Loe raamatut: «Abordajes literarios»

Font:

Compilación de Juan Bautista Duizeide

Abordajes literarios. Cuentos del mar

Textos de Ray Bradbury, Carlo Collodi, Patricia Highsmith, Franz Kafka, J.M.G. Le Clézio, Jack London, Stéphane Mallarmé, Edgar Allan Poe, Juan José Saer, D.F. Sarmiento, Marcel Schwob, Mary Shelley, Robert Louis Stevenson, Bram Stoker, Antonio Tabucchi, León Tolstói y Jules Verne entre otros.



Abordajes literarios : cuentos del mar / Ambrose Bierce... [et al.] ; compilado por Juan Bautista Duizeide. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2020. Libro digital, EPUB - (El otro lado. Clásicos)Archivo Digital: descargaISBN 978-987-8388-09-01. Cuentos de Aventuras. 2. Navegación. 3. Piratas. I. Bierce, Ambrose. II. Duizeide, Juan Bautista, comp.CDD 863

el otro lado / clásicos

Editor: Fabián Lebenglik

Diseño: Gabriela Di Giuseppe

Producción: Mariana Lerner

Valeria Limardo, “Velas, rezos y creencias” © Valeria Limardo; Jorge Goyeneche, “Noticias del Edén” © 2016 Jorge Goyeneche © 2016 Gárgola Ediciones de Modelo para Armar SRL; Francisco Tario, “La noche del buque náufrago” © Herederos de Francisco Tario; Mónica Ávila, Encajes © Mónica Ávila; Erri De Luca, “Y el viejo pescador”, I pesci non chiudono gli occhi © Erri De Luca 2011 first published by Giangiacomo Feltrinelli Editore, Milán © de la traducción de Carlos Gumpert Melgosa. Autorizada por © Seix Barral, 2012; Ray Bradbury, “La sirena de niebla” Reprinted by permission of Don Congdon Associates, Inc. © 1951 by the Curtis Publishing Company, renewed 1979 by Ray Bradbury. Permission granted by Casanovas & Lynch Literary Agency; Patricia Highsmith, “Moby Dick II o la ballena misil”, Tales of natural and Unnatural Catastrophes. First published in Great Britain by Bloomsbury in 1987 Copyright © 1993 by Diogenes Verlag AG Zürich. All rights reserved; Antonio Tabucchi, “Una ballena ve a los hombres”, Donna di Porto Pim © 1983 Antonio Tabucchi. All rights reserved © Editorial Anagrama, S.A., 1984 Pedró de la Creu, 58 08034 Barcelona © Traducción Carmen Artal, revisado por Carlos Gumpert; Juan José Saer, “Bravo mundo nuevo” © Herederos de Juan José Saer; Manuel Rojas, “Guardia nocturna” © Manuel Rojas y Sucesión de Manuel Rojas: Lanchas en la bahía, 1932, 1973; Marcelo Carnero, “La noche en que el muro de Berlín cayó” © Marcelo Carnero; C.E. Feiling, “Por el canal”, Un poeta nacional © Heredera de C.E. Feiling; Juan Mattio, Clandestinos © 2016 Juan Mattio © 2016 Ediciones Aquilina SA; Claudia Aboaf, Del lado oscuro © Claudia Aboaf; Blaise Cendrars, “Islas” © 1947, 1963, 2001, 2005, Editions Denoël. Extrait tiré de Feuilles de route Nouvelle édition des oeuvres de Blaise Cendrars dirigée par Claude Leroy; Victoria Esplugas, Aguas profundas © Victoria Esplugas; Vito Dumas, “Comienza a morir todo en torno” © Editorial Juventud; Horacio Castillo, “Navegante solitario” © Herederos de Horacio Castillo; Javier Guiamet, La Gran Ruta © Javier Guiamet.

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2019

www.adrianahidalgo.com

ISBN: 978-987-8388-09-0

Impreso En Argentina

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito

de la editorial. Todos los derechos reservados.

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Índice

Abordajes literarios. Cuentos del mar

Portadilla

Legales

I

Planeta mar

De madera, de acero, de palabras

Jack London

Lo inconcebible y lo monstruoso

(El crucero del Snark, 1911)

Jules Verne

En las entrañas de la bestia

(Una ciudad flotante, 1870)

Frederick Marryat

Cartas que no llegan

(El buque fantasma, 1839)

Richard Wagner

Un deseo

(El holandés errante, 1843) ()

William Hope Hodgson

El regreso al hogar del Shamraken

(Aguas profundas, 1914)

Leyendas del archipiélago de Chiloé

Caleuche y Lucerna

Louise Michel

Nave madre

(Leyendas kanakas, 1885)

II

Navegar es preciso

Carlos de Sigüenza y Góngora

Piedad de piratas

(Infortunios de Alonso Ramírez, 1690)

E.J. Trelawney

El botín más preciado

(Memorias de un gentilhombre corsario, 1831)

William Bligh

Un gaje del oficio

(1789)

Stéphane Mallarmé

Brisa marina

(revista Le Parnasse Contemporain, 1866)

Guy de Maupassant

Rumbo a lo más desconocido

(Sobre el agua, 1888)

Edmundo de Amicis

Para no volver

(En el océano, 1889)

Gustave Flaubert

Desde la orilla

(“Un corazón simple”, Tres relatos, 1877)

Raúl Guerra Garrido

La fría letra

(La mar es mala mujer, 1987)

Patricia Ratto

Un laberinto de ecos y rumores

(Trasfondo, 2012)

J.M.G. Le Clézio

Azar

(2016)

Valeria Limardo

Velas, rezos y creencias

(Más allá del Mar Caribe, 2012, inédito)

III

Navegación y voluntad de dominio

Anónimo

Primer viaje de Simbad el Marino

(Las mil y una noches)

Jorge Goyeneche

Noticias del Edén

(Semblantes de bestias, 2003)

Mary Shelley

Fuga y misterio

(Frankenstein, 1818)

Domingo Faustino Sarmiento

Más-a-fuera

(Viajes en Europa, África y América, 1849)

José Luis Zárate

Desde las sombras

(La ruta del hielo y la sal, 1998)

Bram Stoker

Una recalada prodigiosa

(Drácula, 1897)

IV

Vórtices, galernas, calmas, abismos

Francisco Tario

La noche del buque náufrago

(La noche, 1943)

Mónica Ávila

Encajes

(2013, inédito)

Emilia Pardo Bazán

El vino del mar

(En tranvía. Cuentos dramáticos, 1901)

Edgar Allan Poe

Un descenso al Maelström

(1841)

Howard Phillips Lovecraft

El templo

(revista Weird Tales, 1925)

Robert Louis Stevenson

El barco se hunde

(Fábulas, 1895)

V

Corazones de agua

Franz Kafka

El silencio de las sirenas

(1917)

Victor Hugo

Una patria

(Los trabajadores del mar, 1866)

Daniel Defoe

Vida y hazañas de Mary Read

(Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, 1724)

Mercè Rodoreda

Mi Cristina

(Mi Cristina y otros cuentos, 1967)

Philip Gosse

Delicias del anacronismo

(Historia de la piratería, 1924)

Erri De Luca

Y el viejo pescador

(Los peces no cierran los ojos, 2011)

Isidore Ducasse conde de Lautréamont

Amor profundo

(Los Cantos de Maldoror, 1869)

Carlo Collodi

Metamorfosis acuáticas

(Pinocho, 1883)

Ray Bradbury

La sirena de niebla

(The Saturday Evening Post, 1951)

Patricia Highsmith

Moby Dick II o la ballena misil

(Catástrofes, 1987)

Antonio Tabucchi

Una ballena ve a los hombres

(Dama de Porto Pim, 1983)

VI

Llegar

Juan José Saer

Bravo mundo nuevo

(El entenado, 1983)

William Henry Hudson

Rumbo a una palabra

(Días de ocio en la Patagonia, 1893)

Charles Baudelaire

El puerto

(El Spleen de París, 1869)

León Tolstói

Françoise

–I–

–II–

Isaak Bábel

¡Fallaste, capitán!

Manuel Rojas

Guardia nocturna

(Lanchas en la bahía, 1932)

Héctor Pedro Blomberg

Las dos irlandesas

Bernardo Kordon

Lo imborrable

(Los navegantes, 1972)

Arnaldo Calveyra

Canción del marinero inmigrante

publicado en 2002)

Marcelo Carnero

La noche en que el muro de Berlín cayó en La Boca

(2018, inédito)

VII

Lenguas de mar

Jules Michelet

La voz de la eternidad

(El mar, 1861)

Marcel Schwob

El mayor Stede Bonnet, pirata de alma

(Vidas imaginarias, 1896)

Benito Pérez Galdós

Locos de guerra y mar

(Trafalgar, 1873)

C.E. Feiling

Por el canal

(Un poeta nacional, 1993)

Juan Mattio

Clandestinos

(Tres veces luz, 2016)

Joseph Conrad

Rumbo al origen

(Crónica personal, 1919)

VIII

Derivas

Gottfried Bürger

La Luna y los libros de viajes

(Las aventuras del barón de Münchhausen, 1786)

Lord Dunsany

Historia de mar y tierra

(El libro de las maravillas, 1912)

Arthur Conan Doyle

El capitán del Estrella Polar

(El capitán del Estrella Polar y otros cuentos, 1890)

Claudia Aboaf

Del lado oscuro

(Medio grado de libertad, 2003)

IX

Náufragos

Jonathan Swift

El náufrago más grande del mundo

por el cirujano de a bordo Lemuel Gulliver, 1726)

Blaise Cendrars

Islas

(Hojas de ruta, 1924)

Horacio Butler

El sobreviviente insistente

(Butler, conversaciones con María Esther Vázquez, 1982)

Ambrose Bierce

La tripulación del bote salvavidas

(Fábulas fantásticas, 1899)

X

Hazañas

Biblia, versión Reina-Valera

De cómo calmar las aguas

Homero

De cómo escapar a la música

(La Odisea, siglo VIII a.C.)

Antonio Pigafetta

De cómo ganar tiempo

(Relación del primer viaje alrededor del mundo, 1524)

Robert Fitz Roy

¿Con esa cara?

(de su diario personal)

Charles Darwin

¿Con este barco?

(de su diario personal)

Atribuido a sir Ernest Shackleton

El marketing de la catástrofe

(c. 1913)

Victoria Esplugas

Aguas profundas

(MIER CO LES, 2016)

Vito Dumas

Comienza a morir todo en torno

(Los cuarenta bramadores. La vuelta al mundo

por la ruta imposible, 1944)

Horacio Castillo

Navegante solitario

(Alaska, 1993)

XI

Volver

Herman Melville

John Marr

(Billy Budd y otros textos, 1913)

Joshua Slocum

Una peregrinación

(Navegando en solitario alrededor del mundo, 1900)

Marlon Brando y Donald Cammell

Juego de damas

(Fan Tan, 2005)

Javier Guiamet

La Gran Ruta

(2012, inédito)


Planeta mar

“La tierra es azul como una naranja” asegura un verso de Paul Éluard. Tamaña afirmación puede escandalizar al sentido común, pero no la desautoriza la cosmografía: el tercer planeta del sistema solar es casi esférico, levemente achatado en los polos, hinchado en su ecuador, casi tres cuartas partes de él son agua y un noventa por ciento de esa agua está en los mares y océanos. A través de ellos tuvieron lugar durante siglos migraciones, tráficos comerciales, guerras. No hubo gran imperio que no fundara su prosperidad sobre cimientos líquidos. La sal de ultramar condimenta epopeyas: la Odisea de los antiguos griegos, las Eddas de los nórdicos, la Eneida de los romanos, los Lusíadas de los portugueses, los Viajes recopilados por Hakluyt que son la dispersa epopeya de Inglaterra. También hay viajes por mar en Esquilo, en la Biblia, en Shakespeare, en Cervantes. Y la literatura popular del siglo XIX –desde los viajeros extraordinarios de Verne a los piratas de Salgari, pasando por incontables émulos del náufrago Robinson– celebró las aventuras marítimas mediante océanos de tinta. Pero el conocimiento y la soberanía humanas sobre el azul no se lograron sin esfuerzo, sin lucha, sin dolor. “Oh, mar, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal” escribió Fernando Pessoa.

La historia de la literatura universal –postuló Borges– no es sino la historia de la diversa entonación de unas pocas metáforas. La repetida y variada presencia del mar a través de lenguas, de géneros y de tiempos no desmiente su hipérbole. Acaso la más antigua de esas pocas metáforas sea la que vincula vida humana y aventura marítima: la navigatio vitae, que considera la existencia como navegación, como peregrinaje a través de un ámbito de máxima inestabilidad, a merced de sus criaturas, de sus tormentas y de sus calmas no menos peligrosas. La posibilidad implícita es el naufragio, pero a cambio la navegación ofrece el encuentro con lo nuevo, con la terra incognita o la tierra prometida. El mar fue siempre posibilidad y desafío, anhelo y nostalgia. “Lejos del mar y de la hermosa guerra, que así el amor lo que ha perdido alaba”, escribió Borges –ya viejo y ciego– al inicio de “Blind Pew”, soneto dedicado a un personaje de La Isla del Tesoro de R.L. Stevenson.

No todas las culturas entonaron de la misma manera el tópico de la navigatio vitae. En España, el imperio que a partir de 1492 empezó a revelar a Europa un mundo nuevo, tan inmenso que se llegó a afirmar que en él nunca se ponía el sol, primó el polo del naufragio por sobre el de la promesa. Las coronas de Castilla y Aragón parecieron adherir a la máxima romana espetada alguna vez por Pompeyo –quien lo narra es Plutarco– a una tripulación remisa ante el mar agitado: “navigare necesse est, vivere nie necesse” (navegar es necesario, vivir no es necesario). Consigna que no expresa inclinación popular alguna, sino que plantea una candente razón de Estado: el imperio, para serlo, debía convertir al Mediterráneo en Mare Nostrum. Algo bien diferente al regocijo implícito en la exclamación “Thalassa, thalassa” (¡el mar, el mar!) en la que prorrumpieron los soldados griegos de regreso de una expedición al Asia Menor, según informa la Anábasis de Jenofonte. Al divisar la extensión azul sintieron que ya habían regresado a casa.

El mar irrumpe como una amenaza en las letras hispánicas hacia el siglo XV, cuando faltaba muy poco para el descubrimiento de América: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir...”, escribe Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre. Desde entonces, con frecuencia, mar, barcos y navegaciones fueron asociados en el idioma castellano a imágenes dolientes. Una cantiga anónima dice: “¡Ay, mar brava, esquiva / de ti doy querella / facesme que viva / con tan gran mansella [...] por servir señores / en ti es metido. / Dime, ¿adónde es ido? / ¿Do volvió la vela?”. En esa misma línea, Juan de Dueñas escribe un largo poema, La nao de amor, en el que rechazo y naufragio se identifican en una sucesión de imágenes catastróficas: “... dejome desamparado / en los desiertos más fieros / de los mares engolfados”. Ya por el siglo XVI, Lope de Vega –quien fue soldado de Marina en una escuadra descubridora, y padeció el desbande de la Armada Invencible vencida por un temporal en el Canal de La Mancha–, afina y complejiza esa cadena asociativa en La Dorotea: “¡Pobre barquilla mía, / entre peñascos rota, / sin velas desvelada / y entre las olas sola! / ¿Adónde vas perdida? / ¿Adónde, di, te engolfas? / Que no hay deseos cuerdos / con esperanzas locas”. En Vida retirada, advierte Fray Luis de León: “Ténganse su tesoro / los que de un flaco leño se confían: / no es mío ver al lloro / de los que desconfían / cuando el cierzo y el ábrego porfían. // La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día / se torna; al cielo suena / confusa vocería, / y la mar enriquecen a porfía”. Antes de perder el mar en batallas, bulas, tratados y guaridas de prestamistas, España parece haberlo ido perdiendo en sus letras. Resulta significativo que el ciclo de Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós –máxima expresión del realismo español, comparable a La comedia humana de Balzac– se inicie con la novela Trafalgar, publicada en 1873, a casi setenta años de la batalla del mismo nombre en la que Nelson derrotó a la flota combinada franco-española, con lo cual se inició en los mares un período de absoluta supremacía británica.

Bien distinta es la entonación que hacen los ganadores de Trafalgar de la navigatio vitae. El entusiasmo y la confianza dominantes, incluso el triunfalismo, pueden ejemplificarse con la canción patriótica Rule, Britannia!, cuyas primeras versiones conocidas son de inicios del siglo XVIII. La canción llega a afirmar “Britannia rules the waves” (Inglaterra gobierna las olas). Como señala Joseph Conrad en su relato “Juventud” (1902), allí “el hombre y el mar se interpenetran, el mar forma parte de la vida de la mayoría de la gente, y la gente sabe algo o todo acerca del mar, por razones de pasatiempo, viajes o trabajo”.

Aunque hay consenso crítico en señalar como primera novela estrictamente marinera a la creación de un estadounidense –El piloto (1824), de James Fenimore Cooper–, fue en el gran imperio que gobernó los mares hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial donde se desarrolló con más constancia una literatura marinera. La cimentaron Daniel Defoe, Lord Byron, Walter Scott, S.T. Coleridge, Wilkie Collins, Frederick Marryat. Llegó a su cima con Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad. Y si bien la máxima novela de este subgénero también fue escrita en lengua inglesa –Moby Dick (1851), del neoyorquino Herman Melville–, casi no hay literaturas que no incluyan obras vinculadas con el mar y los navegantes. Desde mediados del siglo XX, pervive como eco una narrativa marinera no tan intensa en cuanto a sus búsquedas estéticas, su indagación existencial, su potencia de impugnación ética y política. Si a Conrad le molestaba que lo calificaran como alguien que escribía acerca de barcos –“¡yo escribo sobre la humanidad!”, protestaba–, a sus epígonos, por lo general, los enorgullece tal encasillamiento.

La narrativa clásica del mar, tal como la practicaron los anglosajones, suele responder a un esquema de acuerdo con el cual los protagonistas se desplazan de la metrópoli a la periferia y retornan enriquecidos de experiencias, de símbolos, de bienes materiales. No es otro que el esquema formado por La Ilíada y la Odisea. A él responden, pese a todas sus diferencias, Moby Dick de Melville, La Isla del Tesoro de Stevenson o Tifón de Joseph Conrad. Si bien ese esquema fue subvirtiéndose desde adentro, con críticas contra el avance de la civilización capitalista europea –como estudió el intelectual palestino Edward Said en Cultura e imperialismo–, no dejó de tratarse de una literatura de periferias miradas desde la metrópoli. La narrativa hispanoamericana –de modo análogo al procedimiento del constructivista uruguayo Torres García, que en su célebre mapa ubicó en lugar del Norte al Sur– desbarata ese esquema. Cultiva una novela de pura periferia, deriva, errancia y –de modo frecuente– desastre, con gran presencia de las voces obliteradas tanto por la historia como por las narrativas europeas: los subalternos, los malditos, los bastardos. Son buenos ejemplos de esto Lanchas en la bahía (1932), del chileno Manuel Rojas; Mar muerto (1936), del brasileño Jorge Amado; El náufrago de las estrellas (1979), del argentino Eduardo Belgrano Rawson; La fragata de las máscaras (1996), del uruguayo Tomás de Mattos; La cacería (1997), del también uruguayo Alejandro Paternain; La tierra del fuego (1998), de la argentina Sylvia Iparraguirre, o las obras de los autores hispanoamericanos que con más insistencia desarrollaron una literatura del mar: el narrador chileno Francisco Coloane, imbuido de las leyendas del Archipiélago de Chiloé, donde nació; el narrador y poeta colombiano Álvaro Mutis, creador del ciclo de novelas de Maqroll el Gaviero; el narrador y poeta argentino Hugo Foguet, un tucumano que navegó por todo el mundo durante años como maquinista de buques cargueros.

Hoy la aviación comercial prácticamente vació los mares de buques de pasajeros de larga distancia, pero la mayor parte de los grandes tráficos comerciales se sigue haciendo por vía marítima. El mar perdura además en cantidad de palabras y expresiones cotidianas: “mandar al carajo”, “ir viento en popa”, “aguantar contra viento y marea”, “andar a la deriva”, “vivir una odisea”, “navegar por Internet”. El mar no sólo sigue presente en la imaginación y reaparece año a año en la narrativa, el teatro, la poesía, el cine, sino que además influye sobre géneros y asuntos supuestamente alejados. Jack Kerouac, al inicio de En el camino (1957), biblia de la literatura beat, hace que el narrador protagonista, antes de emprender un viaje iniciático y mítico hacia el Oeste, se compare con el Ishmael de Moby Dick que parte hacia el cabo de Hornos. Stanley Kubrick dirigió la gran película de ciencia ficción de los sesenta: 2001, que combina psicodelia, existencialismo y trascendentalismo. Odisea del espacio es el subtítulo. Casi diez años después, Ridley Scott dirigió la perturbadora Alien, ya un clásico de la ciencia ficción y el terror. La nave atacada por un ser mutante y extremadamente agresivo se llama Nostromo, igual que una de las novelas de Joseph Conrad. El viajante de comercio espacial creado por Angélica Gorodischer que cuenta (o miente) sus travesías interestelares, un poco a la manera de Marco Polo, en un bar de Rosario, se llama Trafalgar. Ejemplos análogos podrían extenderse a lo largo de muchas páginas.

El astronauta Neil Armstrong, comandante de la misión Apolo XI, primer hombre en pisar la luna, declaró alguna vez que dados las niveles de conocimiento del universo, como el abismo tecnológico entre el Renacimiento y el siglo XX, su viaje podía considerarse menos arriesgado y meritorio que el cruce del Atlántico Norte comandado por Cristóbal Colón. Armstrong era un guerrero que había realizado antes de convertirse en astronauta casi ochenta misiones aéreas durante la guerra de Corea, si hubiera sido poeta, habría podido contarnos, tal vez, que vista desde la luna, la tierra es azul como una naranja.

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