Loe raamatut: «Trinidad, tolerancia e inclusión»
PRESENTACIÓN
Todo proceso conlleva tiempos de inflexión que permiten vislumbrar la profundidad de las ideas y la praxis de cambio que en el mismo proceso se busca. Así también en los congresos trinitarios que se vienen celebrando en Granada desde el año 1995, y que en las presentes actas, correspondientes al undécimo congreso, demuestran haber alcanzado una cota de madurez y excelencia, no solo por la complejidad de mantener en el tiempo una cita teológica de calidad, sino también por la elección del tema y la búsqueda de nuevos caminos de redención.
Trinidad, tolerancia e inclusión. El XI Congreso trinitario, celebrado, como los anteriores, en el marco, no solo físico, sino también de pensamiento, de la Facultad de Teología de Granada, y organizado por la Provincia trinitaria del Espíritu Santo, bajo la coordinación de nuestro hermano Juan Pablo García Maestro, ha trazado una línea de compromiso pastoral y reflexión teológica inédita en nuestra tradición carismática y espiritual; nos ha situado en el espacio de una mirada eclesial que se dirige a su concepción de Dios como comunión trinitaria, y en esa misma mirada se enfoca también al modo en que integramos, acogemos y hacemos a otros parte de nuestra misión en el mundo.
Esta mirada interior, que nos sitúa en un espacio de liberación, entronca con el compromiso redentor de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, que a lo largo de su larga historia ha buscado siempre ser las manos de Dios en las mazmorras e infiernos donde se denigra su ser trinitario, su acción misericordiosa, su justicia.
Pero se hacía necesaria una actualización de estos planteamientos tan arraigados. Las trinitarias y trinitarios seguimos abriendo caminos de redención, carismáticos y proféticos; en los últimos años, nuestras opciones institucionales se dirigen a las personas que más sufren la intolerancia y la exclusión, tanto en la sociedad como dentro de la misma Iglesia, y contamos con una tradición y unos medios que, a partir de la experiencia de Dios como Trinidad, nos trasladan cerca de donde se juega la vida, la misericordia y la justicia, como signos claros de la presencia de Dios.
No podemos, sin embargo, adentrarnos en estos espacios de liberación sin un pensamiento teológico que sustente la praxis y afiance la misión. Nos convocan la reflexión sobre la condición trinitaria e inclusiva de Dios, la incorporación de la mirada teológica femenina, la voz de los descartados por la sociedad, la integración de quienes piensan diferente, pero construyen con nosotros codo con codo la toma de conciencia sobre las violencias ejercidas en tiempos pasados y las que, todavía ahora, pretenden imponer un absolutismo totalizante de la religión.
Invitados a esta reflexión se nos ofrece la oportunidad de retomar los objetivos del Congreso a través de las actas de sus sesiones. Gracias a la voluntad de PPC en su publicación, de la Comisión organizadora del Congreso y de los ponentes, que han cedido los textos, el empeño teológico pasa ahora a nuestras manos para que comience a dar el fruto adecuado.
PEDRO J. HUERTA NUÑO
Ministro Provincial
Trinitarios - Provincia del Espíritu Santo
DIOS, TOLERANCIA E INCLUSIÓN EN LOS PROFETAS
IANIRE ANGULO ORDORIKA
Facultad de Teología de Granada
1. La problemática de un título
Quizá no sea políticamente correcto comenzar confesando que, cuando me propusieron el título de esta comunicación, mi primera reacción fue cuestionar si los profetas eran tolerantes e inclusivos. Este primer interrogante no solo se despertó en mí, sino en muchos otros que han sabido de la preparación de esta ponencia. De hecho, en los últimos meses he escuchado en más de una ocasión exclamar que «no hay nadie más intolerante que los profetas». Algo de razón tiene esta primera impresión, aunque resulte, como veremos, muy matizable.
La ausencia de palabras equivalentes a «tolerancia» e «inclusión» en las lenguas bíblicas no es la principal de las dificultades a la hora de atender a la cuestión que se me pedía, sino que estos términos reflejan una cosmovisión muy ajena al mundo antiguo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la tolerancia se entiende como el «respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». Por su parte, la inclusión se explica como el «acto de incluir», que es «poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites». Estas definiciones ponen sobre la mesa que ambos conceptos reflejan una mentalidad históricamente muy moderna.
Tenemos tan asumida y aceptada la necesidad de, por ejemplo, respetar la libertad religiosa y acoger la pluralidad de confesiones que se nos olvida que este fruto de los derechos humanos encontró resistencias en el seno de la Iglesia hasta bien entrada la mitad del siglo XX, tras la Declaración conciliar Dignitatis humanae, de 1965. Pretender que los profetas bíblicos se anticipen a esta mentalidad, asumida por todos nosotros, pero reciente, es un craso error. Por eso nadie debería llevarse las manos a la cabeza cuando lea cómo Elías no tiene ningún reparo en degollar en el torrente Quisón a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal (1 Re 18,22-40). Desde nuestros parámetros actuales, este personaje no se dibuja, precisamente, como un dechado de tolerancia e inclusión de la diversidad religiosa.
Esta alerta contra el riesgo de una proyección anacrónica de las lógicas contemporáneas sobre los textos bíblicos no implica que nuestra búsqueda esté abocada al fracaso. Al revés, podemos encontrar entre las líneas de los libros proféticos algunas claves capaces de iluminar nuestra reflexión actual sobre este tema. Si bien no encontraremos referencias directas a los términos «tolerancia» e «inclusión», ambos remiten a la forma en que nos relacionamos con lo distinto, con aquello que difiere de cuanto nos resulta habitual. Esto explica que vayamos a centrar nuestra atención en el modo en que los profetas se sitúan ante los extranjeros.
2. Los profetas y los extranjeros
No hace tantos años que se catalogó el llamado «síndrome de Ulises» para englobar las consecuencias del estrés crónico que sufren los emigrantes. Esta patología evidencia, entre otras cosas, la dificultad que supone para todo ser humano verse impelido a abandonar las propias raíces y el contexto afectivo del que forma parte. Alejarse del grupo conlleva sensación de desamparo y vulnerabilidad, incluso en una sociedad como la nuestra, que ha priorizado al individuo frente al grupo.
En contra de nuestra visión individualista, al antiguo Israel le cuesta mucho percibir al ser humano como una realidad individual, pues es comprendido de forma esencial como miembro de una familia y, por ello, de un pueblo 1. Según esta lógica que atraviesa el Antiguo Testamento (AT), lo que define a cada uno es fundamentalmente el conjunto al que pertenece, de manera que estar solo implica haber sido arrancado del grupo del que formaba parte. Desde esta percepción, la persona se debe a su familia y a su pueblo, al que ha de amar y comprometerse con fidelidad 2.
La identidad personal queda determinada por la grupal, que a su vez se configura a través de diversos elementos, como tradiciones, lengua, costumbres, rasgos físicos o creencias religiosas, que vinculan a sus miembros entre sí a la vez que los diferencian de quienes pertenecen a otra comunidad 3. De este modo, el mundo se divide entre «nosotros» y «los demás», entre quienes son «de los míos» y los que no. Esta forma de comprender la realidad como una contraposición se va reforzando cuanto mayor peso se otorga a la pertenencia al propio grupo y menor es el conocimiento y la relación con los otros.
En esta perspectiva, el extranjero representa lo opuesto y se convierte en paradigma de lo diferente. Por tanto, desde nuestros parámetros se trata de un sujeto potencial de tolerancia e inclusión. De cómo se relacionen los profetas con ellos podremos extraer algunas consecuencias para iluminar nuestro tema. Para ello, empezaremos atendiendo a la percepción de los extranjeros que delatan los diversos términos hebreos que se emplean para denominarlos. Con esta información abordaremos cómo se sitúan los profetas ante ellos desde dos perspectivas distintas. Primero, nos ocuparemos de la actitud que nos cabe esperar desde lo que conocemos de estos personajes bíblicos. En un segundo momento prestaremos atención a aquello que podría resultarnos desconcertante.
a) Más que palabras: términos que reflejan una percepción
Cualquiera que haya aprendido una lengua distinta a la suya compartirá conmigo que lo más complicado no es la gramática o el vocabulario, sino la forma de entender el mundo que se refleja en ella y que no siempre resulta evidente 4. Uno de mis ejemplos preferidos de este hecho es el término hebreo para hablar de «futuro»: ’āḥôr 5. Mientras nosotros nos solemos imaginar que el futuro se encuentra enfrente y avanzamos hacia él caminando hacia adelante, la palabra hebrea para referirse al futuro significa también «espalda» y «parte de atrás». De este modo, el porvenir queda situado en el espacio detrás de nosotros, y se subraya así nuestra incapacidad para contemplar lo que aún no ha sucedido. Sirva este ejemplo para insistir en cómo las palabras que empleamos en cada idioma ofrecen más información de la que podríamos pensar a simple vista.
El AT utiliza un amplio y variado vocabulario para referirse a los extranjeros, pero tras él se esconden diversas connotaciones 6. Y es que el modo en que se interpreta la realidad aparece de forma latente en los términos con los que esta es nombrada. De ahí que nos ocupemos a continuación de los significados ocultos de las palabras que emplean los libros proféticos para referirse a los forasteros.
– Sentido negativo: los extranjeros como amenaza. El concepto de extranjero resulta inevitablemente relativo. Cada sociedad imagina cuáles son los límites que les separan de los otros y, en función de estos, sitúa a los que se encuentran fuera. Si lo que configura a alguien como forastero es su origen y su localización, como sucede con algunas culturas cercanas a Israel, la disposición hacia ellos tendrá unas connotaciones particulares 7. Por su parte, algunos de los términos hebreos que aparecen en los libros proféticos para denominar al extranjero llevan implícita una cierta carga de hostilidad, pues suponen que estos traspasan una barrera diversa a la simplemente espacial.
Esto sucede con el adjetivo zār, que no solo se emplea para referirse al extranjero, sino también a todo aquello que resulta extraño a lo propio 8. De ahí que el mismo término pueda emplearse para hablar de un bastardo, de alguien adúltero o de un amante, entendiendo así que se trata de la amenaza de alguien extraño al grupo familiar. Esto encaja bien con el significado del verbo del que procede (zwr), que significa apartarse, alejarse o ser un extraño 9. Se puede observar que el acento del término no está tanto en el lugar de origen cuanto en la condición de distinto, e incluso opuesto, al grupo al que se pertenece.
Algo similar sucede con otros dos términos a los que recurren los libros proféticos para hacer referencia al extranjero: nokrî y nēkār 10. Ambos proceden del mismo verbo (nkr), que tiene el significado base de ser ajeno y de identificar algo o a alguien como tal o como otro 11. En estos casos, el acento tampoco se pone en el lugar de origen, sino en que se trata de realidades desconocidas y extrañas para quien las denomina de ese modo.
No es difícil suponer que estas tres formas de llamar a los extranjeros presentes en los textos proféticos tienen resonancias negativas, pues se pone el acento en la oposición y en la diferencia frente al grupo de referencia. El límite que le sirve a Israel para imaginar al forastero está marcado por su fuerte identidad comunitaria, de manera que son definidos por no pertenecer «a los nuestros» y se dibujan frente a Israel como extraños y desconocidos. Esto hace inevitable que se conviertan en objeto de sospechas y recelos. Quienes son denominados con estos términos se perciben como una amenaza a la esencia del pueblo de Dios, a aquello que le caracteriza como tal y que vincula a sus miembros entre sí.
Con todo, estos vocablos no son la única manera de denominar al extranjero que se utiliza en hebreo. Existe otro término que permite percibir de una manera más amable a quien viene de otro lugar.
– Sentido positivo: los extranjeros como residentes. Existe una forma de referirse a un extranjero en el AT que implica unas connotaciones muy distintas a las que acabamos de ver. El sustantivo gêr 12, que se emplea para nombrar a los forasteros que residen en Israel, procede de un verbo cuyo significado se mueve en el campo semántico del cambio de territorio. Con este término se remite a las distintas etapas de un viaje, incluido alojarse o habitar como emigrante en un país del que no se es nativo 13.
Con este término, lo que se subraya es que ese extranjero no se encuentra en el ámbito que le es propio, sino que comparte espacio vital con Israel. Así se pone sobre la mesa el desarraigo que supone mantenerse alejado del propio contexto y del grupo humano que ofrece protección y seguridad. La situación de vulnerabilidad que viven estos extranjeros hace que Israel empatice con ellos, pues en su ADN se encuentra haberse sentido también como emigrantes en tierra extraña, hijos de «un arameo errante» (cf. Dt 26,5).
De esta manera, aquellos que son denominados a través de este término no se entienden como una amenaza potencial o como personas contrapuestas al propio grupo, sino que se perciben marcadas por la fragilidad. Se trata de un grupo humano al que se ha de proteger de manera especial junto a otros miembros vulnerables de la sociedad, como los huérfanos y las viudas.
No torcerás el derecho del forastero [gêr] ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Te acordarás de que fuiste esclavo en el país de Egipto y que YHWH, tu Dios, te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto. Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas olvidada una gavilla en el campo, no volverás a buscarla. Será para el forastero (gêr), el huérfano y la viuda. Cuando vendimies tu viña, no harás rebusco: será para el forastero (gêr), el huérfano y la viuda. Te acordarás de que fuiste esclavo en el país de Egipto. Por eso te mando hacer esto (Dt 24,17-22).
Que Israel haya experimentado en primera persona la precariedad y la vulnerabilidad en Egipto es el motivo que justifica una legislación que protege de manera especial a esta tríada: forasteros, huérfanos y viudas, que tienen en común carecer de la protección que otorga la familia y el grupo social de referencia. Esta indefensión queda subsanada tanto por las leyes que los amparan como por la acción del mismo Dios, empeñado en hacer justicia precisamente a estos extranjeros:
Porque YHWH, vuestro Dios, es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama al forastero [gêr] y le da pan y vestido. Amaréis al forastero [gêr], porque forasteros [gêr] fuisteis vosotros en el país de Egipto (Dt 10,12-22).
La soberanía divina se expresa de modo privilegiado en su acción a favor de los más débiles, entre ellos estos extranjeros a los que ama y que pide al pueblo que también los ame. Tal empatía y preocupación hacia estos emigrantes nace de haber compartido la misma condición, pues en la identidad de Israel está grabada a fuego la experiencia de fragilidad de quien vive en un país extraño.
Una vez presentadas qué connotaciones tienen los diversos modos de denominar a los extranjeros que se van a utilizar en los libros proféticos, vamos a ver qué es lo que dicen de ellos. Primero atenderemos a aquello que encaja bien con nuestro imaginario del profeta bíblico para, después, fijarnos en aquello que nos saca de lo previsible.
b) Lo que cabe esperar de los profetas ante los extranjeros
En nuestro imaginario religioso comprendemos al profeta como aquel que anuncia lo que Dios desea para el pueblo y que denuncia aquello que va en contra del querer divino. Esta percepción, que encaja bien con el modo en que la Escritura los presenta, nos va a permitir comprender dos actitudes distintas de estos personajes al situarse frente los extranjeros y que se encuentran relacionadas con las connotaciones que tienen los diversos modos de denominarlos.
– Ante la fragilidad del emigrante: protección. Del mensaje profético nos cabe esperar la exigencia lanzada a Israel de proteger al débil. Tal principio incluye a los extranjeros cuando estos son definidos desde su especial vulnerabilidad por carecer del cuidado de su grupo de pertenencia. Esto explica que sean abundantes los textos bíblicos en los que los profetas se refieren a los emigrantes como aquellos a los que resulta muy grave explotar u oprimir. De esta manera se hacen eco de la legislación que otorgaba a estos forasteros una especial protección, acusando a Israel de no comportarse según este deseo divino:
Así dice YHWH Sebaot: «Celebrad juicios justos, practicad entre vosotros el amor y la compasión. No oprimáis a la viuda, al huérfano, al forastero [gêr] o al pobre; no maquinéis malas acciones entre vosotros. Pero ellos no quisieron hacer caso; no se dejaron someter y se hicieron los sordos para no escuchar» (Zac 7,9-11).
Coherente con este planteamiento, y ante la amenaza de Babilonia, Jeremías entiende que solo las actuaciones justas darán continuidad y consistencia a la monarquía davídica frente a las grandes potencias militares. Entre estas acciones de justicia se encuentra un adecuado trato a los forasteros:
Esto dice YHWH: «Practicad el derecho y la justicia, librad al oprimido de manos del opresor y no atropelléis al forastero [gêr], al huérfano y a la viuda; no hagáis violencia ni derraméis sangre inocente en este lugar. Porque si ponéis en práctica esta palabra, entonces seguirán entrando por las puertas de esta casa reyes sucesores de David en el trono, montados en carros y caballos, junto con sus cortesanos y su pueblo» (Jr 22,3-4).
En el mismo marco histórico del exilio babilónico, también Ezequiel considera que uno de los pecados que ha llevado a la caída de Jerusalén resulta ser la injusticia cometida contra los emigrantes. A la capital y a quienes viven en ella les dedica estas duras palabras:
Ahí están dentro de ti los príncipes de Israel, cada uno según su poder; solo ocupados en derramar sangre. En ti se desprecia al padre y a la madre, en ti se maltrata al forastero residente [gêr], en ti se oprime al huérfano y a la viuda. No tienes respeto a mis cosas sagradas, profanas mis sábados. Hay en ti gente que calumnia para verter sangre. En ti se come en los montes y se comete infamia [...] El pueblo de la tierra ha hecho violencia y cometido pillaje, ha oprimido al pobre y al indigente, ha maltratado al forastero [gêr] sin ningún derecho (Ez 22,6-9.29).
Tal y como expresaba la legislación deuteronómica, para los profetas, YHWH sigue siendo aquel que se hace cargo de la situación de los más frágiles y les hace justicia. Así se expresa a través de Malaquías:
Me haré presente para juzgaros, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y los adúlteros, contra los que juran en falso, contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen agravio al forastero [gêr] sin ningún temor de mí, dice YHWH Sebaot (Mal 3,5).
En el fondo, tras esta protección, de la que el mismo Dios es garante, late la cuestión de que estos emigrantes no suponen una amenaza contra la identidad nuclear de Israel. Y es que en su esencia de pueblo se encuentra la experiencia de fragilidad y su condición de extranjero en tierra ajena que, precisamente, posibilitó la iniciativa salvífica del Dios y que les convirtió en su propiedad personal. De esta manera, aquellos que experimentan en su propia existencia esta vulnerabilidad no solo han de despertar la empatía del pueblo y un deseo natural de cuidarles, sino que no son percibidos como amenaza de aquella identidad religiosa que configura el núcleo esencial de Israel. Otra cosa muy distinta es cuanto sucede con aquellos extranjeros que no son clasificados como emigrantes.
– Ante la amenaza del extranjero: rigor. Ya hemos planteado que, cuando los extranjeros son entendidos sobre todo como personas ajenas y diversas al propio grupo, esto les convierte en representantes de un peligro del que conviene estar protegidos. Esto hace que en distintos momentos se identifique de forma directa a los extranjeros con los enemigos. En este oráculo de Abdías contra Edom se le reprocha al pueblo vecino no haber ayudado a Israel con estas palabras:
El día en que le diste de lado, cuando los extranjeros [zār] apresaban su ejército, cuando los extraños [nokrî] allanaban sus puertas y se repartían a suertes Jerusalén, también tú eras uno de ellos (Abd 11).
La mayor responsabilidad de todo padre en la mentalidad del antiguo Oriente Próximo es la educación de su descendencia. Aunque le chirríe a nuestra sensibilidad moderna, para la mentalidad bíblica el castigo es una herramienta necesaria en la tarea de acompañar a la vida adulta y sacar la mejor versión de los hijos. Esto explica tanto que se vea la necesidad de que YHWH castigue a Israel con esa intención pedagógica como que los libros proféticos abunden en interpretar los acontecimientos históricos que resultan dolorosos como un castigo enviado por Dios. Dentro de esta lógica, una constante repetida en los profetas bíblicos es expresar que la sanción es proporcional y está relacionada con el motivo que la ha provocado. Así se plantea que la invasión extranjera que sufre Israel tiene que ver, precisamente, con su vinculación afectiva con los dioses de otras naciones:
Y cuando digan: «¿Por qué nos hace YHWH, nuestro Dios, todo esto?», les dirás: «Lo mismo que me dejasteis a mí y servisteis a dioses extraños [nēkār] en vuestra tierra, así serviréis a extraños [zār] en una tierra no vuestra» (Jr 5,19).
Los extranjeros no son solo una amenaza bélica, sino, sobre todo, un riesgo para la fe del pueblo, pues en el contacto con otras naciones este ha puesto su corazón en otros dioses, por más que resulten ajenos a su experiencia creyente. De este modo, la entrada de forasteros en el templo de Jerusalén es en sí un agravio religioso que hará que el mismo YHWH se enfrente con los ídolos a los que ellos dan culto:
Oímos abochornados la afrenta, cubrió la vergüenza nuestros rostros: ¡habían penetrado extranjeros [zār] en el santuario del templo de YHWH! Por eso ya vienen días –oráculo de YHWH – en que castigaré a sus ídolos y por su territorio gemirán los heridos (Jr 51,51-52).
Debido a su especial sensibilidad ante el culto jerosolimitano, Ezequiel se expresará aún con más rotundidad en contra del acceso por parte de extranjeros al Templo que será reconstruido por YHWH:
Y dirás a esta casa de rebeldía, la casa de Israel: Así dice el Señor YHWH: «Ya pasan de la raya todas vuestras abominaciones, casa de Israel, que habéis cometido introduciendo extranjeros [nokrî] incircuncisos de corazón y de cuerpo para que estuvieran en mi santuario y profanaran mi Templo» [...] Así dice el Señor YHWH: «Ningún extranjero [nēkār], incircunciso de corazón y de cuerpo, entrará en mi santuario, ninguno de los extranjeros [nēkār] que viven en medio de los israelitas» (Ez 44,6-7.9).
He comenzado esta intervención haciendo referencia a esa primera impresión de que el profetismo bíblico y la tolerancia e inclusión resultan ser un matrimonio demasiado artificial. Tal percepción tiene que ver con cómo se sitúan los profetas ante todo aquello que pueda representar un riesgo para la fe del pueblo, como lo es el contacto con otros cultos. Por otra parte, y en coherencia con el hecho de que las invasiones extranjeras se interpretan como la mediación que Dios emplea para castigar a un pueblo pecador, los frecuentes oráculos de condena contra esas naciones son, de modo indirecto, palabras de salvación para Israel, que, además, refuerzan por contraste su identidad 14.
Lo dicho hasta ahora evidencia la manera tan diferente en la que los profetas se refieren a los extranjeros según las connotaciones que esconden la forma en que estos son denominados. De estos datos podemos extraer una primera conclusión válida para nuestra reflexión.
– Una primera clave: proteger la propia identidad. Ya hemos hablado de cómo, frente al individuo, Israel se percibe a sí mismo como grupo humano. Ellos son un pueblo. En un momento histórico en el que cada nación se amparaba bajo la protección de sus propios dioses, también Israel se identifica como la propiedad personal de YHWH. No se trata de un pueblo cualquiera, sino de aquel que Dios mismo ha elegido haciéndolo suyo.
Cuando al mirar al extranjero lo que se pone en primer plano es su condición de extraño, de distinto y de fiel a otro dios diferente de YHWH, los profetas reconocen una amenaza para Israel que atenta contra el núcleo de su condición de pueblo de Dios. Cuando, en cambio, lo que se subraya es la debilidad de quien no tiene respaldo social por estar en tierra ajena, los profetas descubren reflejada en estos forasteros la fragilidad esencial de Israel, que les permitió acoger la acción salvadora y que, a su vez, les convirtió en propiedad suya. Esto explica que no sean un riesgo para su esencia, sino, más bien, una oportunidad para volver a lo más nuclear de esa experiencia religiosa que les ha configurado como pueblo.
Lo que explica, por tanto, el aparente doble baremo de los profetas a la hora de referirse a los extranjeros es su afán por proteger la identidad esencial de Israel. Esto nos permite extraer una primera clave en torno a la tolerancia y a la inclusión, y es que no resulta legítimo que estas acciones se realicen a cualquier precio. Hay una barrera infranqueable a la hora de respetar la diversidad de opiniones y comportamientos, así como para introducir a otros como «uno más» dentro del propio grupo humano. Ese límite, para el profetismo bíblico, es todo aquello que atenta contra la esencia de Israel, contra aquello que resulta irrenunciable y que, de verse amenazado o herido, haría tambalear su identidad radical.
En un contexto como el nuestro, en el que la cuestión de la identidad es un tema resbaladizo y complicado, urge preguntarnos cuáles son esas «líneas rojas» que no se pueden cruzar haciendo ondear la bandera de la tolerancia y de la inclusión. No es difícil que muchos de los problemas que surgen en nuestro mundo al relacionarnos con lo distinto tengan que ver con una identidad mal definida que, o bien no tiene claro qué es lo central e irrenunciable, o bien lo confunde con lo superficial y relativo. No es lícito difuminarnos en lo diverso permitiendo que se desdibuje nuestra propia identidad, pero tampoco lo es percibir como amenaza aquello que es solo superficial y no atenta contra lo nuclear.
La tolerancia y la inclusión, si son verdaderas, hacen crecer a las dos partes afectadas en esta dinámica y, para ello, ambas deben tener claro quiénes son. Esto no implica necesariamente entenderse desde la confrontación con los que son distintos, sino más bien ir aprendiendo que la identidad se construye de forma dialogal.
Pero ¿es esta la única conclusión que podemos extraer sobre nuestro tema de los profetas? Fijarnos en lo desconcertante del mensaje profético nos permitirá extraer una segunda clave.
c) Lo desconcertante de los profetas ante los extranjeros
No resulta novedoso que un profeta denuncie una injusticia cometida contra los emigrantes o anuncie el castigo que merecen los extranjeros o que Israel recibirá a través de ellos, pues encaja bien con la imagen que la Escritura nos devuelve de estos personajes. Con todo, es fácil que no tengamos tan presente que los profetas, además de anunciar y denunciar, también se caracterizan por ser capaces de ir más allá de lo evidente. Alcanzados por YHWH, no solo ven y sienten la realidad desde él, sino que son capaces de vislumbrar lo que Dios mismo alberga en su corazón ante los extranjeros.
Si bien es cierto que el profetismo bíblico está tan fuertemente arraigado en la historia que es difícil comprender sus palabras sin tener muy en cuenta el contexto histórico en el que son proclamadas, también es verdad que su mensaje desborda con mucho las coordenadas temporales. Esto resulta aún más evidente cuando los profetas nos introducen en lo escatológico y se lanzan a poner palabra e imágenes al sueño que Dios cumplirá en un futuro que todavía queda lejos. En este, los extranjeros tienen un lugar, tanto aquellos cuya manera de denominarlos esconde connotaciones negativas como los que las tienen positivas.
– En tiempos de exilio: plena carta de ciudadanía para los emigrantes. El Templo, la monarquía davídica y la tierra prometida eran los fundamentos sobre los que se sostenía gran parte de la experiencia religiosa de Israel. La destrucción de estos pilares por parte del Imperio babilónico va a introducir al pueblo en una crisis existencial cuyo alcance solo podemos intuir. En medio del drama que implica haber sido arrancados del propio país para habitar en una tierra extraña se abren paso mensajes de esperanza, como este del profeta Ezequiel:
Así dice el Señor YHWH: «Esta es la frontera de la tierra que os repartiréis entre las doce tribus de Israel, dando a José dos partes. Recibiréis cada uno por igual vuestra parte, porque yo juré, mano en alto, dársela a vuestros padres, y esta tierra os pertenecerá en heredad [naḥălāh] [...] Os la repartiréis como heredad [naḥălāh] para vosotros y para los forasteros [gêr] que residan con vosotros y que hayan engendrado hijos entre vosotros, porque los consideraréis como al israelita nativo. Con vosotros participarán en la suerte de la heredad [naḥălāh], en medio de las tribus de Israel. En la tribu donde resida el forastero [gêr], allí le daréis su heredad [naḥălāh], oráculo del Señor YHWH» (Ez 47,13-14.22-23).