Loe raamatut: «NoDiseño»
BARUC CORAZÓN estudió en ICADE (Madrid) y en Saint Martin’s School of Arts (Londres). Antes de finalizar su doble formación se había estrenado en la Pasarela Cibeles con su firma de moda, trabajaba para Del Pozo y firmaba una columna de moda en La Revista de El Mundo.
En el año 2000 fue profesor de diseño de moda en Chicago, en la SAIC, donde amplió su visión de la moda y del diseño como antenas de la sociedad. Esa perspectiva profesional dio como frutos su labor como director artístico de los escaparates de Hermès y Loewe y un singular programa de televisión que fue finalista en los premios Emmy (DeFormas).
En 2004 creó su proyecto más personal, la camisa Baruc, una propuesta irreverente respecto a lo que ya vaticinaba como algo obsoleto: la moda.
Buena parte de la experiencia profesional de Baruc Corazón ha estado vinculada al proceso creativo en el ámbito de la moda, donde tuvo la oportunidad de trabajar para grandes firmas consolidadas.
Afirma que durante esos años vivió un ciclo desenfrenado, reflejo de cómo han evolucionado nuestras aspiraciones, valores y hábitos individuales y colectivos. Pero este, nos dice, ha llegado a su fin. Aquel cambio frenético, sin otro rumbo que incrementar el consumo, le llevó a desarrollar una marca propia más acorde con su visión personal de las cosas, y a preguntarse qué sentido tiene hoy en día el diseño, cuáles han sido y cuáles son sus propósitos y dónde se encuentra la creatividad.
De esa reflexión y del convencimiento de que es posible el cambio, surge este ensayo, que propone una nueva perspectiva del diseño que aspira a generar «bienes para el bien».
NoDiseño
Propuesta para una nueva creatividad
COLECCIÓN DE ENSAYO
La Huerta Grande
Baruc Corazón Brabo
NODISEÑO
Propuesta para una nueva creatividad
© De los texto: Baruc Corazón Brabo
Madrid, enero 2021
EDITA: La Huerta Grande Editorial
Serrano, 6. 28001 Madrid
Reservados todos los derechos de esta edición
ISBN: 978-84-17118-84-6
D. L.: M-1499-2021
Diseño cubierta: Editorial La Huerta Grande según idea original de Tresbien Comunicación
Producción del ePub: booqlab
Dedico este libro a mi padre, quien ha sembrado en mí el entusiasmo por un mundo bien diseñado.
Agradezco «de corazón» a las personas que me han acompañado de una u otra manera a lo largo de la escritura y edición de este libro: Lola Rojas Cimadevila, Marisa Santa María, Ángel García Galiano, Oyer Corazón, Alberto Corazón, María Vela Zanetti, Philippine González-Camino
ÍNDICE
NODISEÑO
El viajero valiente, María Vela Zanetti
Introducción
PARTE I. COMIENZO Y FINAL DE LO QUE SE CONOCIÓ COMO MODA
Introducción. La narrativa
I. El cuento del materialismo (revolución industrial)
II. El cuento de la moda. La revolución del diseño
III. El final de lo que se conoció como moda: desfiles y temporadas
IV. Siglo XXI: el imperio de la marca
V. Consecuencias
PARTE II. LA ERA DEL NO DISEÑO
Introducción: la pirámide de la creatividad
I. El proceso de desmaterialización
II. La virtualización de la realidad
III. No-Diseño: la revolución del algoritmo
IV. La revolución de la conciencia: bienes para el bien
Epílogo. Es hora de despertar
Coda. La manada
Bibliografía
EL VIAJERO VALIENTE
María Vela Zanetti
Permitidme, que a cambio de este ensayo muy «particular» titulado NoDiseño, comience y comparta yo ahora con Baruc Corazón Brabo su viaje minucioso, bien documentado y arriesgado, ofreciéndole unas palabras de aliento y gratitud, que no son mías, pero que ejercerán como un volátil paréntesis, antes de entrar en ¿combate? o, sencillamente, en materia. La materia de la que está hecho este libro suyo, es toda una vida dedicada a la moda, al diseño, y al arte de vivir de acuerdo con sus exigencias intelectuales y vitales, por mucho que las profesionales a veces te distraigan de lo verdadero. Estas dos citas son sólo para sus ojos, así que podéis saltároslas. Un un poco largas, aviso. Luego vuelvo.
Encontrado en el libro de Gaëtan Gatian de Clérambault, Passion érotique des étoffes chez la femme (1908):
«Nos gusta pasar la mano por «les fourrures»; querríamos que la seda escapase o se escurriese por sí misma, como un pequeño ratón, hasta llegar al fondo de nuestra mano. Las pieles piden una caricia activa sobre su modelo: la seda, en cambio, acaricia con suavidad uniforme una epidermis que se manifiesta especialmente pasiva; luego, por así decir, ella revela un cierto nerviosismo en sus pliegues y en sus gritos. Sí, la seda grita».
***
Encontrado entre los artículos que Joseph Roth escribió en el Neue Berliner Zeitung, el 31 de mayo de 1921:
El Paraguas
«Anteayer por la noche llovió. El asfalto de la Kurfürstendamm estaba resbaladizo y una mujer cruzó corriendo la calle con el paraguas abierto, se tropezó, pasó un coche y la atropelló. Su paraguas quedó abandonado en el pavimento; la gente corrió hacia el lugar del accidente para socorrerla. Que no le había sucedido nada sólo se supo una vez que pudieron llevarla al café. Pero, antes de saberlo, mientras aún yacía en el suelo, ensangrentada en la imaginación de todos los transeúntes que habían presenciado el accidente, y quizá hasta amputada, un hombre tuvo presencia de ánimo suficiente para recoger el paraguas de la mujer accidentada y robárselo. Nunca había creído que la bondad de la gente pudiera superar su egoísmo. Pero el incidente del paraguas me convenció de que la bajeza es más grande aún que la curiosidad, y de que no es difícil quitar a un moribundo la almohada y malvender las plumas en la primera esquina. En cualquier caso la mujer, que había salido ilesa, lloró la pérdida del paraguas sin alegrarse de haber tenido la suerte de conservar los miembros. Como puede verse, hay dos tipos de personas: las malvadas y las estúpidas».
***
He escogido estos textos, aparentemente fuera de lugar, porque para mí expresan hasta qué punto un abrigo de leopardo o un simple paraguas, ambos y cada cual a su manera, son perfectos ejemplos de cómo los individuos de cualquier clase, época, educación o rango, vivimos apegados a lo material, ya se trate de una obra de arte, un artefacto o un capricho. Lo sabíamos y lo esperábamos. Venía sucediendo sin avisar, asuntos intangibles que brillan, marean y enriquecen hasta la nausea a una no pequeña parte del ¿negocio? De hecho, en este libro que cubre más de un siglo, encontraréis tema para pensar: cómo nuestra propia existencia se desarrolla, por así decir, pegada a algo definitivamente ajeno ya a la conciencia y sin embargo imprescindible para nuestro desarrollo vital.
En este ensayo de Baruc, él va guiándonos con precisión y con total sentido de la justicia, pero con melancólico desengaño también, por los caminos de la moda, su industria, el asalto de las corporaciones, sus trampas y aciertos, sus avances tecnológicos y el zarpazo definitivo, al menos para mí, y tal vez para él, de la era de los algoritmos. «Algoritmo», he de confesar, es una palabra que me cuesta decir en voz alta. Yo suelo, sin reparar casi, entonar una «r» fuerte, o doble, cuando en realidad lo correcto es pronunciarla como si fuese el ala de un pájaro que pasaba por allí. El pájaro de cuenta se llama Internet.
Esta clase de dudas, me dejan un poco fuera de juego. A mí, y a tanta gente, que hemos disfrutado de la moda y de las marcas; adorado a John Galliano o a Margiela, y, que sin darnos cuenta, hemos entrado al trapo del low cost. Y también, a la ligera, enterrado esas petites mains, que es como se llamaba en los talleres de Alta Costura a las mujeres que cosían y bordaban: Dios las bendiga.
El desenlace humanista de lo que nos va poniendo ante los ojos Baruc, es, porque él lo lleva en la sangre, lo que llama «CCC» , es decir, el relato, el poder siempre educador del cuento o la Creencia Común Compartida. No os perdáis esa coda que en parte resuelve su vida y sus contradicciones y que se desarrolla en «La manada» el último capítulo, de momento. Este libro está escrito a cara descubierta y finaliza con una íntima confesión sencilla y rotunda. A mí, al menos, este cuento me ha vuelto a poner en órbita otra vez. Pero, antes, sin prisa, es necesario recorrer todas y cada una de estas páginas que van acompañadas por una sustanciosa bibliografía.
Hasta aquí llego, y por haberme dado la ocasión de pensar y disfrutar, le doy las gracias: TOUCHÉ.
INTRODUCCIÓN
Voy a realizar una vista de pájaro sobre nuestra realidad actual, marcada por una visión predominantemente materialista de la existencia, cuya consecuencia principal, el consumismo, se ha convertido en la fuerza más determinante de nuestra conducta individual y colectiva. Para ello, haré un zoom sobre la moda, pues al igual que la bomba atómica, hizo su primer boom en los años 40 (el del prêt-à-porter) y se convirtió en uno de los motores del desarrollo de la sociedad de consumo. La moda es como el átomo del consumo: la unidad con mayor concentración de contenido aspiracional —muestra cómo queremos ser y cómo queremos que nos vean—, con mayor potencial de seducción, de efecto más inmediato, más viral, de mayor multiplicación, con más alta propagación, de más fácil replicación, con más opciones de exposición, de más fácil portabilidad y reposición en el tiempo, más efímero y de mayor rotación.
Lo que se conoció como moda es, por tanto, el mejor espejo del consumismo que caracteriza la sociedad en que vivimos. Y empleo la paráfrasis para expresar que «lo que se conoció como moda» es un fenómeno propio del siglo XX, que comenzó con la alta costura, se expandió mediante el prêt-à-porter, y se fue acercando a su final conforme finalizaba el siglo, al ser secuestrada por las grandes corporaciones, que desertizaron los floridos vergeles de la creatividad.
¿No considero que haya moda en el siglo XXI? En lenguaje coloquial, podemos hablar de moda. Pero es una palabra tan equívoca como vacía de contenido, que se atribuye a todo tipo de fenómeno social y que acapara todo lo que esté referido a la vestimenta y al textil. Decir moda es, por tanto, decir nada. Por eso prefiero decir moda cuando hablo de un fenómeno concreto, propio de una época concreta, que nos ha condicionado hasta tal punto que ni siquiera nos damos cuenta de lo que queremos decir cuando lo mencionamos. De tanto sobreuso, y tan mal uso, viene la necesidad de ser muy preciso con el término.
Hago un breve avance del ciclo vital que he mencionado unas líneas más arriba, un proceso que implica también una sucesión de cambios en la relación cliente-creador, y en sus protagonistas:
En la era premoderna, la moda era el modo en que se vestía un personaje aristocrático, cuya influencia hacía que los demás imitaran su estilo. Por ello hablo de «el modo», frente a la moda; el sujeto o la clase social es la aristocracia, y el cliente es el diseñador en última instancia, que encarga a un artesano la pieza que éste debe realizar.
En la era moderna, el creador de alta costura impuso su propio estilo y opciones a un cliente, situando al artesano en el plano del creador. El sujeto de la moda era una clase alta, beneficiaria del crecimiento de la riqueza que proporcionó la revolución industrial, menos restrictiva que la aristocrática. Y el diseñador era el creador de alta costura. Es entonces cuando se puede hablar de moda: el creador creaba un estilo, tendencia o moda, e imponía el tiempo de su vigencia, mediante las temporadas. Me referiré a la moda, por tanto, en cuanto fruto de un proceso creativo que le confiere un poder de seducción relativo, delimitado en el tiempo. Y el creador de alta costura no sólo creaba las prendas, sino que creaba la moda que las hacía irresistibles.
El boom del prêt-à-porter expandió el alcance de la moda, replicando las prendas industrialmente, bajo la dirección de un creador que supo adaptarse a los nuevos tiempos: el diseñador de moda. El diseñador de moda era, pues, un creativo que generaba una «moda a seguir», más allá de diseñar las prendas concretas a través de la cual se expresaba (la moda). Y, si la creatividad legitimaba la dictadura de la moda, en la potencia creativa del diseñador se encontraba la clave de su hegemonía. Un boom que, por otro lado, estaba vinculado a la expansión de la clase media, tanto a lo ancho como a lo alto (en capacidad de consumo). Por eso, insisto en que el boom del diseño no implicó una democratización de la moda, pues la moda, en cuanto moda, ha sido siempre elitista, sino una «elitización» de la clase media.
La democratización de la moda sólo llegará cuando se democratice su creación, lo cual, como expondré en la segunda parte, está comenzando a suceder. Pero esto no sucedió en la segunda mitad del siglo XX, ni tampoco, como algunos estudiosos confunden, con la aparición (e imparable expansión) de las grandes compañías low cost, pues no crean moda, sino que la copian. Hablaré también de otra falacia comúnmente aceptada: que lo que se conoce como low cost es low cost (es decir, de coste bajo), pues implica unos costes mucho más elevados de lo que nos podemos permitir (tanto psicológicos, como sociológicos y medioambientales).
En la era postmoderna, la corporación ha acaparado todos los territorios del consumo y ha hecho de la moda su principal campo de batalla. A finales del siglo XX apenas quedaban espacios de libertad creativa en moda, una tendencia que se ha consolidado en las dos primeras décadas del siglo XXI y que ha implicado una progresiva desvinculación de la moda respecto del creador. La marca ha sustituido al creador-diseñador, pese a que, en muchos casos, siga usando su nombre. La transferencia de creatividad entre creador y usuario, generadora de la magia del producto, se pierde en el universo corporativo, por muchos esfuerzos de marketing que se pretendan hacer. Y la moda va, poco a poco, perdiendo su magia.
El diseñador es, en este paradigma, el equipo de diseño. Y el usuario varía según la segmentación de la marca.
En la segunda década del siglo XXI, la explosión de internet y la filosofía user server (un término que me permito acuñar, como un paso más del user frendly) permiten diseñar en función de las preferencias de los usuarios, gracias al procesamiento de sus datos por medio del algoritmo. El nuevo diseñador es el algoritmo, que atiende la demanda potencial de un conjunto de individuos. Esto supone un regreso al modo frente a la moda: pero no el modo en que un cliente aristocrático quiere lucir, sino el modo en que un sector, o un nicho, de usuarios, se quiere vestir.
Como decía, la moda es un espejo de la sociedad de consumo, del cual me sirvo como instrumento para analizarla en un marco objetivo, entender el sentido de su existencia (su historia o cuento), la realidad que conforma y los efectos, directos y colaterales, que tiene (consecuencias). En la segunda parte, analizo el momento actual (la revolución de internet) y sus implicaciones, y abro una vía para transformar la realidad que hemos construido, en cuanto somos parte activa de ella, a partir de nuestra acción (bienes para el Bien), enmarcada en una nueva revolución: la de la conciencia.
«Sin verdad no hay belleza» es una frase que resume mi filosofía. ¿Dónde quedan la Verdad y la Belleza en todo esto?
Y ¿qué relación tiene esto con la moda? Lo que se conoció como moda mantenía un vínculo creativo. La moda, entendida como conexión o vínculo que une a varios seres humanos en un estilo o tendencia común «a seguir», durante un tiempo determinado, existió en el vestir, entre el creador de la alta costura y sus admiradores, ya fuesen clientes reales o aspiracionales, que percibían la «verdad» de las creaciones, en cuanto genuinas, arraigadas en el genio creativo. Algo que se transfirió al diseñador y a los seguidores a una escala mayor.
Pero, por mucha marca que desarrolle, y por muchos argumentos o cuentos que inventen sus equipos, una compañía no puede establecer el mismo vínculo, pues no tiene alma ni corazón, y todo lo que de ella emane no es sino producto del marketing y el interés corporativo. Fruto de un engaño de fondo. Luego, difícilmente puede crear algo sublime, algo que sea bello de verdad.
La sociedad consumista ha promovido la ansiedad del consumo, motor de la industria de la moda, como de toda industria de bienes o productos. Lo cual ha generado una realidad distorsionada, con consecuencias nefastas por un lado, para la psicología y el desarrollo de las personas, y para el planeta, por otro. En todo lo cual hay mucha mentira y poca verdad. O, lo que es lo mismo, muchas cosas feas, y pocas bellas.
PARTE I. COMIENZO Y FINAL DE LO QUE SE CONOCIÓ COMO MODA
INTRODUCCIÓN:
LA NARRATIVA
Inception, de Christopher Nolan, es un thriller cuyo escenario es el inconsciente: un comando se adentra en los sueños de una persona para modificar sus creencias profundas respecto a las cosas, o Inceptos -un término que, si bien no existe en español, incorporo a mi vocabulario, en el sentido de que es un «concepto previo», que determina, sin darnos cuenta, los conceptos que la mente irá elaborando. El objetivo no es banal: se trata de adentrarse en la mente inconsciente del heredero del mayor poder mundial, en un mundo en el que el poder está concentrado en las corporaciones, para cambiar su Incepto o motivación profunda, de modo que ésta sea destruir lo que ha construido su padre, en lugar de mantener el statu quo. Inteligente, ¿no? Imaginemos que en la mente de Putin se instalase el Incepto de que su misión en la vida es alcanzar la paz mundial. O en la de Trump, el de alcanzar un estado del bienestar en el que los seres humanos sean la prioridad. Si pudiera conseguirse algo así, el ahorro de dinero en campañas malintencionadas, hackeos e instrumentos de manipulación y control, armamento convencional y no convencional, muros y demás barreras, y lo más importante, el ahorro en vidas humanas, sería tan relevante como la mejora en las condiciones necesarias para promover la prosperidad y la justicia globales. Y justificaría el desarrollo de la tecnología para lo más simple: que nuestras creencias profundas sean armónicas con el planeta en que habitamos.
Las Creencias Profundas (CP) generan relatos o narrativas, a partir de los cuales se construyen las religiones, las identidades grupales (ya sean naciones, identidades políticas o castas), e incluso, como tan brillantemente explica Yuval Noah Harari en Sapiens, el dinero. Voy a referirme a estas narrativas que conforman el mapa de nuestra realidad indistintamente como «cuento» o como «Creencia Común Compartida» (CCC), algo así como lo que en las matemáticas es un «mínimo común denominador», en el sentido de que es el fundamento en el que se basa el desarrollo de todo lo demás. Y el Incepto es esa CP que subyace en el cuento o CCC.
Acabo de mencionar a Harari, uno de los pensadores más influyentes de los últimos años, quien atribuye esta capacidad de generar ideas compartidas al Homo Sapiens, lo cual explicaría por qué se impuso sobre las otras especies. Sin embargo, existe actualmente una polémica sobre la veracidad de que la capacidad creativa fuera un salto evolutivo característico de Homo Sapiens, ya que se han datado recientemente pinturas rupestres y elementos de adorno simbólicos en fechas muy anteriores a su aparición, como las pinturas de la cueva La Pasiega, en Cantabria, con más de 64000 años de antigüedad, atribuidas por tanto al Homo Neanderthalensis (y más antiguas aún, las conchas marinas perforadas y pigmentadas encontradas en la cueva de Los Aviones, en Cartagena, Murcia, cuyas últimas dataciones las sitúan hace 115 000 años). Y entiendo que tanto la capacidad de representar simbólicamente, como de adornar los objetos o el cuerpo, responden al tipo de pensamiento creativo o narrativo al que hago referencia.
En cualquier caso, lo que importa no es qué homínido adquirió esta capacidad, sino el hecho de que es gracias a ella como construimos nuestra realidad. Harari lo sitúa en Sapiens, y el Génesis bíblico, en Adán; es decir, cuando el hombre comió el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal y puso nombre a todas las cosas, lo cual considero como el «cuento original», que otros identifican con «pecado».
Llámese religión, dinero, patria o política, los nombres y los cuentos son ideas abstractas que unen a desconocidos entre sí, permitiendo la generación de comunidades organizadas, sin las cuales la humanidad no habría podido «evolucionar» —comenzando, como bien relata Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero, por la revolución agrícola. Y no sólo une a desconocidos, sino que ejerce sobre ellos una influencia más allá de su voluntad. Es, en definitiva, la fuente de poder.
De hecho, la historia de la humanidad es una sucesión de narrativas o cuentos. No podía ser de otra manera, pues la propia historia es una narrativa en sí.
Entonces, me pregunto, ¿en qué Cuento vivimos?