¿Qué Está Fallando con la Predicación de Hoy?

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¿Qué Está Fallando con la Predicación de Hoy?
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¿Qué está fallando

con la predicación

de hoy?

A. N. Martin Pastor, Escritor Profesor, Conferencista

Publicaciones Faro de Gracia P.O. Box 1043Graham, NC 27253USA

Publicado por:

Publicaciones Faro de Gracia P.O. Box 1043 Graham, NC 27253

ISBN: 978-1-629462-01-1

Este discurso fue dado originalmente en la conferencia para ministros de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, en el Seminario Teológico de Westminster, USA, en Septiembre de 1967.

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Banner of Truth (3 Murrayfield Road, Edinburgh, EH126EL) para traducir e imprimir este libro al español.

© Derechos Reservados, Banner of Truth Trust

Traducción realizada por R. Wayne Andersen y David Alonzo

© Copyright, Publicaciones Faro de Gracia, 2002

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera

© 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados.

Contenido

INTRODUCCIÓN

EL HOMBRE QUE PREDICA

VIDA DEVOCIONAL PERSONAL

LA ORACIÓN SECRETA

PIEDAD PRÁCTICA

LA PUREZA DE NUESTROS MOTIVOS

EL MENSAJE

CONTENIDO BÍBLICO

CONTENIDO DOCTRINAL

APLICACIÓN PRACTICA

LA MANERA DE PRESENTAR EL MENSAJE

Otros títulos en esta serie

INTRODUCCIÓN

Lamento la manera negativa en que se trata este tema. Creo que la mayoría de nosotros tenemos suficiente sentido común para abordar el tema a nosotros mismos, y por lo tanto, concluir que este ensayo expondrá las debilidades de nuestro ministerio de predicar. Yo hubiera deseado que el título fuera un poco más positivo. Quizás hubiera sido más adecuado, ‘Consejos para mejorar la predicación contemporánea.’ Sin embargo, este es el tema que me ha sido asignado, así que procuraré a investigarlo dentro de su propio marco.

A manera de introducción, déjeme decir algo acerca de las fuentes de mi observación. Uno tendría que ser omnisciente para ser capaz de pronunciar declaraciones finales y absolutamente precisos, acerca de lo que está fallando en la predicación de hoy en día. También, demandaría que uno se expusiera a toda predicación, que se hubiera investido con dones infalibles de análisis, y que en base de ello, hiciera pomposos y oficiales pronunciamientos. Obviamente, no reclamo ninguna de estas cosas. Por lo tanto, no obstante las fuentes de mi información pueden ser limitadas, confío en que las observaciones hechas serán válidas. He tenido el privilegio de ocupar cinco años de mi vocación en un ministerio itinerante de tiempo completo en el cual prediqué a grandes secciones del espectro de vida evangélica en los Estados Unidos y Canadá. Durante los siguientes seis años como pastor, he ministrado en un gran número de iglesias y conferencias de varias denominaciones. La base para mis comentarios son las cosas que he visto y oído en estos respectivos ministerios.

También, debo decir algo acerca de la norma de evaluación. Se juzga una cosa como buena o mala en los términos de su aproximación a una norma absoluta. Por supuesto, en la esfera de lo que es bueno o eficaz en la predicación, no hay una norma comprensiva y única. No obstante, creo que podemos tomar de las Escrituras una norma precisa de lo que es la buena predicación, a través de examinar la predicación de los profetas, de los apóstoles, y de nuestro Señor Jesucristo. Otra base de evaluación se puede encontrar en la vida, el ministerio y los sermones de los grandes predicadores de las épocas pasadas. Cuando uso el término ‘grandes predicadores’, no estoy hablando de los hombres que son reconocidos principalmente por su habilidad para embellecer la verdad de Dios con grandes efectos retóricos, o de hombres que son reconocidos por su habilidad en el arte de la elocuencia. Más bien, me refiero a hombres que fueron instrumentos de Dios para dirigir y llevar a otros a El. En esta categoría yo pondría a hombres tales como Whitefield, McCheyne, Spurgeon, Edwards, Baxter y Bunyan. Usando sus sermones y el efecto de sus ministerios como una norma básica, espero que podremos hacer algunas comparaciones válidas entre sus ministerios y los ministerios de hoy en día. De este modo, podamos ver la gran escasez de buena predicación en nuestros días, así como descubrir algunas de las causas de esta deplorable situación.

Entonces ¿cómo abordaremos este amplio propósito? Yo sugiero que todas las fallas en la predicación de hoy radican básicamente en dos áreas: El hombre que predica y el mensaje que él entrega. No nos atrevemos a separar estas dos cosas, el hombre y su mensaje, porque hay una unidad profunda entre el hombre y el mensaje en la obra de la predicación. Consideraremos lo que está fallando con la predicación hoy en día, primero en los términos del hombre que predica, y luego en los términos del mensaje que se comunica.

EL HOMBRE QUE PREDICA

Así pues, considerémonos primero este asunto de las fallas en la predicación, en los términos del hombre que predica. Al principio, quiero establecer un principio patente de la Escritura, y luego lo aplicaré en varias áreas específicas. El principio es éste: Para que no degrademos la predicación al mero arte de la elocuencia, nunca debemos olvidar que la base en que la predicación poderosa surge es la propia vida del predicador. Eso es lo que distingue la predicación de cualquier otro arte de la comunicación. Por ejemplo, una actriz famosa puede destacarse por su inmoralidad escandalosa, viviendo como una ramera común. Y aún así, ella puede entrar al teatro cada miércoles a las 20:00 hrs, y actuar en el papel de Juana de Arco de una manera tal, que llevara a toda la audiencia hasta las lágrimas. La manera en que ella vive no tendrá relación directa con el desempeño de su papel profesional. Un protagonista, igualmente libertino en su vida personal, puede presentarse en el mismo teatro y actuar el papel de Martín Lutero de una manera tal, que escalofríos recorrieran nuestra espina dorsal, y saliéramos determinados a ser mejores hombres y mejores predicadores. Sin embargo, otra vez, puede no haber una relación directa entre la conducta del actor antes de subir al escenario, y su actuación subsecuente.

Se admite pronto que las Escrituras enseñan que hay tiempos cuando aparecen hombres bien dotados para el ministerio, pero que están desprovistos de la gracia salvadora (vea Mat.7:21-23). La historia de la iglesia también relata los hechos de hombres que fueron usados en la soberanía de Dios, en el desempeño de dones ministeriales, y al fin manifestaron que estaban desprovistos de gracia santificante. No obstante, yo creo que este problema particular de engaño se encontrará principalmente en aquellos ministerios donde los ministros no moran entre sus oyentes el tiempo suficiente para afectar su ministerio por el bien o el mal de su vida personal. Por lo tanto, limitando este principio al contexto de la predicación del pastor, yo creo que es una regla válida (con algunas pocas excepciones), que la predicación poderosa está arraigada en la tierra de la vida del predicador. Se ha dicho que ‘la vida del ministro es la vida de su ministerio.’ Si la predicación es la comunicación de la verdad a través de instrumentos humanos, entonces la verdad así comunicada se puede aumentar o disminuir en su poder para efectuar cambios espirituales, por la vida que la transmite. El secreto del poder de la predicación de Whitefield, McCheyne y de otros hombres que ya he mencionado se encuentra principalmente, no en el contenido de sus sermones o en la manera en que ellos lo predicaban; más bien, la clave se encontraba en sus vidas. Sus vidas estaban llenas de poder y vivían en tal comunión con Dios, que la verdad llegó a ser un principio viviente porque fue transmitida por tales vasos. Sus vidas ungidas fueron la tierra donde creció su ministerio igual. Este principio es particularmente válido en la vida del pastor residente. Entre más que ustedes y yo seamos conocidos por nuestra gente, nuestra influencia crecerá o disminuirá de acuerdo con el tenor de nuestras vidas.

A fin de ilustrar este principio con la Palabra de Dios, permítame presentar varios pasajes para su consideración, no a la manera de una exposición detallada, sino entendiendo la idea predominante de cada pasaje. Escribiendo a la iglesia de Tesalónica, la cual él tuvo el privilegio de fundar a través de su ministerio entre ellos, Pablo dice: “Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1Tes.1:4-5). El establece una relación directa entre el evangelio viniendo en poder, y en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, con la clase de hombre que lo predicaba. Encontramos la misma enseñanza presentada en el capítulo dos de la misma carta, donde Pablo dice en el versículo diez: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” Luego en el versículo trece, él dice: “Por lo cual, también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” Hay una relación vital entre estas dos cosas. Por un lado él dice, “Ustedes saben cómo nos comportamos,” y por el otro, “Nosotros sabemos cómo recibieron la palabra.” Estas dos cosas no pueden divorciarse. Pablo y sus compañeros se presentaron como modelos vivos del poder de la Palabra de Dios incorporado en su conducta y de este modo, cuando predicaron la Palabra, ésta vino con autoridad a sus oyentes. Fíjese que el apóstol no está renuente de usar su testimonio vivo como una prueba de la validez de su ministerio de predicación.

 

En Tito capítulo dos hay instrucciones detalladas sobre lo que él debería predicar y enseñar. Pablo le mandaba en el versículo siete, “Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras.” En otras palabras, como ministros de Dios, no solamente hemos de proclamar la sana doctrina por precepto, sino que debemos encarnar esta misma doctrina por la sana conducta. Luego también, hay el pasaje clásico de 1 Tim.4:16: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” En otras palabras Pablo está diciendo, “Timoteo, el descuido de tu propia vida personal resultará en alguna medida, en el mal desempeño de tu responsabilidad para con las almas, con las cuales el Espíritu Santo te ha encargado como pastor. Fallar en tener cuidado de ti mismo, en alguna medida resultará en fallas para ver el propósito salvador de Dios, forjándose en el corazón de aquellos a quienes tú ministras.” Hago estos comentarios como uno que cree sin reservas en la postura de Pablo tocante a la inmutabilidad del consejo de Dios y la certeza de la salvación de todos sus elegidos. No obstante, no debemos quitar de este pasaje en 1 Timoteo las obvias implicaciones: que Timoteo no podría ser el instrumento de Dios que él debería ser, a menos que tuviera cuidado de sí mismo y luego de su enseñanza.

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