Amanda Labarca

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Amanda Labarca
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Hueders chilenos / Amanda Labarca

por Ana María Stuven

© Editorial Hueders

© Ana María Stuven

Primera edición: junio de 2019

ISBN 9789563651867

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin la autorización de los editores.

Asesor editorial: Manuel Vicuña

Diseño portada: Inés Picchetti

Diagramación ebook: Constanza Diez

Ilustración portada: Francisco Olea

Ilustraciones interior: Simón Jara



www.hueders.cl | contacto@hueders.cl

Santiago de Chile


Retrato de Amanda Labarca en 1920.

Inmortalizada para las generaciones jóvenes en el nombre de un liceo, Amanda Labarca evoca especialmente la figura de la profesora, hoy de educación media y antes de humanidades. No es una carta de presentación glamorosa, la figura sufrida de la maestra o el maestro, fijada por Gabriela Mistral en su poema “Maestra rural”:

Era pobre. Su reino no es humano…Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano…

O como declama el anti-profesor Nicanor Parra:

Los profesores nos volvieron locos a preguntas que no venían al caso…cómo se suman números complejos hay o no hay arañas en la luna…dónde escribió Cervantes el Quijote…Nadie dirá que nuestros maestros eran unas enciclopedias rodantes exactamente todo lo contrario:unos modestos profesores primarios o secundarios no recuerdo muy bien…Nombre científico de la golondrina…nombre cinco poetas finlandeses…aparato respiratorio de los anfibios…La verdad de las cosas es que nosotros nos sentábamos en la diferencia quién iba a molestarse con esas preguntas…Hubiera preferido que me tragara la tierra a contestar esas preguntas descabelladas sobre todo después de los discursitos moralizantes a que nos sometían impajaritablemente día por medio…

Pobre Amanda Labarca, educadora, cargar con la imagen adusta y triste, o preguntona y autoritaria, de la profesora en verso.

A caballo entre dos siglos


Gentileza Ediciones del cardo

Ni pobre ni modesta, menos aún triste y mandona, Amanda Pinto Sepúlveda nació en un hogar de clase media. Vivió las postrimerías del siglo XIX y casi todo el XX, entre 1886 y 1975. Casi 90 años. Su padre, Onofre, era un comerciante de ideas liberales que, junto a su mujer, formó un hogar acogedor y abierto. De hecho, Emma Salas, profesora también e hija del gran educador Darío Salas, cuenta que convivió mucho con Amanda tras sufrir la muerte de su madre y ser acogida en la casa de la familia Pinto, donde encontró un verdadero hogar.

Los primeros años de Amanda transcurrieron en un Santiago que rondaba los 300 mil habitantes, con casas en su mayoría de adobe, de una sola planta, con calles apenas alumbradas al atardecer por escasos faroles. Sus habitantes se movilizaban en coches tirados por caballos. Ni pensar aún en luz eléctrica o tranvías; tan solo un tren con locomotora a vapor permitía viajar a Concepción. El avión era todavía tema de ciencia ficción.

Cuando nació Amanda, hacía apenas nueve años que Miguel Luis Amunátegui, ministro de Instrucción Pública del gobierno de Aníbal Pinto, había logrado aprobar su famoso decreto que, permitiendo a la mujer rendir exámenes reconocidos por el Estado, abría el camino a que ellas accedieran a las aulas universitarias. El mismo año de su nacimiento, la Universidad de Chile otorgó la Licenciatura en Medicina y Farmacia a Eloísa Díaz; Amanda tenía un año cuando el presidente Balmaceda entregó su título a Ernestina Pérez, la primera mujer médico de Chile (y toda Sudamérica). Eloísa Díaz, favorecida con una beca para continuar sus estudios en Alemania, debió escuchar sus clases separada por un biombo de sus compañeros varones. ¡Aún no se permitía a las niñas estudiar medicina! Cuando Amanda cumplió ocho años recién se fundó en Santiago el Liceo de Niñas Nº 1, también conocido como Javiera Carrera.

Amanda asistió a colegios particulares, primero a una escuela de la calle San Isidro, perteneciente a la Señorita Mercedes, y terminó su educación secundaria en el liceo de Isabel Lebrun de Pinochet, nombre que evoca a quien lideró las huestes que presionaron por el ingreso de la mujer a la educación superior. Contra la voluntad paterna, ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, la que abandonó al poco tiempo, no sin cierta culpabilidad. Después de rendir, en 1902, los exámenes para obtener la Licenciatura en Humanidades, Amanda ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile a estudiar Licenciatura en Castellano, titulándose en 1905. Uno de sus primeros trabajos fue como profesora primaria y secretaria de la dirección en el Santiago College. Compartía sus labores docentes con su afición a la costura y su amor por el deporte. Caminaba, dicen, una legua al día. Lejos estaba del estereotipo de la profesora primaria: nadaba y subía el Cerro San Cristóbal, se preocupaba de su figura y fue, dicen, una de las primeras en usar sacarina en vez de azúcar (además le encantaban los dulces).

En los patios del Santiago College conoció a su futuro marido, Guillermo Labarca Hubertson, también profesor, cuyos apellidos adoptó en adelante. ¡Curioso gesto para una feminista tan convencida!

¿Qué la llevó a cambiar su identidad civil?

Cuentan que tuvo diferencias con su madre, quien la obligó a casarse a los 19 años, con amenazas de desheredarla o meterla a un convento si no lo hacía. ¿Una represalia contra ella? Aparentemente tampoco su padre gustaba de Guillermo, pues lo encontraba un “joven bohemio”. ¿Prefirió evitarse el “de” Labarca, reflejo de la propiedad que el marido ejercía sobre la mujer en Chile?

Lo más probable, cuenta su nieta Rosita, es que fuera el recuerdo de sus problemas en el hogar paterno, así como la antipatía de su padre por su marido.

El cambio de nombre fue también el momento de una nueva identidad: Amanda Labarca. En todo caso, relata Emma Salas que Amanda se ganó el apodo de “La-barca flote”, probablemente por su resiliencia y rebeldía. Su marido, además de profesor de Historia y Geografía y abogado, fue también un notable escritor bajo el seudónimo Huelén, aparentemente secuestrado por la política y tan interesado como ella en los temas que convocaban a la intelectualidad chilena de esos años. Fue Radical y activo dirigente estudiantil, llegando a ser alcalde de la comuna de Santiago y ministro en los gobiernos de Juan Antonio Ríos y Pedro Aguirre Cerda. Los aspectos domésticos no eran ajenos a Amanda. Le importaba la comida. Se preocupaba especialmente de los menús, que entregaba por escrito a sus empleadas. Requisitos para trabajar en su casa eran saber leer y escribir. Amanda disfrutaba invitando a sus amigas y también al progresismo de la época a tertulias en su casa de la calle Loreto; incluso permitía que personas escucharan los debates desde el patio.

En las reuniones, ambos esposos se dividían la casa: ella recibía en el piso de abajo y Guillermo, arriba. No tuvieron hijos biológicos, pero sí una hija adoptiva, Yolanda, quien se integró al hogar cuando tenía 11 años, luego de un accidente que mató a sus padres. Amanda era tierna como madre. Confiesa Emma Salas que cuando Yolanda terminó uno de sus estudios, Amanda le regaló un anillo envuelto en una servilleta. La hija vinculó a Amanda con políticos de izquierda; su marido, René, quien fue decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Chile, es hermano de Inés y Miguel Enríquez.

Amanda asistió a cambios sociales que, más que atemorizarla, la incitaron a convertirse en contemporánea y activista de modernizaciones tanto o más decisivas que las que las generaciones actuales enfrentan con el mundo de la tecnología. Cuando nació, la condición social y jurídica de la mujer iba a la par con la precariedad del país, a pesar de la bonanza económica que había traído décadas antes el triunfo sobre Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico. Considerada jurídicamente menor de edad, tanto la soltera como la casada, la vida de la mujer se desenvolvía en torno al hogar.


En esta novela, publicada en 1915, la autora describe sus sentimientos como extranjera en Estados Unidos. (Gentileza Memoria Chilena).

Su situación educacional era también precaria. Como escribe en su Evolución femenina, trabajo fruto de su participación en 1954 en el ciclo de extensión de la Universidad de Chile sobre desarrollo del país en la mitad del siglo XX, “con una población de un millón 500 mil habitantes en el alba del siglo, Chile apenas contaba con 1.717 niñas que realizan estudios secundarios; asistían a Escuelas Normales y 394 a escuelas técnicas”. Cuenta Samuel Lillo que cuando Matilde Brandau, primera abogada titulada en el país, fue invitada a hablar en el Ateneo, algunos miembros se dirigieron al secretario para plantear “la inconveniencia de dejar subir a una niña a una tribuna que estaba conquistando el aprecio de los hombres serios”.

 

Memorias del escritor segundo, recopilación que escribió Emma Salas a partir de los recuerdos que encontró entre los papeles de Darío Salas, aporta múltiples testimonios sobre la vida de Amanda Labarca. Entre ellos había ejemplares de la Revista de la Asociación de Educación Nacional, de la cual fue secretaria general, detalles de su participación entre 1907 y 1930 en las Conferencias Populares y Programas de Extensión, tanto para obreros como para público en general; también su novela En tierras extrañas, donde describe sus sentimientos como extranjera en Estados Unidos. En un pequeño volumen de retazos literarios compilados por José Santos González Vera, denominado Desvelos en el alba, puede leerse una confesión que habla de las luces y sombras que acompañan a Amanda: “Tengo la impresión que íntimamente soy un ser sin riberas, equivale a decir sin un cauce profundo. Me atraen minuto a minuto tentaciones heterogéneas… y toda mi vida he luchado íntimamente entre la dispersión y la continuidad, entre mi naturaleza que rehúye linderos y mi inteligencia que me obliga a comprender que si no me especializo, si no cavo mi cauce, mis energías se dispersarán en el viento”. Su reflexión, tan íntima como concisa, resume inmejorablemente los fantasmas que poblaban la mente de una mujer moderna, interesada, curiosa y comprometida, enfrentada a la necesidad de habitar un siglo XX que vislumbraba acertadamente en sus exigencias de especialización y conocimiento científico.


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