Loe raamatut: «El cuaderno de Andrés Caicedo»
El cuaderno de Andrés Caicedo
El cuaderno de Andrés Caicedo. Aproximación y transcripción de la génesis escrituraria de ¡Que viva la música!
Resumen
Esta obra expone los fundamentos de la crítica genética para proponer un abordaje particular de los manuscritos y demás materiales preredaccionales y redaccionales que comportan un proceso de creación, y plantea una hipótesis de lectura del libro ¡Que viva la música!, a partir del cuaderno manuscrito que Caicedo escribió, para dar cuenta del comienzo de la gestación de esta novela. El libro propone cuatro partes, la primera, es una exposición teórica del desarrollo de crítica genética; la segunda, un recuento de las diferentes lecturas y posiciones críticas sobre la novela de Andrés Caicedo; la tercera, corresponde al planteamiento una hipótesis de lectura sobre la novela y la cuarta, contiene la transcripción del cuaderno manuscrito de la primera versión de ¡Que viva la música!
Palabras clave: Crítica e interpretación, Andrés Caicedo Estela, análisis literario, escritores colombianos, novelística colombiana, siglo XX, Colombia.
Andrés Caicedo’s notebook. Study and transcription of the writing-genesis of ¡Que viva la música!
Abstract
This work presents the basic principles of genetic criticism in order to suggest a particular approach to manuscripts and other pre-writing and writing materials that imply a process of creation, and proposes a reading hypothesis of the book ¡Que viva la música!, based on the handwritten notebook elaborated by Caicedo, to examine the beginning of the gestation of this novel. The book consists of four parts: the first is a theoretical exposition of the development of genetic criticism; the second one offers an account of different readings and critical positions on Andrés Caicedo’s novel; the third part lays out a reading hypothesis about the novel, while the fourth section contains the transcription of the handwritten notebook of the first version of ¡Que viva la música!
Keywords: Criticism and interpretation, Andrés Caicedo Estela, literary analysis, Colombian writers, Colombian novels, 20th century, Colombia.
Citación sugerida / Suggested citation
Escovar, Andrés Felipe. El cuaderno de Andrés Caicedo. Aproximación y transcripción de la génesis escrituraria de ¡Que viva la música! Bogotá, D. C.: Editorial Universidad del Rosario, 2021.
https://doi.org/10.12804/urosario9789587846010
El cuaderno de
Andrés Caicedo
Aproximación y transcripción
de la génesis escrituraria
de ¡Que viva la música!
Andrés Felipe Escovar
Escovar, Andrés Felipe
El cuaderno de Andrés Caicedo. Aproximación y transcripción de la génesis escrituraria de ¡Que viva la música! / Andrés Felipe Escovar. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2021.
Incluye referencias bibliográficas.
1. Caicedo Estela, Andrés 1951-1977. Que viva la música – Crítica e interpretación. 2. Caicedo Estela, Andrés 1951-1977. Que viva la música – Análisis literario. 3. Escritores colombianos. 4. Literatura colombiana. I. Andrés Felipe Escovar. II. Universidad del Rosario. III. Título.
863.6 | SCDD 20 |
Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI
DJGR | Diciembre 7 de 2020 |
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© Editorial Universidad del Rosario
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© Andrés Felipe Escovar
© Graciela Goldchluk, por el Prólogo
Editorial Universidad del Rosario
Carrera 7 No. 12B-41, of. 501
Tel: 2970200 Ext. 3112
Primera edición: Bogotá, D. C., 2021
ISBN: 978-958-784-599-0 (impreso)
ISBN: 978-958-784-600-3 (ePub)
ISBN: 978-958-784-601-0 (pdf)
https://doi.org/10.12804/urosario9789587846010
Coordinación editorial:
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Autor
Andrés Felipe Escovar
Estudió Jurisprudencia en la universidad del Rosario, se especializó en Bioética en la universidad Javeriana y se graduó en la maestría en Análisis del discurso en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es doctorando en Ciencias Sociales y Humanísticas, en la línea de discursos literarios y artísticos, del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA)–Universidad de Artes y Ciencias de Chiapas (UNICACH). Ha publicado, entre otros, The Lola Verga´s big band (en coautoría con Luis Cermeño) y Aniquila las estrellas por mí. Ha sido docente universitario y coordinador del Laboratorio de Escritura Creativa de las Américas.
Contenido
Agradecimientos
Prólogo
Graciela Goldchluk
Introducción
1. La mirada indicial de la crítica genética
La presunta soledad del escritor
Una nueva lectura de los manuscritos
Las huellas de la creación
Los papeles como campo de batalla
Cómo hacer audibles los rastros
La lectura creativa de la crítica genética
2. Algunas lecturas críticas de ¡Que viva la música!
Vitrinas rotas
La institucionalización de Andrés Caicedo y sus buenos amigos
¡Que viva la música! como crónica generacional
El desplazamiento genérico de ¡Que viva la música!
Suicidarse para jamás hacerse adulto
Reinvención del Caribe
Tres flujos conectados en la escritura
De la búsqueda del “original” a los tramos de una caída
El consuelo de escribir
3. Lectura crítica a la luz de las reescrituras observadas en el cuaderno
La literaturización y la música
Oralidad y escritura
Todo se vuelve letra de canción
La historia se hace escribiéndola
Sobre Marx y Azuela se desparrama cocaína
El vislumbre de un trayecto sinuoso
4. Radiografía y literatura: transcripción del cuaderno de Andrés Caicedo
El trayecto
Descripción del material
Entre lo redaccional y prerredaccional
Convenciones utilizadas
Transcripción
Epílogo
Bibliografía
Alguna vez, en un poblado muy cercano a
una ciudad, alguien me dijo que uno debía
felicitarse por aquellos que conoció y ya no
respiran como nosotros respiramos. Supe,
tiempo después, que discurro por un bienestar
cuando recuerdo las charlas, los silencios y las
caminatas por los claustros de la Universidad
del Rosario, a Luis Enrique Nieto Arango.
Este libro es un gesto que evoca su presencia.
Y no será el último.
Bogotá, octubre 20 de 2020
Agradecimientos
Tengo para a mí este libro como un rastro del trabajo para la maestría en Análisis del Discurso en la Universidad de Buenos Aires. Rastro porque lo que ocurrió en esos años apenas puedo delinearlo: mi hoy tiene una mácula que envuelve a aquellos días y precipita una enumeración, caótica pero no azarosa, de lo que ilusoriamente asgo.
En la relectura de mi tesis rememoré los intentos de rehacer el proceso de construcción del germen de ¡Que viva la música!, una novela que cuando era estudiante de secundaria se instalaba en los currículos de algunas clases. Esa ambigüedad, signada desde los cenáculos escolares que reprimían el uso de drogas y utilizaban al sida —primer nombre de las pandemias que suelen amenazar cada década— como herramienta de control del comportamiento sexual y al mismo tiempo colocaban a esta novela en un lugar propio para comprender el ficticio progreso de la literatura colombiana, impactó en mis estados de ánimo, ocasionando un rigor mortis escritural o precipitando a mis intentos a un espacio abierto e ineluctable en donde las palabras se diseminaban sin algún destino y con un origen tan oscuro como el del propio germen de lo que leía.
Esos estados se difuminaron con la asesoría de mi directora de tesis Graciela Goldchluk. Si mi trabajo fue escarbar en los rastros de escritura de una novela, específicamente en el cuaderno donde aparece una versión manuscrita, la manera en la que me acerqué a ese material se debe al seminario de crítica genética que ella impartió en la Universidad de Buenos Aires, justo donde encontramos inquietudes comunes que funcionaron como el origen de una labor materializada gracias a su empeño y paciencia para con mis equívocos, dudas y terquedades.
Este trabajo también se materializó con la codirección de Valeria Añón, que con su experiencia académica me orientó con respecto a las tensiones halladas durante la lectura crítica del manuscrito. Gracias a ella encontré tradiciones que laten en el decurso de la escritura de Andrés y avizoré diálogos con diferentes propuestas estéticas y posturas escriturales.
Durante la labor de desciframiento y transcripción del manuscrito me encontré con la reformulación de un proceso de escritura que no termina ni siquiera con mi interpretación: en la representación de una tachadura o una omisión emerge una hipótesis de lectura del material y, por consiguiente, del trabajo que se investiga. Es decir, en cada enmendadura y decisión se cifra el hiato que pone en evidencia a la dialéctica entre el fuera y dentro del texto.
En ¡Que viva la música!, María del Carmen Huerta —narradora y protagonista de lo que ocurre en la novela—, en las primeras páginas del cuaderno, habla con alguien que la escucha, pero luego de unas páginas y en un giro abrupto ya no se dirige a ese alguien sino a un lector. Con este cambio, aparecen pregones salseros en los márgenes de las páginas, de modo que surgen nuevas opciones en el discurrir de la escritura y, en mi perspectiva, una literaturización: cuando la narradora se convierte en la escritora de su propia historia, destella una conciencia de la oralidad y de unos discursos que hasta ese momento se obviaban, pues eran el ruido de fondo del relato de una jovencita blanca que terminó en el sinuoso centro de Cali, una ciudad aletargada con la resaca de los juegos panamericanos celebrados en 1971.
Este libro propone un comienzo. No busca proclamar el ascenso de una máquina para leer de forma apropiada. Su aspiración se remite a propiciar un espacio en donde tanto el trabajo de Caicedo como de otros autores se lea también desde sus archivos y lo que ellos dejaron guardado bajo llave y no botaron, quemaron o desaparecieron.
Agradezco a quienes me acompañaron en este proceso, ya fuera con recomendaciones preguntas u observaciones; en especial a mis padres, mi hermano, mi pareja y mis amigos. También quiero destacar el apoyo del doctor Luis Enrique Nieto Arango, pues él me impulsó a presentar este escrito a la editorial de la Universidad del Rosario y su compañía ha sido fundamental para regresar a la universidad de la que hace más de una década me fui.
Prólogo
Graciela Goldchluk
Este libro contiene un tesoro; hay un libro dentro de este libro. Sin embargo, como iremos viendo, el tesoro no es ese libro escondido, el cuaderno de Andrés Caicedo, aquel en el que escribe de su propia mano ese otro libro emblemático que es ¡Que viva la música! El tesoro no está en el libro enterrado sino en su búsqueda y es ahí donde Andrés Felipe Escovar, el investigador, nos ofrece un don apoyado en la crítica genética.
La crítica genética es una disciplina nacida en la academia francesa, de un alto grado de especialización en procesos de escritura modernos y contemporáneos. Su aporte es innegable, también lo es la necesidad de reinventarla para la realidad de América Latina, dado que se nutre de archivos de escritores que tienen diferentes grados de institucionalización a uno y otro lado del Atlántico. En la primera parte del libro el investigador enseña su oficio, porque no se limita a mostrar las lecturas teóricas que sostienen su análisis, sino que hace una propuesta metodológica que puede ser perfectamente pensada como un manual de crítica genética latinoamericana, que a la vez que remite a otros manuales funciona como un pequeño curso de cómo apropiarse de una metodología. Sherlock Holmes y el psicoanálisis vuelven a surgir como una vía paralela que estorba el pensamiento homogeneizante de Occidente, y la lectura de Carlo Ginzburg (minimizada en la tradición francesa) aparece como un camino para llevarnos adonde no sabíamos que queríamos llegar. Primera lección: no buscamos detalles que nos confirmen lo que pensábamos, sino que miramos con atención y suspendemos todas las creencias previas, comenzando por la soledad creativa del autor. Todavía no vimos los manuscritos de Caicedo y ya estamos desconfiando de ellos; qué podemos ir a buscar y cómo leerlos se convierte en la verdadera pasión de este curso de crítica genética contenido en la primera parte del libro: un curso detallado que provee herramientas para leer procesos de escritura, un enfoque que va más allá incluso de los manuscritos por cuanto ofrece una mirada nueva para estudiar la relación entre el afuera y el adentro de un texto literario. Esta primera parte concluye con un llamado a la lectura creativa como uso responsable del poder que otorga al crítico la frecuentación de archivos, no para fijar un sentido sino para resguardar una indeterminación que muchas veces las lecturas canónicas obturan.
Una vez veladas las armas, Escovar —que conoce muy bien la ciudad, la cultura y el cielo gris de Cali— arremete con, junto a, incluso a veces contra, la leyenda urbana de la literatura latinoamericana, el Kurt Cobain de los escritores, su tocayo Andrés Caicedo y su novela fetiche, nacida en apariencia de la nada, hija más de la cultura popular que de la letrada a la que parece engañosamente ignorar. Lo primero que hará el investigador será en este caso atacar la dimensión de fetiche y la museificación de la figura de Caicedo a quien quiere libre y responsable de su legado. Escovar repasa las principales líneas de lectura que suscitó no solo esta novela, sino toda la obra de Caicedo; las agrupa y las acompaña dialogando o discutiendo con ellas, nunca descartando. Cada lectura encontró algo; por lo tanto, la intención que guía este libro es aportar algo nuevo, con la idea de armar nuevas constelaciones, de unir puntos que fueron desatendidos y de dejar un mapa en el que hay algunas posiciones bien consolidadas, como la conciencia literaria y profesional de Caicedo, y otras que quedan en suspenso como sugerencia de nuevas relecturas. En este camino se destaca la hipótesis central del libro: la tensión genérica entre la crónica y la novela, tanto en el devenir de la escritura como en la realización textual. Es acá donde el libro despliega su potencia: la presencia de la crónica corroe la novela totalizante, pero a su vez la novela se hace presente para sacar a la crónica de su contexto inmediato, de su función periodística, y la coloca en una temporalidad que tiene que ver con el proyecto escritural de Caicedo y con el campo literario del que este caleño, como comprueba la investigación, estaba muy atento. Ni crónica disfrazada de novela ni novela que acude a la crónica, lo que resulta de esta convivencia tensa es definido por Escovar como un movimiento de derrape. Pruebas a la vista, pero hay que verlas.
La tercera parte es la que anuncia el cuaderno a través de su lectura crítica. Sin duda, quienes lean este estudio conocerán a Caicedo y tendrán sumo interés en ¡Que viva la música!, pero justamente, y por eso mismo, corremos el peligro de una lectura que busque confirmar lo que ya se sabía antes de encontrar la reliquia. Hasta el momento, el investigador nos ha enseñado lo que no debe hacerse con manuscritos, pero es en la lectura minuciosa de las huellas dejadas durante la creación donde puede verse la productividad del enfoque. No hay casi novedades, pero en el casi se juega una diferencia que se mide en su singularidad inconmensurable, es decir, imposible de medir. Lo que esperábamos está, pero es un poco más complejo de lo que se ha dicho hasta el momento. Y las sorpresas aparecen, acaso algún o alguna lectora encuentren la confirmación de una sospecha, acaso la desmentida, o lo que no se esperaban.
Y finalmente el cuaderno. Solo diré que también hay acá una suerte de guía sobre qué hacer con un hallazgo tal, a fin de comunicarlo en su complejidad para permitir una lectura fluida que deje ver las capas superpuestas de su escritura. No hay una solución única, pero la que encontró Andrés Felipe Escovar, sin ninguna duda, funciona como una llave al mundo de Caicedo, como la posibilidad de acercarnos al cuaderno en su realidad textual, dejando otras dimensiones para las imágenes y para quien pueda acudir a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.
Para terminar, una referencia personal, ya que mi nombre aparece con generosidad en el libro. Recuerdo al estudiante colombiano que me planteó su inquietud en un aula de la Universidad de Buenos Aires, recuerdo muchas reuniones virtuales y visitas reales siempre acompañadas del esperado auténtico café, y me encuentro en las páginas del libro con un colega que ya forma parte de la nueva crítica genética latinoamericana.
Introducción
En una carta del 26 de octubre de 1973, Andrés Caicedo escribió a su destinatario: “No vayas a creer, cielos, que Cali es una especie de Macondo. En primer lugar mi ciudad queda hacia la costa occidental, y el tal Macondo es la costa norte: el mar de allá es azul, el mío es negro”.1 La salsa, al enclavarse en una ciudad que no pertenece al Caribe, lo enrarece y desplaza la imagen límpida que buscó caracterizar García Márquez en sus trabajos ficcionales; el gris del Pacífico prolonga la sombra de lo citadino y, más exactamente, de una ciudad que crece como un tumor al compás del percutir de los taladros y las grúas que levantan nuevos edificios.
La autoconciencia de Caicedo sobre la posición de su escritura en el panorama literario de Colombia se consolidó a través de las lecturas críticas que se ocuparon de su obra. Estas lo ubicaron como un escritor a contracorriente de la atmósfera que por aquel entonces se escribió, luego del éxito que tuvo Cien años de soledad en ámbitos comerciales y críticos.
La relación que Andrés entabló con el cine también fue diferente a la de los escritores que ya publicaban en grandes proyectos editoriales;2 fue un cinéfilo que escribió una novela después de haber sido el director de Ojo al cine y escribir tanto artículos como crónicas en diferentes periódicos de Cali, además de en la revista peruana Hablemos de cine.
En lo que se puede llamar “carrera literaria”, Caicedo publicó el relato El atravesado, con el apoyo económico de su madre, luego de que una editorial mexicana incumpliera el contrato que suscribió con él. Esto ocurrió en 1975, dos años antes de su muerte.
¡Que viva la música!, la novela que nació poco después de fracasar la venta de sus guiones en Estados Unidos en 1973, fue editada por Colcultura, con lo que se concluye que si bien no quería ser el heredero de García Márquez, tampoco buscaba erigirse como un escritor marginal que publicaba con pequeñas editoriales, sino más bien matizar el escenario establecido en las letras colombianas.
Después de su muerte, Sandro Romero Rey y Luis Ospina se encargaron del cuidado y la selección de textos que se incorporaron a los diferentes volúmenes publicados. Poco a poco se consolidó un grupo de entusiastas lectores, e incluso los libros firmados por Caicedo formaron parte de los programas de estudio de distintas instituciones educativas a nivel secundario.
Esto condujo a un contagio final de lectores formados en las aulas de universidades colombianas; habían crecido con la diseminación de la obra y esto se materializó en un aparato crítico más apegado a las preceptivas académicas y andamiajes conceptuales propios de los estudios literarios hasta el punto de que, al cumplirse treinta años del suicidio del escritor caleño, apareció un volumen dedicado a su trabajo editado por la Universidad de Pittsburgh, con intervenciones de académicos de, entre otras, las universidades Carnegie Mellon y la Wisconsin-Milwaukee.3
La visibilización del impacto de ¡Que viva la música! llegó a su clímax a finales de la primera década de este siglo. En Argentina, en 2009, durante el festival de cine de Buenos Aires, se exhibió el documental de Luis Ospina Andrés Caicedo: algunos pocos buenos amigos. Asimismo, tuvo lugar el lanzamiento de un libro con la correspondencia de Caicedo, firmado por el chileno Alberto Fuguet: Mi cuerpo es una celda, publicado por editorial Norma en 2008. En este movimiento editorial también estuvo presente la edición de Norma Argentina de la novela, prologada por Fabián Casas, quien afirmó que “la obra de Andrés Caicedo se metabolizó en el primer libro de relatos de Washington Cucurto Cosa de negros” (2008: 11), con lo que comenzaron a establecerse vasos comunicantes de una tradición a la que el autor de ¡Que viva la música! fue afiliado.
El trigésimo aniversario en 2007 del suicidio de Caicedo representó un hito debido a que la familia decidió donar el archivo con sus escritos inéditos a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. A partir de esta entrega, Fuguet trabajó al personaje Andrés Caicedo y posicionó al joven escritor caleño en las páginas de los suplementos culturales de más amplia circulación en Colombia y Sudamérica.
La donación del archivo de Caicedo a la biblioteca me hizo pensar en la posibilidad de un trabajo con sus documentos redaccionales del autor. En un comienzo, esa inquietud fue el esbozo de una idea presentada con ocasión del seminario de crítica genética organizado e impartido en 2008 por la profesora Graciela Goldchluk en la Universidad de Buenos Aires y, después de su retroalimentación, se consolidó en el propósito de realizar mi tesis de maestría.
El primer encuentro con el archivo significó el hallazgo de unas hojas manuscritas y encuadernadas que constituyen la primera versión de ¡Que viva la música!, fechado en septiembre de 1973. Un primer vistazo me permitió advertir una serie de diferencias con respecto a la novela editada. De la misma forma, y en la medida en que fue el último libro que el propio autor pudo ver impreso, decidí tomar este material, desconocido hasta el momento, como corpus del presente estudio e investigar la génesis de escritura de la novela a partir de él. Lo anterior representa un “nuevo comienzo” de un proyecto truncado desde el cual es posible leer la obra de Caicedo. A lo largo de la lectura crítico-genética del cuaderno manuscrito de ¡Que viva la música! se hizo evidente la tensión entre novela y crónica. Vale la pena resaltar que el diálogo con la Dra. Añón, mi codirectora de tesis, fue decisivo para definir y fundamentar el planteamiento de la tesis.
Esta investigación consiste en un estudio de la novela con las variantes presentadas en las diferentes campañas de escritura. Para ello consulté cuatro manuscritos de la novela, facilitados por la familia de Caicedo. Del material, tuve en cuenta los tres documentos mecanografiados, pues el hológrafo (la primera versión y la que se analiza aquí) era, a efectos de su perspectiva teórica, igual al primer documento escrito a máquina. También realicé un cotejo entre las once ediciones editadas. Sin embargo, mi tesis se centra en la obra édita, es decir, me ocupo de un texto que ha alcanzado una forma definitiva. En ese marco, la lectura de los manuscritos se destina a comprobar cuál es la mejor edición, y las diferentes instancias de escritura constituyen peldaños en la construcción del edificio textual. Para este enfoque, todas las reflexiones críticas toman como punto de partida (y de llegada) a la novela édita, como si las opciones descartadas hubieran desaparecido. Por el contrario, este libro incluye un capítulo que contiene la transcripción del cuaderno manuscrito de ¡Que viva la música!, con el objeto de facilitar el acceso para múltiples lecturas, con la diferencia de que las hipótesis críticas no apuntan ni al cuaderno como verdad revelada ni al texto como punto de llegada, sino a las transformaciones que generan un espacio de sentido en el mismo movimiento, y es en ese espacio que el cuaderno deja de ser idéntico a la primera copia mecanografiada.
Cabe aclarar aquí que la crítica genética está poco desarrollada en las universidades colombianas y es la primera vez que se utiliza para abordar la novela de Caicedo, por lo que se ha construido un capítulo que contiene una introducción teóricometodológica. Una vez establecido este marco, se presenta un segundo capítulo que analiza las principales hipótesis críticas que se han formulado a partir de la publicación de la novela en 1977, mientras que el tercero se destina a la descripción del material analizado, su transcripción y la exposición de una lectura crítica.
Elvira Narvaja de Arnoux afirma que lo crucial en el análisis del discurso es la construcción de interpretaciones. Esto no implica que el analista pretenda hacer una hipótesis que devenga ley de interpretación y se autoerija como dominador de los sentidos de los textos a la manera de un inquisidor. En cambio, debe exponer “a la mirada lectora niveles opacos a la acción estratégica de un sujeto” (Narvaja 2006, 19), de modo que el sujeto tampoco es un dueño absoluto de lo que dice.
Ni los papeles de Caicedo ni lo que está escrito en esta investigación tiene efectos previsibles. Siempre habrá lugares opacos y recovecos insospechados en un discurso que escapa al control absoluto del enunciador. A partir de dicha imposibilidad, la crítica genética se afilia a una construcción del conocimiento que avizora un vasto horizonte de lecturas de una novela como ¡Que viva la música!; en donde lo acá dicho es una hipótesis de lectura y no la proclamación de una ley interpretativa; surgen así perspectivas que advierten aspectos desechados o tomados como marginales y meras curiosidades para coleccionistas convirtiéndolos en puertas para otras lecturas de la novela.
Notas
1 Todas las citas de cartas se han tomado del archivo personal de Andrés Caicedo, que se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.
2 Para un análisis teórico de esta diferencia, remito a la tesis “La presencia del cine en las literaturas hispánicas de comienzos del siglo XX. Tres escritores pioneros: Ramón Gómez de la Serna, Francisco Ayala y Horacio Quiroga”, escrita por Lea Hafter (2012), especialmente a las pp. 4-65.
3 Juan Duchesne Winter y Felipe Gómez Gutiérrez, eds. La estela de Caicedo. Miradas críticas (Pittsburgh: Universidad de Pittsburgh, 2009).