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Enfoque histórico

El “afrancesamiento” de la arquitectura habitacional durante el porfiriato en Guadalajara. Una aproximación tipológica–formal

CARLOS ANTONIO BRAVO WAGNER

ROSA MARÍA SÁNCHEZ SOSA

Resumen: Popularmente se califica de afrancesada la arquitectura desarrollada durante el porfiriato. La presente investigación tiene por objetivo demostrar, cuantitativa y cualitativamente, la idoneidad y veracidad de esta afirmación. Para ello, primero se ha contextualizado la arquitectura de este periodo con aspectos sociales, económicos, etcétera. Posteriormente, se han indagado los pocos textos teóricos que abordan este aspecto y, basándose en ellos, se ha desarrollado un análisis de las viviendas de las primeras colonias creadas durante el porfiriato en Guadalajara. Las conclusiones van encaminadas a aclarar la interrogante inicial.

Palabras clave: arquitectura, historia, tipologías, vivienda.

Abstract: The architecture developed during the Porfiriato is popularly described as frenchified. The present investigation aims to demonstrate, quantitatively and qualitatively, the suitability and truthfulness of this statement. For this, first, the architecture of this period has been contextualized with social, economic, etcetera. aspects. Subsequently, the few theoretical texts that address this aspect have been investigated and, based on them, an analysis of the homes of the first colonies created during the Porfiriato in Guadalajara has been developed. The conclusions are aimed at clarifying the initial question.

Keywords: architecture, history, typologies, housing.

Cualquier persona que se desplace por las principales avenidas de las primeras colonias al poniente de la ciudad de Guadalajara, Vallarta, Hidalgo, Libertad, etcétera, encontrará, entre un variopinto repertorio de construcciones funcionalistas y otras de difícil clasificación, una serie de casonas eclécticas que de forma popular se han adjetivado como afrancesadas. Pero ¿qué tan correcto es el empleo de este término?

Israel Katzman (2002), en su libro Arquitectura del siglo XIX en México, comenta que es “sumamente vago el empleo que se le ha dado en México al término AFRANCESADO para calificar la arquitectura del siglo XIX y es una tarea bastante compleja darle a ese concepto un significado exacto” (p.157).

Este trabajo tiene el objetivo de analizar estas viviendas de las primeras colonias de la ciudad durante el porfiriato y aportar elementos que permitan dilucidar cuáles son las características tipológicas más importantes y, en consecuencia, adjetivarlas de un modo justificado.

Estas casonas pertenecen a la etapa histórica denominada el porfiriato aunque en realidad, temporalmente hablando, corresponden a los últimos años del gobierno del general Porfirio Díaz y a la década posterior. En cualquier caso, se engloban en este periodo ya que mantienen los aspectos estilísticos y constructivos sin grandes cambios. Se deberá esperar a la década de los años veinte para que el movimiento moderno, manifestado en el regionalismo tapatío y el funcionalismo, rompa con esta dinámica.

ARQUITECTURA Y PORFIRIATO

El porfiriato es el cierre de un siglo XIX extremadamente complejo. La primera mitad está marcada por una serie de acontecimientos de carácter bélico: la guerra de independencia, las civiles, la de Texas o la invasión estadunidense. La economía del país se ve fuertemente afectada y la construcción de edificios es una de las actividades más afectadas. A esto hay que sumar las Leyes de Reforma que paralizaron a su vez las obras arquitectónicas de carácter religioso.

La construcción gubernamental es escasa y se recurre a la adaptación de conventos, seminarios, entre otros, para reconvertirlos en hospitales, escuelas, etcétera. Por su lado, la iniciativa privada espera situaciones más estables.

Hasta el periodo del porfiriato, principalmente entre 1896 y 1905, la construcción no se reavivará en todos los ámbitos, y la crisis económica de la última etapa, entre 1905 y 1910, quedará paliada por la obra gubernamental (Katzman, 2002).

La estabilidad del porfiriato favoreció a la moneda mexicana y en consecuencia, a las inversiones extranjeras. Se impulsaron sectores fundamentales de la industria, el transporte y la banca. El interés principal del estado fue la modernización del país, lo que favoreció el acercamiento a la cultura francesa, muy en boga en ese momento. Este impulso económico favoreció la generación de grandes riquezas y también la construcción de varias edificaciones desde los estilos académicos historicistas.

El proceso de cambio lo llevaron a cabo académicos franceses, italianos y mexicanos en su mayoría. El romanticismo tomó fuerza y se importó el eclecticismo de Europa.

Por ejemplo, la columna del Centenario, una de las obras insignia de la época en la Ciudad de México, es descrita del siguiente modo:

El estilo de la obra, por su naturaleza y por su destino, tenía que ser una arquitectura grandiosa, a la vez que sencilla, que no perteneciese a determinada época. La columna no es griega ni romana, y sí podría recordar los buenos tiempos de la arquitectura. Siendo moderna, es en lo posible clásica: puede tener algo de neoclásico (Fernández, 1952, p.249).

Esta descripción no es solo el de una columna sino que es el concepto mismo que se tenía de la arquitectura.

La incorporación a la economía mexicana de empresas extranjeras incentivó la incorporación de proyectos, materiales y profesionales llegados de las metrópolis de origen de estas.

Esta internacionalización de la arquitectura en ocasiones llegó a situaciones extremas. Sirva de ejemplo el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Se inició en 1904 con el proyecto del italiano Adamo Boari; los cimientos fueron calculados por un arquitecto de Nueva York y construidos por una empresa de Chicago, por cierto, de forma errónea, lo que produjo constantes hundimientos; los escultores eran de origen italiano y el mármol fue importado de Carrara; el escultor catalán Agustí Querol realizó una pareja de pegasos que no se pudieron colocar en el sitio por el peso excesivo que representaba para la estructura, y la obra debió interrumpirse al estallar la Revolución mexicana en 1910, y no se retomó hasta 1932.

Raquel Tibol (1969) definió la obra como “un gran monstruo cuyas partes fueron llegando desde diversos países para al fin quedar mal armadas en el centro de la Ciudad de México” (p.206).

La revolución mexicana rompió con todo este bagaje marcando la modernidad del siglo XX; los posteriores historiadores y teóricos de la arquitectura han sido muy críticos con esta etapa y han asociado fácilmente esta arquitectura con un sistema político desprestigiado.

Ramón Vargas Salguero comenta:

Casi siempre que un sector ha exigido terminantemente que se solucionen, de manera satisfactoria, ciertas reivindicaciones incompatibles con la estructura vigente, le ha sido indispensable emprender una ardua lucha ideológica con miras a desarraigar las ideas, conceptos y modalidades de pensar que, a la luz de aquellas demandas, parecen obsoletas, para sustituirlos por otros marcos de referencia a través de los cuales sea posible prohijar las medidas adecuadas que satisfagan las demandas planteadas [...]

Esto fue lo que ocurrió en diversos ámbitos, entre ellos en el de la práctica arquitectónica (1994, p.60).

Otro aspecto, donde el capital extranjero tomaría relevancia, es en el crecimiento de las ciudades con la aparición de nuevos desarrollos urbanísticos de carácter privados denominados colonias.

Las colonias proponían una organización espacial diferente a la tradicional, con mayores dimensiones de las manzanas, nuevos criterios de parcelación y viviendas con modelos europeizantes o norteamericanos.

La arquitectura porfiriana se asoció a estereotipos importados del extranjero y se vinculó a una clase burguesa dominante y un régimen político opresor.

Guadalajara estuvo inmersa en este proceso de modernización que, en palabras de Federico de la Torre de la Torre y Rebeca Vanesa García Corzo (2008),

Se hizo patente a través de al menos tres grandes elementos: la incorporación del servicio telefónico y del alumbrado público en 1884, que para 1893 se había extendido a toda la ciudad gracias al aprovechamiento de las aguas de El Salto de Juanacatlán; la llegada del Ferrocarril Central Mexicano en 1888 y, por último, la puesta en marcha de un código de comercio en 1899 que favoreció tanto la formación de sociedades anónimas como de una política hacendaria de apoyo sostenido a la industrialización del país (p.13).

Según Eduardo López Moreno (2002) “estos cambios se llevaron a cabo a través de una serie de estrategias, algunas de ellas de orden ideológico, de acuerdo con las cuales se creía que se podía aspirar a una nueva forma de vida si se operaban cambios en el espacio construido” (p.114).

Todo ello se plasmó entre 1898 y 1906, con un crecimiento urbano principalmente hacia el poniente que Alfredo Varela Torres (2000) justifica desde un punto de vista pragmático:

[…] en las colonias residenciales surgidas en el porfiriato como lo fueron las colonias Francesa y Americana al poniente de la ciudad […] el crecimiento se dio hacia esa orientación, ya que desde el siglo pasado se buscaba alejarse del río San Juan de Dios cuya insalubridad era notoria, este fue entubado a principios del siglo XX (p.134).

Las nuevas colonias aplicaron los nuevos conceptos urbanísticos con un cambio importante del modelo de vivienda, sustituyendo la casa tradicional por las villas o chalets de un marcado carácter elitista. Así lo apunta López Moreno (2002) que basa el cambio en dos elementos cualitativos: “a) la urbanización, respecto la conformación y dimensión de las manzanas, se hace con base en nuevos patrones de lotificación, y b) el modelo hasta entonces hegemónico de vivienda es sustituida por otros europeizantes y norteamericanos” (p.124).

En las primeras filas de este desarrollo se encontraba la alta burguesía. Una burguesía de procedencia variopinta: por un lado, la vieja aristocracia nacional junto a los nuevos empresarios y comerciantes de origen criollo o mestizo, y por otro, los capitalistas extranjeros. Los primeros aportan las tradiciones locales y el deseo de estar al nivel de cualquier sociedad europea; los segundos, los diversos aspectos arquitectónicos de sus países. Todo ello da como resultado una amplia variedad de viviendas que englobamos bajo la etiqueta de eclecticismo y, como se planteó al inicio, con el apéndice popular de afrancesado.

ELEMENTOS TIPOLÓGICOS DE LA VIVIENDA

Para llegar a un punto objetivo que permita cualificar estas viviendas es preciso realizar un estudio de las tipologías existentes y analizar los trabajos realizados al respecto.

Katzman (2002) incluye en su definición un aspecto estético–formal esencial de la arquitectura francesa: “se considerarán como obras eclécticas afrancesadas fundamentalmente las que, además de algunas características ya mencionadas, poseen desvanes o mansardas con buhardillas” (p.159). Curiosamente los desvanes y las mansardas no son elementos tan comunes en las casonas del porfiriato en Guadalajara.

Existen varios autores que han propuesto clasificaciones tipológicas de la vivienda durante el porfiriato; en la Ciudad de México, cabe destacar los libros de Martín Hernández y Elena Segurajáuregui.

Martín Hernández, en su libro Arquitectura doméstica de la ciudad de México, 1890–1925 (1981), realiza una clasificación basada en aspectos formales, distribuciones, ornamentos, etcétera, aunque comenta “la dificultad de agruparlos en una tipología simple” (p.171). Su forma de ordenar la vivienda da como resultado cinco categorías:

a. Lujosas, elegantes o pintorescas villas, chalets y palacetes aislados en medio de amplios jardines, concebidos como casas de campo.

b. Grandes residencias palaciegas urbanas y suburbanas, de grandes dimensiones, con amplio jardín, caballerizas y servicios. Algunas de ellas eran notables por su elegancia y aire aristocrático, siendo la excepción las que merecen el título de palacio.

c. Mansiones señoriales suntuosas con pequeño jardín, contiguas a otras semejantes.

d. Viviendas de los estratos inferiores de la alta burguesía, generalmen-te de dos plantas, aisladas o semiaisladas, de carácter suburbano, remedo modesto de las aristócratas, con pequeño jardín y mayor sencillez, exterior e interior.

e. Amplios edificios unifamiliares de una o dos plantas (p.159).

Dentro de las villas o chalets especifica tres grupos:

1. Las que presentan exteriores dinámicos con entrantes–salientes, distintas alturas, balcones, loggias, galerías, etcétera, e interiores con distribuciones espaciales muy libres.

2. Las que toman los palacios aristocráticos europeos del siglo XVIII como referencia. Severas en el ornamento, con predominio de la horizontalidad y plantas cuadrangulares.

3. Las inspiradas en historicismos arquitectónicos que conservan el patio central típico de la casa mexicana, aunque se separen de otros elementos tradicionales.

Por su lado, en el libro Arquitectura porfirista. La colonia Juárez (1990), Elena Segurajáuregui analiza el tema de un modo similar, ordenando las viviendas burguesas según “su forma, dimensiones, extensión del terreno y relación con el contexto” (p.81), dando como resultado seis tipos:

1. Villas.

2. Palacetes.

3. Residencias señoriales.

4. Residencias urbanas.

5. Residencias mexicanas.

6. Edificios de departamentos (p.81).

Resumiendo, los seis tipos los define con las siguientes características:

1. La villa es un edificio singular que ocupa un terreno de dimensiones importantes, quizás de dos o más predios. Compuesta por volúmenes complejos de grandes tamaños, abundante ornamentación y cubiertas inclinadas. Tiene una altura de dos niveles más un sótano y, probablemente, un tapanco. Uno de sus objetivos es mostrar el poder económico de sus propietarios. El interior presenta una sucesión de espacios sin un plan rector.

2. El palacete también ocupa dos o más predios, pero tiene una volumetría menos compleja. Suele ser de un solo nivel, con cubierta plana, y jardines al frente y laterales. Son “viviendas ricamente ornamentadas pues se entendía que el adorno era símbolo de status social y resultado natural de la evolución cultural: el uso de los ornamentos imitaba a los poderosos de otros tiempos” (p.91). Interiormente hay una gran variedad de salas y espacios.

3. Las residencias señoriales, a similitud de las residencias urbanas europeas, se hallan en terrenos amplios y alineados a la acera. Se compone de dos niveles, más un sótano y cubierta plana. Es un volumen simple que tiende a ocupar el 100% del terreno. La decoración es mucho más sobria que en los casos anteriores.

4. Las residencias urbanas son fruto de la especulación del terreno y suponen la solución para las clases medias. Es similar a los llamados hoteles en Francia. Ocupan predios estrechos y profundos con dos niveles y buhardillas.

5. Las residencias mexicanas son volúmenes sencillos, de un solo nivel, cubierta plana y un patio a lo largo de la fachada lateral. En su apariencia externa domina claramente la masa del muro frente a los huecos y la ornamentación dependerá de la posición económica del propietario.

6. Los edificios de departamentos eran construcciones ostentosas, pero de ornamentación muy simplificada que daban solución a aquellos que no podían tener viviendas propias.

Naturalmente ambos hacen referencia a la Ciudad de México, aunque es perfectamente extrapolable a Guadalajara pues coincide en tiempo y estilo, no todos los tipos se desarrollaron de igual manera. En las primeras colonias de Guadalajara no se encuentran “edificios de departamentos” ni “residencias urbanas” bajo los términos que define Segurajáuregui, y las “residencias mexicanas” recuerdan a las casas típicas tapatías.

De los dos textos se pueden extraer parámetros fundamentales comunes que permiten crear una clasificación propia y aplicable en la ciudad de Guadalajara. Esencialmente son tres:

a. Número de niveles.

b. Número de fachadas, o lo que es lo mismo, el acomodo del edificio dentro del terreno.

c. Aspectos estéticos, definiendo:

Palacete: si presenta cubierta plana, repetición de elementos, sobriedad en ornamentos, etcétera, con inspiración en los edificios palaciegos europeos.

Señorial: si, por el contrario, muestra una mayor libertad acorde con el historicismo o eclecticismo imperante.

Como ya se ha comentado, a Guadalajara llegan estos modelos arquitectónicos que irán sustituyendo a la tradición tipológica iniciada durante el siglo XVI de la denominada casa tapatía con patio central. Alfredo Varela Torres (2000) comenta al respecto que “en el siglo XX, el patio vería sus últimos años como elemento estructurante generador de la vivienda, pues en este siglo es cuando el partido arquitectónico de la nueva vivienda se trasforma adoptando patrones europeos”, y añade:

Por su parte el partido arquitectónico que se generó en las casas de estilo ecléctico, presentaba jardines alrededor del núcleo de habitación, con entrada en alto al estar entresoladas, algunas con loggia, recibidor, salas de visitas o salones, escalinatas al centro que se abrían en dos sentidos y recámaras en segundas plantas (p.141).

También en la misma línea, apuntó Eduardo López Moreno (1996) que hay una serie de cambios importantes dentro de la ciudad, algunos de carácter urbanístico y otro tipológicos: “la substitución del modelo, hasta entonces hegemónico, de la casa árabe–andaluza (vivienda ‘introvertida’ en tomo a un patio central), por otros modelos europeizantes y norteamericanos (vivienda ‘extrovertida’ hacia los jardines que la rodean)” (p.224).

Hasta este punto se han comentado los aspectos tipológicos vinculados con el exterior, volúmenes, fachadas, alturas, etcétera, pero es necesario incluir los aspectos distributivos que manejan los distintos autores. En este rubro, Martín Hernández (1981) señala la importación de distintas corrientes de moda en Europa o Estados Unidos; según él, las influencias más preponderantes eran de origen francés e inglés o anglosajón, aunque no descarta otras posibilidades que cualifica de singularidades difíciles de clasificar.

La Influencia francesa se determina por zonificar la casa del siguiente modo:

• Planta baja que acogía los espacios para las actividades sociales y de la vida en común (salón principal, comedor, cocina, biblioteca, despacho, sala de fumador, billar, sala de música, etcétera).

• Planta alta donde se hallaban las habitaciones familiares, íntimas y privadas (habitaciones, baños, vestidores, costurero, etcétera).

• Planta auxiliar para las habitaciones de servicio, cochera y caballerizas, con una gran libertad de ubicación (generalmente al fondo del terreno).

El autor atrae la atención hacia un elemento importante: el vestíbulo. Lo describe con grandes dimensiones, con posible doble altura, y cuya función principal era la de distribuidor con conexión directa con la escalera principal. Podía tener un antevestíbulo que enfatizaba más el aspecto escénico. Añade que en ocasiones, podían incluir las características mansardas afrancesadas; además, acorde con lo afrancesado, la fachada tenía un ritmo marcado y un orden simétrico, ya sea total o parcial.

La Influencia anglosajona difiere de la anterior en la mayor libertad en el partido arquitectónico y, sobre todo, en el papel que jugaba el vestíbulo. El acceso a este no era necesariamente directo, lo que ayudaba a dar mayor teatralidad. Podía poseer más de una entrada, haciendo la diferencia entre el acceso de los habitantes de la casa, para una mayor privacidad, y la de los visitantes que permitía acceder a la biblioteca o despacho para ser atendido sin necesidad de pasar a las áreas privadas.

Los salones podían ser de formas más irregulares, de este modo los espacios eran más polivalentes, y admitía la subdivisión con facilidad para acoger reuniones de grupos más pequeños. Los salones principales o comedores tenían miradores salientes (bow–windows) con coloridas vidrieras.

Complementando este aspecto distributivo es necesario ver la propuesta de Laura Olarte Venegas, Salvador Díaz García y Jaime Fernández Martín en Espacios, color y formas en la arquitectura. Guadalajara 1910–1942 (1990). En este libro, los autores analizan la vivienda altoburguesa de la ciudad de Guadalajara concluyendo con cuatro “disposiciones”:

1. Disposición A: era un modelo de transición de la casa tapatía tradicional a las nuevas tendencias. Entre otras características, mantenía zaguán, patio central, recámaras alrededor del patio y vinculadas entre sí, patio al fondo donde se acomodaban los elementos de servicio, etcétera. Ocupaba el lote en su gran mayoría y ventilaba e iluminaba los espacios por el patio central.

2. Disposición B: el modelo cambiaba creando una casa rodeada de jardín y acceso por medio de una terraza o porche. En el interior era un vestíbulo–recibidor el espacio central distribuidor. Desapareció el patio central tradicional y los servicios estaban situados en construcciones secundarias. La iluminación y ventilación se realizaba por el jardín perimetral.

3. Disposición C: en esencia era igual al anterior, pero el vestíbulo central se sustituía por un pasillo–corredor.

4. Disposición D: de igual manera, similar a las anteriores, pero donde el elemento central volvía a ser el patio. Aun así, el patio complementa la iluminación y ventilación que se genera con vanos al jardín perimetral.