Loe raamatut: «Cara a cara con Satanás»

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Teresa Porqueras

Cara a cara con Satanás


© de la obra: Teresa Porqueras Matas, 2016

© de la edición: Apostroph, edicions i propostes culturuals, SLU

© de la fotografía de cubierta: Llorenç Melgosa

Primera edición: octubre 2016

Segunda edición: febrero 2017

Tercera edición (reimpresión): abril 2017

Cuarta edición (reimpresión): septiembre 2017

Quinta edición (digital): junio de 2020

ISBN: 978-84-945229-6-3

Edición: Apostroph

Diseño de cubierta: Apostroph

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A mis queridos padres que, desde el más allá

y desde lo más profundo de mi corazón, hacen

que mantenga firme mi pluma.

Presentación

Cuando con Teresa nos propusimos escribir este libro, casi sin pensarlo le dije que adelante y acepté dichoso esta aventura. Mi formación como fraile dominico de la Orden de Predicadores hace que intente vivir todas las realidades.

San Agustín decía que solo se sabe bien lo que se escribe y creo que, en efecto, Teresa ha vivido esta experiencia. Al menos así lo he percibido yo al leer con atención este libro: la dimensión religiosa encarnada en una mujer de nuestro tiempo.

En pleno siglo XXI no resulta nada fácil hacer comprender a muchos qué es y en qué consiste mi trabajo como exorcista. Decenas de periodistas se acercan hasta mí ávidos de curiosidad para tener algo de luz. Muchos de ellos son incrédulos totales, otros se muestran más bien sorprendidos ante lo que descubren.

Realmente no me incomoda en absoluto cuando algunas personas consideran que mi labor como exorcista es algo retrógrada, más propia de un argumento de película que de la vida real. Más bien, cuando esto ocurre, les respeto y dejo que hablen. Luego, simplemente pido a Nuestro Señor Jesucristo que les ilumine y deseo que ellos no tengan que vivir jamás las experiencias tan terribles que algunos sufren.

Afronto cada día de mi vida con la templanza y la seguridad que me da creer que no estamos solos en este mundo. En estos nueve años recién cumplidos como exorcista de la Archidiócesis de Barcelona he vivido en primera persona incontables casos que pondrían a más de uno la piel de gallina. Ver para creer. ¿Y si yo les dijera a ustedes que sí que existe el demonio? Así es. El demonio existe, se manifiesta, está entre nosotros y es un ser espiritual que yo mismo he experimentado. Deseo que estas páginas les ayuden a comprender algo de este misterio. Teresa, sin duda, ha descubierto una dimensión que en todo esto, a veces, pasa desapercibida para algunos: la de Dios.

Quiero agradecer de corazón la dedicación y el trabajo de todas aquellas personas que han colaborado y que han hecho posible este libro. Mis gracias a Teresa, a las editoras Alexandra y Anabel y, especialmente, a todos los testimonios anónimos que aquí se incluyen.

El Papa Francisco me ha concedido el honor de ser Misionero de la Misericordia y yo estoy seguro de que este libro es un instrumento de Misericordia y de esta realidad, porque cuando el dolor es compartido es más fácil de llevar.

Juan José Gallego Salvadores, O. P.

Introducción

Cara a cara con Satanás es un libro triplemente especial para mí. Este es mi primer niño de papel que reconozco sin rubor que me ha robado por entero el corazón con un amor todopoderoso, propio del de las madres primerizas que idolatran sin más a su recién nacido. En segundo lugar, admito abiertamente que todo lo que ha sucedido en relación a este libro se escapa de alguna manera de los lindes de la simple casualidad. Yo misma he sido testimonio fiel de su providencial gestación, como si una mano intangible e invisible me guiara en todo momento. En tercer lugar, y tal vez el punto más trascendental para mí, es que gracias a todo lo acontecido he experimentado un cambio sustancial en mi persona. He vivido mucho con este libro, más de lo que yo misma nunca hubiera podido imaginar. En cierta manera se podría decir que a través de estas páginas he recorrido un intrincado sendero que me ha marcado profundamente como ser humano.

El exorcista Juan José Gallego me ha abierto los ojos de par en par a una realidad velada que muy pocos conocen. Su ejemplo de vida y sus inigualables experiencias me han hecho en todo momento el camino fácil y llevadero. Éste ejemplar dominico ha sido buen guía y mentor, más cuando he tratado por mi cuenta y riesgo de adentrarme en los entresijos de este submundo, reconozco que me he topado de bruces con una opaca realidad, jalonada de tabúes que a duras penas conviven en la trastienda de la Iglesia Católica.

Se hacía necesario escribir un libro como éste, que reivindique la voz de los que lloran en silencio, de aquellos atormentados que sufren lo indecible y que sienten vergüenza y temor de gritar a los cuatro vientos qué es lo que les sucede por temor a que les tachen de locos. En estas páginas, espero y deseo que tengan consuelo para que no desfallezcan, porque no es menos cierto que incontables personas sufren diariamente los embistes de una fuerza invisible que les atormenta día tras día, y noche tras noche. No son enfermos, no sufren esquizofrenia, y muchos de ellos ya están cansados de deambular por multitud de consultas médicas donde no logran dar respuesta a sus inexplicables males. Ciertos posesos dicen sentir un sufrimiento físico y, en otras ocasiones, explican que una especie de dolor espiritual les carcome por dentro, provocándoles un sufrimiento del todo insoportable, hasta el punto que algunos deciden acabar con su existencia.

Ojalá lo aquí escrito ayude a todos aquellos interesados por estas temáticas, a los curiosos y a los valientes que no temen saber.

Siempre he creído que hay historias tan reales y auténticas que, aun siendo veraces, son negadas por todos. Pues bien, en Cara a cara con Satanás el lector se topará de lleno con ciertas situaciones que cuestan de digerir porque nos hacen tambalear muchos estereotipos y esquemas impuestos por el mundo en que vivimos.

En mi incansable indagación admito, sin ningún ápice de arrogancia, que he ido mucho más lejos de lo que tenía previsto inicialmente. Experimentar en mis propias carnes situaciones antes impensables creo que ha sido la verdadera clave. En este singular periplo zambulléndome por lo más escabroso y turbio de los exorcismos he reído, he llorado, he pasado cierto pavor, he disfrutado de gratos momentos e incluso he perdido amigos por el camino, pero he ganado otros tantos; sin olvidar que en algún momento me he sentido defraudada, intimidada y presionada por ciertas instancias «superiores» para no explicar en demasía.

Jamás pensé lo intrincado y tortuoso que podía llegar a ser el submundo de los exorcismos y de las posesiones demoníacas en pleno siglo XXI. Se trata de un terreno auténticamente pantanoso, repleto de aguas movedizas, y terriblemente oscuro para la opinión pública. Por fortuna, mi indagación me ha llevado a conocer lo mejor y lo peor del ser humano, la parte más positiva y lo que jamás me hubiera imaginado que podía existir; lo que se puede contar y lo que hay que ocultar por todos los medios. Y precisamente, en lo más dulce y en lo más agrio de mi bagaje, es donde he podido dibujar, a veces con mano temblorosa, un fiel dibujo de lo que son realmente las posesiones demoníacas.

Admito que no es baladí lo que se cuenta y lo que voluntariamente se omite en éstas páginas. A parte del testimonio sin igual del exorcista fray Juan José Gallego, sobre el que se basa la totalidad de este libro, solo el padre José Antonio Fortea se ha atrevido a manifestar con franqueza y normalidad abordando importantes cuestiones de interés. Las demás declaraciones obtenidas, muy a mi pesar, están envueltas en el miedo y en el secretismo que infunden estos temas. Conseguí contactar con dos exorcistas de la Iglesia católica que actualmente desarrollan su labor en secreto y que no desean bajo ningún concepto que su actividad salga a la luz; también he podido hablar con algunos ayudantes seglares que colaboran mano a mano en la práctica de los exorcismos.

Mi perseverancia y la ayuda de la providencia han hecho posible que pudiera asistir en persona a la realización de un verdadero exorcismo de la Iglesia católica. Pero, ante todo, valoro la maravillosa oportunidad que me ha sido concedida de poder dialogar en profundidad con una persona que actualmente está poseída. Averiguar cómo vive, qué piensa y cómo lo digiere y afronta su entorno cercano me ha proporcionado una interesante perspectiva para llegar a comprender en su complejidad cómo es el día a día de estas personas y de sus familias.

Con todo, en Cara a cara con Satanás el lector se adentrará en la apasionante vida del exorcista de la Archidiócesis de Barcelona, fray Juan José Gallego Salvadores. Quien avance en su lectura podrá conocer casos y vivencias únicas de personas de toda índole y condición venidas desde todos los rincones de España. Debo resaltar que, para preservar el anonimato que procede en estos casos, he obviado dar demasiadas referencias sobre la identidad o procedencia de los afectados, vidas de personas tan normales y corrientes que nadie sospecharía que en la intimidad de sus vidas viven un auténtico infierno.

Te invito a ti, lector, a adentrarte conmigo en el inquietante mundo de los exorcismos y de las posesiones demoníacas a través de la apasionante vida de uno de los exorcistas que más me han impresionado por su humildad y sencillez: fray Juan José Gallego, exorcista de la Archidiócesis de Barcelona. Espero que lo que leas a continuación abra tu mente, te rompa los esquemas, porque lo que vas a leer supera con creces la ficción.

Teresa Porqueras Matas

Lleida, julio de 2016

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él

Apocalipsis 12:9

1. La proposición

Hace días que presentía que algo bueno iba a pasar. Ayer me reuní con mis editoras en una clásica cafetería de Lleida y como quien no quiere la cosa me expusieron ilusionadas una labor que de primeras me entusiasmó: escribir sobre la vida de un exorcista. Alexandra y Anabel intuían mi buena relación con el padre Juan José Gallego, exorcista oficial de la archidiócesis de Barcelona, y estaban perfectamente informadas por la prensa de que hacía unos meses habíamos realizado con nuestra productora un reportaje para emitirse en la televisión catalana sobre la figura de este singular sacerdote.

Recuerdo perfectamente el día que por primera vez acudí al Convento de Santa Catalina, Virgen y Mártir de la ciudad condal para conocer, por fin, a este carismático exorcista, fray Juan José Gallego Salvadores. Era el mes de febrero, un día fresco, claro y soleado. Por un momento sentí que se auguraban cosas buenas, como si los dioses nos fueran propicios.

Nuestra cita ya había sido acordada con casi tres semanas de antelación, por lo que estuve muchos días algo inquieta e impaciente ante ese primer y crucial encuentro. Con tiempo y sin prisa, estuve estudiando y revisando concienzudamente todas las preguntas que debíamos realizarle, las mías y las que me aportó Sebastià D’Arbó, el director de nuestro programa de televisión, Misteris amb Sebastià D’Arbó. Teníamos que grabar una entrevista que, una vez editada, no debía superar los quince minutos de emisión con el sugerente título de Les possessions diabòliques existeixen (Las posesiones diabólicas existen).

Llegamos con tiempo de sobras a Barcelona para realizar la interviú, así que con el cámara decidimos parar para desayunar y, de paso, aprovechar el tiempo para ultimar algunas de las tomas previstas. A eso de las diez menos diez de la mañana, volvimos al coche para recoger la cámara de vídeo, los focos y los trípodes, a fin de emprender camino hacia el convento; unos escasos 50 metros nos separaban de nuestro destino. El trayecto desde donde estaba aparcado el automóvil hasta el número diez de la calle Bailén se me hizo realmente largo e interminable. Miraba algo quejumbrosa mi reloj de pulsera, pues quería llegar puntual a la hora acordada, y parecía como si las manecillas del reloj, a sabiendas de mi emoción, se negasen a avanzar.

Con estricta puntualidad germana llamé al timbre a las diez en punto de la mañana y aguardé. Pasados unos quince segundos una voz distorsionada por el telefonillo nos contestó y nos animó a esperar pacientes. Después de una breve pausa, la noble puerta de color azul plúmbeo abrió tímidamente una de sus hojas y apareció el exorcista ataviado con el tradicional hábito blanco crudo de dominico, compuesto de una túnica y un escapulario con capucha. Mi primera impresión fue muy positiva. Hoy reconozco que se me hacía cuesta arriba tratar de disimular mi alborozo al tener ante mí a alguien tan sumamente especial. Entretanto me recreaba en su atuendo, rematado por una humilde correa o cíngulo que recorría su cintura. Por unos instantes, sentí que mi admiración se tornaba en devoción. Era tal y como lo recordaba de las múltiples entrevistas que había estado revisando durante días en diversos vídeos de Internet. Su apariencia era corpulenta y su presencia verdaderamente imponía; tenía el gesto de aquel que persevera y no ceja en su empeño. De piel blanquecina y pelo corto cano, irradiaba campechanía y afabilidad. Nos saludamos cordialmente y sin más dilación penetramos en las entrañas del Convento de Santa Catalina, una majestuosa y vetusta construcción del año 1889, acorde con quien acabábamos de conocer. Al tiempo que intentaba vislumbrar su mirada agazapada detrás de unas discretas gafas, en mis adentros me sentía victoriosa de poder contemplar ante mí la figura de quien diariamente osa enfrentarse al maligno.

Él nos guiaba por el intrincado edificio. Subimos unos peldaños y giramos a la derecha. Nuestros pasos se encaminaron por un largo pasillo que nos llevó hasta un cuarto, el despacho del exorcista. Era una habitación sin grandes pretensiones, más bien pequeña, sin luz natural, con dos de sus paredes forradas de estanterías sencillas de metal y a rebosar de libros. En las dos restantes paredes blancas colgaban varios cuadros enmarcados con títulos y méritos del sacerdote. Observé atenta una foto del hermano del exorcista que posaba con Juan Pablo II. Al lado de ésta, una instantánea con los dos hermanos Gallego junto al mismo Papa. Ambas imágenes se encontraban colgadas de la pared en lugares privilegiados, al alcance de la vista del sacerdote. Un poco más arriba, pendía una cruz de grandes dimensiones con un Cristo que portaba un rosario de madera en su cuello y poco más; en aquella estancia reinaba la simplicidad. En particular, de todo lo que vi, atrajo poderosamente mi interés el título otorgado por el Arzobispado de la ciudad condal y firmado por el cardenal arzobispo de Barcelona, Don Lluís Martínez Sistach, en el año 2007, y por el cual se le otorgaba oficialmente la licencia para realizar exorcismos, al mismo tiempo que se hacía constar que era un título de revisión trienal.

En medio de la habitación se disponía un sencilla mesa de despacho de madera atiborrada de papeles y repleta de incontables libros de carácter religioso amontonados sin un aparente orden, unos calendarios, un bote con lapiceros, una cruz, una jarra grande de cristal llena de agua bendita y varias fotografías más del Papa Juan Pablo II, por el que parece tener gran devoción.

Entre las decenas de libros de diferentes autores que pude contemplar apilados en la mesa del exorcista, uno de ellos llamó mi atención. De tapas gruesas y duras, y de un color rojo chillón, no podía ser ningún otro. Se trataba del Nuevo Ritual Romano del Exorcismo.

El padre Gallego quiso sentarse expresamente en su silla de despacho y yo tomé asiento enfrente de él. Así, de esta manera, es como se sitúan todos los que acuden a solicitarle ayuda. El cámara, por su parte, se instaló a mi espalda, perfectamente posicionado para enfocar todo lo que allí iba a producirse.

Ansiosos, nos preparamos para dar inicio a la entrevista, no sin antes ceder a la curiosidad del exorcista, que nos realizó varias preguntas de rigor sobre quién éramos, dónde vivíamos, para quién trabajábamos y cuál era el fin de la entrevista que estaba a punto de iniciarse. Sentíamos punzante en nosotros su perspicaz y aguda mirada, como quien no puede evitar esconder sus innatas ansias de indagar. Centenares de personas supuestamente poseídas se habían sentado en esa misma silla en la que yo me encontraba, decenas de periodistas de todas las cadenas de televisión, habidas y por haber, habían estado justamente allí, con mi mismo apetito curioso por saber y conocer sobre este tema tan desconocido: los exorcismos. Sin embargo, nosotros dos éramos unos auténticos desconocidos (al menos por el momento). Éramos unos extraños más, unos recién llegados que debíamos superar esa desconfianza inicial. Lo comprendí perfectamente y me dejé llevar por mi intuición mostrándome franca y espontánea, sin imposturas. Con sinceridad le transmití que sentía que mi espíritu necesitaba estar en aquel lugar. De hecho, le manifesté que mi estancia allí obedecía a un deseo que tenía desde hacía tiempo y le hice saber que me alegré cuando el director del programa, Sebastià D’Arbó, aplaudió mi iniciativa de hacer un reportaje sobre su figura; pero para mí, más que un simple interrogatorio o un intercambio de ideas, el estar allí, en esa habitación angosta, significaba algo más. Era como reencontrarme con mis propias dudas, con mi propio yo.

Recuerdo que el tiempo en aquella estancia pasó veloz como una exhalación, y cuatro horas de entrevista se me hicieron intensas, pero suficientes para nuestro inicial propósito, que no era otro que entender en qué consistía la labor de un exorcista, al mismo tiempo que recopilábamos historias reales de exorcismos de personas anónimas venidas desde todos los rincones de España en busca de ayuda. Por otro lado, ahora reconozco que compartir aquella mañana me sirvió para apaciguar mi alma y pude sentir en mis propias carnes esa paz y esa quietud de los que buscan afanosamente recobrar la estabilidad en sus vidas. Miré a mi alrededor y no encontré ningún atisbo de aquel sufrimiento y desesperación de aquellos que acuden diariamente hasta el convento después de realizar un largo peregrinaje por incontables médicos, psiquiatras, psicólogos, santeros y videntes. El humilde cuarto se me mostró por momentos gigante. ¡Cuántos exorcismos habrán visto estas paredes!, pensé.

Todos los casos que me transmitió el sacerdote me hablaban de personas de diversa índole y condición, jóvenes, adolescentes y ancianos que vivían atormentados ante algo desconocido que les acontecía. Comentó varias vivencias, entre ellas el caso de una muchacha adolescente de catorce años. Su padre era psiquiatra y llevaba tiempo tratándola sin ningún resultado. Era un caso de posesión que su progenitor se negaba a aceptar, hasta el punto que un día Gallego le dijo al médico:

—Hay mundos que son distintos a los que tú estás tratando y hay que reconocerlo.

El dominico parecía acostumbrado a lidiar con Satanás y el maligno, era su pan de cada día. No obstante, me recalcaba una y otra vez la seriedad del problema, hasta el punto que me confesó que no eran pocos los que se veían abocados al suicidio como única posible solución a sus tribulaciones, cansados de padecer y hacer sufrir a los suyos. Este hecho me perturbó y sentí que me abofeteaba una bocanada fría de hiperrealidad. ¿Eran posibles todos aquellos casos? Me contó que un joven que no tenía estudios empezó a hablar un idioma extraño, que él no entendía, a pesar de que el padre conoce y habla muchas lenguas. Al acabar lanzó una frase en un perfecto latín. Le dijo: «Te mando, te prohíbo y te ordeno que no reces más padrenuestros».

—Luego le pregunté a su madre, que iba con él, si sabía hablar latín, y ella me confirmó que no, que era un vaina, que jamás había estudiado —dijo el padre Gallego.

Gentes que se transformaban con una fuerza titánica, que hablaban lenguas que desconocían, retorciéndose como animales y cambiando su tono y timbre de voz como si les usurparan su propio cuerpo. Los ojos de aquel culto catedrático en Teología no mentían, eran el fiel reflejo de unas vivencias. Cualquiera que escuchara aquello pensaría que estaba viviendo una auténtica película de terror. Pero, en esta ocasión, aquello que escuchaban mis oídos era la vida real.

No podía ser más transparente en sus explicaciones: las posesiones y las influencias demoníacas existen. Según él, los diferentes episodios de posesión se producen cuando el llamado demonio —porque demonios hay muchos, según sea su función— se apodera parcial o totalmente de la voluntad del individuo. El sacerdote comentaba que los poseídos sentían como si el mismísimo Satanás se hubiera instalado dentro de ellos, aunque afortunadamente eran pocos los casos de posesión; en cambio, las influencias demoníacas solían ser más habituales:

—Se dan cuando la entidad maligna tienta al sujeto desde fuera, con pensamientos, visiones, ruidos, con un miedo atroz, con una falta de esperanza total y absoluta, sintiendo una angustiosa sensación de que se van a condenar—explica el dominico.

Le hice hincapié en el hecho de que muchas de esas posesiones satánicas bien pudieran ser fruto de enfermedades mentales y él razonablemente asintió. Ya estaba acostumbrado a que los periodistas le plantearan el tema y no le molestó. Todo lo contrario, lo admitió con sencillez. De acuerdo con sus experiencias, la enfermedad de la esquizofrenia, por ejemplo, puede mostrar unos síntomas muy parecidos a los que pudieran presentarse en una persona posesa. Además, subrayó que los preceptos del catecismo de la Iglesia Católica remarcan muy claramente que en la mano de los exorcistas recae el saber discernir entre lo que es una enfermedad y lo que realmente no lo es. Por esta misma razón, el exorcista agradecía si los posesos le aportaban exámenes psiquiátricos o psicológicos que ayudaran a descartar o confirmar la presencia de alguna enfermedad o trastorno mental.

Deseábamos conocer experiencias reales. Entre las historias que nos contó, recuerdo el caso de una muchacha que ya había venido a verle con anterioridad. Repitió visita y había regresado muy contenta porque hacía unos días que acababa de venir del psiquiatra y éste le había dicho que no tenía nada, que estaba estupenda. Cuando empezó a realizar el Ritual del Exorcismo la joven transformó por completo la cara y ya no parecía ella. Se empezó a mover de una forma extrañísima, realizando gestos obscenos con las manos. El marido tuvo que intervenir y la sujetó a duras penas. El sacerdote explicaba que aquel día había sido uno de los más difíciles.

El cámara y yo nos encontrábamos totalmente extasiados y absortos, nos deleitábamos escuchando, tratando de visualizar cada una de aquellas esperpénticas escenas que el padre no solía adornar con muchos adjetivos. Tal vez era demasiado escueto. Es más, me irritaba cuando en la cúspide de una explicación se detenía de repente, como reprimiéndose. Sus expresivos ojos tomaban la palabra por él y se explicaban solos, sin mediar palabra, dejando la puerta abierta a que nuestra imaginación acabara el relato. Era harto evidente: era nuestra primera visita y prefería no describir según qué cosas.

Era sábado, la una del mediodía, cuando abandonábamos muy a nuestro pesar el Convento de Santa Catalina con una magnífica sensación de haber estado a gusto compartiendo experiencias increíbles que le pondrían a más de uno los pelos de punta. El lunes, el sacerdote volvería a recibir a supuestos poseídos, sería una jornada más en la agenda del exorcista. Entre cinco y seis entrevistas diarias: tres por la mañana, de 10:15 hasta la hora de comer, y dos o tres por la tarde, de 17:15 hasta las 19:00 horas, si es que la faena de aquel día no requería más tiempo de la cuenta. Un puñado de dramas por resolver y que su secretaria, María Teresa, organizaría como bien pudiera, haciendo lo imposible por rebajar esa tediosa lista de espera de más de dos meses y medio de los que esperan pacientes su turno.

Durante las sucesivas semanas, mi pensamiento me torturaba con aquellas historias casi irreales que el exorcista nos había relatado y que, meses más tarde, darían vida a nuestro reportaje. Como el caso de una joven modosita y bien vestida que de repente, cuando empezó a hacer el exorcismo, se puso de pie como un muelle y dio tal salto que se plantó encima de su mesa, mirándole fijamente con mirada felina, desafiándole. Estas y otras anécdotas se me grabaron en la memoria con la fuerza de un hierro incandescente. Para el padre Juan José Gallego esto era su cometido —su obligación— y lo desarrollaba con gran agrado y orgullo, convencido de su labor. Me quedó claro que cada exorcismo realizado siguiendo las pautas que manda el Nuevo Ritual del Exorcismo Romano no era más que una oración en sí misma, un sacramental1, que no un sacramento, en donde el sacerdote hace una petición directa a Dios a través de un rezo, para que sea El Santísimo quien libere realmente a la persona supuestamente posesa.

1 Los sacramentales son «signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida» -Catecismo #1667; Cf. Ley Canónica (Canon 1166).

Pasaron los meses y, en agosto del año 2015, acabamos de rodar las recreaciones cinematográficas que ilustraban Les possessions diabòliques existeixen y, estando pendientes de su estreno en televisión, Sebastián D’Arbó propuso proyectar el reportaje en el Brigadoon de la 48ª edición del Sitges-Festival Internacional de cine Fantástico de Catalunya. El éxito fue atronador, así que también decidimos proyectarlo en la 31ª edición de la Feria Internacional Magic 2015, donde fue recibido con gran expectación y aplausos.

Me encuentro a pocos días de finalizar el año y la inesperada propuesta de mis editoras retumba incesante en mi mente. En todo este tiempo no he vuelto a ver en persona al padre Gallego y mis comunicaciones con él han sido estrictamente telefónicas. Sé que ambos guardamos un grato recuerdo de aquella primera visita ya que a los pocos días me telefoneó y me comentó que se había sentido muy cómodo. Me halagó sobremanera cuando, agradecido por el trato recibido, se puso a nuestra disposición si las circunstancias algún día así lo requerían. Me alegra saber que ese momento finalmente ha llegado.

2. Segunda visita

Los días festivos nos vienen pisando los talones y no nos dan demasiado margen para maniobrar. Hoy sábado, día 19 de diciembre, a menos de una semana para la Navidad me he citado con fray Juan José Gallego Salvadores en el convento de la calle Bailén.

Tan solo dispondré de dos horas y, aunque creo que éstas serán insuficientes, espero aprovecharlas como convenga. Se me agolpan las preguntas y la emoción me embarga al pensar en nuestro reencuentro.

Hemos quedado a las 10 de la mañana, así que me apresuro a llegar puntual. La puerta del Convento de Santa Catalina está cerrada. Sigilosa, llamo al timbre y aguardo una respuesta.

Las inminentes fechas navideñas se hacen notar en las burbujeantes calles de Barcelona y el ambiente festivo se percibe por doquier. La regia fachada del edificio conventual se muestra impertérrita ante lo que sucede a su alrededor. Admiro una inmensa lona, colgada encima de la puerta principal de la entrada, con el siguiente texto: «Enviados a predicar el Evangelio». Mientras contemplo ensimismada el cartel que capta toda mi atención, la recia puerta que parece custodiar los secretos del convento se empieza a abrir y aparece ante mis ojos fray Juan José Gallego. Va vestido de calle: hoy no va ataviado con su hábito de dominico.

Me hace pasar y advierto que a mi paso se cierra el sólido portón tras un sonoro aldabonazo. Percibo como si en ese mismo instante hubiera penetrado en otra realidad, en otra dimensión. Constato agradecida que el estruendo de la calle se transforma en bendito silencio tras los gruesos muros del edificio. Los sábados reina la quietud en este lugar sagrado y se agradece. Entre tanto sigilo, resuenan estridentes los ecos de nuestras pisadas mientras avanzamos por los que me parecen pasadizos interminables.

Nuestros pasos se detienen delante de la puerta del despacho del exorcista y el dominico rebusca en su bolsillo. A su cinto lleva anudado un humilde cordel que atesora un ramillete de llaves. A modo de ritual, en la penumbra del pasillo, hace girar la llave en la cerradura. Se abre la puerta y todo está tal y como lo recordaba.

No puedo evitar deleitarme con lo que veo y mis ojos recorren el espacio. En un rincón, a mi izquierda y apoyada en la estantería, observo la que parece ser una inocente colchoneta azul plegada, como las que se utilizan en los primeros auxilios. Sobre ella se revuelcan los poseídos y rápidamente soy consciente del lugar donde me hallo. Le explico una vez más mis intenciones: reflejar en un libro su vida, sus inquietudes y su quehacer diario en su lucha contra el maligno. Le hablo de las editoras Anabel y Alexandra y comentamos que sería bueno tener una reunión con ellas más adelante. Para facilitarme el trabajo, el padre me hace entrega de un pliego de fotocopias y varias hojas de periódicos que ya tenía seleccionados y preparados para mí donde se pueden leer algunas entrevistas que otros medios ya le han realizado. Aplaudo su iniciativa y me aseguro de que el piloto rojo de mi grabadora continúa encendido.