Loe raamatut: «El pájaro que limpia el mundo»
978-9929-771-31-4
M775 Montejo, Víctor
El pájaro que limpia el mundo y otras
fábulas mayas / Víctor Montejo.
–Guatemala : Piedra Santa, 2005
120 p. ; 21.5 cm.
1. LITERATURA FOLCLÓRICA GUATEMALTECA
2. FÁBULAS GUATEMALTECAS
3. FÁBULAS MAYAS I. t.
Primera edición en inglés, 1991
Curbstone Press,
Willimantic, Connecticut, U.S. A.
Edición en italiano, 1995
Salerno, Italia
Edición bilingüe maya-jakalteko y español, 2000
Yax Te’ Foundation
Los Ángeles, California
Primera edición,
Editorial Piedrasanta: 2006
Quinta reimpresión,
Editorial Piedrasanta: 2010
Septima reimpresión,
Editorial Piedrasanta: 2012
Octava reimpresión,
Editorial Piedrasanta: 2013
Novena reimpresión,
Editorial Piedrasanta: 2014
Ilustraciones de portada e interiores:
Christine Varadi
Diseño de interiores:
Marco Antonio Ortiz
Diseño de portada:
María Ordóñez Garza
Corrección de texto:
Erwin Soto
Edición a cargo de:
Michelle Juárez
© 2006 Derechos reservados por el autor: Víctor D. Montejo
© 2006 Editorial Piedrasanta para la presente edición
37 Avenida 1-26, zona 7
PBX. (502) 2422 7676
Guatemala, Guatemala, C. A.
Dedico este libro a mis padres, quienes me enseñaron las historias antiguas de nuestros antepasados, los mayas. También dedico el libro de fábulas mayas a mis hijos: E. Marvin Montejo, E. Mari Montejo y Víctor Iván Montejo, para que puedan aprender y conocer las historias antiguas de respeto y mutuo aprecio entre humanos, la naturaleza y el cosmos.
NOTA LINGÜÍSTICA
Esta fábulas mayas e historias de animales fueron compiladas de la tradición oral y recreadas por el autor en idioma maya-jakalteko, uno de los 22 idiomas mayas que se hablan en el territorio guatemalteco.
Los nombres en jakalteko (popb’alti) que aparecen en este volumen están escritos con los grafemas autorizados por la Academia de las Lenguas Mayas de Guatemala (ALMG), con el propósito de estandarizar la práctica de escribir los idiomas mayas con caracteres latinos.
Índice
Yulhun hum ti'
• El pájaro que limpia el mundo No' ch'ik xtx'ahtx'en sat yib'anh q'inal
• El oficio del zancudo Smunil no' xen
• La guerra de las avispas No' ch'uchu a'om howal
• El buitre y el gavilán No' kajxulem b'oj no' k'uk'um
• La paloma y el zopilote No' kuwis b'oj no' usmij
• De ratón a murciélago No' tx'ow xhpak'i sotz'al
• Un asunto de cuernos Howal yet uk'a'
• Los primeros monos No' b'ab'el max
• A veces el bien, con mal se paga Xhchalo spak'ikoj sk'ulal yinh xtx' ojal
• La pereza no debe dominarnos Isa-il mat yetoj ay honh sub'ni
• El consejo del burro Skuywab'al no' wuru
• Los ratones curiosos No' tx'ow matz'lom
• La elección del rey de los animales Tzet xu saylo swi'al sunil hej no' noq'
• El tacuazín y el tigre No' utxum b'oj no' b'alam
• El zorrillo y el conejo No' pay b'oj no' xik
• Amistad de viejos: el jaguar, el perro y el coyote Kolke'b'ail: no’ b'alam, metx tx'i' b'oj no' oj
• Cómo nació la víbora Tzet xu swaykanh no' icham lab'a
• El sapo y el zope No' ponhom b'oj no' usmij
• El sapo y el cangrejo No' ponhom b'oj no' chap
• El lagarto malagradecido No' k'ab'tzinha' tx'oj yanma
• El caracol y la sardina No' xotx b'oj no' uskay
• La gallina y la rana No' ixnam chiyo b'oj no' pahtza'
• El niño desobediente Naj ni'an manhk'ul
• La cola del perro Snheh metx tx'i'
• La prueba de los ratones Ilweb'al yet hej no' tx'ow
• El que corta árboles acorta su propia vida Maktik'a stzok'nik'oj te' te' hatitk'a sq'inal chiloj
• El niño que hablaba con los pájaros Naj ni'an stzotel b'oj no' ch'ik
• Las visiones del perro Smujlub'al metx tx'i'
• El parlanchín y la muerte Naj xholpeq' b'oj naj kaminal
• El hombre y el zopilote Naj winaj b'oj no' usmij
• El hombre perezoso Naj isa winaj
• El gran jaguar No' ich niman b'alam
• Apéndice y glosario
El pájaro que limpia el mundo
No’ ch’ik xtx’ahtx’en sat yib’anh q’inal
Antiguamente, nuestros antepasados los mayas hablaban de un gran diluvio que inundó y destruyó toda la tierra. Ellos contaban que las aguas crecieron, crecieron y crecieron; inundando todos los montes y los cerros más altos y muriendo todo lo que tenía vida sobre la tierra. Solamente una casa se había elevado sobre las aguas, donde se escondieron todas las especies de los animales que ahora existen.
Por mucho tiempo las aguas cubrieron el suelo y muy lentamente fueron bajando y bajando, hasta que la tierra quedó nuevamente libre de aquellas turbulentas aguas destructoras.
Cuando aquella casa estaba todavía sobre las aguas, el protector de los animales envió a Ho Ch'ok, el clarinero, a observar el horizonte; y como el nivel del agua estaba todavía alto, el clarinero regresó prontamente a dar parte, cumpliendo así con su misión.
Pasó otro tiempo más y se envió a Usmij, el zopilote, a observar el nivel del agua que bajaba. El mensajero salió volando de la casa, dando varias vueltas en el aire. Luego se dirigió a uno de los cerros ya libres del agua donde aterrizó hambriento. Encontró allí una gran cantidad de animales muertos y putrefactos; y sin importarle su misión, comenzó a devorar parte de aquella carne hasta saciar su voraz apetito.
Después de darse el gusto, Usmij quiso regresar a dar parte de sus observaciones, pero cuando llegó a aquella casa ya no se le recibió entre los demás porque su hedor era insoportable. Como castigo a su desobediencia, Usmij fue condenado a alimentarse de todo animal muerto, y a ser el amo de lo podrido y nauseabundo.
Desde entonces al zopilote se le llamó «el pájaro que limpia el mundo», por su nuevo oficio de asear con el pico todo lo que pueda contaminar el ambiente.
Usmij, el zopilote, tuvo que conformarse con su suerte y así se alejó volando y revoloteando; acechando siempre en los barrancos en busca de lo que a los zopes les gusta, la podredumbre.
El oficio del zancudo
Smunil no' xen
El oficio de pinchador que ejerce el zancudo, es siempre un grave riesgo o un peligro del que no se sabe si saldrá siempre con vida. La mayoría de las veces mueren en el momento de dar el pinchazo a su víctima. Si el zancudo es ágil y afortunado, pues logra satisfacer su apetito y alejarse zumbando; pero si no, ¡pobre! En el acto es sorprendido con el palmotazo que lo deja allí destripado.
Venía pues un zancudo zumbando de felicidad porque había salido ileso de su oficio al pinchar a un viejo durmiendo.
En el camino se encontró con otro que aún iba en busca de su sustento y le preguntó:
—¿A dónde vas, zancudo?
—Voy a sangrar a alguno.
—¿Cuándo piensas regresar?
—¡Ya el golpe lo dirá!
La guerra de las avispas
No' ch'uchu a'om howal
A la cueva de los jaguares llegó cierta tarde un grillo vagabundo, queriendo pasar allí la noche. Sin el consentimiento ni el permiso de los dueños de la mansión, se introdujo en un pequeño agujero de la cueva y allí como costumbre o como vicio innato a su ser, comenzó a chillar escandalosamente durante la noche. Con sus chillidos, el grillo perturbó la calma que reinaba, inquietando a la gran familia de los carnívoros.
Los chillidos del grillo que enloquecían a los habitantes de la cueva se escuchaban largamente, rajando el silencio e interfiriendo en las profundas meditaciones de los reverendos búhos que se hallaban en su retiro sobre musgosas ramas de viejos chapernos.
Pasadas unas horas y no resistiendo más los escandalosos chillidos, los jaguares se levantaron bravísimos y con claras intenciones de exterminar al causante de aquella música nada agradable.
Dieron zarpazos por todos lados buscando al que les perturbaba la calma, pero no podían localizarlo porque la noche estaba oscura y porque el chillón que abusaba de la buena voluntad de los posaderos se hallaba metido en el agujero más alto y oculto de la pensión.
Al amanecer, los jaguares se levantaron malhumorados y velaron la salida de aquel desconocido que los había desvelado toda la noche.
El grillo dio un salto y se puso a descubierto.
Los jaguares se extrañaron al ver la pequeñez del músico que los había puesto rojos de ira.
—¡Bájate de ahí!, le gritaron.
El grillo se quedó estático sin moverse de su escondite.
Si bajaba, seguramente no volvería a dar más serenatas por las noches tranquilas; por eso, midiendo el peligro no se movió de su lugar. Los jaguares volvieron a insistir:
—¡Bájate para darte tu merecido!
Entonces el grillo buscó pronto una forma segura para escaparse del peligro; y así, seriamente dijo:
—¡Qué vergüenza! Ustedes que son llamados «reyes de los animales», así quieren terminar con este sencillo e indefenso trovador nocturno, que sólo pretende expresar amor en sus cantos. ¡Vaya título de nobleza!
Los jaguares se sintieron más ofendidos y volvieron a replicar:
—Llama entonces a quienes te puedan ayudar porque nosotros no nos humillaremos ante nada ni ante nadie.
El grillo volvió a responder:
—Si yo llamara a otros insectos en mi defensa, estoy seguro que nosotros venceríamos: pero mi deseo es que haya paz y tranquilidad entre nosotros.
—¿Cómo pueden unos simples insectos vencernos, nosotros los más fuertes de los animales?, rugieron los jaguares. ¡Eha! Que vengan todos los que quieran en tu ayuda, que aquí los esperaremos también los de mi especie; con garras y colmillos.
Un conejo que escuchaba la discusión, dispuso colaborar con el amigo grillo; y así presuroso se fue por el bosque con grandes tecomates y pumpos en busca de toda variedad de avispas.
Las avispas todas aceptaron ayudar al grillo y así, con toda la ponzoña acumulada en sus aguijones, se metieron dentro de los pumpos y tecomates para ser transportados al lugar donde se desarrollarían los acontecimientos.
Los jaguares también hicieron lo mismo, llamando en su ayuda a todos los animales más grandes y feroces como los leones, pumas, tigrillos, jabalíes, etc. Se encontraron en el llano establecido y el grillo se acercó saltando para dar el aviso que ya estaban listos.
Los jaguares, al escuchar que el bando contrario estaba preparado, se abalanzaron furiosos sobre los tábanos y avispas, rugiendo y causando gran pánico entre los habitantes del bosque.
El conejo esperó el momento oportuno, y cuando lo creyó conveniente, destapó los enormes pumpos y tecomates, saliendo entonces en torrente las furiosas avispas, buscando los cuerpos de sus enemigos para hundirles sus venenosos aguijones.
El cuerpo de todas las bestias feroces fue cubierto por las envalentonadas avispas, y por más que rugían, corrían y se sacudían, no podían deshacerse de sus atacantes; que cada vez más furiosas inyectaban sus venenos en los ojos, la nariz, debajo de la cola y en todas partes, atormentando horriblemente a los felinos.
Cansados de lidiar en vano, las bestias se revolcaron por el suelo tratando de librarse de sus incansables perseguidoras.
Es duro creerlo, pero de esta forma el grillo, con ayuda del conejo y de las avispas logró vencer fácilmente a los temibles jaguares que se desbandaron buscando refugio y salvación en sus cuevas y entre los matorrales.
El buitre y el gavilán
No' kajxulem b'oj no' k'uk'um
Cierta vez, un buitre y un gavilán, ambos muy hambrientos y voraces, contemplaban a un caballo viejo que parecía más muerto que vivo tendido en su siesta sobre la verde hierba.
Esto pues, produjo en los rapaces cierta indecisión sobre devorarlo o no, pues el bulto de huesos cubierto del gastado pellejo despedía cierto olor furtivo que les atraía y les atormentaba.
Largo rato contemplaron al tendido dudando si estaba vivo o si estaba muerto, y como el penco no daba señales de movimiento, el buitre, más ciego cuanto más hambriento, dispuesto a probar los primeros bocados se acercó tambaleándose de contento.
En cambio el gavilán, gran observador, gritaba desde su árbol muy fatigado:
—¡Vivo! ¡Vivo! Está bien vivo!» —Y el necio buitre contestaba sin control:
—¡Muerto, muerto! ¡Muerto, muerto!» —Y como el hambre era más fuerte que su voluntad, el buitre sin pensarlo dos veces se lanzó sobre su presa hundiendo su encorvado cuchillo, de sorpresa, bajo la cola del dormido e indefenso penco que estaba ahí tirado sin presentir ninguna maldad.
El caballo, al sentir la operación carnicera, se levantó hecho una fiera, y a la velocidad del rayo disparó tremenda coz, dando perfectamente en el blanco, en la borracha cabeza del loco carnicero.
El gavilán inútilmente prevenía a su camarada gritándole con desesperación:
—¡Vivo, vivo! ¡Vivo, vivo! —Y éste, ya casi moribundo le contestaba:
—¡Cierto, cierto! ¡Cierto, cierto! ¡Fui un bruto, no estaba muerto!
Al ver tan sangrienta escena, el gavilán se acercó con mucha pena mientras al cielo gracias le daba por no haber corrido la misma suerte que su terco y torpe camarada; en tanto que el triste buitre agonizaba listo a entregarse en los brazos de la muerte. Llegando hasta donde el buitre estaba, el gavilán de esta forma lo consolaba:
—Mi amigo, siento mucho tu desgracia, pero no culpes a nadie, fue tu actitud necia; y si ha llegado tu hora, muere en paz y tranquilo porque muchos aprenderán de tu ejemplo a ser más cuerdos y precavidos.
El buitre, viéndose sólo y desesperado, prorrumpió en llanto, condenando su locura.
—¡Un penco, se decía, puso fin a mi existencia! ¡Qué rudeza, fue esto un duro acto de violencia! Pero, ¿para qué torturarme si ya no tengo cura?
Y así, con un sentimiento triste y profundo el buitre cerró sus vidriosos ojos y musitó:
—¡Adiós vida! ¡Adiós mundo!
La paloma y el zopilote
No' kuwis b'oj no' usmij
Ésta es la historia de un zopilote muy sagaz que a una hermosa paloma blanca su divino amor quiso declarar. Cierto es que lo tuvo que meditar mucho a causa de su poca favorecida condición, pero pensando que el amor no tiene fronteras y que la necesidad tiene cara de perro, el enamorado se arregló como pudo y esa misma tarde, muy gallardo, a la paloma se fue a presentar.
La paloma aparece de pronto, muy bella; y el zopilote se queda extasiado al verla pasar. Quiere correr a hablarle pero se detiene y duda; y por fin se decide:
—¡Oh tú, divina princesa, oh tú, blanca luz del día, oh tú, paloma de castilla! Dígnate escuchar, te lo pido, el dolor, el llanto, las querellas de este humilde vasallo tuyo que hoy viene con mucho orgullo a declararte su tierno amor.
La paloma, sorprendida por tan repentina alabanza, contestó:
—¿Que qué decías tú, loco atrevido? Nunca de tus chiflados compañeros semejantes cosa había oído. ¿Y se puede saber con qué derecho me pretendes tú, a mí; vil amo del desecho?
El zopilote, sin inmutarse ante el aire de superioridad de su interlocutora, con toda la reverencia de un tipo cortés respondió:
—Si la ofendo, perdóneme preciosa, pero hace mucho tiempo que no vivo en paz y sólo pensando en usted me mantengo; por eso mi doncella, téngame compasión que a sus divinos pies a postrarme vengo y a pedirle con mucho amor y sumisión, casarse conmigo, cristianamente, nada más.
Pero la paloma, no tolerando tal imprudencia, con enérgica voz y sin clemencia, contestó:
—No cabe duda que estás demente o borracho tú, zope asqueroso, y para que sepas de una vez, antes de acabarme la paciencia, te digo cien mil veces que te odio y que ya no me molestes jamás.
El joven enamorado quiso continuar con su mensaje amoroso, pero la paloma de Castilla le había dado la espalda para no seguir escuchando sus necedades. Y así el zopilote, mudo y cabizbajo ya sin fuerzas, sin esperanzas de conseguir su objetivo, murmurando con quejas al cielo le decía:
—¡Que me lleve la que me trajo! Si en este mundo soy el más desgraciado; para eso, prefiero morir joven llevando conmigo mi claro pensamiento, que vivir triste, pobre y despreciado.
Poco tiempo pasó y el zopilote no lograba olvidar su gran romance. Nuevamente comenzó a florecer en su corazón de zope enamorado, el ferviente deseo de amar y amar a aquella princesa orgullosa y altiva que era el cruel motivo de su perdición.
Convencido pues, que lo más preciado se logra a fuerza de sacrificios y tenacidad, presuroso se arregló otra vez con mil galas, y con paso lento y ritmado se dirigió rumbo al palomar. Pensaba que esta vez no le fallaba la suerte, y que su obligación era luchar por su ideal hasta la muerte; aunque sea ridículo luchar por lo imposible.
La paloma estaba descuidada cuando el pretendiente llegó a entregar su nueva inspiración. Y así, cual si fuera un elocuente orador, con muy fina cortesía se dirigió:
—Señorita paloma, perdone su merced, mi necedad; pues siguiendo los impulsos de mi sufrido corazón, enamorado acudo nuevamente a su suma bondad.
Pero la paloma, orgullosa de su celestial belleza, interrumpió el discurso y con infinito desprecio y gran vileza, furiosa pronunció estas groseras palabras de remate, que hirieron profundamente los sentimientos del zopilote.
—¡Ah, tú otra vez, estúpido animal! ¡Chish, puerco! Ya te dije que no te quiero; aléjate de mi presencia que tu olor me ofende; pues verte de luto a mi me conmueve y espanta, y de ribete, tu andado mal equilibrado hacen de ti, un tipo abominable y feo.
¡Qué pena, qué tristeza! El zopilote, defendiéndose a capa y espada, ya con la voz temblorosa y los ojos llorosos, y sacando fuerzas de su conmovedora flaqueza, de ésta forma quiso explicar a su bien amada la triste y lamentable situación en que se encontraba.
—Hermosa palomita no me justifique mal, este olor que despido es de un valioso perfume; esta ropa que yo visto, es mi uniforme de gala; el marcado paso que llevo me lo enseñaron en el cuartel; como ve, no soy tan cualquiera como aparento ser, sino alguien que muy pronto se recibe de teniente y coronel.
Le causó gracia a la paloma las explicaciones del enamorado, y se rió:
—¡Ji, ji, ji! ¿Perfume llamas tú al hedor insoportable de tu pico? ¿Y uniforme de gala al nauseabundo color de tus alas?
—Señorita, no interesa tanto el traje como el valor mismo de la persona, y si usted es de otro linaje, sírvase no tomar en broma mis palabras ni el color de mi plumaje.
La paloma volvió a reírse:
—¡Ji, ji, ji! Me da risa tu discurso. ¿Y qué me dices de tus blancuzcas patas? ¿O acaso son también polainas que se han gastado tanto por el uso?
Al escuchar esto, el zopilote respondió:
—Gentil señorita, no creí que fuera usted tan inconsciente al discriminarme de tal manera; pero sea mi condición cual fuera yo tengo mi dignidad que me alienta; y juro, que si fui su pretendiente, fue porque no la vi tan violenta.
Así se pasó la paloma, enumerándole infinidad de defectos al pretendiente; hasta que cansada le dijo, despidiéndole:
—¡Basta, te recomiendo meterte con los de tu clase y no conmigo, bruto, insolente!
El zopilote se alejó pensativo para dar paso a las autoridades que se acercaban en esos momentos a realizar una de sus ya rutinarias actividades: condecorar a uno de los suyos por su esforzado trabajo por el medio ambiente y en bien de la humanidad. El frustrado zopilote detuvo sus pasos y limpiándose sus ojos llorosos, dispuso curiosear lo que en esos momentos se iniciaba.
Uno de los funcionarios principales pidió la presencia de la paloma y con un flamante discurso, exaltando cualidades que posiblemente sus ojos nunca habían visto, habló:
—Yo, el promotor de la campaña contra la contaminación, hago entrega de este significativo galardón a la señorita paloma de Castilla, por su valiosa participación en el plan regional de limpieza ambiental.
El zopilote, que en uno de los oscuros rincones observaba la ceremonia, quiso opinar, pero sabía de antemano que no sería escuchado. Se vio las uñas y se tocó el pico. ¡Cuánto había trabajo en limpiar el medio ambiente y contra la contaminación; y jamás le habían reconocido sus méritos! En cambio, quien jamás se manchó el pico y el plumaje, era quien se llevaba los galardones. ¡Qué injusticia, caray! Y así, el zopilote se alejó sin resentimientos. Mientras tanto, la condecorada ascendía una por una las ramas altas de aquel árbol, para que todos la vieran, para que todos le aplaudieran. Fue entonces, que entre las peladas ramas se escuchó un ruido repentino. Un gavilán se había lanzado de pique y arrebatado entre sus garras a la hermosa paloma de Castilla.
Todo esto fue tan rápido, velozmente, que lo único que vieron los allí presentes, fueron varias plumas blancas que cayeron como diciéndole adiós al sentido pretendiente. Entonces, viendo que todo estaba concluido, el desdichado zopilote alzó lentamente el vuelo y se fue por los aires dudando, pensando y llorando:
Tasuta katkend on lõppenud.