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A N T E S D E Q U E C O D I C I E

(UN MISTERIO CON MACKENZIE WHITE—LIBRO 3)

B L A K E P I E R C E

Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la serie de misterio éxito de ventas RILEY PAGE, que está compuesta de seis libros (y sigue creciendo). Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio MACKENZIE WHITE, compuesta de tres libros (que sigue creciendo); de la serie de misterio AVERY BLACK, compuesta de tres libros (que sigue creciendo); y de la nueva serie de misterio KERI LOCKE

Lector incansable y aficionado desde siempre a los géneros de misterio y de suspense, a Blake le encanta saber de sus lectores, así que no dude en visitar www.blakepierceauthor.com para enterarse de más y estar en contacto.

Copyright © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto por lo que permite la Ley de Copyright de los Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia para su disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede volver a ser vendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no lo compró solamente para su uso, entonces por favor devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las empresas, las organizaciones, los lugares, los acontecimientos y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright lassedesignen, utilizada con licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ CONSUMIDO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ CONGELADO (Libro #8)

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

SERIE DE MISTERIO AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

CAUSA PARA CORRER (Libro #2)

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

CONTENIDOS

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

PRÓLOGO

Pam se sentó sobre el tronco caído que había al extremo del camping y encendió un cigarrillo, sintiéndose llena de energía tras el sexo. Detrás suyo, estaba plantada la tienda de Hunter con su forma de cúpula dentada. Podía escuchar cómo él roncaba suavemente desde adentro. Hasta aquí en el bosque, era lo de siempre: ahí estaba ella, despierta y con renovada vitalidad tras hacer el amor, mientras que él se había quedado dormido como un tronco. No obstante, aquí en el bosque, no le importaba demasiado.

Excavó un pequeño hueco en la tierra para echar las cenizas del cigarrillo, completamente consciente de que fumar en el bosque durante el que había sido un otoño sin lluvias era bastante arriesgado. Miró hacia las alturas, observando las estrellas. Era una noche bastante fresca porque el otoño ya había llegado a la Costa Este a hacer de las suyas, haciendo descender las temperaturas de manera significativa, y se abrazó los hombros para protegerse del frío. Le hubiera gustado que la tienda de Hunter tuviera uno de esos techos de redecilla para ver las estrellas, pero no hubo suerte. Aun así, había tenido algo de romántico, salir de casa, y pasar la noche a solas en el bosque. Era lo más parecido a vivir juntos que ella le iba a permitir hasta que el idiota de él le propusiera matrimonio. Considerando el cielo estrellado, el clima perfecto, y la increíble química que había entre ellos, había sido una de las noches más felices de su vida.

Pensó en regresar adentro, para entrar en calor junto a él, pero primero tenía que ir al servicio. Se dirigió hacia el bosque y se tomó un momento para percatarse de dónde estaba. Era difícil adivinar hacia dónde se dirigía en medio de la oscuridad; la luz de las estrellas y de la media luna daban algo de luz, pero no suficiente. Examinó la disposición del terreno a su alrededor y se sintió bastante segura de que solo necesitaba dirigirse hacia la izquierda en línea recta para encontrar el área de descanso.

Arrastró los pies unos cuantos metros más y caminó en esa dirección durante unos treinta segundos. Cuando se dio la vuelta, ya no podía ver la tienda.

“Maldita sea,” suspiró, empezando a entrar en pánico.

Cálmate, se dijo a sí misma mientras seguía caminando. La tienda está justo allí atrás y—

Su pie izquierdo se enganchó con algo, y antes de que pudiera entender lo que había pasado, se cayó al suelo. Consiguió extender las manos en el último instante, evitando así que su rostro diera con el pavimento. Dejó salir una respiración profunda y se empujó hacia arriba para levantarse, aturdida.

Volvió a mirar al tronco con el que había tropezado, enfadada con él de una manera casi infantil. En la oscuridad, la silueta parecía extraña y casi abstracta. Sin embargo, sabía algo con certeza. No se trataba de un tronco.

Debía de ser la noche que estaba jugándole una mala pasada. Tenía que tratarse de algún juego peculiar que hacían las sombras en la oscuridad.

A medida que un miedo frío le invadía de la cabeza a los pies, supo sin ninguna duda de qué trataba. No había manera de negarlo.

Una pierna humana.

Y por lo que ella podía ver, eso era todo lo que había. No parecía que hubiera un cuerpo con el que emparejarla. Yacía en el suelo, parcialmente oculta por el ramaje y otros residuos del bosque. El pie estaba cubierto con una playera deportiva y un calcetín empapado de sangre.

 

Pam soltó un grito. Y mientras se daba la vuelta y corría de regreso a la negrura de la noche, no dejó de gritar ni un momento.

CAPÍTULO UNO

Mackenzie iba sentada en el asiento del copiloto de un sedán del FBI con un Glock reglamentario en su mano—un arma que ya le resultaba tan familiar como la sensación de su propia piel. Hoy, sin embargo, parecía diferente. Después de hoy, todo sería diferente.

Solo la voz de Bryers consiguió sacarle de su mini-trance. Iba sentado en el asiento del conductor, mirándola de un modo que a Mackenzie le resultó similar a la mirada de un padre decepcionado.

“Sabes qué… no tienes por qué hacer esto,” dijo Bryers. “Nadie va a tenerte en menos consideración si te lo saltas.”

“Creo que tengo que hacerlo. Creo que me lo debo a mí misma.”

Bryers suspiró y miró a través del parabrisas. Delante suyo, había un amplio aparcamiento iluminado durante la noche por unas farolas decrépitas que estaban dispuestas a lo largo de su perímetro y su zona central. Además, había tres coches y Mackenzie podía divisar las siluetas de tres hombres, caminando ansiosamente de un lado para otro.

Mackenzie extendió la mano y abrió la puerta lateral del coche.

“No va a pasar nada,” dijo.

“Lo sé,” dijo Bryers. “Solo que… ten cuidado, te lo ruego. Si te pasa algo esta noche y se enteran las malas lenguas de que estaba aquí contigo—”

Ella no se entretuvo. Salió del coche y cerró la puerta. Sostenía el Glock bajo en la mano, caminando casualmente hacia el aparcamiento donde estaban parados los tres hombres junto a sus coches. Aunque sabía que no había razón para ponerse nerviosa, lo cierto es que lo estaba de todos modos. Hasta cuando vio el rostro de Harry Dougan entre ellos, todavía tenía los nervios de punta.

“¿Tenías que hacer que te trajera Bryers?” preguntó uno de los hombres.

“Está cuidando de mí,” dijo ella. “No siente un aprecio especial por ninguno de vosotros tres.”

Los tres hombres se echaron a reír y después miraron al coche del que Mackenzie acababa de bajarse. Saludaron a Bryers con las manos en perfecta sincronía. Como respuesta, Bryers les lanzó una sonrisa falsa y les mostró su dedo anular.

“Todavía no le caigo nada bien, ¿verdad?” preguntó Harry.

“No. Lo siento.”

Los otros dos hombres miraron a Harry y a Mackenzie con la misma resignación a la que se habían acostumbrado las últimas semanas. Aunque no eran una pareja de hecho, estaban juntos lo suficiente como para causar una mínima tensión entre sus compañeros. El más bajito de los tres era un chico llamado Shawn Roberts y el otro, un hombre gigantesco que medía más de dos metros, era Trent Cousins.

Cousins lanzó un gesto afirmativo al Glock en la mano de Mackenzie y después desenfundó el suyo de su cintura.

“¿Entonces vamos a hacer esto?”

“Claro, seguro que no tenemos tanto tiempo,” dijo Harry.

Entonces, todos otearon el aparcamiento con un aire de complicidad. Una ráfaga de excitación empezó a llenar el aire entre ellos y al hacerlo, Mackenzie se dio cuenta de algo de repente: lo cierto es que se estaba divirtiendo. Por primera vez desde su etapa infantil, estaba emocionada con razón por algo.

“A la de tres,” dijo Shawn Roberts.

Todos ellos empezaron a balancearse y saltar de un lado a otro mientras Harry daba comienzo a la cuenta atrás.

“Uno… dos… ¡tres!”

En un instante, los cuatro salieron disparados. Mackenzie tiró hacia la izquierda, hacia uno de los tres coches. Detrás suyo, ya podía escuchar el suave sonido de los disparos que salían de las armas de los demás. Claro que estas armas eran de broma… armas que disparaban pintura creadas para parecerse lo más posible a las de verdad. Esta no era la primera vez que Mackenzie había operado en un entorno de munición simulada, pero era la primera vez que había pasado por uno sin un instructor —o almohadillas de ninguna clase.

A su derecha, explotó en el suelo un chorro de pintura roja, a menos de quince centímetros de su pie. Se agachó detrás del coche y se deslizó rápidamente hasta la parte delantera del mismo. Se puso a cuatro patas y vio dos pares distintos de pies separándose por delante de ella, uno de ellos metiéndose detrás de otro coche.

Mackenzie había estado figurándose las reglas del terreno mientras estaban todos juntos. Sabía que el mejor lugar donde estar en el aparcamiento iba a ser en la base del pilar de piedra que sostenía la farola en el centro del aparcamiento. Como el resto del Callejón de Hogan, este aparcamiento había sido dispuesto tan arbitrariamente como había sido posible, pero con la intención de educar a los estudiantes de la academia. Teniendo esto en consideración, Mackenzie sabía que siempre había un lugar óptimo para salir victoriosa en cada escenario. En este aparcamiento, era esa columna de la farola. No había podido llegar a ella de inmediato porque dos de ellos ya estaban de pie delante de ella cuando Harry terminó la cuenta atrás. Sin embargo, ahora se le tenía que ocurrir la manera de correr hasta ella sin que le dieran.

Perdería el juego cuando le dieran un tiro. Y había quinientos dólares en juego. Se preguntó cuánto tiempo hacía que se llevaba a cabo este pequeño ritual previo a la graduación entre los estudiantes y cómo se había convertido en una leyenda oculta entre los mejores de cada promoción.

Mientras le recorrían la mente estos pensamientos, notó que Harry y Cousins se habían enzarzado en un pequeño tiroteo al otro lado del aparcamiento. Cousins estaba detrás de uno de los coches y Harry estaba pegado al lateral de un contenedor de basuras.

Con una sonrisa, Mackenzie apuntó a Cousins. Estaba bien escondido y no podía dispararle desde donde se encontraba, pero podía asustarle. Apuntó a la esquina superior del coche y disparó. Un chorro de pintura azul explotó cuando su disparo aterrizó en la diana. Vio como Cousins se tambaleaba un poco, distraído de Harry. Mientras tanto, Harry se aprovechó de la situación y disparó dos veces.

Ella esperó que él estuviera llevando la cuenta. El objetivo de su pequeño ejercicio nocturno no autorizado era salir de allí siendo el único que no hubiera recibido un disparo. Todos los participantes tenían la misma arma—un arma que disparaba perdigones de pintura—y solo tenían permitido el número reglamentario de balas que venían en el tipo de Glock imitado por sus pistolas de pintura. Eso quería decir que cada uno tenía solamente quince tiros. A Mackenzie le quedaban catorce ahora y estaba bastante segura de que los tres hombres habían disparado al menos tres o cuatro por cabeza.

Con Harry y Cousins ocupados, solo quedaba lidiar con Shawn, pero no tenía ni idea de donde estaba. Para ser tan malditamente grande, se las arreglaba muy bien para ser sigiloso. Se puso cuidadosamente de rodillas y levantó la cabeza asomando por el lateral del coche, buscando a Shawn. No le vio, pero escuchó el pequeño sonido apagado de un arma que se disparaba cerca de allí. Se echó hacia atrás en el mismo instante que un perdigón de pintura golpeó el extremo del parachoques. Algo de la pintura verde se esparció por su mano mientras se echaba hacia atrás pero eso no contaba como un disparo.

Para que te eliminaran, te tenían que disparar en el brazo, la pierna, la espalda o el pecho. Lo único que se salía de las reglas eran los disparos a la cabeza. A pesar de que los perdigones eran pequeños y hechos de plástico fino, había habido casos de traumatismo cerebral. Y si uno te daba en un ojo, te podía dejar ciego para siempre. Esa era una de las principales razones por las que el Bureau no veía este pequeño ejercicio con buenos ojos. Sabían que tenía lugar todos los años pero por lo general dejaban que sus graduados tuvieran su diversión en secreto, haciendo la vista gorda.

No obstante, el disparo le dio a Mackenzie una idea bastante clara de donde se estaba escondiendo Shawn. Estaba agachado detrás del poste de hormigón. Y, de la misma manera que ella lo había planeado para sí misma, él tenía prácticamente a todos a tiro. Le dio la espalda a Mackenzie y le lanzó un disparo rápido a Harry. El tiro no acertó, dándole a la parte superior del contenedor de basura a pocas pulgadas de la cabeza de Harry. Se tiró al suelo cuando tanto Cousins como Shawn empezaron a dispararle.

Mackenzie intentó darle a Shawn y casi le dio en el hombro. Él se agachó justo cuando ella disparaba, y el tiro salió por la tangente. Al mismo tiempo, ella escuchó a Cousins gritar de frustración y de dolor.

“Estoy eliminado,” dijo Cousins, caminando lentamente hacia el extremo del aparcamiento. Se sentó en un banco, donde los que se iban eliminando tenían que sentarse en silencio. Mackenzie divisó un manchón de pintura amarilla en el lugar en su tobillo donde Harry le había acertado.

Harry se aprovechó de esta distracción y salió disparado de su escondite detrás del contenedor de basura. Iba de cabeza hacia el tercer coche aparcado a su velocidad habitual.

Mientras corría, Shawn salió rodando de su escondite. Primero disparó a Mackenzie para que se mantuviera escondida y después se giró para atrapar a Harry. Le disparó otro tiro a Harry que dio en el suelo a unos cinco centímetros del pie izquierdo de Harry en el instante que él saltaba detrás del coche.

Mackenzie aprovechó ese momento para moverse hacia la parte trasera del coche, pensando que podría hacer salir a Shawn. Disparó a la izquierda del pilar de hormigón, el mismo lugar al que había apuntado cuando estaba en la parte delantera del coche. Cuando explotó el perdigón de pintura allí, él esperó un momento y entonces se dio la vuelta con su mirada en la parte delantera del coche. Al hacer esto, Mackenzie salió disparada de la parte trasera y avanzó rápida y silenciosamente. Cuando tuvo el ángulo perfecto, disparó un tiro que le dio directamente en la cadera. Una pintura verde explotó en sus pantalones y su camisa. Estaba tan confundido por el ataque que se cayó hacia atrás.

“Estoy eliminado,” gritó Shawn, lanzándole una mirada de fastidio a Mackenzie.

En cuando comenzó a caminar hacia el extremo del aparcamiento para unirse a Cousins, Mackenzie vio un atisbo de movimiento a su izquierda.

Cabrón astuto, pensó.

Se tiró al suelo y se puso en cuclillas detrás del poste de hormigón. La luz brillaba con intensidad sobre su cabeza, como un foco. Pero ella sabía que esto podía jugar a su favor cuando su agresor estaba en las sombras. Puede que la luz fuera demasiado intensa, desviando su puntería apenas unos milímetros.

Al tiempo que apoyaba su espalda sobre el hormigón, escuchó un perdigón de pintura golpear la parte trasera del poste. En el silencio que siguió, escuchó a Cousins y Shawn riéndose en el banco.

“Ver esto va a ser divertido,” dijo Cousins.

“Tú dirás divertido,” dijo Shawn. “Yo digo doloroso.”

Con sus risas entrecortadas, Mackenzie no pudo evitar sonreír ante la situación. Sabía que Harry le dispararía; no tenían la clase de relación en que él haría lo que fuera por quedar bien con ella y la dejaría ganar. Estaban en el mismo barco—ambos se graduaban mañana como nuevos agentes.

Sin embargo, habían pasado mucho tiempo juntos en situaciones tanto académicas como informales. Mackenzie le conocía bien y sabía lo que tenía que hacer para ganarle. Casi sintiéndose mal por hacerlo, Mackenzie se inclinó lentamente y disparó, dando a la rueda del coche detrás del cual él estaba escondido.

Salió de su escondite de inmediato, asomando la cabeza por encima del capó. Ella hizo un amago hacia la derecha, como si fuera a regresar detrás del poste. Como era de predecir, ahí es cuando él disparó. Mackenzie cambió de dirección y rodó hacia su izquierda. Se balanceó sobre su abdomen, elevó el arma y disparó.

El tiro le dio a Harry en el lado derecho del tórax. La pintura amarilla era casi tan brillante como el sol en las sombras donde estaba escondido.

Harry dejó caer los hombros y tiró su arma al suelo del aparcamiento. Salió del otro lado del coche, sacudiendo la cabeza, sorprendido.

“Estoy eliminado.”

Mackenzie se puso en pie e inclinó su cabeza, frunciéndole el ceño.

“¿Enfadado?” preguntó en tono jocoso.

“En absoluto. Esa maniobra fue genial.”

Detrás suyo, Cousins y Shawn aplaudían. Más atrás de ellos, Bryers salió de su coche y se unió a ellos. Mackenzie sabía que había estado preocupado por ella pero también sabía que se había sentido honrado de acompañarla. Parte de la tradición de este ejercicio es que un agente con experiencia tenía que venir en caso de que algo saliera mal. De vez en cuando, sucedía. Por lo que Mackenzie había oído, un chico se había golpeado en la parte de atrás de la rodilla en el 99. Se tuvo que graduar en muletas.

 

Bryers se les unió al tiempo que ellos se reunían junto al banco. Entonces metió la mano en el bolsillo y sacó los quinientos dólares que había estado guardando por ellos—un dinero que habían puesto entre todos. Se lo entregó a Mackenzie y dijo:

“¿Acaso teníais alguna duda, chicos?”

“Buen trabajo, Mac,“ dijo Cousins. “Prefiero que hayas sido tú la que me haya eliminado antes que uno de estos payasos.”

“Gracias, supongo,” dijo Mackenzie.

“Siento sonar como un viejo aburrido,” dijo Bryers, “pero casi es la una de la madrugada. Iros a casa y descansad. Todos vosotros. Por favor, no vengáis a la graduación cansados y sin ganas.”

Esa extraña sensación de felicidad invadió de nuevo a Mackenzie. Este era su grupo de amigos—un grupo de amigos al que había acabado por conocer bien desde que había regresado a una vida más o menos normal después del pequeño experimento que McGrath había hecho con ella hacia nueve semanas.

Mañana, todos se graduarían de la academia y, si todo salía de la manera que se suponía, todos ellos serían agentes la próxima semana. Mientras que Harry, Cousins y Shawn no se hacían ilusiones de comenzar sus carreras con casos ilustres, Mackenzie tenía más expectativas de… en concreto, unirse al grupo de agentes especiales que McGrath le había mencionado en los días posteriores a su último e inesperado caso. Ella todavía no tenía ni idea de lo que eso implicaba, pero estaba emocionada al respecto de todos modos.

Mientras su pequeño grupo se separaba y todos se iban por su camino, Mackenzie sintió otra cosa que no había sentido en algún tiempo. Era la sensación de que el futuro estaba todavía por delante, todavía en crecimiento y a su alcance. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió a los mandos respecto a la dirección por la que se encarrilaba.

***

Mackenzie miró el moratón en el pecho de Harry y, aunque sabía que su primera emoción debería haber sido la compasión, no pudo evitar reírse. El punto en el que le había acertado estaba al rojo vivo, la irritación se extendía como unos cinco centímetros en todas las direcciones. Tenía el aspecto de una picadura de abeja y, sabía muy bien que dolía aun más.

Estaban parados en su cocina mientras ella envolvía una bolsa de hielo en un trapo de cocina para él. Se la entregó y él la sostuvo sobre su moratón, de manera cómica. Era obvio que estaba avergonzado pero también halagado de que le hubiera invitado a volver a casa con ella para asegurarse de que se encontraba bien.

“Lo siento,” dijo ella con sinceridad. “En fin, quizá te pueda invitar a un café con las ganancias.”

“Ese debe ser un café increíble,” dijo Harry. Alejó la bolsa de hielo de su pecho y arrugó la nariz al tiempo que miraba la zona.

Mientras Mackenzie le observaba, se dio cuenta de que a pesar de que él había estado en su apartamento más de diez veces y de que se habían besado en algunas ocasiones, esta era la primera vez que se quitaba la camisa en su casa. También era la primera vez desde Zack que había visto a un hombre parcialmente desnudo tan de cerca. Quizá fuera la adrenalina de ganar la competición o la graduación de mañana, pero lo cierto es que le gustaba.

Ella dio un paso adelante y colocó su mano en el lateral sano de su pecho, sobre el corazón. “¿Todavía te duele?” preguntó ella, acercándose todavía más.

“Ahora mismo no,” dijo él, sonriendo con nerviosismo.

Lentamente, deslizó su mano hasta la marca y la tocó con cuidado. Entonces, operando solo con los instintos femeninos que hacía tiempo que había suprimido para sustituirlos por obligaciones y aburrimiento, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la marca. Sintió como él se ponía tenso de inmediato. Entonces su mano se apoyó en su lateral, acercándole hacia ella. Ella le besó en la clavícula, después la base del hombro, y después el cuello. Él suspiró y la acercó todavía más hacia sí.

Como solía ser el caso con ellos, ya se estaban besando antes de que ninguno de los dos supiera cómo había ocurrido. Solo había sucedido en cuatro ocasiones previas pero cada vez, había ocurrido como si fuera una fuerza de la naturaleza, algo que no estaba planeado y sin ninguna expectativa.

En menos de diez segundos, él ya la tenía presionada ligeramente contra el mostrador de la cocina. Las manos de ella exploraban su tórax mientras que la mano izquierda de él comenzó a trepar por la camisa de ella. A Mackenzie le tamborileaba el corazón en el pecho y cada músculo de su cuerpo le comunicaba el deseo que sentía por él, y que ella estaba lista para esto.

Ya habían estado cerca antes—dos veces, de hecho. Sin embargo, en ambas ocasiones, lo habían interrumpido. De hecho, ella lo había detenido. La primera vez, ella lo había terminado justo cuando él empezaba a juguetear torpemente con el botón de sus pantalones. La segunda vez, él estaba bastante borracho y ella demasiado sobria. Ninguno de los dos lo había afirmado claramente, pero las dudas sobre acostarse provenían del mutuo respeto que se tenían y de una incertidumbre sobre el futuro.

Además, ella tenía en demasiada estima a Harry como para utilizarle simplemente para el sexo por deporte. A ella le estaba atrayendo cada vez más, pero el sexo siempre había sido un asunto íntimo. Antes de Zack, solo había habido dos hombres, y uno de ellos había sido básicamente un caso de agresión más que de consentimiento mutuo.

Mientras le pasaba todo esto por la mente mientras besaba a Harry, se dio cuenta de que ahora sus manos se habían alejado de su pecho. Parecía que él también se había dado cuenta de eso; se tensó de nuevo y tomó una aspiración profunda.

Ella alejó sus manos de repente e interrumpió el beso. Entonces se quedó mirando al suelo, temiéndose la mirada de decepción que vería en sus ojos.

“Espera,” dijo ella. “Harry… Lo siento… No puedo—”

“Lo sé,” dijo él, claramente un tanto frustrado y confundido. “Ya sé que es—”

Mackenzie tomó una respiración honda para recomponerse y se alejó de su lado. Se dio la vuelta, incapaz de lidiar con la confusión y el dolor en la mirada de él. “No podemos. Yo no puedo. Lo siento.”

“Está bien,” dijo él, todavía claramente frustrado. “Mañana es un gran día y ya es tarde. Así que me voy a largar antes de que me de tiempo a preocuparme de que me han derribado de un tiro otra vez.”

Ella se volvió para mirarle de frente y asintió. No le importaban los comentarios afilados. En cierto modo, se los merecía.

“Puede que eso sea lo mejor,” dijo ella.

Harry se puso la camisa de nuevo, incluida la pintura que la cubría, y se dirigió lentamente hacia la puerta. “Buen trabajo esta noche,” dijo mientras salía. ”No había ninguna duda de que ibas a salir ganando.”

“Gracias,” dijo Mackenzie, sin mucha expresividad. “Y Harry… de veras, lo siento. No sé qué es lo que me detiene.”

Él se encogió de hombros mientras abría la puerta. “Está bien,” dijo él. “Es que… no puedo seguir haciendo esto mucho más tiempo.”

“Lo sé,” dijo ella con tristeza.

“Buenas noches, Mac.”

Él cerró la puerta y Mackenzie se quedó a solas. Se quedó parada en la cocina, mirando al reloj. Era la 1:15 y no estaba ni remotamente cansada. Quizá el pequeño ejercicio en el Callejón de Hogan había bombeado demasiada adrenalina dentro su flujo sanguíneo.

Aún así, intentó irse a dormir pero se pasó la mayor parte de la noche dando vueltas. En un estado semi-consciente, tuvo sueños que apenas recordaba, pero lo único consistente en todos ellos era el rostro de su padre, sonriendo, orgulloso de ella y de que hubiera llegado tan lejos—de que se estuviera graduando de la academia mañana.

No obstante, a pesar de esa sonrisa, había otra cosa consistente en los sueños, algo a lo que se había acabado acostumbrando hacía mucho tiempo como un frecuente desasosiego que sobrevenía al apagar las luces y antes de quedarse dormida: la mirada de muerte en sus ojos y toda la sangre.