numerosas traducciones del noruego de obras de Jostein Gaarder, Karl Ove Knausgaard o Kjartan Fløgstad.

EL PALACIO DE HIELO

Primera edición: enero de 2021

Título original: Is-slottet

© Gylendal Norsk Forlag AS 1963

Publicado de acuerdo con Casanovas & Lynch Agencia Literaria

© de la traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo

© de la nota del editor: Jan Arimany

© de esta edición:

Trotalibros Editorial

C/ Ciutat de Consuegra 10, 3.º 3.ª

AD500 Andorra la Vella, Andorra

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Esta traducción ha sido publicada con el apoyo financiero

de NORLA, Norwegian Literature Abroad.

ISBN: 978-99920-76-00-2

Depósito legal: AND.299-2020

Maquetación y diseño interior: Klapp

Corrección: Raúl Alonso Alemany

Diseño de la colección y cubierta: Klapp

Impresión y encuadernación: Liberdúplex

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

TARJEI VESAAS

EL PALACIO DE HIELO

TRADUCCION DE

KIRSTI BAGGETHUN Y ASUNCIÓN LORENZO

PITEAS - 2



SISS Y UNN

1. SISS

Una muchacha de once años, de frente tersa y blanca, avanzaba en la oscuridad. Siss.

En realidad aún era por la tarde, pero ya todo estaba oscuro. Otoño avanzado y helada. Estrellas, pero sin luna, y nada de nieve que aportase resplandor, por lo que la oscuridad era densa, aunque hubiese estrellas. A los lados se extendía el bosque, sumido en un silencio mortal, a pesar de todo lo que en ese momento estaría vivo y tiritando de frío en su interior.

Siss, abrigada para soportar el frío, iba absorta en un sinfín de pensamientos. Se dirigía por primera vez a casa de esa chica a la que apenas conocía y que se llamaba Unn, se encaminaba hacia algo nuevo y, por tanto, apasionante.

Se estremeció.

Un sonoro estallido irrumpió en sus pensamientos, en su espera, como si se estuviera formando una grieta profunda e infinita. Procedía del hielo del gran lago de abajo. No pasaba nada, al contrario, era una buena señal, porque el estallido indicaba que el hielo se había endurecido aún un poco más. Sonaba como disparos de rifle, y unas grietas estrechas y largas surgían en la superficie para luego penetrar en lo más profundo, y, sin embargo, de ese modo el hielo se hacía más fuerte y seguro cada día. El otoño había sido excepcionalmente largo, con intensas heladas sin nieve.

Frío penetrante... Pero Siss no temía al frío. No era eso. Se estremeció un instante a causa del estallido en la oscuridad, y luego volvió a apoyar el pie con firmeza en la carretera.

No había mucha distancia hasta casa de Unn. Siss conocía el camino, era más o menos el de la escuela, pero había que desviarse un poco al final. Por eso la habían dejado ir sola, aunque ya no fuese de día. Sus padres no eran muy miedosos en ese sentido. Pero si es la carretera principal, le dijeron al salir. Que dijeran lo que quisieran: a ella le daba miedo la oscuridad.

La carretera principal. Y, sin embargo, le costaba andar sola por allí. Levantaba la cabeza con determinación. El corazón le latía contra el cálido forro del abrigo. Sus oídos estaban alerta ante ese silencio demasiado profundo que se extendía a los lados de la carretera, porque sabía que unos oídos aún más vigilantes la escuchaban desde el bosque.

Por lo tanto, había que pisar con firmeza el durísimo suelo, pues sus pasos debían oírse bien fuerte. Si caía en la tentación de andar intentando no hacer ruido, estaría perdida. Por no mencionar la estupidez que representaría echar a correr. En ese caso, emprendería una carrera sin sentido.

Esa tarde Siss iba a casa de Unn. Tenía tiempo, aún era temprano a pesar de la oscuridad. Podría quedarse un buen rato en casa de Unn y estar de regreso en la suya antes de la hora de acostarse.

Me pregunto de qué voy a enterarme en casa de Unn. Seguro que me entero de algo. Llevo todo el otoño esperándolo, desde el día en que la forastera Unn llegó a la escuela. No sé por qué.

La idea de esa visita era nueva y fresca. Tras un largo preparativo, había llegado de golpe.

Camino de casa de Unn. Con un ligero temblor de expectación que la conmovía. Su frente lisa hendió una corriente helada.

2. UNN

Camino de algo apasionante, Siss pensaba en lo que sabía de Unn, y andaba erguida y terca, procurando mantener a raya el miedo a la oscuridad.

Sabía muy poco. Y no serviría de mucho preguntar a la gente del pueblo, porque tampoco sabían gran cosa de Unn.

Unn era nueva en el pueblo, había llegado la primavera pasada desde un lugar lejano, con el que no había ninguna comunicación.

Se decía por ahí que Unn había llegado tras quedarse huérfana esa misma primavera. Su madre se puso enferma y murió. Era soltera y no tenía parientes cercanos donde vivía, pero allí, en el pueblo, tenía una hermana mayor, y con esa tía había ido a vivir Unn.

La mujer llevaba muchos años allí. Siss apenas la conocía, aunque su casa no estaba lejos. Vivía sola en una casa pequeña, apañándoselas como podía. Casi nunca se dejaba ver, excepto cuando iba a la tienda. Siss había oído decir que la tía había recibido a Unn con los brazos abiertos. En una ocasión, Siss había acompañado a su madre a casa de esa señora porque necesitaba que le echaran una mano con un bordado. Hacía varios años de aquello, antes de que se supiera de la existencia de Unn. Esa mujer solitaria había sido muy amable, y así la recordaba Siss. Nunca se oía a nadie hablar mal de ella.

Lo mismo ocurrió cuando llegó Unn: no se integró en la pandilla de las chicas, como estas habrían deseado. La veían de vez en cuando por la carretera y en lugares donde uno necesariamente se encontraba con la gente. Se miraban como extrañas. Ella no tenía padres, lo cual la colocaba bajo una luz muy especial, un resplandor que no podían explicar. Sabían que esa sensación de lo desconocido desaparecería pronto: en el otoño irían juntas a la escuela, y eso lo cambiaría todo.

Ese verano Siss no había hecho nada por acercarse a Unn. La veía de vez en cuando, en compañía de su anciana y amable tía. Había observado que eran más o menos iguales de estatura. Se miraban extrañadas y se cruzaban sin dirigirse la palabra. Ignoraban por qué se sentían confusas, pero alguna razón habría...

Se decía que Unn era muy tímida, lo que sonaba interesante. Todas las chicas esperaban con ilusión el encuentro en la escuela con la tímida Unn.

Siss lo esperaba por una razón muy concreta: ella era, sin habérselo propuesto, la que dirigía las actividades del recreo. Estaba acostumbrada a ser la que hacía las propuestas, nunca había reparado en ello, sencillamente era así, y no le disgustaba. Esperaba con gran ilusión tomar el mando cuando Unn llegara para que la incluyesen en el grupo.

Cuando empezó la escuela, la clase entera se congregó en torno a Siss, tanto las chicas como los chicos. Ella notó que la situación le gustaba, y es posible que hiciera alguna que otra cosa para seguir ocupando esa posición.

La tímida Unn se mantenía a cierta distancia. La observaron detenidamente y la aceptaron en ese mismo instante. Al parecer, no le pasaba nada, era una chica que caía bien a todo el mundo.

Pero ella continuaba distante. Intentaron llamar su atención para que se uniera a ellos, pero fue en vano. Siss la esperaba rodeada de su grupo, y así transcurrió el primer día.

Así transcurrieron varios días. Unn no daba señales de querer acercarse más. Al final, Siss se acercó a ella y le preguntó:

—¿No quieres unirte a nosotros?

Unn negó con la cabeza.

Enseguida se dieron cuenta, sin embargo, de que se caían bien. Una extraña señal saltó de la una a la otra. ¡Tengo que conocerla!, pensó.

Siss repitió, extrañada:

—¿No te vienes con nosotros?

Unn sonrió, incómoda.

—Creo que no.

—¿Por qué?

Unn seguía sonriendo, incómoda.

—No puedo...

Por su parte, Siss tenía la sensación de que había entre ellas una especie de complicidad.

—¿Qué te pasa? —preguntó Siss sin rodeos, de un modo estúpido; después se arrepintió amargamente. A Unn no parecía pasarle nada. Al contrario.

Unn se sonrojó ligeramente.

—No, nada, pero...

—No, no quería decir eso; pero me gustaría que te vinieras con nosotros.

—No me lo pidas más —dijo Unn.

Esas palabras cayeron sobre Siss como un jarro de agua fría y la hicieron enmudecer. Ofendida, regresó con los suyos y lo contó todo.

No volvieron a preguntarle. Unn se quedó donde estaba y no se unió al juego de los demás. Alguien dijo que era una engreída, pero nadie lo secundó. Nadie se metía con ella. Había algo en esa chica que lo impedía.

Ya en clase, se descubrió enseguida que Unn era de los más listos, pero no hacía alarde de ello, y sus compañeros llegaron a venerarla, aunque con cierta renuencia.

A Siss nada de eso le pasaba inadvertido. Se daba cuenta de que Unn era fuerte en su solitario lugar del patio de recreo, y que estaba muy lejos de ser una pobrecilla digna de compasión. Siss se empleó a fondo para reunir en torno a ella al grupo, y lo logró, y sin embargo tenía la sensación de que Unn, desde su solitario lugar, era la más fuerte, aunque no hiciese nada por conseguirlo ni contase con la compañía de nadie. Estaba a punto de perder frente a Unn. Y tal vez su grupo también lo viera así y por eso no se atreviera a acercarse a ella. Unn y Siss eran como dos partidos, pero todo ocurría tranquilamente, era un asunto entre ellas dos. Y no mereció ni un solo comentario.

Al poco tiempo, Siss empezó a notar en clase que Unn, a quien por sentarse un par de pupitres más atrás le resultaba fácil mirarla, no apartaba la vista de ella.

Siss experimentaba un extraño cosquilleo por todo el cuerpo. Le gustaba tanto que le costaba ocultarlo. Hacía como si nada, pero se sentía involucrada en algo desconocido y hermoso. Los ojos de Unn no eran escudriñadores ni transmitían envidia, más bien había en esa mirada una especie de anhelo; Siss lo advertía si le daba tiempo a captarla. Había expectativa. Cuando salían de clase, Unn no se acercaba, hacía como si nada, pero a cada momento Siss notaba un dulce cosquilleo en el cuerpo: Unn estaba mirándola.

Casi siempre procuraba no encontrarse con su mirada, porque aún no se atrevía, solo le dirigía una rápida ojeada cuando se descuidaba.

Pero ¿qué es lo que quiere Unn?, se preguntaba.

Algún día lo dirá.

Estaba fuera, junto a la pared, sin participar en ningún juego. Se limitaba a mirarlos tranquilamente.

Esperar. Había que esperar, ese día llegaría. Hasta entonces, había que seguir igual, lo que en sí resultaba algo extraño.

Ante los demás era importante hacer como si nada. Y estaba convencida de que lo conseguía. Entonces una de sus amigas, algo envidiosa, le dijo:

—Hay que ver lo que te interesas por Unn.

—De eso nada.

—¿Que no? ¡Pero si no paras de mirarla! Todas nos hemos dado cuenta.

¿De verdad?, pensó Siss, aturdida.

La amiga rio, gruñona.

—Lo venimos observando desde hace mucho tiempo, Siss.

—¡Bueno, si tú lo dices, así será, y además puedo mirar cuanto me dé la gana!

—Bah.

Siss estaba pensando en todo eso. El día había llegado. Esa era la razón por la que iba andando por la carretera.

Por la mañana, al sentarse en el pupitre, se había encontrado con la primera nota.

Tengo que verte, Siss.

Firmado: Unn.

Un rayo llegó de alguna parte.

Se volvió y se encontró con los ojos de Unn. Se miraron fijamente. Era extraño. Era cuanto sabía, no podía pensar más en ello.

Después, en el transcurso de ese día feliz, se cruzaron más notas. Manos solícitas ayudaron a llevarlas de un pupitre a otro.

A mí también me gustaría verte.

Firmado: Siss.

¿Cuándo puedo verte?

¡Cuando quieras, Unn! Hoy, si quieres.

¡Entonces, nos vemos hoy!

¿Quieres venirte a mi casa, Unn?

No, eres tú quien tiene que venir a la mía, si no, no quiero.

Siss se volvió al instante. ¿Qué era eso? Se encontró con la mirada de Unn y vio que ella confirmaba con un movimiento de la cabeza lo que ponía en la nota. Siss no lo dudó ni por un instante y envió la respuesta:

Iré a tu casa.

Eso puso fin a las notas. Y no se hablaron hasta que acabó la jornada. Siss preguntó una vez más a Unn si no quería ir a su casa.

—No, ¿por qué? —dijo Unn.

Siss se contuvo. Sabía que era porque Unn pensaría que ella tenía alguna cosa de la que su tía carecía, y también porque estaba acostumbrada a que las amigas fueran a su casa. Avergonzada, no pudo decírselo a Unn.

—Por nada —contestó.

—Ya has dicho que vendrías a la mía.

—Sí, pero no puedo ir ahora mismo, primero tengo que pasar por casa para decirles adónde voy.

—Sí, claro.

—Así que iré esta tarde —añadió Siss, fascinada. Le fascinaba lo que había de incomprensible en Unn, lo que le parecía que rodeaba a esa chica.

Eso era lo que Siss sabía de Unn, y ahora iba camino de su casa, después de pasar por la suya para avisar a sus padres.

El frío le pinchaba la cara, el suelo crujía bajo sus pies, y un poco más lejos se oían los estallidos del hielo.

Por fin divisó el contorno de la pequeña casa de la tía de Unn. De las ventanas salía luz, iluminando los abedules cubiertos de escarcha. El corazón le latía de alegría y expectación.

3. UNA SOLA TARDE

Unn debía de estar esperándola vigilando tras la ventana, pues salió antes de que Siss llegase a la puerta.

—Está muy oscuro, ¿verdad?

—¿Oscuro? Sí, pero no importa —contestó Siss, a pesar de haberse sentido más que tensa en la oscuridad del bosque.

—Y frío también hace, ¿no? Hace un frío horrible esta noche.

—Tampoco importa —contestó Siss.

—¡Qué bien que hayas venido a vernos! —exclamó Unn—. Mi tía dice que solo has estado aquí una vez, cuando eras pequeña.

—Sí, me acuerdo. Entonces yo no sabía nada de ti.

Mientras conversaban medían sus fuerzas. Salió la tía, con una sonrisa amable.

—Es mi tía —dijo Unn.

—Buenas tardes, Siss. Entra deprisa, hace mucho frío para quedarse en la puerta. Ven a calentarte y quítate el abrigo.

La tía de Unn hablaba con cordialidad y sosiego. Entraron en la pequeña y caldeada sala. Siss se quitó las botas cubiertas de escarcha.

—¿Te acuerdas de cómo era esto antes? —preguntó la tía.

—No.

—No ha habido ningún cambio, todo está como entonces. Viniste con tu madre, lo recuerdo bien.

La tía parecía tener muchas ganas de hablar, seguramente no era algo que hiciese a menudo. Unn se mostraba impaciente por tener a su invitada para ella sola. Pero su tía no estaba dispuesta a dejarla aún.

—Desde entonces, solo te he visto en otras partes, Siss. Claro que tampoco tenías ningún motivo para venir a verme, hasta ahora, que Unn está aquí. Eso lo cambia todo. Ha sido una suerte para mí que haya venido.

Unn seguía esperando, impaciente.

—Ya te veo, Unn —prosiguió su tía—. Pero tómatelo con calma. Ahora vamos a servirle algo a Siss para que entre en calor.

—No tengo frío.

—Se está calentando en la cocina —dijo la tía—. Me parece que hace demasiado frío y es demasiado tarde para estar fuera a estas horas. Deberías venir un domingo.

Siss miró a Unn y contestó:

—Tenía que ser hoy.

La tía se echó a reír. Estaba de buen humor.

—Bueno, si tú lo dices...

—Y me dará tiempo a volver a casa antes de que mis padres se acuesten —dijo Siss.

—Muy bien, bébete esto.

Se tomaron la sabrosa bebida de la tía. Entraron en calor. La expectación envolvía a Siss con un velo fino y tentador. Pronto se quedarían solas.

—Tengo mi propia habitación —dijo Unn—. Vamos.

Siss se estremeció. Todo estaba a punto de empezar.

—Tú también tienes una habitación para ti sola, ¿verdad, Siss?

Siss asintió con la cabeza.

—Ven.

La amable y locuaz tía de Unn parecía querer entrar con ellas en el pequeño cuarto. Era evidente que no la dejarían. Unn la atajó con tanta firmeza que la tía se quedó sentada en su silla.

La habitación de Unn era minúscula, y Siss tuvo de inmediato la sensación de que había algo raro en ella. Dos pequeñas lámparas la iluminaban. En las paredes había muchos recortes de revistas y la fotografía de una mujer tan parecida a Unn que no hacía falta preguntar quién era. Al poco rato, Siss advirtió que la habitación no era en absoluto rara, sino, por el contrario, más o menos como la suya.

Unn la miró, interrogante.

—¡Qué habitación tan acogedora! —dijo Siss.

—¿Cómo es la tuya? ¿Es más grande?

—No, más o menos como esta.

—Tampoco hace falta que sea más grande.

—Es verdad. No hace falta.

Hablaron un poco de todo y de nada mientras entraban en calor. Siss, que ocupaba la única silla que había, estiró las piernas. Unn estaba sentada en el borde de la cama, con las piernas colgando.

Se miraban de reojo, estudiándose la una a la otra. Por alguna extraña razón, todo aquello no resultaba nada fácil. Además, se sentían molestas por necesitar su mutua compañía. Se observaban con complicidad, como añorando algo, y al mismo tiempo se sentían profundamente cohibidas.

Unn se levantó y comprobó si la puerta estaba cerrada. A continuación hizo girar la llave en la cerradura.

Siss se estremeció al oír el ruido y se apresuró a preguntar:

—¿Por qué haces eso?

—Mi tía podría entrar.

—¿Tienes miedo de que entre?

—¿Miedo? Claro que no. No es por eso. Pero había pensado que estaríamos mejor solas. ¡Ahora nadie va a entrar aquí!

—Es verdad. Ahora nadie va a entrar —convino Siss, y notó que por fin iba sintiéndose feliz, que los lazos entre Unn y ella empezaban a estrecharse. Guardaron silencio de nuevo, cada una en su sitio.

—¿Cuántos años tienes, Siss? —preguntó Unn al cabo.

—Un poco más de once.

—Yo también tengo once —dijo Unn.

—Somos más o menos igual de altas.

—Sí, casi iguales —señaló Unn.

Aunque se sentían atraídas la una por la otra, les costaba iniciar la conversación. Se pusieron a juguetear con lo que tenían a su alcance, mientras miraban a diestra y siniestra. El cuarto estaba agradablemente caldeado. Sería por la estufa encendida, pero no solo por eso. Una estufa de leña habría servido de poco si ellas no hubieran congeniado.

—¿Estás a gusto en nuestro pueblo? —quiso saber Siss.

—Sí, estoy muy bien aquí con mi tía.

—Ya, pero no me refería a eso; quiero decir en la escuela, y ¿por qué nunca...?

—Ya te dije que no me preguntaras por eso —la interrumpió Unn con un hilo de voz, y Siss se arrepintió al instante de habérselo preguntado.

—Entonces, ¿te quedarás aquí para siempre? —se apresuró a añadir, convencida de que pretender saberlo no sería peligroso. Pero ¿había algo peligroso en todo aquello? No, seguramente no; y aun así no se sentía del todo segura, pues parecía muy fácil meter la pata.

—Sí, me quedaré —respondió Unn—; solo me queda mi tía.

Callaron de nuevo. Finalmente, dijo:

—¿Por qué no me preguntas por mi madre?

—¿Qué? —Siss apartó la mirada y la clavó en la pared, como si la hubieran pillado en falta—. No lo sé —añadió.

Volvió a mirar a Unn. Era inevitable, al igual que la pregunta. Habría que responderle, puesto que se trataba de cosas importantes.

—Porque ya me habían dicho que murió esta primavera —balbuceó.

—Mi madre no estaba casada —dijo Unn en voz alta y clara—. Por eso no tengo a nadie más. —Se calló.

Siss asintió con la cabeza.

—Esta primavera se puso enferma y murió —prosiguió Unn—. Solo estuvo enferma una semana y después murió.

—Ya.

Menos mal que al fin estaba dicho; se sintió una especie de alivio en el cuarto. El pueblo entero sabía lo que Unn acababa de contar, su tía había hablado de ello, y de otras cosas, cuando su sobrina llegó en primavera. ¿Unn no lo sabía? Y, sin embargo, era necesario que en ese momento se mencionara el tema, al comienzo de esa amistad que estaba a punto de entablarse. Aún quedaba algo.

—¿Sabes algo de mi padre? —preguntó Unn.

—¡No!

—Yo tampoco, excepto alguna cosa que me contaba mi madre. Nunca lo he visto. Tenía coche.

—Supongo que sí.

—¿Por qué lo supones?

—Bueno, mucha gente lo tiene.

—Sí, es verdad. Yo nunca lo he visto. Solo tengo a mi tía. Me quedaré con ella para siempre.

¡Sí!, pensó Siss. Unn se quedará aquí para siempre. Desde la primera vez que la vio, Siss se sentía hechizada por los ojos claros de Unn. Con eso, ya no se habló más de padres. Los de Siss ni se mencionaron. Siss estaba convencida de que Unn lo sabía todo acerca de ellos: que vivían en una bonita casa, que el padre tenía un buen puesto de trabajo, que no les faltaba de nada, y no había nada más que comentar. Unn tampoco preguntó. Fue como si Siss tuviera menos padres todavía que Unn.

Pero sí se acordó de preguntar por los hermanos.

—¿Tienes hermanos, Siss?

—No, soy hija única.

—Entonces encajamos bien —dijo Unn.

Siss se dio cuenta de lo que entrañaban las palabras de Unn: ella estaría siempre allí. Su amistad se desplegaba delante de ambas como un camino maravilloso. Algo grande acababa de suceder.

—Claro que sí. Así podremos seguir viéndonos.

—De todos modos, nos vemos en la escuela.

—Sí, es verdad.

Rieron. En adelante todo sería más fácil. Todo estaría bien. Unn descolgó de la pared un espejo que había junto a la cama, se sentó y se lo puso sobre las rodillas.

—Ven aquí.

Siss no sabía qué pretendía, pero se sentó a su lado en el borde de la cama. Cogieron el espejo cada una de un lado, lo levantaron hasta sus caras y se quedaron inmóviles, mejilla contra mejilla.

¿Qué vieron?

Antes de saberlo apartaron la mirada.

Cuatro ojos centelleantes bajo las pestañas. Sus rostros ocupan todo el espejo. Las preguntas asoman y vuelven a esconderse. No lo sé: centelleos y rayos, centelleos de ti a mí, de mí a ti, y de mí a ti solo hasta ocupar el espejo y de vuelta, y nunca una respuesta a lo que es esto. Jamás una solución. Tus labios, rojos protuberantes; no son los míos. ¡Cómo se parecen! Y lo mismo ocurre con el pelo, centelleante. ¡Somos nosotras! No podemos remediarlo, viene como de otro mundo. La imagen empieza a volar, los contornos, a desvanecerse, vuelven a juntarse, no, no se juntan. Es una boca que sonríe. Una boca de otro mundo. No, no es una boca, no es una sonrisa, es algo que nadie sabe..., no son más que unas pestañas abiertas sobre rayos y centelleos.

Aturdidas, bajaron el espejo y se miraron, sonrojadas y radiantes. Fue un momento increíble.

—Unn, ¿sabías esto? —preguntó Siss.

—¿Tú también lo has visto? —preguntó Unn.

De repente, ya no resultaba tan fácil. Unn dio un respingo. Tras ese extraño suceso necesitaban algo de tiempo para recuperarse.

Al cabo de un rato, una de ellas dijo:

—Supongo que no fue nada.

—No, no fue nada.

—Pero raro sí fue.

Claro que había habido algo y seguía allí, pero ellas intentaron olvidarlo. Unn volvió a colocar el espejo en su sitio y se sentó con gran sosiego. Las dos permanecían calladas, esperando. Nadie llamó a la puerta o intentó entrar. La tía las dejó tranquilas.

Mucho sosiego; pero no era sosiego. Siss vigilaba a Unn, la veía esforzarse. Siss se estremeció cuando Unn dijo, con voz tentadora:

—Venga, ¡ahora vamos a desnudarnos!

Siss la miró por un instante, boquiabierta.

—¿Que nos desnudemos?

Unn daba la sensación de estar centelleando.

—Sí, nos desnudamos, eso es todo. También resulta divertido, ¿no? —Se puso manos a la obra de inmediato.

—¡Claro!

A Siss también le pareció una idea divertida, y rápidamente se puso a quitarse la ropa, compitiendo con Unn para acabar antes que ella.

Unn, que llevaba ventaja, ganó. Permaneció de pie, radiante.

Al segundo, Siss se mostraba igual de radiante. Se miraron durante un breve y extraño momento.

Siss estaba a punto de armar un gran escándalo, el adecuado, suponía, para la situación. Buscaba alrededor cualquier cosa con que empezar. No lograba ponerse en marcha. Advirtió unas rápidas miradas de Unn y notó cierta tensión en el rostro. Unn no se movía. Por un instante estaba todo, y al instante siguiente todo había desaparecido. El rostro de Unn se volvió más alegre; mirarlo resultaba mucho más fácil.

—Ay, no, Siss. Hace mucho frío —dijo Unn, contenta y un poco seria a la vez—. Creo que será mejor que volvamos a vestirnos, ahora mismo. —Cogió su ropa.

Siss permaneció inmóvil.

—¿No vamos a armar escándalo? —Estaba dispuesta a dar saltos en la cama y hacer esa clase de tonterías.

—No, hace demasiado frío —respondió Unn—. Las casas no acaban de caldearse cuando fuera hace tanto frío. Al menos esta.

—Pues a mí me parece que aquí hace calor.

—No, hay corriente. ¿No lo notas? Si lo intentas, lo notarás.

—Quizá.

Siss intentó notarlo. Quizá fuera verdad. Tiritaba levemente de frío. El cristal de la ventana estaba cubierto de escarcha. Helaba desde hacía mucho.

Siss también cogió su ropa.

—Se pueden hacer otras muchas cosas en lugar de ir por ahí desnudas —dijo Unn.

—Por supuesto —dijo Siss. Tenía ganas de preguntar a Unn por qué estaba haciendo eso, pero no sabía por dónde empezar. Lo dejó correr. Volvieron a vestirse, sin prisa. A decir verdad, Siss se sentía, de algún modo, un poco estafada: ¿eso era todo?

Volvieron a ocupar los únicos asientos que había en la habitación. Unn miraba a Siss, y Siss comprendió que a pesar de todo había algo que no había salido bien. Tal vez resultara emocionante de todos modos. De pronto, Unn no parecía tan contenta, lo de antes no había sido más que un instante pasajero.

—¿No vamos a inventarnos algo que hacer? —preguntó Siss, nerviosa, al ver que Unn no tomaba la iniciativa.

—¿Qué podría ser? —dijo Unn, como ausente.

—Si no, me iré a casa.

Sonó más bien como una amenaza. Unn se apresuró a exclamar:

—¡No tienes que irte a casa todavía!

No, Siss no quería irse. Al contrario, estaba deseando quedarse.

—¿No tienes un álbum con fotos de donde vivías antes?

Había dado en el clavo. Unn se acercó a toda prisa a la estantería y sacó dos álbumes.

—En uno de ellos solo estoy yo. Soy yo desde siempre. ¿Cuál quieres ver?

—Los dos.

Se pusieron a hojearlos. Las fotos eran de un lugar muy lejano y Siss no conocía a nadie, excepto cuando aparecía Unn, lo que ocurría en casi todas. Unn no daba muchas explicaciones. Era un álbum como los demás. En una hoja emergió una joven radiante.

—Es mi madre —anunció Unn con orgullo.

La miraron durante un buen rato.

—Y este es mi padre —dijo Unn poco después. Era un chico normal, que se le parecía un poco, junto a un coche—. El coche es suyo —agregó.

—¿Dónde está ahora?

—No lo sé —contestó Unn en tono de rechazo—. Da igual.

—Sí.

—Nunca lo he visto, como ya te he dicho, ¿recuerdas? Solo lo conozco por foto.

Siss asintió.

—Si hubieran encontrado a mi padre —añadió Unn—, a lo mejor yo no estaría aquí con mi tía.

—Claro.

Miraron una vez más el álbum en el que solo aparecía Unn. Siss decidió que Unn siempre había sido una chica muy guapa. Por fin, también acabaron con lo de las fotos.

Y, a continuación, ¿qué?

Estaban expectantes ante algo que emanaba de Unn, de su forma de comportarse. Siss esperaba con tanta emoción que se sobresaltó cuando por fin llegó. Salió como de un saco. Tras un largo silencio, Unn dijo:

—Siss.

Siss se estremeció.

—¿Sí?

—Hay algo que quiero... —dijo Unn, sonrojándose. Siss estaba preparada.

—¿Sí?

—¿Me notaste algo... antes? —se apresuró a preguntar Unn, mirándola fijamente.

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