Vida y muerte de un convento

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Vida y muerte de un convento
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Portada


William Elvis Plata Quezada


Universidad Industrial de Santander

Facultad de Ciencias Humanas

Escuela de Historia

Bucaramanga, 2021

Página legal


PLATA QUEZADA, WILLIAM ELVIS Religiosos y sociedad en Nueva Granada: Vida y muerte de un convento dominicano. Santa fe de Bogotá, siglos XVI-XIX / William Elvis Plata QuezadaBucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2019 485p. : il., diagrs., mapas, tablas ISBN impreso: 978-958-8956-54-1 ISBN ePub: 978-958-8956-68-8DOMINICOS - COLOMBIA - HISTORIA 2. CONVENTOS - COLOMBIA – HISTORIA3. DOMINICOS – MISIONES. 4. IGLESIA Y ESTADO EN COLOMBIA – HISTORIA 5. IGLESIA CATOLICA - COLOMBIA – HISTORIA 6. IGLESIA Y SOCIOLOGIA – COLOMBIA – HISTORIA 7. IGLESIA Y PROBLEMAS SOCIALES – COLOMBIA – HISTORIA Tít. II. Secundarias. III. SerieCDD: 271.209861 ED. 23 CEP – Universidad Industrial de Santander. Biblioteca Central


Vida y muerte de un convento

Religiosos y sociedad en la Nueva Granada

William Elvis Plata Quezada

Profesor, Universidad Industrial de Santander

© Universidad Industrial de Santander

Reservados todos los derechos

ISBN impreso: 978-958-8956-54-1

ISBN ePub: 978-958-8956-68-8

Primera edición: julio de 2019

Diseño, diagramación e impresión:

División de Publicaciones UIS

Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria

Tel: (7)6348418. Telefax: (7)6328212

Bucaramanga, Colombia

ediciones@uis.edu.co

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin autorización escrita de la UIS.

Impreso en Colombia

Dedicatoria


A la memoria de Emma María, una luz que se apaga

A Gabriela, una luz que se enciende

Agradecimientos

Detrás de cada obra humana, por pequeña que sea, siempre hay más de una persona, aun si el autor principal se niega a reconocerlo. Pues bien, detrás y al lado del proceso de preparación de este libro hay todo un numeroso grupo de personas que articularon sus esfuerzos para que el trabajo pudiera concretarse. Va entonces para ellas mi nota de agradecimiento.

Para comenzar, quiero dar las gracias a Pierre Sauvage, S. J., profesor emérito del Departamento de Historia de la Universidad de Namur, Bélgica. Pierre no solo estructuró mis estudios doctorales, sino que además orientó, acompañó y animó este proyecto hasta ver convertida la tesis doctoral en un libro publicado. Su participación fue mucho más allá de lo netamente académico, pues me ofreció algo tan valioso como lo es una auténtica amistad. Puedo asegurar que sin su intervención sencillamente esta investigación no habría sido posible. Con él he profundizado en el significado de la palabra solidaridad. Nunca las palabras serán suficientes para agradecerle.

Agradezco también a Ana María Bidegain, profesora del Departamento de Historia de Florida International University, en Miami, quien fue el punto alfa de todo este proceso, gestionado desde los tiempos en que hacía mis primeros pinos en la disciplina histórica, en la Universidad Nacional de Colombia. Su amistad y el hecho de haberme acompañado desde el comienzo y a lo largo de toda mi carrera han sido muy valiosos para mí. A Paul Servais, profesor emérito del Departamento de Historia de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, por su disponibilidad inicial en acoger esta investigación y su acompañamiento como copromotor. Sus orientaciones y sugerencias me fueron de gran ayuda.

Esta investigación, hecha en el marco de una tesis doctoral en Historia, fue financiada en su mayor parte por el programa de becas FUNDP-Ceruna, que otorga la Universidad de Namur, en preferencia a los estudiantes provenientes fuera de la Unión Europea. Por eso también agradezco a las directivas de la Universidad por creer en la cooperación entre los pueblos, lo que pone en marcha acciones concretas al respecto. Por supuesto, agradezco, de igual manera, a la Universidad Industrial de Santander y su Escuela de Historia, que me han dado la oportunidad de desarrollar mi proyecto académico.

La generosidad de Madame Germaine Dandoy (†) fue otro pilar que sostuvo la gran aventura que significó vivir en aquel rincón de Europa. Ella estará siempre presente en mis oraciones. Además, quiero reconocer y agradecer la acogida que me brindó el Departamento de Historia de la FUNDP (hoy Universidad de Namur) por el hecho de haberme considerado uno de los suyos y ofrecerme un espacio entre ellos. Agradezco especialmente a Isabelle Parmentier, Etienne Renard, Xavier Hermans, Bénédicte Rochet, Isabelle Paquay, Valérie Genoet y Cédric Istasse. Este último, activísimo y polifuncional asistente del Departamento, con quien tuve la suerte de compartir oficina durante estos años y comenzar una amistad que espero perdure en el tiempo y en el espacio. Él es otra de las personas que nos facilitó la vida a mí y a mi familia durante nuestra estancia en Bélgica.

También deseo reconocer a la comunidad jesuita de Namur, que nos acogió y nos acompañó en nuestra vida cotidiana en todos los planos, especialmente en el espiritual, lo que hizo más fácil el proceso de adaptación. Asimismo, agradezco a todos los miembros del Centro Religioso Universitario (CRU), dirigido por el p. Michel Hermans, S. J., quien además me dio oportunidades para expresarme desde mi condición de latinoamericano y colombiano. También a Muriel Gieu, religiosa de Saint André, animadora pastoral del CRU, y a su comunidad de la Pairelle. Su cercanía, apoyo, colaboración y amistad incondicional me han dado una gran lección de vida.

A la memoria de los sacerdotes Léon Wuillaume, S. J. (†); Pierre Defoux S. J. (†) y Xavier Jacques S. J. (†). Aunque ya no puedan leerlo, deseo agradecerles en espíritu el haber dispuesto de su tiempo para ocuparse de requerimientos que fueron desde el aprendizaje de la lengua francesa hasta la traducción de textos en latín, sin hablar de otras pequeñas ayudas cotidianas imposibles de resumir.

Durante los dos últimos años de desarrollo de la tesis se organizó un pequeño grupo de discusión junto con las entonces doctorandas María Piedad Fino y Caroline Sappia, que sirvió para debatir algunas cuestiones teórico-metodológicas y parte de los resultados preliminares de la investigación. Muchas gracias por su tiempo y disposición.

Además, manifiesto mi gratitud al personal que labora en los archivos y las bibliotecas donde acudí en busca de documentos e información: Archivo General de la Nación (Bogotá), Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá), Archivo Provincial Dominicano (Bogotá), Archivo General de Indias (Sevilla), Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma), Archivo Secreto Vaticano (Roma) y Archivo Dominicano del Convento de San Esteban (Salamanca). Allí me recibieron y atendieron con amabilidad y eficiencia. Un agradecimiento especial a Martha Elizabeth Hincapié, entonces clasificadora del Archivo Provincial de los Dominicos en Colombia.

A la comunidad dominicana de Colombia, en especial a Fr. Orlando Rueda Acevedo, O. P., y a Fr. Carlos Mario Alzate, O. P., mil gracias por haberme dado la oportunidad de introducirme en su historia de forma tan cercana y permitirme aportar un mayor conocimiento de lo que fue su pasado. Agradezco también a Fr. José Barrado Barquilla, O. P., de la comunidad dominicana de Salamanca, España, por estar dispuesto a servir de jurado y evaluar, con valiosos comentarios, la tesis que luego se convirtió en libro en una primera edición con la Editorial San Esteban.

Finalmente, si hay algo invaluable es el amor que se recibe con generosidad en todos y cada uno de los momentos de la vida. «A donde vayas, iré yo; y donde vivas, viviré yo», dice el libro de Ruth (2,16). Estas palabras se hicieron realidad en Andrea, mi esposa, y mis hijos Daniela, Miguel Ángel y María José, quienes estuvieron conmigo incondicionalmente en todo lo que implicó mi estancia doctoral en Bélgica. Dios los bendiga por siempre.

Prólogo

Es con gran alegría que respondo a la invitación del profesor William Elvis Plata de prologar su obra, fruto de una disertación doctoral en Historia, presentada en junio de 2008 en las Facultades Universitarias Notre Dame de la Paix - Academia Lovaina (hoy Universidad de Namur), Bélgica. Durante cuatro años, como director de tesis, seguí con atención e interés el desarrollo de este proyecto, que considero ambicioso y original. Es ambicioso porque, por una parte, el objeto de estudio es significativo, se trata del más importante y célebre convento dominicano de Colombia, el Convento de Nuestra Señora del Rosario, que resultaba ser, de cierta manera, un terreno conocido para William, pues había sido archivista de la provincia dominicana y conocía bien los fondos documentales relacionados con el convento.

Por otra parte, el abordaje histórico es bastante amplio, dado que implicó hacer una reconstrucción de la historia de ese convento desde su fundación en 1550 hasta su supresión en 1861. La decisión de acometer este periodo tiene como fin poner en evidencia los cambios y las permanencias que afectaron la vida del convento. Además, el proyecto es original e innovador, ya que se propone analizar las relaciones recíprocas de diversos tipos que, a lo largo de ese periodo, se forjaron entre el Convento y la sociedad santafereña y neogranadina. Tal perspectiva le permite al autor poner de relieve la verdadera osmosis que se produjo entre los miembros de la comunidad dominicana y la sociedad civil. El Convento estaba lejos de estar en un “domo de cristal” en la ciudad. Las relaciones establecidas con la sociedad, al igual que las influencias recibidas por ella, fueron determinantes en el reclutamiento de los miembros de la comunidad y en la manera como los frailes realizaron su apostolado. El hecho de no haber limitado el estudio solamente a la época colonial ha permitido al autor evidenciar, además, cómo las relaciones establecidas fueron desquebrajándose hasta disolverse, pocas décadas después de iniciada la vida republicana.

 

Como puede constatarse, la escogencia de tal perspectiva se desmarca de la historia tradicional de las comunidades religiosas, que se han considerado como entidades separadas, al examinar únicamente lo que sucedía en su interior. Si tal historia se aventuraba al exterior de las comunidades era únicamente para medir su radio de acción sobre la sociedad. Se trataba entonces de estudios de vía única que ignoraban muchos elementos explicativos. En ese sentido, considero que la perspectiva aquí adoptada aportará novedades metodológicas no solamente al conocimiento histórico de las comunidades religiosas, sino también de la sociedad en la que se desenvuelven. Por todo lo anterior, me complace la publicación de esta disertación doctoral, hecha con rigor y espíritu crítico. Posiblemente suscitará un debate fructuoso, y seguramente abrirá un camino para los investigadores interesados por el estudio de la vida religiosa, todavía poco explorada en Colombia.

PIERRE SAUVAGE, S. J.

Profesor emérito de Historia Contemporánea

Universidad de Namur, Bélgica

1 de diciembre de 2010

Introducción

El lunes 24 de abril de 1939, por orden del Gobierno nacional, la piqueta inició la demolición del inmenso edificio conocido como Santo Domingo, que durante más de tres siglos había albergado la sede del convento más importante de los dominicos en Colombia, llamado canónicamente Nuestra Señora del Rosario1. El edificio se encontraba en manos del Estado desde 1861, luego de un controvertido proceso expropiatorio. Después de esto había sido utilizado como sede de oficinas públicas. La decisión de derribar el edificio –que causó una gran polémica en la época– fue tomada por el propio Congreso, con el apoyo del presidente de la República, el liberal Eduardo Santos, quien alegó la necesidad de modernizar el centro de Bogotá, pues, según él, este se encontraba «en decadencia»:

Ningún barrio de Bogotá causa peor impresión que este a las personas que nos visitan, y es lo cierto que ese tiene que seguir siendo el centro vital de Bogotá con la Avenida Santa Fe y sus edificios de un lado, con lo que del otro han de representar la Plaza Mayor, el Palacio Presidencial y los nuevos edificios de los Ministerios. Es evidente que el obstáculo decisivo para cuanto allí se pueda hacer lo constituye el viejo edificio de Santo Domingo, cuyo exterior es un modelo de pobreza y fealdad2.

Para Santos, el edificio conventual no tenía ni valor histórico ni arquitectónico alguno:

Me atrevo a pensar que ese claustro perdió hace muchísimos años el valor que pudiera tener. Como obra arquitectónica nunca ha tenido valor considerable [...] del encanto colonial y de las características claustrales no quedaban ni vaga sombra. ¿Podría decirse, sin exagerar piadosamente, que subsistía allí algo del melancólico encanto colonial? Al contrario. Era su negación, un tanto ofensiva [...] en donde [el convento] está situado constituye un estorbo máximo para el desarrollo de Bogotá. El dilema está planteado entre su conservación y empobrecimiento del centro de la capital o su demolición y la resurrección pujante de esas calles [...]. Aunque bogotano de nacimiento y vinculado a esta ciudad por todos mis recuerdos, me siento obligado, en cuanto a su esencial desarrollo urbano se refiere, a preocuparme más por su presente y su futuro que por su pasado3.

Era la época en que Colombia y otros países de la región eran inundados por una fiebre modernizadora que demandaba la construcción de nuevos edificios, avenidas y calles, aun en detrimento de las estructuras heredadas del pasado. Los elementos considerados de valor del antiguo convento fueron esparcidos por la ciudad: la pila que se encontraba en el centro del primer claustro y la columnata fueron llevadas a parques públicos; el artesonado de la sala capitular fue llevado al Palacio de San Carlos (entonces, sede de la presidencia). Los restos de muchas personas no identificadas, que habían sido enterrados en los pasillos del claustro, fueron revueltos con los escombros y aventados a las afueras de la ciudad, como relleno de vallados. La comunidad de los dominicos solo pudo asistir como observadora de los acontecimientos, y únicamente recuperaron los escudos de la orden que se encontraban en las esquinas de su antiguo convento. Como recuerdo de su remoto prestigio solo poseían la iglesia de Santo Domingo, que había sido en su época el templo del Convento.


Figura 1. Claustro principal e iglesia del antiguo Convento de Nuestra Señora del Rosario, o de Santo Domingo, en la década de 1920. Fuente: Archivo de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia de la Orden de Predicadores, Fototeca, Bogotá, Colombia.

En reemplazo del claustro se construyó una mole de hormigón que se llamó Edificio Murillo Toro, sede de los correos nacionales. Sucedió que durante su construcción los ochocientos pilotes de cemento en que se sostenía el nuevo edificio desplazaron las bases y los arcos de la nave central de la iglesia adjunta, lo que causaba peligro de ruina. Dado las pocas intenciones del Gobierno en ayudar a reparar el edificio, y la necesidad de dineros que tenía la comunidad dominicana para construir su convento en otra parte, en 1946 se optó por vender la iglesia. Seguidamente, esta también fue destruida para construir en su reemplazo un edificio comercial4. En el lugar no quedó nada que recordara la constante presencia de los dominicos.

La destrucción del edificio del antiguo Convento de Santo Domingo, y luego de la iglesia conventual, se consumió pese a las protestas de la Academia de Historia y otros grupos y asociaciones culturales y arquitectónicas de la ciudad, quienes desde que conocieron las intenciones del Gobierno en demoler la edificación (1932) habían enviado numerosos memoriales con muchas firmas a favor de su conservación. En tales peticiones se había acudido a la importancia del Convento como estructura arquitectónica, pero también por su significado para la historia del país5. En esa época, alguien escribió: «Este convento debe ser mirado con admiración y simpatía por los hijos de Colombia, que no menos merece la cuna de nuestras letras, el aula donde las aprendieron los santafereños primitivos y el estrado donde se graduaron los próceres de la Independencia nacional»6.


Figura 2. Edificio Murillo Toro, hoy sede del Museo de las Telecomunicaciones, construido en reemplazo del convento de los dominicos, visto desde la carrera 8 con calle 13. Fuente: fotografía propia (1998).

¿Por qué causaba tanta polémica la destrucción del viejo convento? Sucedía que este no era solo un edifico antiguo. Había albergado a una comunidad religiosa sumamente influyente en los destinos de la ciudad y aun del país durante muchos años. La ubicación del Convento da cuenta de ello: a unos cuantos pasos de la sede de los poderes públicos y eclesiásticos. Esta influencia, que partía de lo religioso, iba mucho más allá. Abarcaba campos como la organización social, el arte, la economía, la educación y, por supuesto, la política. Representaba un pasado donde la institución eclesiástica y, en particular, las órdenes religiosas habían estado interrelacionadas con los principales elementos constitutivos de la sociedad de Santafé de Bogotá y de la Nueva Granada (como entonces se llamaba la actual Colombia). El Convento del Rosario (o Santo Domingo) de Bogotá había sido uno de los protagonistas de este proceso histórico.

Tal vez –y eso argumentaron algunos críticos de la época– el hecho de ser un símbolo del pasado colonial, del antiguo sistema, incomodaba al Gobierno liberal, que desde 1930 había vuelto al poder tras un largo “ayuno” de casi cincuenta años. Por ello, muchos leyeron la destrucción del Convento de Santo Domingo en clave partidista, como una especie de búsqueda del liberalismo por borrar aquellas huellas de la historia colonial, sobre todo aquellas que eran consideradas conservadoras, que incomodaban y que estorbaban el tan mencionado progreso que se enarbolaba en esos años. Los dominicos eran vistos como uno de esos elementos anticuados, máxime cuando en la época se habían matriculado en cuerpo y alma al proyecto conservador, que se oponía al liberalismo en el poder.

¿Quiénes eran esos frailes? ¿Cuál había sido su real importancia en la construcción y la evolución de las estructuras sociales, políticas y económicas de la ciudad y del país? ¿Qué permitió que llegaran a tener tanta influencia? ¿Qué consecuencias trajo en la conformación de la cultura y la sociedad colombianas? ¿Cómo afectó todo ello a la estructura y al funcionamiento de esa comunidad religiosa? Finalmente, ¿qué hizo que ese poder menguara y se perdiera? Dar respuestas a estas preguntas es lo que pretende hacer este trabajo. El análisis de la historia de la comunidad del Convento de Nuestra Señora del Rosario se toma como un estudio de caso de una problemática compleja: la interrelación entre la iglesia católica y la sociedad colombiana. En este sentido, se recorrerá la historia de Bogotá y la historia del país, observadas desde el claustro conventual. También se estudiará la estructura, el funcionamiento interno del convento y su evolución, en consonancia con la realidad externa.

La institución eclesiástica7 no es precisamente un sujeto ignorado por la disciplina histórica en Colombia. De hecho, recibió gran atención hasta las décadas de 1960 y 1970, por medio de una historiografía que había nacido al servicio de la teología, especialmente de la apologética, como instrumento de defensa de la existencia, la estructura y la misión del catolicismo. Tal historiografía estuvo orientada por una visión de la Iglesia como sociedad perfecta, al resaltar los rasgos jerárquicos de la comunidad eclesial y de su “separación del mundo” frente al que debía estar en permanente confrontación. La mayor parte de esta historiografía fue elaborada desde la Academia de Historia (fundada en 1901), y en su filial, la Academia de Historia Eclesiástica. La mayoría de los autores eran clérigos y religiosos(as). Aunque se trabajaba con fuentes primarias, la narración era generalmente acontecimental, y el análisis contextual era poco o nulo. En esta historiografía se confundía la historia patria con la apologética y hasta con la hagiografía8.

Tras el advenimiento de la historiografía profesional en Colombia, inicialmente los estudios sobre la Iglesia católica y en general sobre el hecho religioso no recibieron mayor interés9. Hubo que esperar hasta finales de los años 1980 para su reactivación, aunque esta se dio de forma sesgada y poco sistemática10. El análisis y el conocimiento de las estructuras y las dinámicas de la institución eclesiástica en su interrelación con la sociedad son aún un campo nuevo en la historiografía colombiana11. La historia que se presenta a continuación pretende aportar al conocimiento de la evolución de la sociedad y de las instituciones colombianas, a través de un estudio de caso de una entidad particular que ocupaba, en el espacio físico e ideológico, un lugar estratégico para la vida del país. En este sentido, esta investigación se inscribe dentro de la historia social de la religión12.

No obstante, existen otro interés y otro enfoque en esta investigación. No solo se busca ver en qué medida el convento objeto de este estudio, como entidad social, influye en su entorno, sino cómo este a su vez afecta a aquel y determina su organización, su composición, su estructura y su comportamiento internos, sus ideas y visiones de mundo. Los conventos, como entidades humanas, no son impermeables a los cambios sociales y también evolucionan internamente a la par de estos. En esta línea, se busca tener una mayor comprensión del funcionamiento interno de la Iglesia católica colombiana, y en este caso de una de sus organizaciones, al estudiar su evolución y sus lógicas internas. Este análisis es, pues, un estudio de la estructura y la evolución internas del convento, al tiempo que pretende examinar su ciclo de vida, de acuerdo con los lineamientos propuestos por Raymond Hostie, en un estudio ya clásico sobre las dinámicas que guían la vida de las comunidades religiosas13.

 

A esta doble mirada debe agregarse un interés paralelo que también guía la construcción de esta historia. Se pretende que esta sirva a quienes creen y trabajan en torno a la máxima de Ecclesia semper reformanda14, es decir, de que la Iglesia está continuamente revisando sus acciones y huellas para corregirlas y mejorar su actuación, su pastoral, sus ideales. Por ello, este trabajo también se articula con los intereses de la moderna historia de la Iglesia15, que considera a la historia como un instrumento para la revisión de vida, para la evaluación y la corrección del accionar de la Iglesia, pues comprende a esta, a sus organizaciones y sus elementos institucionales como el conjunto de la comunidad de creyentes que la conforman.

El interés por el estudio de una comunidad religiosa, y de un convento en particular, tiene raíz en el trabajo desarrollado desde 1995 en la línea de investigación en historia de las religiones de la Universidad Nacional de Colombia, dirigida por la profesora Ana María Bidegain, que me dio la oportunidad de entrar en el estudio de la historia de la Iglesia católica en Colombia, a partir de las perspectivas de cambio y de movilidad en sus instituciones. El grupo desarrolló un proyecto sobre el análisis de corrientes religiosas en el catolicismo, cuyos resultados fueron publicados en 200416.

Mi participación entonces se centró en el debate político-religioso presentado en el siglo XIX, por lo que pude advertir las divergencias de opinión que se daban entre el clero y el laicado frente a situaciones concretas de la época. En esa oportunidad me llamó la atención la polémica en torno a la extinción de conventos menores, las críticas que muchos realizaban a las comunidades religiosas y las denuncias que varios de sus propios miembros hacían sobre la corrupción interna. Por otra parte, una de las compañeras del grupo, Constanza Toquica, trabajó con bastante éxito las redes establecidas entre el Convento de Santa Clara y la sociedad de Santafé de Bogotá durante la época colonial17. En ese momento advertí la necesidad de seguir estudiando la estructura y la dinámica de los conventos si se quería entender mejor tanto la Colonia como el inicio de la República. Además, me surgieron preguntas sobre qué factores habían producido el fin de esa relación y cómo se había dado el proceso involutivo.

Después tuve la posibilidad de efectuar trabajos de investigación con y para entidades eclesiásticas entre los años 1999 y 2004. Uno de esos trabajos fue la organización del archivo provincial de los dominicos en Colombia, dentro de cuyo proceso se construyó una gran base de datos sobre documentación interna y externa relacionada con esta orden religiosa. Esto me puso en contacto directo con muchos documentos, varios de ellos inexplorados, que sembraron el interés por intentar descubrir cómo había sido el mecanismo de funcionamiento de esta orden religiosa y particularmente de sus principales conventos. Dos de esos conventos destacaban por su documentación: uno era el de Santo Domingo, de Tunja, y el otro, el de Nuestra Señora del Rosario, de Bogotá.

Así mismo, de forma paralela, entre 2001 y 2004, tuve la suerte de colaborar en un proyecto de investigación de la historia de una comunidad religiosa femenina, las Dominicas de Betania, que se encontraban en un proceso de reflexión sobre su carisma18. La comunidad tuvo el valor de creer en la historia como instrumento para revisar críticamente su pasado y detectar aquello que no marchaba bien, con el fin de reestructurarse y reorientar su accionar. Esto me permitió tener un conocimiento muy cercano –casi como en un proceso de disección– del devenir histórico de dicha comunidad religiosa. Además, pude percibir la existencia de un ciclo en de la vida de esta comunidad y lo dramáticos que resultan los tiempos de crisis para ella.

Así pues, cuando se dio la oportunidad de realizar mi doctorado en Les Facultés Universitaires Notre Dame de la Paix de Namur planteé naturalmente un proyecto de investigación en torno a la crisis y la disolución de un convento dominicano. Escogí el del Rosario de Bogotá por dos razones principales: por un lado, porque este había sido el principal convento de una de las órdenes religiosas más influyentes durante la Colonia y los comienzos de la República; y, por otro, porque conocía exactamente dónde se encontraba toda o la mayor parte de la documentación al respecto, gracias al intenso trabajo archivístico realizado en los años previos.

El proyecto se planteó como un estudio de caso de la dinámica de la relación entre la Iglesia colombiana y la sociedad, en el sentido de determinar cómo y en qué medida dentro de esa dinámica se dio el declive y el fin de ese convento. En esta perspectiva, la búsqueda de fuentes primarias se orientó en torno a los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, con el tiempo se advirtió que para poder conocer el declive y el fin de la interrelación establecida entre el convento y ciertos sectores de la sociedad había que conocer también cómo se habían establecido estos lazos y cómo todo ello había funcionado. Por eso, se optó finalmente por incluir también los siglos XVI y XVII, por lo que se utilizaron como fuentes básicas crónicas y documentos publicados y extensas recopilaciones históricas elaboradas por historiadores empíricos de la orden dominicana, durante la primera mitad del siglo XX. De esta forma, la temporalidad escogida permite observar toda la evolución del ciclo de vida del convento, desde su nacimiento hasta su supresión, tal como lo recomiendan ciertos planteamientos teóricos que guían esta investigación19.

Dado que el libro concentra su atención en el Convento de Nuestra Señora del Rosario de Santafé de Bogotá, el espacio trabajado comprende la zona de influencia de ese convento, que correspondió fundamentalmente a Bogotá y la Sabana de Bogotá20, en el actual departamento de Cundinamarca, con cuya población el convento estableció los más estrechos y duraderos lazos. Sin embargo, en algunas épocas tal influencia llegó a comprender zonas más extensas: una parte del valle del río Magdalena (entre los departamentos de Tolima y Cundinamarca), el sur de Boyacá y una parte de los inmensos llanos colombo-venezolanos (actuales departamentos colombianos de Arauca y Casanare y de los estados venezolanos de Apure y Barinas).

El cuerpo de este texto se divide en cinco capítulos ordenados según dos criterios, el temático y el cronológico, entre los que se trata de establecer un equilibrio. Por eso, aunque el primer capítulo trata del arribo de los dominicos y la fundación del Convento del Rosario en el siglo XVI, y el último finaliza con la supresión de la comunidad en el siglo XIX; la organización de los demás capítulos no sigue un criterio estrictamente cronológico, sino que este se modifica en función de las necesidades explicativas.

El capítulo dos, que se refiere a la conformación y puesta en marcha del “engranaje” del convento con la sociedad colonial, abarca fechas que van desde mediados del siglo XVI a poco antes de 1767, fecha en que ocurre la expulsión de los jesuitas de la Nueva Granada y se consolida el proceso de reformas borbónicas, que en algunos aspectos ya había comenzado décadas antes.

El capítulo tres abarca principalmente, mas no exclusivamente, la segunda mitad del siglo XVIII hasta poco antes de la revuelta del 20 de julio de 1810, fecha considerada como el inicio del proceso de Independencia de la Nueva Granada. Este capítulo se propone explicar en qué medida las reformas borbónicas en materia eclesiástica afectaron a los dominicos y a la relación que su convento principal (Nuestra Señora del Rosario) había establecido con las élites criollas. Dado este propósito, se hizo necesario devolverse al siglo XVII para rastrear aquellos elementos que constituían ya puntos débiles dentro de la comunidad conventual y su alianza social.